Me dio
la sensación de haber dormido mucho tiempo. A pesar de eso, tenía el cuerpo
agarrotado, como si no hubiera cambiado de postura ni una sola vez en todo ese
tiempo. Me costaba pensar y estaba aturdida; dentro de mi cabeza revoloteaban
aún perezosamente extraños sueños de colores —sueños y pesadillas—. Eran tan
vividos... Unos horribles y otros divinos, todos entremezclados en un revoltijo
estrafalario. Sentía a la vez una gran impaciencia y miedo, dos componentes
fundamentales de ese tipo de sueño frustrante en el que no puedes mover los
pies con suficiente rapidez... Y todo estaba lleno de monstruos y fieras de
ojos rojos cuyos modales refinados les hacían aún más horrendos. El sueño
permanecía nítido en mi mente, tanto, que incluso podía recordar sus nombres,
pero lo más fuerte, lo que percibía con mayor precisión no era el horror. Era
el ángel lo que veía con claridad.
Me
resultó duro dejarle ir y despertarme. Este sueño no tendría que arrojarlo a
ese sótano lleno de pesadillas que me negaba a revivir. Luché con eso mientras
mi mente recuperaba el estado de alerta y se concentraba en la realidad. No
recordaba en qué día de la semana nos encontrábamos, pero estaba segura de que
me esperaban Jacob, el colegio, el trabajo o algo. Inspiré profundamente,
preguntándome cómo podría enfrentarme a otro día más.
Algo
frío tocó mi frente con el más suave de los roces.
Cerré
los ojos con más fuerza todavía. Al parecer, pese a que lo sentía como algo
anormalmente real, seguía soñando. Estaba tan cerca de despertarme... sólo un
segundo más y todo habría desaparecido.
Pero en
ese momento me di cuenta de que lo que palpaba parecía real, demasiado real
para que fuera bueno para mí. Los imaginarios brazos pétreos que me envolvían
resultaban demasiado consistentes. Me iba a arrepentir luego si dejaba que esto
llegara aún más lejos. Suspiré resignada y abrí los párpados bruscamente para
disipar la ilusión.
—¡Oh!
—jadeé y me froté los ojos con las manos.
Bien,
sin duda había ido demasiado lejos; había sido un error permitir que mi
imaginación se me fuera tanto de las manos. Vale, quizá «permitir» no era la
palabra correcta. En realidad, era yo quien la había forzado demasiado, con
tanto ir en pos de mis alucinaciones y ahora, en consecuencia, mi mente se
había colapsado.
Me
llevó menos de un segundo caer en la cuenta de que ya que ahora estaba loca de
forma irremediable, al menos, podía aprovechar y disfrutar de las falsas
ilusiones mientras éstas fueran agradables.
Abrí
los ojos otra vez y Edward aún estaba allí, con su rostro perfecto a sólo unos
cuantos centímetros del mío.
—¿Te he
asustado? —preguntó con ansiedad en voz baja.
Era una
maravilla cómo funcionaban estas falsas ilusiones. El rostro, la voz, el olor,
todo era mucho mejor que cuando estuve a punto de ahogarme. El hermoso producto
de mi imaginación observaba mis cambiantes expresiones con alarma. Sus pupilas
eran negras como el carbón y debajo tenía sombras púrpuras. Esto me sorprendió;
por lo general, los Edwards de mis alucinaciones estaban mejor alimentados.
Parpadeé
dos veces mientras hacía memoria con desesperación para determinar qué era lo
último que podía recordar de cuya realidad estuviera segura. Alice formaba
parte de mi sueño y me pregunté si, después de todo, había vuelto a Forks de
verdad, o si eso sólo había sido el preámbulo de la fantasía. Luego, caí en la
cuenta de que ella había regresado el día que estuve a punto de ahogarme...
—¡Oh,
mierda! —grazné con voz pastosa a causa del sueño.
—¿Qué
pasa, Bella?
Le
fruncí el ceño, con tristeza. Su rostro mostraba todavía más ansiedad que
antes.
—Estoy
muerta, ¿no es cierto? —gemí—. Me ahogué de verdad. ¡Mierda, mierda,
mierda! El disgusto va a matar a Charlie.
Edward
también puso mala cara.
—No
estás muerta.
—Entonces,
¿por qué no me despierto? —le reté, alzando las cejas.
—Estás
despierta, Bella.
Sacudí
la cabeza.
—Seguro,
seguro. Eso es lo que tú quieres que yo piense, y entonces, cuando despierte,
todo será peor; si me despierto, cosa que no va a ocurrir, porque estoy muerta.
Esto es horrible. Pobre Charlie. Y Renée y Jake... —se me apagó la voz,
horrorizada por lo que había hecho.
—Ya veo
que me has confundido con una pesadilla —su sonrisa fugaz fue triste—. Lo que
no me puedo imaginar es qué es lo que debes de haber hecho para terminar en el
infierno. ¿Te has dedicado a cometer asesinatos en mi ausencia?
Le hice
una mueca.
—Pues
claro que no. Tú no podrías estar conmigo si yo estuviera en el infierno.
Él
suspiró.
Se me
empezaba a despejar la cabeza. Alejé la vista de su rostro a regañadientes y
contemplé la ventana abierta a la oscuridad, y después otra vez a él.
Conforme iba recordando detalles, un hormigueo empezó a subirme por la piel
hasta llegar a los pómulos, donde noté un ligero y desconocido rubor, mientras
lentamente me iba dando cuenta de que Edward estaba realmente conmigo, que se
hallaba allí de verdad y que yo estaba perdiendo el tiempo haciendo el
idiota.
—Entonces,
¿todo eso ha ocurrido de verdad?
Me
resultaba imposible creer que mi sueño se había transmutado en una realidad. No
podía retener esa idea en mi mente.
—Eso
depende —la sonrisa de Edward todavía era dura—. Si te refieres a que casi nos
masacran en Italia, entonces, sí.
—¡Qué
extraño! —musité—. He viajado a Italia de verdad. ¿A que no sabías que por el
este nunca había pasado más allá de Alburquerque?
Puso
los ojos en blanco.
—Quizá
deberías dormirte otra vez. No dices más que tonterías.
—Ya no
me siento cansada —todo se aclaraba por momentos—. ¿Qué hora es? ¿Cuánto tiempo
he estado durmiendo?
—Es la
una de la madrugada. Así que, unas catorce horas.
Me
estiré mientras él hablaba. Estaba muy agarrotada.
—¿Y
Charlie? —pregunté.
Edward
torció el gesto.
—Duerme.
Deberías saber que en este preciso momento me estoy saltando las reglas, aunque
no técnicamente, claro, ya que él me dijo que no volviera a traspasar su
puerta, y he entrado por la ventana... Pero bueno, al menos la intención era
buena.
—¿Charlie
te ha echado de casa? —inquirí, mientras la incredulidad se me iba convirtiendo
en furia.
Sus
ojos estaban tristes.
—¿Acaso
esperabas otra cosa?
Se me
puso una expresión enloquecida en la mirada. Iba a tener unas cuantas
palabritas con mi padre; quizás era un buen momento para recordarle que ya era
mayor de edad. En realidad, eso no importaba mucho, pero era una cuestión de
principios. La prohibición dejaría de tener sentido dentro de poco. Volví mis
pensamientos hacia vías menos dolorosas.
—¿Cuál
es la historia? —le pregunté con auténtica curiosidad, pero sin dejar de
intentar desesperadamente mantener la conversación en terrenos superficiales.
Así, permanecería bajo control, y no podría asustarle con la desesperada
ansiedad que me atormentaba ferozmente por dentro.
—¿Qué
quieres decir?
—¿Qué
le voy a decir a Charlie? ¿Qué explicación le voy a dar por haber
desaparecido...? Ahora que lo pienso, ¿cuánto tiempo he estado fuera? —intenté
hacer un cálculo mental en horas.
—Sólo
tres días —entrecerró los ojos, pero esta vez sonrió con mayor naturalidad—. En
realidad, albergaba la esperanza de que se te ocurriera alguna buena
explicación. Yo no tengo ninguna.
Refunfuñé.
—De
fábula.
—Bueno,
quizás Alice sea capaz de inventar algo —me ofreció a modo de consuelo.
Y me
sentí consolada, desde luego. ¿A quién le importaba con qué tendría que
vérmelas más tarde? Cada segundo que él estaba aquí, tan cerca, con su rostro
perfecto resplandeciendo a la luz tenue de los números del reloj
despertador, era precioso y no debía desperdiciarse.
—Y
bueno... —comencé mientras pensaba la pregunta menos importante con la que
empezar, aunque no por eso dejara de ser de vital interés. Ya me había traído a
casa de una pieza y podría decidir marcharse en cualquier momento. Debía
conseguir que no dejara de hablar. Además, este paréntesis, que era como estar
en el cielo, no estaría totalmente completo sin el sonido de su voz—, ¿en qué
has andado hasta hace tres días?
Su
rostro se tornó cauteloso al momento.
—En
nada que me entusiasmara excesivamente.
—Claro
que no —mascullé.
—¿Por
qué pones esa cara?
—Bueno...
—fruncí los labios, pensativa—, si, después de todo, sólo fueras un sueño, ésa
sería exactamente la clase de respuesta que darías. Mi imaginación no da para
mucho, está muy claro.
Suspiró.
—Si te
lo cuento, ¿te creerás al fin que no estás viviendo una pesadilla?
—¡Una
pesadilla! —repetí con resentimiento. Él esperaba mi respuesta—. Quizá —dije
después de pensarlo un momento—, si me lo cuentas.
—Estuve...
cazando.
—¿Eso
es todo lo que eres capaz de hacer? —le critiqué—. Eso no prueba de ninguna
manera que esté despierta.
Vaciló
y después habló lentamente, eligiendo las palabras con cuidado.
—No
estuve de caza para alimentarme. En realidad, ponía a prueba mi habilidad... en
el rastreo. Y no soy nada bueno.
—¿Y qué
fue lo que estuviste rastreando? —le pregunté, intrigada.
—Nada
de importancia —sus ojos no parecían estar en consonancia con su expresión;
parecía enfadado e incómodo.
—No te
entiendo.
Dudó;
su rostro se debatía, brillando bajo la extraña luz verde del reloj.
—Yo...
—inspiró hondo—. Te debo una disculpa. No, sin duda, te debo mucho más,
muchísimo más que eso, pero has de saber que yo no tenía ni idea... —sus
palabras empezaron a fluir con mucha rapidez, del modo que yo recordaba que
hablaba cuando se ponía nervioso, y tuve que concentrarme para captarlas
todas—. No me di cuenta del desastre que dejaba a mis espaldas. Pensé que te
dejaba a salvo. Totalmente a salvo. No tenía ni idea de que volvería
Victoria... —sus labios se contrajeron al pronunciar ese nombre—. Debo admitir
que presté más atención a los pensamientos de James que a los de ella cuando la
vi aquella vez y, por consiguiente, fui incapaz de prever esa clase de reacción
por su parte y de descubrir que ella tenía un lazo tan fuerte con él. Creo que
me he dado cuenta ahora de que Victoria confiaba tanto en él que jamás pensó
que pudiera sucumbir, ni se le pasó por la imaginación. Quizá fue ese exceso de
confianza el que nubló sus sentimientos por él y lo que me impidió darme cuenta
de la profundidad del lazo que los unía.
»Pero,
de cualquier modo, no tengo excusa alguna por haber permitido que te
enfrentaras sola a todo eso. Cuando oí lo que le contaste a Alice, e incluso lo
que ella vio por sí misma, cuando me di cuenta de que habías tenido que poner
tu vida en manos de hombres lobo, esas criaturas inmaduras y volubles, lo peor
que ronda por ahí fuera aparte de Victoria... —se estremeció y el torrente de
palabras se detuvo por un momento—. Por favor, créeme cuando te digo que no
tenía ni idea de todo esto. Se me revuelven las tripas hasta lo más profundo,
incluso ahora, cuando puedo verte segura en mis brazos. No tengo ni la más
remota disculpa en...
—Para,
para —le interrumpí.
Me miró
con ojos llenos de sufrimiento y yo procuré elegir las palabras adecuadas,
aquellas que le liberaran de la obligación que se había creado y que le estaba
causando tanto dolor. Eran palabras muy difíciles de pronunciar. No sabía si
sería capaz de decirlas sin romperme en pedazos, pero yo quería hacerlo bien.
No deseaba convertirme en una fuente de culpa y angustia en su vida. El tenía
que ser feliz, y no me importaba qué precio hubiera de pagar yo.
En
realidad, había albergado la esperanza de no verme en la obligación de sacar a
colación esto en nuestra última conversación. Sólo iba a conseguir que todo
terminara mucho antes.
Recurriendo
a todos los meses de práctica que había pasado intentando comportarme de un
modo normal con Charlie, mantuve mi rostro tranquilo.
—Edward
—comencé. Su nombre me quemó la garganta un poco mientras lo pronunciaba. Podía
sentir aún el espectro de mi agujero en el pecho, a la espera de reabrirse en
toda su extensión en cuanto él se marchara. No tenía nada claro cómo iba a
conseguir sobrevivir esta vez—, esto tiene que terminar ya. No puedes ver las
cosas de esa manera. No puedes permitir que esa... culpa... gobierne tu vida.
No tienes por qué asumir la responsabilidad de las cosas que me han ocurrido
aquí. Nada de esto ha sucedido por tu causa, sólo es parte de las cosas que me
suelen pasar a mí en la vida. Así que si tropiezo delante de un autobús o lo que
sea que me ocurra la próxima vez, has de ser consciente de que no es cosa tuya
asumir la culpa. No tienes por qué salir corriendo hacia Italia porque te
sientas mal por no haberme salvado. Incluso si yo hubiera saltado de ese
acantilado para matarme, ésa habría sido mi elección y, desde luego, no tu responsabilidad.
Sé que está en tu... naturaleza el cargar con las culpas de todo, pero de
verdad... ¡no tienes por qué llevarlo hasta ese extremo! Es de lo más
irresponsable por tu parte no haber pensado en Carlisle, Esme y...
Estaba
a punto de perderlo. Hice una pausa para respirar profundamente con la
esperanza de que eso me calmara. Tenía que liberarle. Debía asegurarme de que
esto no volviera a ocurrir otra vez.
—Isabella
Marie Swan —susurró él, mientras le cruzaba por el rostro la más extraña de las
expresiones. Parecía haberse vuelto loco—, pero ¿tú te crees que le pedí a los
Vulturis que me mataran porque me sentía culpable?
Sentí
cómo afloraba a mi rostro la más absoluta incomprensión.
—¿Ah,
no?
—Me
sentía culpable, de una forma muy intensa. Más de lo que tú podrías llegar a
comprender.
—Entonces,
¿qué estás diciendo? No te entiendo.
—Bella,
me marché con los Vulturis porque pensé que habías muerto —dijo con miel en la
voz pero con rabia en los ojos—. Incluso aunque yo no hubiera tenido nada que
ver con tu muerte... —se estremeció al pronunciar la última palabra—. Me
hubiera ido a Italia aunque no hubiera ocurrido por culpa mía. Es obvio que
debería haber sido más cuidadoso, tendría que haberle preguntado a Alice
directamente, en lugar de aceptarlo de labios de Rosalie, de segundas. Pero vamos
a ver... ¿Qué se suponía que debía pensar cuando el chico dijo que Charlie
estaba en el funeral? ¿Cuáles eran las probabilidades?
»Las
probabilidades... —murmuró entonces, distraído. Su voz sonaba tan baja que no
estaba segura de haberle oído bien—. Las probabilidades siempre están amafiadas
en contra nuestra. Error tras error. No creo que vuelva a criticar nunca más a
Romeo.
—Pero
hay algo que aún no entiendo —dije—, y ése es el punto más importante de la
cuestión: ¿y qué?
—¿Perdona?
—¿Y qué
pasaba si yo había muerto?
Me miró
dudando durante un momento muy largo antes de contestar.
—¿No
recuerdas nada de lo que te he dicho desde que nos conocimos?
—Recuerdo
todo lo que me has dicho.
Claro
que me acordaba... incluyendo las palabras que negaban todo lo anterior.
Rozó
con la yema de su frío dedo mi labio inferior.
—Bella,
creo que ha habido un malentendido —cerró los ojos mientras movía la cabeza de
un lado a otro con media sonrisa en su rostro hermoso, y no era una sonrisa
feliz—. Pensé que ya te lo había explicado antes con claridad. Bella, yo no
puedo vivir en un mundo donde tú no existas.
—Estoy...
—la cabeza me dio vueltas mientras buscaba la expresión adecuada—. Estoy hecha
un lío —ésa iba bien, ya que no le encontraba sentido a sus palabras.
Me miró
profundamente a los ojos con una mirada seria y honesta.
—Soy un
buen mentiroso, Bella, tuve que serlo.
Me
quedé helada, y los músculos se me contrajeron como si hubiera sufrido un
golpe. La línea que marcaba el agujero de mi pecho se estremeció y el dolor que
me produjo me dejó sin aliento.
Me
sacudió por los hombros, intentando relajar mi rígida postura.
—¡Déjame
acabar! Soy un buen mentiroso, pero desde luego, tú tienes tu parte de culpa
por haberme creído con tanta rapidez—hizo un gesto de dolor—. Eso fue...
insoportable.
Esperé,
todavía paralizada.
—Te
refieres a cuando estuvimos en el bosque, cuando me dijiste adiós...
No
podía permitirme el recordarlo. Luché por mantenerme en el momento presente.
Edward susurró:
—No ibas
a dejar que lo hiciera por las buenas. Me daba cuenta. Yo no deseaba hacerlo,
creía que me moriría si lo hacía, pero sabía que si no te convencía de que ya
no te amaba, habrías tardado muy poco en querer acabar con tu vida humana.
Tenía la esperanza de que la retomarías si pensabas que me había marchado.
—Una
ruptura limpia —susurré a través de los labios inmóviles.
—Exactamente.
Pero ¡nunca imaginé que hacerlo resultaría tan sencillo! Pensaba que sería casi
imposible, que te darías cuenta tan fácilmente de la verdad que yo tendría que
soltar una mentira tras otra durante horas para apenas plantar la semilla de
una duda en tu cabeza. Mentí y lo siento mucho, muchísimo, porque te hice daño,
y lo siento también porque fue un esfuerzo que no mereció la pena. Siento que a
pesar de todo no pudiera protegerte de lo que yo soy. Mentí para salvarte, pero
no funcionó. Lo siento.
»Pero
¿cómo pudiste creerme? Después de las miles de veces que te dije lo mucho que
te amaba, ¿cómo pudo una simple palabra romper tu fe en mí?
Yo no
contesté. Estaba demasiado paralizada para darle forma a una respuesta
racional.
—Vi en
tus ojos que de verdad creías que ya no te quería. La idea más absurda, más
ridícula, ¡como si hubiera alguna manera de que yo pudiera existir sin necesitarte!
Seguía
helada. Sus palabras me parecían incomprensibles, porque eran imposibles.
Me
sacudió el hombro otra vez, sin fuerza, pero lo suficiente para que me
castañetearan un poco los dientes.
—Bella
—suspiró—. ¡Dime de una vez qué es lo que estás pensando!
En ese
momento rompí a llorar. Las lágrimas me anegaron los ojos, los desbordaron y me
inundaron las mejillas.
—Lo
sabía —sollocé—. Sabía que estaba soñando...
—Eres
imposible —comentó y soltó una carcajada breve, seca y frustrada—. ¿De qué
manera te puedo explicar esto para que me creas? No estás dormida ni muerta.
Estoy aquí y te quiero. Siempre te he querido y siempre te querré. Cada segundo
de los que estuve lejos estuve pensando en ti, viendo tu rostro en mi mente.
Cuando te dije que no te quería… ésa fue la más negra de las blasfemias.
Sacudí
la cabeza mientras las lágrimas continuaban cayendo desde las comisuras de mis
ojos.
—No me
crees, ¿verdad? —susurró, con el rostro aún más pálido de lo habitual—. Puedo
verlo incluso con esta luz. ¿Por qué te crees la mentira y no puedes aceptar la
verdad?
—Nunca
ha tenido sentido que me quisieras —le expliqué, y la voz se me quebró dos
veces—. Siempre lo he sabido.
Sus
ojos se entrecerraron y se le endureció la mandíbula.
—Te
probaré que estás despierta —me prometió.
Me
sujetó la cabeza entre sus dos manos de hierro, ignorando mis esfuerzos cuando
intenté volver la cabeza hacia otro lado.
—Por
favor, no lo hagas —susurré.
Se
detuvo con los labios a unos centímetros de los míos.
—¿Por
qué no? —inquirió. Su aliento acariciaba mi rostro, haciendo que la cabeza me
diera vueltas.
—Cuando
me despierte... —él abrió la boca para protestar, de modo que me corregí—.
¡Vale, olvídalo! Rectifico: cuando te vayas otra vez, ya va a ser
suficientemente duro sin esto.
Retrocedió
unos centímetros para examinar mi rostro.
—Ayer,
cuando te toqué, estabas tan... vacilante, tan cautelosa. Y todo sigue igual.
Necesito saber por qué. ¿Acaso ya es demasiado tarde? ¿Quizá te he hecho
demasiado daño? ¿Es porque has cambiado, como yo te pedí que hicieras? Eso
sería... bastante justo. No protestaré contra tu decisión. Así que no intentes
no herir mis sentimientos, por favor; sólo dime ahora si todavía puedes
quererme o no, después de todo lo que te he hecho. ¿Puedes? —murmuró.
—¿Qué
clase de pregunta idiota es ésa?
—Limítate
a contestarla, por favor.
Le miré
con aspecto enigmático durante un rato.
—Lo que
siento por ti no cambiará nunca. Claro que te amo y ¡no hay nada que puedas
hacer contra eso!
—Es
todo lo que necesitaba escuchar.
En ese
momento, su boca estuvo sobre la mía y no pude evitarle. No sólo porque era
miles de veces más fuerte que yo, sino porque mi voluntad quedó reducida a
polvo en cuanto se encontraron nuestros labios. Este beso no fue tan cuidadoso
como los otros que yo recordaba, lo cual me venía la mar de bien.
Si luego iba a tener que pagar un precio por él, lo menos que podía hacer era
sacarle todo el jugo posible.
Así que
le devolví el beso con el corazón latiéndome a un ritmo irregular, desbocado,
mientras mi respiración se transformaba en un jadeo frenético y mis manos se
movían avariciosas por su rostro. Noté su cuerpo de mármol contra cada curva
del mío y me sentí muy contenta de que no me hubiera escuchado, porque no había
pena en el mundo que justificara que me perdiera esto. Sus manos memorizaron mi
cara, tal como lo estaban haciendo las mías y durante los segundos escasos que
sus labios estuvieron libres, murmuró mi nombre.
Se
apartó cuando empecé a marearme, sólo para poner su oído contra mi corazón.
Yo me
quedé quieta allí, aturdida, esperando a que los jadeos se ralentizaran y
desaparecieran.
—A
propósito —dijo como quien no quiere la cosa—. No voy a dejarte.
No le
respondí, y él pareció percibir el escepticismo en mi silencio.
Alzó su
rostro hasta trabar su mirada en la mía.
—No me
voy a ir a ninguna parte. Al menos no sin ti —añadió con más seriedad—. Sólo te
dejé porque quería que tuvieras la oportunidad de llevar una vida feliz como
una mujer normal. Me daba cuenta de lo que te estaba haciendo al mantenerte siempre
al borde del peligro, apartándote del mundo al que perteneces, arriesgando tu
vida cada minuto que estaba contigo. Así que tuve que intentarlo. Debía hacer
algo, y me pareció que marcharme era lo mejor. Jamás hubiera sido capaz de irme
de no haber creído que estarías mejor sin mí. Soy demasiado egoísta. Sólo tú
eres más importante que cualquier cosa que yo quiera... o necesite. Todo lo que
yo quiero o necesito es estar contigo y sé que nunca volveré a tener fuerzas
suficientes para marcharme otra vez. Tengo demasiadas excusas para quedarme, ¡y
gracias al cielo por eso! Parece que es imposible que estés a salvo, no importa
cuántos kilómetros ponga entre los dos.
—No me
prometas nada —mascullé. Si me permitía concebir esperanzas y luego terminaban
en nada... eso me mataría. Todos esos vampiros sin piedad no habían sido
capaces de acabar conmigo, pero la esperanza haría el trabajo mucho mejor.
La ira
brilló metálica en sus ojos negros.
—¿Crees
que te estoy mintiendo ahora?
—No. No
me estás mintiendo —sacudí la cabeza, intentando pensar en el asunto de
forma coherente. Quería examinar la hipótesis de que él me quería, pero sin
dejar de ser objetiva, casi de modo clínico, para no caer en la trampa de la
esperanza—. Realmente lo crees... ahora, pero ¿qué pasará mañana cuando pienses
en todas esas razones que has mencionado en primer lugar? ¿O el próximo mes,
cuando Jasper intente atacarme?
Se
estremeció.
Recordé
otra vez aquellos últimos días antes de que él me dejara, intentando mirarlos
desde el punto de vista de lo que me estaba contando ahora. Con esta nueva
perspectiva, sus inquietantes y fríos silencios de entonces adquirían un
significado diferente si me hacía a la idea de que me había dejado amándome,
que me había dejado por mi bien.
—No es
como si hubieras cambiado de idea al respecto, ¿a que no? —adiviné—. Terminarás
haciendo lo que crees que es correcto.
—No soy
tan fuerte como tú pareces creer —comentó él—. Lo que estaba bien o mal había
dejado de tener importancia para mí; pensaba regresar de todas maneras. Antes
de que Rosalie me comunicara la noticia, yo ya intentaba sobrevivir como podía
de una semana a otra, a veces sólo de un día para otro. Luchaba por pasar como
pudiera cada hora. Nada más era cuestión de tiempo, y no quedaba ya mucho, que
apareciera en tu ventana y te suplicara que me dejaras volver. Estaré encantado
de suplicártelo si así lo quieres.
Hice
una mueca.
—Habla
en serio, por favor.
—Lo
estoy haciendo —insistió con la mirada resplandeciente ahora—. ¿Querrás hacerme
el favor de escuchar mis palabras? ¿Me dejarás que intente explicarte cuánto
significas para mí?
Esperó,
estudiando mi rostro mientras hablaba para asegurarse de que le estaba
escuchando de verdad.
—Bella,
mi vida era como una noche sin luna antes de encontrarte, muy oscura, pero al
menos había estrellas, puntos de luz y motivaciones... Y entonces tú cruzaste
mi cielo como un meteoro. De pronto, se encendió todo, todo estuvo lleno de
brillantez y belleza. Cuando tú te fuiste, cuando el meteoro desapareció por el
horizonte, todo se volvió negro. No había cambiado nada, pero mis ojos habían
quedado cegados por la luz. Ya no podía ver las estrellas. Y nada tenía
sentido.
Quería
creerle, pero lo que estaba describiendo era mi vida sin él y no al revés.
—Se te
acostumbrarán los ojos —farfullé.
—Ése es
justo el problema, no pueden.
—¿Y qué
pasa con tus distracciones?
Se rió
sin traza de alegría.
—Eso
fue parte de la mentira, mi amor. No había distracción posible ante la...
agonía. Mi corazón no ha latido durante casi noventa años, pero esto era
diferente. Era como si hubiera desaparecido, como si hubiera
dejado un vacío en su lugar, como si hubiera dejado todo lo que tengo dentro
aquí, contigo.
—Qué
divertido —murmuré.
Enarcó
una ceja perfecta.
—¿Divertido?
—En
realidad debería decir extraño, porque parece que describieras cómo me he
sentido yo. También notaba que me faltaban piezas por dentro. No he sido capaz
de respirar a fondo desde hace mucho tiempo —llené los pulmones, disfrutando
casi lujuriosamente de la sensación—. Y el corazón... Creí que lo había perdido
definitivamente.
Cerró
los ojos y apoyó el oído otra vez sobre mi corazón. Apreté la mejilla contra su
pelo, sentí su textura en mi piel y aspiré su delicioso perfume.
—¿No
encontraste el rastreo entretenido, entonces? —le pregunté, curiosa y quizás
necesitada de distraerme yo. Me encontraba en serio peligro de que mis
esperanzas volvieran. No las iba a poder contener mucho más. Mi corazón latía
fuerte, cantando en mi pecho.
—No
—suspiró él—. Eso no fue una distracción nunca. Era una obligación.
—¿Y eso
qué quiere decir?
—Quiere
decir que aunque nunca esperé ningún peligro procedente de Victoria, no la iba
a dejar escaparse con... Bueno, como te dije, se me da fatal. La rastreé hasta
Texas, pero después seguí una pista falsa hasta Brasil, y en realidad ella lo
que hizo fue venir aquí —gruñó—. ¡Ni siquiera estaba en el continente correcto!
Y mientras tanto, el peor de mis peores temores...
—¿Estuviste
dando caza a Victoria? —casi pegué un grito en el momento en que encontré mi voz,
que se alzó lo menos dos octavas.
Los
ronquidos lejanos de Charlie se interrumpieron un momento y luego recuperaron
de nuevo su cadencia regular.
—No lo
hice bien —contestó al tiempo que estudiaba mi expresión indignada con una
mirada confusa—, pero esta vez me saldrá mejor. Ella no va disfrutar del placer
de respirar tranquila durante mucho tiempo.
—Eso...
eso queda fuera de consideración —conseguí controlarme y recuperar la
respiración. Qué locura. Incluso si Jasper o Emmett le ayudaran. Bueno, incluso
aunque Jasper y Emmett le
ayudaran. Esto era peor que cualquier otra cosa que yo pudiera imaginar; como
por ejemplo, a Jacob Black de pie, a corta distancia de la pérfida figura
felina de Victoria. No soportaba la idea de imaginar a Edward allí, incluso aunque
él pareciera mucho más resistente que mi mejor amigo medio humano.
—Es
demasiado tarde para ella. No debí dejar que se me escapara la otra vez, pero
ahora no, no después de...
Le
interrumpí otra vez, intentando sonar tranquila.
—¿No me
acabas de prometer ahora mismo que no me ibas a dejar? —le pregunté, luchando
contra las palabras mientras las decía, intentando no dejarlas enraizar en mi
corazón—. Eso no es precisamente algo compatible con una larga expedición de
rastreo, ¿no?
Él
frunció el ceño. Un gruñido lento se le escapó del pecho.
—Mantendré
mi promesa, Bella, pero Victoria va a morir —el gruñido se acentuó—. Pronto.
—No te
precipites —le contesté mientras intentaba ocultar mi pánico—. Quizás ella no
vuelva. Quizás la haya asustado la manada de Jake. En realidad, no hay razón
ninguna para ir tras ella. Además, tengo un problema mayor que Victoria.
Los
ojos de Edward se entrecerraron, pero asintió.
—Es
verdad. Los licántropos son una complicación.
Bufé.
—No
estaba hablando de Jacob. Mi problema es bastante más grande que un puñado de
lobos adolescentes en busca de líos.
Edward
me miró como si fuera a decir algo y luego se lo pensó mejor. Sus dientes
sonaron cuando los cerró y habló a través de ellos.
—¿De
verdad? —me preguntó—. Entonces, ¿cuál es tu mayor problema? Si el hecho de que
Victoria vuelva a buscarte te parece algo irrelevante en comparación, ¿qué
puede ser?
—Digamos
que es el segundo de mis peores problemas —intenté evadir la cuestión.
—De
acuerdo —asintió él, suspicaz.
Hice
una pausa. No estaba segura de si podría mencionarlos.
—Hay
otros que vendrán a por mí —le recordé con un susurro sofocado.
Él
suspiró, pero su reacción no fue todo lo fuerte que yo habría supuesto después
de haber visto cómo se tomaba lo de Victoria.
—¿Los
Vulturis son sólo el segundo de esos problemas?
—No
parece que te preocupen mucho —le hice notar.
—Bueno,
tenemos bastante tiempo para pensarlo. El tiempo tiene un significado muy
distinto para ellos y para ti, o incluso para mí. Ellos cuentan los años como
tú los días. No me sorprendería que hubieras cumplido los treinta antes de que
volvieran a acordarse de ti —añadió en tono ligero.
El
horror me invadió.
Treinta.
Así que
al final, sus promesas no significaban nada en realidad.. Si él pensaba que yo
llegaría algún día a cumplir los treinta era porque no podía estar planeando
quedarse demasiado tiempo. El dolor hondo que me causó esta idea me hizo
comprender que ya había comenzado a concebir esperanzas a pesar de no
habérmelas permitido.
—No
tienes por qué temer —me dijo, lleno de ansiedad conforme vio que las lágrimas
volvían a brotar del borde de mis párpados—. No les dejaré que te hagan daño.
—Mientras
estés aquí —y no es que me preocupara mucho lo que ocurriera cuando él se
hubiera marchado.
Me tomó
el rostro entre sus dos manos pétreas, sujetándolo con fuerza mientras sus ojos
de medianoche se zambullían en los míos con la fuerza gravitacional de un
agujero negro.
—Nunca
te dejaré de nuevo.
—Pero
has dicho treinta —farfullé, mientras las lágrimas se asomaban al borde de mis
párpados—. ¿Y qué? Te quedarás, pero me dejarás envejecer de todos modos. Muy
bonito.
Sus
ojos se dulcificaron aunque su boca endureció el gesto.
—Eso es
exactamente lo que voy a hacer. ¿Qué otra elección tengo? No puedo estar sin
ti, pero no voy a destruir tu alma.
—Y eso
es porque... —intenté mantener la voz calmada, pero esta cuestión era demasiado
dura para mí. Recordé su rostro cuando Aro casi le suplicó que considerara la
idea de hacerme inmortal. La mirada de repulsión que le dirigió. ¿Tenía que ver
esa fijación de mantenerme humana realmente sólo con mi alma, o era porque no
estaba seguro de que querría tenerme a su lado todo el tiempo?
—¿Sí?
—inquirió, esperando mi pregunta.
Sin
embargo, le pregunté otra cosa distinta. Casi igual de difícil para mí.
—Pero
¿qué pasará cuando me haga tan vieja que la gente piense que soy tu madre? ¿O
tu abuela?
Mi voz
temblaba por el espanto, todavía podía ver el rostro de la abuelita en el
espejo del sueño. Todo su rostro se había suavizado ahora. Me limpió las
lágrimas de las mejillas con los labios.
—Eso no
me importa —musitó contra mi piel—. Siempre serás la cosa más hermosa que haya
en mi mundo. Claro que... —él dudó, estremeciéndose ligeramente—, si te haces
mayor que yo y necesitas algo más... lo comprenderé, Bella. Te prometo que no
me cruzaré en tu camino si alguna vez quieres dejarme.
Sus
ojos brillaban como el ónice líquido y eran completamente sinceros. Hablaba
como si hubiera pasado montones de tiempo reflexionando para trazar ese plan
tan necio.
—Supongo
que te das cuenta de que al final también me moriré —le exigí.
También
parecía haber pensado en eso.
—Te
seguiré tan pronto como pueda.
—Ese
plan es totalmente... —busqué la palabra correcta— enfermizo.
—Bella,
es el único camino correcto que nos queda...
—Retrocedamos
un minuto —le dije; enfadarme hacía que me resultara mucho más fácil ser clara,
contundente—. Recuerdas a los Vulturis, ¿verdad? No puedo permanecer humana
para siempre. Ellos me matarán. Incluso si no piensan en mí hasta que cumpla los
treinta —mascullé la cifra—, ¿crees sinceramente que se olvidarán?
—No
—respondió despacio, sacudiendo la cabeza—. No olvidarán. Pero...
—¿Pero?
Sonrió
ampliamente mientras le miraba con tristeza. Quizá yo no era la única que
estaba loca.
—Tengo
unos cuantos planes.
—Y esos
planes —comenté mientras mi voz se volvía cada vez más ácida con cada palabra—,
esos planes se centran todos en mantenerme humana.
Mi
actitud hizo que su expresión se endureciera.
—Naturalmente.
Su tono
era brusco y su rostro divino mostraba arrogancia. Nos fulminamos con la mirada
el uno al otro durante un minuto largo.
Entonces,
respiré hondo y cuadré los hombros. Le empujé los brazos para poder sentarme.
—¿Quieres
que me vaya? —me preguntó y mi corazón palpitó con fuerza al ver que esa idea
le hería, aunque intentaba no demostrarlo.
—No —le
contesté—. Soy yo la que se va.
Me miró
con suspicacia mientras salía de la cama y deambulaba de un lado para otro de
la habitación en busca de mis zapatos.
—¿Puedo
preguntarte adónde vas? —inquirió.
—Voy a
tu casa —le dije, todavía andando de un sitio para otro a ciegas.
Él se
levantó y se acercó a mí.
—Aquí
están tus zapatos. ¿Y cómo planeas llegar hasta allí?
—En mi
coche.
—Eso
probablemente despertará a Charlie —me ofreció la idea como un elemento
disuasorio.
Suspiré.
—Ya lo
sé, pero para serte sincera, tal como están las cosas, estaré encerrada durante
semanas. ¿Cuántos problemas más me puedo acarrear?
—Ninguno.
Me echará la culpa a mí, no a ti.
—Si
tienes una idea mejor, soy toda oídos.
—Quédate
aquí —sugirió, aunque su expresión no mostraba mucha esperanza al respecto.
—Mala
suerte, pero ¡adelante! Quédate y siéntete como en tu casa —le animé,
sorprendida de lo natural que sonaba mi broma y me dirigí a la puerta.
Él ya
estaba allí, delante de mí, bloqueándome el camino.
Fruncí
el ceño y me volví hacia la ventana. No estaba tan lejos del suelo y había
bastante hierba justo debajo...
—Bien
—suspiró—. Te llevaré.
Me
encogí de hombros.
—Como
quieras. De todas maneras, probablemente tú también deberías estar presente.
—¿Y eso
por qué?
—Porque
tienes opiniones para todo y estoy segura de que querrás una oportunidad para
hacer alarde de unas cuantas.
—¿Opiniones
respecto a qué...? —preguntó entre dientes.
—Esto
no es algo que tenga ya sólo que ver contigo. No eres el centro del universo,
¿sabes? —en lo que se refería a mi propio universo, quizás, fuera otra
cuestión—. Tal vez tu familia tenga algo que decir si vas a conseguir que se
nos echen encima los Vulturis por algo tan estúpido como que yo continúe siendo
humana.
—¿Decir...
sobre... qué? —preguntó, separando cuidadosamente las palabras.
—Sobre
mi mortalidad. La voy a someter a votación.
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