—¿Te encuentras bien, Jake? Charlie dijo que lo habías
pasado mal. ¿No has mejorado nada?
—No estoy tan mal —contestó.
Rodeó mi mano con la suya, pero evitó mi mirada. Anduvo
despacio de vuelta a la plataforma de madera flotante sin apartar la vista de
los colores cristalinos del arco iris, empujándome suavemente para mantenerme a
su lado. Me senté de nuevo en nuestro árbol, pero él se repantigó sobre el
húmedo suelo rocoso en vez de acomodarse junto a mí. Me pregunté si lo haría para
poder hurtar el rostro a mis ojos con más facilidad. No me soltó la mano.
Comencé a parlotear para llenar el silencio.
—Ha pasado mucho tiempo desde que estuve aquí.
Probablemente, me habré perdido un montón de cosas. ¿Cómo están Sam y Emily? ¿Y
Embry? ¿Cómo se tomó Quil...?
Me interrumpí a mitad de frase al recordar que el amigo de
Jacob era un tema espinoso.
—Ah, Quil —Jacob suspiró.
Entonces, había sucedido: Quil debía de haberse incorporado
a la manada.
—Lo siento —me disculpé entre dientes.
—No se te ocurra decirle eso a él —gruñó Jacob, para mi
sorpresa.
—¿Qué quieres decir?
—Quil no busca compasión, más bien todo lo contrario. Está que
no cabe en sí de gozo. Es feliz.
No vi sentido alguno a aquello. Todos los demás licántropos se
habían entristecido ante la perspectiva de que sus amigos compartieran su
destino.
—¿Qué?
|acob ladeó la cabeza y la echó hacia atrás para mirarme.
Esbozó una sonrisa y puso los ojos en blanco.
—Él considera que esto es lo más guay que le ha pasado nunca.
En parte se debe a que al fin sabe de qué va la película, pero tambien le
entusiasma haber recuperado a sus amigos y estar en la onda —Jacob bufó—.
Supongo que no debería sorprenderme, es muy propio de él.
—¿Le gusta?
—¿La verdad...? A casi todos les gusta —admitió Jacob con voz
pausada—. No hay duda de que tiene ciertas ventajas: la velocidad, la libertad,
la fuerza, el sentido de... familia. Sam y yo somos los únicos que sentimos una
verdadera amargura, y él hizo el transito hace mucho, por lo que ahora soy el
único «quejica».
Mi amigo se rió de sí mismo.
—¿Por qué Sam y tú sois diferentes? En todo caso, ¿qué le
ocurre a Sam? ¿Cuál es su problema?
Eran demasiadas las cosas que yo quería saber y formulé las
preguntas demasiado seguidas, sin darle espacio para que las respondiera. Jacob
volvió a reírse.
—Es una larga historia.
—Yo te he contado otra bastante larga. Además, no tengo ninguna
prisa en regresar —le contesté al tiempo que hacía una mueca cuando pensé en el
lío en que me iba a meter cuando volviera.
Él alzó los ojos de inmediato al percatarse del doble
sentido de mis palabras.
—¿Se va a enfadar contigo?
—Sí —admití—. No soporta que haga cosas que considera...
arriesgadas.
—¿Como andar por ahí con licántropos?
—Exacto.
Jacob se encogió de hombros.
—No vuelvas entonces. Quédate y dormiré en el sofá.
—¡Qué gran idea! —rezongué con ironía—. En tal caso, vendrá
a buscarme.
Mi amigo se envaró y esbozó una sonrisa torva.
—¿Lo haría?
—Si temiera encontrarme herida o algo similar...,
probablemente.
—La perspectiva de que te quedes cada vez me gusta más.
—Jacob, por favor, sabes que eso me reconcome de verdad.
—¿El qué?
—¡Que os podáis matar el uno al otro! —protesté—. Me vuelve
loca. ¿Por qué no podéis comportaros de forma civilizada?
—¿Está dispuesto a matarme? —preguntó él con gesto huraño,
haciendo caso omiso a mi ira.
—No tanto como pareces estarlo tú —me percaté de que le
estaba chillando—. Al menos, él es capaz de comportarse como un adulto en este
tema. Sabe que me lastima a mí al herirte a ti, por lo que nunca lo haría. ¡Eso
no parece preocuparte en absoluto!
—Claro, por supuesto —musitó él—. Estoy convencido de que es
todo un pacifista.
—¡Vale!
Di un tirón para retirar mi mano de la suya y aparté su
cabeza de mi lado. Luego, recogí las piernas contra el pecho y las abarqué con
los brazos lo más fuerte posible.
Lancé una mirada fulminante al horizonte. Echaba chispas.
Jacob permaneció inmóvil durante unos minutos y al final se levantó
del suelo para sentarse a mi lado y me pasó el brazo por los hombros.
—Lo siento —se disculpó con un hilo de voz—. Intentaré comportarme.
No le respondí.
—¿Aún quieres saber lo de Sam? —me propuso.
Me encogí de hombros.
—Es una larga historia, como te dije, y también muy extraña.
Esta nueva vida tiene demasiadas cosas raras y no he dispuesto de tiempo para
contarte ni la mitad; la relativa a Sam..., bueno, no se siquiera si voy a
poder explicarlo correctamente.
Sus palabras me picaron la curiosidad a pesar de mi enfado.
—Te escucho —repuse con frialdad.
Atisbé de reojo su boca; al sonreír, curvó hacia arriba la
comisura de sus labios.
—Fue mucho más duro para Sam que para los demás, ya que al
ser el primero, estaba solo, y no había nadie que le explicara lo que sucedía.
Su abuelo murió antes de que él naciera y su padre siempre estaba ausente, por
lo que no había persona alguna capaz de reconocer los síntomas. La primera vez
que se transformó llegó a pensar que había enloquecido. Pasaron dos semanas
antes de que se calmara lo suficiente para volver a su estado anterior.
»No puedes acordarte de esto porque acaeció antes de que
vinieras a Forks. La madre de Sam y Leah Clearwater movilizaron a los
guardabosques y a la policía para la búsqueda. Se pensaba que había sufrido un
accidente o algo por el estilo...
—¿Leah? —inquirí, sorprendida. Leah era la hija de Harry y
la mención de su nombre me abrumó de piedad. Harry Clearwater, el amigo de toda
la vida de Charlie, había muerto de un ataque al corazón la primavera pasada.
La voz de mi amigo cambió, se endureció.
—Sí. Ella y Sam fueron novios en el colegio. Empezaron a s.i
lir cuando él era un novato. Leah se puso como una loca cuan do él desapareció.
—Pero él y Emily...
—Ya llegaremos a eso... Forma parte de la historia —me
atajó. Inspiró muy despacio y luego espiró de golpe.
Suponía que era estúpido por mi parte pensar que Sam no
había amado a otra mujer que no fuera Emily. La mayoría de la gente se enamora
muchas veces a lo largo de la vida. Era sólo que, tras verlos juntos, no podía
imaginármelos con otra persona. La forma en que él la miraba, bueno, me
recordaba a las pupilas de Edward cuando me observaba.
—Sam volvió después de su transformación —prosiguió—, pero
no podía revelar a nadie su paradero durante aquella ausencia y se dispararon
los rumores, la mayoría decía que no había estado en ningún sitio bueno. Una
tarde, Sam entró corriendo en casa y se encontró por casualidad al Viejo Quil
Ateara, el abuelo de Quil, que había ido a visitar a la señora Uley. Al anciano
estuvo a punto de darle una apoplejía cuando Sam le estrechó la mano.
Mi amigo interrumpió la historia y se echó a reír.
—¿Por qué?
Jacob puso la mano en mi mejilla y me giró el rostro para
que le mirase. Se había inclinado sobre mí y tenía el semblante a escasos
centímetros del mío. La palma de su mano me quemaba la piel, como cuando tenía
fiebre.
—De acuerdo —repuse. Resultaba incómodo tener su cara a tan
escasa distancia y su mano sobre mi piel—. A Sam le había subido la
temperatura.
Jacob rió una vez más.
Tocar la mano de Sam era como ponerla encima de un radiador.
Le tenía tan cerca de mí que podía sentir el roce de su
aliento. Alcé el rostro con tranquilidad y aparté su mano, pero ensortijé mis
dedos entre los suyos a fin de no herir sus sentimientos.
Sonrió y se echó hacia atrás, desalentado por mi pretendida
despreocupación.
—Entonces, Ateara acudió enseguida a los ancianos —continuo
Jacob—, pues eran los únicos que aún recordaban, los que sabían. De hecho, el
señor Ateara, Billy y Harry habían visto transformarse a sus abuelos. Cuando el
Viejo Quil habló con ellos, los ancianos se reunieron en secreto con Sam y se
lo explicaron todo.
»Resultó más
fácil cuando lo comprendió y al fin dejó de estar solo. Ellos eran conscientes
de que, aunque ningún otro joven era lo bastante mayor, él no iba a ser el
único en verse afectado por el regreso de los Cullen —Jacob pronunció el
apellido de sus enemigos con involuntario resentimiento—. De ese modo, Sam esperó
hasta que los demás nos uniéramos a él...
—Los Cullen no tenían ni idea —repuse en un susurro—. Ni siquiera
creían que aún hubiera hombres lobo en la zona. Ignoraban que su llegada os iba
a cambiar.
—Eso no altera el hecho de que lo hicieran.
—Recuérdame que no te tome ojeriza.
—¿Crees que puedo mostrar la misma indulgencia que tú? No todos
podemos ser santos ni mártires.
—Crece, Jacob.
—Qué más quisiera yo —masculló en voz baja.
Le estudié con la mirada mientras intentaba descubrir el
significado de su respuesta.
—¿Qué?
Él se rió entre dientes.
—Es una de las peculiaridades que te comenté...
—No... ¿No puedes crecer...? —le miré, aún sin comprender—.
¿Es eso? ¿No envejeces...? ¿Es un chiste?
—No —frunció los labios al pronunciar la o.
Sentí que la sangre me huía del rostro y se me llenaron los
ojos de lágrimas de rabia. Apreté los dientes, que rechinaron de forma
ostensible.
—¿Qué he dicho, Bella?
Volví a ponerme de pie con los puños apretados y el cuerpo
tembloroso.
—Tú... no... envejeces —mascullé entre dientes.
Jacob me puso la mano en el hombro y me atrajo con
delicadeza en un intento de hacerme sentar.
—Ninguno de nosotros se avejenta. ¿Qué rayos te pasa?
—¿Es que soy la única que se va a convertir en una vieja?
—estaba hablando a gritos mientras manoteaba en el aire. Una minúscula parte de
mí era consciente de que hacía el ridículo, pero mi lado racional se veía
ampliamente superado por el irracional—. ¡Maldita sea! ¿En qué clase de mundo
vivimos? ¡No es justo!
—Tranquilízate, Bella.
—Cierra la boca, Jacob. Tú, ¡cierra la boca! ¡Esto es muy
injusto!
—¿De verdad pegas patadas en el suelo? Creía que eso sólo lo
hacían las chicas en la tele.
Emití un gruñido patético.
—No es tan malo como te crees. Siéntate y te lo explico.
—Prefiero quedarme de pie.
Puso los ojos en blanco.
—Vale, como gustes, pero atiende... Envejeceré... algún día.
—Aclárame eso.
El palmeó el árbol. Le fulminé con la mirada durante unos
segundos, pero luego me senté. Mi malhumor se desvaneció con la misma rapidez
con la que había llegado y me calmé lo bastante para comprender que yo misma me
estaba poniendo en ridículo.
—Cuando obtengamos el suficiente control para dejarlo... —empezó
Jacob—. Volveremos a envejecer cuando dejemos de transformarnos durante un
largo periodo. No va a ser fácil —sacudió la cabeza, repentinamente
dubitativo—. Vamos a necesitar mucho tiempo para obtener semejante dominio, o
eso creo. Ni siquiera Sam lo tiene aún. Por supuesto, la presencia de un enorme
aquelarre de vampiros ahí arriba, al otro lado de la ladera, no es de mucha
ayuda. Ni se nos pasa por la cabeza la bússqueda de ese autodominio cuando la
tribu necesita protectores, pero no hace falta que te preocupes sin necesidad
porque, físicamente al menos, ya soy mayor que tú.
—¿A qué te refieres?
—Mírame, Bella. ¿Aparento dieciséis años?
Contemplé su colosal cuerpo de arriba abajo con plena objetifidad
y admití:
—No exactamente.
—No del todo... aún. Nos habremos desarrollado por completo
dentro de pocos meses, cuando se activen nuestros genes de licantropos. Voy a
pegar un buen estirón —torció el gesto—. Fínicamente, voy a aparentar alrededor
de unos veinticinco, o algo asi... Ya no vas a poder ponerte histérica por ser
mayor que yo durante al menos otros siete años.
«Unos veinticinco, o algo así». Me armé un lío ante esa
perspectiva, pero yo recordaba el estirón anterior de mi amigo, recordaba
haberle visto crecer y adquirir corpulencia. Me acordaba de que cada día tenía
un aspecto diferente al anterior. Meneé la cabeza, presa del vértigo.
—Bueno, ¿quieres oír la historia de Sam o prefieres seguir pegando
gritos por cosas que no comprendo?
Respiré hondo.
—Disculpa. No me gustan los comentarios relativos a la edad.
Es como poner el dedo en la llaga.
Jacob entrecerró los ojos. Tenía el aspecto de quien piensa
el modo de contar algo.
Dado que no deseaba hablar del asunto verdaderamente
delicado, mis planes para el futuro, ni de los tratados que esos planes podrían
romper, le apunté para ayudarle a empezar con la historia.
—Dijiste que a Sam todo le resultó más fácil una vez que
comprendió su situación tras su encuentro con Billy, Harry y el señor Ateara.
También me has contado que la licantropía tiene sus cosas buenas... —vacilé
durante unos instantes—. Entonces, ¿por qué Sam las aborrece tanto? ¿Por qué le
gustaría que yo las detestara?
Jacob suspiró.
—Eso es lo más extraño.
—Bueno, yo estoy a favor de lo raro.
—Sí, lo sé —me dedicó una sonrisa burlona—. Bueno, tienes
razón, una vez que Sam estuvo al tanto de lo que ocurría, todo recuperó casi la
normalidad y su vida volvió a ser la de siempre, bueno, quizá no llevó una
existencia normal, pero sí mejor —la expresión de Jacob se tensó como si
tuviera que abordar la narración de algún momento doloroso—. Sam no podía
decírselo a Leah. Se supone que no debemos revelárselo a nadie inadecuado y él
se ponía en peligro al permanecer cerca de su amada. Por eso la engañaba, como
hice yo contigo. Leah se enfadaba cuando él no le contaba dónde había estado ni
adonde iba de noche ni por qué estaba tan fatigado, pero a su manera se
entendieron, lo intentaron. Se amaban de verdad.
—¿Ella lo descubrió? ¿Fue eso lo que ocurrió?
Él negó con la cabeza.
No, ése no fue el problema. Un fin de semana, Emily Young vino
de la reserva de los makah para visitar a su prima Leah.
—¿Emily es prima de Leah? —pregunté con voz entrecortada.
—Son primas segundas, aunque cercanas. De pequeñas, parecian
hermanas.
—Es... espantoso... ¿Cómo pudo Sam...? —mi voz se fue apagando
mientras continuaba sacudiendo la cabeza.
—No le juzgues aún. ¿Te ha hablado alguien de...? ¿Has oído hablar
de la imprimación?
—¿Imprimación? —repetí esa expresión tan poco familiar—. lo,
¿qué significa?
Es una de esas cosas singulares con las que nos las tenemos que
ver, aunque no le suceden a todo el mundo. De hecho, es la excepción, no la
regla. Por aquel entonces, Sam ya había oído todas las historias que solíamos
tomar como leyendas y sabía en qué consistía, pero ni en sueños...
—¿Qué es? —le azucé.
La mirada de Jacob se ensimismó en la inmensidad del océano.
—Sam amaba a Leah, pero no le importó nada en cuanto vio a Emily.
A veces, sin que sepamos exactamente la razón, encontramos de ese modo a
nuestras parejas —sus ojos volvieron a mirarme de forma fugaz mientras se ponía
colorado—. Me refiero a nuestras almas gemelas.
—¿De qué modo? ¿Amor a primera vista? —me burlé.
Él no sonreía y en sus ojos oscuros leí una crítica a mi
reacción.
—Es un poquito más fuerte que eso. Más... contundente.
—Perdón —murmuré—. Lo dices en serio, ¿verdad?
—Así es.
—¿Amor a primera vista pero con mayor fuerza? —había aún una
nota de incredulidad en mi voz, y él podía percibirla.
—No es fácil de explicar. De todos modos, tampoco importa
—se encogió de hombros—. Querías saber qué sucedió para que Sam odiara a los
vampiros porque su presencia le transformó e hizo que se detestara a sí mismo.
Pues eso fue lo que le sucedió, que le rompió el corazón a Leah. Quebrantó
todas las promesas que le había hecho. Sam ha de ver la acusación en los ojos
de Leah todos los días con la certeza de que ella tiene razón.
Enmudeció de forma abrupta, como si hubiera hablado más de
la cuenta.
—¿Cómo maneja Emily esa situación estando como estaba tan
cercana a Leah...?
Sam y Emily estaban hechos el uno para el otro, eran dos
piezas perfectamente compenetradas, formadas para encajar la una en la otra.
Aun así, ¿cómo lograba Emily superar el hecho de que su amado hubiera
pertenecido a otra, una mujer que había sido casi su hermana?
—Se enfadó mucho en un primer momento, pero es difícil
resistirse a ese nivel de compromiso y adoración —Jacob suspiró—. Entonces, Sam
pudo contárselo todo. Ninguna regla te ata cuando encuentras a tu media
naranja. ¿Sabes cómo resultó herida Emily?
—Sí.
La historia oficial en Forks era que la había atacado y
herido un oso, pero yo estaba al tanto del secreto.
«Los licántropos son inestables», había dicho Edward. «La
gente que está cerca de ellos termina herida.»
—Bueno, por extraño que pueda parecer, fue la solución a
todos los problemas. Sam estaba tan horrorizado y sentía tanto desprecio hacia
sí mismo, tanto odio por lo que había hecho, que se habría lanzado bajo las
ruedas de un autobús si eso le hubiera hecho sentir mejor. Y lo podía haber hecho
sólo para escapar de sus actos. Estaba desolado... Entonces, sin saber muy bien
cómo, ella le reconfortó a él, y después
de eso...
Jacob no verbalizó el hilo de sus pensamientos, pero sentí
que la historia tenía un cariz demasiado personal como para compartirlo.
—Pobre Emily —dije en cuchicheos—. Pobre Sam. Pobre Leah…
—Sí, Leah fue la peor parada —coincidió él—. Le echa valor. Va
a ser la dama de honor.
Contemplé con fijeza la silueta recortada de las rocas que
emergian del océano como dedos en los bordes del malecón sur; entretanto,
intentaba encontrarle sentido a todo aquello sin que él apartara los ojos de mi
rostro, a la espera de que yo dijera algo.
—¿Te ha pasado a ti eso del amor a primera vista? —inquirí
al fin, sin desviar la vista del horizonte.
—No —replicó con viveza—. Sólo les ha sucedido a Sam y Jared.
—Um —contesté mientras fingía un interés muy pequeño, deterrminado
por la cortesía; pero me quedé aliviada.
Intenté explicar semejante reacción en mi fuero interno.
Resolví que me alegraba de que Jacob no afirmara la existencia de alguna
mística conexión lobezna entre nosotros dos. Nuestra relación ya era bastante
confusa en su estado actual. No necesitaba ningún otro elemento sobrenatural
añadido a los que ya debía atender.
Él permanecía callado, y el silencio resultaba un poco
incómodo. La intuición me decía que no quería oír lo que estaba pensando, y
para romper su mutismo, pregunté:
—¿Qué tal le fue a Jared?
—Sin nada digno de mención. Se trataba de su compañera de
pupitre. Se había sentado a su lado un año y no la había mirado dos veces.
Entonces, de pronto, él cambió, la volvió a mirar y ya no apartó los ojos. Kim
quedó encantada, ya que estaba loca por él. En su diario, había enlazado el
apellido de Jared al de ella por todas partes.
Se carcajeó con sorna.
—¿Te lo dijo Jared? No debió hacerlo.
Jacob se mordió el labio.
—Supongo que no debería reírme, aunque es divertido.
—Menuda alma gemela.
El suspiró.
—Jared no me comentó nada de eso a sabiendas. Ya te lo he
explicado, ¿te acuerdas?
—Ah, sí, sois capaces de oír los pensamientos de los demás
miembros de la manada, pero sólo cuando sois lobos, ¿no es así?
—Exacto. Igual que tu chupasangres —torció el gesto.
—Edward —le corregí.
—Vale, vale. Por eso es por lo que sé tanto acerca de los sentimientos
de Sam. No es igual que si él nos lo hubiera contado todo de haber podido
elegir. De hecho, es algo que todos odiamos —de pronto, su voz se cargó de
amargura—. No tener privacidad ni secretos es atroz. Todo lo que te avergüenza
queda expuesto para que todos lo vean.
Se encogió de hombros.
—Tiene pinta de ser algo espantoso —murmuré.
—Resulta útil cuando hemos de coordinarnos —repuso a
regañadientes—, una vez de higos a brevas. Lo de Laurent fue divertido. Y si
los Cullen no se hubieran interpuesto en nuestro camino este último sábado...
¡Ay! —refunfuñó—. ¡Podíamos haberla alcanzado!
Apretó los puños con rabia.
Me estremecí. Por mucho que me preocupara que Jasper o
Emmett resultasen heridos, no era nada en comparación con el pánico que me
entró sólo de pensar en que Jacob se lanzase contra Victoria. Emmet y Jasper
eran lo más cercano que yo podía imaginar a dos seres indestructibles, pero él
seguía siendo una criatura de sangre caliente y en comparación, aún era un
humano, un mortal. La idea de que Jacob se enfrentara a Victoria, con su destellante
melena alborotada alrededor de aquel rostro extrañamente felino, me hizo
estremecer.
Jacob alzó los ojos y me estudió con gesto de curiosidad.
—Pero, de todos modos, ¿no te sucede eso todo el tiempo? ¿No
te lee Edward el pensamiento?
—Oh, no, nunca entra en mi mente. Aunque ya le gustaría.
La expresión de su rostro reflejó perplejidad.
—No puede leerme la mente —le expliqué con una pequeña mitad
de petulancia en la voz, fruto de la costumbre—. Soy la única excepción, pero
ignoramos el motivo.
—¡Qué raro! —comentó Jacob.
—Sí —la suficiencia desapareció—. Probablemente, eso
significa que me falta algún que otro tornillo —admití.
—Siempre supe que no andabas bien de la cabeza —murmuró él.
—Gracias.
De pronto, los rayos del sol se abrieron paso entre las
nubes y tuve que entornar los ojos para no quedar cegada por el resplandor del
mar. Todo cambió de color: las aguas pasaron del gris al azul; los árboles de
un apagado verde oliva a un chispeante tono jade; los guijarros relucían como
joyas con todos los colores del arco iris.
Parpadeamos durante unos instantes para ganar tiempo hasta
que nuestras pupilas se habituaran al aumento de luminosidad. Sólo se escuchaba
el apagado rugir de las olas, que retumbaban por los cuatro lados del malecón,
el suave crujido de las rocas al entrechocar entre sí bajo el empuje del océano
y los chillidos de las gaviotas en el cielo. Era muy tranquilo.
Jacob se acomodó más cerca de mí, tanto que se apoyó contra
mi brazo y, como estaba ardiendo, al minuto siguiente tuve que mover los
hombros para quitarme la chaqueta impermeable. Profirió un ronroneo gutural de
satisfacción y apoyó la mejilla sobre mi coronilla. El sol me calentaba la
piel, aunque no tanto como Jacob. Me pregunté con despreocupación cuánto iba a
tardar en salir ardiendo.
—¿En qué piensas? —susurró.
—En el sol.
—Um. Es agradable.
—¿Y en qué piensas tú?
—Recordaba aquella película que me llevaste a ver —rió entre
dientes—. Y a Mike Newton vomitando por todas partes.
Yo también me desternillé, sorprendido por cómo el tiempo altera
los recuerdos. Aquél solía ser uno de los de mayor estrés y confusión, pues fue
mucho lo que cambió esa noche, y ahora era capaz de reírme. Aquélla fue la
última velada que Jacob y yo pasamos juntos antes de que él supiera la verdad
sobre su linaje. Allí terminaba su memoria humana. Ahora, por extraño que
pudiera parecer, se había convertido en un recuerdo agradable.
—Echo de menos la facilidad con que sucedía todo... la
sencillez —reconoció—. Me alegra tener una buena capacidad de recordar.
Suspiró.
Sus palabras activaron mis propios recuerdos y me envaré,
presa de una repentina tensión. El se percató y preguntó:
—¿Qué pasa?
—Acerca de esa excelente memoria tuya... —me aparté para
poder leer la expresión de su rostro e inquirí—: ¿Te importaría decirme qué
pensabas el lunes por la mañana? Tus reflexiones molestaron a Edward —el verbo
«molestar» no era precisamente el adecuado, pero deseaba obtener una respuesta,
por lo que que era mejor no empezar con demasiada dureza.
El rostro de Jacob se animó al comprender y se carcajeó.
—Estaba pensando en ti. A él no le gustó ni pizca, ¿verdad?
—¿En mi? ¿En qué exactamente?
Jacob se volvió a reír a carcajadas, pero en esta ocasión
con una nota de mayor dureza.
—Recordaba tu aspecto la noche en que Sam te halló. Es como
si hubiera estado allí, ya que lo he visto en su mente. Ese recuerdo es el que
siempre acecha a Sam, ya sabes, y luego recordé tu imagen la primera vez que
viniste de visita a casa. Apuesto a que no tienes ni idea de lo confusa que
estabas, Bella. Tardaste varias semanas en volver a tener una apariencia
humana. Siempre recuerdo que te abrazabas el cuerpo como si estuviera hecho
añicos y quisieras mantenerlo unido con los brazos —se le crisparon las facciones
y sacudió la cabeza—. Me resulta duro recordar tu tristeza de entonces, pero no
es culpa mía. Imagino que para él debe ser aún más duro y pensé que Edward
debía echar un vistazo a lo que había hecho.
Le pegué un manotazo en el hombro con tal fuerza que me hice
daño.
—¡No vuelvas a hacerlo jamás, Jacob Black! Promételo.
—Ni hablar. Hacía meses que no me lo pasaba tan bien.
—A mi costa, Jake...
—Vamos, Bella, contrólate. ¿Cuándo volveré a verle? No le
des vueltas.
Me puse en pie. Él me tomó la mano cuando intenté alejarme.
Di un tirón para soltarme.
—Me largo, Jacob.
—No, no te vayas aún —protestó; la presión de su mano en torno
a la mía aumentó—. Disculpa, y... Vale. No volveré a hacerlo. Te lo prometo.
Suspiré.
—Gracias, Jake.
—Vamos, regresemos a mi casa —dijo con impaciencia.
—En realidad, creo que debería marcharme. Angela Weber me
está esperando y sé que Alice está preocupada. No quiero inquietarla demasiado.
—¡Pero si acabas de llegar!
—Eso es lo que parece —admití.
Alcé la vista a lo alto para mirar el sol, sin saber que ya
lo tenía exactamente encima de mi cabeza. ¿Cómo podía haber transcurrido el
tiempo tan deprisa?
Sus cejas se hundieron sobre los ojos.
—No sé cuándo volveré a verte —añadió con voz herida.
—Regresaré la próxima vez que él se vaya —le prometí de
forma impulsiva.
—¿Irse? —Jacob puso los ojos en blanco—. Es un buen
eufemismo para describir su conducta. Malditas garrapatas.
—¡No vendré jamás si eres incapaz de ser agradable! —le
amenacé mientras daba tirones para liberar la mano. Se negó a dejarme ir.
—No te enfades, va —repuso mientras esbozaba un gesto
burlón—. Ha sido una reacción instintiva.
—Vas a tener que meterte algo en la cabeza, si quieres que
vuelva, ¿vale? —él esperó—. Mira, no me preocupa quién es un vampiro ni quién
un licántropo —le expliqué—. Es irrelevante. Tú eres Jacob, él es Edward y yo,
Bella. Todo lo demás no importa.
Entornó levemente los ojos.
—Pero yo soy un licántropo —repuso de mala gana—, y él, un
vampiro —agregó con obstinada repugnancia.
—¡Y yo soy virgo! —grité, exasperada.
Enmarcó las cejas y sopesó mi expresión con ojos llenos de
curiosidad. Al final se encogió de hombros.
—Si en verdad eres capaz de verlo así...
—Puedo hacerlo.
—De acuerdo. Bella y Jacob. Nada de extrañas virgos por
aquí.
Me dedicó una sonrisa, el cálido gesto de siempre que tanto
habia añorado. Sentí que otra sonrisa de respuesta se extendía por mi cara.
—Te he echado mucho de menos, Jake —admití, sin pensármelo.
—Yo también —su sonrisa se ensanchó. Claramente, había
felicidad en sus ojos, por una vez sin atisbo de ira ni amargura—. Más de lo
que supones. ¿Volveré a verte pronto? l—En cuanto pueda —le prometí.
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