jueves, 3 de febrero de 2005

La familia


Me acurruqué junto a Jacob y escudriñé la espesura en busca de los demás hombres lobo. Cuando aparecieron entre los árboles no eran como había esperado. Tenía la imagen de los lobos grabada en mi cabeza. Éstos eran tan sólo cuatro chicos medio desnudos y realmente grandes.
De nuevo, me recordaron a hermanos cuatrillizos. Debió de ser la forma en que se movieron —casi sincronizados— para interponerse en nuestro camino, o el hecho de que todos tuvieran los mismos músculos grandes y redondeados bajo la misma piel entre rojiza y marrón, el mismo cabello negro cortado al rape, y también la forma en que sus rostros cambiaban de expresión en el mismo instante.
Salieron del bosque con curiosidad y también con cautela. Al verme allí, medio escondida detrás de Jacob, los cuatro se enfurecieron a la vez.
Sam seguía siendo el más grande, aunque Jacob estaba cerca ya de alcanzarle. Realmente Sam no contaba como un chico. Su rostro parecía el de una persona mayor; no porque tuviera arrugas o señales de la edad, sino por la madurez y la serenidad de su expresión.
—¿Qué has hecho, Jacob? —preguntó.
Uno de los otros, a quien no reconocí —Jared o Paul—, habló antes de que Jacob tuviera tiempo de defenderse.
—¿Por qué no te limitas a seguir las normas, Jacob? —gritó, agitando los brazos—. ¿En qué demonios estás pensando? ¿Te parece que ella es más importante que todo lo demás, que toda la tribu? ¿Más importante que la gente a la que están matando?
—Ella puede ayudarnos —repuso Jacob sin alterarse.
—¡Ayudarnos! —exclamó el chico, furioso. Los brazos le empezaron a temblar—. ¡Claro, es lo más probable! Seguro que esta amiga de las sanguijuelas se muere por ayudarnos.
—¡No hables así de ella! —respondió Jacob, escocido por las críticas.
Un escalofrío recorrió los hombros y la espina dorsal del otro muchacho.
—¡Paul, relájate! —le ordenó Sam.
Paul sacudió la cabeza de un lado a otro, no en señal de desafío, sino como si tratara de concentrarse.
—Demonios, Paul —murmuró uno de los otros, probablemente Jared—. Contrólate.
Paul giró la cabeza hacia Jared, enseñando los dientes en señal de irritación. Después volvió su mirada colérica hacia mí. Jacob dio un paso adelante para cubrirme con su cuerpo.
Fue la gota que colmó el vaso.
—¡Muy bien, protégela! —rugió Paul, furioso. Otro temblor, más bien una convulsión, recorrió su cuerpo. Paul echó el cuello hacia atrás y un auténtico aullido brotó de entre sus dientes.
—¡Paul! —gritaron al unísono Sam y Jacob.
Paul empezó a vibrar con violencia y cayó hacia delante. Antes de llegar al suelo se oyó un fuerte sonido de desgarro y el chico explotó.
Una piel peluda, de color plateado oscuro, brotó de su interior y se hinchó hasta adoptar una forma que superaba en más de cinco veces su tamaño anterior; una figura enorme, acurrucada y presta para saltar.
El lobo arrugó el hocico descubriendo los dientes, y otro gruñido hizo estremecer su colosal pecho. Sus ojos oscuros y rabiosos se clavaron en mí.
En ese mismo segundo, Jacob atravesó corriendo la carretera, directo hacia el monstruo.
—¡Jacob! —grité.
A media zancada, un fuerte temblor sacudió la columna vertebral de Jacob, que saltó de cabeza hacia delante.
Con otro penetrante sonido de desgarro, Jacob estalló a su vez. Al hacerlo se desprendió de su piel, y jirones de tela blanca y negra volaron por los aires. Todo ocurrió tan rápido que, si hubiese parpadeado, me habría perdido la transformación. Un segundo antes, Jacob saltaba de cabeza, y un segundo después se había convertido en un gigantesco lobo de color pardo rojizo —tan descomunal que yo no podía comprender cómo aquella ingente masa había encajado dentro del cuerpo de mi amigo—, que embestía contra la bestia plateada.
Jacob chocó de cabeza contra el otro hombre lobo. Sus furiosos rugidos resonaron como truenos entre los árboles.
Los harapos blancos y negros —restos de la ropa de Jacob— cayeron flotando hasta el suelo en el mismo lugar donde él había desaparecido.
—¡Jacob! —grité de nuevo, mientras trataba de acercarme a él.
—Quédate donde estás, Bella —me ordenó Sam.
Era difícil oírle por encima de los bramidos de ambos lobos, que se mordían y arañaban buscando la garganta del rival con sus afilados dientes. Jacob parecía ir ganando: era apreciablemente más grande, y también parecía mucho más fuerte.
Se servía del hombro para embestir contra el lobo gris una y otra vez, obligándolo a retroceder hacia los árboles.
—¡Llevadla a casa de Emily! —ordenó Sam a los otros chicos, que se habían quedado absortos contemplando la pelea.
Jacob había conseguido sacar al lobo gris del camino a fuerza de empujones, y ahora ambos habían desaparecido en la espesura, aunque sus rugidos se oían aún con fuerza. Sam corrió tras ellos, quitándose los zapatos sobre la marcha. Cuando se lanzó entre los árboles estaba temblando de pies a cabeza.
Los gruñidos y ruidos de ramas tronchadas empezaban a perderse a lo lejos. De repente, el sonido se interrumpió y en la carretera volvió a reinar el silencio.
Uno de los chicos empezó a reírse.
Me di la vuelta para mirarle fijamente; mis ojos estaban abiertos de par en par y paralizados, incapaces siquiera de parpadear.
Al parecer, el chico se estaba riendo de mi expresión.
—Bueno, esto es algo que no ves todos los días —dijo con una risita disimulada. Su cara me resultaba vagamente familiar. Era más delgado que los otros... Sí, Embry Call.
—Yo sí —gruñó Jared, el otro chico—. A diario.
—Qué va. Paul no pierde los estribos todos los días —repuso Embry, sin dejar de sonreír—. Como mucho, dos de cada tres.
Jared se agachó para recoger algo blanco del suelo y lo sostuvo en alto para enseñárselo a Embry. Lo que fuera, colgaba de su mano en flácidas tiras.
—Está hecha polvo —dijo Jared—. Billy dijo que era el último par que podía comprarle. Supongo que Jacob tendrá que ir descalzo a partir de ahora.
—Ésta ha sobrevivido —dijo Embry, recogiendo una deportiva blanca—. Al menos, Jake podrá ir a la pata coja —añadió con una carcajada.
Jared se dedicó a recolectar harapos del suelo.
—Ten los zapatos de Sam. Todo lo demás está para tirarlo a la basura.
Embry tomó los zapatos y después corrió hacia los árboles entre los que había desaparecido Sam. Volvió pocos segundos después, con unos vaqueros cortados al hombro. Jared recogió los jirones de las ropas de Jacob y Paul e hizo una bola con ellos. De pronto, pareció acordarse de mi presencia.
Me miró con detenimiento, como si me estuviera evaluando.
—Eh, no irás a desmayarte o vomitar, o algo de eso... —me espetó.
Creo que no —respondí después de tragar saliva.
—No tienes buen aspecto. Es mejor que te sientes.
—Vale —murmuré. Por segunda vez en la misma mañana, metí la cabeza entre las rodillas.
—Jake debería habernos avisado —se quejó Embry.
—No tendría que haber metido a su chica en esto. ¿Qué esperaba?
—Bueno, se ha descubierto el pastel —Embry suspiró—. Enhorabuena, Jake.
Levanté la cabeza y me quedé mirando a ambos chicos, que al parecer se lo estaban tomando todo muy a la ligera.
—¿Es que no os preocupa lo que les pueda pasar? —les pregunté.
Embry parpadeó, sorprendido.
—¿Preocuparnos? ¿Por qué?
—¡Pueden hacerse daño!
Embry y Jared se troncharon de risa.
—Ojalá Paul le dé un buen mordisco —dijo Jared—. Eso le enseñará una lección.
Yo empalidecí.
—¡Lo llevas claro! —repuso Embry—. ¿Has visto a Jake? Ni siquiera Sam puede entrar en fase de esa forma, en pleno salto. Al ver que Paul perdía el control, ¿cuánto ha tardado en atacarle, medio segundo? Ese tío tiene un don.
—Paul lleva luchando más tiempo. Te apuesto diez pavos a que le deja una marca.
—Trato hecho. Jake es un superdotado. Paul no tiene absolutamente nada que hacer.
Se estrecharon la mano con una sonrisa.
Intenté tranquilizarme al ver que no estaban preocupados, pero no podía quitarme de la cabeza las imágenes brutales de los dos licántropos a la greña. Tenía el estómago revuelto, vacío y con acidez, y la inquietud me había provocado dolor de cabeza.
—Vamos a ver a Emily. Seguro que tiene comida preparada —Embry bajó la mirada hacia mí—. ¿Te importa llevarnos?
—No hay problema —dije, medio atragantada.
Jared enarcó una ceja.
—Creo que es mejor que conduzcas tú, Embry. Aún tiene pinta de ir a devolver de un momento a otro.
—Buena idea. ¿Dónde están las llaves? —me preguntó Embry.
—Puestas en el contacto.
Embry abrió la puerta del acompañante.
—Pasa —me dijo en tono alegre, levantándome del suelo con una mano y poniéndome sobre el asiento. Después estudió el sitio disponible—. Tendrás que ir detrás —le dijo a Jared.
—Mejor. No tengo mucho estómago. Cuando eche la pota prefiero no verlo.
—Apuesto a que es más dura que eso. Al fin y al cabo, anda con vampiros.
—¿Cinco pavos? —propuso Jared.
—Hecho. Me siento culpable por quitarte así tu dinero.
Embry entró y puso en marcha el motor mientras Jared se encaramaba de un salto a la parte de atrás. En cuanto cerró su puerta, Embry me dijo en voz baja:
—Procura no vomitar, ¿vale? Sólo tengo un billete de diez y si Paul ha conseguido clavarle los dientes a Jacob...
—Vale—musité.
Embry nos llevó de vuelta al pueblo.
—Oye, ¿cómo ha conseguido Jake burlar el requerimiento?
—El... ¿qué?
—La orden. Ya sabes, lo de no irse de la lengua. ¿Cómo es que te ha hablado de esto?
—Ah, ya—dije, recordando cómo la noche anterior Jake casi se atraganta al intentar decirme la verdad—. No lo ha hecho. Yo lo he adivinado.
Embry se mordisqueó los labios, con gesto de sorpresa.
—Mmm. Supongo que es posible.
—¿Adónde vamos? —pregunté.
—A casa de Emily. Es la chica de Sam. Bueno, creo que ahora es su prometida. Se reunirán allí con nosotros cuando Sam termine de regañarles por lo que acaba de pasar y cuando Paul y Jake se agencien ropa nueva, si es que a Paul le queda algo.
—¿Sabe Emily que...?
—Sí. Ah, y no te quedes mirándola. A Sam no le hace gracia.
Fruncí el ceño.
—¿Por qué iba a quedarme mirándola?
Embry parecía incómodo.
—Como acabas de ver, andar con hombres lobo tiene sus riesgos —se apresuró a cambiar de tema—. Oye, ¿estás bien después de lo que pasó en el prado con esa sanguijuela de pelo negro? No parecía amigo tuyo, pero... — Embry se encogió de hombros.
—No, no era mi amigo.
—Eso está bien. No queríamos empezar de nuevo. Me refiero a romper el tratado, ya sabes.
—Ah, sí. Jake me habló de ese pacto hace mucho. ¿Por qué matar a Laurent significa romperlo?
—Laurent —resopló Embry, como si le hiciera gracia que el vampiro tuviese nombre—. Bueno, técnicamente estábamos en terreno de los Cullen. No se nos permite atacar a ningún Cullen fuera de nuestro territorio... a no ser que sean ellos quienes rompan primero el tratado. No sabemos si ese tío del pelo negro era pariente de ellos, o algo así. Por lo visto, tú le conocías.
—¿Y cómo pueden romper ellos el tratado?
—Mordiendo a un humano, pero Jake no estaba dispuesto a dejar que la cosa llegara tan lejos.
—Ah, ya veo. Gracias. Me alegro de que no esperaseis tanto.
—Fue un placer —contestó él, y por su tono parecía hablar en sentido literal.
Embry siguió por la autovía hasta dejar atrás la casa que estaba más al este, y después tomó un estrecho sendero de tierra.
—Esta tartana es un poco lenta —me soltó.
—Lo siento.
Al final del sendero había una diminuta casa —que en tiempos había sido gris— con una única ventana estrecha junto a la puerta, pintada de un azul descolorido; pero la jardinera que había bajo ella estaba llena de caléndulas amarillas y naranjas que brindaban al lugar un aspecto muy alegre.
Embry abrió la puerta del monovolumen y olfateó el aire.
—Qué bien, Emily está cocinando.
Jared saltó de la parte trasera del vehículo y se dirigió hacia la puerta, pero Embry le puso una mano en el pecho y le detuvo. Mirándome con un gesto significativo, carraspeó.
—No llevo la cartera encima —se excusó Jared.
—No importa. Me acordaré.
Subieron el único escalón y entraron en la casa sin llamar. Los seguí con timidez.
El salón era cocina en su mayor parte, como en el hogar de Jacob. Una mujer joven, de piel cobriza y lustrosa y cabello largo, liso y negro como azabache estaba tras la barra, junto al fregadero, sacando panecillos de un molde y colocándolos sobre una bandeja de papel. Durante un segundo, pensé que Embry me había dicho que no me quedara mirándola porque la chica era muy bonita.
Después preguntó con voz melodiosa: «¿Tenéis hambre?», y se volvió hacia nosotros, con una sonrisa en media cara.
La parte derecha de su rostro, desde el nacimiento del pelo hasta la barbilla, estaba surcada por tres gruesas cicatrices de color cárdeno, aunque hacía mucho tiempo que debían de haberse curado. Una de ellas deformaba las comisuras de su ojo derecho, que era oscuro y de forma almendrada, mientras que otra retorcía el lado derecho de su boca en una mueca permanente.
Agradeciendo la advertencia de Embry, me apresuré a desviar la mirada hacia los panecillos que tenía en las manos. Olían de maravilla, a arándano fresco.
—Oh —dijo Emily, sorprendida—. ¿Quién es?
Levanté los ojos, intentando enfocarlos en el lado izquierdo de su cara.
—Bella Swan —dijo Jared, encogiéndose de hombros. Por lo visto, ya habían hablado antes de mí—. ¿Quién querías que fuera?
—Deja que Jacob se encargue de solucionarlo —murmuró Emily, mirándome fijamente. Ninguna de las dos mitades de aquel rostro, que en tiempos fue bello, se mostraba amistosa—. Así que tú eres la chica vampiro.
Me envaré.
—Sí. ¿Y tú eres la chica lobo?
Ella se rió, al igual que Embry y Jared. La parte izquierda de su rostro adoptó un gesto más cálido.
—Supongo que sí —volviéndose hacia Jared, preguntó—: ¿Dónde está Sam?
—Esto, digamos que Bella ha sacado de sus casillas a Paul.
Emily puso en blanco el ojo bueno.
—Ay, este Paul —suspiró—. ¿Crees que tardarán mucho? Estaba a punto de ponerme a cuajar los huevos.
—No te preocupes —respondió Embry—. Aunque tarden, no dejaremos que sobre nada.
Emily se rió entre dientes y abrió el frigorífico.
—No lo dudo —dijo—. ¿Tienes hambre, Bella? Vamos, cómete un panecillo.
—Gracias.
Tomé uno de la bandeja y empecé a mordisquear los bordos. Estaba delicioso, y a mi delicado estómago pareció sentarle bien. Embry tomó su tercer panecillo y se lo metió entero en la boca.
—Deja alguno para tus hermanos —le regañó Emily, pegándole en la cabeza con una cuchara de madera. La palabra me sorprendió, pero los demás no le dieron importancia.
—Cerdo —comentó Jared.
Me apoyé en la barra y observé cómo los tres se gastaban bromas, igual que si fueran de la misma familia. La cocina de Emily era un lugar acogedor y luminoso, con armarios blancos y el suelo de madera clara. Sobre la pequeña mesa redonda había un jarrón blanco y azul, de porcelana china envejecida, lleno de flores silvestres. Embry y Jared parecían estar a sus anchas en aquella casa.
Emily estaba batiendo en un gran cuenco amarillo una cantidad exagerada de huevos, varias docenas. Cuando se remangó la camisa de color lavanda, pude ver que las cicatrices se prolongaban por todo el brazo hasta llegar a la mano derecha. Tal y como había dicho Embry, andar en compañía de licántropos tenía sus riesgos.
La puerta principal se abrió y Sam entró en la casa.
—Emily —saludó.
Su voz estaba impregnada de tanto amor que me avergoncé y me sentí como una intrusa mientras veía a Sam cruzar la sala de una zancada y tomar el rostro de Emily entre sus grandes manos. Se inclinó, besó primero las oscuras cicatrices de su mejilla derecha y después la besó en los labios.
—Eh, dejadlo ya —se quejó Jared—. Estoy comiendo.
—Entonces cierra el pico y come —le sugirió Sam mientras volvía a besar la boca deformada de Emily.
—¡Puaj! —gruñó Embry.
Era peor que una película romántica: esto era real, un canto a la alegría, la vida y el amor verdadero. Dejé el panecillo y crucé los brazos sobre el vacío de mi pecho. Clavé la mirada en las llores en un intento de ignorar la paz absoluta del momento que ambos compartían y el terrible palpitar de mis heridas.
Cuando Jacob y Paul entraron por la puerta agradecí la distracción, pero enseguida me quedé de piedra al verles llegar riéndose. Paul le propinó un puñetazo en el hombro a Jacob, al que éste respondió con un codazo en los riñones. Volvieron a reírse. Ambos parecían ilesos.
La mirada de Jacob recorrió la sala y se detuvo cuando me vio apoyada en la encimera, al otro extremo de la cocina, azorada y fuera de lugar.
—Hola, Bella —me saludó en tono alegre. Tomó dos panecillos al pasar junto a la mesa y se acercó a mí—. Siento lo de antes —añadió en voz baja—. ¿Qué tal lo llevas?
—No te preocupes, estoy bien. Estos panecillos están muy ricos —recogí el mío y empecé a mordisquearlo de nuevo. Ahora que Jacob estaba a mi lado, ya no sentía aquel terrible dolor en el pecho.
—Pero tronco... —se quejó Jared, interrumpiéndonos.
Levanté la mirada. Él y Embry estaban examinando el antebrazo de Paul, en el que se veía una línea rosada que ya empezaba a borrarse. Embry sonreía exultante.
—Quince dólares —cacareó.
—¿Se lo has hecho tú? —le pregunté en voz baja a Jacob, recordando la apuesta.
—Apenas le he tocado. Estará como nuevo cuando se ponga el sol.
—¿Cuando se ponga el sol? —me quedé mirando la cicatriz del brazo de Paul. Era extraño, pero parecía tener varias semanas.
—Cosas de lobos —susurró Jacob.
Asentí, intentando no parecer demasiado intranquila.
—¿Y tú estás bien? —le pregunté en voz baja.
—Ni un arañazo —respondió, con gesto engreído.
—Eh, tíos —dijo Sam en voz alta, interrumpiendo todas las conversaciones del pequeño salón. Emily estaba junto a la hornilla, batiendo el revuelto de huevos en una enorme sartén, pero Sam, en un gesto inconsciente, tenía una mano puesta sobre sus riñones—. Jacob tiene información para nosotros.
Paul no parecía sorprendido. Jacob ya se lo debía de haber explicado a él y a Sam. O... le habían leído el pensamiento.
—Sé lo que quiere la pelirroja —dijo Jacob, dirigiéndose a Jared y Embry—. Es lo que estaba intentando deciros antes —añadió, dándole un puntapié a la pata de una silla que Paul acababa de traer al salón.
—¿Y? —preguntó Jared.
Jacob se puso serio.
—Pretende vengar a su pareja... sólo que no se trataba de la sanguijuela de cabello negro a la que hemos matado. Los Cullen se cargaron a su chico el año pasado, así que ahora ella va a por Bella.
No era ninguna novedad para mí, pero aun así sentí un escalofrío.
Jared, Embry y Emily me miraron boquiabiertos.
—Es sólo una niña —protestó Emily.
—No he dicho que tenga lógica, pero ésa es la razón por la que los chupasangres han intentado burlarnos. El punto de mira de la pelirroja está fijo en Forks.
Siguieron mirándome con la boca abierta durante un largo rato. Yo sacudí la cabeza.
—Excelente —dijo Jared, por fin, y una sonrisa empezó a dibujarse en las comisuras de su boca—. Tenemos un cebo.
Con asombrosa velocidad, Jacob agarró un abrelatas del mostrador y se lo tiró a Jared a la cabeza. La mano de Jared relampagueó en el aire, más rápido de lo que habría creído posible, y atrapó el abrelatas antes de que le golpeara en la cara.
—Bella no es ningún cebo.
—Ya sabes a qué me refiero —dijo Jared, impertérrito.
—En tal caso, tenemos que cambiar nuestras pautas —dijo Sam, haciendo caso omiso de la discusión entre Jacob y Jared—. Vamos a tenderle unas cuantas trampas, a ver si cae en alguna. Habremos de actuar por separado, aunque no me hace gracia, pero no creo que intente aprovecharse de que estemos divididos si es verdad que viene a por Bella.
—Quil debería estar con nosotros —murmuró Embry—. Así podríamos dividirnos en números pares.
Todos agacharon la cabeza. Miré a Jacob a la cara; se le veía descorazonado, como el día anterior por la tarde, junto a su casa. Aunque en aquella alegre cocina parecían contentos con su destino, ninguno de aquellos licántropos quería que su amigo lo compartiera.
—Bueno, no podemos contar con ello —dijo Sam en voz baja y luego siguió hablando en tono normal—. Paul, Jared y Embry se encargarán del perímetro exterior, y Jacob y yo del interior. Podremos permitirnos el lujo de venirnos abajo cuando la hayamos atrapado.
Me di cuenta de que a Emily no le hacía mucha gracia que Sam estuviera en el grupo más reducido. Su inquietud hizo que yo también mirase a Jacob con preocupación.
Sam se dio cuenta.
—Según Jacob, lo mejor es que pases todo el tiempo posible aquí, en La Push. Sólo por si acaso: así ella no podrá localizarte tan fácilmente.
—¿Y qué pasa con Charlie? —pregunté.
—El torneo de baloncesto todavía no ha terminado —dijo Jacob—. Creo que Billy y Harry se las arreglarán para retener a Charlie en La Push cuando no esté trabajando.
—Esperad —ordenó Sam al tiempo que levantaba la mano. Sus ojos buscaron un instante a Emily y después volvió a mirarme—. Aunque Jacob crea que esto es lo mejor, debes decidirlo tú misma y sopesar muy seriamente los riesgos de ambas opciones. Ya has visto esta mañana con qué facilidad la situación puede volverse peligrosa y qué deprisa se nos puede escapar de las manos. No puedo garantizar tu seguridad personal si eliges quedarte con nosotros.
—Yo no le haré daño —murmuró Jacob, agachando la mirada.
Sam actuó como si no le hubiera oído.
—Si hay otro lugar en el que te sientas segura...
Me mordí el labio. ¿Adónde podía ir sin poner en peligro a otras personas? Me sentía reacia a meter en esto a Renée y ponerla en el centro de la diana que me habían pintado encima.
—No quiero atraer a Victoria a ningún otro lugar —susurré.
Sam asintió.
—Eso es cierto. Es mejor tenerla aquí, donde podemos acabar con esto de una vez por todas.
Sentí un estremecimiento. No quería que Jacob ni ninguno de los demás intentara acabar con Victoria. Miré a Jacob a la cara; se le veía relajado, como si siguiera siendo el mismo Jacob al que recordaba antes de todo aquel asunto de los lobos, y totalmente indiferente a la idea de cazar vampiros.
—Tendrás cuidado, ¿verdad? —le pregunté, con un nudo en la garganta demasiado evidente.
Los chicos prorrumpieron en sonoros aullidos de burla. Todos se rieron de mí... salvo Emily, que me miró a los ojos; de repente, descubrí la simetría que se ocultaba bajo su deformidad. Su cara seguía siendo bonita y estaba animada por una preocupación aún más intensa que la mía. Tuve que apartar la mirada antes de que el amor que se escondía bajo su preocupación me hiciera daño de nuevo.
—La comida está lista —anunció, y la conversación sobre estrategias pasó a la historia.
Los chicos se apresuraron a rodear la mesa, que a su lado parecía diminuta y en peligro de quedar reducida a astillas de un momento a otro. Devoraron en un tiempo récord la enorme sartén de huevos que Emily había puesto en el centro. Ella comió apoyada en la encimera, como yo, evitando el pandemónium de la mesa, mientras observaba a los chicos con gesto de cariño. Su expresión afirmaba a las claras que aquélla era su familia.
No era exactamente lo que habría esperado de una manada de licántropos.
Pasé el día en La Push, la mayor parte del tiempo en casa de Billy, que dejó un mensaje en la comisaría y en el contestador de Charlie. Papá apareció a la hora de cenar con dos pizzas. Por suerte trajo dos familiares, porque Jacob se zampó una él sólo.
Charlie se pasó toda la noche mirándonos con gesto suspicaz, sobre todo a Jacob, que estaba muy cambiado. Cuando le preguntó por el pelo, él se encogió de hombros y le dijo que así estaba mucho más cómodo.
Sabía que en cuanto Charlie y yo nos fuéramos a casa, Jacob se dedicaría a correr por los alrededores en forma de lobo como había hecho de manera intermitente a lo largo del día. Él y sus hermanos de raza mantenían una vigilancia constante y buscaban indicios del regreso de Victoria. Pero, puesto que la noche anterior la habían ahuyentado de las fuentes termales —según Jacob, la habían perseguido casi hasta Canadá—, ella no tenía más remedio que hacer otra incursión.
No albergaba la menor esperanza de que Victoria se limitara a renunciar. Yo no tenía ese tipo de suerte.
Jacob se acercó al monovolumen después de cenar y se quedó junto a la ventanilla, esperando a que Charlie se marchara primero con el coche patrulla.
—No pases miedo esta noche —me dijo mientras Charlie fingía tener problemas con el cinturón de seguridad—. Estaremos ahí fuera, vigilando.
—No me preocuparé, al menos por mí —le prometí.
—No seas boba. Cazar vampiros es muy divertido. Es mejor parte de todo este lío.
Yo sacudí la cabeza.
—Si yo soy boba, entonces tú eres un perturbado peligroso.
Jacob soltó una risita.
—Descansa un poco. Se te ve agotada.
—Lo intentaré.
Charlie tocó el claxon, impaciente.
—Hasta mañana —se despidió Jacob—. Ven en cuanto te levantes.
—Lo haré.
Charlie me siguió hasta casa en el coche patrulla. No presté demasiada atención a sus luces en mi retrovisor. En vez de eso, me pregunté dónde andarían merodeando Sam, Jared, Embry y Paul, y si Jacob se les habría unido ya.
Corrí hacia las escaleras en cuando llegamos a casa, pero Charlie vino detrás de mí.
—¿Qué está pasando, Bella? —me preguntó antes de que pudiera escapar—. Creía que Jacob formaba parte de una banda y que estabais peleados.
—Lo hemos arreglado.
—¿Y la banda?
—No lo sé. ¿Quién entiende a los chicos? Son un misterio, pero he conocido a Sam Uley y a su prometida, Emily. Me han parecido muy simpáticos —me encogí de hombros—. Debe de haber sido todo un malentendido.
A Charlie se le mudó el semblante.
—No sabía que él y Emily lo habían hecho oficial. Me parece muy bien. Pobre chica.
—¿Sabes qué le pasó?
—La atacó un oso, allá en el norte, durante la temporada de desove del salmón. Fue horrible. Ya ha pasado más de un año desde el accidente. Tengo entendido que a Sam le afectó muchísimo.
—Es horrible —repetí yo.
Más de un año. Habría apostado que aquello ocurrió cuando sólo había un hombre lobo en La Push. Me estremecí al pensar en cómo debía de sentirse Sam cada vez que miraba a Emily a la cara.
Esa noche me quedé despierta mucho rato mientras intentaba organizar en mi mente los sucesos del día. Fui remontándome desde la cena con Billy, Jacob y Charlie hasta la larga tarde que había pasado en casa de los Black esperando con inquietud a saber algo de Jake, y después a la cocina de Emily, al horror del combate de los licántropos, a la conversación con Jacob en la playa...
Pensé en lo que me había dicho aquella misma mañana sobre la hipocresía. Estuve dándole vueltas un buen rato. No me gustaba pensar que era una hipócrita, pero ¿qué sentido tenía engañarme a mí misma?
Me enredé en un círculo vicioso. No, Edward no era un asesino. Ni siquiera en los momentos más oscuros de su pasado había matado a personas inocentes.
Pero ¿qué habría pasado si hubiera sido un asesino? ¿Y si durante la época en que le conocí se hubiese comportado como cualquier otro vampiro? ¿Y si se hubiesen producido desapariciones en el bosque, igual que ahora? ¿Me habría apartado de él?
Me dije que no, con tristeza, y me recordé a mí misma que el amor es irracional. Cuanto más quieres a alguien, menos lógica tiene todo.
Me di la vuelta en la cama y traté de pensar en otra cosa. Me imaginé a Jacob y a sus hermanos corriendo en la oscuridad. Me quedé dormida imaginando a los hombres lobo, invisibles en la noche y protegiéndome del peligro. Cuando empecé a soñar, volvía a estar en el bosque, pero esta vez no deambulaba perdida. Iba con Emily, agarrada a su mano llena de cicatrices, y ambas escrutábamos las tinieblas, esperando con ansiedad a que nuestros licántropos regresaran a casa.

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