El día que los
alumnos volvieron a la escuela, me planté en los
escalones de la
entrada con la esperanza de ver una cara amiga. Sabía
que Lucas no
iba a volver; y aunque no dejaba de fantasear una y otra vez
con que lo
veía, solo se trataba de mi imaginación, que cruelmente me
jugaba malas
pasadas.
Pensé que, en
cierto modo, ese día marcaría un antes y un después: al
menos sabría a
qué atenerme cuando Lucas no apareciera definitivamente
y dejaría de torturarme
deseando inútilmente algo que me estaba negado.
Afrontaría la
realidad y me obligaría a seguir adelante.
Y si iba a ser
así, necesitaría los pocos amigos que aún me quedaban en
Medianoche.
Vi a Raquel
abriéndose camino entre la gente, encorvada y nerviosa.
Enseguida
comprendí la causa de su nerviosismo, solo tuve que volver la
cabeza y ver
que Erich tenía su mirada clavada en ella en lo alto de los
escalones. Me
acerqué rápidamente a Raquel y me colgué una de sus
bolsas al
hombro.
—Has vuelto. No
las tenía todas conmigo —dije.
—Si por mí
fuera... —Raquel no levantó los ojos del suelo—. No te
ofendas, a ti
te habría echado de menos, pero no quería volver a verlo a
él.
No hacía falta
que me explicara de quién estaba hablando.
—¿No se lo has
dicho a tus padres?
Supuse que
llamarían a la señora Bethany, enfadados por no haber
echado a Erich,
y que tal vez sacarían a Raquel de la academia. Se
encogió de
hombros.
—Pensaron que
estaba haciendo una montaña de un grano de arena.
Siempre hacen
lo mismo.
Recordé la
emoción en el rostro de Raquel cuando le dije que la creía y
en ese momento
comprendí por qué.
—Da igual. He
vuelto. Tengo que tragar. Además, perdí mi pulsera
preferida la
noche antes de vacaciones. Tenía que volver aunque solo
fuera para
buscarla.
Volví la cabeza
hacia Erich. Sus ojos oscuros seguían clavados en
nosotras. Al
ver que lo miraba, una sonrisita burlona se dibujó en sus
labios.
Indignada, me volví hacia la multitud...
Lucas.
No, no era
posible. Mi imaginación intentaba burlarse de mí una vez
más para seguir
alentando mis esperanzas. Era imposible que Lucas
volviera jamás
a Medianoche, y menos después de lo que había visto y de
lo que yo le
había contado.
Sin embargo, al
abrirse un hueco entre la gente y verlo con claridad,
comprendí que
no me había equivocado: Lucas había vuelto.
Allí estaba, a
apenas unos pasos de mí. Parecía más desaliñado que
antes: iba
despeinado y llevaba el gastado jersey azul marino más rozado
que tenía de su
uniforme de Medianoche. A él le quedaba de muerte.
Se me iluminó
la cara al verlo, no pude evitarlo. En cuanto nuestras
miradas se
encontraron, Lucas volvió la cabeza, como si no supiera qué
hacer. Fue como
un bofetón en plena cara.
Mi primer
impulso fue tirar la bolsa de Raquel al suelo y salir corriendo
al lavabo antes
de ponerme a berrear allí mismo, en los escalones, pero en
ese momento una
saeta a cuadros pasó corriendo por mi lado como una
exhalación y se
abalanzó sobre la espalda de Lucas.
—¡Lucas!
—exclamó Vic—. ¡Eh, tío! Has vuelto.
—Anda, suéltame
—dijo Lucas entre risas, mientras apartaba a Vic.
—Echadle un
vistazo a esto. —Vic rebuscó en su mochila y sacó un
salacot cien
por cien auténtico, como los que solían llevar en las películas
antiguas de
safaris. Nos lo enseñó a los dos. Por lo visto, Vic no se había
dado cuenta de
que ya no estábamos juntos—. ¿A que es la leche?
—Vas listo si
crees que van a dejarte llevar eso en clase —dije, fingiendo
que no pasaba
nada. Tal vez Lucas me seguiría la corriente y eso me daría
pie a hablar
con él—. Ya te pasaron las deportivas, pero creo que un
salacot es
rizar el rizo.
—Solo tengo
intención de llevarlo en Chez Lucas et Victor. —Vic se
colocó el
sombrero en la cabeza para hacer una demostración—. Es ideal
para los
momentos de relajación y estudio. ¿A que mola, Lucas?
Nadie contestó.
Lucas había desaparecido entre la gente Vic se volvió
hacia mí,
evidentemente confuso ante el número de escapismo
perpetrado por
su compañero de habitación. Yo también estaba bastante
confundida, no
se me ocurría por qué razón había vuelto.
Era evidente
que Lucas iba a necesitar un tiempo antes de decidirse a
hablar conmigo.
Teniendo en cuenta lo que sabía de mí, de Medianoche y
de los
vampiros, pensé que se merecía todo el tiempo que necesitara.
Hasta entonces,
no me quedaba más remedio que esperar.
Un par de días
después, mientras me preparaba para ir a clase, fingía
estar realmente
fascinada por las historias de Patrice acerca de sus
vacaciones en
Suiza.
—Nunca dejará
de sorprenderme que haya gente que prefiera esquiar
en Colorado.
—Patrice arrugó la nariz. ¿De verdad creía que todo lo que
tuviera que ver
con Estados Unidos era hortera? ¿O se trataría de una
especie de
compensación y fingía ser más sofisticada de lo que era en
realidad?
Sabiendo todos los secretos que yo misma guardaba, empezaba
a no tomarme al
pie de la letra lo que decían los demás—. Suiza es mucho
más civilizada
para mi gusto. Y se conoce a un abanico más amplio de
gente.
—No me gusta
esquiar —dije despreocupadamente mientras me ponía
rimel—. Es más
divertido hacer snowboard.
—¿Qué?
Patrice se me
quedó mirando de hito en hito. Nunca antes se me había
ocurrido
llevarle la contraria. Aunque quedó claro que no le gustaba que la
contradijeran,
ni siquiera en un tema tan trivial como el esquí o el
snowboard.
Antes de que
pudiera explicarme, la puerta se abrió de par en par. Era
Courtney y
parecía... despeinada. Courtney, la que siempre llevaba el pelo
perfectamente
alisado y maquillaje incluso cuando te topabas con ella en
el lavabo a las
dos de la mañana.
—¿Habéis visto
a Erich?
—¿A Erich?
—Patrice enarcó una ceja—. No recuerdo haberlo invitado a
mi habitación.
¿Y tú, Bianca?
—Al menos no
anoche.
—Ahorraos el
sarcasmo, ¿vale? —nos espetó Courtney—. Cualquiera
diría que os
importa un pimiento que uno de vuestros compañeros haya
desaparecido.
Alguien se larga y vosotras os comportáis como si todo
fuera en broma.
Genevieve está llorando a lágrima viva.
—Un momento,
¿Erich ha desaparecido?
Raquel apareció
en la puerta, junto a un par de alumnas más, todas
ellas en
distintas fases de preparación para ir a clase. Las noticias
volaban.
—¿Conocéis a su
compañero de habitación, David? Volvió ayer. —Me di
cuenta de que
la preocupación de Courtney no era tan profunda como
para no
disfrutar de ser el centro de atención—. David dice que es como si
hubieran
registrado la habitación de Erich de arriba abajo —continuó,
entusiasmada—.
¡El sitio está patas arriba! Y no hay rastro de Erich por
ninguna parte.
Se suponía que Genevieve y él iban a salir este fin de
semana, y ahora
ella está echa polvo.
—Pues a partir
de ahora intentaremos que no se nos oiga reír —
prometió
Raquel, bastante menos preocupada por Erich.
¿Quién iba a
tenérselo en cuenta? Courtney nos miró frunciendo el ceño
y se fue
haciendo aspavientos.
—Cualquiera
diría que Genevieve no soporta perderse la oportunidad de
oro de que la
violen durante una cita amorosa —me comentó Raquel esa
misma mañana,
más tarde, de camino a nuestra primera clase.
—Creo que Erich
estaba harto de la escuela —dije—. Según he oído, un
montón de
alumnos la abandonan todos los años antes de que acabe el
curso.
Sabía que Erich
era un alumno más entre los muchos vampiros que
acudían a
Medianoche para comprender el funcionamiento del mundo
moderno que se
hartaban de ser tratados como estudiantes y que iban a
divertirse a
otro lado. O puede que la señora Bethany hubiera adivinado
en él lo que yo
había visto y le había ordenado que abandonara la escuela
de inmediato.
—Los alumnos
que se fugan son los más inteligentes, por eso me
sorprende que
Erich sea el primero en marcharse. —Raquel hizo una
pausa—. Parecen
estar muy seguros de que se ha ido, porque no le
comentó nada a
nadie. Además, si tenía intención de irse, lo más lógico
habría sido que
lo hubiera hecho durante las vacaciones de Navidad.
¿Crees que
vendrá la poli? Al menos deberían investigarlo.
—Seguramente
llamó a sus padres para que vinieran a recogerlo y se lo
llevaron a otro
internado pijo. Estoy segura de que la señora Bethany está
enterada de
todo. A Courtney le gusta dramatizar.
—Sí, no me
sorprendería. Además, Erich es el típico capullo que dejaría
su habitación
patas arriba antes de irse para que alguien tuviera que
ordenarla. —Sin
embargo, Raquel no parecía convencida del todo—.
Aunque deberían
investigarlo de todos modos. Los profesores e incluso la
poli.
—Al final
acabará sabiéndose. —El tema estaba empezando a
intranquilizarme—.
Dale tiempo.
—La gente de
esta escuela se comporta como si no pasara nada cuando
desaparece un
alumno. —Raquel sacudió la cabeza—. Repito lo que dije el
semestre
pasado: el año que viene no pienso volver a este lugar.
Me pregunté si
eso mismo sería lo que habría dicho Erich.
Todo el mundo
se comportó de manera extraña el resto del día. Los
alumnos estaban
distraídos en clase, lanzando conjeturas sobre adonde
podría haber
ido Erich. David nos informó de que se había llevado todos
sus libros y
papeles, pero que había dejado la ropa, algo que no encajaba
en absoluto con
su carácter. Yo estuve esperando a que la señora Bethany
nos reuniera
para ofrecernos algún tipo de explicación, pero esta no se
produjo.
Esa noche,
acabé merodeando por la escalera de la torre, la de las
ventanas
estrechas que apenas abrían un resquicio en la pared y desde
las que se
disponía de las mejores vistas del camino de grava que
conducía a la
carretera principal. No esperaba ver a Erich, pero de todos
modos me quedé
esperando algo.
—Creo que la
policía no vendrá.
Aparté la
cabeza de la ventana y vi a Lucas unos escalones más arriba.
Vestía la
versión negra del uniforme, y su silueta se recortaba con tanta
nitidez contra
la luz del pasillo del piso superior que no pude diferenciar su
cara. Solo se
distinguía su figura: sus anchos hombros, el modo en que se
apoyaba contra
la pared de piedra de la escalera. Mis miedos se
disolvieron en
deseo.
—No, la señora
Bethany no llamará a la policía —respondí, casi sin
aliento—. Eso
atraería una atención bastante indeseada.
—Pero no hay
peligro de que uno de los... Uno de los «niños ricos» dé
con él.
—No, Erich era
tan «niño rico» como el que más.
Lucas bajó un
peldaño y por fin conseguí ver su cara a pesar de la
penumbra. Todas
las horas que había pasado echándole de menos en Navidad
salieron a flote a la vez y deseé con todas mis fuerzas acariciarle la mejilla o
apoyar mi cabeza en su hombro. Pero no lo hice. Había una barrera entre
los dos, una que no podría salvar jamás.
—Siento no
haber contestado a tu correo —dijo Lucas—. Creo que
estaba...
conmocionado.
—No te culpo.
Se me aceleró
el corazón.
—Tenemos que
hablar. A solas —se limitó a decir.
Si a pesar de
saber que había sido yo quien le había mordido seguía
confiando en mí
lo suficiente para estar a solas conmigo, eso quería decir
que todavía no
estaba todo perdido.
—Conozco un
sitio —dije, intentando serenarme para que no me
temblara la
voz—. ¿Quieres que vayamos allí?
—Tú diriges
—dijo Lucas y me atreví a acariciar una esperanza.
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