Bajé
las escaleras a todo correr y abrí la puerta de un tirón.
Era
Jacob, por supuesto. Incluso aunque no le pudiera ver, Alice era muy intuitiva.
Se
había quedado a metro y medio de la puerta y arrugaba la nariz con gesto de
desagrado, pero aparte de eso su rostro estaba en calma, como el de una máscara.
No me engañó. Vi el débil temblor de sus manos.
Emanaba
oleadas de hostilidad, lo cual me retrotrajo a aquella espantosa tarde en la
que había preferido a Sam antes que a mí y respondí a la defensiva irguiendo el
mentón.
El Golf
de Jacob permanecía al ralentí con el freno echado. Jared estaba al volante y
Embry en el asiento del copiloto. Me di cuenta de lo que eso significaba:
temían dejarle venir solo, lo que me entristeció y sorprendió, ya que el
comportamiento de los Cullen no justificaba semejante actitud.
—Hola
—dije finalmente al ver que él seguía sin hablar.
Jake
frunció los labios y continuó a la misma distancia que había mantenido con
respecto a la puerta. Repasó la fachada de la casa con la mirada.
Apreté
los dientes y pregunté:
—No
está aquí. ¿Necesitas algo?
Él
vaciló.
—¿Estás
sola?
—Sí.
Suspiré.
—¿Podemos
hablar un minuto?
—Por
supuesto, Jacob. Vamos, entra.
Miró
por encima de su hombro a sus amigos, sentados en el coche. Vi a Embry mover la
cabeza de forma casi imperceptible. No supe la razón, pero eso me fastidió un
montón.
Me
rechinaron los dientes y murmuré en voz muy baja:
—Gallina.
Los
ojos de Jacob relampaguearon y se centraron en mí. Encima de sus ojos hundidos,
sus pobladas cejas negras adoptaron un ángulo que les confería un aspecto
airado. Apretó los dientes y desfiló —no existía otra palabra para describir la
forma en que se movía— por la vereda y se encogió de hombros al pasar junto a
mí para entrar en la casa.
Antes
de cerrar de un portazo, mi mirada se encontró primero con la de Jared y luego
con la de Embry. No me gustó la dureza con la que me observaban. ¿De veras
pensaban que iba a dejar que le sucediera algo malo a Jacob?
Él se
quedó detrás de mí en el vestíbulo sin dejar de mirar el lío de mantas del
salón.
—¿Qué?
¿Una fiesta de pijamas? —inquirió con sarcasmo.
—Sí
—repliqué con el mismo tono de acidez. No me gustaba nada Jacob cuando se
comportaba de esa manera—. ¿Qué se te ofrece?
Volvió
a arrugar la nariz como si oliera algo desagradable.
—¿Dónde
está tu «amiga»? —pude oír el entrecomillado de la palabra en la inflexión de
su voz.
—Tenía
que hacer algunos recados. Bueno, Jacob, ¿qué quieres?
Había
algo en la estancia que le ponía los nervios a flor de piel. Los brazos le
temblaban. No respondió a mi pregunta, sino que se desplazó a la cocina
lanzando con impaciencia miradas en todas las direcciones.
Le
seguí. Paseaba arriba y abajo junto a la pequeña encimera.
—Eh —le
dije al tiempo que me interponía en su camino. Detuvo sus pasos y fijó en mí su
mirada—. ¿Qué te ocurre?
—Me
disgusta tener que venir aquí.
Aquello
me hirió profundamente. Me estremecí y él entrecerró los ojos.
—En tal
caso, lamento que hayas tenido que hacerlo —musité—. ¿Por qué no me dices ya lo
que necesitas? De ese modo podrás marcharte.
—Sólo
quería hacerte un par de preguntas. No te llevará mucho tiempo. Debemos volver
al funeral.
—De
acuerdo, terminemos con esto.
Probablemente
me estaba comportando con demasiada agresividad, pero no quería que viera
cuánto daño me hacía. No me había portado bien, cierto, y después de todo,
hacía dos noches había preferido a la chupasangre en vez de a él. Yo le había
herido primero.
Respiró
hondo y de pronto los dedos temblorosos se quedaron quietos. Su rostro se
sosegó hasta convertirse en una máscara serena.
—Un
miembro de la familia Cullen ha estado aquí contigo —expuso.
—Sí,
Alice Cullen.
Asintió
con gesto pensativo.
—¿Cuánto
tiempo va a quedarse?
—Todo
el que quiera —repliqué, todavía con tono beligerante—. Puede venir cuando le
plazca.
—¿Crees...?
¿Podrías explicarle lo de la otra, lo de Victoria, por favor?
Palidecí.
—Ya la
he informado.
El
asintió.
—Has de
saber que mientras los Cullen estén en este lugar, sólo podemos vigilar
nuestras tierras. El único sitio donde tú estarías a salvo sería en La Push.
Aquí ya no puedo protegerte.
—De
acuerdo —contesté con un hilo de voz.
Entonces
apartó la vista y miró al exterior a través de las ventanas traseras sin decir
nada más.
—¿Eso
es todo?
Mantuvo
los ojos fijos en el cristal mientras contestaba:
—Sólo
una última cosa.
Esperé,
pero él no prosiguió, por lo que al final le urgí:
—¿Sí?
—¿Van a
regresar los demás? —inquirió con voz fría y calmada. Me recordó al
comportamiento sereno de Sam. Jacob se parecía cada vez más a él. Me pregunté
por qué me molestaba tanto.
Ahora
fui yo quien permaneció callada y él clavó sus ojos perspicaces en mi rostro.
—¿Y
bien? —preguntó mientras se esforzaba en ocultar la tensión detrás de su
expresión serena.
—No
—respondí al fin, a regañadientes—. No van a volver.
Jacob
no se inmutó.
—Vale.
Eso es todo.
Mi
enfado resurgió y le fulminé con la mirada.
—Bueno,
venga, ahora vete. Ve a decirle a Sam que los monstruos malos no te han
atrapado.
—Vale
—volvió a decir, aún calmado.
Era lo
que parecía. Jacob salió a toda prisa de la cocina. Esperé a oír la puerta de
la entrada, pero no fue así. Escuché el tictac del reloj de la cocina y
me maravillé una vez más de lo silencioso que se había vuelto.
¡Menudo
desastre! ¡¿Cómo podía haberme alejado tanto de él en tan breve lapso de
tiempo?!
¿Me
perdonaría cuando Alice se hubiera marchado? ¿Y qué ocurriría si no lo hiciera?
Me dejé
caer contra la encimera y enterré mi rostro entre las manos. ¿Cómo podía
haberlo complicado todo de este modo? En cualquier caso, ¿me podía haber
comportado de otra manera? No se me ocurrió ninguna alternativa, ningún otro
modo de proceder.
—¿Bella...?
—preguntó Jacob con voz atribulada.
Alcé el
rostro, que mantenía entre mis manos, para ver a Jacob, dubitativo, en la
entrada de la cocina. No se había marchado, tal y como yo había pensado. Sólo
entonces vi gotas cristalinas en las palmas de mis manos y comprendí que estaba
llorando.
La
expresión serena había desaparecido del rostro de Jacob, que ahora se mostraba
inseguro y ansioso. Caminó rápidamente para acercarse a mi lado y agachó la cabeza
hasta que sus ojos y los míos estuvieron a la misma altura.
—Lo he
vuelto a hacer, ¿verdad?
—¿Hacer?
¿El qué? —pregunté con voz rota.
—Romper
mi promesa. Perdona.
—No te
preocupes —repuse entre dientes—. Esta vez empecé yo.
Su
rostro se crispó.
—Sabía lo
que sentías por ellos. No debería haberme sorprendido de ese modo.
Vi la
repulsa en sus ojos y quise explicarle cómo era Alice en realidad, defenderla,
desmentir la opinión que se había formado de ella, pero algo me
previno de que no era el momento.
Por
tanto, me limité a decir:
—Lo
siento.
Una vez
más.
—No hay
de qué preocuparse, ¿vale? Sólo está de visita, ¿no? Se irá y las aguas
volverán a su cauce.
—¿No
puedo ser amiga de los dos al mismo tiempo? —pregunté. Mi voz no ocultó ni una
pizca del dolor que me embargaba.
Movió
la cabeza muy despacio negando esa posibilidad.
—No, no
creo que sea posible.
Sollocé
y clavé la vista en sus pies enormes.
—Pero
¿me esperarás, verdad? ¿Seguirás siendo mi amigo aunque también quiera a Alice?
No alcé
los ojos, temerosa de lo que iba a pensar de la última parte. Necesitó un
minuto para responder, por lo que probablemente fue un acierto no mirarle.
—Sí,
siempre seré tu amigo —dijo con brusquedad— sin tener en cuenta a quién ames.
—¿Prometido?
—Prometido.
Me
rodeó con los brazos y yo apoyé la cabeza sobre su pecho sin dejar de sollozar.
—¡Qué
asco de situación!
—Sí
—entonces, olisqueó mi pelo y dijo—: Puaj.
—¡¿Qué?!
—pregunté y levanté la vista para verle arrugar la nariz—. ¿Por qué os ha dado
a todos por hacerme eso? ¡No huelo!
Esbozó
una leve sonrisa.
—Sí, sí
hueles, hueles como ellos. Demasiado dulce y empalagoso... y helado...
Me arde la nariz.
—¿De
verdad? —aquello resultaba muy extraño. Alice olía increíblemente bien, al
menos para un humano—. Entonces, ¿por qué Alice cree también que yo huelo?
Aquello
le borró la sonrisa de la cara.
—¿Qué...?
Tal vez mi olor tampoco sea de su agrado, ¿no?
—Bueno,
a mí me gusta cómo oléis los dos.
Volví a
apoyar la cabeza sobre su pecho. Le iba a echar mucho de menos en cuanto
saliera por la puerta. Era una situación peliaguda y sin escapatoria. Por una
parte, deseaba que Alice se quedara para siempre, y me iba a morir
—metafóricamente hablando— cuando me dejara, pero ¿cómo se suponía que iba a
seguir sin ver a Jacob ni un segundo? ¡Menudo lío!, pensé una vez más.
—Te
echaré de menos cada minuto —susurró Jacob, haciéndose eco de mis
pensamientos—. Espero que se largue pronto.
—La
verdad, Jake, no tiene por qué ser así.
Suspiró.
—Sí,
Bella, sí ha de ser así. Tú... la quieres, y sería conveniente que yo no
estuviera cerca de ella. No estoy seguro de mantenerme siempre lo bastante
sereno como para poder manejar la situación. Sam se enfadaría si se enterase de
que he quebrantado el tratado y —su voz se tornó sarcástica— no creo que te
hiciera demasiado feliz que matara a tu amiga.
Le
rehuí cuando dijo eso, pero él se limitó a hacer más fuerte la presa de sus
brazos, negándose a soltarme.
—No hay
forma de evitar la verdad. Así están las cosas, Bella.
—Pues
no me gusta.
Jacob
liberó un brazo para sostener mi mentón con la mano ahuecada y lo levantó para
obligarme a que le mirase.
—Sí,
era más sencillo cuando los dos sólo éramos humanos, ¿verdad?
Suspiré.
Nos
miramos el uno al otro durante mucho tiempo. Su mano ardía sobre la piel de mi
rostro. Sabía que allí no había otra cosa que nostalgia y tristeza. No quería
despedirme, por breve que llegara a ser la separación. Al principio su rostro
fue un reflejo del mío, pero luego, sin que ninguno de los dos desviara la
mirada, su expresión cambió.
Me soltó
y alzó la otra mano para acariciarme la mejilla con las yemas de los dedos y
terminar descendiendo hasta la mandíbula. Noté el temblor de sus dedos, aunque
en esta ocasión no era a causa de la ira. Colocó la palma de su mano sobre mi
mejilla, de modo que mi rostro quedó atrapado entre sus manos abrasadoras.
—Bella
—susurró.
Me
quedé helada.
¡No!
Aún no había tomado una decisión al respecto. No sabía si era capaz de hacerlo,
y ahora no tenía tiempo para pensar, pero hubiera sido una necia si hubiera
pensado que un rechazo en ese momento no iba a tener consecuencias.
A su
vez, también yo clavé en él mi mirada. No era mi Jacob, pero podía serlo. Su
querido rostro era el de siempre. Yo le amaba de verdad en muchos sentidos. Era
mi consuelo, mi puerto seguro, y en ese preciso momento yo podía escoger que
me perteneciera.
Por el
momento, Alice había regresado, pero eso no cambiaba nada. La persona a quien
amaba de verdad se había marchado para siempre. El príncipe no iba a regresar
para despertarme de mi letargo mágico con un beso. Al fin y al cabo, tampoco yo
era una princesa, por lo que ¿cuál era el protocolo de los cuentos de hadas
para otros besos? ¿Acaso la gente corriente y moliente no necesitaba
romper ningún conjuro?
Tal vez
sería fácil, algo así como cuando
sostenía su mano o me rodeaba con sus brazos. Quizá sería agradable. Quizá no
me diera la impresión de estar traicionándole. Además, ¿a quién traicionaba en
realidad? Sólo a mí misma.
Sin
apartar sus ojos de los míos, Jacob comenzó a inclinar el rostro hacia mí. Yo
todavía no había tomado ninguna decisión.
El
repiqueteo estridente del teléfono nos hizo pegar un bote a los dos, pero él no
perdió su centro de atención. Apartó la mano de mi barbilla y la alargó para
tomar el auricular, pero aún sostenía férreamente mi mejilla con la otra mano.
Sus ojos negros no se apartaron de los míos. Estaba hecha un lío, demasiado confusa para ser capaz de
reaccionar ni aprovechar la ventaja de la distracción.
—Casa
de los Swan —contestó Jacob en voz baja, ronca y grave.
Alguien
le contestó y Jacob se alteró al momento. Se envaró y me soltó el rostro. Se
apagó el brillo de sus ojos, se quedó lívido, y hubiera apostado lo poco que
quedaba de mis ahorros para ir a la universidad a que se trataba de Alice.
Me
recuperé y extendí la mano para tomar el auricular, pero él me ignoró.
—No
está en casa —Jacob pronunció esas palabras con un tono amenazador. Hubo una
réplica breve, parecía una petición de información, ya que Jacob añadió de mala
gana—: Se encuentra en el funeral.
A continuación,
colgó el teléfono.
—Asqueroso
chupasangre —murmuró por lo bajini. Volvió el rostro hacia mí, pero ahora
volvía a ser una máscara llena de amargura.
—¿A
quién le acabas de colgar mi teléfono en mi casa? —pregunté
de forma entrecortada, enojadísima.
—¡Cálmate!
¡Él me colgó a mí!
—¿Quién
era?
—El doctor
Carlisle Cullen —pronunció el título con sorna.
—¡¿Por
qué no me has dejado hablar con él?!
—No ha
preguntado por ti —repuso Jacob con frialdad. Su rostro era inexpresivo y
estaba en calma, pero las manos le temblaban—. Preguntó dónde estaba Charlie y
le respondí. No me parece que haya quebrantado las reglas de la cortesía.
—Escúchame,
Jacob Black...
Pero
era obvio que no lo hacía. Volvió la vista atrás, como si hubiera oído su
nombre en otra habitación. Abrió los ojos y se quedó rígido; luego comenzó a
estremecerse. Yo también agucé el oído, pero sin oír nada.
—Adiós,
Bella —espetó, y dio media vuelta para dirigirse a la puerta de la entrada.
Corrí
tras él.
—¿Qué
pasa?
Choque
contra él, que se balanceó hacia atrás, despotricando en voz baja. Me golpeó en
un costado al girar otra vez. Perdí pie y me caí al suelo, con la mala suerte
de que mis piernas se engancharon con las suyas.
—¡Maldita
sea, ay! —me quejé mientras él se apresuraba a sacudir las piernas para
liberarse cuanto antes.
Forcejeé
para incorporarme y Jacob se lanzó como una flecha hacia la puerta trasera. De
pronto, se quedó petrificado.
Alice
permanecía inmóvil al pie de las escaleras.
—Bella
—dijo con voz entrecortada.
Me
levanté como pude y acudí a su lado dando tumbos. Alice tenía la mirada
ausente, lejana; el rostro, demacrado y blanco como la cal. Su cuerpo esbelto
temblaba a resultas de una enorme conmoción interna.
—¿Qué
pasa, Alice? —chillé.
Tomé su
rostro entre mis manos en un intento de calmarla. De pronto, centró en mí sus
ojos abiertos y colmados de dolor.
—Edward
—logró articular.
Mi
cuerpo reaccionó antes de que mi mente fuera capaz de comprender las
implicaciones de su respuesta. Al principio, no entendí por qué la que la habitación
daba vueltas ni de dónde venía el eco del rugido que me pitaba en los oídos. Me
devané los sesos, pero no fui capaz de encontrarle sentido al rostro funesto de
Alice ni de averiguar qué relación podía guardar con Edward; entretanto, empecé
a tambalearme en busca del alivio de la inconsciencia antes de que la realidad
me hiciera daño.
La
escalera se inclinó en un ángulo extraño.
De
pronto, llegó a mi oído la voz furiosa de Jacob profiriendo un torrente de
blasfemias. Me invadió una suave ola de desaprobación. Resultaba evidente que
sus nuevos amigos eran una mala influencia.
Me
encontré encima del sofá antes de comprender cómo había llegado hasta allí.
Jacob seguía soltando tacos. Me daba la impresión de que se había desatado un
terremoto a juzgar por el modo en que el sofá se agitaba debajo de mi cuerpo.
—¿Qué
le has hecho? —preguntó él.
Alice
le ignoró.
—¿Bella?
Reacciona, Bella, tenemos prisa.
—Mantente
lejos —le previno Jacob.
—Cálmate,
Jacob Black —le ordenó Alice—. No querrás transformarte tan cerca de ella.
—No
creo que tenga problemas en recordar cuál es mi verdadero objetivo —replicó,
pero su voz sonó un poco más apaciguada.
—¿Alice?
—intervine con voz débil—. ¿Qué ha pasado? —pregunté incluso a pesar de no
querer oírlo.
—No lo
sé —se lamentó inopinadamente—. ¡¿Qué se le habrá ocurrido?!
Hice un
esfuerzo por incorporarme a pesar de los vahídos. No tardé en darme cuenta de
que lo que aferraba en realidad para recuperar el equilibrio era el brazo de
Jacob. Era él quien temblaba, y no el sofá.
Alice
había sacado un móvil plateado del bolso cuando la reubiqué en la estancia.
Tecleaba los números a tal velocidad que se le desdibujaban los dedos.
—Rose,
necesito hablar con Carlisle ahora mismo —soltó de sopetón—. Bien, pero
que me llame en cuanto llegue. No, habré tomado un vuelo. Oye, ¿sabes algo de
Edward?
Alice
hizo una pausa en ese momento para escuchar cada vez con expresión más
horrorizada a medida que transcurrían los segundos. Entreabrió la boca en forma
de «o» a causa del espanto y el móvil le tembló en la mano.
—¿Por
qué? —preguntó con voz entrecortada—. ¿Por qué lo has hecho, Rosalie?
Fuera
cual fuera la respuesta, el mentón de Alice se tensó a causa de la ira. Le
centellearon los ojos y luego los entrecerró.
—En
fin, te has equivocado en ambos casos, aunque, Rosalie, era fácil suponer que
iba a ser un problema, ¿a que sí? —preguntó con sarcasmo—. Sí, exacto, ella se
encuentra perfectamente... Me equivoqué... Es una larga historia, pero en eso
también te equivocas. Ésa es la razón por la que llamo... Sí, eso es
exactamente lo que vi —Alice habló con dureza. Fruncía los labios hasta el
punto de dejar los dientes al descubierto—. Es un poco tarde para eso, Rose.
Guárdate tu remordimiento para quien te crea.
Cerró
el móvil con un movimiento vertiginoso de dedos. Se volvió hacia mí y me miró
con ojos atormentados.
—Alice,
Carlisle ya ha regresado —mascullé rápidamente sin dejar que me contara nada.
Necesitaba unos segundos más de tregua antes de que hablara y sus palabras
destruyeran lo poco que me quedaba de vida—. Acaba de llamar...
Se me
quedó mirando sin comprender y luego preguntó con voz apagada:
—¿Cuánto
hace de eso?
—Medio
minuto antes de tu aparición.
—¿Qué
dijo? —ahora me estaba prestando atención, quedó a la espera de mi respuesta.
—Yo no
hablé con él.
Mis
ojos volaron en pos de Jacob, y Alice clavó su penetrante mirada en él, que
reaccionó con un estremecimiento, pero no se apartó de mi lado. Se sentó con
torpeza, casi como si pretendiera escudarme con su cuerpo.
—Preguntó
por Charlie y le respondí que no se encontraba aquí —musitó Jacob con
resentimiento.
—¿Nada
más? —inquirió Alice con voz glacial.
—Después
me colgó el teléfono —le espetó Jacob. Un temblor le recorrió la columna
vertebral y me hizo estremecer.
—Le
dijiste que Charlie estaba en el funeral —le recordé.
Alice
sacudió la cabeza hacia mí.
—¿Cuáles
fueron las palabras exactas?
—Jacob
dijo: «No está en casa», y cuando Carlisle preguntó por el paradero de Charlie,
respondió: «Se encuentra en el funeral».
Alice
gimió y cayó de rodillas.
—Cuéntamelo,
Alice —susurré.
—No fue
Carlisle quien telefoneó —explicó con desesperanza.
—¿Me
estás llamando mentiroso? —gruñó Jacob, que seguía junto a mí.
Alice
le ignoró y se concentró en mi rostro perplejo.
—Era
Edward —las palabras borbotearon en un susurro entrecortado—. Cree que has
muerto.
La
mente empezó a funcionarme otra vez. No era eso lo que tanto temía oír, por lo
que el alivio me aclaró las ideas. Después de suspirar, me relajé y aventuré:
—Rosalie
le dijo que me había suicidado, ¿verdad?
—Sí
—admitió Alice. Los ojos le relampaguearon de ira una vez más—. He de decir en
su defensa que ella pensaba que era verdad. Confían más de lo debido en mi
visión, que funciona con muchas imperfecciones, pero eso fue lo que la impulsó
a decírselo a Edward. ¿No comprendía... ni le preocupaba...?
Su voz
se fue apagando horrorizada.
—Y
Jacob le habló de un funeral cuando llamó aquí, y él creyó que era el mío
—comprendí.
Me
dolió mucho saber lo cerca que habíamos estado el uno del otro. Había tenido su
voz a pocos centímetros. Hundí las uñas en el brazo de Jacob, pero éste se
mantuvo imperturbable.
Alice
me miró de un modo extraño y susurró:
—No te
has alterado.
—Bueno,
se ha malogrado una ocasión, pero todo se arreglará. Alguien le dirá la próxima
vez que llame... que... en... realidad... —no pude seguir. Su mirada agolpó las
palabras en mi garganta.
¿Por
qué tenía Alice tanto pavor? ¿Por qué su rostro se había crispado de pena y
horror? ¿Qué le había dicho a Rosalie por teléfono hacía unos
momentos? Algo sobre lo que había visto, y luego había mencionado el
remordimiento de Rosalie. Ella jamás hubiera sentido remordimiento alguno por
nada de lo que me hubiera pasado a mí, pero si eso causaba algún mal a su
familia, a su hermano...
—Bella
—susurró Alice—, Edward no va a volver a llamar. Ha creído a Rosalie.
—No...
lo... comprendo...
Mi boca
formó cada una de esas tres palabras, pero me faltó aliento para pronunciarlas
y pedirle que me explicara las implicaciones.
—Se va
a Italia.
Tardé
un latido de corazón en comprenderla.
Cuando
la voz de Edward volvió a sonar en mi interior, no era la perfecta imitación de
mis delirios, sino el tono apagado de mis recuerdos, pero las palabras bastaron
para desgarrarme el pecho y dejar abierto un enorme hueco. Eran palabras de un
tiempo en que yo hubiera apostado todo lo que poseía o podría poseer a que él
me amaba.
Bueno, no estaba dispuesto a vivir sin
ti, me había asegurado en aquella misma habitación mientras
contemplábamos la muerte de Romeo y Julieta. Aunque no
estaba seguro sobre cómo hacerlo. Tenía claro que ni Emmett ni Jasper me
ayudarían..., así que pensé que lo mejor sería marcharme a Italia y hacer algo
que molestara a los Vulturis. (...) Lo mejor es no irritar a los Vulturis. No a
menos que desees morir.
No a menos que desees morir.
—¡No!
—el rechazo expresado en un grito restalló con tanta fuerza después de los
susurros que nos hizo dar un salto a todos. Sentí que la sangre me huía del
rostro cuando intuí lo que había visto Alice—. ¡No, no, no! ¡No puede hacer
eso!
—Adoptó
esa decisión en cuanto tu amigo le confirmó que era demasiado tarde para
salvarte.
—Pero...
pero él se fue. ¡Ya no me quería! ¿Qué diferencia puede haber ahora? ¡Sabía que
algún día tendría que morir!
—Creo
que él siempre tuvo claro que no te sobreviviría por mucho tiempo —repuso Alice
con discreción.
—¡Cómo
tiene esa desfachatez! —chillé. Entonces, ya me había puesto en pie, y Jacob se
alzó con aire vacilante para interponerse de nuevo entre Alice y yo—. Ay,
Jacob, quita de en medio —con desesperación e impaciencia, aparté a codazos su
cuerpo tembloroso—. ¿Qué podemos hacer? —le imploré a Alice. Algo teníamos que
poder hacer—. ¿No es posible que le llamemos nosotras? ¿Y Carlisle?
Ella
negó con la cabeza.
—Eso
fue lo primero que intenté, pero ha tirado su móvil a un cubo de la basura en
Río de Janeiro... Alguien lo recogió y contestó —susurró.
—Antes
dijiste que debíamos darnos prisa. ¿Prisa? ¿Cómo? ¡Hagámoslo, sea lo que sea!
—Bella,
creo que no puedo pedírtelo... —indecisa, Alice se calló.
—¡Pídemelo!
—le ordené.
Puso
las manos sobre mis hombros y me sujetó. Movía los dedos de vez en cuando
para enfatizar sus palabras.
—Quizá
ya sea demasiado tarde. Le vi acudir a los Vulturis y pedirles que le mataran
—la perspectiva nos desalentó y de pronto no vi nada. Las lágrimas me hicieron
pestañear convulsivamente—. Todo depende de su decisión. Aún no he visto que
adopten ninguna.
»Pero
si optaran por negarse, y eso resulta bastante posible si tenemos en cuenta que
Aro profesa un gran afecto a Carlisle, y no querría ofenderle, Edward
tiene un plan B. Ellos mantienen una actitud muy protectora con su ciudad, y
Edward piensa que los Vulturis actuarían para detenerle si él perturbara de
algún modo la paz... Tiene razón, lo harían.
Apreté
los dientes de pura frustración sin dejar de mirarla fijamente. Aún no me había
dicho nada que explicara por qué seguíamos allí.
—Llegaremos
tarde si están de acuerdo en concederle su petición, y en caso de una negativa
por parte de los Vulturis, también llegaremos tarde si él lleva a cabo un plan
rápido para ofenderlos. Sólo podríamos aparecer a tiempo si se entregara a sus
inclinaciones más histriónicas.
—¡Vamos!
—Atiende,
Bella. Lleguemos o no a tiempo, vamos a estar en el corazón de la ciudad de los
Vulturis. Me considerarán cómplice de Edward si tiene éxito y tú serás una
humana que no sólo sabe demasiado, sino que huele demasiado bien. Las
posibilidades de que acaben con todos nosotros son muy elevadas, sólo que en tu
caso no será un castigo, sino un bocado a la hora del almuerzo.
—¿Es
eso lo que nos retiene aquí? —pregunté con incredulidad—. Iré sola si tienes
miedo.
Efectué
un cálculo mental del dinero que me quedaba en la cuenta y me pregunté si Alice
me prestaría el resto.
—Mi
único temor es que acabes muerta.
Bufé
disgustada.
—¡Como
si estar a punto de matarme no fuera moneda corriente en mi vida! ¡Dime qué he
de hacer!
—Escríbele
una nota a Charlie. Yo telefonearé a las líneas aéreas.
—Charlie
—repetí con voz entrecortada.
No es
que mi presencia le protegiera, pero ¿podía dejarle solo para que afrontara...?
—No voy
a dejar que le suceda nada malo a Charlie —intervino Jacob con voz bronca y
enojada—. ¡Al carajo con el tratado!
Alcé
los ojos para mirarle con disimulo. Puso cara de pocos amigos
al ver el miedo escrito en mi rostro.
—Date
prisa, Bella —me interrumpió Alice de forma apremiante.
Corrí a la cocina, abrí de golpe los cajones y volqué
el contenido en el suelo en busca de un bolígrafo. Una mano lisa y morena me
tendió uno.
—Gracias
—farfullé mientras quitaba el capuchón del boli con los dientes. En silencio,
Jacob me entregó el bloc de notas donde escribíamos los recados telefónicos.
Arranque la primera hoja y lo tiré a mis espaldas. Luego, escribí:
Papá:
Me
voy con Alice. Edward está metido en un lío. Ya podrás castigarme a mi regreso. Sé que es un mal
momento. Lo siento
un montón. Te quiero mucho.
Bella
—No
vayas —susurró Jacob. La ira se había esfumado ahora que había perdido de vista
a Alice.
No
estaba dispuesta a perder el tiempo discutiendo con el.
—Por
favor, por favor, por favor, cuida de Charlie —le dije antes de salir
disparada hacia el cuarto de estar. Alice me aguardaba en la entrada con una
bolsa colgada al hombro.
—Llévate
la cartera. Necesitarás el carné... Por favor, dime que tienes pasaporte, no
tenemos tiempo para falsificar uno.
Asentí
con la cabeza y corrí escaleras arriba. Las piernas me temblaban de puro
agradecimiento. Por fortuna, mi madre había querido casarse con Phil en una
playa de México. El viaje se había quedado en nada, por supuesto, como la
mayoría de sus planes, pero no antes de que yo hubiera tramitado todo el
papeleo necesario para estar con ella.
Pasé como
un obús por mi cuarto. Metí en la mochila mi viejo billetero, una camisa
limpia, un pantalón de chándal; luego puse encima el cepillo de dientes y me
lancé escaleras abajo, pero me invadió una agobiante sensación de déjà vu cuando llegué a ese momento. Al
menos, a diferencia de la última vez, cuando tuve que huir precipitadamente de
Forks para escapar de vampiros sedientos en vez de ir a su encuentro, no iba a
tener que despedirme de Charlie.
Jacob y
Alice se hallaban enzarzados en una especie de careo delante de la puerta
abierta. Estaban lo bastante separados para que en un primer momento se pudiera
pensar que mantenían una conversación. Ninguno de los dos pareció percatarse de
mi bulliciosa llegada.
—Podrías
controlarte de vez en cuando. Esas sanguijuelas de las que le has hablado a
Bella... —le acusaba Jacob con encono.
—Sí,
tienes razón, perrito —Alice gruñía también—. Los Vulturis son la
personificación de nuestra especie, la razón por la que se te pone el vello de
punta cuando me olfateas, la esencia de tus pesadillas, el pavor que hay detrás
de tus instintos. No soy ajena a esa realidad...
—¡Y tú
la vas a llevar ante ellos como una botellita de vino a una fiesta! —bramó él.
—¿Acaso
crees que va estar mejor si la dejo aquí sola, con Victoria al acecho?
—Podemos
encargarnos de la pelirroja.
—En ese
caso, ¿por qué sigue de caza?
Jacob
refunfuñó y un estremecimiento recorrió su torso.
—¡Dejad
eso! —les grité a ambos, loca de impaciencia—. Discutid a nuestro regreso.
¡Vamos!
Alice
se giró hacia el coche y desapareció en su interior a toda prisa. Me apresuré a
seguir sus pasos, aunque de inmediato me detuve para cerrar la puerta. Jacob me
tomó del brazo con mano temblorosa.
—Bella,
por favor, te lo suplico.
Sus
ojos negros refulgían llenos de lágrimas. Se me hizo un nudo en la garganta.
—Jake, debo...
—No, no
debes, la verdad es que no, lo cierto es que te puedes quedar aquí conmigo.
Quédate y vive. Hazlo por Charlie. Hazlo por mí.
El
motor del Mercedes de Carlisle ronroneó. El ritmo del zumbido aumentó cuando
Alice aceleró.
Negué
con la cabeza y las lágrimas de mis ojos salieron despedidas a causa del brusco
movimiento. Solté el brazo y él no se opuso.
—No
mueras, Bella —dijo con voz estrangulada—. No vayas. No.
¿Y si
nunca le volvía a ver? La idea se abrió camino entre las mudas lágrimas y un
sollozo escapó de mi pecho. Le rodeé la cintura con los brazos y le abracé
durante unos instantes demasiado breves al tiempo que hundía en su pecho mi
rostro bañado de lágrimas. Puso su manaza en la parte posterior de mi cabeza,
como si eso fuera a retenerme allí.
—Adiós,
Jake —le aparté la mano de mi pelo y le besé el dorso. No fui capaz de soportar
mirarle a la cara—. Perdona.
Después,
me di la vuelta y eché a correr hacia el coche. La puerta del asiento de
pasajeros me esperaba abierta. Arrojé la mochila por encima del reposacabezas y
me deslicé dentro; al hacerlo, cerré de un portazo.
Me di
la vuelta y grité:
—¡Cuida
de Charlie!
Pero ya
no se veía a Jacob por ninguna parte. Mientras Alice pisaba fuerte el acelerador
y girábamos para ponernos de frente a la carretera —el aullido de las llantas
se asemejaba mucho al de los gritos humanos—, atisbé un jirón blanco cerca de
la primera línea de árboles del bosque. Era una zapatilla.
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