viernes, 4 de febrero de 2005

Capitulo 12


El día que los alumnos volvieron a la escuela, me planté en los
escalones de la entrada con la esperanza de ver una cara amiga. Sabía
que Lucas no iba a volver; y aunque no dejaba de fantasear una y otra vez
con que lo veía, solo se trataba de mi imaginación, que cruelmente me
jugaba malas pasadas.
Pensé que, en cierto modo, ese día marcaría un antes y un después: al
menos sabría a qué atenerme cuando Lucas no apareciera definitivamente
y dejaría de torturarme deseando inútilmente algo que me estaba negado.
Afrontaría la realidad y me obligaría a seguir adelante.
Y si iba a ser así, necesitaría los pocos amigos que aún me quedaban en
Medianoche.
Vi a Raquel abriéndose camino entre la gente, encorvada y nerviosa.
Enseguida comprendí la causa de su nerviosismo, solo tuve que volver la
cabeza y ver que Erich tenía su mirada clavada en ella en lo alto de los
escalones. Me acerqué rápidamente a Raquel y me colgué una de sus
bolsas al hombro.
—Has vuelto. No las tenía todas conmigo —dije.
—Si por mí fuera... —Raquel no levantó los ojos del suelo—. No te
ofendas, a ti te habría echado de menos, pero no quería volver a verlo a
él.
No hacía falta que me explicara de quién estaba hablando.
—¿No se lo has dicho a tus padres?
Supuse que llamarían a la señora Bethany, enfadados por no haber
echado a Erich, y que tal vez sacarían a Raquel de la academia. Se
encogió de hombros.
—Pensaron que estaba haciendo una montaña de un grano de arena.
Siempre hacen lo mismo.
Recordé la emoción en el rostro de Raquel cuando le dije que la creía y
en ese momento comprendí por qué.
—Da igual. He vuelto. Tengo que tragar. Además, perdí mi pulsera
preferida la noche antes de vacaciones. Tenía que volver aunque solo
fuera para buscarla.
Volví la cabeza hacia Erich. Sus ojos oscuros seguían clavados en
nosotras. Al ver que lo miraba, una sonrisita burlona se dibujó en sus
labios. Indignada, me volví hacia la multitud...
Lucas.
No, no era posible. Mi imaginación intentaba burlarse de mí una vez
más para seguir alentando mis esperanzas. Era imposible que Lucas
volviera jamás a Medianoche, y menos después de lo que había visto y de
lo que yo le había contado.
Sin embargo, al abrirse un hueco entre la gente y verlo con claridad,
comprendí que no me había equivocado: Lucas había vuelto.
Allí estaba, a apenas unos pasos de mí. Parecía más desaliñado que
antes: iba despeinado y llevaba el gastado jersey azul marino más rozado
que tenía de su uniforme de Medianoche. A él le quedaba de muerte.
Se me iluminó la cara al verlo, no pude evitarlo. En cuanto nuestras
miradas se encontraron, Lucas volvió la cabeza, como si no supiera qué
hacer. Fue como un bofetón en plena cara.
Mi primer impulso fue tirar la bolsa de Raquel al suelo y salir corriendo
al lavabo antes de ponerme a berrear allí mismo, en los escalones, pero en
ese momento una saeta a cuadros pasó corriendo por mi lado como una
exhalación y se abalanzó sobre la espalda de Lucas.
—¡Lucas! —exclamó Vic—. ¡Eh, tío! Has vuelto.
—Anda, suéltame —dijo Lucas entre risas, mientras apartaba a Vic.
—Echadle un vistazo a esto. —Vic rebuscó en su mochila y sacó un
salacot cien por cien auténtico, como los que solían llevar en las películas
antiguas de safaris. Nos lo enseñó a los dos. Por lo visto, Vic no se había
dado cuenta de que ya no estábamos juntos—. ¿A que es la leche?
—Vas listo si crees que van a dejarte llevar eso en clase —dije, fingiendo
que no pasaba nada. Tal vez Lucas me seguiría la corriente y eso me daría
pie a hablar con él—. Ya te pasaron las deportivas, pero creo que un
salacot es rizar el rizo.
—Solo tengo intención de llevarlo en Chez Lucas et Victor. —Vic se
colocó el sombrero en la cabeza para hacer una demostración—. Es ideal
para los momentos de relajación y estudio. ¿A que mola, Lucas?
Nadie contestó. Lucas había desaparecido entre la gente Vic se volvió
hacia mí, evidentemente confuso ante el número de escapismo
perpetrado por su compañero de habitación. Yo también estaba bastante
confundida, no se me ocurría por qué razón había vuelto.
Era evidente que Lucas iba a necesitar un tiempo antes de decidirse a
hablar conmigo. Teniendo en cuenta lo que sabía de mí, de Medianoche y
de los vampiros, pensé que se merecía todo el tiempo que necesitara.
Hasta entonces, no me quedaba más remedio que esperar.
Un par de días después, mientras me preparaba para ir a clase, fingía
estar realmente fascinada por las historias de Patrice acerca de sus
vacaciones en Suiza.
—Nunca dejará de sorprenderme que haya gente que prefiera esquiar
en Colorado. —Patrice arrugó la nariz. ¿De verdad creía que todo lo que
tuviera que ver con Estados Unidos era hortera? ¿O se trataría de una
especie de compensación y fingía ser más sofisticada de lo que era en
realidad? Sabiendo todos los secretos que yo misma guardaba, empezaba
a no tomarme al pie de la letra lo que decían los demás—. Suiza es mucho
más civilizada para mi gusto. Y se conoce a un abanico más amplio de
gente.
—No me gusta esquiar —dije despreocupadamente mientras me ponía
rimel—. Es más divertido hacer snowboard.
—¿Qué?
Patrice se me quedó mirando de hito en hito. Nunca antes se me había
ocurrido llevarle la contraria. Aunque quedó claro que no le gustaba que la
contradijeran, ni siquiera en un tema tan trivial como el esquí o el
snowboard.
Antes de que pudiera explicarme, la puerta se abrió de par en par. Era
Courtney y parecía... despeinada. Courtney, la que siempre llevaba el pelo
perfectamente alisado y maquillaje incluso cuando te topabas con ella en
el lavabo a las dos de la mañana.
—¿Habéis visto a Erich?
—¿A Erich? —Patrice enarcó una ceja—. No recuerdo haberlo invitado a
mi habitación. ¿Y tú, Bianca?
—Al menos no anoche.
—Ahorraos el sarcasmo, ¿vale? —nos espetó Courtney—. Cualquiera
diría que os importa un pimiento que uno de vuestros compañeros haya
desaparecido. Alguien se larga y vosotras os comportáis como si todo
fuera en broma. Genevieve está llorando a lágrima viva.
—Un momento, ¿Erich ha desaparecido?
Raquel apareció en la puerta, junto a un par de alumnas más, todas
ellas en distintas fases de preparación para ir a clase. Las noticias
volaban.
—¿Conocéis a su compañero de habitación, David? Volvió ayer. —Me di
cuenta de que la preocupación de Courtney no era tan profunda como
para no disfrutar de ser el centro de atención—. David dice que es como si
hubieran registrado la habitación de Erich de arriba abajo —continuó,
entusiasmada—. ¡El sitio está patas arriba! Y no hay rastro de Erich por
ninguna parte. Se suponía que Genevieve y él iban a salir este fin de
semana, y ahora ella está echa polvo.
—Pues a partir de ahora intentaremos que no se nos oiga reír —
prometió Raquel, bastante menos preocupada por Erich.
¿Quién iba a tenérselo en cuenta? Courtney nos miró frunciendo el ceño
y se fue haciendo aspavientos.
—Cualquiera diría que Genevieve no soporta perderse la oportunidad de
oro de que la violen durante una cita amorosa —me comentó Raquel esa
misma mañana, más tarde, de camino a nuestra primera clase.
—Creo que Erich estaba harto de la escuela —dije—. Según he oído, un
montón de alumnos la abandonan todos los años antes de que acabe el
curso.
Sabía que Erich era un alumno más entre los muchos vampiros que
acudían a Medianoche para comprender el funcionamiento del mundo
moderno que se hartaban de ser tratados como estudiantes y que iban a
divertirse a otro lado. O puede que la señora Bethany hubiera adivinado
en él lo que yo había visto y le había ordenado que abandonara la escuela
de inmediato.
—Los alumnos que se fugan son los más inteligentes, por eso me
sorprende que Erich sea el primero en marcharse. —Raquel hizo una
pausa—. Parecen estar muy seguros de que se ha ido, porque no le
comentó nada a nadie. Además, si tenía intención de irse, lo más lógico
habría sido que lo hubiera hecho durante las vacaciones de Navidad.
¿Crees que vendrá la poli? Al menos deberían investigarlo.
—Seguramente llamó a sus padres para que vinieran a recogerlo y se lo
llevaron a otro internado pijo. Estoy segura de que la señora Bethany está
enterada de todo. A Courtney le gusta dramatizar.
—Sí, no me sorprendería. Además, Erich es el típico capullo que dejaría
su habitación patas arriba antes de irse para que alguien tuviera que
ordenarla. —Sin embargo, Raquel no parecía convencida del todo—.
Aunque deberían investigarlo de todos modos. Los profesores e incluso la
poli.
—Al final acabará sabiéndose. —El tema estaba empezando a
intranquilizarme—. Dale tiempo.
—La gente de esta escuela se comporta como si no pasara nada cuando
desaparece un alumno. —Raquel sacudió la cabeza—. Repito lo que dije el
semestre pasado: el año que viene no pienso volver a este lugar.
Me pregunté si eso mismo sería lo que habría dicho Erich.
Todo el mundo se comportó de manera extraña el resto del día. Los
alumnos estaban distraídos en clase, lanzando conjeturas sobre adonde
podría haber ido Erich. David nos informó de que se había llevado todos
sus libros y papeles, pero que había dejado la ropa, algo que no encajaba
en absoluto con su carácter. Yo estuve esperando a que la señora Bethany
nos reuniera para ofrecernos algún tipo de explicación, pero esta no se
produjo.
Esa noche, acabé merodeando por la escalera de la torre, la de las
ventanas estrechas que apenas abrían un resquicio en la pared y desde
las que se disponía de las mejores vistas del camino de grava que
conducía a la carretera principal. No esperaba ver a Erich, pero de todos
modos me quedé esperando algo.
—Creo que la policía no vendrá.
Aparté la cabeza de la ventana y vi a Lucas unos escalones más arriba.
Vestía la versión negra del uniforme, y su silueta se recortaba con tanta
nitidez contra la luz del pasillo del piso superior que no pude diferenciar su
cara. Solo se distinguía su figura: sus anchos hombros, el modo en que se
apoyaba contra la pared de piedra de la escalera. Mis miedos se
disolvieron en deseo.
—No, la señora Bethany no llamará a la policía —respondí, casi sin
aliento—. Eso atraería una atención bastante indeseada.
—Pero no hay peligro de que uno de los... Uno de los «niños ricos» dé
con él.
—No, Erich era tan «niño rico» como el que más.
Lucas bajó un peldaño y por fin conseguí ver su cara a pesar de la
penumbra. Todas las horas que había pasado echándole de menos en Navidad salieron a flote a la vez y deseé con todas mis fuerzas acariciarle la mejilla o apoyar mi cabeza en su hombro. Pero no lo hice. Había una barrera entre los dos, una que no podría salvar jamás.
—Siento no haber contestado a tu correo —dijo Lucas—. Creo que
estaba... conmocionado.
—No te culpo.
Se me aceleró el corazón.
—Tenemos que hablar. A solas —se limitó a decir.
Si a pesar de saber que había sido yo quien le había mordido seguía
confiando en mí lo suficiente para estar a solas conmigo, eso quería decir
que todavía no estaba todo perdido.
—Conozco un sitio —dije, intentando serenarme para que no me
temblara la voz—. ¿Quieres que vayamos allí?
—Tú diriges —dijo Lucas y me atreví a acariciar una esperanza.

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