viernes, 4 de febrero de 2005

Espejo



Abrí unos ojos como platos a causa de la sorpresa, pero logré desviarlos para no examinar de cerca el objeto ovalado envuelto en zarcillos de cabellos revueltos.
Edward se puso en acción otra vez. Desmembró el cadáver decapitado con rapidez y fría eficacia.
No pude acercarme a él... Los pies no me respondían, parecía que los tenía atornillados a la roca de debajo, pero escudriñé todos y cada uno de sus movimientos en busca de alguna posible herida. El pulso se redujo a un ritmo normal una vez que me aseguré de que no estaba herido. Se movía con la agilidad de costumbre. Ni siquiera vi un rasguño en sus ropas.
No dirigió la mirada hacia la pared del acantilado, donde todavía permanecía petrificada de espanto mientras apilaba los miembros aún temblorosos y palpitantes; luego, los cubrió con pinaza. Sus ojos rehusaron encontrarse con los míos, atónitos, cuando se lanzó como una flecha en pos de Seth.
No había dispuesto de tiempo para recobrarme cuando los dos estuvieron de vuelta. Edward regresó con los brazos llenos con restos de Riley mientras Seth llevaba en la boca un gran trozo —el torso—. Volcaron su carga en el montón. Edward extrajo un objeto rectangular del bolsillo. Abrió el encendedor plateado de butano y aplicó la llama a la yesca seca. Prendió de inmediato y enseguida grandes lenguas de fuego anaranjadas se extendieron por la pira.
Edward llevó a Seth a un aparte y en un murmullo le pidió:
—Reúne hasta el último trozo.
El vampiro y el hombre lobo peinaron todo el campamento. De vez en cuando lanzaban trocitos de roca blanca a las llamas. Seth manejaba los trozos con los dientes. La mente no me funcionaba muy allá y era incapaz de comprender por qué no se transformaba en hombre para usar las manos.
El vampiro no apartó los ojos de su tarea.
Después de que terminaran, el fuego furioso envió al cielo una asfixiante fumarada púrpura. La densa columna de humo se enroscó despacio, aparentando una mayor consistencia. Al arder, olía como el incienso, pero luego dejaba un aroma desagradable, ya que era espeso y demasiado fuerte.
Seth volvió a proferir desde el fondo del pecho aquel sonido guasón.
Una sonrisa recorrió el tenso rostro de Edward, que estiró el brazo y cerró la mano en un puño. Seth sonrió, exhibiendo una larga hilera de dientes como cuchillas, y tocó el puño de Edward con el hocico.
—Ha sido un espléndido trabajo de equipo —murmuró Edward.
Seth soltó una risotada.
Luego, Edward respiró hondo y se volvió con lentitud para hacerme frente.
Yo no comprendía su expresión. Actuaba con la misma cautela que si yo fuera otro enemigo, más que cautela, en sus ojos leía el miedo. Él no había mostrado miedo alguno cuando se había enfrentado a Victoria y a Riley... Tenía la mente tan embotada e inútil como mi cuerpo. Le miré desconcertada.
—Bella, cariño —dijo con su voz más suave mientras caminaba hacia mí exageradamente despacio. Llevaba las manos en alto y las palmas hacia delante. Atontada como me encontraba, me recordaba a la aproximación de un sospechoso a un policía para demostrarle que no iba armado—. Bella, ¿puedes soltar la piedra, por favor? Con cuidado. No vayas a hacerte daño.
Me había olvidado por completo del arma tan tosca que empuñaba. Entonces me percaté de que el dolor de los nudillos obedecía a la fuerza con que la aferraba. ¿Me los habría vuelto a romper? Esta vez, Carlisle me iba a enyesar la mano para asegurarse de que le obedecía.
Edward se quedó a medio metro de mí, con las manos en el aire y los ojos llenos de miedo.
Necesité de muy pocos segundos para acordarme de mover los dedos. Luego, solté la piedra, que hizo ruido al caer al suelo, y mantuve la mano inmóvil en esa misma posición.
El se relajó un poco cuando me vio con las palmas vacías, pero no se acercó más.
—No te asustes, Bella —murmuró—. Estás a salvo, no voy a hacerte daño.
La desconcertante promesa sólo consiguió confundirme aún más. Le miré con fijeza, como si fuera tonta, intentando comprenderle.
—Todo va a ir bien, Bella. Sé que tienes miedo, pero la lucha ha terminado. Nadie va a hacerte daño. No voy a tocarte. No voy a lastimarte —repitió.
Parpadeé con rabia y recuperé mi voz.
—¿Por qué repites eso como un loro? —di un paso hacia él, que retrocedió ante mi avance—. ¿Qué pasa? —pregunté en voz baja—. ¿A qué te refieres?
—Tú no... —sus ojos dorados reflejaron una confusión similar a la mía—. ¿No me tienes miedo?
—¿A ti? ¿Por qué...?
Me tambaleé al dar otro paso y tropecé, lo más probable era que con mis propios pies, pero Edward me tomó en brazos. Hundí el rostro en su pecho y comencé a sollozar.
—Bella, Bella, cuánto lo lamento. Ha terminado, ha terminado.
—Estoy bien —respondí entre jadeos—. Me encuentro perfectamente, pero estoy alucinada. Dame un minuto.
Me sujetó con más fuerza.
—Cuánto lo siento —repetía una y otra vez.
Me aferré a él hasta que fui capaz de respirar y luego le besé en el pecho, los hombros y el cuello, en cualquier parte de su anatomía a la que era capaz de llegar. Poco a poco, comencé a razonar de nuevo.
—¿Te encuentras bien? —le pregunté entre uno y otro beso—. ¿Te hirió Victoria?
—Estoy muy bien —me prometió mientras enterraba el rostro entre mis cabellos.
—¿Y Seth?
Edward rió entre dientes.
—Está más que bien, de hecho, está muy orgulloso de sí mismo.
—¿Y los demás? ¿Y Alice? ¿Y Esme? ¿Y los lobos?
—Todos están sanos y salvos. El asunto también ha terminado para ellos. Todo ha ido como la seda, tal y como te prometí. La peor parte la hemos soportado nosotros.
Me concedí un instante para asimilarlo, asumirlo y dejarlo asentado de forma definitiva. Mi familia y mis amigos estaban a salvo. Victoria jamás volvería a intentar darme caza.
Se había acabado.
Todos íbamos a estar bien, pero seguía tan confusa que no era capaz de aceptar las buenas noticias.
—Dime por qué pensabas que te iba a tener miedo —insistí.
—Lo siento —repitió, disculpándose una vez más. ¿A santo de qué pedía perdón? No tenía ni idea—. Lo lamento. No quería que fueras testigo de aquello ni que me vieras a mí de esa guisa. Seguro que te he asustado.
Dediqué un minuto a darle vueltas a todo aquello, a la vacilación con que se había acercado, las manos suspendidas en el aire, como si yo estuviera a punto de echar a correr si él se movía demasiado deprisa...
—¿Lo dices en serio? —pregunté al fin—. Tú... ¿qué? ¿Te crees que me has asustado? —bufé. El bufido fue estupendo. Una voz no tiembla ni se quiebra cuando bufas. Sonó con una admirable brusquedad.
Tomó mi mentón entre los dedos y ladeó mi rostro para poderlo examinar a gusto.
—Bella... yo... acabo... —vaciló, pero luego hizo un esfuerzo para que le salieran las palabras— acabo de decapitar y desmembrar a una criatura a menos de veinte metros de ti. ¿Acaso no te ha «inquietado»?
Me puso mala cara.
Yo me encogí de hombros. El encogimiento de hombros también era algo estupendo. Muy... displicente.
—Lo cierto es que no. Sólo temía que Seth o tú resultarais heridos. Quería echar una mano, pero no había mucho que yo pudiera hacer...
Mi voz se apagó al ver sus facciones lívidas de repente.
—Sí —dijo con tono cortado—, el truquito de la piedra... ¿Sabes lo cerca que estuve de sufrir un patatús? No era precisamente una forma de facilitar las cosas.
Su mirada fulminante me dificultaba la respuesta.
—Quería ayudar, y Seth estaba herido...
—No lo estaba, Seth sólo fingía, Bella. Era una treta, y entonces tú... —sacudió la cabeza, incapaz de terminar la frase—. Seth no veía lo que hacías, por lo que tuve que tomar cartas en el asunto. Ahora está un poco contrariado por no poder reclamar una victoria en solitario.
—Seth... ¿fingía? —Edward asintió con severidad—. Vaya.
Ambos mirábamos a Seth, que nos ignoraba y contemplaba las llamas con una actitud de estudiada indiferencia. Rebosaba arrogancia en cada pelo de la pelambrera.
—¡Y yo qué sabía! —repuse, ahora a la defensiva—. No es fácil ser la única persona indefensa de por aquí. ¡Espera a que sea vampiro y verás! La próxima vez no me voy a quedar sentada para mirar desde la banda.
Una docena de sentimientos enfrentados revolotearon en su rostro antes de que mi ocurrencia le hiciera gracia.
—¿La próxima vez? ¿Prevés que va a haber otra guerra pronto?
—¿Con la suerte que yo tengo? ¿Quién sabe?
Puso los ojos en blanco, pero advertí que estaba un poco ido. Los dos nos sentíamos mareados de puro alivio. Aquello había acabado.
¿O no?
—Espera, ¿no dijiste algo antes? —me estremecí al recordar exactamente lo que había sucedido «antes». ¿Qué iba a contarle ahora a Jacob? Un dolor punzante traspasaba mi corazón, dividido con cada latido. Resultaba difícil de creer, casi imposible, pero todavía no había dejado atrás la parte más dura de ese día—. ¿A qué te referías cuando hablaste de «una pequeña complicación»? Y Alice, que había de concretar el esquema para Sam... Dijiste que le iba a andar cerca. ¿El qué?
Los ojos de Edward volaron al encuentro de los de Seth. Los dos intercambiaron una mirada cargada de significado.
—¿Y bien? —exigí saber.
—No es nada, de veras —se apresuró a decir—, pero tenemos que ponernos en marcha...
Hizo ademán de ponerme sobre sus espaldas, pero me envaré y retrocedí.
—Define «nada».
Edward tomó mi rostro entre las manos.
—Sólo tenemos un minuto, así que no te asustes, ¿vale? Insisto, no hay razón para tener miedo. Confía en mí esta vez, por favor.
Asentí en un intento de ocultar el terror que me había entrado de pronto. ¿Cuánto más era capaz de soportar antes de desmoronarme?
—No hay razón para el miedo, lo pillo.
Frunció los labios durante unos instantes mientras decidía qué contestar y luego lanzó una repentina mirada a Seth, como si éste le hubiera llamado.
—¿Y qué hace ella? —inquirió.
El lobo profirió un aullido lleno de ansiedad y preocupación que me erizó el vello de la nuca. Reinó un silencio sepulcral durante un segundo interminable. Luego, Edward dio un grito ahogado:
—¡No...!
Una de sus manos salió volando en pos de algo invisible.
—¡No!
Un espasmo sacudió el cuerpo de Seth, que lanzó un desgarrador aullido de agonía con toda la potencia de los pulmones. Edward se arrodilló al momento y aferró la cabeza del animal con ambas manos. El dolor le crispaba el gesto.
Chillé una vez, desconcertada por el pánico, y me dejé caer de rodillas junto a ellos. Como una tonta, intenté retirarle las manos de la cabeza del animal. Mis manos sudorosas resbalaron sobre su piel marmórea.
—¡Edward, Edward!
Hizo un esfuerzo manifiesto para mirarme y dejar de apretar los dientes.
—Está bien. Vamos a estar perfectamente... —se calló y se estremeció una vez más.
—¿Qué ocurre? —chillé mientras Seth aullaba de angustia.
—Estamos bien. Vamos a estar perfectamente... —repitió jadeando—. Sam le... ayudó...
Comprendí que no hablaba de sí mismo ni de Seth en cuanto mencionó el nombre de Sam. Ninguna fuerza invisible los atacaba. Esta vez, la crisis no estaba allí.
Estaba usando el plural propio de la manada.
Había agotado toda mi adrenalina. No me quedaba ni una gota. Se me doblaron las piernas y no me caí porque Edward saltó para sostenerme en sus brazos antes de que me golpeara contra las piedras.
—¡Seth! —bramó Edward.
El lobo estaba agazapado, tenso por el dolor, y parecía a punto de echar a correr al bosque.
—¡No! Ve directamente a casa ahora mismo —le ordenó—. ¡Lo más deprisa posible!
Seth gimoteó y sacudió su cabezota de un lado para otro.
—Confía en mí, Seth.
El enorme lobo contempló los torturados ojos de Edward durante un momento interminable antes de enderezarse y echar a correr entre los árboles del bosque, donde desapareció como un fantasma.
Edward me acunó con fuerza contra su pecho y luego avanzó como un bólido por la espesura en sombras, siguiendo un camino diferente al del lobo.
—¿Qué ha ocurrido, Edward? ¿Qué le ha pasado a Sam? —me esforcé para que las palabras pasaran por mi garganta inflamada—. ¿Adonde vamos? ¿Qué es lo que ocurre?
—Debemos volver al claro —me dijo en voz baja—. Sabíamos que existía la posibilidad de que esto ocurriera. Alice lo vio a primera hora de la mañana y se lo dijo a Sam para que se lo transmitiera a Seth. Los Vulturis han decidido que ha llegado la hora de intervenir.
Los Vulturis.
Eso era demasiado. Mi mente se negó a encontrarle sentido a las palabras y fingió no comprenderlas.
Pasamos dando tumbos junto a los árboles. Corríamos cuesta abajo tan deprisa que me daba la impresión de caer en picado, fuera de control.
—No te asustes. No vienen a por nosotros. Se trata sólo del contingente habitual de la guardia que se encarga de limpiar esta clase de líos, o sea, no es nada de capital importancia. Simplemente están haciendo su trabajo. Parecen haber medido de manera muy oportuna el momento de su llegada, por supuesto, lo cual me lleva a creer que nadie en Italia habría lamentado que los neófitos hubieran reducido las dimensiones del clan Cullen —habló entre dientes con voz triste y dura—. Sabré qué piensan a ciencia cierta en cuanto lleguen al claro.
—¿Ésa es la razón por la que regresamos? —susurré.
¿Sería yo capaz de manejar aquella situación? Imágenes de criaturas con ropajes negros se arrastraron a mi mente, poco proclive a aceptarlas, y logré echarlas, pero estaba al límite de mis fuerzas.
—Forma parte del motivo, pero sobre todo, es porque va a ser más seguro presentar un frente unido. No tienen ninguna razón para hostigarnos, pero Jane está con ellos, y podría tener tentaciones si sospecha que estamos solos en algún lugar alejado del resto. Lo más probable es que ella suponga que estoy contigo. Demetri la acompaña, por supuesto, y él es capaz de localizarme si ella se lo pide.
No quería pensar en ese nombre. No deseaba ver en mi mente aquel rostro infantil de cegadora belleza. Un extraño sonido de ahogo se escapó de mi garganta.
—Calla, Bella, calla. Todo va a salir bien. Alice lo ha visto.
Si Alice lo había visto, ¿dónde estaban los lobos? ¿Dónde se encontraba la manada?
—¿Y qué ocurre con el grupo de Sam?
—Han tenido que huir a toda prisa. Los Vulturis no respetan los tratos con los licántropos.
Oí cómo se aceleraba mi respiración. No podía controlarla y empecé a jadear.
—Te juro que van a estar bien —me prometió Edward—. Los Vulturis no van a reconocer el olor ni van a percatarse de la intervención de los lobos. No se hallan muy familiarizados con la especie. La manada estará a salvo.
Fui incapaz de asimilar esa explicación. Mis temores habían hecho jirones mi capacidad de concentración. «Vamos a estar perfectamente», había dicho hacía un momento, pero Seth había aullado de dolor. Edward había evitado mi primera pregunta, había distraído mi atención hablando de los Vulturis...
Estaba cerca, muy cerca, rozaba la verdad con la yema de los dedos.
Cuando pasábamos cerca de ellos a la carrera, los árboles eran un borrón y fluían a nuestro alrededor como agua de color jade.
—¿Qué ocurría antes, cuando Seth se puso a aullar? —insistí. Edward vaciló—. ¡Dímelo, Edward!
—Todo ha terminado —respondió tan bajito que apenas pude oírle por encima del viento generado por su velocidad—. Los lobos no se conformaron con su parte. Pensaron que los tenían a todos y, por supuesto, Alice no pudo verlo.
—¿Qué ha pasado?
—Leah localizó a un neófito escondido y fue lo bastante estúpida y presuntuosa como para querer demostrar algo..., y se enzarzó en una lucha en solitario...
—Leah —repetí; estaba demasiado débil para avergonzarme de la sensación de alivio que me inundó—. ¿Va a recuperarse?
—Leah no ha resultado herida —farfulló él.
Me quedé mirándole durante un segundo. «Sam le ayudó», había dicho Edward, que en ese instante se había quedado con la vista fija en el cielo. Seguí la dirección de su mirada. Una nube púrpura se enganchaba a las ramas de los árboles. La visión me extrañó, pues era un día desacostumbradamente soleado. No, no era una nube. Identifiqué la textura de la densa columna de humo por su similitud a la de nuestro campamento.
—Edward, alguien está herido, ¿verdad? —pregunté con voz casi inaudible.
—Sí —susurró.
—¿Quién? —pregunté, y lo hice a pesar de conocer la respuesta, por supuesto que sí.
Claro que la sabía. Por descontado.
Los árboles empezaron a pasar más despacio a nuestro alrededor a medida que llegábamos a nuestro destino.
Él necesitó de un buen rato antes de contestarme.
—Jacob —dijo.
Fui capaz de asentir una vez.
—Por supuesto —susurré.
Solté el borde de la consciencia al que me había aferrado con uñas y dientes hasta ese momento.
Todo se volvió negro.
El contacto de dos manos heladas en mi piel fue lo primero de lo que volví a ser consciente. Eran más de dos manos. Unos brazos me sostenían, alguien curvó la palma de la mano para acomodarla a mi mejilla, unos dedos acariciaban mi frente mientras que otros presionaban suavemente a la altura de la muñeca. Luego, tomé conciencia de las voces, al principio, era un simple zumbido, pero fueron creciendo en volumen y claridad como si alguien hubiera subido el botón de la radio.
—Lleva así cinco minutos, Carlisle.
La voz de Edward sonaba ansiosa.
—Recobrará el sentido cuando esté preparada, Edward —respondio el interpelado con la calma y aplomo habituales—. Hoy ha tenido que pasar las de Caín. Dejemos que la mente se proteja.
Pero no tenía el pensamiento a salvo del dolor, sino atrapado por éste, ya que formaba parte de la negrura de la inconsciencia.
Me sentía desconectada del cuerpo, como si estuviera confinada en un rincón de mi propia mente, pero sin estar ya al frente de los mandos, y no podía hacer nada al respecto, ni pensar. El tormento era demasiado fuerte para eso. No había escapatoria posble.
Jacob.
Jacob.
Jacob.
No, no, no, no...
—¿Cuánto tiempo tenemos, Alice? —inquirió Edgard con voz aún tensa, evidenciando el escaso efecto de las palabras tranquilizadoras de Carlisle.
—Otros cinco minutos —la voz chispeante y alegre de Alice sonó aún más distante—. Bella abrirá los jos dentro de treinta y siete segundos. No tengo duda alguna de que ya nos escucha.
—Bella, cielo, ¿me oyes? —ésa era la dulce y reconfortante voz de Esme—. Ya estás a salvo, cariño.
Sí, yo estaba a salvo. Pero ¿acaso eso importaba de verdad?
Noté en ese momento unos fríos labios en el oído y Edward pronunció las palabras que me permitieron escapar del padecimiento que me encerraba en mi propia mente.
—Vivirá, Bella. Jacob Black se está recuperando mientras hablo. Se va a poner bien.
Hallé el camino para volver a mi cuerpo en cuanto cesaron el dolor y el pánico. Pestañeé.
—Bella.
Edward suspiró de alivio y tocó mis labios con los suyos.
—Edward —susurré.
—Sí, estoy aquí.
Hice un esfuerzo por abrir los párpados y contemplar sus pupilas doradas.
—¿Está bien Jacob?
—Sí —me prometió.
Estudié sus ojos con detenimiento en busca de algún indicio de que sólo pretendiera aplacarme, pero eran de una transparencia absoluta.
—Le examiné yo mismo —intervino entonces Carlisle. Me volví para ver su rostro a escasa distancia. La expresión de Carlisle era seria y tranquilizadora a un tiempo. Era imposible dudar de él—. Su vida no corre peligro. Sana a una velocidad increíble, aunque sus heridas eran lo bastante graves como para que hubiera necesitado varios días para volver a la normalidad, aun cuando se mantuviera constante el ritmo de sanación. Haré cuanto esté en mi mano por ayudarle en cuanto hayamos terminado aquí. Sam intenta hacerle volver a su forma humana para que resulte más fácil tratarle —Carlisle esbozó una leve sonrisa—. Nunca he ido a una facultad de Veterinaria.
—¿Qué le ha ocurrido? —pregunté con un hilo de voz—. ¿Qué gravedad revisten las heridas de Jake?
El rostro de Carlisle volvió a ser serio.
—Había otro lobo en apuros...
—Leah —musité.
—Sí. La apartó del camino del neófito, pero no tuvo tiempo de defenderse y el converso le astilló la mitad de los huesos del cuerpo.
Me estremecí.
—Sam y Paul acudieron a tiempo. Ya estaba mucho mejor cuando le llevaban de regreso a La Push.
—Pero ¿se va a recuperar del todo?
—Sí, Bella. No sufrirá daños permanentes.
Respiré hondo.
—Tres minutos —dijo Alice en voz baja.
Forcejeé para ponerme en pie. Edward comprendió mi intención y me ayudó a incorporarme.
Contemplé la escena que se ofrecía delante de mí.
Los Cullen permanecían en un holgado semicírculo alrededor de una hoguera donde, aunque se veían pocas llamas, la humareda púrpura era densa, casi negra, y flotaba encima de la reluciente hierba como si fuera una enfermedad. El más cercano a aquella neblina de apariencia casi sólida era Jasper, por lo que su piel relucía al sol con menor intensidad que la del resto. Estaba de espaldas a mí, con los hombros tensos y los brazos ligeramente extendidos. Cerca de él había algo sobre lo que se agachaba con suma precaución.
Estaba demasiado aturdida como para sentir algo más que una leve sorpresa al comprender de qué se trataba.
En el claro había ocho vampiros.
La chica apretaba contra el cuerpo las piernas, enlazadas por los brazos, hasta aovillarse en una bola junto a las llamas. Era muy joven, más que yo. Tendría unos quince años, pelo oscuro y complexión menuda. No me quitaba la vista de encima. El iris de sus ojos era de un rojo sorprendente por lo intenso, mucho más que el de Riley, casi refulgía. Esos ojos daban vueltas, fuera de control.
Edward vio mi expresión de aturdimiento.
—Se rindió —me explicó en voz baja—. Nunca antes había visto algo parecido. Sólo a Carlisle se le ocurriría aceptar la oferta. Jasper no lo aprueba.
No fui capaz de separar la vista de la escena que se desarrollaba junto al fuego. Jasper se frotaba el antebrazo izquierdo con aire ausente.
—¿Le pasa algo a Jasper? —susurré.
—Está bien, pero le escuece el veneno.
—¿Le han mordido? —pregunté, horrorizada.
—Pretendía estar en todas partes al mismo tiempo, sobre todo para asegurarse de que Alice no tenía nada que hacer —Edward meneó la cabeza—. Ella no necesita la ayuda de nadie.
Alice dedicó un mohín a su amado.
—Tontorrón sobreprotector.
De pronto, la chica joven echó hacia atrás la cabeza, y aulló con estridencia.
Jasper le gruñó y ella retrocedió, pero hundió los dedos en el suelo como si fueran garras y giró la cabeza a derecha e izquierda con angustia. Jasper dio un paso hacia ella, que se acuclilló más. Edward se movió con exagerada tranquilidad mientras giraba nuestros cuerpos de tal modo que él quedaba situado entre ella y yo. Me asomé por encima de su hombro para ver a la apaleada chica y a Jasper.
Carlisle apareció enseguida junto a Jasper y le puso una mano en el hombro.
—¿Has cambiado de idea, jovencita? —le preguntó Carlisle con su flema habitual—. No tenemos especial interés en acabar contigo, pero lo haremos si no eres capaz de controlarte.
—¿Cómo podéis soportarlo? —gimió la chica con voz alta y clara—. La quiero.
Concentró el encendido iris rojo en Edward, a quien traspasó con la mirada para llegar hasta mí. Volvió a hundir las uñas en el duro suelo.
—Has de refrenarte —insistió Carlisle con gravedad—. Debes ejercitar tu autocontrol. Es posible y es lo único que puede salvarte ahora.
La muchacha se aferró la cabeza con las manos, encostradas de suciedad, y se puso a gemir.
Sacudí el hombro de Edward para atraer su atención y pregunté:
—¿No deberíamos alejarnos de ella?
Al oír mi voz, la muchacha retiró los labios por encima de los dientes y adoptó una expresión atormentada.
—Tenemos que permanecer aquí —murmuró Edward—. Ellos están a punto de entrar en el claro por el lado norte.
Mi corazón se desbocó mientras examinaba la linde del claro, sin que viera otra cosa que la densa cortina de humo. Mis pupilas regresaron a la neófita después de unos segundos de búsqueda infructuosa; seguía mirándome con ojos enloquecidos.
Le sostuve la mirada durante un largo momento. Los cabellos negros cortados a la altura de la barbilla le realzaban el rostro de alabastro blanco. Era difícil definir como hermosas sus facciones, crispadas y deformadas por la rabia y la sed. Los salvajes ojos rojos eran dominantes, hasta el punto de que resultaba imposible apartar de ellos la mirada. Me contempló con despiadada obsesión. Se estremecía y se retorcía cada pocos segundos.
Me quedé observando a la muchacha, boquiabierta, preguntándome si no estaría contemplando mi futuro en un espejo.
Entonces, Carlisle y Jasper comenzaron a retroceder hacia nuestra posición. Emmett, Rosalie y Esme convergieron a toda prisa hacia la posición que ocupábamos Edward, Alice y yo para presentar un frente unido, como había dicho Edward, conmigo en el centro, la posición más segura.
Dividí mi atención entre la neófita salvaje y la búsqueda de los monstruos, cuya llegada era inminente.
Aún no había nada que ver. Lancé una mirada a Edward, cuyos ojos se clavaban en el horizonte sin pestañear. Intenté seguir la dirección de sus pupilas, pero no hallé más que el denso humo de olor aceitoso que culebreaba sin prisa a poca altura, alzándose con pereza para ondular encima de la hierba.
La humareda se extendió por la parte delantera y se oscureció en el centro. Entonces, una voz apagada surgió del interior de la misma.
—Aja.
Reconocí esa nota de apatía de inmediato.
—Bienvenida, Jane —saludó Edward con un tono distante pero cortés.
Las siluetas oscuras se acercaron. Los contornos se hicieron más nítidos al salir del humazo. Sabía que Jane iba al frente gracias a la capa oscura, casi negra, y a que era la figura de menor talla por casi sesenta centímetros, aunque apenas podía distinguir sus rasgos angelicales bajo la sombra de la capucha.
También me resultaban familiares las cuatro enormes figuras envueltas en atavíos grises que marchaban detrás de ella. Estaba segura de conocer a la que avanzaba en primer lugar. Félix alzó los ojos mientras yo intentaba confirmar mi sospecha. Echó hacia atrás la capucha levemente para que pudiera ver cómo me sonreía y me guiñaba el ojo. Edward, inmóvil por completo, me mantenía a su lado y agarraba mi mano con fuerza.
La mirada de Jane recorrió poco a poco los luminosos rostros de los Cullen antes de caer sobre la neófita, que seguía junto al fuego con la cabeza entre las manos.
—No lo comprendo —la voz de Jane aún sonaba aburrida, pero no parecía tan desinteresada como antes.
—Se ha rendido —le explicó Edward para deshacer la posible confusión de la vampiro, cuyos ojos volaron con rapidez a las facciones de Edward.
—¿Rendido?
Félix y otra de las sombras intercambiaron una fugaz mirada. Edward se encogió de hombros.
—Carlisle le dio esa opción.
—No hay opciones para quienes quebrantan las reglas —zanjó ella, tajante.
Carlisle habló entonces con voz suave.
—Está en vuestras manos. No vi necesario aniquilarla en tanto en cuanto se mostró voluntariamente dispuesta a dejar de atacarnos. Nadie le ha enseñado las reglas.
—Eso es irrelevante —insistió Jane.
—Como desees.
Jane clavó sus ojos en Carlisle con consternación. Sacudió la cabeza de forma imperceptible y luego recompuso las facciones.
—Aro deseaba que llegáramos tan al oeste para verte, Carlisle. Te envía saludos.
El aludido asintió.
—Os agradecería que le transmitierais a él los míos.
—Por supuesto —Jane sonrió. Su rostro era aún más adorable cuando se animaba. Volvió la vista atrás, hacia el humo—. Parece que hoy habéis hecho nuestro trabajo... —su mirada pasó a la cautiva—. Bueno, casi todo. Sólo por curiosidad profesional, ¿cuántos eran? Ocasionaron una buena oleada de destrucción en Seattle.
—Dieciocho, contándola a ella —contestó Carlisle.
Jane abrió unos ojos como platos y contempló las llamas una vez más; parecía evaluar el tamaño de la hoguera. Félix y la otra sombra intercambiaron una mirada más prolongada.
—¿Dieciocho? —repitió. La voz sonó insegura por vez primera.
—Todos recién salidos del horno —explicó Carlisle con desdén—. Ninguno estaba cualificado.
—¿Ninguno? —la voz de Jane se endureció—. Entonces, ¿quién los creó?
—Se llamaba Victoria —respondió Edward, sin rastro de emoción en la voz.
—¿Se llamaba?
Edward ladeó la cabeza hacia la zona este del bosque. La mirada de Jane se concentró enseguida en la lejanía, quizás en la otra columna de humo, pero no aparté la vista para verificarlo.
Jane se quedó observando ese lugar durante un buen rato y luego examinó la hoguera cercana una vez más.
—La tal Victoria... ¿Se cuenta aparte de estos dieciocho?
—Sí. Iba en compañía de otro vampiro, que no era tan joven como éstos, pero no tendría más de un año.
—Veinte —musitó Jane—. ¿Quién acabó con la creadora?
—Yo —contestó Edward.
Jane entrecerró los ojos y se volvió hacia la neófita próxima a las llamas.
—Eh, tú —ordenó con voz más severa que antes—, ¿cómo te llamas?
La joven le lanzó una mirada torva a Jane al tiempo que fruncía con fuerza los labios.
Jane le devolvió una sonrisa angelical.
La neófita reaccionó con un aullido ensordecedor. Su cuerpo se arqueó con rigidez hasta quedar en una postura antinatural y forzada. Desvié la mirada y sentí la urgencia de taparme las orejas.
Apreté los dientes con la esperanza de contener las náuseas. El chillido se intensificó. Intenté concentrarme en el rostro de Edward, tranquilo e indiferente, pero eso me hizo recordar que él mismo había sido sometido a la mirada atormentadora de Jane, y me puse fatal. Miré a Alice, y a Esme, que estaba a su lado, pero tenían un rostro tan carente de expresión como el de Edward.
Al final, ella se calló.
—¿Cómo te llamas? —exigió Jane. Su voz no tenía la menor entonación.
—Bree —respondió ella entrecortadamente.
Jane esbozó una sonrisa y la chica volvió a gritar. Contuve el aliento hasta que cesó el grito de dolor.
—Ella va a contarte todo lo que quieras saber —le soltó Edward entre dientes—. No es necesario que hagas eso.
Jane alzó los ojos, chispeantes a pesar de que solían ser inexpresivos.
—Ya lo sé —le contestó a Edward, a quien sonrió antes de volverse hacia la joven neófita, Bree.
—¿Es cierto eso, Bree? —dijo Jane, otra vez con gran frialdad—. ¿Erais veinte?
La muchacha yacía jadeando con el rostro apoyado sobre el suelo. Se apresuró a responder.
—Diecinueve o veinte, quizá más, ¡no lo sé! —se encogió, aterrada de que su ignorancia le acarreara otra nueva sesión de tortura—. Sara y otra cuyo nombre no conozco se enzarzaron en una pelea durante el camino...
—Y esa tal Victoria... ¿Fue ella quien os creó?
—Y yo qué sé —se estremeció de nuevo—. Riley nunca nos dijo su nombre y esa noche no vi nada... Estaba oscuro y dolía —Bree tembló—. Él no quería que pensáramos en ella. Nos dijo que nuestros pensamientos no eran seguros...
Jane se volvió para mirar a Edward y luego concentró su interés en Bree.
Victoria lo había planeado bien. Si no hubiera seguido a Edward, no habría habido forma de saber con certeza que estaba involucrada...
—Habíame de Riley —continuó Jane—. ¿Por qué os trajo aquí?
—Nos dijo que debíamos destruir a los raros esos de ojos amarillos —parloteó Bree de buen grado—. Según él, iba a ser pan comido. Nos explicó que la ciudad era suya y que los de los ojos amarillos iban a venir a por nosotros. Toda la sangre sería para nosotros en cuanto desaparecieran. Nos dio su olor —Bree alzó una mano y hendió el aire con el dedo en mi dirección—. Dijo que identificaríamos al aquelarre en cuestión gracias a ella, que estaría con ellos. Prometió que ella sería para el primero que la tomara.
A mi lado sonó el chasquido de mandíbulas de Edward.
—Parece que Riley se equivocó en lo relativo a la facilidad —observó Jane.
Bree asintió. Parecía aliviada de que la conversación discurriera por derroteros indoloros.
—No sé qué ocurrió. Nos dividimos, pero los otros no volvieron. Riley nos abandonó, y no volvió para ayudarnos como había prometido. Luego, la pelea fue muy confusa y todos acabaron hechos pedazos —se volvió a estremecer—. Tenía miedo y quería salir pitando. Ese de ahí —continuó mientras miraba a Carlisle— dijo que no me haría daño si dejaba de luchar.
—Aja, pero no estaba en sus manos ofrecer tal cosa, jovencita —murmuró Jane con voz extrañamente gentil—. Quebrantar las reglas tiene consecuencias.
Bree la miró con fijeza sin comprender.
Jane contempló a Carlisle.
—¿Estáis seguros de haber acabado con todos? ¿Dónde están los otros?
El rostro de Carlisle denotaba una gran seguridad cuando asintió.
—También nosotros nos dividimos.
Jane esbozó una media sonrisa.
—No he de ocultar que estoy impresionada —las grandes sombras situadas a su espalda asintieron para demostrar que estaban de acuerdo con ella—. Jamás había visto a un aquelarre escapar sin bajas de un ataque de semejante magnitud. ¿Sabéis qué hay detrás del mismo? Parece un comportamiento muy extremo, máxime si consideramos el modo en que vivís aquí. ¿Por qué la muchacha es la clave?
Sin querer, sus ojos descansaron en mí durante unos segundos. Tuve un escalofrío.
—Victoria guardaba rencor a Bella —le explicó Edward, imperturbable.
Jane se carcajeó. El sonido era áureo, como la burbujeante risa de una niña feliz.
—Esto parece provocar las reacciones más fuertes y desmedidas de nuestra especie —apuntó mientras me miraba directamente con una sonrisa en su angelical rostro.
Edward se envaró. Le miré a tiempo de verle girar el rostro hacia Jane.
—¿Tendrías la bondad de no hacer eso? —le pidió con voz tensa.
Jane se echó a reír con indulgencia.
—Sólo era una prueba. Al parecer, no sufre daño alguno.
Tuve otro temblor y agradecí que mi organismo no hubiera corregido el fallo técnico que me había protegido de Jane la última vez que nos vimos. Edward me aferró con más fuerza.
—Bueno, parece que no nos queda mucho por hacer. ¡Qué raro! —dijo Jane mientras la apatía se filtraba otra vez en su voz—. No estamos acostumbrados a desplazarnos sin necesidad. Ha sido un fastidio perdernos la pelea. Da la impresión de que habría sido un espectáculo entretenido.
—Sí —saltó Edward con acritud—, y eso que estabais muy cerca. Es una verdadera lástima que no llegarais media hora antes. Quizás entonces podríais haber realizado vuestro trabajo al completo.
La firme mirada de Jane se encontró con la de Edward.
—Sí. Qué pena que las cosas hayan salido así, ¿verdad?
Edward asintió una vez para sí mismo, con sus sospechas confirmadas.
Jane se giró para contemplar a la neófita una vez más. Su rostro era de una apatía absoluta.
—¿Félix? —llamó arrastrando las palabras.
—Espera —intervino Edward.
Jane enarcó una ceja, pero Edward miraba a Carlisle mientras hablaba a toda prisa.
—Podemos explicarle las reglas a la joven. No parecía mal predispuesta a aprenderlas. No sabía lo que hacía.
—Por descontado —respondió Carlisle—. Estamos preparados para responsabilizarnos de Bree.
La vampiro se encontró dividida entre la incredulidad y la diversión.
—No hacemos excepciones ni damos segundas oportunidades —repuso—. Es malo para nuestra reputación, lo cual me recuerda... —de pronto, volvió a mirarme y su rostro de querubín se llenó de hoyuelos al sonreír—. Cayo estará muy interesado en saber que sigues siendo humana, Bella. Quizá decida hacerte una visita.
—Se ha fijado la fecha —le dijo Alice, hablando por vez primera—. Quizá vayamos a visitaros dentro de unos pocos meses.
La sonrisa de Jane se desvaneció y se encogió de hombros con indeferencia sin mirar a Alice. Se encaró con Carlisle:
—Ha estado bien conocerte, Carlisle... Siempre creí que Aro había exagerado. Bueno, hasta la próxima...
Carlisle asintió con expresión apenada.
—Encárgate de eso, Félix —ordenó Jane al tiempo que señalaba a Bree con la cabeza. Su voz sonaba cada vez más aburrida—. Quiero volver a casa.
—No mires —me susurró Edward al oído.
Era la única orden que tenía ganas de obedecer. Había visto más que de sobra para un solo día, y para toda una vida. Apreté los párpados con fuerza y giré el rostro hacia el pecho de Edward, pero...
...todavía oía.
Resonó un gruñido hondo y sordo y luego un aullido agudísimo que ya me empezaba a resultar horriblemente familiar. El grito se apagó enseguida, y luego sólo se oyeron los escalofriantes sonidos del aplastamiento y la desmembración.
Edward me acarició los hombros con ansiedad.
—Vamos —conminó Jane.
Alcé los ojos a tiempo de ver cómo las espaldas cubiertas por los grandes ropones grises se dirigían hacia los zarcillos de humo. El olor a incienso volvió a ser intenso...
...reciente.
Las sombrías vestiduras se desvanecieron en la espesa humareda.

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