Mi
visitante esperó en el centro del vestíbulo, hermosa hasta lo increíble, pálida
y absolutamente inmóvil, sin apartar sus penetrantes ojazos negros de mi
rostro.
Me
temblaron las rodillas durante un segundo y estuve a punte de caerme. Después,
me arrojé sobre ella.
—¡Alice!,
¡Oh, Alice! —gimoteé mientras colisionaba contra su cuerpo.
Había
olvidado lo dura que era; como correr de cabeza hacia una pared de cemento.
—¿Bella?
—había una extraña mezcla de alivio y confusión en su voz.
La
rodeé con los brazos e inspiré para inhalar al máximo el olor de su piel; no se
parecía a ningún otro, no era floral ni especiado ni cítrico ni almizclado.
Ningún perfume en el mundo podía comparársele. Mi memoria no le había hecho
justicia en absoluto.
No me
di cuenta del momento en que el jadeo se transformó en otra cosa; sólo fui
consciente de estar sollozando cuando Alice me llevó hacia el sofá del salón y
me acomodó en su regazo. Era como intentar acurrucarse en una piedra fría, pero
una piedra que se amoldaba confortablemente a la forma de mi cuerpo. Me
acarició la espalda a un ritmo dulce, a la espera de que recobrara el control
de mi persona.
—Lo...
siento —balbuceé—. ¡Es sólo... que estoy tan feliz... de verte!
—Está
bien, Bella. Todo va bien.
—Sí
—sollocé; y por una vez me pareció que así era.
Alice
suspiró.
—Había
olvidado lo efusiva que eres —comentó con cierto tono de desaprobación en la
voz.
Levanté
la vista y la miré con los ojos anegados de lágrimas. Alice tenía el cuello
rígido e intentaba apartarlo de mí al tiempo que apretaba los labios
firmemente. Los ojos se le habían vuelto oscuros como la brea.
—¡Oh!
—bufé al percatarme del problema. Estaba sedienta y yo olía de un modo
apetecible. Había llovido mucho desde la última vez que había tenido que
preocuparme de esas cosas—. Lo siento.
—Es
culpa mía. Ha pasado ya mucho tiempo desde que salí de caza. No debería permitirme
estar tan sedienta, pero hoy tenía mucha prisa —me dirigió una mirada
deslumbrante—. Y hablando del tema, ¿podrías explicarme cómo es que estás viva?
Su
pregunta me devolvió a la realidad y cesaron los sollozos. Me di cuenta de qué
había pasado y cuál era la razón de que Alice estuviera aquí.
Tragué
saliva de forma audible.
—Me
viste caer.
—No
—negó con los ojos entrecerrados—. Te vi saltar.
Apreté
los labios mientras pensaba en una explicación que no pareciera una chifladura.
Alice
sacudió la cabeza.
—Le
dije que esto terminaría ocurriendo, pero no me creyó. «Bella me lo prometió»
—remedó su voz tan perfectamente que me estremecí por el impacto
mientras el dolor se deslizaba por mi pecho—. «Ni se te ocurra seguir mirando
en su futuro» —continúo ella, imitándolo—. «Ya le hemos hecho bastante
daño.»
»Pero
dejar de mirar no significa que se deje de ver —prosiguió—. Te juro que no te
vigilaba, Bella. Es sólo que estoy ya en sintonía contigo, y no me lo pensé dos
veces cuando te vi
saltar, me metí en el avión. Sabía que sería demasiado tarde, pero no podía
quedarme sin hacer nada. Así que me planté aquí con la esperanza de que tal vez podría ayudar a Charlie
de algún modo y vas tú y llegas... —sacudió la cabeza, esta vez confusa.
Se le notaba la tensión en la voz—. Te vi caer en el agua, y esperé y esperé a
ver si salías, pero no fue así. ¿Qué pasó? ¿Y cómo has podido hacerle a Charlie
una cosa así? ¿No te paraste a pensar el daño que esto le causaría? ¿Y a mi
hermano? ¿Puedes hacerte una idea de lo que Edward...?
La
atajé en cuanto pronunció su nombre. La habría dejado continuar, incluso
después de darme cuenta del malentendido en el que ella se encontraba, sólo por
oír el perfecto tono acampanado de su voz, pero era hora de interrumpirla.
—Alice,
yo no intentaba suicidarme.
Ella me
miró, dubitativa.
—Entonces,
¡¿me estás diciendo que no estabas saltando desde un acantilado?!
—No,
pero... —hice una mueca—. Era sólo por diversión.
Su
expresión se endureció.
—Había
visto saltar a algunos amigos de Jacob —insistí—, Parecía... divertido, y como
me aburría...
Ella
esperó.
—No se
me ocurrió pensar que la tormenta afectaría a las corrientes. En realidad, no
pensé mucho en el agua —Alice no se lo tragó. Vi con absoluta
claridad que ella seguía creyendo que había intentado suicidarme. Decidí
dirigirla en otra dirección—. Pero si me viste allí, ¿cómo es que no viste a
Jacob?
Ladeó
la cabeza, distraída, y yo continué:
—Es
verdad que posiblemente me habría ahogado si Jacob no hubiera saltado detrás de
mí. Bien, de acuerdo, no era cuestión de probabilidades, me hubiera ahogado
seguro, pero lo cierto
es que Jake me sacó del agua y supongo que me arrastró hasta la playa, de esa
parte no me acuerdo. Quizás estuviera más de un minuto debajo del agua hasta
que el me atrapó. ¿Por qué no viste eso?
Ella
torció el gesto con perplejidad.
—¿Te
sacó alguien?
—Sí.
Jacob me salvó.
La miré
con curiosidad mientras una serie de pensamientos enigmáticos pasaban
fugazmente por su rostro. Algo le había molestado... ¿Que su visión hubiera
sido imperfecta? No estaba segura. Entonces, ella se inclinó de modo deliberado
y me olisqueó el hombro.
Me
quedé helada.
—No
seas ridícula —murmuró al tiempo que me olfateaba un poco más.
—¿Qué
haces?
Ignoró
mi pregunta.
—¿Quién
te acompañaba en la calle hace un rato? Daba la impresión de que estabais
discutiendo.
—Jacob
Black. Es... mi mejor amigo, o algo así. Al menos, lo era... —cruzó por mi
mente la imagen del rostro enfadado y traicionado de Jacob; me pregunté
qué seríamos el uno para el otro a partir de ahora.
Alice
asintió y pareció preocupada.
—¿Qué?
—No lo
sé —comentó—. No estoy segura de lo que pueda significar.
—Bueno,
al menos, no estoy muerta.
Ella
puso los ojos en blanco.
—Se
comportó como un necio al pensar que podrías sobrevivir sola. Nunca he conocido
a nadie tan dispuesto a jugarse la vida estúpidamente.
—Sobreviví
—señalé.
Ella
estaba pensando en algo más.
—Bueno,
si las corrientes eran demasiado fuertes para ti, ¿cómo se las arregló Jacob?
—Es...
fuerte.
Alice
enarcó las cejas al percibir una nota de renuencia en mi voz.
Me
mordí el labio durante un segundo. ¿Era o no era un secreto? Y si lo era,
entonces, ¿a quien se debía mi lealtad? ¿A Jacob o a Alice?
Qué
difícil es guardar un secreto, pensé. Si Jacob lo sabía todo, ¿por qué no Alice?
—Mira,
él es... algo así como un hombre lobo —admití de forma atropellada—. Los
quileutes se transforman en lobos cuando hay vampiros cerca. Ellos conocen a
Carlisle desde hace muchísimo tiempo. ¿Estabas ya con Carlisle en aquella
época?
Alice
se me quedó mirando boquiabierta durante un momento y después se recuperó,
parpadeando rápidamente.
—Bien,
eso explica el olor —murmuró ella—, pero ¿también justifica el hecho de que no
le viera? —puso cara de pocos amigos y su frente de porcelana se arrugó.
—¿El
olor? —repetí.
—Hueles
fatal —explicó ella de forma ausente, todavía con gesto de contrariedad—. ¿Un
licántropo? ¿Estás segura de eso?
—Muy
segura —le prometí; hice un gesto de dolor al recordar la pelea de Paul y Jacob
en el camino—. Tengo la sensación de que no estabas aún con Carlisle la última
vez que hubo licántropos aquí, en Forks.
—No, no
nos habíamos encontrado todavía —Alice seguía perdida en sus pensamientos.
Repentinamente se le dilataron los ojos y se volvió a mirarme con una expresión
de consternación—. ¿Tu mejor amigo es un hombre lobo?
Asentí
avergonzada.
—¿Desde
cuándo sucede esto?
—Desde
hace poco —dije, y mi voz sonaba a la defensiva— Se convirtió en lobisón hace
sólo unas pocas semanas.
Me
fulminó con la mirada.
—¿Un
licántropo joven? ¡Eso es todavía peor! Edward tenía razón, eres un imán para
el peligro. ¿No se suponía que te ibas a mantener al margen de los problemas?
—Los
hombres lobo no son nada peligrosos —refunfuñé, aturdida por su tono crítico.
—Hasta
que pierden los estribos —sacudió la cabeza de un lado al otro con energía—.
Estas cosas sólo te pasan a ti, Bella. Nadie debería haber estado mejor que tú
cuando los vampiros nos marchamos de la ciudad, pero tú tenías que involucrarte
con los primeros monstruos que te encontraras.
No
quería discutir con Alice. La idea de que estaba realmente ahí, de que podía
tocar su piel marmórea y escuchar su voz como la de un carillón mecido por el
viento, aún me hacía estremecer de alegría. Pero ella tenía que fastidiarlo
todo.
—No,
Alice, en realidad los vampiros no se fueron, al menos, no todos. Y ése ha sido
el verdadero problema. Victoria me habría capturado a estas
alturas de no ser por los licántropos. Aunque, desde luego, si no hubiera sido
por Jake y sus amigos, Laurent me habría atrapado antes que ella, claro, así
que...
—¿Victoria?
—susurró ella—. ¿Laurent?
Asentí,
un poco intimidada por la expresión de sus ojos oscuros. Me señalé el pecho.
—Soy un
imán para el peligro, ¿recuerdas?
Sacudió
la cabeza otra vez.
—Cuéntamelo
todo, pero hazlo desde el principio.
Pasé
por alto el principio soslayando el asunto de las motos y de las voces, pero le
conté todo lo demás hasta el desastre más reciente. No le gustaron mis poco
convincentes explicaciones sobre el aburrimiento y los acantilados, de modo que
me lancé sobre la parte de la historia referida a la extraña llama que había
atisbado en el agua y aventuré mi suposición. Sus ojos se estrecharon tanto
entonces que se convirtieron en ranuras. Era raro ver su mirada tan... tan
peligrosa, como la de un vampiro. Tragué saliva a duras penas y continué con el
resto de la historia, lo relativo a Harry.
Ella lo
escuchó todo sin interrumpirme. De vez en cuando sacudía la cabeza y la arruga
de su frente se volvía más profunda hasta que pareció permanentemente grabada
en el mármol de su piel. No dijo nada, y al final se quedó inmóvil,
impresionada por la pena ajena de la muerte de Harry. Pensé en Charlie;
volvería pronto a casa. ¿En qué condiciones se encontraría?
—Nuestra
marcha no te hizo bien alguno, ¿a que no? —murmuró Alice.
Solté
una carcajada, aunque sonó algo histérica.
—Pero
ésa no es la cuestión de todos modos, ¿verdad? No creo que os marcharais por mi
bien.
Puso
cara de pocos amigos y miró al suelo un momento.
—Bueno...
supongo que hoy he actuado de forma algo impulsiva. Probablemente no me debería
haber entrometido.
Sentí
cómo la sangre huía de mi rostro y se me hacía un vacío en el estómago.
—No
sigas, Alice —susurré. Mis dedos se cerraron en torno al cuello de su blusa
blanca y empecé a hiperventilar—. Por favor, no me dejes.
Abrió
los ojos aún más.
—De
acuerdo. No voy a ir a ninguna parte esta noche —dijo, pronunciando cada
palabra con precisión minuciosa—. Respira hondo.
Intenté
obedecerla, aunque apenas sabía dónde tenía los pulmones.
Me miró
a la cara mientras yo me concentraba en respirar. Esperó hasta que me calmé
para hacer un comentario.
—Qué
mala pinta tienes, Bella.
—Hoy he
estado a punto de ahogarme —le recordé.
—Es
algo más profundo que eso. Estás hecha una pena.
Aguanté
el dolor que su frase me produjo sin rechistar.
—Mira,
lo estoy haciendo lo mejor que puedo.
—¿Eso
qué quiere decir?
—No ha
sido fácil. Me estoy esforzando.
Frunció
el ceño.
—Se lo
dije —comentó para sus adentros.
—Alice
¿con qué pensabas que te ibas a encontrar? —suspiré—. Quiero decir, además de
verme muerta. ¿Esperabas hallarme saltando de un lado para otro y cantando
canciones de una comedia musical? Creo que me conoces un poco más.
—Así
es, pero albergaba la esperanza...
—Pues
entonces, supongo que no soy yo la que tiene el monopolio del mercado de la
idiotez.
Sonó el
teléfono.
—Ése
debe de ser Charlie —aventuré mientras me ponía en pie de un salto. Aferré la
mano pétrea de Alice y la arrastré conmigo hacia la cocina. No tenía la menor
intención de dejarla fuera de mi vista.
—¿Charlie?
—contesté al descolgar el aparato.
—No,
soy yo —dijo Jacob.
—¡Jake!
Alice
escudriñó mi expresión.
—Sólo
me estoy asegurando de que sigues viva —comentó Jacob con amargura.
—Estoy
bien. Te dije que no era...
—Ya. Lo
sé. Adiós.
Jacob
me colgó.
Suspiré,
dejé caer hacia atrás la cabeza y me quedé mirando al techo.
—Esto
va a ser un buen problema.
Alice
me apretó la mano.
—No les
emociona que me encuentre aquí.
—No
especialmente, pero no es asunto suyo de todos modos.
Alice
me rodeó con un brazo.
—¿Y qué
vamos a hacer ahora? —musitó ella. Pareció hablar consigo misma durante un
momento—. Cosas que hacer... Atar cabos sueltos.
—¿Qué
es lo que hay que hacer?
Su
rostro se volvió repentinamente cauteloso.
—No lo
sé con seguridad. Necesito ver a Carlisle.
¿Por
qué se tenía que ir tan pronto? Sentí una opresión en el estómago.
—¿No
puedes quedarte? —le supliqué—. ¿Por favor? Sólo un poco. Te he echado mucho de
menos —la voz se me quebró.
—Si tú
crees que es buena idea... —sus ojos mostraron su descontento.
—Sí.
Puedes quedarte aquí, a Charlie le encantará.
—Tengo
mi casa, Bella.
Asentí,
descontenta pero resignada. Ella dudó mientras me estudiaba.
—Bueno,
al menos necesitaría ir a por una maleta de ropa.
La
abracé impulsivamente.
—¡Alice,
eres la mejor!
—Además,
creo que debería ir de caza ahora mismo —añadió con la voz estrangulada.
—Ups...
—di un paso hacia atrás.
—¿Podrías
mantenerte apartada de los problemas durante una hora? —me preguntó con
escepticismo. Entonces, antes de que pudiera contestarle, alzó un dedo y cerró
los ojos. Su rostro se suavizó y quedó en blanco durante unos momentos.
Después
abrió los ojos y se contestó a su propia pregunta.
—Sí,
creo que estarás bien. Al menos, por lo que se refiere a esta noche —hizo una
mueca. Incluso al poner caras, su rostro seguía pareciendo el de un ángel.
—¿Volverás?
—le pregunté con voz débil.
—Te lo
prometo. Estaré aquí dentro de una hora.
Miré
fijamente al reloj que había encima de la mesa. Ella se rió y se inclinó
rápidamente para darme un beso en la mejilla. Se fue inopinadamente.
Respiré
hondo. Alice iba a volver. De pronto, me sentí mucho mejor.
Tenía
un montón de cosas de las que ocuparme mientras la esperaba. Lo primero de todo
era darme una ducha. Olisqueé mis hombros mientras me desnudaba sin conseguir
detectar el aroma a agua salada y a algas del océano. Me pregunté qué era lo
que quería decir Alice con lo de que yo olía mal.
Volví a
la cocina después de ducharme. No hallé indicios de que Charlie hubiera comido
recientemente y probablemente estaría hambriento a su regreso. Tarareé algo
entre dientes, sin hacer ruido, yendo de un lado para otro de la cocina.
Mientras
el estofado del jueves daba vueltas en el microondas, puse sábanas y una vieja
almohada en el sofá. Alice no las necesitaría, pero Charlie tenía que verlas.
Fui cuidadosa en lo de no mirar el reloj. No había motivos para sufrir un
ataque de pánico; Alice lo había prometido.
Me
apresuré a cenar, sin apreciar el sabor de la comida. Lo único que sentía era
el dolor de la garganta en carne viva cada vez que tragaba. Sobre todo tenía
sed; debí de beberme casi dos litros de agua hasta quedar saciada. La sal que
se había acumulado en mi cuerpo me había deshidratado.
Fui a
comprobar si era capaz de ver la tele mientras esperaba...
...
pero Alice ya me aguardaba sentada en su cama improvisada. Sus ojos tenían el
color del caramelo líquido. Sonrió y palmeó la almohada.
—Gracias.
—Has
llegado pronto —dije eufórica.
Me
senté a su lado y apoyé la cabeza sobre su hombro. Ella me envolvió con sus
brazos y suspiró.
—Bella,
¿qué vamos a hacer contigo?
—No lo
sé —reconocí—. De verdad que lo he intentado con todas mis fuerzas.
—Te
creo.
Nos
quedamos en silencio.
—¿Sabe...?
¿Sabe él...? —inspiré hondo. Era muy difícil decir su nombre en voz alta,
incluso ahora que sí era capaz de pensar en él—. ¿Sabe Edward que estás aquí?
—no pude evitar la pregunta. Era mi pena, después de todo. Ya me las apañaría
con ella cuando Alice se fuera, me prometí a mí misma, y me puse enferma sólo
de pensarlo.
—No.
Sólo
había una manera de que esto fuese verdad.
—¿No
está con Carlisle y Esme?
—Se
pone en contacto con ellos cada pocos meses.
—Oh
—debía de estar por ahí, disfrutando de sus diversiones. Concentré mi
curiosidad en un tema más seguro—. Me dijiste que volaste hasta aquí... ¿Desde
dónde venías?
—Me
hallaba en Denali. Hacía una visita a la familia de Tanya.
—¿Está
Jasper aquí? ¿Te ha acompañado?
Ella
sacudió la cabeza.
—No
está de acuerdo con que yo interfiera. Prometimos... —dejó que su voz se
apagara y después de eso cambió el tono—. ¿Y tú crees que a Charlie no le
importará que me quede aquí? —preguntó, preocupada.
—Charlie
cree que eres maravillosa, Alice.
—Bueno,
eso lo vamos a comprobar ahora mismo.
Como
era de esperar, a los pocos segundos oí cómo el coche patrulla aparcaba en la
entrada. Me levanté de un salto y me apresuré a abrir la puerta.
Charlie
caminaba arrastrando los pies por la vía de acceso, con los ojos fijos en el
suelo y los hombros caídos. Avancé para encontrarme con él; apenas me vio hasta
que le abracé por la cintura. Me devolvió el abrazo con fuerza.
—Cuánto
siento lo de Harry, papá.
—Lo
cierto es que le vamos a echar de menos —murmuró Charlie.
—¿Cómo
lo lleva Sue?
—Parece
aturdida, como si aún no fuera consciente de lo que ha pasado. Sam se ha
quedado con ella... —el volumen de su voz iba y venía—. Esos pobres chicos.
Leah es un año mayor que tú, y Seth sólo tiene catorce... —sacudió la cabeza.
Mantuvo
sus brazos apretados estrechamente a mi alrededor aunque habíamos comenzado a
andar hacia la puerta.
—Esto...
Papá... —me figuré que sería mejor avisarle—. ¿A que no adivinas quién ha
venido?
Me miró
sin comprender. Su cabeza giró alrededor y descubrió el Mercedes al otro lado
de la calle, ya que las luces del porche se reflejaban en la satinada pintura
negra. Antes de que pudiera reaccionar, Alice estaba en la entrada.
—Hola,
Charlie —dijo con voz apagada—. Siento haber llegado en un momento tan triste.
—¿Alice
Cullen? —fijó la mirada en la figura esbelta que estaba de pie frente a él,
como si dudara lo que sus ojos le decían—. ¿Alice, eres tú?
—Soy yo
—confirmó ella—. Pasaba por aquí.
—¿Está
Carlisle... ?
—No, he
venido sola.
Tanto
Alice como yo nos dimos cuenta de que él en realidad no preguntaba por
Carlisle. Su brazo se apretó con más fuerza contra mi hombro.
—Se
puede quedar, ¿no? —supliqué—. Ya se lo he pedido.
—Claro
—dijo Charlie mecánicamente—. Estamos encantados de que estés aquí, Alice.
—Muchas
gracias, Charlie. Sé que es un momento de lo más inapropiado.
—No, en
realidad, es lo mejor. Voy a estar muy ocupado haciendo lo que pueda por la
familia de Harry; será estupendo para Bella tener a alguien que le haga
compañía.
—Te he
puesto la cena en la mesa, papá —le dije.
—Gracias,
Bella.
Me dio
otro apretón antes de dirigirse hacia la cocina.
Alice
regresó al sofá y yo la seguí. Esta vez fue ella la que me atrajo hacia su
hombro.
—Pareces
cansada.
—Sí
—admití y me encogí de hombros—. Las experiencias cercanas a la muerte me ponen
en este estado. Oye, ¿y que pensará Carlisle de que estés aquí?
—No lo
sabe. Esme y él están de caza. Sabré algo de él dentro de unos días, cuando
regrese.
—Pero
¿no se lo dirás, no... cuando él vuelva? —le pregunté. Ella sabía que no me
estaba refiriendo a Carlisle de nuevo.
—No. Me
arrancaría la cabeza —dijo Alice con tristeza.
Solté
una carcajada y luego suspiré.
No
quería dormir, prefería quedarme levantada toda la noche hablando con Alice. No
tenía sentido que estuviera cansada después de haberme pasado buena parte del
día tirada en el sofá de Jacob, pero la experiencia del ahogo me había dejado
realmente exhausta y era incapaz de tener los ojos abiertos. Descansé mi cabeza
en su hombro pétreo y me dejé ir hacia una paz y un olvido que nunca hubiera
esperado conseguir.
Me
desperté temprano, después de un sueño profundo y sin pesadillas, sintiéndome
descansada pero con los músculos agarrotados. Estaba en el sofá, arropada bajo
las mantas que había preparado para Alice, desde donde podía escucharla
hablando con Charlie en la cocina. Parecía que él le había preparado el
desayuno.
—Dime,
Charlie, ¿ha sido muy malo? —preguntó Alice con voz queda; al principio pensé
que se estaban refiriendo a los Clearwater.
Charlie
suspiró.
—Ha
sido espantoso.
—Cuéntamelo.
Quiero saber exactamente qué ocurrió después de que nos marchásemos.
Hubo
una pausa mientras se cerraba la puerta de una alacena y se apagaba un botón de
la cocina. Esperé, muerta de vergüenza. Charlie comenzó a hablar muy despacio:
—Nunca
me había sentido tan impotente. No sabía qué hacer. Hubo un momento durante
aquella primera semana en que temí que sería necesario hospitalizarla.
»No
comía ni bebía ni se movía. El doctor Gerandy andaba por aquí mencionando
palabras como «catatonia», aunque no le dejé acercarse. Me daba miedo que la
asustara.
—Pero
¿terminó saliendo de esa situación?
—Hice
venir a Renée para que se la llevara a Florida. Era sólo porque yo no quería
ser el que... por si Bella tenía que ir a un hospital o algo así. Albergaba la
esperanza de que estar con su madre la ayudara, pero ¡cómo se revolvió cuando
empezamos a empaquetar sus ropas! Nunca la había visto con un ataque como ése.
Ni siquiera es una persona a la que le den berrinches, pero hija, ese día se
puso hecha una fiera. Arrojó sus vestidos por todas partes y gritó que no
podíamos obligarla a marcharse, y al final rompió a llorar. Pensé que sería un
punto de inflexión, así que no discutí cuando insistió en quedarse aquí y al
principio dio la impresión de que se recuperaba...
La voz
de Charlie se desvaneció. Era duro escucharle contar eso, saber la pena que le
había causado.
—Pero...—le
apuntó Alice.
—Volvió
a la escuela y al trabajo; comía, dormía, hacía las tareas y contestaba cuando
alguien le preguntaba algo, pero estaba... vacía. Tenía los ojos inexpresivos.
Había un montón de detalles pequeños, como, por ejemplo, que no volvió a
escuchar música. Encontré un montón de discos rotos en la basura. No leía y
nunca permanecía en la misma habitación donde hubiera una tele encendida,
aunque lo cierto es que hasta entonces tampoco le había gustado mucho.
Finalmente comprendí que ella evitaba todo aquello que le pudiera recordar a...
él.
»Hablábamos
poco, ya que temía decir algo que le molestara, se estremecía por las cosas más
pequeñas y nunca hacía nada por propia voluntad. Sólo se limitaba a contestar
si le hacía una pregunta directa.
»Estaba
sola todo el tiempo. No volvió a llamar a sus amigos, hasta que después de un
tiempo ellos también dejaron de telefonearla.
»Todo esto parecía como La noche de los muertos
vivientes. Todavía
la oigo gritar en sueños...
Casi
podía ver cómo se estremecía, y yo temblé también al recordarlo. Luego,
suspiré. No había conseguido engañarle nunca, en absoluto, ni durante un
segundo.
—Lo
siento mucho, Charlie —dijo Alice con voz apesadumbrada.
—No ha
sido culpa tuya —lo dijo de un modo que dejaba perfectamente claro a quién
responsabilizaba de todo—. Siempre has sido una buena amiga para ella.
—Sin
embargo, ahora parece estar mejor.
—Sí. He
notado una mejoría de verdad desde que empezó a salir con Jacob Black. Al
volver a casa, tiene un poco de color en las mejillas y cierta luz en los ojos.
Parece algo más feliz —hizo una pausa y su voz se había vuelto
diferente cuando volvió a hablar—. Jacob tiene alrededor de un año menos que
ella y sé que Bella siempre ha pensado en él como un amigo, pero creo
que ahora quizás haya algo más, o al menos su relación parece haber cambiado en
esa dirección —Charlie dijo esto de una forma casi beligerante. Era un aviso,
no para Alice, sino para que ella se lo hiciera llegar a otros—. Jake es maduro
para su edad —continuó, todavía a la defensiva—. Ha cuidado físicamente de su
padre del mismo modo que Bella cuidó emocionalmente de su madre. Eso le ha
hecho madurar. También es un chaval apuesto, le viene por parte de madre. Ha
sido bueno para Bella, ¿sabes? —insistió Charlie.
—Entonces
está bien que pueda contar con él.
Charlie
inspiró muy hondo y se rindió ante el hecho de que Alice no se opusiera.
—Vale,
tal vez esté exagerando un poco las cosas... No lo sé... Incluso cuando está
con Jacob, hay veces que veo algo en sus ojos y me pregunto si alguna vez he
llegado a darme cuenta de cuánto dolor siente en realidad. No es normal, Alice
y... y me asusta. No es normal en absoluto. No es como si alguien la hubiera...
dejado, sino como si alguien hubiera muerto —la voz se le quebró.
Era
como si alguien hubiera muerto, como si yo hubiera muerto. Porque había sido
algo más que perder el más verdadero de los amores verdaderos, aunque no fuera
uno de esos amores que matan, porque no había bastado para matar a nadie.
También era la pérdida de un futuro al completo, una familia entera... toda la
vida que yo había escogido...
Charlie
prosiguió con un tono desesperanzado.
—No sé
si va a poder superarlo alguna vez. No sé si está en su naturaleza el poder
curarse de una cosa así. Bella siempre ha sido una personita tenaz. No
pasa nada por alto ni cambia de opinión.
—Sí,
ése es su estilo —asintió Alice de nuevo con una voz seca.
—Y
Alice... —Charlie dudó—. Tú sabes cuánto te aprecio y estoy seguro de lo feliz
que está de verte, pero... estoy un poco preocupado por el efecto que pueda
tener tu visita.
—Yo
también, Charlie, yo también. No habría venido si hubiera tenido idea de lo que
había pasado. Lo siento.
—No te
disculpes, cielo, ¿quién sabe? Tal vez sea bueno para ella.
—Espero
que tengas razón.
Hubo
una larga pausa mientras los tenedores rascaban los platos y Charlie masticaba.
Me pregunté donde escondía Alice la comida.
—Alice,
tengo que preguntarte algo —dijo Charlie con torpeza.
Alice
estaba tranquila.
—Adelante.
—¿Va a
venir Edward a visitarla también? —inquirió. Noté la ira reprimida en la voz de
Charlie.
Alice
contestó con aplomo y un tono de voz suave.
—Ni
siquiera sabe que estoy aquí. La última vez que hablé con él estaba en
Sudamérica.
Me
envaré al escuchar esta nueva información y presté más atención.
—Eso es
algo, al menos —bufó Charlie—. Bueno, espero que lo esté pasando bien.
La voz
de Alice se aceró por vez primera.
—Si yo
estuviera en tu lugar, no haría suposiciones —sabía cómo podían llamear sus
ojos cuando empleaba ese tono.
Una silla
se separó rápidamente de la mesa, arañando de manera ruidosa el suelo. Me
imaginé que había sido Charlie al levantarse; no albergaba duda alguna de que
Alice no habría hecho semejante ruido. El grifo se abrió y un chorro de agua se estrelló
sobre un plato.
No
parecía que fueran a seguir hablando de Edward, por lo que decidí que ya era
hora de levantarme.
Me di
la vuelta y reboté contra los muelles a fin de que chirriaran. Luego bostecé de
forma audible.
Todo
estaba tranquilo en la cocina.
Me
estiré y gruñí.
—¿Alice? —pregunté
de forma inocente; la ronquera que todavía me raspaba la garganta añadió un
toque muy apropiado a la charada.
—Estoy
en la cocina, Bella —me llamó Alice, sin que hubiera rastro en su voz de que
sospechara que había escuchado a escondidas su conversación, pero a ella se le
daba bien ocultar estas cosas.
Charlie
tenía que marcharse ya, porque estaba ayudando a Sue Clearwater a hacer los
arreglos pertinentes para el funeral. Habría sido un día muy largo sin Alice.
No habló de irse en ningún momento y yo no le pregunté. Sabía que su
marcha era inevitable, pero me lo quité de la cabeza.
En vez
de eso, hablamos sobre su familia, de todos menos de uno.
Carlisle
trabajaba por las noches en Ithaca y enseñaba a tiempo parcial en la
universidad de Cornell. Esme estaba restaurando una casa del siglo XVII,
un monumento histórico
situado en un bosque al norte de la ciudad. Emmett y Rosalie se habían ido a
Europa unos cuantos meses en otra luna de miel, pero ya estaban de vuelta.
Jasper también estaba en Cornell, esta vez para estudiar Filosofía. Y Alice
había estado efectuando algunas investigaciones personales referentes a la
información que yo había descubierto de forma casual la pasada primavera. Había
conseguido identificar con éxito el manicomio donde había pasado los últimos
años de su existencia humana. Una vida de la que ella no tenía recuerdos.
—Mi
nombre era Mary Alice Brandon —me contó con voz serena—. Tenía una hermana
pequeña que se llamaba Cynthia. Su hija, mi sobrina, todavía vive en Biloxi.
—¿Has
conseguido averiguar por qué te llevaron... a ese lugar? ¿Qué llevaría a unos
padres a ese extremo? Incluso aunque su hija tuviera visiones del futuro...
Se
limitó a sacudir la cabeza con mirada pensativa.
—No he
conseguido averiguar demasiado sobre ellos. Repasé todos los periódicos viejos
microfilmados que hallé. Se mencionaba muy poco a mi familia, ya que ninguno
pertenecíamos al círculo social del que suele hablar la prensa. Estaba
anunciado el compromiso de mis padres y el de Cynthia —el nombre salía de su
boca algo vacilante—. Se notificaba mi nacimiento. .. y mi muerte. Encontré mi
tumba, y también hallé mi hoja de admisión en los viejos archivos del
manicomio. La fecha de la admisión y la de mi lápida coinciden.
No
sabía qué decir y, después de una corta pausa, Alice cambió el rumbo de la
conversación y habló de temas más superficiales.
Los
Cullen estaban todos juntos de nuevo, salvo esa única excepción, para pasar en
Denali —con Tanya y su familia— las vacaciones de Pascua que les concedían en
Cornell. Escuché con demasiada avidez incluso las noticias más triviales. Ella
nunca mencionó a aquel en quien yo tenía más interés y se lo agradecí
en el alma. Bastaba con escuchar las historias de la familia a la que una vez
soñé pertenecer.
Charlie
no regresó hasta después del crepúsculo y parecía más extenuado que la noche
anterior. Iba a volver a la reserva a primera hora de la mañana para el funeral
de Harry, por lo que se acostó pronto. Yo me quedé otra vez con Alice en el
sofá.
Charlie
casi parecía un extraño cuando bajó las escaleras antes de que se hiciera de
día, vistiendo un traje viejo que yo nunca le había visto con anterioridad. La
chaqueta le colgaba abierta; supuse que le estaba demasiado estrecha para poder
abrocharse los botones. La corbata era un poco más ancha de lo que se llevaba
ahora. Caminó de puntillas hasta la puerta en un intento de no despertarnos. Le
dejé marchar, fingiéndome dormida, y Alice, tendida en el sillón abatible, hizo
lo mismo...
...
pero se sentó en cuanto él salió por la puerta. Bajo el edredón, estaba
completamente vestida.
—Bueno,
¿y qué vamos a hacer hoy? —me preguntó.
—No lo
sé. ¿Ves que vaya a suceder algo interesante?
Ella
sonrió y sacudió la cabeza.
—Todavía
es temprano.
Todo el
tiempo que había pasado en La Push había hecho que abandonara un montón de
tareas en casa y decidí ponerme manos a la obra. Quería hacer algo que le
facilitara las cosas a Charlie; quizás lograra que se sintiera mejor si
regresaba a una casa que estaba limpia y en orden. Empecé con el baño, que era
lo que mostraba más señales de abandono.
Mientras
trabajaba, Alice se apoyó contra la jamba de la puerta y me hizo preguntas
desenfadadas sobre mis, bueno, «nuestros» compañeros del instituto y de las
cosas que habían pasado desde su ausencia. Su rostro mostraba una expresión
despreocupada y carente de emoción, pero sentí su desaprobación cuando se dio
cuenta de lo poco que podía contarle. O quizás la que hablaba era mi conciencia
culpable después de haber estado escuchando a hurtadillas su conversación con
Charlie en la mañana del día anterior.
Estaba
sumergida en detergente hasta los codos y restregaba el fondo de la bañera
cuando sonó el timbre de la puerta.
Miré
rápidamente a Alice. Su expresión era de perplejidad y cierta preocupación, lo
que era extraño; nada tomaba a Alice por sorpresa.
—¡Ya
voy! —grité en dirección a la puerta principal al tiempo que me levantaba y me
dirigía a toda prisa al lavabo para enjuagarme los brazos.
—Bella
—dijo Alice con cierto rastro de frustración en su voz—. Tengo una sospecha
bastante certera sobre quién puede ser y creo que es mejor que me marche.
—¿Sospecha?
—repetí. ¿Desde cuando Alice tenía que sospechar algo?
—Si es
una repetición del mayúsculo fallo de mi visión de ayer, entonces, lo más
probable es que sea Jacob o uno de sus... amigos.
La miré
fijamente mientras intentaba sacar conclusiones.
—¿No
puedes ver a los hombres lobo?
Ella
torció el gesto.
—Eso
parece.
Estaba
evidentemente irritada por este hecho, muy irritada. El timbre sonó otra
vez, dos veces, con rapidez e impaciencia.
—No
tienes que irte a ninguna parte, Alice. Tú estabas aquí primero.
Rió con
su risita plateada, aunque esta vez tenía un matiz oscuro.
—Confía
en mí. Dudo que sea buena idea reunimos a mí y a Jacob Black en la misma habitación.
Me besó
la mejilla velozmente antes de desvanecerse por la puerta del cuarto de Charlie
y a través de su ventana trasera, sin duda.
El
timbre sonó de nuevo.
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