Todo
hubiera sido distinto de haberse tratado de cualquier otra persona en vez de
Jacob, pensé en mi fuero interno mientras conducía rumbo a La Push por la
carretera que bordeaba el bosque.
No
estaba convencida de hacer lo correcto, pero tenía un compromiso conmigo misma.
No
podía aprobar lo que hacían Jacob y sus amigos —su manada—. Ahora
comprendía lo que había dicho la noche pasada sobre que tal vez no quisiera
volver a verle. Podía haberle telefoneado tal y como él me sugirió, pero lo
consideraba una cobardía. Le había prometido al menos una conversación cara a
cara. Le diría que no podía ignorar lo que estaban haciendo. No podía ser amiga
de un asesino, quedarme callada, dejar que continuara la matanza... Eso me
convertiría a mí en un monstruo.
Pero
tampoco podía dejar de avisarle, debía hacer lo que estuviera en mi mano para
protegerle.
Frené
al llegar a la casa de los Black y fruncí
los labios hasta convertirlos en una línea. Ya era bastante malo que mi mejor
amigo fuera un licántropo, pero ¿tenía que ser también un monstruo?
La casa
estaba a oscuras y no vi luces en las ventanas, pero no me importaba
despertarlos. Aporreé la puerta con el puño con la energía del enfado. El
sonido retumbó entre las paredes.
—Entra
—le oí decir a Billy después de un minuto mientras pulsaba un interruptor.
Giré el
pomo de la puerta, que estaba abierta. Billy, que aún no se encontraba en su
silla de ruedas y llevaba un albornoz sobre los hombros, se asomó desde la
pequeña cocina hacia la entrada abierta. Puso unos ojos como platos al verme,
pero luego su rostro se volvió imperturbable.
—Vaya,
buenos días, Bella. ¿Qué haces levantándote tan temprano?
—Hola,
Billy. He de hablar con Jacob. ¿Dónde está?
—Esto...
En realidad, no lo sé —mintió muy serio.
—¿Sabes
qué está haciendo Charlie esta mañana? —inquirí a punto de ahogarme.
—¿Debería?
—Él y
media docena de vecinos se han echado al monte con armas para cazar lobos
gigantes —la expresión de Billy se alteró unos segundos para luego poner un
rostro carente de expresión—. Así pues, si no te importa —añadí—, me gustaría
hablar con Jake.
Billy
frunció la boca durante un buen rato y al final, señalando el minúsculo pasillo
que salía de la entrada de la fachada con un movimiento de cabeza, dijo:
—Apuesto
a que aún duerme. Estos días sale por ahí hasta muy tarde. El chico necesita
descansar. Probablemente no deberías despertarle.
—Ahora
me toca a mí —murmuré para mis adentros mientras me encaminaba hacia el
pasillo. Billy suspiró.
El
pequeño cuarto de Jacob era la única habitación de un pasillo que no mediría ni
un metro de largo. No me moles-té en llamar, sino que abrí de sopetón y cerré
de un fuerte golpe.
Jacob,
aún vestido con los mismos vaqueros negros sudados que había llevado en mi
habitación, la noche anterior, yacía en diagonal encima de la cama doble que
ocupaba casi toda su habitación, salvo unos pocos centímetros a ambos lados del
lecho, en el que no cabía a pesar de haberse tendido cruzado. Los pies le
colgaban fuera por un lado y la cabeza por el otro. Dormía profundamente con la
boca abierta y roncaba levemente, sin inmutarse después del portazo.
Su
rostro dormido estaba en paz y toda la ira se había desvanecido de sus
facciones. Tenía ojeras debajo de los ojos, no me había percatado hasta ese
momento. A pesar de su tamaño desmedido, ahora parecía muy joven, y también muy
cansado. Me embargó la piedad.
Retrocedí,
salí y cerré la puerta haciendo el menor ruido posible al salir.
Billy
me miró fijamente con curiosidad y prevención mientras caminaba lentamente de
vuelta al salón.
—Me
parece que voy a dejarle reposar un poco.
Billy
asintió, y entonces nos miramos largo tiempo el uno al otro. Me moría de ganas
por preguntarle cuál era su participación en todo este asunto y qué pensaba
sobre aquello en lo que se había convertido su hijo, mas sabía que había
apoyado a Sam desde el principio, por lo que supuse que los crímenes no debían
preocuparle. No lograba concebir cómo era capaz de justificar semejante
actitud.
Atisbé
en sus ojos que también él tenía muchas preguntas que hacerme, pero tampoco las
verbalizó.
—Escucha
—dije rompiendo el silencio—, voy a bajar a la playa un rato. Dile que le
espero allí cuando se despierte, ¿de acuerdo?
—Claro,
claro —aceptó.
Me
pregunté si lo haría de verdad, pero bueno, de no ser así, lo había intentado,
¿no?
Conduje
hasta First Beach y me detuve en el aparcamiento, sucio y vacío. Todavía era de
noche y se anunciaba el ceniciento fulgor previo al alba de un día nublado, por
lo que apenas había visibilidad cuando apagué las luces del coche. Tuve que
esperar para que mis ojos se acostumbraran a la penumbra antes de poder
encontrar la senda que atravesaba el alto herbazal. Allí hacía más frío a causa
del viento procedente del oscuro mar, por lo que hundí las manos en los
bolsillos de mi chaqueta de invierno. Al menos había dejado de llover.
Caminé
hasta la playa en dirección al espigón situado más al norte. No veía St. James
ni las demás islas, sólo la difusa línea de la orilla del agua. Elegí con
cuidado mi camino entre las rocas sin dejar de vigilar la madera que el mar
arrastraba a la playa para no tropezar.
Me
descubrí contemplando el lugar que había venido a buscar antes de percatarme de
que lo había encontrado. En la oscuridad, vislumbré un gran árbol blanco
profundamente enraizado entre las rocas cuando me hallaba apenas a escasos
centímetros. Las raíces retorcidas se prolongaban hasta el borde del espigón.
Parecían un centenar de tentáculos frágiles. No estaba segura de que fuera el
mismo árbol en que Jacob y yo habíamos mantenido la primera conversación —con
la que tanto se había complicado mi vida—, pero lo parecía. Me senté en el
mismo lugar que en aquel entonces y miré hacia el mar, ahora invisible.
La
repulsión y la ira habían desaparecido después de verle dormido —inocente y
vulnerable en su lecho—, pero no podía hacer la vista gorda ante lo que estaba
pasando, como parecía ser el caso de Billy, aunque tampoco podía inculpar a
Jacob. No es así como funciona el amor, resolví. Es imposible mostrarte
lógico con las personas una vez que les tomas afecto. Jacob era mi amigo con
independencia de que matara o no matara a la gente, y no sabía qué hacer al
respecto.
Sentía
una urgencia irresistible de protegerle al recordarle dormido, tan pacífico,
algo completamente ilógico.
Pero
fuera o no lógico, le estuve dando vueltas al recuerdo de su rostro en calma en
un intento de alcanzar una respuesta, alguna forma de protegerle, mientras el
cielo se fue aclarando hasta ponerse gris.
—Hola,
Bella.
Me
levanté de un brinco al oír la voz de Jacob procedente de las sombras. Él había
hablado en voz baja, casi con timidez, pero me asusté, pues yo contaba con
estar sobre aviso gracias al ruido que haría al caminar sobre las piedras que
se extendían a mis espaldas. Vi su silueta recortándose contra las luces del
inminente amanecer. Parecía enorme.
—¿Jake?
Permaneció
alejado varios pasos mientras se balanceaba con ansiedad, descansando su peso
sobre un pie y luego sobre el otro.
—Billy
me informó de tu llegada... No te ha llevado mucho tiempo averiguarlo, ¿no?
Sabía que lo descubrirías.
—Sí,
ahora recuerdo la historia en concreto —susurré.
El
silencio se prolongó durante un buen rato y, aunque estaba demasiado oscuro
para ver bien, sentí un picor en la piel, como si sus ojos estuvieran
estudiando mi rostro. Debía de haber suficiente luz para que él leyera mi
expresión, ya que había una nota mordaz en su voz cuando habló de nuevo.
—Podías
haberte limitado a telefonear —dijo con aspereza.
Asentí.
—Lo sé.
Jacob
comenzó a pasear entre las rocas. Si aguzaba mucho el oído era capaz de oír, a
duras penas, el suave roce de sus pies sobre las piedras por encima del sonido
de las olas. Era un ruido similar al de las castañuelas.
—¿Por
qué has venido? —inquirió sin dejar de pasear dando grandes zancadas.
—Pensé
que sería mejor hablar frente a frente.
Soltó
una risotada.
—Oh,
sí, mucho mejor.
—Jacob,
he de avisarte...
—¿Contra
los agentes forestales y los cazadores? No te preocupes, ya lo sabíamos.
—¡¿Que
no me preocupe?! —inquirí con incredulidad—. Jake, llevan armas, están
tendiendo trampas, han ofrecido recompensas y...
—Podemos
cuidarnos solos —gruñó sin dejar de andar—. No van a atrapar a nadie. Sólo van
a ponérnoslo un poco más difícil, pero pronto comenzarán a desaparecer también.
—¡Jake!
—murmuré.
—¡¿Qué?!
Sólo es un hecho.
Palidecí
de la repulsa.
—¿Cómo
puedes... pensar así? Conoces a esa gente. ¡Charlie está ahí fuera!
La idea
me produjo un retortijón de estómago.
Se
detuvo de forma abrupta y me replicó:
—¿Y qué
otra cosa podemos hacer?
Los
rayos del sol confirieron una tonalidad rosácea a las nubes que pasaban encima
de nosotros. Ahora le pude ver la expresión. Estaba enfadado y frustrado, se
sentía engañado.
—¿Podrías...?
Bueno, ¿podrías intentar no convertirte en... hombre lobo? —le sugerí con un
hilo de voz.
Alzó
las manos al aire y bramó:
—¡Como
si tuviera elección! Además, si lo que te preocupan son los desaparecidos, ¿de
qué iba a servir?
—No te
entiendo.
Me
lanzó una mirada con los ojos entrecerrados y frunció los labios al refunfuñar:
—¿Sabes
lo que más me molesta? —pasé por alto la hostilidad de su expresión y negué con
la cabeza, ya que parecía aguardar una respuesta—. Que seas tan hipócrita,
Bella. Estás ahí sentada, aterrada por mi causa. ¿Es eso justo?
Las
manos le temblaron de ira.
—¿Hipócrita?
¿Tenerle miedo a un monstruo me convierte en una hipócrita?
—Bah
—refunfuñó; se llevó las manos a las sienes y cerró los ojos con fuerza—. ¿Te
has oído a ti misma?
—¡¿Qué?!
Se
acercó dos pasos, se inclinó hacia delante y me miró con rabia.
—Bueno,
lamento mucho no ser la clase de monstruo que te va, Bella. Supongo que no soy
tan bueno como un chupasangre, ¿no?
Me puse
en pie de un salto y le devolví la mirada.
—¡No,
no eres tú! —grité—. ¡No es lo que eres, sino lo que haces!
—¿Qué
se supone que significa eso? —bramó mientras todo su cuerpo se estremecía de
rabia.
Ve
con cuidado, Bella, me previno la voz aterciopelada, no le presiones tanto. Tienes que
calmarle. El aviso de Edward me pilló totalmente desprevenida.
Hoy no
tenía sentido ni siquiera la voz de mi interior, sin embargo, le hice caso.
Haría cualquier cosa por esa voz.
—Jacob
—le supliqué amablemente y sin alterar la voz—, ¿es necesario matar gente? ¿No
existe otro camino? Quiero decir, los vampiros han encontrado una forma de
vivir sin matar a nadie. ¿No podríais intentarlo vosotros también?
Se
irguió de repente como si mis palabras le hubieran descargado un calambrazo.
Alzó las cejas y me miró con los ojos muy abiertos.
—¿Matar
gente? —inquirió.
—¿De
qué te pensabas que estábamos hablando?
Dejó de
temblar y me contempló con una incredulidad cargada de esperanza.
—Pensé
que hablábamos de tu repugnancia hacia los licántropos.
—No,
Jake, no. No me refería a que fueras un... lobo. Eso está bien —le aseguré, y
supe el significado de mis palabras en cuanto las pronuncié. En realidad, no me
preocupaba si se convertía en un enorme lobo, seguía siendo Jacob—. Bastaría
con que encontraras un modo de no hacer daño a la gente... Es eso lo que me
afecta...
—¿Eso
es todo? ¿De verdad? —me interrumpió con una sonrisa que se extendía a todo su
rostro—. ¿Te doy miedo porque soy un asesino? ¿No hay otra razón?
—¿Te
parece poco?
Rompió
a reír.
—¡Jacob
Black, esto no es divertido!
—Por
supuesto, por supuesto —admitió sin dejar de reírse.
Avanzó
otra zancada y me dio otro abrazo de oso.
—Sé
sincera, ¿de verdad no te importa que me transforme en un gran perro? —me
preguntó al oído con voz jubilosa.
—No
—contesté sin aliento—. No... puedo... respirar, Jake.
Me
soltó, pero retuvo mis manos.
—No soy
ningún asesino, Bella.
Estuve
segura de que decía la verdad al escrutar su rostro. El pulso se me aceleró de
alivio.
—¿De
verdad?
—De
verdad —prometió solemnemente.
Le
rodeé con mis brazos. Aquello me recordó aquel primer día de las motos, aunque
ahora era más grande y me sentía aún más niña.
Me
acarició el cabello tal y como hacía antes.
—Lamento
haberte llamado hipócrita —se disculpó.
—Lamento
haberte llamado asesino.
Se
carcajeó.
En ese
momento caí en la cuenta de una cosa y me aparté para poder verle la cara.
Fruncí el ceño a causa de la ansiedad.
—Tú no,
pero ¿y Sam? ¿Y los demás?
Negó
con la cabeza y me sonrió como si se hubiera quitado un gran peso de encima.
—Por
supuesto que no. ¿No recuerdas cómo te dije que nos llamábamos?
Lo
recordaba claramente. Ese mismo día lo había estado pensando.
—¿Protectores?
—Exactamente.
—Pero
no comprendo, ¿qué pasa en los bosques? ¿Y los montañeros desaparecidos? ¿Y la
sangre?
Se puso
serio de inmediato. Parecía preocupado.
—Intentamos
hacer nuestro trabajo, Bella. Intentamos protegerlos, pero siempre llegamos una
pizca tarde.
—¿Protegerlos?
¿De qué? ¿De verdad hay un gran oso merodeando por allí?
—Bella,
cariño, nosotros sólo protegemos a las personas de un enemigo. Lo que éste hace
es la razón de nuestra existencia.
Le miré
con expresión ausente durante unos instantes hasta comprenderle. Entonces, la
sangre huyó de mi rostro y se me escapó un grito inarticulado de pánico.
Él
asintió.
—Pensé
que precisamente tú de entre todos ibas a comprender lo que sucedía.
—Laurent
—susurré—. Sigue aquí.
Jacob
parpadeó un par de veces y ladeó la cabeza a un lado:
—¿Quién
es Laurent?
Intenté
poner en orden mis pensamientos en medio de todo ese caos para poder
responderle.
—Le
conoces, le viste en el prado. Estabais allí... —las palabras adquirieron un
tono de asombro a medida que me iba convenciendo de todo—. Estabais allí,
evitasteis que me matara...
—Ah,
¿te refieres a la sanguijuela de pelo negro? —esbozó una sonrisa tensa y
fiera—. ¿Se llamaba así?
Me
estremecí.
—¿En
qué estabais pensando? —susurré—. Podía haberos matado, Jake. No te haces idea
de lo peligrosos...
Otra
carcajada me interrumpió.
—Bella,
un sólo vampiro no supone mucho problema para una manada grande como la
nuestra. Fue tan fácil que casi no resultó divertido.
—¿Qué
fue fácil?
—Acabar
con el vampiro que te iba a matar. Ahora bien, eso no lo incluyo en lo de
asesinar —agregó a toda prisa—. Los vampiros no cuentan como personas.
Sólo
conseguí articular las palabras para que me leyera los labios:
—¿Vosotros
matasteis a Laurent?
Asintió.
—Fue un
trabajo en equipo—matizó.
—¿Ha
muerto Laurent?—susurré.
Su
expresión cambió.
—Eso no
te preocupa, ¿verdad? Iba a matarte, buscaba su presa, Bella. Estábamos muy
seguros de eso cuando decidimos atacar. Lo sabes, ¿verdad?
—Lo sé.
No, no estoy disgustada. Estoy... —tenía que sentarme. Retrocedí un paso hasta
sentir la madera en las pantorrillas y me dejé caer sobre la misma—. Laurent ha
muerto, no va a volver a por mí.
—¿No te
enfadas? No era uno de tus amigos ni nada de eso, ¿verdad?
—¿Amigo
mío? —alcé la vista, confusa y mareada de puro alivio. Los ojos se me
humedecieron y comencé a balbucear—: No, Jake... Al contrario... Pensé que
acabaría encontrándome... Le he estado esperando cada noche con la esperanza de
que se conformara conmigo y dejara tranquilo a Charlie. He pasado tanto miedo,
Jacob. Pero... ¿cómo es posible? ¡Era un vampiro! ¿Cómo le habéis matado? Era
fuerte y duro como el mármol...
Se
sentó junto a mí y me rodeó con un brazo en gesto de consuelo.
—Fuimos
creados para eso, Bella. Nosotros también somos fuertes. Desearía que me
hubieras dicho que tenías tanto miedo. No tenías por qué.
—Tú no
estabas ahí para escucharme —musité, sumida en mis pensamientos.
—Sí,
cierto.
—Espera,
Jake... Pensé que lo sabías porque la noche pasada dijiste que no era seguro
que estuvieras en mi habitación. Creí que eras consciente de que
podía acudir un vampiro. ¿No te estabas refiriendo a eso?
Me miró
desconcertado durante un minuto y luego ladeó la cabeza.
—No, no
me refería a eso.
—Entonces,
¿por qué creías que no era seguro para ti quedarte?
Me miró
con ojos llenos de culpabilidad.
—No
dije que no fuera seguro para mí. Estaba pensando en ti.
—¿Qué
quieres decir?
Miró al
suelo y dio un puntapié a una piedra.
—Hay
más de una razón por la que no debo estar cerca de ti, Bella. Por una parte, se
suponía que no tenía que revelarte nuestro secreto, eso era importante, pero
por otra, no es seguro para ti. Podrías resultar herida... si me enfado, si me
disgusto más de la cuenta...
Reflexioné
al respecto detenidamente.
—¿Cuando
hace un momento te enfadaste...? ¿Cuando te grité y te pusiste a temblar... ?
—Sí —su
rostro se descompuso un poco más—. Es muy estúpido por mi parte, debería ser
capaz de controlarme mejor. Te prometo que no tenía intención de enfadarme
dijeras lo que dijeras, pero me hería tanto perderte en caso de que no
aceptaras lo que soy...
—¿Qué
sucedería si te enfurecieras mucho? —susurré.
—Me
convertiría en lobo... —me contestó en otro susurro.
—¿No ha
de haber luna llena?
Puso
los ojos en blanco.
—La
versión de Hollywood no es muy rigurosa —suspiró y se puso serio de nuevo—. No
tienes por qué preocuparte, Bella. Nos vamos a encargar de esto y
pondremos especial atención en cuidar de Charlie y los demás... No vamos a
permitir que le pase nada. En eso, puedes confiar en mí.
Fue
entonces cuando caí en la cuenta de algo muy, muy obvio. La idea de Jacob y sus
amigos luchando contra Laurent me había despistado hasta el punto de haber
perdido la noción del tiempo, pero se me ocurrió cuando Jacob volvió a utilizar
el verbo en presente.
Nos vamos a encargar de esto.
Luego
no había terminado.
—Laurent
ha muerto —dije con voz entrecortada mientras me quedaba rígida y helada como
un bloque de hielo.
—¿Bella?
—preguntó Jacob con ansiedad al tiempo que me acariciaba la mejilla lívida.
—Si
Laurent murió hace una... semana... En ese caso, alguien más está matando gente
ahora.
Jacob
asintió.
—Resulta
que eran dos. Creemos que su compañera nos tiene ganas. Según nuestras
leyendas, los vampiros se encabronan mucho cuando matas a su pareja, pero ésta
no hace otra cosa que alejarse a toda prisa para volver enseguida, y así una y
otra vez. Sería más fácil quitarla de en medio si conociéramos su objetivo,
pero su conducta carece de sentido. Sigue bailando al filo de la navaja, parece
que estuviera probando nuestras defensas en busca de una forma de entrar, pero ¿adónde
quiere entrar? ¿Dónde pretende ir? A Sam le parece que intenta separarnos para
disponer de mayores oportunidades...
Su voz
perdió intensidad hasta que empezó a sonar como si hablara al otro extremo de
un túnel largo. No fui capaz de distinguir las palabras por más tiempo. Mi
frente se perló de sudor y sufrí un retortijón en el estómago como si volviera
a tener la gripe. Exactamente igual que si tuviera la gripe.
Me
aparté de él a toda prisa y me incliné sobre el tronco del árbol. Las arcadas
me convulsionaron todo el cuerpo sin resultado alguno. El estómago vacío se
contrajo a causa de la náusea producida por el pánico, pero no tenía nada que
vomitar.
Victoria
estaba ahí. Me buscaba. Mataba extranjeros en los mismos bosques que Charlie
estaba rastreando.
La
cabeza empezó a darme vueltas hasta marearme y volver a provocarme arcadas.
Jacob
me sujetó por los hombros y evitó que me resbalara y cayera sobre las rocas.
Sentí su cálido aliento en la mejilla.
—Bella,
¿qué te pasa?
—Victoria
—respondí entrecortadamente en cuanto fui capaz de recobrar el aliento entre
los espasmos de las náuseas.
En mi
mente, Edward gruñó con furia ante la mención de ese nombre.
Sentí
que Jacob me levantaba de mi postración y me colocaba torpemente en su regazo
de forma que mi cabeza desmadejada descansara sobre su hombro. Me sostuvo para
que no perdiese el equilibrio, evitando que desfalleciera y cayera; retiró de
mi rostro el sudado pelo negro.
—¿Quién?
—preguntó Jacob—. ¿Me oyes? ¡Bella, Bella!
—No era
la compañera de Laurent —gemí apoyada en su hombro—, sólo eran amigos...
—¿Necesitas
un poco de agua? ¿Un médico? Dime qué he de hacer —me pidió, frenético.
—No
estoy enferma, tengo miedo... —le expliqué entre susurros. En realidad, la
palabra «miedo» no abarcaba todo el abanico de mis sentimientos.
Me dio
unas palmaditas en la espalda.
—¿Temes
a Victoria?
Asentí
con la cabeza entre estremecimientos.
—¿Victoria
es la hembra pelirroja?
Temblé
de nuevo y gimoteé:
—Sí.
—¿Cómo
sabes que no era la compañera del que matamos?
—Laurent
me dijo que ella era la pareja de James —le expliqué mientras movía la mano de
la cicatriz de forma inconsciente.
Jacob
giró mi rostro hacia él y lo mantuvo firme con su mano enorme. Clavó su mirada
en mis ojos.
—Bella,
¿te dijo algo más? Es importante. ¿Sabes qué es lo que busca?
—Por
supuesto —susurré—, me busca a mí.
Sus
ojos se abrieron como platos y luego los entrecerró desmesuradamente.
—¿Por
qué? —inquirió.
—Edward
mató a James —Jacob me aferró con tanta fuerza que resultó innecesario mi
intento de tapar el agujero de mi pecho. Su abrazo me mantuvo de una pieza—.
Victoria se ha obsesionado con él, pero Laurent dijo que ella pensaba que sería
más justo matarme a mí que a Edward. Pareja por pareja. Supongo que no sabía,
aún no lo sabe, que... —tragué con fuerza— que las cosas ya no son como antes
entre nosotros, al menos por parte de Edward.
—¿Es
eso lo que sucedió? ¿Por qué se fueron los Cullen?
—Bueno,
al fin y al cabo, no soy más que una humana, nada especial —le expliqué a la
vez que me encogía de hombros imperceptiblemente.
Algo
muy similar a un gruñido —no un gruñido de verdad sino una aproximación humana—
retumbó en el pecho de Jacob, debajo de mi oído.
—Si ese
idiota chupasangre es de verdad tan estúpido...
—Por
favor —gemí—, por favor. No sigas.
Jacob
vaciló y después asintió una vez.
—Esto
es muy importante —repitió, ahora con aire profesional—. Es exactamente lo que
necesitábamos saber. Debemos decírselo a los demás ahora mismo.
Se puso
de pie y tiró de mí para que me incorporara. No me soltó las manos de la
cintura para asegurarse de que no iba a caerme.
—Estoy
bien —le mentí.
Pasó a
tomarme de la cintura con una sola mano.
—Vamos.
Me guió
de regreso al coche.
—¿Adonde
nos dirigimos? —le pregunté.
—Aún no
estoy seguro —admitió—. Voy a convocar un encuentro. Eh, quédate aquí un
minuto, ¿de acuerdo? —me apoyó contra un costado del vehículo y me soltó la
mano.
—¿Adonde
vas?
—Estaré
de vuelta enseguida —me prometió. Luego se giró, atravesó el aparcamiento a la
carrera y cruzó la carretera para adentrarse en el bosque. Pasó fugazmente
entre los árboles con la velocidad y la elegancia de un venado.
—¡Jacob!
—chillé con voz ronca a sus espaldas, pero ya se había ido.
No era
el mejor momento para quedarme sola. Estaba hiperventilando cuando le perdí de
vista. Me arrastré al interior de la cabina del conductor y eché los seguros de
las puertas a golpetazos. Eso no me hizo sentir mucho mejor.
Victoria
ya me estaba acechando. Sólo era cuestión de suerte que aún no me hubiera
encontrado, bueno, de suerte y de cinco hombres lobo adolescentes. Espiré con
fuerza. No importaba lo que dijera Jacob, la idea de que él fuera a estar cerca
de Victoria resultaba horripilante, y no me importaba en qué se convirtiera
cuando se enfadaba. Veía a Victoria en mi mente, el rostro salvaje, la melena
similar a las llamas, letal, indestructible...
Sin
embargo, según Jacob, Laurent había muerto. ¿Era eso realmente posible? Edward
me había dicho —de inmediato me llevé la mano al pecho para sujetármelo— lo
difícil que resultaba matar a un vampiro, era una tarea que sólo otro de los
suyos podía llevar a cabo. Aun así, Jake mantenía que los licántropos estaban
hechos para esa tarea.
También
había dicho que iban a vigilar a Charlie de forma especial, y que debería
confiar en ellos para mantener a mi padre con vida. ¿Cómo podía creer en eso?
¡Ninguno de nosotros estaba a salvo! Y Jacob el que menos, máxime si intentaba
interponerse entre Victoria y Charlie, entre Victoria y yo...
Me
sentí como si estuviera a punto de volver a vomitar.
Un agudo
golpeteo de nudillos en la ventanilla me hizo gritar de pánico, pero sólo era
Jacob, que ya estaba de vuelta. Ali viada, levanté el seguro y le abrí la
puerta con manos trémulas.
—Estás
realmente asustada, ¿no? —me preguntó al entrar
Asentí
con la cabeza.
—No lo
estés. Cuidaremos de ti y también de Charlie. Lo prometo.
—La
posibilidad de que localices a Victoria me aterra más que la perspectiva de que
ella me encuentre a mí.
Se echó
a reír.
—Has de
confiar un poco más en nosotros. Es insultante.
Negué con
la cabeza. Había visto demasiados vampiros cu acción.
—¿Adonde
nos dirigimos ahora? —inquirí.
Frunció
los labios y permaneció callado.
—¿Qué
sucede? ¿Es un secreto?
Torció
el gesto.
—En
realidad, no, aunque es un poco extraño. No quiero que te dé un ataque.
—A
estas alturas ya me he acostumbrado a lo extraño, ya sabes —intenté sonreírle
sin demasiado éxito.
Jacob
me devolvió una enorme sonrisa con desenvoltura.
—Supongo
que no te queda otro remedio. Vale. Mira, cuando adoptamos forma de lobo,
podemos... podemos escucharnos unos a otros.
Se me
desplomaron las cejas de puro desconcierto.
—No
oímos los sonidos —continuó—, pero escuchamos... pensamientos. De ese
modo nos comunicamos entre nosotros sin importar cuán lejos estemos unos de
otros. Es de gran ayuda cuando cazamos, pero, aparte de eso, también supone una
molestia enorme. Resulta muy embarazoso no tener secretos. Es muy extraño,
¿verdad?
—¿A eso
te referías anoche cuando me dijiste que se lo dirías en cuanto los vieras,
incluso aunque no quisieras?
—Las
pillas al vuelo.
—Gracias.
—Y se
te da muy bien desenvolverte con lo extraño. Pensé que te iba a molestar.
—No es
así... Bueno, no eres la primera persona que he conocido capaz de leer los
pensamientos ajenos, por lo que no se me antoja tan raro.
—¿De
verdad? Espera... ¿Te refieres a tus chupasangres?
—Me
gustaría que no los llamaras así.
Se echó
a reír.
—Lo que
tú digas. Entonces, ¿te refieres a los Cullen?
—No,
sólo... Sólo a Edward.
Moví un
brazo con disimulo para sujetarme el torso. Jacob parecía desagradablemente
sorprendido.
—Pensé
que eran cuentos. He escuchado leyendas sobre vampiros capaces de hacerlo,
dotados de esa capacidad adicional, pero siempre creí que se trataba de mitos.
—¿Hay
algo que siga siendo un mito? —le pregunté con ironía.
Puso
cara de pocos amigos.
—Supongo
que no. De acuerdo, vamos a reunimos con Sam y los demás en el lugar donde
solíamos montar en moto.
Arranqué
el motor y di marcha atrás para luego dirigirme a la carretera.
—¿Acabas
de convertirte en lobo hace un momento para hablar con Sam? —le pregunté con
curiosidad.
Jacob
asintió. Parecía avergonzado.
—Mantuvimos
una charla muy corta. Procuré no pensar en ti para que ignoraran lo que estaba
sucediendo. Temía que Sam me dijera que no podía llevarte.
—Eso no
me hubiera detenido —no podía sacudirme el prejuicio de que Sam era un mal
tipo. Me rechinaron los dientes al oír su nombre.
—Bueno,
pero me hubiera detenido a mí—repuso Jacob, que ahora parecía
taciturno—. ¿Recuerdas que a veces, la noche pasada, no podía terminar las frases?
¿Y cómo al final no te conté toda la historia?
—Sí,
parecías estar ahogándote o algo así.
Se rió
entre dientes de forma misteriosa.
—Sí,
casi, casi. Sam me ordenó que no te contara nada. Es el jefe de la manada, ya
sabes. Es el alfa. Cuando nos dice que hagamos algo, o que no lo hagamos,
bueno, eso significa que no podemos ignorarle.
—¡Qué
raro! —murmuré.
—Mucho
—admitió—. Es una cosa típica de lobos.
—Ya —no
se me ocurría otra respuesta mejor.
—Sí,
existen un montón de normas de ese estilo... lobunas. Yo todavía las estoy
aprendiendo. No me imagino cómo tuvo que ser para Sam. Ya es bastante malo
pasar por ello con el apoyo de una manada, pero él se las tuvo que apañar
totalmente solo.
—¿Sam
estaba solo?
—Sí—contestó
Jacob con un hilo de voz—. Fue horrible, lo más aterrador por lo que haya
pasado jamás, peor todavía de lo que podía imaginar, cuando yo... cambié. Pero
no estaba solo... Había voces en mi mente que me explicaban lo que había
sucedido y lo que tenía que hacer. Creo que eso fue lo que impidió que
enloqueciera, pero Sam... —meneó la cabeza—. Sam no tuvo ayuda.
Eso
requería que hiciera ciertas reconsideraciones por mi parte. Era difícil no
compadecer a Sam cuando Jacob te lo explicaba de ese modo. Tuve que recordarme
que ya no había razón alguna para odiarle.
—¿Se
enfadarán porque vaya contigo? —pregunté.
Puso
mala cara.
—Probablemente.
—Tal
vez no debería...
—No,
no, está bien —me aseguró—. Sabes un montón de cosas que nos van a ser útiles.
No es como si se tratara de otro humano ignorante. Eres como... no sé... como
una espía o algo así. Has estado tras las líneas enemigas.
Desaprobé
aquello en mi fuero interno. ¿Era eso lo que Jacob quería de mí? ¿Una persona
con acceso a información privilegiada que les iba a ayudar a destruir a sus
enemigos? Sin embargo, yo no era una espía. No había reunido ese tipo de
información. Sus palabras ya me habían hecho sentirme como una traidora.
Pero yo
quería que él le parara los pies a Victoria, ¿no?
No.
Quería
que acabaran con ella, preferiblemente antes de que me torturara hasta
morir, atacara a Charlie o matara a otro forastero, pero no deseaba que fuera
Jacob quien lo hiciera, ni siquiera que lo intentara. No quería a Jacob en un
radio de ciento cincuenta kilómetros a la redonda de Victoria.
—Conoces
cosas como la capacidad de leer la mente del chupasangre —continuó, haciendo
caso omiso de mi petición—. Ése es el tipo de información que necesitamos. Es
lo que nos da pie para creer que esas historias son ciertas, y lo hace todo más
complicado. Eh, ¿crees que la tal Victoria tiene algún don especial?
—No lo
creo —dudé y luego suspiré—. Supongo que él lo hubiera mencionado.
—¿Él?
Ah, te refieres a Edward... Perdón, lo olvidé. No te gusta pronunciar ni oír su
nombre.
Me
apreté con fuerza el torso mientras intentaba ignorar las punzadas del borde de
la abertura de mi pecho.
—No, la
verdad es que no.
—Perdona.
—¿Cómo
me conoces tan bien, Jacob? A veces, da la impresión de que eres capaz de
leerme la mente.
—Qué
va, sólo presto atención.
Nos
hallábamos en la pista estrecha de tierra donde Jacob me había enseñado a
montar en moto.
—¿Es
aquí?
—Sí,
sí.
Frené y
apagué el motor.
—Eres
muy desdichada, ¿verdad? —murmuró.
Asentí
mientras contemplaba el bosque sombrío con la mirada perdida.
—¿No
has pensado alguna vez que quizás te sentirías mejor si te marcharas?
Inspiré
despacio y espiré.
—No.
—Porque
él no era el mejor...
—Por
favor, Jacob —le atajé; luego le imploré con un hilo de voz—: ¿No podemos
hablar de otra cosa? No soporto este tema de conversación.
—Vale
—respiró hondo—. Lamento haber dicho algo que te molestara.
—No te
sientas mal. Si las cosas fueran diferentes, sería muy reconfortante para mí
haber encontrado a alguien, por fin, con quien poder hablar del asunto.
Él
asintió.
—Sí, lo
pasé muy mal escondiéndote el secreto durante dos semanas. Debe de haber sido
un infierno no poder hablar con nadie.
—Un
infierno —coincidí.
Jacob
tomó aliento de forma ostensible.
—Ahí
están, vamos.
—¿Estás
seguro? —inquirí mientras él cerraba de golpe la puerta abierta—. Tal vez no
debería estar aquí.
—Sabrán
comportarse —dijo, y luego esbozó una gran sonrisa—: ¿Quién teme al lobo feroz?
—Ja, ja
—le solté, pero salí del coche y me apresuré a rodear el frontal para
permanecer al lado de Jacob. Lo único que recordaba en ese momento —con
demasiada claridad— era la imagen de los lobos del prado. Las manos me
temblaban tanto como las de Jacob antes, pero a causa del pánico y no de la
furia.
Jake me
tomó la mano y la estrechó.
—Allá
vamos.
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