Me acurruqué
junto a Jacob y escudriñé la espesura en busca de los demás hombres lobo.
Cuando aparecieron entre los árboles no eran como había esperado. Tenía la
imagen de los lobos grabada en mi cabeza. Éstos eran tan sólo cuatro chicos
medio desnudos y realmente grandes.
De
nuevo, me recordaron a hermanos cuatrillizos. Debió de ser la forma en que se
movieron —casi sincronizados— para interponerse en nuestro camino, o el hecho
de que todos tuvieran los mismos músculos grandes y redondeados bajo la misma
piel entre rojiza y marrón, el mismo cabello negro cortado al rape, y también
la forma en que sus rostros cambiaban de expresión en el mismo instante.
Salieron
del bosque con curiosidad y también con cautela. Al verme allí, medio escondida
detrás de Jacob, los cuatro se enfurecieron a la vez.
Sam
seguía siendo el más grande, aunque Jacob estaba cerca ya de alcanzarle.
Realmente Sam no contaba como un chico. Su rostro parecía el de una persona
mayor; no porque tuviera arrugas o señales de la edad, sino por la madurez y la
serenidad de su expresión.
—¿Qué
has hecho, Jacob? —preguntó.
Uno de
los otros, a quien no reconocí —Jared o Paul—, habló antes de que Jacob tuviera
tiempo de defenderse.
—¿Por
qué no te limitas a seguir las normas, Jacob? —gritó, agitando los brazos—. ¿En
qué demonios estás pensando? ¿Te parece que ella es más importante que todo lo
demás, que toda la tribu? ¿Más importante que la gente a la que están matando?
—Ella
puede ayudarnos —repuso Jacob sin alterarse.
—¡Ayudarnos!
—exclamó el chico, furioso. Los brazos le empezaron a temblar—. ¡Claro, es lo
más probable! Seguro que esta amiga de las sanguijuelas se muere por
ayudarnos.
—¡No
hables así de ella! —respondió Jacob, escocido por las críticas.
Un
escalofrío recorrió los hombros y la espina dorsal del otro muchacho.
—¡Paul,
relájate! —le ordenó Sam.
Paul
sacudió la cabeza de un lado a otro, no en señal de desafío, sino como si
tratara de concentrarse.
—Demonios,
Paul —murmuró uno de los otros, probablemente Jared—. Contrólate.
Paul
giró la cabeza hacia Jared, enseñando los dientes en señal de irritación.
Después volvió su mirada colérica hacia mí. Jacob dio un paso adelante para
cubrirme con su cuerpo.
Fue la
gota que colmó el vaso.
—¡Muy
bien, protégela! —rugió Paul, furioso. Otro temblor, más bien una convulsión,
recorrió su cuerpo. Paul echó el cuello hacia atrás y un auténtico aullido
brotó de entre sus dientes.
—¡Paul!
—gritaron al unísono Sam y Jacob.
Paul
empezó a vibrar con violencia y cayó hacia delante. Antes de llegar al suelo se
oyó un fuerte sonido de desgarro y el chico explotó.
Una
piel peluda, de color plateado oscuro, brotó de su interior y se hinchó hasta
adoptar una forma que superaba en más de cinco veces su tamaño
anterior; una figura enorme, acurrucada y presta para saltar.
El lobo
arrugó el hocico descubriendo los dientes, y otro gruñido hizo estremecer su
colosal pecho. Sus ojos oscuros y rabiosos se clavaron en mí.
En ese
mismo segundo, Jacob atravesó corriendo la carretera, directo hacia el
monstruo.
—¡Jacob!
—grité.
A media
zancada, un fuerte temblor sacudió la columna vertebral de Jacob, que saltó de
cabeza hacia delante.
Con
otro penetrante sonido de desgarro, Jacob estalló a su vez. Al hacerlo se
desprendió de su piel, y jirones
de tela blanca y negra volaron por los aires. Todo ocurrió tan rápido que, si
hubiese parpadeado, me habría perdido la transformación. Un segundo antes,
Jacob saltaba de cabeza, y un segundo después se había convertido en un
gigantesco lobo de color pardo rojizo —tan descomunal que yo no podía comprender
cómo aquella ingente masa había encajado dentro del cuerpo de mi amigo—, que
embestía contra la bestia plateada.
Jacob
chocó de cabeza contra el otro hombre lobo. Sus furiosos rugidos resonaron como
truenos entre los árboles.
Los
harapos blancos y negros —restos de la ropa de Jacob— cayeron flotando hasta el
suelo en el mismo lugar donde él había desaparecido.
—¡Jacob!
—grité de nuevo, mientras trataba de acercarme a él.
—Quédate
donde estás, Bella —me ordenó Sam.
Era
difícil oírle por encima de los bramidos de ambos lobos, que se mordían y
arañaban buscando la garganta del rival con sus afilados dientes. Jacob parecía
ir ganando: era apreciablemente más grande, y también parecía mucho más fuerte.
Se
servía del hombro para embestir contra el lobo gris una y otra vez, obligándolo
a retroceder hacia los árboles.
—¡Llevadla
a casa de Emily! —ordenó Sam a los otros chicos, que se habían quedado absortos
contemplando la pelea.
Jacob
había conseguido sacar al lobo gris del camino a fuerza de empujones, y ahora
ambos habían desaparecido en la espesura, aunque sus rugidos se oían aún con
fuerza. Sam corrió tras ellos, quitándose los zapatos sobre la marcha. Cuando
se lanzó entre los árboles estaba temblando de pies a cabeza.
Los
gruñidos y ruidos de ramas tronchadas empezaban a perderse a lo lejos. De
repente, el sonido se interrumpió y en la carretera volvió a reinar el
silencio.
Uno de
los chicos empezó a reírse.
Me di
la vuelta para mirarle fijamente; mis ojos estaban abiertos de par en par y
paralizados, incapaces siquiera de parpadear.
Al
parecer, el chico se estaba riendo de mi expresión.
—Bueno,
esto es algo que no ves todos los días —dijo con una risita disimulada. Su cara
me resultaba vagamente familiar. Era más delgado que los otros... Sí, Embry
Call.
—Yo sí
—gruñó Jared, el otro chico—. A diario.
—Qué
va. Paul no pierde los estribos todos los días —repuso Embry, sin dejar
de sonreír—. Como mucho, dos de cada tres.
Jared
se agachó para recoger algo blanco del suelo y lo sostuvo en alto para
enseñárselo a Embry. Lo que fuera, colgaba de su mano en flácidas tiras.
—Está
hecha polvo —dijo Jared—. Billy dijo que era el último par que podía comprarle.
Supongo que Jacob tendrá que ir descalzo a partir de ahora.
—Ésta
ha sobrevivido —dijo Embry, recogiendo una deportiva blanca—. Al menos, Jake
podrá ir a la pata coja —añadió con una carcajada.
Jared
se dedicó a recolectar harapos del suelo.
—Ten
los zapatos de Sam. Todo lo demás está para tirarlo a la basura.
Embry
tomó los zapatos y después corrió hacia los árboles entre los que había
desaparecido Sam. Volvió pocos segundos después, con unos vaqueros cortados al
hombro. Jared recogió los jirones de las ropas de Jacob y Paul e hizo una bola
con ellos. De pronto, pareció acordarse de mi presencia.
Me miró
con detenimiento, como si me estuviera evaluando.
—Eh, no
irás a desmayarte o vomitar, o algo de eso... —me espetó.
—Creo
que no —respondí después de tragar saliva.
—No
tienes buen aspecto. Es mejor que te sientes.
—Vale
—murmuré. Por segunda vez en la misma mañana, metí la cabeza entre las
rodillas.
—Jake
debería habernos avisado —se quejó Embry.
—No
tendría que haber metido a su chica en esto. ¿Qué esperaba?
—Bueno,
se ha descubierto el pastel —Embry suspiró—. Enhorabuena, Jake.
Levanté
la cabeza y me quedé mirando a ambos chicos, que al parecer se lo estaban
tomando todo muy a la ligera.
—¿Es
que no os preocupa lo que les pueda pasar? —les pregunté.
Embry
parpadeó, sorprendido.
—¿Preocuparnos?
¿Por qué?
—¡Pueden
hacerse daño!
Embry y
Jared se troncharon de risa.
—Ojalá
Paul le dé un buen mordisco —dijo Jared—. Eso le enseñará una lección.
Yo
empalidecí.
—¡Lo
llevas claro! —repuso Embry—. ¿Has visto a Jake? Ni siquiera Sam puede entrar
en fase de esa forma, en pleno salto. Al ver que Paul perdía el control, ¿cuánto
ha tardado en atacarle, medio segundo? Ese tío tiene un don.
—Paul
lleva luchando más tiempo. Te apuesto diez pavos a que le deja una marca.
—Trato
hecho. Jake es un superdotado. Paul no tiene absolutamente nada que hacer.
Se
estrecharon la mano con una sonrisa.
Intenté
tranquilizarme al ver que no estaban preocupados, pero no podía quitarme de la
cabeza las imágenes brutales de los dos licántropos a la greña. Tenía el
estómago revuelto, vacío y con acidez,
y la inquietud me había provocado dolor de cabeza.
—Vamos
a ver a Emily. Seguro que tiene comida preparada —Embry bajó la mirada hacia
mí—. ¿Te importa llevarnos?
—No hay
problema —dije, medio atragantada.
Jared
enarcó una ceja.
—Creo
que es mejor que conduzcas tú, Embry. Aún tiene pinta de ir a devolver de un
momento a otro.
—Buena
idea. ¿Dónde están las llaves? —me preguntó Embry.
—Puestas
en el contacto.
Embry
abrió la puerta del acompañante.
—Pasa
—me dijo en tono alegre, levantándome del suelo con una mano y poniéndome sobre
el asiento. Después estudió el sitio disponible—. Tendrás que ir detrás —le
dijo a Jared.
—Mejor.
No tengo mucho estómago. Cuando eche la pota prefiero no verlo.
—Apuesto
a que es más dura que eso. Al fin y al cabo, anda con vampiros.
—¿Cinco
pavos? —propuso Jared.
—Hecho.
Me siento culpable por quitarte así tu dinero.
Embry
entró y puso en marcha el motor mientras Jared se encaramaba de un salto a la
parte de atrás. En cuanto cerró su puerta, Embry me dijo en voz baja:
—Procura
no vomitar, ¿vale? Sólo tengo un billete de diez y si Paul ha conseguido
clavarle los dientes a Jacob...
—Vale—musité.
Embry
nos llevó de vuelta al pueblo.
—Oye,
¿cómo ha conseguido Jake burlar el requerimiento?
—El...
¿qué?
—La
orden. Ya sabes, lo de no irse de la lengua. ¿Cómo es que te ha hablado de esto?
—Ah,
ya—dije, recordando cómo la noche anterior Jake casi se atraganta al intentar
decirme la verdad—. No lo ha hecho. Yo lo he adivinado.
Embry
se mordisqueó los labios, con gesto de sorpresa.
—Mmm.
Supongo que es posible.
—¿Adónde
vamos? —pregunté.
—A casa
de Emily. Es la chica de Sam. Bueno, creo que ahora es su prometida. Se
reunirán allí con nosotros cuando Sam termine de regañarles por lo que acaba de
pasar y cuando Paul y Jake se agencien ropa nueva, si es que a Paul le queda
algo.
—¿Sabe
Emily que...?
—Sí.
Ah, y no te quedes mirándola. A Sam no le hace gracia.
Fruncí
el ceño.
—¿Por
qué iba a quedarme mirándola?
Embry
parecía incómodo.
—Como
acabas de ver, andar con hombres lobo tiene sus riesgos —se apresuró a cambiar
de tema—. Oye, ¿estás bien después de lo que pasó en el prado con esa
sanguijuela de pelo negro? No parecía amigo tuyo, pero... — Embry se encogió de
hombros.
—No, no
era mi amigo.
—Eso
está bien. No queríamos empezar de nuevo. Me refiero a romper el tratado, ya
sabes.
—Ah,
sí. Jake me habló de ese pacto hace mucho. ¿Por qué matar a Laurent significa
romperlo?
—Laurent
—resopló Embry, como si le hiciera gracia que el vampiro tuviese nombre—.
Bueno, técnicamente estábamos en terreno de los Cullen. No se nos permite
atacar a ningún Cullen fuera de nuestro territorio... a no ser que sean ellos
quienes rompan primero el tratado. No sabemos si ese tío del pelo negro era
pariente de ellos, o algo así. Por lo visto, tú le conocías.
—¿Y
cómo pueden romper ellos el tratado?
—Mordiendo
a un humano, pero Jake no estaba dispuesto a dejar que la cosa llegara tan
lejos.
—Ah, ya
veo. Gracias. Me alegro de que no esperaseis tanto.
—Fue un
placer —contestó él, y por su tono parecía hablar en sentido literal.
Embry
siguió por la autovía hasta dejar atrás la casa que estaba más al este, y
después tomó un estrecho sendero de tierra.
—Esta
tartana es un poco lenta —me soltó.
—Lo
siento.
Al
final del sendero había una diminuta casa —que en tiempos había sido gris— con
una única ventana estrecha junto a la puerta, pintada de un azul descolorido;
pero la jardinera que había bajo ella estaba llena de caléndulas amarillas y
naranjas que brindaban al lugar un aspecto muy alegre.
Embry
abrió la puerta del monovolumen y olfateó el aire.
—Qué
bien, Emily está cocinando.
Jared
saltó de la parte trasera del vehículo y se dirigió hacia la puerta, pero Embry
le puso una mano en el pecho y le detuvo. Mirándome con un gesto significativo,
carraspeó.
—No
llevo la cartera encima —se excusó Jared.
—No
importa. Me acordaré.
Subieron
el único escalón y entraron en la casa sin llamar. Los seguí con timidez.
El
salón era cocina en su mayor parte, como en el hogar de Jacob. Una mujer joven,
de piel cobriza y lustrosa y cabello largo, liso y negro como azabache estaba
tras la barra, junto al fregadero, sacando panecillos de un molde y
colocándolos sobre una bandeja de papel. Durante un segundo, pensé que Embry me
había dicho que no me quedara mirándola porque la chica era muy bonita.
Después
preguntó con voz melodiosa: «¿Tenéis hambre?», y se volvió hacia nosotros, con
una sonrisa en media cara.
La
parte derecha de su rostro, desde el nacimiento del pelo hasta la barbilla,
estaba surcada por tres gruesas cicatrices de color cárdeno, aunque hacía mucho
tiempo que debían de haberse curado. Una de ellas deformaba las comisuras de su
ojo derecho, que era oscuro y de forma almendrada, mientras que otra retorcía
el lado derecho de su boca en una mueca permanente.
Agradeciendo
la advertencia de Embry, me apresuré a desviar la mirada hacia los panecillos
que tenía en las manos. Olían de maravilla, a arándano fresco.
—Oh
—dijo Emily, sorprendida—. ¿Quién es?
Levanté
los ojos, intentando enfocarlos en el lado izquierdo de su cara.
—Bella
Swan —dijo Jared, encogiéndose de hombros. Por lo visto, ya habían hablado
antes de mí—. ¿Quién querías que fuera?
—Deja
que Jacob se encargue de solucionarlo —murmuró Emily, mirándome fijamente.
Ninguna de las dos mitades de aquel rostro, que en tiempos fue bello, se
mostraba amistosa—. Así que tú eres la chica vampiro.
Me
envaré.
—Sí. ¿Y
tú eres la chica lobo?
Ella se
rió, al igual que Embry y Jared. La parte izquierda de su rostro adoptó un
gesto más cálido.
—Supongo
que sí —volviéndose hacia Jared, preguntó—: ¿Dónde está Sam?
—Esto,
digamos que Bella ha sacado de sus casillas a Paul.
Emily
puso en blanco el ojo bueno.
—Ay,
este Paul —suspiró—. ¿Crees que tardarán mucho? Estaba a punto de ponerme a
cuajar los huevos.
—No te
preocupes —respondió Embry—. Aunque tarden, no dejaremos que sobre nada.
Emily
se rió entre dientes y abrió el frigorífico.
—No lo
dudo —dijo—. ¿Tienes hambre, Bella? Vamos, cómete un panecillo.
—Gracias.
Tomé
uno de la bandeja y empecé a mordisquear los bordos. Estaba delicioso, y a mi
delicado estómago pareció sentarle bien. Embry tomó su tercer panecillo y se lo
metió entero en la boca.
—Deja
alguno para tus hermanos —le regañó Emily, pegándole en la cabeza con una
cuchara de madera. La palabra me sorprendió, pero los demás no le dieron
importancia.
—Cerdo
—comentó Jared.
Me
apoyé en la barra y observé cómo los tres se gastaban bromas, igual que si
fueran de la misma familia. La cocina de Emily era un lugar acogedor y
luminoso, con armarios blancos y el suelo de madera clara.
Sobre la pequeña mesa redonda
había un jarrón blanco y azul, de porcelana china envejecida, lleno de flores
silvestres. Embry y Jared parecían estar a sus anchas en aquella casa.
Emily
estaba batiendo en un gran cuenco amarillo una cantidad exagerada de huevos,
varias docenas. Cuando se remangó la camisa de color lavanda, pude ver que las
cicatrices se prolongaban por todo el brazo hasta llegar a la mano derecha. Tal
y como había dicho Embry, andar en compañía de licántropos tenía sus riesgos.
La
puerta principal se abrió y Sam entró en la casa.
—Emily
—saludó.
Su voz
estaba impregnada de tanto amor que me avergoncé y me sentí como una intrusa
mientras veía a Sam cruzar la sala de una zancada y tomar el rostro de Emily
entre sus grandes manos. Se inclinó, besó primero las oscuras cicatrices de su
mejilla derecha y después la besó en los labios.
—Eh,
dejadlo ya —se quejó Jared—. Estoy comiendo.
—Entonces
cierra el pico y come —le sugirió Sam mientras volvía a besar la boca deformada
de Emily.
—¡Puaj!
—gruñó Embry.
Era
peor que una película romántica: esto era real, un canto a la alegría, la vida
y el amor verdadero. Dejé el panecillo y crucé los brazos sobre el vacío de mi
pecho. Clavé la mirada en las llores en un intento de ignorar la paz absoluta
del momento que ambos compartían y el terrible palpitar de mis heridas.
Cuando
Jacob y Paul entraron por la puerta agradecí la distracción, pero enseguida me
quedé de piedra al verles llegar riéndose. Paul le propinó un puñetazo en el
hombro a Jacob, al que éste respondió con un codazo en los riñones. Volvieron a
reírse. Ambos parecían ilesos.
La
mirada de Jacob recorrió la sala y se detuvo cuando me vio apoyada en la
encimera, al otro extremo de la cocina, azorada y fuera de lugar.
—Hola,
Bella —me saludó en tono alegre. Tomó dos panecillos al pasar junto a la mesa y
se acercó a mí—. Siento lo de antes —añadió en voz baja—. ¿Qué tal lo llevas?
—No te
preocupes, estoy bien. Estos panecillos están muy ricos —recogí el mío y empecé
a mordisquearlo de nuevo. Ahora que Jacob estaba a mi lado, ya no sentía aquel
terrible dolor en el pecho.
—Pero
tronco... —se quejó Jared, interrumpiéndonos.
Levanté
la mirada. Él y Embry estaban examinando el antebrazo de Paul, en el que se
veía una línea rosada que ya empezaba a borrarse. Embry sonreía exultante.
—Quince
dólares —cacareó.
—¿Se lo
has hecho tú? —le pregunté en voz baja a Jacob, recordando la apuesta.
—Apenas
le he tocado. Estará como nuevo cuando se ponga el sol.
—¿Cuando
se ponga el sol? —me quedé mirando la cicatriz del brazo de Paul. Era extraño,
pero parecía tener varias semanas.
—Cosas
de lobos —susurró Jacob.
Asentí,
intentando no parecer demasiado intranquila.
—¿Y tú
estás bien? —le pregunté en voz baja.
—Ni un
arañazo —respondió, con gesto engreído.
—Eh,
tíos —dijo Sam en voz alta, interrumpiendo todas las conversaciones del pequeño
salón. Emily estaba junto a la hornilla, batiendo el revuelto de huevos en una
enorme sartén, pero Sam, en un gesto inconsciente, tenía una mano puesta sobre
sus riñones—. Jacob tiene información para nosotros.
Paul no
parecía sorprendido. Jacob ya se lo debía de haber explicado a él y a Sam. O...
le habían leído el pensamiento.
—Sé lo
que quiere la pelirroja —dijo Jacob, dirigiéndose a Jared y Embry—. Es lo que
estaba intentando deciros antes —añadió, dándole un puntapié a la pata de una
silla que Paul acababa de traer al salón.
—¿Y?
—preguntó Jared.
Jacob
se puso serio.
—Pretende
vengar a su pareja... sólo que no se trataba de la sanguijuela de cabello negro
a la que hemos matado. Los Cullen se cargaron a su chico el año pasado, así que
ahora ella va a por Bella.
No era
ninguna novedad para mí, pero aun así sentí un escalofrío.
Jared,
Embry y Emily me miraron boquiabiertos.
—Es
sólo una niña —protestó Emily.
—No he
dicho que tenga lógica, pero ésa es la razón por la que los chupasangres han
intentado burlarnos. El punto de mira de la pelirroja está fijo en Forks.
Siguieron
mirándome con la boca abierta durante un largo rato. Yo sacudí la cabeza.
—Excelente
—dijo Jared, por fin, y una sonrisa empezó a dibujarse en las comisuras de su
boca—. Tenemos un cebo.
Con
asombrosa velocidad, Jacob agarró un abrelatas del mostrador y se lo tiró a
Jared a la cabeza. La mano de Jared relampagueó en el aire, más rápido de lo
que habría creído posible, y atrapó el abrelatas antes de que le golpeara en la
cara.
—Bella no
es ningún cebo.
—Ya
sabes a qué me refiero —dijo Jared, impertérrito.
—En tal
caso, tenemos que cambiar nuestras pautas —dijo Sam, haciendo caso omiso de la
discusión entre Jacob y Jared—. Vamos a tenderle unas cuantas
trampas, a ver si cae en alguna. Habremos de actuar por separado, aunque no me
hace gracia, pero no creo que intente aprovecharse de que estemos divididos si
es verdad que viene a por Bella.
—Quil
debería estar con nosotros —murmuró Embry—. Así podríamos dividirnos en números
pares.
Todos
agacharon la cabeza. Miré a Jacob a la cara; se le veía descorazonado, como el
día anterior por la tarde, junto a su casa. Aunque en aquella alegre cocina
parecían contentos con su destino, ninguno de aquellos licántropos quería que
su amigo lo compartiera.
—Bueno,
no podemos contar con ello —dijo Sam en voz baja y luego siguió hablando en
tono normal—. Paul, Jared y Embry se encargarán del perímetro exterior, y Jacob
y yo del interior. Podremos permitirnos el lujo de venirnos abajo cuando la
hayamos atrapado.
Me di
cuenta de que a Emily no le hacía mucha gracia que Sam estuviera en el grupo
más reducido. Su inquietud hizo que yo también mirase a Jacob con preocupación.
Sam se
dio cuenta.
—Según
Jacob, lo mejor es que pases todo el tiempo posible aquí, en La Push. Sólo por
si acaso: así ella no podrá localizarte tan fácilmente.
—¿Y qué
pasa con Charlie? —pregunté.
—El
torneo de baloncesto todavía no ha terminado —dijo Jacob—. Creo que Billy y
Harry se las arreglarán para retener a Charlie en La Push cuando no esté trabajando.
—Esperad
—ordenó Sam al tiempo que levantaba la mano. Sus ojos buscaron un instante a
Emily y después volvió a mirarme—. Aunque Jacob crea que esto es lo mejor,
debes decidirlo tú misma y sopesar muy seriamente los riesgos de ambas
opciones. Ya has visto esta mañana con qué facilidad la situación puede
volverse peligrosa y qué deprisa se nos puede escapar de las manos. No puedo
garantizar tu seguridad personal si eliges quedarte con nosotros.
—Yo no
le haré daño —murmuró Jacob, agachando la mirada.
Sam
actuó como si no le hubiera oído.
—Si hay
otro lugar en el que te sientas segura...
Me
mordí el labio. ¿Adónde podía ir sin poner en peligro a otras personas? Me
sentía reacia a meter en esto a Renée y ponerla en el centro de la diana que me
habían pintado encima.
—No
quiero atraer a Victoria a ningún otro lugar —susurré.
Sam
asintió.
—Eso es
cierto. Es mejor tenerla aquí, donde podemos acabar con esto de una vez por
todas.
Sentí
un estremecimiento. No quería que Jacob ni ninguno de los demás intentara acabar
con Victoria. Miré a Jacob a la cara; se le veía relajado, como si siguiera
siendo el mismo Jacob al que recordaba antes de todo aquel asunto de los lobos,
y totalmente indiferente a la idea de cazar vampiros.
—Tendrás
cuidado, ¿verdad? —le pregunté, con un nudo en la garganta demasiado evidente.
Los
chicos prorrumpieron en sonoros aullidos de burla. Todos se rieron de mí...
salvo Emily, que me miró a los ojos; de repente, descubrí la simetría que se
ocultaba bajo su deformidad. Su cara seguía siendo bonita y estaba animada por
una preocupación aún más intensa que la mía. Tuve que apartar la mirada antes
de que el amor que se escondía bajo su preocupación me hiciera daño de nuevo.
—La
comida está lista —anunció, y la conversación sobre estrategias pasó a la
historia.
Los
chicos se apresuraron a rodear la mesa, que a su lado parecía diminuta y en
peligro de quedar reducida a astillas de un momento a otro. Devoraron en un
tiempo récord la enorme sartén de huevos que Emily había puesto en el centro. Ella
comió apoyada en la encimera, como yo, evitando el pandemónium de la mesa,
mientras observaba a los chicos con gesto de cariño. Su expresión afirmaba a
las claras que aquélla era su familia.
No era
exactamente lo que habría esperado de una manada de licántropos.
Pasé el
día en La Push, la mayor parte del tiempo en casa de Billy, que dejó un mensaje
en la comisaría y en el contestador de Charlie. Papá apareció a la hora de
cenar con dos pizzas. Por suerte trajo dos familiares, porque Jacob se zampó
una él sólo.
Charlie
se pasó toda la noche mirándonos con gesto suspicaz, sobre todo a Jacob, que
estaba muy cambiado. Cuando le preguntó por el pelo, él se encogió de hombros y
le dijo que así estaba mucho más cómodo.
Sabía
que en cuanto Charlie y yo nos fuéramos a casa, Jacob se dedicaría a correr por
los alrededores en forma de lobo como había hecho de manera intermitente a lo
largo del día. Él y sus hermanos de raza mantenían una vigilancia constante y
buscaban indicios del regreso de Victoria. Pero, puesto que la noche anterior
la habían ahuyentado de las fuentes termales —según Jacob, la habían perseguido
casi hasta Canadá—, ella no tenía más remedio que hacer otra incursión.
No
albergaba la menor esperanza de que Victoria se limitara a renunciar. Yo no tenía
ese tipo de suerte.
Jacob
se acercó al monovolumen después de cenar y se quedó junto a la ventanilla,
esperando a que Charlie se marchara primero con el coche patrulla.
—No
pases miedo esta noche —me dijo mientras Charlie fingía tener problemas con el
cinturón de seguridad—. Estaremos ahí fuera, vigilando.
—No me
preocuparé, al menos por mí —le prometí.
—No
seas boba. Cazar vampiros es muy divertido. Es mejor parte de todo este lío.
Yo
sacudí la cabeza.
—Si yo
soy boba, entonces tú eres un perturbado peligroso.
Jacob
soltó una risita.
—Descansa
un poco. Se te ve agotada.
—Lo
intentaré.
Charlie
tocó el claxon, impaciente.
—Hasta
mañana —se despidió Jacob—. Ven en cuanto te levantes.
—Lo
haré.
Charlie
me siguió hasta casa en el coche patrulla. No presté demasiada atención a sus
luces en mi retrovisor. En vez de eso, me pregunté dónde andarían merodeando
Sam, Jared, Embry y Paul, y si Jacob se les habría unido ya.
Corrí
hacia las escaleras en cuando llegamos a casa, pero Charlie vino detrás de mí.
—¿Qué
está pasando, Bella? —me preguntó antes de que pudiera escapar—. Creía que
Jacob formaba parte de una banda y que estabais peleados.
—Lo
hemos arreglado.
—¿Y la
banda?
—No lo
sé. ¿Quién entiende a los chicos? Son un misterio, pero he conocido a Sam Uley
y a su prometida, Emily. Me han parecido muy simpáticos —me encogí de hombros—.
Debe de haber sido todo un malentendido.
A
Charlie se le mudó el semblante.
—No
sabía que él y Emily lo habían hecho oficial. Me parece muy bien. Pobre chica.
—¿Sabes
qué le pasó?
—La
atacó un oso, allá en el norte, durante la temporada de desove del salmón. Fue
horrible. Ya ha pasado más de un año desde el accidente. Tengo entendido que a
Sam le afectó muchísimo.
—Es
horrible —repetí yo.
Más de
un año. Habría apostado que aquello ocurrió cuando sólo había un hombre lobo en
La Push. Me estremecí al pensar en cómo debía de sentirse Sam cada vez que
miraba a Emily a la cara.
Esa
noche me quedé despierta mucho rato mientras intentaba organizar en mi mente
los sucesos del día. Fui remontándome desde la cena con Billy, Jacob y Charlie
hasta la larga tarde que había pasado en casa de los Black esperando con
inquietud a saber algo de Jake, y después a la cocina de Emily, al horror del
combate de los licántropos, a la conversación con Jacob en la playa...
Pensé
en lo que me había dicho aquella misma mañana sobre la hipocresía. Estuve
dándole vueltas un buen rato. No me gustaba pensar que era una hipócrita, pero
¿qué sentido tenía engañarme a mí misma?
Me
enredé en un círculo vicioso. No, Edward no era un asesino. Ni siquiera en los
momentos más oscuros de su pasado había matado a personas inocentes.
Pero
¿qué habría pasado si hubiera sido un asesino? ¿Y si durante la época en que le
conocí se hubiese comportado como cualquier otro vampiro? ¿Y si se hubiesen
producido desapariciones en el bosque, igual que ahora? ¿Me habría apartado de
él?
Me dije
que no, con tristeza, y me recordé a mí misma que el amor es irracional. Cuanto
más quieres a alguien, menos lógica tiene todo.
Me di
la vuelta en la cama y traté de pensar en otra cosa. Me imaginé a Jacob y a sus
hermanos corriendo en la oscuridad. Me quedé dormida imaginando a los hombres
lobo, invisibles en la noche y protegiéndome del peligro. Cuando empecé a
soñar, volvía a estar en el bosque, pero esta vez no deambulaba perdida. Iba
con Emily, agarrada a su mano llena de cicatrices, y ambas escrutábamos las
tinieblas, esperando con ansiedad a que nuestros licántropos regresaran a casa.
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