Casi
todo había vuelto a la normalidad —a la normalidad previa al estado zombi— en
menos tiempo de lo que yo hubiera creído posible. El hospital acogió a Carlisle
con los brazos abiertos sin disimular su alegría por el hecho de que Esme no se
hubiera adaptado a la vida en Los Ángeles. Alice y Edward estaban en mejor
situación que yo para graduarse por culpa del examen de Cálculo que me había
perdido mientras estuve en el extranjero. De repente, la facultad se convirtió
en una prioridad —la universidad seguía siendo el plan B, por si acaso la
oferta de Edward me hacía cambiar de idea respecto a la opción de Carlisle
después de mi graduación—. Había dejado pasar los plazos de admisión de muchas
universidades, pero Edward me traía todos los días más solicitudes para
rellenar. Él ya había estudiado todo lo que deseaba en Harvard así que no
parecía molestarle que, gracias a mi tendencia a dejarlo todo para el último
día, ambos termináramos el año próximo en el Península Community College.
Charlie
no estaba muy satisfecho conmigo y tampoco hablaba con Edward, pero al menos
permitió que él pudiera volver a entrar en casa en las horas de visita
predeterminadas. Mi padre me castigó a quedarme sin salir.
Las
únicas excepciones eran el instituto y el trabajo. En los últimos tiempos, por
extraño que pudiera parecer, las paredes deprimentes de mis clases, de
color amarillo mate, empezaron a parecerme acogedoras, y eso tenía mucho que
ver con la persona que se sentaba junto a mí.
Edward
había retomado su matrícula de principios de ese año, de modo que volvió de
nuevo a mis clases. Mi comportamiento había sido tan terrible el último otoño,
después del supuesto traslado de los Cullen a Los Ángeles, que el asiento
contiguo había permanecido vacante. Incluso Mike, siempre dispuesto a
aprovechar las ventajas, había mantenido una distancia segura. Con Edward
ocupando nuevamente su lugar, parecía como si los últimos ocho meses hubieran
quedado simplemente en una molesta pesadilla...
...
pero no del todo. Quedaba aún la cuestión del arresto domiciliario, por citar
un ejemplo y, por poner otro, Jacob Black y yo no habíamos sido buenos amigos
antes del otoño. Así que, claro, entonces no lo habría echado de menos.
No
tenía libertad de movimientos para ir a La Push y Jacob no venía a verme, ni
siquiera se dignaba a contestar mis llamadas.
Le
telefoneaba sobre todo por la noche, después de que, puntualmente a las nueve,
un resuelto Charlie echara a Edward —con gran satisfacción—, y antes de que
éste regresara a hurtadillas por la ventana en cuanto mi padre se dormía.
Escogía este momento para hacer mis llamadas infructuosas porque me había dado
cuenta de que Edward ponía mala cara cada vez que mencionaba el nombre de
Jacob. Un gesto que estaba entre la desaprobación y la cautela... o quizás
incluso el enfado. Yo suponía que estaba relacionado con algún prejuicio
recíproco contra los hombres lobo, aunque no se mostraba tan explícito como lo
había sido Jacob respecto a los «chupasangres».
Por
eso, procuraba no mencionar demasiado el nombre de Jacob en presencia de
Edward.
Era
difícil sentirme desdichada teniendo a Edward a mi lado, incluso aunque mi
antiguo mejor amigo probablemente fuera bastante infeliz en esos momentos por
mi causa. Cada vez que me acordaba de Jake me sentía culpable por no pensar más
en él.
El
cuento de hadas continuaba. El príncipe había regresado y se había roto el
maleficio. No estaba segura exactamente de qué hacer con el personaje restante,
el cabo suelto. ¿Dónde estaba su «feliz para siempre»?
Las
semanas transcurrieron sin que Jacob quisiera responder a mis llamadas. Esto
empezó a convertirse en una preocupación constante. Era como si llevara un
grifo goteando pegado a la parte posterior de mi cabeza que no podía cerrar ni
ignorar. Gota, gota, gota. Jacob, Jacob, Jacob.
Así
que, aunque yo no mencionara mucho a Jacob, algunas veces mi frustración
y mi ansiedad explotaban. Un sábado por la tarde, cuando Edward me recogió a la
salida del trabajo, me desahogué:
—¡Es
una verdadera falta de educación! —enfadarse por algo es más fácil que sentirse
culpable—. ¡Estuvo de lo más grosero!
Había
cambiado el horario de las llamadas con la esperanza de obtener una respuesta
diferente. En aquella ocasión, había telefoneado a Jake desde el trabajo sólo
para encontrarme con que había contestado Billy, poco dispuesto a cooperar.
Otra vez.
—Billy
me dijo que él no quería hablar conmigo —estaba que echaba humo, mirando cómo
la lluvia se filtraba por la ventana del copiloto—. ¡Que estaba allí y que no
estaba dispuesto a dar tres pasos para ponerse al teléfono! Normalmente, Billy
se limita a decir que está fuera, ocupado, durmiendo o algo por el estilo.
Quiero decir, no es como si yo no supiera que me miente, pero
al menos era una forma educada de manejar la situación. Sospecho que ahora Billy
también me odia. ¡No es justo!
—No es
por ti, Bella —repuso Edward con calma—. A ti nadie te odia.
—Pues
así es como me siento —mascullé, cruzando los brazos sobre el pecho. No era
nada más que un gesto de terquedad. Ya no había allí ningún agujero, apenas
podía recordar esa sensación de vacío.
—Jacob
sabe que hemos vuelto y estoy seguro de que tiene claro que estoy contigo —dijo
Edward—. No se acercará a donde yo esté. La enemistad está profundamente
arraigada.
—Eso es
estúpido. Sabe que tú no eres... como los otros vampiros.
—Aun
así, hay buenas razones para mantener una distancia razonable.
Miré
por el parabrisas con gesto ausente sin ver otra cosa que el rostro de Jacob,
que llevaba puesta la máscara de la amargura que yo tanto odiaba.
—Bella,
somos lo que somos —repuso Edward con serenidad—. Yo me siento capaz de
controlarme, pero dudo que él lo consiga. Es muy joven. Lo más probable es que
un encuentro degenerase en lucha y no sé si podría pararlo antes de m... —de
pronto, enmudeció; luego, continuó con rapidez—: Antes de que le hiriera. Y tú
serías desdichada. No quiero que ocurra eso.
Recordé
lo que Jacob había dicho en la cocina, y oí sus palabras con total exactitud,
con su voz ronca. No estoy seguro de mantenerme siempre lo bastante sereno
como para poder manejar la situación. No creo que te hiciera demasiado feliz
que matara a tu amiga. Pero aquella vez había sido capaz de conservar la
serenidad...
—Edward
Cullen —mascullé—. ¿Has estado a punto de decir «matarle»? ¿Era eso?
Él miró
hacia otro lado, con la vista fija en la lluvia. Frente a nosotros, se puso en
verde el semáforo cuya presencia no había advertido mientras brillaba la luz
roja. Arrancó de nuevo y condujo muy despacio. No era su manera habitual de
conducir.
—Yo
intentaría... con mucho esfuerzo... no hacerlo —dijo al fin Edward.
Le miré
fijamente con la boca abierta, pero él continuó con la vista al frente. Nos
habíamos detenido delante de la señal de stop de la esquina.
De
pronto, recordé la suerte que había corrido Paris al regreso de Romeo. Las
acotaciones de la obra son simples. Luchan. Paris cae.
Pero
eso era ridículo. Imposible.
—Bueno
—contesté y respiré hondo mientras sacudía la cabeza para ahuyentar las
palabras de mi mente—, eso no va a ocurrir jamás, así que no hay de qué preocuparse.
Y sabes que en estos momentos Charlie estará mirando el reloj. Será mejor que
me lleves a casa antes de que me busque más problemas por retrasarme.
Volví
la cara hacia él, sonriendo con cierta desgana.
Mi
corazón palpitaba fuerte y saludable en mi pecho, en su sitio de siempre, cada
vez que contemplaba su rostro, ese rostro perfecto hasta lo imposible. Esta
vez, el latido se aceleró más allá de su habitual ritmo enloquecido. Reconocí
la expresión de su rostro; era la que le hacía parecerse a una estatua.
—Creo
que ahora tienes algunos problemas más, Bella —susurró sin mover los labios.
Me
deslicé a su lado, más cerca, y me aferré a su brazo mientras seguía el curso
de su mirada para ver lo mismo que él. No sé qué esperaba encontrar, quizás a
Victoria de pie en mitad de la calle, con su encendido cabello rojo
revoloteando al viento, o una línea de largas capas negras... o una manada de
licántropos hostiles, pero no vi nada en absoluto.
—¿Qué?
¿Qué es?
Respiró
hondo.
—Charlie...
—¿Mi
padre? —chillé.
Entonces,
él bajó la mirada hacia mí, y su expresión era lo bastante tranquila como para
mitigar un poco mi pánico.
—No es
probable que Charlie vaya a matarte, pero se lo está pensando —me dijo. Condujo
de nuevo calle abajo, pero pasó de largo frente a la casa y aparcó junto al
confín del bosque.
—¿Qué
he hecho ahora? —jadeé.
Edward
lanzó otra mirada hacia la casa. Le imité, y entonces me di cuenta por vez
primera del vehículo que estaba aparcado en la entrada, al lado del coche
patrulla. Era imposible no verlo con ese rojo tan brillante. Era mi moto,
exhibiéndose descaradamente en la entrada.
Edward
había dicho que Charlie se estaba pensando lo de matarme; por tanto, mi padre
ya debía de saber que era mía. Sólo había una persona que pudiera estar detrás
de semejante traición.
—¡No!
—jadeé—. ¿Por qué? ¿Por qué iba a hacerme Jacob una cosa así? Su
traición me traspasó como una estocada. Había confiado en Jacob de forma
implícita, le había contado todos mis secretos por pequeños que fueran. Se
suponía que él era mi puerto seguro, la persona en la que siempre podría
confiar. Las cosas estaban más tensas ahora, sin duda, pero jamás pensé
que esto hubiera afectado a los cimientos de nuestra amistad. ¡Nunca pensé que
eso pudiera cambiar!
¿Qué le
había hecho para merecerme eso? Charlie se iba a enfadar muchísimo, y peor aún,
iba a sentirse herido y preocupado. ¿Es que no tenía bastante con todo lo que
había ocurrido ya? Nunca hubiera imaginado que Jake fuera tan mezquino, tan
abiertamente miserable. Lágrimas ardientes brotaron de mis ojos, pero no eran
lágrimas de tristeza. Me había traicionado. De pronto, me sentí tan furiosa que
la cabeza me latía como si me fuera a explotar.
—¿Está
todavía por aquí? —farfullé.
—Sí.
Nos está esperando allí —me dijo Edward, señalando con la barbilla el camino
estrecho que dividía en dos la franja oscura de árboles.
Salté
del coche y me lancé en dirección a los árboles con las manos ya cerradas en
puños, preparadas para el primer golpe.
Edward
me agarró por la cintura antes de que hollara el camino.
¿Por
qué tenía que ser siempre mucho más rápido que yo?
—¡Suéltame!
¡Voy a matarle! ¡Traidor! —grité el adjetivo para que llegara hasta los
árboles.
—Charlie
te va a oír —me avisó Edward—, y va a tapiar la puerta una vez que te tenga
dentro.
Volví
el rostro de forma instintiva hacia la casa y me pareció que lo único que podía
ver era la rutilante moto roja. Lo veía todo rojo. La cabeza me latió otra vez.
—Déjame
que le atice una vez, sólo una, y luego ya veré cómo me las apaño con Charlie
—luché en vano para zafarme.
—Jacob
Black quiere verme a mí. Por eso sigue aquí.
Aquello
me frenó en seco y me quitó las ganas de pelear por completo. Se me quedaron
las manos flojas. Luchan. Paris cae.
Estaba
furiosa, pero no tanto.
—¿Para
hablar? —pregunté.
—Más o
menos.
—¿Cuánto
más? —me tembló la voz.
Edward
me apartó cariñosamente el pelo de la cara.
—No te
preocupes, no ha venido aquí para luchar conmigo, sino en calidad de...
portavoz de la manada.
—Oh.
Edward
miró otra vez hacia la casa; después, apretó el brazo alrededor de mi cintura y
me empujó hacia los árboles.
—Tenemos
que darnos prisa. Charlie se está impacientando.
No hubo
necesidad de ir muy lejos; Jacob nos esperaba en el camino, un poco más arriba.
Se había acomodado contra el tronco de un árbol cubierto de musgo mientras
esperaba, con el rostro duro y amargado, exactamente del modo en que yo sabía
que estaría. Me miró primero a mí y luego a Edward. Su boca se torció en una
mueca burlona y se separó del árbol. Se irguió sobre los talones de sus pies
descalzos, inclinándose ligeramente hacia delante con sus manos temblorosas
convertidas en puños. Parecía todavía más grande que la última vez que le había
visto. Aunque fuera casi imposible de creer, seguía creciendo. Le habría sacado
una cabeza a Edward si hubieran estado uno junto al otro.
Pero
Edward se paró tan pronto como le vimos, dejando un espacio amplio entre él y
nosotros, y ladeó el cuerpo al tiempo que me empujaba hacia atrás, de modo que
me cubría. Me incliné hacia un lado para observar fijamente a Jacob y poder
acusarle con la mirada.
Pensaba
que iba a enfadarme aún más al ver su expresión cínica y resentida, pero, en
vez de eso, contemplarle me recordó la última vez que le había visto, con
lágrimas en los ojos. Mi furia se debilitó y flaqueó conforme le miraba. Había
pasado tanto tiempo desde aquella ocasión que me repateaba que el reencuentro
tuviera que ser de este modo.
—Bella
—dijo él a modo de saludo, asintiendo una vez en mi dirección sin apartar los
ojos de Edward.
—¿Por
qué? —susurré, intentando ocultar el sonido del nudo de mi garganta—. ¿Cómo has
podido hacerme esto, Jacob?
La
mueca burlona se desvaneció, pero su rostro continuó duro y rígido.
—Ha
sido por tu bien.
—¿Y qué
se supone que significa eso? ¿Quieres que Charlie me estrangule? ¿O quieres que
le dé un ataque al corazón como a Harry? No importa lo furioso que estés
conmigo, ¿cómo le has podido hacer esto a él?
Jacob
hizo un gesto de dolor y sus cejas se juntaron, pero no contestó.
—No ha
pretendido herir a nadie —murmuró Edward, explicando aquello que Jacob no
estaba dispuesto a decir—, sólo quería que no pudieras salir de casa para que
no estuvieras conmigo.
Sus
ojos relampaguearon de odio mientras miraba de nuevo a Edward.
—¡Ay,
Jake! ¡Ya estoy castigada! ¿Por qué te crees que no he ido a La Push para
patearte el culo por no ponerte al teléfono?
Los
ojos de Jacob relumbraron de vuelta hacia mí, confundido por primera vez.
—¿Era
por eso? —inquirió, y luego apretó las mandíbulas como si le sentara mal haber
preguntado.
—Creía
que era yo quien te lo impedía, no Charlie —volvió a explicarme Edward.
—Para
ya —le interrumpió Jacob.
Edward
no contestó.
Jacob
se estremeció una vez y después apretó los dientes tanto como los puños.
—Bella
no había exagerado acerca de tus... habilidades —dijo entre dientes—. Así que
ya debes de saber por qué estoy aquí.
—Sí
—asintió Edward con voz tranquila—, pero quiero decirte algo antes de que
empieces.
Jacob
esperó, cerrando y abriendo las manos de forma compulsiva mientras intentaba
controlar los temblores que corrían por sus brazos.
—Gracias
—continuó Edward, y su voz vibró con la profundidad de su sinceridad—. Jamás
seré capaz de agradecértelo lo suficiente. Estaré en deuda contigo el resto de
mi... existencia.
Jacob
le miró fijamente sin comprender, y sus temblores se tranquilizaron por la
sorpresa. Intercambió una rápida mirada conmigo, pero mi rostro mostraba el
mismo desconcierto que el suyo.
—Gracias
por mantener a Bella viva —aclaró Edward con voz ronca, llena de intensidad—.
Cuando yo... no lo hice.
—Edward...
—empecé a hablar, pero él levantó una mano, con los ojos fijos en Jacob.
La
comprensión recorrió el rostro de Jacob antes de que volviera a ocultarla
detrás de la máscara de insensibilidad.
—No lo
hice por ti.
—Me
consta, pero eso no significa que me sienta menos agradecido. Pensé que
deberías saberlo. Si hay algo que esté en mi mano hacer por ti...
Jacob
alzó una ceja negra.
Edward
negó con la cabeza.
—Eso no
está en mis manos.
—¿En
las de quién, pues? —gruñó Jacob.
Edward
dirigió la mirada hasta donde yo estaba.
—En las
suyas. Aprendo rápido, Jacob Black, y no cometeré el mismo error dos veces. Voy
a quedarme aquí hasta que ella me diga que me marche.
Me
sumergí por un momento en la luz dorada de sus ojos. No era difícil entender la
parte que me había perdido de la conversación. Lo único que Jacob podría querer
de Edward sería que se fuera.
—Nunca
—susurré, todavía inmersa en sus ojos.
Jacob
hizo un sonido como si se atragantara.
Con
renuencia, me solté de la mirada de Edward para fruncirle el ceño a Jacob.
—¿Hay
algo más que necesites, Jacob? ¿deseabas meterme en problemas? Misión cumplida.
Charlie quizás me mande a un internado militar, pero eso no me alejará de
Edward. Nada lo conseguirá. ¿Qué más quieres?
Jacob
siguió clavando la mirada en Edward.
—Sólo
me falta recordar a tus amigos chupasangres unos cuantos puntos clave del
tratado que cerraron. Ese tratado es la única cosa que me impide que le abra la
garganta aquí y ahora.
—No los
hemos olvidado —dijo Edward justo en el mismo momento que yo preguntaba:
—¿Qué
puntos clave?
Jacob
seguía fulminando con la mirada a Edward, pero me contestó.
—El
tratado es bastante específico. La tregua se acaba si cualquiera de vosotros
muerde a un humano. Morder, no matar —remarcó. Finalmente, me miró. Sus
ojos eran fríos.
Sólo me
llevó un segundo comprender la distinción, y entonces mi rostro se volvió tan
frío como el suyo.
—Eso no
es asunto tuyo.
—Maldita
sea si no... —fue todo lo que consiguió mascullar.
No
esperaba que mis palabras precipitadas provocaran una respuesta tan fuerte. A
pesar del aviso que venía a transmitir, él seguro que no lo sabía. Debió de
pensar que la advertencia era una mera precaución. No se había dado cuenta, o
quizá no había querido creer, que yo ya había adoptado una decisión, que
realmente intentaba convertirme en un miembro de la familia Cullen.
Mi
respuesta empujó a Jacob a casi revolverse entre convulsiones. Presionó los
puños contra sus sienes, cerró los ojos con fuerza y se dobló sobre sí mismo en
un intento de controlar los espasmos. Su rostro adquirió un tono verde
amarillento debajo de la tez cobriza.
—¿Jake?
¿Estás bien? —pregunté llena de ansiedad.
Di
medio paso en su dirección, pero Edward me retuvo y me obligó a situarme detrás
de su propio cuerpo.
—¡Ten
cuidado! ¡Ha perdido el control! —me avisó.
Pero
Jacob casi había conseguido recobrarse otra vez; sólo sus brazos continuaban
temblando. Miró a Edward con una cara llena de odio puro.
—¡Arg!
Yo nunca le haría daño a ella.
Ni
Edward ni yo nos perdimos la inflexión ni la acusación que contenían sus
palabras. Un siseo bajo se escapó de entre los labios de Edward y Jacob cerró
sus puños en respuesta.
—¡BELLA!
—el rugido de Charlie venía de la dirección de la casa—. ¡ENTRA AHORA MISMO!
Todos
nos quedamos helados y a la escucha en el silencio que siguió.
Yo fui
la primera en hablar; mi voz temblaba.
—Mierda.
La
expresión furiosa de Jacob flaqueó.
—Siento
mucho esto —murmuró—. Tenía que hacer lo que pudiera... Tenía que intentarlo.
—Gracias
—el temblor de mi voz arruinó el efecto del sarcasmo. Miré hacia el camino,
casi esperando ver aparecer a Charlie embistiendo contra los helechos mojados
como un toro enfurecido. En ese escenario, seguramente yo sería la bandera
roja.
—Sólo
una cosa más —me dijo Edward, y después miró a Jacob—. No hemos encontrado
rastro alguno de Victoria a nuestro lado de la línea, ¿y vosotros?
Supo la
respuesta tan pronto como Jacob la pensó, pero éste contestó de todos modos.
—La
última vez fue cuando Bella estuvo... fuera. Le dejamos creer que había conseguido
infiltrarse para estrechar el cerco, y estábamos preparados para emboscarla...
Un
escalofrío helado me recorrió la columna.
—Pero
entonces salió disparada, como un murciélago escapando del infierno. Por lo que
nosotros creemos, captó tu olor y eso la sacó del apuro. No ha aparecido por
nuestras tierras desde entonces.
Edward
asintió.
—Cuando
ella regrese, no es ya problema vuestro. Nosotros...
—Mató
en nuestro territorio —masculló Jacob—. ¡Es nuestra!
—No...
—empecé a protestar dirigiéndome a los dos.
—¡BELLA!
¡VEO EL COCHE DE EDWARD Y SÉ QUE ESTÁS AHÍ FUERA! ¡SI NO ENTRAS EN CASA EN UN
MINUTO...! —Charlie ni siquiera se molestó en completar su amenaza.
—Vámonos
—me instó Edward.
Miré
atrás hacia Jacob, con el corazón dividido. ¿Volvería a verle otra vez?
—Lo
siento —susurró él tan bajo que tuve que leerle los labios para entenderlo—.
Adiós, Bella.
—Lo
prometiste —le recordé con desesperación—. Prometiste que siempre seríamos
amigos, ¿de acuerdo?
Jacob
sacudió la cabeza lentamente, y el nudo de mi garganta casi me estranguló.
—Ya
sabes que intenté mantener esa promesa, pero... no veo cómo va a ser posible.
No ahora... —luchó para no mover su dura máscara de lugar, pero ésta vaciló y
después desapareció—. Te echaré de menos —articuló con los labios. Una de sus
manos se alzó hacia mí con los dedos extendidos, como si deseara que fueran lo
suficientemente largos para cruzar la distancia entre los dos.
—Yo
también —contesté ahogada por la emoción. Mi mano también se alzó hacia la suya
a través del amplio espacio.
Como si
estuviéramos conectados, el eco de su dolor se retorció dentro de mí. Su dolor,
mi dolor.
—Jake...
Di un
paso hacia él. Quería pasar mis brazos por su cintura y borrar esa expresión de
sufrimiento de su rostro. Edward me empujó hacia atrás de nuevo, sujetándome
más que defendiéndome con los brazos.
—Todo
va bien —le prometí, y alcé la vista para leer su rostro con la verdad en mis
ojos. Supuse que él lo entendería.
Pero
sus ojos eran inescrutables y su rostro inexpresivo. Frío.
—No, no
va bien.
—Suéltala
—rugió Jacob, furioso otra vez—. ¡Ella quiere que la sueltes!
Dio dos
zancadas hacia delante. Un destello llameó en sus ojos en anticipación a la
lucha. Su pecho pareció ondularse cuando se estremeció.
Edward
volvió a empujarme detrás de él y se dio
la vuelta para encarar a Jacob.
—¡No!
¡Edward...!
—¡ISABELLA
SWAN!
—¡Vámonos!
¡Charlie está como loco! —mi voz estaba llena de pánico, pero ahora no por
Charlie—. ¡Date prisa!
Tiré de
él y se relajó un poco. Me empujó hacia atrás lentamente. Mientras nos
retirábamos, no perdió de vista a Jacob...
... que
nos miró con el oscuro ceño fruncido en su rostro amargo. La expectativa de la
lucha desapareció de sus ojos y entonces, justo antes de que el bosque se
interpusiera entre nosotros, su cara se contrajo llena de pena.
Supe
que este último atisbo de su rostro me perseguiría hasta que volviera a verle
sonreír.
Y justo
allí me juré que volvería a contemplar su sonrisa, y pronto. Encontraría la
manera de que continuara siendo mi amigo.
Edward
mantuvo su brazo ceñido a mi cintura, conservándome cerca de él. Esto fue lo
único que impidió que rompiera a llorar.
Tenía
varios problemas realmente serios.
Mi
mejor amigo me contaba entre sus peores enemigos.
Victoria
seguía suelta, poniendo a toda la gente que amaba en peligro.
Los
Vulturis me matarían si no me convertía pronto en vampiro.
Y ahora
parecía que si lo hacía, los licántropos quileutes tratarían de hacer el
trabajo por su cuenta, además de intentar matar a mi futura familia. No creo
que tuvieran ninguna oportunidad en realidad, pero ¿terminaría mi mejor amigo
muerto en el intento?
Eran
problemas muy, muy serios. Así que ¿por qué me parecieron todos repentinamente
insignificantes cuando salimos de detrás del último de los árboles y vi la
expresión del rostro purpúreo de Charlie?
Edward
me dio un apretón suave.
—Estoy
aquí.
Respiré
hondo.
Eso era
cierto. Edward estaba allí, rodeándome con sus brazos.
Podría
enfrentarme a cualquier cosa mientras eso no cambiara.
Cuadré
los hombros y fui a enfrentarme con mi suerte, llevando al lado al hombre de
mis sueños en carne y hueso.
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