El
tiempo comenzó a transcurrir mucho más deprisa de lo que lo había hecho hasta
ese momento. El instituto, el trabajo y Jacob —no necesariamente en ese orden—
trazaron un camino a seguir nítido y sencillo, y Charlie vio cumplido su deseo:
dejé de estar abatida. Por supuesto, no me engañaba del todo, no podía ignorar
las consecuencias de mi comportamiento cuando me detenía a hacer un balance de
mi vida, lo cual procuraba que no sucediera a menudo.
Yo era
como una luna perdida —una luna cuyo planeta había resultado destruido, igual
que en algún guión de una película de cataclismos y catástrofes— que, sin
embargo, había ignorado las leyes de la gravedad para seguir orbitando
alrededor del espacio vacío que había quedado tras el desastre.
Empecé
a mejorar montando en moto, y eso significaba unos cuantos vendajes menos con
los que preocupar a Charlie, pero también el debilitamiento de la voz que me
hablaba, hasta que al fin ya no la oí. Me sumí en un silencioso pánico. Me
lancé con frenética desesperación a la búsqueda del prado y me devané los sesos
para encontrar otras actividades que produjeran adrenalina.
No me
fijaba en los días transcurridos —no había motivo alguno para que lo hiciera—,
sino que intentaba vivir el presente al máximo, sin olvidar el pasado ni
dificultar la llegada del futuro, por eso me sorprendió la fecha
cuando Jacob la sacó a colación durante uno de nuestros sábados de estudio.
Estaba delante de su casa esperando a que detuviera el coche.
—Feliz
día de San Valentín —dijo Jacob con una sonrisa pero, al mismo tiempo,
agachando la cabeza.
Me
tendió una pequeña caja rosa que se balanceó sobre la palma de su mano. Eran
los típicos caramelos con forma de corazón.
—Jo, me
siento como una gilipollas —farfullé—. ¿Hoy es San Valentín?
Jacob
asintió con la cabeza con fingida tristeza.
—Mira
que a veces puedes estar en la inopia. Sí, hoy es catorce de febrero. Entonces,
¿vas a ser mi enamorada el día de hoy? Dado que no tienes una cajita de
caramelos de cincuenta centavos, es lo menos que puedes hacer.
Comencé
a sentirme incómoda. Estaba hablando de guasa, pero sólo en apariencia.
—¿Qué
implica eso exactamente? —pregunté para intentar salirme por la tangente.
—Lo de
siempre... Que seas mi esclava de por vida, y ese tipo de cosas.
—Ah,
bueno, si es sólo eso...
Me tomé
un dulce a la espera de idear la manera de dejar claros los límites. Una vez
más. Parecían volverse muy, muy difusos con Jacob.
—Bueno,
¿qué vamos a hacer mañana? ¿Senderismo o una visita a urgencias?
—Senderismo
—decidí—. No eres el único capaz de obsesionarse con algo. Empiezo a creer que
me he imaginado ese prado... —torcí el gesto al mencionar el lugar.
—Lo
encontraremos —me aseguró—. Motos el viernes, ¿hace?
Entonces
vi la ocasión y me lancé a ella sin pensarlo dos veces.
—El
viernes voy a ir al cine. Siempre se lo estoy prometiendo a mis compis de la
cafetería.
A Mike
le iba a encantar...
...
pero a Jacob se le descompuso el rostro y atisbé la decepción en sus oscuros
ojos antes de que clavara la mirada en el suelo.
—Tú
también vendrás, ¿no? —me apresuré a añadir—. ¿O será para ti un latazo soportar
a un grupo de aburridos estudiantes de último año?
De ese
modo, aproveché la ocasión para marcar una cierta distancia entre los dos. No
soportaba la idea de hacer daño a Jacob. Existía cierta conexión entre
nosotros, aunque fuera de un modo peculiar, y su pena me dolía. Además, la idea
de disfrutar de su compañía durante el calvario —le había prometido a Mike lo
del cine, pero no me hacía demasiada gracia la idea de llevarlo a cabo—
resultaba también una tentación.
—¿Te
apetece que vaya yo... con tus amigos?
—Sí
—admití con franqueza, y continué con unas palabras que eran como pegarme un
tiro en el pie—: Me divertiré mucho más si vienes tú. Invita a Quil, haremos
una fiesta.
—Quil
va a flipar. ¡Chicas del último curso!
Soltó
una carcajada y puso los ojos en blanco. Ninguno de los dos mencionamos a
Embry. Yo también me reí.
—Intentaré
llevarle un grupo variado.
Le
saqué a colación el tema a Mike cuando terminó la clase de Lengua y Literatura:
—Eh,
Mike, ¿tienes libre este viernes por la noche?
Alzó
los ojos azules en los que de inmediato relampagueó la esperanza.
—Sí,
así es. ¿Quieres salir?
Formulé
mi respuesta con sumo cuidado.
—Estaba
pensado en formar un grupo para ir a ver Crosshairs —enfaticé la palabra
«grupo». Esta vez había hecho los deberes e incluso me había leído los
resúmenes de las películas para asegurarme de que no me iban a pillar
desprevenida. Se suponía que dicho largometraje era un baño de sangre de
principio a fin. No me había recuperado hasta el punto de poder aguantar
sentada la visión de una película de amor—. ¿A que suena divertido?
—Sí
—coincidió, visiblemente menos interesado.
—Guay.
Pareció
recuperar su nivel de entusiasmo del principio al cabo de un momento y propuso:
—¿Qué
te parece si invitamos a Angela y a Ben? ¿O a Eric y Katie?
Al
parecer, se proponía convertir aquello en una especie de doble cita.
—¿Y qué
tal si vienen todos? —sugerí—, y Jessica también, por supuesto. Y Tyler, y
Conner, y tal vez Lauren —añadí a regañadientes. Le había prometido variedad a
Quil.
—Vale
—musitó Mike con frustración.
—Además
—proseguí—, cuento con un par de amigos de La Push a los que voy a invitar, por
lo que parece que vamos a necesitar tu Suburban si acude todo el mundo.
Mike
entrecerró los ojos con recelo.
—¿Son
ésos los amigos con los que ahora te pasas todo el tiempo estudiando?
—Sí,
los mismos —respondí con desenfado—, aunque considéralo más bien unas clases
particulares... Sólo son de segundo...
—Ah
—repuso Mike, sorprendido, y sonrió después de considerarlo unos instantes.
Sin
embargo, al final no se necesitó el Suburban de Mike.
Jessica
y Lauren se disculparon alegando estar ocupadas en cuanto Mike dejó entrever
que yo andaba de por medio. Eric y Katie ya tenían planes —celebraban el
aniversario de sus tres semanas, o algo parecido—. Lauren se adelantó a Mike a
la hora de hablar con Tyler y Conner, por lo que ambos estaban muy ocupados.
Incluso Quil quedó descartado, castigado por pelearse en el instituto. Al
final, sólo podían ir Angela, Ben y, por supuesto, Jacob.
Pese a
todo, la escasa participación no disminuyó las expectativas de Mike. No sabía
hablar de otra cosa que no fuera la salida del sábado.
—¿Estás
segura de que no prefieres ir a ver Tomorrow and Forever?—preguntó
durante el almuerzo, refiriéndose a la comedia romántica de moda que encabezaba
la taquilla—. En la página web Rotten Tomatoes la ponen mejor.
—Prefiero
ver Crosshairs —insistí—. Me apetece ver un
poco de acción, busco algo de vísceras y sangre —Mike giró la cabeza en otra
dirección, pero no antes de que pudiera ver su expresión, que decía: «Pues sí,
está loca».
Un
vehículo muy conocido estaba aparcado delante de mi casa cuando llegué después
del instituto. Jacob permanecía apoyado en el capó. Una enorme sonrisa le
iluminaba el rostro.
—¡Increíble!
—grité mientras salía del coche de un salto—. ¡Lo has acabado! ¡No me lo puedo
creer! ¡Has terminado el Volkswagen Golf!
Esbozó
una sonrisa radiante.
—Esta
misma noche... Éste es el viaje inaugural.
Alcé la
mano para que chocara esos cinco. Y lo hizo, pero dejó allí la suya y retorció
sus dedos a través de los míos.
—Así
pues..., ¿conduzco yo esta noche?
—Segurísimo
—contesté, y luego suspiré.
—¿Qué
ocurre?
—Me
rindo... No puedo superar esto. Tú ganas. Eres el mayor.
Se
encogió de hombros sin sorprenderse por mi capitulación y contestó:
—Naturalmente
que lo soy.
El
Suburban dobló la esquina dando resoplidos. Yo retiré mi mano de la de Jacob,
pero Mike nos vio y puso una cara que fingí no advertir.
—Recuerdo
a ese tío —dijo Jacob con un hilo de voz mientras Mike aparcaba al otro lado de
la calle—. Es el que se creía que eras su novia. ¿Sigue confundido?
Enarqué
una ceja.
—Hay
gente inasequible al desaliento.
—Puede
que no —repuso Jacob con gesto pensativo—; a veces, la persistencia tiene su
recompensa.
—Aunque
la mayoría de las veces sólo es un fastidio.
Mike
salió del coche y cruzó la calle.
—Hola,
Bella —me saludó; luego, su mirada se llenó de cautela cuando alzó los ojos
hacia Jacob. También yo le miré, intentando mostrarme objetiva. En realidad, no
parecía un chico de segundo para nada. Era tan grande que la cabeza de Mike
apenas le llegaba al hombro. No quería ni imaginar adonde le llegaba yo cuando
estaba a su lado. Además, su rostro tenía un aspecto más adulto incluso que el
del mes pasado.
—Hola,
Mike. ¿Recuerdas a Jacob Black?
—La
verdad es que no —le tendió la mano.
—Soy un
viejo amigo de la familia —se presentó Jacob mientras le estrechaba la mano.
Ambos apretaron con más fuerza de la necesaria. Mike dobló los dedos cuando
cesó el saludo.
Oí
sonar el teléfono de la cocina y antes de salir disparada hacia la casa les
dije:
—Será
mejor que conteste. Podría ser Charlie.
Era
Ben. Angela había contraído una gripe estomacal y a él no le parecía bien venir
sin ella. Se disculpó por ponernos en un apuro.
Caminé
de regreso junto a los chicos que me esperaban moviendo la cabeza. En realidad,
esperaba que Angela se recuperara pronto, pero debía admitir que este suceso me
disgustaba por razones puramente egoístas. Aquella noche íbamos a estar sólo
nosotros tres, Mike, Jacob y yo. Esto va a ir sobre ruedas, pensé con
macabro sarcasmo.
No
parecía que Mike y Jake hubieran empezado a hacerse amigos en mi ausencia. Se
miraban el uno al otro a varios metros de distancia mientras me esperaban. Mike
tenía una expresión huraña mientras que la de Jacob era tan jovial como
siempre.
—Angela
está enferma —les dije con desánimo—, por lo que ni ella ni Ben van a venir.
—Parece
que la gripe ataca de nuevo. Austin y Conner faltaron hoy a clase. Tal vez
deberíamos dejarlo para otro momento —sugirió Mike.
Jacob
habló antes de que yo pudiera mostrarme de acuerdo.
—Yo
todavía quiero ir, pero si prefieres retirarte, Mike...
—No, yo
voy —le interrumpió Mike—. Sólo estaba pensando en Angela y Ben. Vamos.
Comenzó
a andar hacia su vehículo, pero yo le pregunté:
—¿Te
importa que conduzca Jacob, Mike? Se lo prometí porque acaba de terminar su
coche. Lo ha hecho con sus propias manos partiendo de cero —alardeé, orgullosa
como una mamá de la Asociación de Padres de Alumnos cuyo hijo figura en la
lista del director.
—Estupendo
—espetó Mike.
—En ese
caso, vamos —dijo Jacob, como si eso lo arreglara todo. Era el que parecía más
cómodo de los tres.
Mike se
subió al asiento trasero del Golf con cara de enfado.
Jacob
siguió con su alegría congénita y no dejó de parlotear hasta que no pude hacer
otra cosa que olvidar a Mike, que se iba enfurruñando calladamente en el
asiento de atrás.
Luego,
cambió de estrategia. Se inclinó hacia delante hasta apoyar el mentón sobre el
hombro del asiento, con su mejilla rozando la mía. Me giré hasta acabar de
espaldas a la ventanilla para alejarme. Entonces, interrumpió a Jacob a media
frase para preguntar con tonillo petulante:
—¿No
funciona la radio de este trasto?
—Sí
—contestó Jacob—, pero a Bella no le gusta la música.
Miré a
Jake sorprendido. Yo nunca se lo había dicho.
—¿A
Bella? —preguntó Mike atónito.
—Tiene
razón —murmuré sin dejar de mirar el sereno semblante de Jacob.
—¿Cómo
no te va a gustar la música? —inquirió Mike.
—No sé
—me encogí de hombros—. Es sólo que... me molesta.
—Bah.
Mike se
echó hacia atrás.
Jacob
me entregó un billete de diez dólares cuando llegamos al cine.
—¿Y
esto por qué? —objeté.
—No
tengo la edad necesaria para entrar en este cine sin la compañía de un adulto.
Me reí
con ganas.
—Y a
propósito de los parientes adultos... ¿Va a matarme Billy si te meto de
tapadillo a ver esta película?
—No, le
dije que planeabas corromper la inocencia de mi juventud.
Me reí
por lo bajo. En ese momento Mike apresuró el paso para darnos alcance.
Casi
habría preferido que Mike hubiera optado por retirarse. Seguía de morros y sin
participar en el grupo, pero tampoco quería que la noche terminara en una cita
a solas con Jacob. Y aquella actitud suya no ayudaba en nada.
La
película era exactamente lo que decía ser. Cuatro personas salían despedidas
por los aires y otra resultaba decapitada en los títulos. La chica del asiento
de delante se cubrió en ese momento los ojos con la mano y hundió la cabeza en
el pecho de su acompañante. Él le palmeaba el hombro y de vez en cuando también
se estremecía. Mike no parecía estar viendo el largometraje. Tenía el rostro
crispado mientras contemplaba los flecos de la cortina que había justo encima
de la pantalla.
Me
acomodé para soportar las dos horas de película. Al principio miraba más los
colores y el movimiento, en general, que a la gente, los coches y las casas;
pero entonces Jacob comenzó a reírse por lo bajo.
—¿Qué
ocurre? —susurré.
—¡Oh,
vamos! —me contestó con un murmullo—. La sangre que chorrea ese tío llega a más
de seis metros... ¡¿A quién pretenden engañar?!
Se rió
entre dientes una vez más cuando el asta de una bandera dejó empalado a otro
hombre en un muro de hormigón.
Después
de eso, empecé a ver la película de verdad, y me reí con él a medida que las
mutilaciones fueron más y más ridículas. ¿Cómo podía luchar por defender las
borrosas fronteras de nuestra relación cuando me lo pasaba tan bien en su
compañía?
Tanto
Jacob como Mike habían tomado posesión de los apoyabrazos de los dos lados. Las
manos de ambos descansaban en una posición forzada, con las palmas hacia
arriba, abiertas y preparadas, como el cepo de una trampa para osos. Jacob
tenía el hábito de tomarme la mano en cuanto se le presentaba la oportunidad,
pero aquí, en la oscuridad del cine y bajo la mirada de Mike, iba a tener un significado
diferente, y estaba convencida de que él lo sabía. No podía creer que Mike
estuviera pensando lo mismo, pero su mano estaba situada exactamente igual que
la de Jacob.
Crucé
los brazos con fuerza encima del pecho y esperé a que se les durmieran las
manos por falta de riego.
Mike se
rindió primero, pero hacia la mitad de la película volvió a apoyar el brazo y
se inclinó hacia delante para sujetar la cabeza entre las manos. Al principio,
pensé que reaccionaba ante algo que había visto en la pantalla, pero luego se
quejó y le pregunté en un susurro:
—Mike,
¿estás bien?
La
pareja de delante se volvió a mirarle cuando se quejó de nuevo.
—No
—contestó entrecortadamente—, creo que estoy enfermo.
La luz
de la pantalla me permitió verle el rostro, bañado en sudor.
Mike
gimió una vez más y salió disparado hacia la puerta. Me alcé para seguirle y
Jacob me imitó de inmediato, pero yo le susurré:
—No,
quédate. Voy a asegurarme de que está bien.
Vino
conmigo de todos modos.
—No
tenías que haber venido. Aprovecha tus ocho pavos de gore —insistí mientras
subíamos hacia el pasillo.
—Ésa sí
que es buena. Te los puedes quedar, Bella. Esa película es una mierda —contestó
levantando la voz cuando salimos del cine.
Me
alegré de que me hubiera acompañado al no ver señales de Mike en el pasillo.
Jacob se coló en los servicios de caballeros para buscarle y estuvo de vuelta
al cabo de unos segundos:
—Está
ahí dentro. Todo en orden —dijo poniendo los ojos en blanco—. ¡Qué blandengue!
Deberías haber buscado a alguien con más estómago, alguien que se ría en las
películas gore que hacen vomitar a otros.
—Abriré
bien los ojos en busca de alguien así.
Estábamos
los dos solos en el pasillo, ya que ambas salas estaban a mitad de proyección
de la película, e imperaba tal silencio que oíamos remover las palomitas en la
tienda de la entrada.
Jacob
fue a sentarse en un sillón tapizado de terciopelo pegado a la pared y dio unas
palmaditas junto a él.
—Tenía
pinta de que iba a estar ahí dentro durante un buen rato —dijo, estirando las
largas piernas mientras se acomodaba para esperar.
Suspiré
y me reuní con Jacob, que tenía el aspecto de estar pensando cómo difuminar más
las líneas. Y tanto. Se acercó a mí en cuanto me senté y me pasó el brazo por
los hombros.
—Jake
—protesté a la vez que me alejaba.
Dejó
caer el brazo sin que pareciera haberse molestado ni un ápice por el pequeño
rechazo. Extendió la mano y tomó la mía con firmeza, rodeó mi muñeca con la
otra mano libre cuando la fui a retirar. ¿De dónde sacaba la confianza?
—Espera,
espera un momento, Bella —dijo con voz calmada—. Dime una cosa.
Hice
una mueca de disgusto. No me apetecía pasar por eso. No sólo en ese momento,
nunca. En mi vida no quedaba nada más importante que Jacob Black, pero él
parecía decidido a estropearlo todo.
—¿Qué? —murmuré
con acritud.
—Te
gusto, ¿vale?
—Sabes
que sí.
—¿Más
que ese vacilón que está vomitando hasta la primera papilla? —indicó la puerta
del baño con un movimiento de cabeza.
—Sí
—suspiré.
—¿Más
que cualquiera de los chicos que conoces? —permanecía tranquilo y sereno, como
si mi respuesta no le importase o ya supiera cuál iba a ser.
—Y más
que las chicas —señalé.
—Pero
eso es todo —sentenció. No era una pregunta.
Era
duro responderle, pronunciar esa palabra. ¿Se sentiría herido y me evitaría?
¿Cómo iba a poder soportarlo?
—Sí
—susurré.
Me
dedicó una gran sonrisa.
—Pues
no hay problema, ya sabes, como tú eres la que más me gusta y crees que estoy
bien... Estoy preparado para ser sorprendentemente persistente.
—No voy
a cambiar —repuse; oí el tono triste de mi voz a pesar de que había intentado
que sonara normal.
Permaneció
pensativo, sin hacer bromas.
—Se
trata aún del otro, ¿verdad?
Me
encogí. Resultaba extraño que supiera que no debía pronunciar su nombre, así
como lo de la música en el coche. Me había calado en muchas cosas que yo no le
había dicho jamás.
—No
tienes por qué hablar de ello —me dijo.
Asentí,
agradecida.
—Pero
no te enfades porque te ronde, ¿vale? —Jacob me palmeó el dorso de la mano—. No
me voy a rendir. Tengo tiempo de sobra.
Suspiré.
—No deberías
desperdiciarlo en mí —le respondí, aunque quería que lo hiciera, en especial si
estaba dispuesta a aceptarme tal y como yo me encontraba, es decir, como algo
muy parecido a un objeto estropeado.
—Es lo
que quiero hacer, siempre y cuando que te guste estar en mi compañía.
—No
logro imaginarme cómo no voy a querer estar contigo —le respondí sinceramente.
Jacob
esbozó una sonrisa radiante.
—Puedo
vivir con eso.
—No
esperes nada más —le previne mientras intentaba retirar mi mano. Él la retuvo
con obstinación.
—En
realidad, esto no te molesta, ¿verdad? —inquirió mientras me estrechaba los
dedos.
—No.
Suspiré.
Era agradable en verdad. Sentía su mano mucho más caliente que la mía, que
últimamente estaba demasiado fría.
—Tampoco
te preocupa lo que él piense —alzó el pulgar en dirección a los servicios.
—Supongo
que no.
—En tal
caso, ¿cuál es el problema?
—El
problema —le dije— es que esto tiene un significado diferente para mí que para
ti.
—Bueno
—su presa en torno a mi mano se tensó más—. Ése es mi problema, ¿no?
—Perfecto
—refunfuñé—, pero no lo olvides.
—No voy
a hacerlo. Ahora soy yo quien sujeta la granada sin el seguro, ¿no? —espetó
mientras me codeaba las costillas.
Puse
los ojos en blanco. Supuse que si le apetecía hacer un chiste al respecto,
tenía todo el derecho del mundo.
Rió
entre dientes y sin hacer ruido mientras la yema de su dedo trazaba
distraídamente diseños sobre el dorso de mi mano.
—¡Qué
cicatriz tan rara tienes ahí! —dijo de pronto mientras me giraba la muñeca para
examinarla—. ¿Cómo te la hiciste?
El
índice de su mano libre recorrió la línea de la gran media luna plateada que
apenas era visible en mi pálida piel. Torcí el gesto.
—¿De
verdad esperas que recuerde dónde me hice todas las cicatrices?
Esperé
a que los recuerdos se abatieran sobre mí y abrieran de nuevo el hueco del
pecho, pero, como ocurría tan a menudo, la presencia de Jacob me mantuvo de una
pieza.
—Está
fría —musitó mientras presionaba suavemente la zona donde James me había
cortado con sus colmillos.
Fue
entonces cuando Mike salió del baño dando tumbos, con el rostro lívido y
sudoroso. Tenía un aspecto horrible.
—¡Mike!
—exclamé de forma entrecortada.
—¿Te
importa que nos vayamos ya? —susurró.
—No,
por supuesto que no —liberé mi mano de un tirón y me precipité para ayudarle a
caminar, ya que su paso parecía poco firme.
—¿Era
demasiado fuerte para ti la película? —preguntó Jacob sin misericordia.
Mike le
dirigió una mirada malévola y farfulló:
—En
realidad, no he visto prácticamente nada. Sentí náuseas antes de que apagaran las
luces.
—¿Por
qué no lo dijiste? —le reprendí mientras nos tambaleábamos en dirección a la
salida.
—Esperaba
que se me pasase —respondió.
—Un
segundito —dijo Jacob cuando llegamos a la puerta. Se encaminó a toda prisa al
puesto de venta de palomitas y le preguntó a la dependienta:
—¿Podría
darme un cartucho vacío de palomitas?
La
chica miró a Mike una sola vez y le entregó uno enseguida.
—Llévelo
fuera cuanto antes, por favor —suplicó.
Obviamente,
ella debía de ser la encargada de limpiar el suelo.
Arrastré
a Mike hasta la fría humedad de la noche. Respiró hondo. Jacob estaba detrás de
nosotros y me ayudó a meter a Mike en la parte posterior del coche; le dedicó
una mirada severa cuando le entregó el cartucho.
—Por
favor —se limitó a decirle.
Bajamos
los cristales de las ventanillas para dejar que el frío aire nocturno entrara
en el coche, ya que albergábamos la esperanza de que eso ayudara a Mike.
Enrosqué los brazos alrededor de mi cuerpo para mantenerme caliente.
—¿Tienes
frío otra vez? —preguntó Jacob, que me rodeó con el brazo antes de que pudiera
responderle.
—¿Tú
no?
Negó
con la cabeza.
—Debes
de tener fiebre o algo así —refunfuñé. Estaba helando. Le toqué la frente con
los dedos y tenía la cabeza caliente.
—Vaya,
Jake... ¡Estás ardiendo!
—Me
siento bien —se encogió de hombros—. Estoy sano como un roble.
Torcí
el gesto y le volví a tocar la cabeza. La piel ardía al contacto con mis dedos.
—Tienes
las manos heladas —se quejó.
—Tal
vez sea yo —admití.
Mike
gimió en el asiento de atrás y vomitó en el cubo. Hice una mueca de asco.
Esperaba que mi estómago aguantara el sonido y el hedor. Jacob miró con
ansiedad a su espalda para cerciorarse de que Mike no había «mancillado» su
coche.
El
viaje de vuelta se hizo más largo.
Jacob
permaneció en silencio y pensativo. Su brazo me rodeaba y, con el viento que
soplaba, lo agradecí, ya que así conservaba el calor.
Mantuve
la mirada fija en el parabrisas, consumida por una inmensa culpa.
Era un
gran error alentar a Jacob. Puro egoísmo. No importaba lo mucho que intentara
dejarle clara mi posición, no lo había hecho lo bastante bien si él guardaba
alguna esperanza de que aquello pudiera acabar en otra cosa que no fuera una
amistad.
¿Cómo
se lo podía explicar para que lo entendiera? Yo era una cáscara vacía. Había
estado completamente huera, como una casa desocupada —y declarada en ruinas—,
durante meses. Ahora había mejorado un poco. El salón estaba en mejor estado,
pero eso era todo, sólo una pequeña habitación. Él se merecía algo mejor que
eso, mejor que una casa con una sola habitación, en ruinas y a precio de saldo.
De
alguna manera, sabía que no le iba a alejar de mí. Le necesitaba demasiado,
aunque fuera egoísta por mi parte. Tal vez podía mostrarle con mayor claridad
mi postura para que me dejara en paz. La idea me hizo estremecer y Jacob me
estrechó con más fuerza.
Llevé a
Mike a casa en su coche mientras Jacob seguía al Suburban para acercarme
después a la mía. Durante el trayecto de vuelta estuvo inusualmente callado, y
me pregunté si estaría pensando lo mismo que yo. Puede que estuviera cambiando
de idea.
—Me
autoinvitaría a entrar, en vista de que hemos llegado pronto —dijo en cuanto
frenamos junto a mi vehículo—, pero creo que tal vez tengas razón sobre lo de
la fiebre. Empiezo a sentirme un poco... extraño.
—Ay,
no, ¡tú también! ¿Quieres que te lleve a casa?
—No
—sacudió la cabeza con el ceño fruncido—. Aún no me siento enfermo, sólo...
mal. Si tengo que acercarme al arcén y parar, lo haré.
—¿Me
llamarás en cuanto llegues? —le pregunté con ansiedad.
—Claro
que sí.
Arrugó
la frente y miró fijamente la oscuridad sin dejar de morderse el labio.
Abrí la
puerta para salir, pero me agarró suavemente por la muñeca y me retuvo. Volví a
notar su piel candente sobre la mía.
—¿Qué
ocurre, Jake?
—Hay
algo que quiero decirte, Bella, pero me parece que va a sonar un tanto cursi.
Suspiré.
Aquello iba a ser más de lo mismo, igual que en el cine.
—Adelante.
—Es
sólo esto: sé lo infeliz que eres y que tal vez esto no te ayude en nada, pero
quiero que sepas que siempre estaré aquí. No voy a dejarte caer, te
prometo que siempre podrás contar conmigo. Guau, sí que suena cursi. Pero lo
sabes, ¿no? ¿Sabes que nunca jamás te voy a hacer daño?
—Sí,
Jake. Lo sé, y ya cuento contigo, probablemente más de lo que piensas.
La
sonrisa rota se extendió por su rostro como un amanecer grabado a fuego en las
nubes. Quise cortarme la lengua. No le había dicho ninguna mentira, pero
debería haberlo hecho. La verdad era un error que le iba a hacer daño. Yo debería
desanimarle.
Una
expresión extraña cruzó por su rostro, y dijo:
—Creo
que será mejor que me vaya a casa, de verdad.
Salí
del coche a toda prisa.
—¡Llámame!
—grité mientras se alejaba.
Observé
cómo se iba. Al menos, parecía mantener el control del vehículo. Mantuve la
vista fija en la calle vacía después de que se hubo marchado y me sentí un poco
mal, pero no por una razón física.
¡Cuánto
me hubiera gustado que Jacob Black hubiera sido mi hermano! Un hermano de carne
y hueso, de modo que pudiera tener cierto derecho sobre él y verme libre de
todo remordimiento. Dios sabía que nunca había pretendido aprovecharme de
Jacob, pero no pude evitar pensar que la culpa que sentía en ese momento quería
decir que lo había hecho.
Más
aún, jamás había tenido intención de quererle. Había una cosa que sabía a ciencia
cierta, lo sabía en el fondo del estómago y en el tuétano de los huesos, lo
sabía de la cabeza a los pies, lo sabía en la hondura de mi pecho vacío... El
amor concede a los demás el poder para destruirte.
A mí me
habían roto más allá de toda esperanza.
Pero yo
necesitaba a Jacob, le necesitaba como si fuera una droga. Le había usado como
una muleta durante demasiado tiempo, y ahora estaba más
enganchada de lo que había planeado volver a estar con nadie. No soportaba la
idea de hacerle daño ni tampoco podía impedirlo. Él pensaba que el tiempo y la
paciencia me cambiarían, y yo sabía que, a pesar de que era un error total, le
iba a dejar intentarlo.
Era mi
mejor amigo. Siempre iba quererle, pero eso nunca jamás iba a bastar.
Entré
en la casa para sentarme junto al teléfono y morderme las uñas.
—¿Ya ha
terminado la película? —preguntó Charlie, sorprendido al verme entrar. Estaba
tumbado en el suelo, a treinta centímetros de la tele. Debía de ser un partido
apasionante.
—Mike
se puso enfermo —le expliqué—. Algún tipo de gripe estomacal.
—¿Y tú
estás bien?
—Por
ahora me siento bien —contesté con reservas. Había estado claramente expuesta.
Me
apoyé sobre la encimera, con las manos a centímetros del teléfono, e intenté
esperar pacientemente. Pensé en la extraña expresión del rostro de Jacob antes
de que se marchara y empecé a tamborilear con los dedos. Debía de haber
insistido en llevarle a casa.
Observé
cómo avanzaban las manecillas de los minutos en el reloj. Diez. Quince. No se
tardaba más de un cuarto de hora en llegar incluso aunque hubiera estado yo al
volante, y Jacob conducía mucho más deprisa. Dieciocho minutos. Descolgué y
marqué.
Sonó
una y otra vez. Tal vez Billy estuviera durmiendo. Tal vez había marcado mal.
Volví a intentarlo.
Billy
respondió a la octava llamada, justo cuando estaba a punto de colgar.
—¿Diga?
—contestó con voz cautelosa, como si esperase malas noticias.
—Billy,
soy yo, Bella. ¿Aún no ha llegado Jake a casa? Se marchó hace casi veinte
minutos.
—Está
aquí —respondió con tono apagado.
—Se
suponía que iba a llamarme —me enfadé un poco—. Se estaba poniendo malo cuando
se fue, y me preocupaba.
—Estaba...
demasiado enfermo para telefonear. Ahora mismo no se encuentra muy bien —Billy
parecía frío. Comprendí que debía de querer estar con Jacob.
—Si
necesitáis cualquier cosa, dímelo —me ofrecí. Pensé en Billy, pegado a la
silla, y en Jake teniendo que arreglárselas solo—. Podría bajar...
—No, no
—repuso Billy rápidamente—. Estamos bien. Quédate en casa.
La
forma en que lo dijo resultó bastante antipática.
—De
acuerdo —acepté.
—Adiós,
Bella.
La
línea se cortó.
—Adiós
—murmuré.
Bueno,
al menos había llegado a casa. Por extraño que parezca, no me sentí menos
preocupada. Subí con dificultad las escaleras, poniéndome neurótica perdida.
Tal vez pudiera bajar a echarle un vistazo mañana antes del trabajo. Y
llevarles sopa. Debíamos de tener una lata de Campbell por algún sitio.
Comprendí
que todos aquellos planes habían quedado cancelados cuando me desperté de
madrugada —el reloj marcaba las cuatro y media de la mañana— y tuve que echar a
correr hacia el baño. Charlie me encontró allí media hora después, tumbada
sobre el suelo, con la mejilla pegada al frío borde de la bañera.
Me miró
durante un buen rato y al final dijo:
—Gripe
estomacal.
—Sí
—gemí.
—¿Necesitas
algo? —preguntó.
—Telefonea
a los Newton por mí —le ordené con voz ronca—. Explícales que tengo lo mismo
que Mike y que hoy no voy a poder ir. Diles que lo siento.
—Claro,
sin problemas —me aseguró Charlie.
Pasé el
resto del día en el suelo del baño. Dormí unas pocas horas con la cabeza
apoyada sobre una toalla doblada. Charlie se quejó de que debía ir a trabajar,
pero creo que sólo quería entrar en el baño. Dejó en el suelo, a mi alcance, un
vaso de agua para que no me deshidratara.
Me
desperté cuando volvió a casa. Pude ver que en mi habitación reinaba la
oscuridad, ya había anochecido. Oí sus fuertes pisadas mientras él subía las
escaleras para ver cómo estaba.
—¿Sigues
viva?
—Algo
parecido —contesté.
—¿Quieres
algo?
—No,
gracias.
Vaciló.
Estaba fuera de su elemento de todas todas.
—Vale,
pues —dijo antes de volver a bajar a la cocina.
Oí
sonar el teléfono a los pocos minutos. Charlie habló con alguien en voz baja
durante unos momentos y luego colgó. Gritó desde abajo para que le oyera:
—Mike
se encuentra mejor.
Bueno,
eso resultaba esperanzador. Sólo había enfermado unas ocho horas antes que yo.
Ocho horas más. La idea me provocó un retortijón de estómago. Aparté la toalla
y me incliné sobre el inodoro.
Volví a
dormirme encima de la toalla, pero estaba en mi cama cuando me desperté, y la
luz del exterior entraba en mi habitación por la ventana. No
recordaba haberme movido, por lo que Charlie debía de haberme trasladado hasta
allí. También había puesto el vaso de agua encima de la mesilla. Estaba muerta
de sed. Lo vacié de un trago, aunque tenía ese sabor extraño del agua que lleva
en el vaso toda la noche.
Me
incorporé lentamente para no provocar otro ataque de náuseas. Estaba débil y
tenía mal sabor de boca, pero mi estómago se encontraba bien. Miré el
despertador.
Mis
veinticuatro horas habían concluido.
No
forcé las cosas y no desayuné nada más que galletas. Charlie parecía muy
aliviado de verme recuperada.
Telefoneé
a Jacob en cuanto estuve segura de no tener que pasar otro día en el suelo del
baño.
Fue el
propio Jacob quien me contestó, pero supe que aún no se había recobrado nada
más oír su contestación.
—¿Diga?
Tenía
la voz cascada, rota.
—Ay,
Jake —rezongué con compasión—. ¡Qué mala voz...!
—Me
encuentro fatal... —susurró.
—Cuánto
siento haberte hecho salir conmigo. Te he fastidiado.
—Estoy
contento de haber ido —su voz seguía siendo un susurro—. No te eches la culpa,
no la tienes.
—Enseguida
te vas a poner bien —le prometí—. Yo ya me sentía bien esta mañana, al
despertar.
—¿Estabas
enferma? —preguntó con voz débil.
—Sí, yo
también la pillé, pero ahora me encuentro bien...
—Eso es
estupendo —contestó con voz apagada.
—...
así que probablemente estarás bien en cuestión de horas —le animé.
Su
respuesta apenas fue audible.
—Dudo
que tenga lo mismo que tú.
—¿No
tienes una gripe estomacal? —le pregunté, confusa.
—No,
esto es algo más.
—¿Qué
es lo que te duele?
—Todo
—susurró—, todo el cuerpo.
El
dolor era casi tangible en su voz.
—¿Qué
puedo hacer, Jake? ¿Qué te puedo llevar?
—Nada.
No puedes venir —se mostró abrupto. Me recordó a Billy la otra noche.
—Ya he estado expuesta a lo que sea que
tengas —puntualicé.
Me
ignoró.
—Yo te
llamaré en cuanto me sea posible. Te avisaré de cuándo puedes volver a venir.
—Jacob...
—He de
irme —dijo con repentino apremio.
—Llámame
cuando te encuentres mejor.
—De
acuerdo —aceptó con una voz que tenía un cierto deje de amargura.
Permaneció
en silencio durante un momento. Esperé a que se despidiera, pero él también
esperó.
—Te
veré pronto —dije al fin.
—Espera
a que te llame —repitió.
—Vale...
Adiós, Jacob.
—Bella...
Susurró
mi nombre y luego colgó el teléfono.
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