jueves, 3 de febrero de 2005

La secta



Me sorprendía cada vez que abría los ojos a la luz de la mañana y comprendía que había sobrevivido a la noche. Una vez que pasaba esa sorpresa, se me aceleraba el corazón y las palmas de las manos me empezaban a sudar. No lograba respirar de nuevo hasta que me levantaba y me aseguraba de que Charlie también seguía con vida.
Podía dar fe de que él estaba preocupado al verme saltar ante el menor ruido o palidecer de pronto sin ninguna razón aparente. Parecía achacar el cambio a la prolongada ausencia de Jacob a juzgar por las preguntas que me hacía de vez en cuando.
Por lo general, el terror que dominaba mis pensamientos me distrajo del hecho de que había transcurrido otra semana sin que Jacob me hubiera llamado aún. No obstante, cuando era capaz de concentrarme en mi vida normal, si es que podía llamarse normal, el hecho me preocupaba.
Le echaba muchísimo de menos.
Ya había sido bastante malo estar sola antes de verme atontada por el miedo. Pero ahora, más que nunca, anhelaba sus carcajadas despreocupadas y su risa contagiosa. Necesitaba la segura cordura de su garaje convertido en casa y su cálida mano alrededor de mis fríos dedos.
Casi había esperado que me telefoneara el lunes. ¿Acaso no querría informarme si había realizado algún progreso con Embry? Deseaba creer que era la preocupación por su amigo lo que le ocupaba todo el tiempo hasta no dejarle ni un minuto para mí.
Le llamé el martes sin que respondiera nadie. ¿Persistían los problemas de las líneas telefónicas o había adquirido Billy un identificador de llamadas?
El miércoles le llamé cada media hora hasta pasadas las once de la noche, desesperada por oír la calidez de su voz.
El jueves permanecí sentada en el coche delante de casa con los contactos quitados y las llaves en la mano durante una hora seguida. Me debatía en mi interior, intentaba hallar un pretexto para efectuar un rápido viaje a La Push, pero no lo encontraba.
Por lo que sabía, Laurent tendría que haber vuelto ya con Victoria. Si iba a La Push corría el riesgo de guiar a alguno de los dos hasta la reserva. ¿Qué ocurriría si me atrapaban cuando Jake estuviera cerca? Por mucho que me doliese, sabía que lo que más le convenía a Jacob era evitarme. Y lo más seguro para él.
Resultaba muy duro ser incapaz de hallar la forma de mantener a salvo a Charlie. Lo más probable es que vinieran a buscarme durante la noche, y ¿qué podía hacer para que Charlie no estuviera en casa? Me encerraría en una habitación acolchada de algún psiquiátrico si le contaba la verdad. Lo soportaría —de buena gana incluso— si le mantenía a él a salvo, pero Victoria seguiría yendo detrás de mí, y el primer lugar en el que me buscaría sería aquella casa. Tal vez se conformaría si me encontraba en ella. Tal vez se limitaría a marcharse cuando hubiera terminado conmigo.
Por eso, no podía huir. Y aunque pudiera, ¿adónde iba a ir? ¿Con Renée? La idea de conducir a mis letales sombras al mundo tranquilo y soleado de mi madre me hizo estremecerme. Nunca la pondría en peligro de ese modo.
La preocupación fue horadando un agujero en mi estómago. No iba a tardar en sentir las correspondientes punzadas.
Charlie me hizo otro favor esa noche y volvió a telefonear a Harry para enterarse de si los Black se habían marchado de la ciudad. Harry le informó de que Billy había asistido a la reunión del consejo del miércoles por la noche sin hacer mención alguna de que fuera ausentarse. Charlie me avisó de que no me pusiera pesada. Jacob llamaría cuando se pudiera desplazar.
De pronto, el viernes por la tarde, cuando menos lo esperaba, lo comprendí todo mientras volvía a casa en coche.
Conducía sin prestar atención a la conocida carretera y dejaba que el sonido del motor dificultara la reflexión y amortiguara las preocupaciones cuando mi subconsciente emitió un veredicto en el que debía de haber trabajado sin darme entera cuenta.
En cuanto lo pensé, me sentí realmente tonta por no haberme dado cuenta antes. Claro, había tenido muchas cosas en la cabeza —vampiros obsesionados con la venganza, gigantescos lobos mutantes y un irregular agujero en el centro del pecho—, pero resultaba vergonzosamente obvio una vez que expuse las evidencias.
Jacob me evitaba. Charlie decía que parecía extraño, disgustado. Las respuestas de Billy eran vagas y servían de poca ayuda.
Se trataba de Sam Uley. Habían intentado decírmelo hasta mis pesadillas. Sam se había hecho con el control de Jacob. Fuera lo que fuera lo que les hubiera sucedido a los demás chicos de la reserva, le había alcanzado también a él, arrebatándome a mi amigo. La secta de Sam le había abducido.
Comprendí en medio de un torbellino de sentimientos que él no había renunciado a mí en absoluto.
Conduje al ralentí hasta llegar frente a mi casa. ¿Qué debía hacer? Analicé cada uno de los peligros.
Si iba en busca de Jacob, me arriesgaba a que Victoria o Laurent le encontraran en mi compañía.
Si no lo hacía, Sam lo liaría más y más en su espantosa banda de obligada adscripción. Tal vez fuera demasiado tarde si no actuaba pronto.
Había transcurrido una semana sin que los vampiros hubieran venido todavía en mi busca. Una semana era tiempo más que de sobra para que hubieran vuelto, por lo que yo no debía de ser una de sus prioridades. Lo más probable, tal y como había decidido antes, es que vinieran a cazarme de noche. Los riesgos de que me siguieran a La Push eran mucho más pequeños que la posibilidad de perder a Jacob por culpa de Sam.
Los peligros del solitario camino forestal merecían la pena. No era una visita caprichosa para ver si pasaba algo. Sabía que pasaba algo. Era una misión de rescate. Iba a hablar con Jacob, raptarle si era preciso. Había visto un reportaje de la PBS sobre la desprogramación de aquellos a quienes han lavado el cerebro. Tenía que haber algún tipo de cura.
Decidí que sería mejor telefonear antes a Charlie. Tal vez la policía se estaba ocupando de lo que sucedía en La Push. Lo hice a toda mecha, deseosa de entrar en acción.
Charlie contestó el teléfono de la comisaría en persona.
—Jefe Swan.
—Papá, soy Bella.
—¿Qué ha pasado?
Esta vez no podía despejar sus peores temores. Me temblaba la voz.
—Estoy preocupada por Jacob.
—¿Por qué? —preguntó sorprendido por lo inesperado del tema.
—Creo... Sospecho que se está cociendo algo raro en la reserva. Jacob me habló de una cosa extraña que les había sucedido a otros chicos de su edad. Ahora se comporta exactamente del modo que temía.
—¿Qué clase de comportamiento extraño? —empleó su tono profesional de policía. Eso era bueno. Me estaba tomando en serio.
—Primero estaba asustado, y luego empezó a evitarme... Ahora temo que forme parte de esa estrambótica banda de ahí abajo, la banda de Sam, la de Sam Uley.
—¿Sam Uley? —repitió Charlie, sorprendido de nuevo.
—Sí.
—Me parece que te equivocas, Bella —contestó con voz más relajada—. Sam Uley es un chico estupendo, bueno, ahora ya es un hombre. Y un buen hijo. Deberías oír hablar de él a Billy. En realidad, ya ha obrado maravillas con los jóvenes de la reserva. Fue él quien...
Charlie se calló a mitad de la frase. Supuse que estaba a punto de referirse a la noche en que me perdí en los bosques. Continué rápidamente.
—No es así, papá. Jacob le tenía miedo.
—¿Has hablado de esto con Billy? —ahora intentaba apaciguarme. Le había perdido para mi causa en cuanto mencioné a Sam Uley.
—Billy no está preocupado.
—Bueno, Bella, entonces estoy seguro de que todo está en orden. Jacob es un crío y probablemente sólo está haciendo travesuras. Estoy convencido de que se encuentra bien. Después de todo, no se puede pasar todo el tiempo pegado a tus faldas.
—El problema no soy yo —le insistí, pero había perdido la batalla.
—No creo que debas preocuparte por esto. Deja que Billy cuide de Jacob.
—Charlie... —mi voz empezó a sonar quejumbrosa.
—Bella, ahora tengo un montón de trabajo entre manos. Se han perdido dos turistas que han dejado un rastro por los alrededores del lago —había una nota de ansiedad en su voz—. El problema del lobo se me está yendo de las manos...
Aquellas noticias me dejaron momentáneamente distraída —asombrada en realidad—. No había forma de que los lobos hubieran sobrevivido a un enfrentamiento con un rival de la talla de Laurent...
—¿Estás segura de que les ha sucedido algo? —pregunté.
—Eso me temo, cielo. Había... —vaciló—. Volvía a haber huellas... Esta vez con un poco de sangre.
—¡Vaya!
En ese caso no se había producido un enfrentamiento. Laurent debía de haberse limitado a dejar atrás a los lobos, pero ¿por qué? Lo que había visto en aquel prado era extraño dentro de lo extraño, e imposible de entender.
—Mira, tengo de dejarte, de verdad. No te preocupes por Jake. Estoy seguro de que no es nada, Bella.
—Muy bien —contesté secamente, frustrada cuando sus palabras me recordaron la urgencia de la crisis que tenía más cerca—. Adiós —colgué.
Contemplé fijamente el teléfono durante más de un minuto. ¡Qué demonios!, decidí. Billy contestó a los dos toques.
—¿Diga?
—Hola, Billy —casi le gruñí. Procuré sonar más amistosa mientras continuaba hablando—. ¿Se puede poner Jacob, por favor?
—No está en casa.
¡Qué horror!
—¿Sabes dónde está?
—Ha salido con sus amigos —me contestó con precaución.
—¿Ah, sí? ¿Con alguien que conozco? ¿Con Quil? —hubiera jurado que él no interpretaba mis palabras con el mismo tono indiferente con el que yo pretendía pronunciarlas.
—No —respondió Billy lentamente—. No creo que hoy esté con Quil.
Sabía que era preferible no mencionar el nombre de Sam, por lo que pregunté:
—¿Embry?
Billy pareció más feliz al contestar esta vez.
—Sí, está con Embry.
Eso me bastaba. Embry era uno de ellos.
—Bueno, ¿le puedes decir que me llame cuando vuelva?
—Claro, claro, por supuesto.
Clic.
—Hasta pronto, Billy —murmuré en la línea cortada.
Fui en coche a La Push, decidida a esperar. Iba a aguantar sentada frente a la casa toda la noche si era necesario —incluso me perdería las clases del instituto—. Jacob volvería a casa en algún momento y, cuando lo hiciera, tendría que hablar conmigo.
Estaba tan preocupada que el viaje que tanto me había aterrado hacer pareció llevarme unos segundos. El bosque empezó a ralear antes de lo esperado y supe que pronto podría ver las primeras casitas de la reserva.
Un chico con una gorra de baloncesto calada se alejaba a pie por el lado izquierdo del arcén.
Me quedé sin aliento durante un momento, haciéndome ilusiones de que la suerte se pusiera de mi lado por una vez y que me tropezara con Jacob sin necesidad de grandes esfuerzos, pero este chico era demasiado ancho y debajo de la gorra tenía el pelo corto. Estaba segura de que era Quil incluso viéndole de espadas, aunque parecía haber crecido desde la última vez que le vi. ¿Qué les daban de comer a los chicos quileutes? ¿Hormonas de crecimiento?
Crucé al lado opuesto del camino para frenar junto a él. Alzó la vista cuando el rugido del motor se acercó.
La expresión de Quil me produjo más pánico que sorpresa. Tenía un rostro sombrío e inquietante, con la frente surcada por numerosas arrugas de preocupación.
—Eh, hola, Bella —me saludó sin ganas.
—Hola, Quil... ¿Te encuentras bien?
Me miró con aire taciturno.
—Estupendamente.
—¿Te puedo acercar a algún sitio? —le ofrecí.
—Sí, supongo —murmuró. Cruzó por delante del coche arrastrando los pies y abrió la puerta del copiloto para subir.
—¿Adónde?
—Mi casa está en el lado norte, detrás del almacén —me dijo.
—¿Has visto hoy a Jacob?
Le espeté la pregunta antes de que hubiera terminado de hablar. Miré a Quil con avidez, a la espera de su respuesta. Miró a lo lejos a través del parabrisas antes de responder. Al final, dijo:
—De lejos.
—¿De lejos? —repetí.
—Intenté seguirlos. Iba con Embry —hablaba con un hilo de voz, por lo que resultaba difícil de oír por encima del motor. Me acerqué—. Sé que me vieron, pero se giraron y desaparecieron entre los árboles... Dudo que estuvieran solos. Es posible que Sam y su banda estuvieran con ellos. He estado dando tumbos por el bosque cerca de una hora, llamándolos a gritos. Acababa de encontrar el camino cuando has aparecido con el coche.
—Así pues, Sam lo ha atrapado a él también —había apretado los dientes, por lo que las palabras salieron ligeramente distorsionadas.
Quil me miró fijamente.
—¿Estás al tanto de eso?
Asentí.
—Jake me lo dijo... antes.
—Antes —repitió Quil y suspiró.
—¿Es tan malo el caso de Jacob como el de los demás?
—No se separa de Sam —Quil giró la cabeza y escupió por la ventana abierta.
—Y antes de eso... ¿Evitaba a todo el mundo? ¿Parecía enfadado?
—No tardó mucho más que el resto —contestó en voz baja y con tono áspero—. Tal vez un día. Luego, Sam se lo llevó.
—¿Qué crees que es? ¿Drogas o algo así?
—No veo a Jacob ni a Embry metiéndose en una cosa así... Pero ¿qué sé yo? ¿Qué otra cosa puede ser? ¿Y por qué no se preocupan los ancianos? —sacudió la cabeza; ahora, el miedo asomaba a sus ojos—. Jacob no quería participar en esa... secta. No comprendo qué le ha podido cambiar —me miró con rostro aterrorizado—. No quiero ser el próximo.
Mis ojos reflejaron su pánico. Era la segunda vez que había oído describir aquello como una secta. Me estremecí.
—¿Puede prestarnos alguna ayuda tu familia?
Gesticuló con desdén.
—Claro, mi abuelo está en el consejo de ancianos con el de Jacob, y en lo que a él concierne, Sam Uley es lo mejor que le ha pasado a este lugar.
Nos miramos el uno al otro durante un buen rato. Ya estábamos en La Push y mi tartana avanzaba muy despacio por el camino desierto. Podía ver la única tienda de la reserva delante, no muy lejos de allí.
—He de irme —dijo Quil—. Mi casa está justo ahí.
Señaló un pequeño rectángulo de madera con la mano. Frené y él se bajó de un salto.
—Voy a esperar a Jacob —dije con contundencia.
—Buena suerte.
Cerró la puerta de un portazo y se marchó arrastrando los pies por el camino, con la cabeza inclinada hacia delante y los hombros hundidos.
El rostro de Quil me angustió mientras daba la vuelta para dirigirme a la casa de los Black. Le aterraba ser el próximo. ¿Qué estaba pasando allí?
Me detuve en frente de la casa de Jacob, apagué el motor y bajé las ventanillas. El ambiente estaba muy cargado y no soplaba el viento. Planté los pies en el salpicadero y me instalé dispuesta a esperar.
Un movimiento realizado en el campo de mi visión periférica me hizo volver la cabeza. Billy me miraba a través de la ventana de la fachada con expresión confusa. Le saludé con la mano y le sonreí forzadamente, pero me quedé donde estaba.
Entrecerró los ojos y dejó caer la cortina detrás del cristal.
Estaba preparada para quedarme tanto tiempo como fuera necesario, pero me apetecía tener algo que hacer. Desenterré una vieja pluma del fondo de mi mochila y un antiguo examen. Comencé a garabatear en la parte posterior del papel borrador.
Apenas tuve tiempo de dibujar una fila de rombos cuando se produjo un brusco golpecito contra mi puerta.
Me incorporé y alcé la vista, esperando ver a Billy, pero fue Jacob quien gruñó:
—¿Qué estás haciendo aquí, Bella?
Le miré perpleja y atónita.
Jacob había cambiado radicalmente en las últimas semanas, desde la última vez que le vi. Lo primero de lo que me di cuenta fue de que se había rapado su hermosa cabellera; había apurado mucho el corte, y ahora le cubría la cabeza una fina y lustrosa capa de pelo que parecía satén negro. Las facciones del rostro le habían cambiado de pronto, se mostraban duras y tensas, las de alguien de más edad. El cuello y los hombros también eran diferentes, en cierto modo, más gruesos. Las manos con las que aferraba el marco de la ventana parecían enormes, con los tendones y las venas marcados debajo de la piel cobriza. Pero los cambios físicos eran insignificantes...
... era su expresión la que le convertía en alguien casi irreconocible. La sonrisa franca y amistosa había desaparecido, como la cabellera, y la calidez de sus ojos oscuros había mudado en un rencor perturbador. Ahora existía una oscuridad en Jacob. Había hecho implosión, como mi sol.
—¿Jacob? —susurré.
Se limitó a mirarme. Los ojos reflejaban tensión y enojo.
Comprendí que no estábamos solos. Los otros cuatro del grupo se hallaban detrás de él. Todos eran altos y de piel cobriza, el pelo rapado casi al cero, como el de Jacob. Podían haber pasado por hermanos, apenas lograba distinguir a Embry de entre ellos. La sorprendente hostilidad de todos los ojos acentuaba aún más el parecido.
Todos, salvo los de Sam, los del mayor, que les sacaba varios años. Él permanecía al fondo con el rostro sereno y seguro. Tuve que tragarme el mal genio que me estaba entrando, ya que me apetecía propinarle un buen porrazo. No, quería hacer más que eso. Deseé ser temible y letal más que cualquier otra cosa en el mundo, alguien a quien nadie se atreviera a importunar. Alguien capaz de ahuyentar a Sam Uley.
Quise ser vampiro.
El deseo virulento me pilló desprevenida y me dejó sin aliento. Era el más prohibido de los deseos —incluso aunque se debiera a una razón maligna como aquélla, gozar de ventaja sobre el enemigo— por ser el más doloroso. Había perdido ese futuro para siempre; en realidad, nunca lo había tenido en mis manos. Me erguí para recuperar el control de mí misma mientras sentía un vacío doloroso en el pecho.
—¿Qué quieres? —inquirió Jacob. El resentimiento de sus facciones aumentó cuando presenció el despliegue de emociones en mi rostro.
—Hablar contigo —contesté con un hilo de voz. Intenté concentrarme, pero todo me seguía dando vueltas mientras me rebelaba contra la pérdida de mi sueño tabú.
—Adelante —masculló entre dientes. Su mirada era despiadada. Nunca le había visto mirar a alguien así, y menos a mí. Dolía con una sorprendente intensidad, producía un sufrimiento físico que me traspasaba la mente.
—¡A solas! —siseé con voz más fuerte.
Volvió la vista atrás y supe adónde se dirigían sus ojos. Todos se volvieron a esperar la reacción de Sam.
Sam asintió una vez con rostro imperturbable. Efectuó un breve comentario en un idioma desconocido, lleno de consonantes líquidas, del que sólo estaba segura que no era francés ni castellano, por lo que supuse que era quileute. Se volvió y entró en casa de Jacob. Los demás —asumí que se trataba de Paul, Jared y Embry— le siguieron.
—De acuerdo.
Jacob pareció un poco menos furioso cuando se marcharon los otros. Su rostro estaba más calmado, pero también reflejaba más desesperación. Las comisuras de su boca se mostraban permanentemente caídas.
Respiré hondo.
—Sabes lo que quiero saber.
No respondió. Se limitó a mirarme con frialdad.
Le devolví la mirada y el silencio se prolongó. El dolor de su rostro hizo que me encontrara incómoda. Sentí que se me empezaba a formar un nudo en la garganta.
—¿Podemos dar un paseo? —pregunté mientras aún era capaz de hablar.
No reaccionó de modo alguno. Su rostro no cambió.
Salí del coche al sentirme observada por ojos invisibles detrás de las ventanas y comencé a dirigirme al norte, hacia los árboles. Levanté un sonido de succión al andar sobre el barro de la cuneta y del herbazal. Como era el único sonido, pensé en un primer momento que no me seguía, pero lo tenía justo al lado cuando miré a mi alrededor. Sus pies habían encontrado un camino menos ruidoso que el mío.
Me sentí mejor en la hilera de árboles, donde lo más probable era que Sam no pudiera observarnos. Me devané los sesos para decidir cuáles eran las palabras más adecuadas, pero no se me ocurrió nada. Sólo me sentía más y más enfadada porque Jacob se hubiera dejado engañar sin que Billy hubiera hecho nada por impedirlo..., y porque Sam fuera capaz de mantener tal calma y seguridad...
De pronto, Jacob aceleró el ritmo y me dejó fácilmente atrás con sus largas piernas. Luego, se giró y se quedó en medio del camino, de frente a mí, para que yo también tuviera que detenerme.
Me quedé abstraída por la manifiesta gracilidad de su movimiento. Jacob había sido tan patoso como yo a causa de su interminable estirón. ¿Cuándo se había operado semejante cambio?
No me concedió la oportunidad para pensar en ello.
—Terminemos con esto —dijo con voz ronca y metálica.
Esperé. Él sabía lo que yo quería.
—No es lo que crees —de pronto, su voz reflejó un gran cansancio—. No es lo que yo pensaba... Estaba muy desencaminado.
—En ese caso, ¿qué es?
Estudió mi rostro durante un buen rato y estuvo haciendo conjeturas. El enfado no abandonó sus ojos en ningún momento.
—No te lo puedo decir —contestó al fin.
Mi mandíbula se tensó cuando mascullé:
—Creí que éramos amigos.
—Lo éramos.
Había un leve énfasis en el tiempo pasado.
—Pero tú ya no necesitas a ningún otro amigo —espeté con acritud—. Tienes a Sam. Hay algo que no va bien... Siempre le habías tenido ojeriza.
—Antes no le comprendía.
—Y ahora has visto la luz, ¿no? ¡Aleluya!
—Bella, no tiene nada que ver con lo que yo creía. Tampoco es culpa de Sam, ya que él me ayuda todo lo que puede —la voz se le crispó y miró por encima de mi cabeza, a lo lejos, mientras la ira ardía en sus ojos.
—Te ayuda... —repetí con recelo—. Naturalmente.
Pero Jacob no parecía estar escuchándome. Respiraba hondo con deliberada lentitud en un intento de calmarse. Estaba tan fuera de sí que las manos le temblaban.
—Jacob, por favor —le susurré—. ¿No vas a decirme qué ocurre? Tal vez pueda ayudarte.
—Ahora, nadie puede ayudarme —sus palabras fueron un susurro quejumbroso. La voz se le quebró.
—¿Qué te ha hecho? —inquirí con los ojos anegados en lágrimas. Le tendí las manos, como ya había hecho antes en una ocasión, mientras avanzaba con los brazos abiertos.
Esta vez se encogió y se alejó mientras alzaba las manos a la defensiva.
—No me toques —murmuró.
—¿Nos oye Sam? —pregunté entre dientes. Unas tontas lágrimas se habían desbordado por las comisuras de mis ojos. Me las enjugué con el dorso de la mano y crucé los brazos delante del pecho.
—Deja de echarle las culpas a Sam.
Las palabras salieron a toda prisa, como un reflejo. Se llevó las manos a la cabeza para enredarse en una cabellera que ya no estaba allí, por lo que acabaron colgando sin fuerzas a los costados.
—Entonces, ¿a quién debería culpar? —repliqué.
Esbozó una media sonrisa, funesta y esquinada.
—No quieres oírlo.
—¡Y un cuerno! —contesté bruscamente—. Quiero saberlo, y quiero saberlo ahora.
—Te equivocas —me replicó.
—No te atrevas a decirme que me equivoco. ¡No es a mí a quien le han lavado el cerebro! Dime ahora de quién es la culpa de todo esto si no es de tu querido Sam.
—Tú lo has querido —me gruñó con ojos centelleantes—. Si quieres culpar a alguien, ¿por qué no señalas a esos mugrientos y hediondos chupasangres a los que tanto quieres?
Me quedé boquiabierta y el aliento me salió de los pulmones ruidosamente. Allí clavada, me sentí traspasada por el doble sentido de sus palabras. El dolor me recorrió todo el cuerpo en la forma acostumbrada. El agujero de mi pecho me desgarraba de dentro hacia fuera, pero había algo más, una música de fondo para el caos de mis pensamientos. No podía creer que le hubiera oído bien. No había rastro alguno de indecisión en el rostro de Jacob. Sólo furia.
Seguí con la boca abierta.
—Te dije que no querrías oírlo —señaló.
—No sé a quién te refieres —cuchicheé.
Enarcó una ceja con incredulidad.
—Lo sabes perfectamente. No me vas a obligar a decirlo, ¿verdad? No quiero hacerte daño.
—No sé a quién te refieres —repetí de forma mecánica.
—A los Cullen —dijo lentamente, arrastrando las palabras y escrutando mi rostro mientras las pronunciaba—. Lo he visto... Puedo ver lo que pasa por tus ojos cuando digo sus nombres.
Sacudí la cabeza de un lado a otro negándolo con energía y tratando de aclararme al mismo tiempo. ¿Cómo lo sabía? ¿Y qué relación guardaba todo aquello con la secta de Sam? ¿Era una banda que odiaba a los vampiros? ¿Era ésa la premisa de constitución de una asociación cuando los vampiros ya no vivían en Forks? ¿Por qué iba a empezar a creer Jacob en aquellas historias precisamente ahora, cuando las pruebas de la presencia de los Cullen habían desaparecido para siempre?
Necesité bastante tiempo hasta dar con la respuesta correcta.
—No me digas que ahora te crees las necias supersticiones de Billy —intenté mofarme de forma poco convincente.
—Sabe más de lo que nunca le reconocí.
—Sé serio, Jacob.
Clavó en mí una mirada crítica.
—Dejando las supersticiones a un lado —añadí rápidamente—, aún no veo de qué acusas a los Cullen —hice un gesto de dolor—. Se marcharon hace más de medio año. ¿Cómo vas a culparles de lo que ahora haga Sam?
—Sam no está haciendo nada, Bella. Sé que se han ido, pero a veces las cosas se ponen en movimiento y entonces es demasiado tarde.
—¿Qué se ha puesto en movimiento? ¿Para qué es demasiado tarde? ¿De qué les estás echando la culpa?
De pronto, lo tuve delante mi rostro, con la ira ardiendo en sus ojos.
—De existir —masculló.
¡Cállate ya, Bella! No le presiones, me advirtió Edward al oído.
Me quedé atónita y trastornada al oír las palabras de aviso pronunciadas por la voz de Edward una vez más, dado que yo ni siquiera estaba asustada.
Desde que su nombre había atravesado los muros tras los que le había emparedado con tanto cuidado, había sido incapaz de volverlo a encerrar. Ahora no dolía, no durante los preciados segundos en que oía su voz.
Jacob parecía que echaba chispas. Estaba plantado delante de mí y temblaba de ira.
No comprendía el motivo por el que la falsa ilusión de Edward estaba de forma inesperada en mi mente. Jacob estaba lívido, pero era Jacob. No había adrenalina ni peligro.
Déjale calmarse, insistió la voz de Edward.
Sacudí la cabeza, confusa.
—Esto es ridículo —les contesté a ambos.
—Muy bien —contestó Jacob, que volvió a respirar hondo—. No voy a discutir contigo. De todos modos, no importa. El daño está hecho.
—¿Qué daño?
Permaneció impávido cuando le grité esas palabras a la cara.
—Regresemos. No hay nada más que decir.
Le miré boquiabierta.
—¡Queda todo por decir, aún no me has contado nada!
Me dejó atrás y empezó a andar dando grandes zancadas de vuelta a la casa.
—Hoy me he encontrado con Quil —grité a sus espaldas.
Se detuvo en la mitad de un paso, pero no se volvió.
—¿Recuerdas a tu amigo Quil? Sí, está aterrado.
Jacob se volvió para encararme con expresión apenada.
—Quil —fue todo lo que dijo.
—También se preocupa por ti. Está alucinado.
Jacob miró fijamente más allá de mi persona con ojos de desesperación. Le aguijoneé un poco más.
—Tiene miedo de ser el siguiente.
Jacob se agarró a un árbol para apoyarse. Su rostro se había tornado en una extraña sombra verde debajo de la tez cobriza.
—No lo va a ser —murmuró Jacob para sí mismo—. No puede serlo. Esto ha terminado. Esto ni siquiera debería de estar sucediendo. ¿Por qué? ¿Por qué?
Estampó el puño contra el árbol. No era un árbol grande, sino de tronco fino y poco más de medio metro más alto que Jacob, pero aun así, me sorprendí cuando el tronco cedió y se desgajó estrepitosamente bajo su golpe.
Jacob contempló el tronco repentinamente tronchado con sorpresa que pronto se transformó en pánico.
—Debo volver —dio media vuelta y comenzó a alejarse sin decir palabra con tal rapidez que tuve que correr para darle alcance.
—¡Volver con Sam!
—Es una forma de verlo —lo dijo tal y como lo sentía. Siguió mascullando y se alejó.
Le perseguí de vuelta a mi coche.
—¡Espera! —le llamé mientras se dirigía a la casa.
Se volvió hacia mí con las manos temblorosas de nuevo.
—Vete a casa, Bella, ya no voy a poder salir contigo.
La ilógica y ridícula herida fue de una potencia increíble. Los ojos se me llenaron de lágrimas otra vez.
—¿Estás rompiendo conmigo?
Eran las palabras menos adecuadas, pero también lo único que se me ocurrió preguntar. Después de todo, lo que Jake y yo teníamos era algo más que un amorío de patio de colegio. Algo mucho más fuerte.
Soltó una risa amarga.
—No es el caso, pero si lo fuera, diría: «Quedemos como amigos». Ni siquiera puedo decirte eso.
—¿Por qué, Jacob? ¿Sam no te deja tener otros amigos? Jake, por favor. Lo prometiste. ¡Te necesito!
La rotunda vacuidad de mi vida anterior —antes de que Jacob aportara un poco de cordura— se irguió para luego enfrentarse a mí. Se me hizo un nudo en la garganta de pura soledad.
—Lo siento, Bella —pronunció nítidamente cada palabra con una voz gélida que no parecía la suya.
Dudé de que fuera eso lo que Jacob pretendiera decir en realidad. Sus ojos airados parecían querer expresar algo más, pero yo no entendía el mensaje.
Tal vez no tuviera nada que ver en absoluto con Sam ni estuviera relacionado con los Cullen. Quizás sólo intentaba alejarse de una situación sin esperanza. Quizás debería permitirle que lo hiciera, si es que eso era lo mejor para él. Es lo que debería hacer. Sería lo acertado.
Pero oí que se me escapaba un hilo de voz:
—Lamento que antes no pudiera... Me gustaría cambiar lo que siento por ti, Jacob —actuaba a la desesperada, por lo que forcé y estiré la verdad hasta retorcerla tanto que acabó por tomar forma de mentira—. Es posible... es posible que pudiera cambiar si me dieras un poco de tiempo —susurré—, pero no me dejes ahora, Jake. No podré resistirlo.
Su rostro pasó de la ira al sufrimiento en un segundo. Me tendió una de sus manos temblorosas.
—No, Bella, por favor, no pienses de ese modo. No te acuses de nada, no pienses que es culpa tuya. Es todo culpa mía, lo juro, no tiene nada que ver contigo.
—No eres tú, soy yo —susurré.
—Lo que intento decirte, Bella, es que yo no... —mantuvo un debate interior. Ese tormento se reflejó en sus ojos. Su voz se fue haciendo más ronca a medida que pugnaba por controlar sus emociones—. No soy lo bastante bueno para seguir siendo tu amigo, ni ninguna otra cosa. No soy quien era. No soy bueno.
—¡¿Qué?! —le miré fijamente, confusa y consternada—. ¿Qué estás diciendo? Eres mucho mejor que yo, Jake. ¡Eres bueno! ¿Quién te ha dicho lo contrario? ¿Sam? ¡Eso es totalmente falso, Jacob! ¡No le permitas que te lo diga! —de repente, había vuelto a pegar gritos.
El rostro de Jacob se endureció, pero sin vida.
—Nadie ha tenido que decirme nada. Sé lo que soy.
—Eres mi amigo, eso es lo que eres. Jake, no...
Se había dado la vuelta para alejarse de nuevo.
—Lo siento, Bella —repitió, aunque en esta ocasión su voz fue un murmullo roto. Se giró del todo y entró en la casa casi a la carrera.
Fui incapaz de moverme de donde estaba. Contemplé la casita. Parecía demasiado pequeña para albergar a cuatro chicarrones enormes y dos adultos aún más grandes. Dentro no se produjo ninguna reacción. No hubo revoloteo de cortinas ni eco de voces ni atisbo de movimiento alguno. El edificio me contempló con expresión ausente.
Comenzó a lloviznar y varias gotas sueltas me asaetearon la piel. No lograba apartar la mirada de la casa. Jacob saldría. Tenía que hacerlo.
La lluvia y el viento arreciaron. Dejó de llover en vertical y la lluvia comenzó a caer sesgada desde el oeste. Desde allí se olía el agua salada del mar. Mis cabellos me azotaban en el rostro y se quedaban adheridos a las zonas húmedas, enredándose en mis pestañas. Esperé.
La puerta se abrió al fin y, muy aliviada, avancé un paso.
Billy situó la silla de ruedas debajo del marco de la puerta. No vi a nadie más detrás de él.
—Charlie acaba de llamar, Bella. Le he dicho que estabas de camino a casa.
Tenía los ojos colmados de conmiseración, y en cierto modo, eso me hizo claudicar. No hice comentario alguno. Me limité a darme la vuelta como una autómata y subir al coche. Había dejado bajadas las ventanillas, por lo que los asientos estaban mojados y pegajosos. No importaba. Ya estaba empapada.
¡No es para tanto! ¡No es para tanto!, intentaba reconfortarme mi mente. Y era cierto, no era tan malo, no se acababa el mundo otra vez. Era sólo el final de un pequeño remanso de paz, un remanso que ahora dejaba atrás. Eso era todo.
No es para tanto, admití, pero sí bastante malo.
Había pensado que Jacob había sanado el agujero que había en mí, o al menos lo había sellado, de forma que no me doliera tanto. Me equivocaba. Se había limitado a excavar su propio agujero, por lo que ahora estaba carcomida, como un queso gruyer. Me preguntaba por qué no me derrumbaba en cachitos.
Charlie me esperaba en el porche. Salió a mi encuentro en cuanto reduje la velocidad para detenerme.
—Billy ha telefoneado. Dijo que te habías peleado con Jake y que estabas muy disgustada —me explicó nada más abrirme la puerta.
Sus facciones se horrorizaron cuando, al escrutar mi expresión, reconoció algo en ella. Intenté visualizarme tal y como se me vería desde fuera, a fin de saber qué estaba pensando. Sentí el rostro vacío y frío, y comprendí a qué le recordaba.
—No ha sucedido exactamente así —farfullé.
Charlie me pasó el brazo por los hombros y me ayudó a salir del coche. No hizo comentario alguno sobre mis ropas empapadas.
—Entonces, ¿qué ha pasado? —inquirió cuando estuvimos dentro.
Retiró la manta de punto del respaldo del sofá mientras hablaba y me cubrió los hombros con ella. Entonces me percaté de que seguía tiritando.
—Sam Uley le ha dicho a Jacob que no puede seguir siendo amigo mío —contesté con voz apagada.
Charlie me lanzó una mirada extraña.
—¿Quién te ha dicho eso?
—Jacob —determiné. Aunque no era exactamente cierto que él lo hubiera dicho, seguía siendo verdad.
Charlie frunció el ceño.
—¿De verdad crees que pasa algo raro con el joven Uley?
—Yo sé que es así, aunque Jacob nunca me lo hubiera dicho —oí el goteo del agua de mis ropas sobre el suelo y la salpicadura sobre el linóleo—. Voy a cambiarme.
Charlie se hallaba sumido en sus pensamientos y respondió distraídamente:
—De acuerdo.
Estaba tan helada que decidí darme una ducha, pero el agua caliente no pareció afectar a la temperatura de mi piel. Seguía congelada, así que al final desistí y cerré el grifo. En el repentino silencio oí a Charlie hablar con alguien en el piso de abajo. Me envolví en una toalla y entreabrí la puerta del baño.
Charlie estaba enojado.
—No me lo trago. Eso no tiene ni pies ni cabeza.
Luego se calló. Comprendí que estaba al teléfono. Al cabo de un minuto, Charlie bramó de pronto:
—No culpes a Bella —pegué un salto. Habló en voz más baja y precavida cuando añadió—: Mi hija dejó claro todo el tiempo que ella y Jacob sólo eran amigos... Bueno, si es así, ¿por qué no me lo dijiste al principio? No, Billy, creo que ella tiene razón en esto... ¿Por qué? Porque la conozco, y si ella dice que antes Jacob estaba asustado... —le interrumpieron a mitad de frase, y cuando volvió a tomar la palabra casi estaba gritando de nuevo—: ¡¿Qué quieres decir con eso de que no conozco a mi hija tan bien como creo?! —permaneció a la escucha durante un instante y luego respondió en voz tan baja que apenas la logré oír—: Si piensas que voy a recordarle eso, vas listo. Apenas ha empezado a recuperarse, y creo que sobre todo gracias a Jacob. Si cualquier cosa que tu hijo haya hecho con el tal Sam la sume de nuevo en la depresión, entonces, Jacob va a tener que responder ante mí. Eres mi amigo, Billy, pero esto está perjudicando a mi familia.
Hubo otro silencio mientras Billy respondía.
—Tienes razón... Estos chicos se han pasado de la raya y voy a ver qué averiguo. Mantendremos los ojos bien abiertos, de eso puedes estar seguro.
Ahora no hablaba Charlie, sino el jefe de policía Swan.
—Bien. Vale. Adiós.
Colgó el auricular de un golpe.
Rápidamente, atravesé el pasillo de puntillas para meterme en mi cuarto. Charlie estaba refunfuñando airadamente en la cocina.
De modo que Billy iba a echarme la culpa de haber engatusado a Jacob hasta que éste, al fin, se había hartado de mí.
Resultaba extraño, ya que eso era lo que yo misma había temido, pero después de oír las últimas palabras de Jacob aquella tarde, ya no lo creía. Allí había mucho más que un simple enamoramiento no correspondido, y me sorprendía que Billy se rebajara hasta el punto de sostener esa tesis. Eso me indujo a creer que, fuera cual fuera el secreto que guardaban, debía de ser mayor de lo que había supuesto. Al menos, ahora Charlie estaba de mi lado.
Me puse el pijama y me arrastré hasta la cama. En aquel momento, la vida parecía demasiado lúgubre como para dejarme engañar. El agujero, bueno, ahora los agujeros, ya empezaban a dolerme, de modo que me dije: ¿Por qué no? Extraje los recuerdos, no unos recuerdos verdaderos que dolieran demasiado, sino los falsos recuerdos de la voz de Edward hablando en mi interior esa tarde. Y los oí repetidas veces en mi interior hasta que me quedé dormida mientras las lágrimas rodaban lentamente por las mejillas de mi rostro vacío.
Esa noche tuve un sueño nuevo. Estaba lloviendo y Jacob caminaba a mi lado sin hacer ruido, aunque el suelo crujía a mis pies como si pisara gravilla seca. Pero ése no era mi Jacob, sino el nuevo Jacob, resentido y grácil. El sigiloso garbo de sus andares me recordó a otra persona, y los rasgos de Jacob comenzaron a cambiar mientras los miraba. El color rojizo de su piel fue desapareciendo hasta quedar una tez blanca como la cal. Sus ojos se volvieron dorados y luego carmesíes, para volver después al dorado. El pelo corto se le encrespó al soplo de la brisa, y adquirió una tonalidad broncínea allí donde lo despeinaba el viento. Su rostro se convirtió en algo tan hermoso que hizo saltar en pedazos mi corazón. Tendí los brazos hacia él, que retrocedió un paso mientras alzaba las manos para escudarse. Entonces, Edward desapareció.
Cuando desperté a oscuras, no estaba segura de si acababa de empezar a llorar o había empezado mientras dormía y las lágrimas de ahora eran una prolongación del llanto de mi sueño. Miré el techo en penumbra. Tuve la impresión de que era bien entrada la noche. Estaba medio dormida, tal vez casi del todo. Los párpados se me cerraron pesadamente e imploré un sueño sin pesadillas.
Fue entonces cuando oí el ruido que debía de haberme despertado al principio. Algo puntiagudo raspaba contra mi ventana provocando un chirrido agudo, similar al arañar de las uñas contra el cristal.

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