ÍNDICE
Stephenie Meyer
Luna Nueva
Para mi padre, Stephen Morgan.
Nadie ha recibido más afecto
ni un apoyo tan incondicional
como el que tú me has dado.
Yo también te quiero.
Los
placeres violentos terminan en la violencia,
y
tienen en su triunfo su propia muerte, del mismo modo
que
se consumen el fuego y la pólvora
en
un beso voraz.
Romeo y Julieta, acto II, escena VI
Prefacio
Me
sentía atrapada en una de esas pesadillas aterradoras en las que tienes que
correr, correr hasta que te arden los pulmones, sin lograr desplazarte nunca a
la velocidad necesaria. Las piernas parecían moverse cada vez más despacio
mientras me esforzaba por avanzar entre la multitud indiferente, pero aun así,
las manecillas del gran reloj de la torre seguían avanzando, no se detenían;
inexorables e insensibles se aproximaban hacia el final, hacia el final de
todo.
Pero
esto no era un sueño y, a diferencia de las pesadillas, no corría para salvar
mi vida; corría para salvar algo infinitamente más valioso. En ese momento,
incluso mi propia vida parecía tener poco significado para mí.
Alice
había predicho que existían muchas posibilidades de que las dos muriéramos
allí. Tal vez el resultado habría sido bien diferente si aquel sol deslumbrante
no la hubiera retenido, de modo que sólo yo era libre de cruzar aquella plaza
iluminada y atestada de gente.
Y no
podía correr lo bastante rápido...
... por
lo que no me importaba demasiado que estuviéramos rodeados por nuestros
enemigos, extraordinariamente poderosos. Supe que era demasiado tarde cuando el
reloj comenzó a dar la hora y sus campanadas hicieron vibrar el enlosado que
pisaban mis pies —demasiado lentos—. Entonces me alegré de
que más de un vampiro ávido de sangre me estuviera esperando por los
alrededores. Si esto salía mal, a mí ya no me quedarían deseos de seguir
viviendo.
El
reloj siguió dando la hora mientras el sol caía a plomo en la plaza desde el
centro exacto del cielo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario