—Bien,
¿dónde está el embrague?
Señalé
una palanca en el manillar izquierdo. Era un misterio cómo iba a poder pulsarlo
sin soltar el manillar. La pesada motocicleta temblaba debajo de mí, amenazando
con tumbarme a un lado. Agarré otra vez el manillar, intentando mantenerla
derecha.
—Jacob,
esto no se queda de pie —me quejé.
—Verás
cómo va bien cuando esté en movimiento —me prometió él—. Ahora, ¿dónde tienes
los frenos?
—Detrás
de mi pie derecho.
—Error.
Me tomó
la mano derecha y me dobló los dedos alrededor de la palanca de aceleración.
—Pero tú
me dijiste...
—Éste
es el freno que estás buscando. No uses ahora el freno de atrás, eso lo
dejaremos para más tarde, cuando sepas lo que estás haciendo.
—Eso no
suena nada bien —repliqué con cierta suspicacia—. ¿No son los dos frenos igual
de importantes?
—Olvídate
del freno de atrás, ¿vale? Aquí... —envolvió mi mano con la suya y me hizo
apretar la palanca hacia abajo—. Así es como se frena. No lo olvides —me apretó
la mano otra vez.
—De
acuerdo —asentí.
—¿El
acelerador?
Giré el
manillar derecho.
—¿La palanca
de cambios?
La
empujé ligeramente con mi pantorrilla izquierda.
—Muy
bien. Creo que ya has pillado el manejo de todas las partes. Ahora sólo te
queda arrancar la moto.
—Oh, oh
—murmuré, asustada, por decirlo con suavidad. Notaba unos extraños retortijones
en el estómago y sentí que me iba a fallar la voz.
Estaba
aterrorizada. Intenté decirme a mí misma que el miedo no tenía sentido. Ya
había pasado por lo peor que podía ocurrirme. En comparación, ¿cómo me iba a
asustar por esto? Supuse que debería poner cara de no importarme nada y reírme.
Pero mi
estómago no estaba por colaborar.
Miré
fijamente el largo tramo de camino polvoriento, flanqueado por una densa maleza
envuelta en niebla. La senda era arenosa y húmeda, desde luego, mejor que el
fango.
—Quiero
que mantengas el embrague hacia abajo —me instruyó Jacob.
Se me
agarrotaron los dedos en torno a la palanca.
—Ahora,
esto es crucial, Bella —insistió—. No dejes que la moto se te vaya, ¿vale?
Quiero que pienses que te he dado una granada explosiva. Le has quitado el
seguro y estás sujetando el detonador.
Lo
apreté con más fuerza.
—¿Crees
que podrás arrancar el pedal?
—Si
muevo el pie, me caigo —le expliqué con los dientes apretados y los dedos
tensos sobre mi supuesta granada explosiva.
—Vale,
yo te tengo. No sueltes el embrague.
Dio un
paso atrás y súbitamente golpeó con fuerza el pedal. La moto hizo un sonido
brusco como de tableteo y la fuerza del tirón la hizo balancearse. Empecé a
caerme de lado, pero Jacob agarró la moto antes de que me estampara contra el
suelo.
—Mantén
el equilibrio —me animó—. ¿Tienes bien sujeto el embrague?
—Sí
—respiré entrecortadamente.
—Planta
bien el pie, voy a intentarlo otra vez.
No
obstante, en esta ocasión puso una mano en la parte trasera del asiento, con el
fin de asegurarse.
Necesitó
al menos cuatro intentos antes de que arrancara y la moto rugiera entre mis
piernas como un animal agresivo. Aferré con fuerza el embrague hasta que me
dolieron los dedos.
—Aprieta
el acelerador —me sugirió—, muy suavemente. Y sobre todo, no sueltes el
embrague.
Giré de
forma vacilante el manillar derecho. Aunque se movió muy poco, la moto gruñó.
Sonaba enfadada y casi hambrienta. Jacob sonrió con gran satisfacción.
—¿Recuerdas
cómo se pone en primera? —me preguntó.
—Sí.
—Bien,
venga, vamos.
—Vale.
Esperó
unos segundos.
—Suelta
el pie —me urgió.
—Ya lo
sé —dije, aspirando aire profundamente.
—¿Estás
segura de que quieres hacer esto? —me preguntó Jacob—. Pareces asustada.
—Estoy
bien —repliqué con brusquedad. Cambié la marcha rápidamente.
—Muy
bien —me alabó—. Ahora, con mucha suavidad, suelta el embrague.
Se
apartó un paso de la moto.
—¿Quieres
que deje caer la granada? —pregunté sin podérmelo creer. Con razón había
empezado a retirarse.
—A ver
qué tal la llevas, Bella. Procura ir poco a poco.
En el
momento en que abrí ligeramente la mano para soltar el embrague, me paralizó
una voz que no pertenecía al chico que tenía al lado.
Esto
es temerario, infantil y estúpido, Bella, bufó aquella voz aterciopelada.
—¡Oh!
—comencé a jadear y solté el embrague de forma repentina.
La moto
cabeceó debajo de mí, lanzándome hacia delante, y después se me cayó encima,
medio aplastándome. El motor rugiente se caló y luego se paró definitivamente.
—¿Bella?
—Jacob me sacó la moto de encima con premura—. ¿Estás herida?
Pero yo
no le escuchaba.
Ya
te lo había dicho, murmuró
la voz perfecta, nítida como el cristal.
—¿Bella?
—Jacob me sacudió el hombro.
—Estoy
bien —murmuré aturdida.
Mejor
que bien, en realidad. Había regresado la voz a mi cabeza. Todavía sonaba en mis
oídos, con ecos suaves, aterciopelados.
Mi
mente analizó con rapidez todas las posibilidades. Aquí no había nada que
pudiera resultarme familiar: era una carretera en la que nunca había estado,
haciendo algo que jamás había hecho, así que no podía tratarse de ningún déjà vu. Esto me hizo suponer que las
alucinaciones eran provocadas por algo más... Sentí la adrenalina fluir
por mis venas y pensé que aquí estaba la respuesta. Debía de ser alguna
combinación de adrenalina y peligro, o quizás de simple estupidez...
Jacob
me estaba poniendo en pie.
—¿Te
has dado un golpe en la cabeza? —me preguntó.
—No lo
creo —la moví arriba y abajo para comprobarlo—. ¿No habré estropeado la moto,
verdad?
Este
pensamiento me preocupaba. Estaba ansiosa por probarlo de nuevo, enseguida. El
comportamiento temerario me estaba yendo mejor de lo que había pensado. Tenía
que dejar de pensar en engaños. Quizás había encontrado la forma de provocar
las alucinaciones, y esto sin duda era mucho más importante.
—No,
sólo has calado el motor —dijo Jacob, interrumpiendo mis diligentes
especulaciones—. Soltaste el embrague demasiado deprisa.
Asentí.
—Probaré
de nuevo.
—¿Estás
segura? —inquirió Jacob.
—Afirmativo.
Esta
vez intenté arrancarla yo. Era complicado; tenía que saltar un poco para dar el
golpe seco sobre el pedal con fuerza suficiente, y cada vez que lo hacía, la
moto intentaba tirarme. La fuerte mano de Jacob flotaba sobre los manillares,
preparada para agarrarme si lo necesitaba.
Fueron
necesarios unos cuantos buenos intentos y bastantes más de los malos antes de
que el motor arrancara y comenzara a rugir entre mis muslos. Me acordé de
sujetarlo como si fuera una granada y aceleré con la palanca de forma
vacilante. Respondió con un gruñido al toque más ligero. Mi sonrisa se correspondía
ahora con la de Jacob.
—Suelta
despacio el embrague —me recordó.
¿Entonces,
eso es lo que quieres, matarte? ¿Es eso de lo que va todo esto?, intervino de nuevo la otra voz,
con severidad.
Sonreí
con los labios apretados —todavía funcionaba— e ignoré las preguntas. Jacob no
iba a dejar que me pasara nada malo.
Vete
a casa con Charlie, ordenó la voz. Su pura belleza me asombró. No podía permitir que este
recuerdo se perdiera, no importaba al precio que fuera.
—Suéltalo
lentamente —me animó Jacob.
—Lo haré
—contesté. Me molestó un poco la idea de que pareciera que les contestaba a los
dos a la vez.
La voz
de mi mente gruñó por encima del rugido de la moto.
Intenté
concentrarme esta vez, para que la voz no volviera a sorprenderme y relajé la
mano muy poco a poco. De pronto, la marcha entró y me arrastró hacia delante.
Y de
repente, volaba.
Apareció
un viento que no había soplado hasta ese momento, azotó mi piel y la aplastó
contra el hueso del cráneo con tal fuerza que parecía que alguien tiraba de
ella. Me había dejado el estómago en el punto de partida; la adrenalina fluía
por mi cuerpo, haciéndome cosquillas en las venas. Los árboles parecían correr
a mi lado, difuminándose en una pared verde.
Y eso
que iba sólo en primera. Mi pie volvió a empujar la palanca de cambios,
mientras giraba el manillar para dar más gas.
¡No,
Bella!, la voz
dulce como la miel tronó enfadada en mi oído. ¡Mira por dónde vas!
Esto me
distrajo lo suficiente de la velocidad como para darme cuenta de que la
carretera cambiaba lentamente en una curva hacia la izquierda y yo aún no había
empezado la maniobra de giro. Jacob no me había explicado cómo hacerlo.
—Frenos,
frenos —murmuré para mis adentros, y de forma instintiva hundí el pie derecho,
de la misma manera que lo hacía en el coche.
La moto
volvió a dar sacudidas a un lado y a otro respectivamente. Me conducía hacia
aquel muro verde a toda pastilla. Intenté voltear el manillar en otra dirección
y el cambio repentino de mi peso empujó la moto contra el suelo, todavía
girando hacia los árboles.
La moto
me cayó encima otra vez —el motor siguió rugiendo con fuerza— y me arrastró por
la arena mojada hasta impactar contra algo fijo. No podía ver nada. Tenía la
cara enterrada en el musgo. Intenté levantar la cabeza, pero algo me lo
impedía.
Me
sentía mareada y confusa. Parecía como si hubiera tres cosas rugiendo a la vez:
la moto que tenía encima, la voz que sonaba dentro de mi cabeza y algo más...
—¡Bella!
—gritaba Jacob. Escuché cómo se extinguía el rugido de la otra moto.
Mi
motocicleta dejó de aplastarme y me revolví en el suelo, intentando recuperar
la respiración. Todos los rugidos cesaron.
—Guau
—murmuré. Estaba eufórica. Al fin había encontrado la suma idónea para provocar
las alucinaciones: adrenalina más peligro más estupidez. O algo parecido.
—¡Bella!
—Jacob se había inclinado sobre mí con ansiedad—. Bella, ¿estás viva?
—¡Estoy
genial! —grité con entusiasmo. Flexioné los brazos y las piernas y todo parecía
funcionar correctamente—. ¡Vamos a hacerlo otra vez!
—No
creo que sea una buena idea —la voz de Jacob todavía sonaba preocupada—. Será
mejor que te lleve primero al hospital.
—Estoy
bien.
—¿Ah,
sí, Bella? Tienes un corte bien grande en la frente y estás poniendo todo
perdido de sangre —me informó.
Me
llevé la mano a la cabeza, mojada y pegajosa, de eso no cabía duda. No podía
oler nada, salvo el musgo húmedo adherido a mi rostro, y eso me había evitado
las náuseas.
—Oh, lo
siento tanto, Jacob —me apreté fuerte la herida, como si de esa manera pudiera
empujar de nuevo la sangre a mi cabeza.
—¿Por
qué te disculpas por sangrar? —preguntó él, mientras me sujetaba la cintura con
su largo brazo y me alzaba hasta ponerme de pie—. Vámonos. Conduzco yo —alzó la
mano para tomar las llaves.
—¿Y qué
hacemos con las motos? —le pregunté mientras se las daba.
Pensó
durante un segundo.
—Espera
aquí. Y toma esto —se quitó la camiseta, que ya se había manchado de sangre, y
me la arrojó. Hice un lío con ella y me la apreté con fuerza contra la frente.
Ya empezaba a sentir el olor de la sangre; inspiré profundamente a través de la
boca e intenté pensar en otra cosa.
Jacob
saltó sobre la moto negra, la arrancó al primer intento y corrió de nuevo hacia
la carretera, dejando a sus espaldas una estela de arena y piedras. Tenía un
aspecto atlético y profesional cuando se inclinó sobre el manillar, con la
cabeza baja, el rostro hacia delante y el cabello brillante golpeando sobre la
piel cobriza de su espalda. Se me entrecerraron los ojos de la envidia. Estaba
segura de que yo no mostraba el mismo aspecto subida en la moto.
Me
sorprendió lo lejos que había ido. Apenas podía distinguir a Jacob en la
distancia cuando finalmente llegó al coche. Dejó la moto en la parte de atrás y
saltó al asiento del conductor.
No me
sentí mal en absoluto mientras él hacía que el motor de mi coche rugiera de
forma ensordecedora en su prisa por volver a donde yo me encontraba. Me dolía
un poco la cabeza y tenía el estómago algo revuelto, pero el corte no parecía
serio. Las heridas de la cabeza son las que más sangran. Tanta urgencia me
pareció innecesaria.
Jacob
dejó el coche en marcha mientras corría hacia mi lado, volviendo a poner su
brazo en torno a mi cintura.
—Venga,
vamos a subirte al coche.
—Estoy
bien, de verdad —le aseguré mientras me ayudaba a incorporarme—. No te pongas
como loco, que sólo es un poco de sangre.
—Más
bien es un montón de sangre —le escuché murmurar mientras volvía a buscar mi
moto.
—Bueno,
ahora vamos a pensar esto un poco —comencé cuando volvió—. Si me llevas tal
como estoy a urgencias, seguro que Charlie se va a enterar —miré hacia mis
pantalones, manchados de arena y polvo.
—Bella,
creo que necesitas puntos y no voy a dejar que te desangres viva.
—Eso no
va a ocurrir —le prometí—. Sólo querría que lleváramos primero las motos y
después paráramos un momento en mi casa, para arreglarme un poco antes de ir al
hospital.
—¿Y qué
pasa con Charlie?
—Me
dijo que hoy tenía trabajo.
—¿Estás
del todo segura?
—Confía
en mí. No es tan grave como parece.
Jacob
no se quedó nada contento, como mostraba su boca torcida de un modo poco
habitual en él, pero tampoco quería yo meterme en problemas. Miré por
la ventana sin dejar de sujetar su camiseta contra la herida mientras él me
llevaba a Forks.
Lo de
la moto había funcionado mucho mejor de lo que había soñado. Había servido a su
propósito original. Había conseguido incumplir lo prometido. Me había
comportado de un modo innecesariamente temerario. Me sentía un poco menos
patética ahora que las dos partes habíamos roto las promesas.
¡Y
además había descubierto la clave de las alucinaciones! Al menos, así lo
esperaba. Estaba dispuesta a comprobar mi teoría tan pronto como fuera posible.
Quizás terminaran pronto conmigo en urgencias y pudiera intentarlo otra vez esa
misma noche.
Correr
de ese modo por la carretera había sido sorprendente. La sensación del viento
en la cara, la velocidad, la libertad... me recordaron mi vida pasada, volando
a través del bosque espeso, sin caminos, a cuestas mientras él corría. Frené el
pensamiento justo aquí, dejando que el recuerdo se disolviera en una repentina
agonía. Me estremecí.
Jacob
se dio cuenta.
—¿Sigues
encontrándote bien?
—Sí
—intenté sonar tan convincente como antes.
—A
propósito —añadió—. Voy a desconectarte el freno del pie esta noche.
Una vez
en casa, lo primero que hice fue ir a mirarme al espejo; tenía una pinta
horripilante. Al secarse, la sangre había formado gruesas costras en la mejilla
y en el cuello, apelmazándose en mi pelo lleno de barro. Me examiné
clínicamente, fingiendo que la sangre era pintura, de modo que no se me alterara
el estómago. Respiré a través de la boca y todo fue bien.
Me lavé
lo mejor que pude. Después, escondí mis ropas sucias y ensangrentadas en el
fondo de la cesta de la ropa sucia, me puse unos vaqueros limpios y
una camisa abotonada por delante —para no tener que sacármela por la cabeza—
con el mayor cuidado. Me las arreglé para hacer todo esto con una sola mano
para mantener la ropa lo mas limpia de sangre que fuera posible.
—Date
prisa —me apremió Jacob.
—Vale,
vale —le grité de vuelta.
Después
de asegurarme de que no había dejado a mi espalda ninguna evidencia que me
delatara, bajé las escaleras.
—¿Qué
aspecto tengo? —le pregunté.
—Mejor
—reconoció él.
—Pero
¿tengo el aspecto de haber tropezado en tu garaje y haberme dado un golpe en la
cabeza con un martillo?
—Sí, yo
diría que sí.
—Entonces,
vamos.
Jacob
se apresuró a sacarme de la casa e insistió en conducir de nuevo. Íbamos casi a
mitad de camino del hospital cuando me di cuenta de que iba sin camiseta.
Fruncí
el ceño, sintiéndome culpable.
—Debería
haber tomado una chaqueta para ti.
—Eso
nos habría descubierto —bromeó él—. Además, no hace frío.
—¿Estás
de broma? —temblé y me incliné para encender la calefacción.
Le miré
para comprobar si sólo se estaba haciendo el duro de modo que yo no me
preocupara, pero parecía bastante cómodo. Había pasado un brazo por el respaldo
de mi asiento, aunque yo iba acurrucada, para mantener el calor.
La
verdad era que Jacob parecía mayor de los dieciséis años que tenía. No
aparentaba cuarenta, pero sí parecía mayor que yo. Quil no era mucho más
musculoso que él, por mucho que Jacob se quejara de ser un
esqueleto. Sus músculos, de tipo enjuto y nervudo, destacaban con toda nitidez
bajo su piel suave. Tenía un color tan bonito que me dio envidia.
Jacob
notó mi escrutinio.
—¿Qué?
—preguntó, pensando de pronto en su aspecto.
—Nada.
Que no me había dado cuenta antes. ¿Sabes que estás bastante bien?
Una vez
que las palabras salieron de mis labios, me arrepentí por si él se tomaba mi
observación impulsiva de manera errónea.
Pero Jacob
lo único que hizo fue poner los ojos en blanco.
—Te has
dado un buen golpe en la cabeza, ¿a que sí?
—Lo
digo en serio.
—Vale,
pues entonces gracias. O lo que sea.
Sonreí
de oreja a oreja.
—Pues
de nada. O lo que sea.
Me
tuvieron que dar siete puntos para cerrarme la herida de la frente. Después del
pinchazo de la anestesia local, no volví a sentir dolor alguno a lo largo del
proceso. Jacob me sostuvo la mano mientras el doctor Snow me cosía, e intenté
no pensar en la ironía del asunto.
Estuvimos
en el hospital todo el rato. Para cuando terminaron conmigo, tuve que dejar a
Jacob en su casa y apresurarme de vuelta a la mía para hacerle la comida a
Charlie. Este pareció tragarse la historia de mi caída en el garaje de Jacob.
Después de todo, ya en otras ocasiones había sido capaz de trasladarme yo sola
a urgencias, sin más ayuda que la de mis propios pies.
Esa
noche no fue tan mala como la primera, después de haber oído aquella voz
perfecta en Port Angeles. El agujero en el pecho regresó como solía
ocurrir cuando estaba lejos de Jacob, pero sin ese dolor punzante en los
bordes. Ya estaba planeando cosas, a la búsqueda de nuevos engaños, de modo que
eso me distraía. También influía el hecho de saber que al día siguiente, cuando
volviera a estar con Jacob, me sentiría mejor. Esto hacía que el agujero vacío
y el dolor familiar se me hicieran más fáciles de soportar, ya que el alivio
estaba a la vista. La pesadilla, a su vez, había perdido algo de su poder.
Seguía horrorizada por la nada, como siempre, pero también me sentía
extrañamente impaciente mientras esperaba el momento que me enviaría gritando a
la vigilia. Sabía que la pesadilla tenía que terminar.
El
miércoles siguiente, antes de que llegara a casa desde urgencias, el doctor
Gerandy llamó a mi padre para advertirle de que probablemente tuviera un poco
de conmoción y que se acordara de despertarme cada dos horas durante la noche
para asegurarse de que no era nada grave. Charlie entrecerró los ojos de forma
suspicaz ante mi endeble explicación sobre otro tropiezo.
—Quizás
deberías mantenerte alejada del garaje también, Bella —sugirió esa noche
durante la cena.
Tuve un
ataque de pánico, preocupada porque a Charlie le diera por emitir algún tipo de
edicto contra mis visitas a La Push, y por tanto contra mi moto. No iba a
dejarlo, ya que aquel día había tenido la más asombrosa de las alucinaciones.
Mi ensoñación de la voz de terciopelo había estado gritándome casi cinco
minutos antes de que presionara el freno demasiado bruscamente y me estampara
contra un árbol. Sufriría cualquier dolor que me causara esa noche sin queja
ninguna.
—Esto
no me ha pasado en el garaje —protesté con rapidez—. Íbamos de excursión y me
tropecé con una piedra.
—¿Desde
cuándo te gusta ir de excursión? —me preguntó Charlie, escéptico.
—Desde
que trabajo en la tienda Newton creo que se me ha pegado algo —le señalé—. Si
te pasas todo el día vendiendo las virtudes de salir al aire libre, te pica un
poco la curiosidad.
Charlie
me miró, nada convencido.
—Tendré
más cuidado —le prometí al tiempo que a escondidas cruzaba los dedos debajo de
la mesa.
—No me
importa que vayas de excursión por aquí, en los alrededores de La Push, pero no
te alejes de la ciudad, ¿vale?
—¿Por
qué?
—Bueno,
últimamente estamos recibiendo un montón de quejas sobre animales salvajes. El
departamento forestal va a hacer unas comprobaciones, pero de momento...
—Ah
claro, el gran oso —dije, cayendo de pronto en la cuenta—. Sí, alguno de los
mochileros que vienen a Newton lo ha visto. ¿Tú crees que realmente hay algún
gran oso mutante por ahí?
Se le
arrugó la frente.
—Algo
hay. Tú mantente cerca de la ciudad, ¿vale?
—Vale,
vale —repuse de inmediato. No obstante, él no parecía del todo convencido.
—Charlie
se está mosqueando —me quejé a Jacob cuando le recogí en la escuela el viernes.
—Quizás
deberíamos tomarnos con más calma lo de las motos —observó mi expresión de
claro desacuerdo y añadió—: Al menos durante una semana, aproximadamente. Así
podrías estar siete días fuera del hospital, ¿no?
—¿Y qué
vamos a hacer entonces? —refunfuñé.
Sonrió
con alegría.
—Pues
lo que quieras.
Pensé
durante cerca de un minuto qué era lo que realmente quería.
Odiaba
la idea de perder mis escasos segundos de cercanía a aquellos recuerdos que no
eran dolorosos, aquellos que venían por sí mismos, sin que yo los evocara
conscientemente. Tendría que buscarme algún otro atajo hacia el peligro y la
adrenalina si me veía privada de las motos, y ello me iba a suponer un
considerable esfuerzo de creatividad. Quedarme sin hacer nada entre medias no
me hacía ninguna gracia. ¿Y qué pasaba si me deprimía otra vez, incluso con
Jake cerca? Tenía que mantenerme ocupada...
Quizás
podría encontrar algún otro camino, alguna otra receta... algún otro lugar.
Lo de
la casa había sido un error, sin lugar a dudas. Pero su presencia tenía que
estar impresa en alguna parte, en alguna otra parte además de en mi interior.
Debía de haber algún lugar donde él pareciera más real que todos los demás
sitios familiares, llenos de otros recuerdos humanos.
Únicamente
se me ocurría un lugar que pudiera servir para esto. Un lugar que sólo le
pertenecía a él y a nadie más. Un lugar mágico, lleno de luz. Aquel hermoso
prado que solamente había visto una vez en mi vida, iluminado por la luz solar
y el centelleo de su piel.
La idea
tenía muchas posibilidades de convertirse en un fracaso, e incluso podía
resultar peligrosamente dolorosa. ¡Me dolía el vacío en el pecho sólo de
pensarlo! Estaba siendo muy duro mantenerme en pie, sin dejarme llevar, pero
seguramente, de todos los lugares existentes, aquél sería el único donde podría
escuchar su voz. Y como ya le había dicho a Charlie que salía de excursión...
—¿Qué
es lo que estás pensando con tanta concentración? —me preguntó Jacob.
—Bueno...
—comencé lentamente—. En una ocasión encontré un lugar en el bosque... Me topé
con él cuando iba... de excursión. Es un pequeño prado, el sitio más bonito que
he visto. No sé si podría rastrearlo yo sola. Seguramente me llevaría varias
intentonas...
—Podemos
usar una brújula y un mapa de coordenadas —dijo Jacob, con una amabilidad llena
de confianza—. ¿Recuerdas cuál era el punto de partida?
—Sí, en
la cabecera misma del sendero donde termina la 101. Creo que iba principalmente
en dirección sur.
—Guay.
Lo encontraremos.
Como
siempre, Jacob estaba dispuesto a lo que yo quisiera sin importar lo extraño
que fuera, por lo que el sábado por la tarde me embutí mis nuevas botas de
montaña, que me había comprado esa misma mañana aprovechando por primera vez el
descuento del veinte por ciento, y luego agarré mi mapa topográfico de la
península de Olympic y conduje hasta La Push.
No
salimos inmediatamente; primero porque Jacob estaba tirado en el suelo del
salón, ocupando todo el espacio y, durante al menos veinte minutos, se dedicó a
trazar una complicada red sobre la sección que nos interesaba del mapa mientras
yo me sentaba en la silla de la cocina a hablar con Billy, que no mostró
interés alguno en nuestra supuesta excursión. Me sorprendió que Jacob le
hubiera contado adónde íbamos, teniendo en cuenta el jaleo que estaba montando
la gente con los avistamientos de osos. Me hubiera gustado decirle a Billy que
no se lo comentase a Charlie, pero me temía que pedirlo hubiera tenido el
efecto contrario.
—Ojalá
veamos al súper oso —bromeó Jacob, con los ojos fijos en su dibujo.
Lancé
una mirada rápida a Billy, esperando que reaccionara al estilo de Charlie.
Pero
Billy se limitó a sonreír a su hijo.
—Quizás
deberías llevarte un tarro de miel, sólo por si las moscas.
Jake se
rió entre dientes.
—Espero
que tus botas nuevas sean rápidas, Bella. Un tarro pequeño no va a mantener
ocupado a un oso hambriento durante mucho tiempo.
—Sólo
tengo que ser más rápida que tú.
—¡Pues
vas a necesitar suerte! —dijo Jacob, levantando los ojos al cielo mientras
doblaba el mapa—. Vamos.
—Pasáoslo
bien —masculló Billy al tiempo que se impulsaba en dirección al frigorífico.
Charlie
no era una persona complicada para convivir, pero me dio la impresión de que
Jacob incluso lo tenía aún más fácil.
Condujimos
hasta el final de la carretera polvorienta y nos paramos justo donde estaba el
cartel que indicaba el comienzo del sendero. Había pasado mucho tiempo desde
que estuve allí y se me hizo un nudo en el estómago a causa de los nervios.
Esto podría convertirse en algo realmente malo, pero quizás mereciera la pena,
si conseguía volver a oírle.
Salimos
y miré hacia la densa masa de verdor.
—Yo iré
por este camino —murmuré, señalando justo hacia delante.
—Mmm
—murmuró Jake.
—¿Qué?
Él miró
en la dirección que yo había señalado, después volvió la vista hacia la pista
claramente marcada y otra vez al camino.
—Debería
haber supuesto que eres de la clase de chicas a las que les gustan los caminos.
—Pues
no —sonreí débilmente—. Soy una rebelde.
Se rió
y después desplegó el mapa.
—Concédeme
un momento —sostuvo la brújula con pericia a la vez que giraba el mapa hasta
tomar el ángulo deseado.
—De
acuerdo, es la primera línea de las coordenadas. Vamos a seguirla.
No
cabía duda de que demoraba el paso de Jacob, pero éste no protestó. Intenté no
pensar demasiado en mi última excursión a través de esa parte del bosque, con
una compañía tan distinta. Los recuerdos normales todavía eran peligrosos para
mí. Si me permitía sumergirme en ellos, terminaría con los brazos cruzados
sobre el pecho, luchando por respirar y a ver cómo le iba a explicar eso a
Jacob.
No me
costó tanto como pensaba el mantenerme concentrada en el presente. El bosque se
parecía mucho a cualquier otra parte de la península y Jacob le daba a todo un
sello personal muy diferente.
Iba
silbando alegremente una melodía que yo no conocía mientras movía los brazos de
un lado para otro y se deslizaba con facilidad a través de la áspera maleza.
Las sombras no me parecieron tan oscuras como siempre. No, acompañada por mi
sol personal.
Jacob
miraba la brújula cada pocos minutos para comprobar que seguíamos la primera
línea de sus coordenadas. Realmente parecía que sabía lo que se traía entre
manos. Estuve a punto de felicitarle por ello, pero me contuve. Sin
duda, hubiera sido una excusa perfecta para añadirse otros cuantos años a su
edad, más que inflada.
Mi
mente vagaba mientras caminaba y comencé a sentir curiosidad. No había
olvidado la conversación que mantuvimos al lado de los acantilados y esperaba
que él volviera a sacarla, aunque no parecía que eso fuera a suceder.
—Esto...,
¿Jake? —pregunté, vacilante.
—¿Sí?
—¿Qué
tal van las cosas con Embry? ¿Ha vuelto ya a la normalidad?
Jacob
permaneció en silencio durante un minuto, todavía andando a largas zancadas.
Cuando ya iba casi tres metros por delante, se paró a esperarme.
—No, no
ha vuelto a la normalidad —contestó mientras le alcanzaba, con las comisuras de
la boca inclinadas hacia abajo. No echó a andar de nuevo, así que lamenté
inmediatamente haber sacado el tema.
—Todavía
sigue con Sam.
—Vaya.
Me pasó
el brazo por los hombros y parecía tan preocupado que no intenté sacármelo de
encima como quien no quiere la cosa, como hubiera hecho de ser otro el caso.
—¿Aún
te siguen mirando con cara de burla? —medio susurré.
Jacob
miró fijamente a través de los árboles.
—Algunas
veces.
—¿Y
Billy?
—Tan
útil como siempre —repuso con un tono de voz amargo y enfadado que me hizo
sentirme mal.
—Nuestra
casa está siempre abierta —le ofrecí.
Se rió,
rompiendo así su extraño estado de ánimo.
—Pero
piensa en la mala situación en la que pondríamos a Charlie... cuando Billy
llamara a la policía para denunciar mi secuestro.
Me reí
también, contenta de que Jacob volviera a ser el de siempre.
Nos
detuvimos cuando él dijo que habíamos andado nueve kilómetros y cortamos hacia
el oeste durante un rato, para luego volver a tomar otra de las líneas de sus
coordenadas. Todo parecía exactamente igual que lo que habíamos dejado atrás, y
tuve la sensación de que mi tonta búsqueda no nos iba a llevar a ninguna parte.
Me fui convenciendo cada vez más conforme comenzó a oscurecer y el día sin sol
se fue transformando en una noche sin estrellas, aunque Jacob parecía mantener
la confianza.
—Siempre
que estés segura de que salimos del lugar correcto... —me miró.
—Sí,
estoy segura.
—Entonces
lo encontraremos —me prometió, agarrándome la mano e impulsándome a través de
una masa de helechos. Al otro lado apareció mi coche. Gesticuló hacia él con
orgullo—. Confía en mí.
—Eres
bueno —admití—, aunque la próxima vez traeremos linternas.
—Reservaremos
los domingos para hacer excursiones, de aquí en adelante. No sabía que fueras
tan lenta.
Tiré de
mi bolso bruscamente y lo estampé contra el asiento del conductor mientras él
se reía por mi reacción.
—¿Así
que estás dispuesta a intentarlo de nuevo mañana? —me preguntó, mientras se
deslizaba hacia el lado del copiloto.
—Seguro.
A no ser que prefieras ir solo para que no te ralentice mi cojera.
—Sobreviviré
—me aseguró—. Aunque si quieres seguir haciendo excursiones, mejor te traes
unas cuantas tiritas. Te apuesto algo a que te acabas de dar cuenta de que
llevas puestas esas botas nuevas.
—Un
poco —confesé. Me parecía tener en los pies más ampollas que espacio para que
salieran.
—Ojalá
que veamos al oso mañana. Estoy un poco decepcionado por no haberlo divisado.
—Sí, yo
también —le di la razón, aunque de forma sarcástica—. ¡Quizá tengamos suerte
mañana y algo nos coma vivos!
—Los
osos no se comen a la gente. No les sabemos tan bien —me sonrió en la cabina
oscura del coche—. Claro, aunque tal vez tú seas la excepción. Me apuesto lo
que quieras a que sabes estupendamente.
—Muchas
gracias —contesté mientras miraba hacia otro lado. No era la primera persona
que me había dicho eso.
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