Puedes levantarte?
—Todavía no.
—Lucas se llevó las manos a los ojos y luego dejó caer los
brazos,
inermes, al suelo—. Necesito un segundo más.
—He intentado
no beber demasiada sangre. —Lo último que deseaba
era tener que
ir a pedirle ayuda de nuevo a la señora Bethany—. Me diste
permiso,
¿verdad?
—Sí, no estoy
seguro de que estuviera en mis cabales, pero eso es
problema mío,
no tuyo. —La tensión que hasta ese momento había sentido
en mi interior
desapareció por completo y pude volver a respirar tranquila.
Mientras Lucas
pensara de aquella manera, todo iría bien—. ¿Te dijeron tus
padres o la
señora Bethany que lo hicieras?
—¿Morderte?
—Eso ya sé que
no. Me refiero a que me hablaras de la escuela.
—Todo lo
contrario. Me pidieron que te mintiera, por eso lo hice. —Todo
aquello seguía
haciéndome sentir avergonzada—. Lo siento, Lucas. Pensé
que seguirle la
corriente a la señora Bethany y corroborar la historia que
se inventó para
rellenar las horas que habías olvidado sería lo mejor para
ambos.
—Es raro.
Recuerdo que acabas de morderme... pero está como borroso.
Como a veces
cuando no eres capaz de recordar a la perfección un sueño
cinco minutos
después de despertarte. Si no hubieras estado aquí
conmigo y no me
hubieras mantenido despierto, lo más probable es que
hubiera vuelto
a olvidarlo. Aunque lo lógico sería pensar que ser mordido
por un vampiro
es una de esas cosas que se te quedan grabadas en la
memoria... No
sé, porque se salen de lo normal, supongo.
—La amnesia
forma parte del mordisco, pero no sé por qué. Tal vez
nadie lo sepa.
No es que existan demasiadas explicaciones científicas
sobre los
vampiros precisamente.
Lucas hizo una
profunda inspiración y a continuación, poco a poco, se
apuntaló sobre
los codos hasta conseguir quedarse sentado. Lo cogí por el
hombro con la
mano libre, pero él sacudió la cabeza.
—Estoy bien,
creo.
—Ahora ya sabes
por qué hay veces que cuando nos besamos tengo
que, bueno,
tengo que reprimirme.
—Ahora lo
entiendo. —Lucas sonrió como si algo le divirtiera—. En parte
es un alivio.
Estaba empezando a creer que debía cambiar de enjuague
bucal o algo
así.
Se me escapó
una risita y lo besé en la mejilla.
—No te
preocupes, no te he convertido en vampiro.
—Lo sé. Bueno,
el corazón todavía me late, así que no soy un vampiro.
—Lucas sacó el
pañuelo del bolsillo y se lo llevó al cuello. Mientras se
enjugaba la
herida, hizo un gesto de dolor—. Todavía no puedo creer que
nacieras siendo
vampiro. Nunca había oído hablar de algo así.
—¿Cómo ibas a
oír hablar de algo así si no sabías que los vampiros
existían de
verdad?
—Tienes razón.
—No volveré a
morderte, a no ser que me lo pidas.
—Te creo.
—Lucas se echó a reír, aunque de una manera extraña, como
si le hubiera
hecho gracia algo que yo ignoraba—. Te creo del todo. Incluso
ahora.
Lo abracé con
fuerza. Significaba mucho que Lucas dijera aquello
después de
saber que le había mentido... En fin, no podía pedir más.
Le hice un
vendaje a Lucas con sumo cuidado para que nadie reparara
en la herida
mientras llevara la camisa del uniforme. Bajamos la escalera y
conseguimos
librarnos del hecho de saltarnos el toque de queda. Me besó
con total
naturalidad a la entrada de los dormitorios de los chicos y se
alejó como si
esa noche no se hubiera diferenciado en nada de las demás.
—Estás rara —me
dijo Raquel poco después, mientras nos cepillábamos
los dientes en
el lavabo—. Sé que la cosa estaba un poco tirante entre
Lucas y tú. ¿Va
todo bien?
—Todo va
fenomenal. Tuvimos una especie de malentendido durante las
vacaciones, pero
ahora ya está todo arreglado. —Con lo de «estar rara» se
refería a que
yo estaba intentando cubrirme el ángulo para que Raquel no
pudiera ver que
la pasta de dientes que estaba escupiendo era rosa por
culpa de la
sangre de Lucas—. ¿Qué tal tú?
—¿Yo? Genial
—contestó con verdadero entusiasmo, lo que me llevó a
mirarla
fijamente, muy sorprendida. Raquel se echó a reír— Lo siento.
Ahora que no
está Erich, Medianoche casi me parece soportable.
—¿De verdad?
Deberías escucharte. El año que viene serás la capitana
de las
animadoras de Medianoche.
—Primero: si
vuelves a llamarme animadora, limpiaré el suelo contigo —
dijo Raquel con
el cepillo de dientes en la boca—. Y segundo: menudo rollo
animar una
escuela donde solo se practica equitación y esgrima. De
verdad, es como
estar anclados en la Edad
Media.
—Yo diría que a
principios del siglo XVIII. —Cerré el grifo del agua fría y
la miré con una
sonrisa de suficiencia—. Y no creas que no me he dado
cuenta de que
no has negado que fueras a volver el año que viene.
Eso me valió
una toalla húmeda lanzada a la cabeza, pero conseguí
esquivarla.
Esa noche,
mientras estaba en la cama y Patrice se escabullía por la
ventana en
busca de un tentempié, intenté evaluar cómo me sentía. Volvía
a sentir esa
proximidad casi mística con Lucas, pero esta vez era incluso
mejor. Ahora él
lo sabía y lo comprendía todo. Ya no tenía que seguir
mintiendo, y
eso en sí ya era un notable y confortante alivio. En realidad
todo lo demás
daba igual.
O eso creía yo,
hasta la mañana siguiente.
Me levanté con
los sentidos agudizados, igual que la otra vez. Mis
padres me
habían dicho que me acostumbraría a esas sensaciones, pero
era evidente
que iba para largo. Hundí la cabeza en la almohada en un
vano intento
por amortiguar los madrigales que Genevieve cantaba en la
ducha, los
pájaros graznando en el exterior y el ruido que estaba haciendo
alguien en el
piso de abajo que ya estaba sacándole punta a los lápices. La
trama de la
funda de la almohada me rozaba la piel y me mareaba el olor
de laca de uñas
de Patrice.
—¿Tienes que
hacerte la pedicura todos los días?
Retiré
la colcha.
Patrice me miró
los pies descalzos, los cuales era evidente que no
habían recibido
demasiada atención desde hacía un tiempo.
—Algunos ponen
más empeño en el cuidado personal que otros. Es una
cuestión de
preferencias personales. No pretendo considerarlo como un
reflejo del
carácter de nadie.
—Algunos tienen
mejores cosas que hacer que pintarse las uñas —
repliqué.
Patrice me
ignoró y continuó aplicándose laca de color Burdeos en la
uña del dedo
pequeño.
Cuando por fin
bajé, tuve la impresión de que empezaba a manejar mis
sentidos
agudizados. Sin embargo, lo que realmente me preocupaba era la
incertidumbre
de si volvería a ver a Lucas. A pesar de que me había
pedido que lo
mordiera, la herida tenía que doler. ¿Y si eso lo ahuyentaba?
No estaba
esperándome cuando bajé. El trimestre anterior, cuando
salíamos
juntos, solía esperarme a la entrada de los dormitorios de las
chicas, con la
mochila al hombro, pero ese día, nada. No le di mayor
importancia y
me dije que habría vuelto a dormirse. A veces le pasaba, y
después de la
noche anterior, era evidente que necesitaba descansar.
A la hora de la
comida, lo busqué por los alrededores del internado, pero
no lo encontré
por ninguna parte. Aun así, no les dije nada ni a mis padres
ni a nadie más.
La noche anterior Lucas me había asegurado que creía en
mí y eso
significaba que yo debía creer en él. Ni siquiera cuando fui a la
clase de
Química y vi que Lucas había hecho novillos dejé de repetirme
que debía tener
fe.
Tuve que
esperar hasta después de clases, cuando Vic se acercó a mí en
el pasillo e
intentó comportarse con naturalidad, aunque le salió muy mal.
—Eh, hola.
¿Recuerdas esa vez que te colaste en nuestra habitación?
—Sí, antes de
Navidad. —Lo miré de soslayo—. ¿Por qué?
—¿Crees que
podrías volver a hacerlo? A Lucas le pasa algo raro y no
quiere decir
nada. Supongo que si alguien puede convencerlo para que
vaya a ver al
médico, ese alguien eres tú.
«¿El médico?
Oh, no.» Angustiada, cogí a Vic por el brazo.
—Llévame allí.
Ahora.
—¡Vale, vale!
—Empezó a guiarme hacia los dormitorios de los chicos,
echando un
vistazo furtivo alrededor por si nos seguían—. Cálmate. No es
una apendicitis
ni nada por el estilo. Solo es que está un poco raro. Más
raro de lo
normal, quiero decir.
Todo el mundo
estaba en tensión desde la desaparición de Erich, así que
esta vez no me
resultó tan fácil colarme. Vic comprobaba los pasillos,
esperaba a que
estuvieran despejados y luego me hacía señas como un
poseso. A
continuación, yo cruzaba el pasillo a la carrera y me agachaba
en una esquina,
mientras Vic comprobaba el pasillo siguiente. Por fin
llegamos y
entré en su habitación.
Lucas estaba
tumbado en la cama, con las manos sobre el estómago,
como si
estuviera enfermo. Se sorprendió al verme, pero enseguida
pareció
sentirse aliviado. A pesar de todo, se alegraba de que estuviera
allí y eso me
hizo tan feliz que no pude por menos que sonreír.
—Hola, ¿dolor
de estómago? —le pregunté, arrodillándome junto a la
cama.
—No creo que
ese sea el problema. —Cerró los ojos mientras le
apartaba unos
mechones de la frente sudorosa—. Vic, ¿podrías dejarnos
solos un
momento?
—Claro. Cuelga
la corbata del pomo si estáis ocupados. Me va el porno
gratis, pero...
—¡Vic!
—protestamos ambos al unísono.
Vic levantó las
manos y salió marcha atrás, sonriendo.
—Vale, vale.
En cuanto la
puerta se cerró, me volví hacia Lucas.
—¿Qué te pasa?
—Es desde esta
mañana, es como si... Bianca, lo oigo todo. Todo lo que
pasa en esta
escuela. La gente cuando habla, cuando camina, incluso
cuando escribe.
Los bolis sobre el papel. Lo oigo todo muy alto. —Sus
síntomas me
resultaron tan conocidos que un escalofrío me recorrió el
cuerpo. Lucas
entrecerró los párpados, como si la luz le hiciera daño en los
ojos—. Los
olores también son muy penetrantes. Es como si todo
estuviera...
exagerado. Es insoportable.
—A mí también
me pasó después de morderte.
Lucas sacudió
la cabeza.
—No puede ser
por el mordisco —insistió—. La otra vez no me sentí así.
Me desperté en
casa de la señora Bethany con un ligero dolor de cabeza,
pero nada más.
—Más de una
vez... —murmuré, recordando lo que me había dicho mi
madre—. No
puedes convertirte en vampiro hasta que te hayan mordido
más de una vez.
Lucas se
enderezó de repente y apoyó la espalda contra la cabecera de
metal.
—Eh, eh, que no
soy un vampiro, estoy vivo.
—No, no eres un
vampiro, pero podría convertirte en uno. Es posible. Y
tal vez... Tal
vez, ya que es posible, tu cuerpo está empezando a cambiar.
Hizo una mueca.
—Me estás
tomando el pelo, ¿verdad?
—¡No bromearía
con una cosa así!
—Bueno, pues
podemos, no sé, ¿dar marcha atrás? ¿Podemos arreglarlo
para que no me
convierta en un vampiro?
—¡No lo sé! No
tengo ni idea de cómo funciona esto.
—¿Cómo no vas a
saberlo? ¿No te han dado ningún tipo de charla sobre
cómo se hacen
los vampiros o algo así?
Ya volvía a
estar insinuando que mis padres me habían ocultado
información
importante y aunque seguía encontrándolo irritante, tuve la
desoladora idea
de que podía ser cierto.
—Me han
explicado cómo me convertiría en un vampiro. Me han
preparado para
mi propio cambio, no para el tuyo.
—Lo sé, lo sé.
—Su mano en mi hombro me tranquilizó y me sentí
avergonzada de
que fuera él quien tuviera que consolarme estando tan
asustado e
indispuesto como estaba—. Es que me cuesta hacerme a la
idea.
—Pues ya somos
dos.
¿Por qué hasta
ese momento no me había parado nunca a pensar sobre
lo poco que
sabía acerca de lo que significaba ser un vampiro? Antes ni
siquiera me
había planteado preguntar por la cuestión. Tal vez mis padres
no me
estuvieran ocultando la verdad de manera consciente, tal vez solo
estaban
esperando a que estuviera preparada. Y entonces caí en la cuenta
de que esa
podría ser la verdadera explicación de por qué habían insistido
en que viniera
a la Academia
Medianoche. Quizá estaban preparándome
para conocer
toda la verdad.
Si era así, lo
habían conseguido.
—Intentaré
averiguar algo al respecto. Tiene que haber libros en la
biblioteca. O
podría preguntarle a alguien que no sospechara. A Patrice, tal
vez. Sé que
Balthazar me lo diría, pero él sabría enseguida que he vuelto a
morderte. Puede
que no se lo dijera a mis padres, pero acabaría
haciéndolo si
creyera que es necesario por nuestro bien.
—No te
arriesgues —dijo Lucas—. Ya lo averiguaremos de alguna
manera.
Descubrir la
verdad acabó siendo mucho más duro de lo que pensaba.
—¿Ves lo fácil
que es? —Patrice estaba tan contenta de que le hubiera
pedido que me
iniciara en el arte de la pedicura que cualquiera diría que
le estaba
pagando clases particulares—. Mañana probaremos con un color
que vaya mejor
con tu tono de piel. Este rojo coral no acaba de pegarte.
—Vaya, qué
bien. Es decir, que eso estaría muy bien. —No había
contado con que
tendría que repintarme las uñas de los pies el resto del
curso, pero si
podía aprender algo útil, valdría la pena—. Supongo que en
los viejos
tiempos, no sé, antes de que existiera el quitaesmalte y esas
cosas, tenía
que ser difícil mantenerse.
—Bueno, no
había pintauñas que quitarse, pero arreglarse era todo un
reto. Los
polvos de talco ayudaban mucho. —Patrice suspiró y una leve
sonrisa afloró
a sus labios—. Agua de Florida. Saquitos perfumados
también, y
perfume en pañuelitos que podías meter en el escote del
vestido.
—¿Y eso atraía
a los chicos? —Al ver que asentía, me aventuré un poco
más—. Así
podías, bueno, ¿morderlos?
—A veces. —En
ese momento, el rostro de Patrice adoptó una expresión
que casi nunca
había visto en ella: la rabia—. Los hombres que conocí no
eran caballeros
precisamente, ¿sabes? Eran postores. Compradores. Los
bailes a los
que acudía antes de la guerra civil eran bailes para mestizos...
No sabes de qué
te estoy hablando, ¿verdad?
Negué con la
cabeza.
—A las chicas
como yo, con sangre negra y blanca en las venas, aunque
de piel lo
bastante clara como para complacer a los amos de las
plantaciones,
nos enviaban a vivir a Nueva Orleans, donde se nos educaba
como a
jovencitas respetables. A veces llegabas a olvidar que eras una
esclava.
—Patrice miró fijamente sus uñas de los pies a medio pintar, tres
de las cuales
todavía estaban húmedas y brillaban—. Luego, al crecer y
llegar a cierta
edad, podías acudir a los bailes para mestizos donde los
hombres blancos
te examinaban y te compraban a tu amo, como una
especie de
concubina.
—Patrice, eso
es horrible.
Nunca había
oído hablar de algo tan espantoso.
—Me transformé
la noche anterior a mi primer baile —dijo con toda
naturalidad,
sacudiendo la cabeza—. Se puede decir que me pasé toda la
temporada
social bebiendo de un hombre a otro. Mientras ellos creían que
estaban
utilizándome, era yo quien los utilizaba a ellos. Luego, huí.
Era la primera
vez que Patrice compartía algo conmigo... Al menos, algo
real. Me habría
gustado que hubiera seguido contándome cosas sobre su
pasado, pero
tuve que cambiar de tema por el bien de Lucas.
—¿Alguna vez
llegaste a beber la sangre de alguien en más de una
ocasión?
—¿Hum? —Patrice
pareció regresar de muy lejos—. Ah, sí, la de
Beauregard. Un
tipo gordo y muy pagado de sí mismo. Podía perder un
litro sin
enterarse, lo que me venía muy bien.
—¿Y qué le pasó
a ese tal Beauregard?
—La última
noche de la temporada social, se cayó del caballo y se
rompió el
cuello. Tal vez se debió a lo débil que estaba después de perder
tanta sangre,
pero lo más probable es que estuviera borracho. ¿Crees que
el ciruela va
bien con mi tono de piel?
—El ciruela te
queda de muerte.
Y ahí acabó
nuestra conversación, El puente que se había tendido entre
nosotras se
había recogido, y Patice había vuelto a refugiarse en su mundo
de sedas y
perfumes, a salvo de tener que rememorar su duro pasado.
Sabía que no
podía seguir preguntándole sin levantar sospechas, así que
la conversación
en sí no me había servido de nada.
¿Y la
biblioteca? Aún peor. Lo lógico habría sido pensar que en la
biblioteca de
una escuela de vampiros encontraría libros sobre vampiros,
¿no? Pues no.
Los únicos ejemplares que tenían eran novelas de terror
(clasificadas
en la sección de humor) y estudios serios sobre el folclore
como los que
habíamos leído en la clase de la señora Bethany, más
pintorescos que
realistas. Estaba visto que ningún vampiro había escrito
un libro sobre
vampiros. Al tiempo que apoyaba la cabeza contra una
hilera de tomos
enciclopédicos, suspirando de frustración, me pregunté si
algún día no
debería hacer una incursión en el mercado editorial con algo
por el estilo.
Puede que aquello me sirviera a la hora de elegir carrera,
pero no
demasiado para solucionar la situación de Lucas.
Por fortuna,
Lucas se sintió mejor en un par de días. Sus sentidos
agudizados
remitieron más lentamente que los míos, pero al final
volvieron a la
normalidad y dejaron de ser un problema. Sin embargo,
hubo otros
cambios, cambios más complicados de comprender, pero a los
que estaba más
habituada.
—Mira esto
—dijo Lucas mientras paseábamos por el lindar de los
prados a la
semana siguiente.
Mientras
miraba, dio un salto para alcanzar la rama más baja de un
pino, se aferró
a ella con fuerza y quedó colgando sin ningún esfuerzo.
Luego,
lentamente, fue levantando las piernas, afianzando las manos
sobre la rama a
medida que iba alzando el cuerpo por encima de esta, se
inclinó hacia
delante al sobrepasarla con el tórax y finalmente estiró las
piernas hacia
arriba para hacer el pino. Los pies quedaron en vertical
sobre su
cabeza.
—No me digas
que ahora eres gimnasta olímpico —bromeé, intranquila.
—Vaya, mi vida
secreta ha salido a la luz.
—¿No eras tú el
que salía en esa lata de espinacas?
—En serio,
estoy en forma, pero ni en mis mejores sueños podría hacer
algo parecido.
Y bajar debería ser un suplicio, pero... —Lucas volvió a
enroscarse, se
soltó y aterrizó con dureza—. Ningún problema.
—Yo también
puedo hacerlo —confesé—, pero solo después de
alimentarme.
Mis padres hacen cosas por el estilo a cualquier hora.
—Entonces estás
diciéndome que son poderes de vampiro. —Vi que a
Lucas no le
gustó nada cómo sonaba eso—. Que ahora soy más fuerte que
un humano, tal
vez incluso más fuerte que tú, aunque no sea un vampiro.
—Yo tampoco
acabo de entenderlo, pero... igual sí.
Con la llegada
de febrero, fuimos descubriendo más cosas acerca de los
cambios que
sufría Lucas. Salíamos a correr por el campo y no tenía que
esperarlo.
Corríamos más rápido que cualquier humano, a veces durante
horas.
Acabábamos agotados, pero lo hacíamos sin problemas. Por la
noche, nos
escabullíamos a los jardines o al tejado y ponía a prueba el
alcance del
oído de Lucas. Podía distinguir el ulular de una lechuza o el
quiebre de una
ramita a casi un kilómetro de distancia. No poseía un oído
tan fino como
el mío, y ninguno de los dos teníamos los sentidos tan
desarrollados
como después de que le mordiera, pero seguía estando por
encima del
umbral humano.
No volvimos a
visitar la estancia de lo alto de la torre norte. Aunque
deseaba estar
con Lucas más que nunca y sabía que a él le ocurría lo
mismo, éramos
precavidos. Tal como estaban las cosas, ya teníamos
suficientes problemas
tratando de controlar mi sed de sangre. Además, en
el caso de que
algo hubiera cambiado en la naturaleza de Lucas, también
podrían surgir
otros peligros si empezábamos a besarnos y nos dejábamos
llevar
demasiado lejos. Por tanto, no era difícil imaginar las ganas que
tenía de
obtener respuestas.
Una noche
decidí que debíamos intentar la prueba definitiva.
Quedé con Lucas
en el cenador y me presenté con un termo en la mano.
—¿Qué es eso?
—preguntó, sin sospechar nada.
—Sangre.
—Ah. —Puso una
cara rara—. Si tienes hambre, pues... Ya sabes, como si
yo no
estuviera.
Lucas evitó mi
mirada mientras intercambiaba nervioso el peso de un
pie al otro.
Por lo visto todavía lo incomodaba la idea de que yo bebiera
sangre, lo que
no presagiaba nada bueno para el experimento que tenía
en mente.
—No es para mí,
es para ti.
—Ni hablar
—contestó, horrorizado.
—Lucas,
afrontémoslo: cuando te mordí la segunda vez, algo cambió en
tu naturaleza y
tal vez haya sido para siempre. Debemos averiguar si te
he convertido
en medio vampiro o si vas a acabar siéndolo como yo.
Palideció y se
arrebujó en su largo abrigo.
—¿De verdad
crees que eso fue lo que ocurrió? Porque... Bianca, la idea
de convertirme
en un vampiro es superior a mis fuerzas.
Su rechazo
categórico a la idea de ser como yo me dolió; ya había
empezado a
imaginar que compartiría con él una larga vida a través de los
siglos,
vampiros jóvenes, bellos y enamorados para la eternidad, pero
intenté
concentrarme en el experimento. Llevaba unos guantes grises sin
dedos, por lo
que no me resultó difícil desenroscar la tapa del termo.
—Tenemos que
averiguar cómo reaccionas ante la sangre, ya sabes que
no queda otro
remedio. Bebe un trago y acabemos con esto de una vez.
—Esto no será,
bueno, no sé, de una persona, ¿verdad?
—¡No! Es de
vaca. Recién ordeñada.
Daba la
impresión de que Lucas hubiera preferido que lo abandonaran
desnudo a la
intemperie en medio de la noche helada, pero respiró hondo,
aceptó el vaso
y procuró no hacer demasiadas muecas mientras le servía
un dedo de
sangre. Apenas había para un trago, pero sería suficiente para
averiguar lo
que queríamos. Lucas se llevó el vaso a la boca con una
mueca de
repugnancia, lo inclinó lentamente, bebió...
... y lo
escupió en el suelo de inmediato.
—¡Uf! ¡Por amor
de Dios, qué asco!
—Ahí tenemos la
respuesta. —Muy seria, volví a enroscar la tapa del
termo. La había
calentado y la había probado yo misma, así que sabía que
estaba
deliciosa. Si a Lucas no le gustaba, entonces todavía no oía la
llamada de la
sangre—. No eres como yo, eres otra cosa.
—¿Y cómo se
supone que vamos a averiguarlo? —Lucas estaba ocupado
limpiándose la
boca con el dorso de la mano, intentando quitarse
cualquier resto
de sangre—. No hay trabajos a los que acudir en busca de
información y
ninguno de los dos se ha topado antes con algo por el estilo.
Y antes de que
lo preguntes, no, en la
Wikipedia no dicen nada de esto.
Estaba
desesperado y lo busqué. Nada. No hay... nada.
Deseé que Lucas
dejara de hablar como si supiera algo sobre los
vampiros, era
un poco irritante. Sin embargo, el pobre acababa de probar
algo repugnante
para él, así que decidí perdonarlo por esta vez.
—Tengo una
propuesta. No te gustará, pero creo que sí lo piensas, verás
que es lo mejor
que podemos hacer.
—Muy bien,
explícame esa propuesta que no va a gustarme.
—Preguntémosles
a mis padres.
—Pues tenías
razón en que no iba a gustarme. —Lucas se pasó las
manos por el
pelo, como si quisiera arrancárselo llevado por la
desesperación—.
¿Quieres decírselo así, sin más? ¿Quieres contarles a los
vampiros lo que
me pasa?
—Deja de pensar
en ellos como los «vampiros» y piensa en ellos como
mis padres.
—Sabía que Lucas necesitaría un tiempo para hacerse a la
idea, pero eso
no significaba que no fuera a presionarlo. Con el tiempo
había aprendido
a aceptarme tal como era y, tarde o temprano, le
sucedería lo
mismo con mis padres—. Te escucharán y, si pueden
ayudarte, lo
harán. —Lucas sacudió la cabeza—. Si tienen que enfadarse
con alguien,
será conmigo. Soy yo la que volvió a morderte y empezó todo
esto.
—Entonces no
deberíamos meterte en problemas.
—Si necesitas
ayuda, todo lo demás no importa. —Lo miré directamente
a los ojos—.
Piénsalo, Lucas. Cuando lo sepan, podremos hablar del tema
abiertamente y
obtener respuestas tanto para tus preguntas como para
las mías. Si
estás destinado a convertirte en un vampiro...
Se estremeció.
—Eso no lo
sabemos.
—He dicho «si».
Tendrás que saberlo todo de nosotros, ¿no crees?
Incluso la
historia y los poderes que yo todavía desconozco. Podríamos
aprenderlo
juntos. —Y tal vez acabara convenciéndole lo que oyera y
decidiera
unirse a mí como vampiro para siempre jamás. Por pedir que no
fuera, ¿no?—.
Cuando seas uno de los nuestros, vampiro o humano, da lo
mismo, podrán
hablar contigo con claridad y tú podrás preguntarles lo que
quieras. Tal
vez así consiga convencer a mis padres de que soy lo bastante
mayor para
saber toda la verdad. No volveremos a sentirnos desvalidos o
confusos.
Averiguaremos lo que queremos saber, lo sabremos todo. ¿No lo
ves?
Lucas se quedó
helado y tuve la sensación de que por primera vez
comprendía lo
que estaba intentando decirle: que fuera lo que fuese lo
que le había
ocurrido, eso en cierto modo le permitía pasar a formar parte
de Medianoche.
A pesar de lo poco que le gustaba la escuela, me dio la
impresión de
que quería saber más, tanto que nos sorprendió a ambos.
Después de
todo, tal vez Lucas necesitaba encajar en algún sitio.
O tal vez
estaba empezando a plantearse lo de convertirse en un
vampiro y
quedarse conmigo para siempre.
—No me pidas
que haga eso —dijo Lucas con un hilo de voz—. No me
des esa opción.
—¿Tienes miedo
de que te guste lo que oigas? —lo reté.
Lucas no
contestó. Al final, lentamente, asintió.
—Vayamos a
hablar con ellos.
Suponía que mis
padres se enfadarían conmigo, pero lo que no había
imaginado era
hasta qué punto. Primero mi madre me leyó la cartilla por
haberme saltado
a la torera todas sus advertencias, y luego mi padre
quiso saber en
qué estaba pensando Lucas al llevar a una jovencita a lo
alto de la
torre norte a solas.
—¡Casi tengo
diecisiete años! —grité, ya harta—. No haces más que
decirme que
tome decisiones maduras y cuando tomo una, ¡me gritas!
—¡Decisiones
maduras! —Mi padre estaba tan fuera de sí que temía ver
sus colmillos
asomando en cualquier momento—. Revelas todos nuestros
secretos porque
«te gusta un chico» y ¡encima pretendes hablar de
decisiones
maduras! Estás pisando terreno peligroso, jovencita.
—Adrián,
tranquilo. —Mi madre puso ambas manos en sus hombros. Creí
que iba a
defenderme, hasta que dijo—: Si Bianca quiere pasarse los
próximos siglos
pareciendo demasiado joven para obtener un trabajo,
comprarse un
coche o hacer cualquier otra cosa que le permita manejar su
vida, entonces
no podemos hacer nada al respecto.
—¡Eso no es lo
que quiero! —No quería ni imaginar tener que estar
enseñando el
carnet a la entrada de las discotecas para toda la eternidad
—. No lo he
matado, así que no me he convertido, ¿vale?
—Te has
acercado mucho y lo sabes —replicó mi padre.
—¡Pues en
realidad no lo sé! ¡Nunca me habéis explicado qué ocurriría
si mordía a un
humano sin matarlo! ¡Nunca me habéis explicado qué
sabrían u
olvidarían los humanos al día siguiente! Hay un montón de cosas
que nunca me
habéis explicado ¡y ahora por fin descubro la ignorancia en
la que me
habéis mantenido todos estos años!
—¡Pues perdona
por no haber sabido manejar la situación! Nacen muy
pocos bebés
vampiro cada siglo, no hay mucha gente a la que pueda
recurrirse en busca
de consejo, ¿sabes? —Mi madre parecía tan alterada
como para
arrancarse los pelos—. Pero tienes razón, Bianca, en eso estoy
de acuerdo
contigo. Es evidente que nos hemos equivocado en algo, ¡si no
ahora estarías
comportándote con sensatez en vez de hacerlo de esta
manera!
—La culpa es
mía... —intentó defenderme Lucas desde el sofá, donde
mis padres le
habían dejado bastante claro que se quedara sentadito.
—Tú, chitón.
—La mirada encendida de mi padre podría haber fundido el
metal—. Después
ya hablaré contigo largo y tendido.
Y por si creía
que las cosas no podían ir peor, mi madre anunció:
—Tenemos que
decírselo a la señora Bethany.
—¿Qué? —No daba
crédito a lo que oía. Lucas abrió los ojos de par en
par—. ¡No,
mamá!
—Tu madre tiene
razón. —Mi padre se dirigió a la puerta con paso airado
—. Le has
contado el secreto de Medianoche a un humano. Tenemos que
explicárselo a
la señora Bethany. Es lo primero en lo que tendrías que
haber pensado.
—Nuestros
secretos nos protegen, Bianca —añadió mi madre con más
tranquilidad
cuando la puerta se cerró de un portazo detrás de él—. Algún
día lo
comprenderás.
Sin embargo, en
esos momentos tenía la impresión de que nunca
entendería
nada. Me senté derrotada junto a Lucas en el sofá, al menos así
estaríamos
juntos cuando cayera la bomba. Los minutos pasaron y los tres
seguíamos
guardando un lúgubre silencio, sin movernos, hasta que
empezaron a
resonar unos pasos en la escalera de piedra. El repiqueteo
me hizo
estremecer. La señora Bethany estaba cerca.
Irrumpió en la
habitación como si fuera la dueña del lugar y los demás
unos simples
intrusos. Mi padre, detrás de ella, podría haber sido su
sombra. La
siguió una fragancia a lavanda que se adueñó sutilmente del
lugar. Clavó
sus ojos oscuros en Lucas, quien aguantó su mirada
estoicamente,
sin decir nada.
—¿A esto es a
lo que llama autocontrol, señorita Olivier? —Su larga
falda barrió el
suelo al acercarse. Esa noche llevaba un prendedor de plata
en el cuello de
la blusa, tan brillante que lanzaba destellos de luz. A pesar
de que se había
pintado las uñas de un color morado muy intenso, no
conseguía
ocultar los profundos surcos que las recorrían—. Supuse que
tarde o
temprano ocurriría. Y ya veo que no ha perdido el tiempo.
—Bianca no
tiene la culpa —dijo Lucas—. La culpa es mía.
—Muy cortés por
su parte, señor Ross, pero creo que es bastante
evidente quién
es la parte activa en este caso. —Lo agarró por el cuello
del jersey y le
dio un tirón, un gesto extrañamente íntimo tratándose de
profesora y alumno.
Lucas se puso tenso y temí que le mordiera si la
señora Bethany
se atrevía a tocarle el cuello—. Ha recibido dos
mordeduras de
vampiro. ¿Sabe lo que eso significa?
—¿Cómo va a
saberlo? —pregunté—. Ni siquiera sabía que los vampiros
existían de
verdad hasta hace un par de meses.
La señora
Bethany suspiró.
—Recuérdeme que
volvamos a repasar en clase el concepto de
«pregunta
retórica». Como le estaba diciendo, señor Ross, ahora está
marcado como
uno de los nuestros.
—Marcado
—repitió Lucas—. ¿Se refiere a que soy como Bianca?
—El cambio
apenas es perceptible al principio. —La señora Bethany
empezó a
caminar lentamente alrededor de Lucas, estudiándolo de pies a
cabeza—. Ahora
lo percibo, aunque solo porque me han hecho fijarme en
usted. Sin
embargo, con el tiempo el cambio será más pronunciado y los
vampiros de su
alrededor lo notarán hasta que les sea imposible ignorarlo.
Se ha rendido a
un vampiro, ¡y en más de una ocasión! Eso ha estado a
punto de
convertirlo en uno de nosotros.
—¿Significa eso
que acabaré convirtiéndome en un vampiro me guste o
no? —preguntó
Lucas.
Me removí
inquieta, incapaz de ocultar las esperanzas que empezaba a
albergar. Mi
madre me lanzó una mirada que me frenó de golpe.
La señora
Bethany negó con la cabeza.
—No
necesariamente. Puede que disfrute de una larga vida y muera por
otras causas,
si eso es algo que considera digno de celebración. Sin
embargo, pronto
descubrirá que se siente irremediablemente atraído hacia
la señorita
Olivier, cuya falta de disciplina ha quedado de sobras
demostrada. —Mi
padre avanzó un paso, como si fuera a defenderme,
pero mi madre
puso una mano en su hombro para detenerlo—. Les
resultará
tentador a otros vampiros, aunque la prohibición de cazar la
presa de otro
debería protegerlo... al menos por un tiempo. Al final, señor
Ross,
descubrirá que la perspectiva le seduce tanto como a ella. Lo
deseará con más
fuerza de lo que pueda imaginar. Es un deseo que ningún
humano podrá
comprender jamás. Y cuando llegue el momento, es
probable que
decida unirse a nosotros.
Sí Lucas tenía
que perder los estribos, imaginé que ese sería el
momento; sin
embargo, no pareció inmutarse.
—¿Eso significa
que soy una especie de... punto intermedio? ¿Como
Bianca?
—No exactamente
como ella, pero algo bastante parecido. —Los labios
fruncidos de la
señora Bethany se relajaron un ápice y comprendí que casi
estaba
sonriendo—. Es usted muy despierto, señor Ross.
—Me gustaría
saber más —contestó él, aprovechando el halago de la
señora
Bethany—. Me gustaría entender estos... sentidos. Habilidades.
Poderes.
—Y también
limitaciones. Arraigan en los humanos con mayor lentitud
que nuestros
poderes, pero llegarán. No debe olvidarlo. —La señora
Bethany lo
meditó unos instantes y luego asintió con la cabeza—. No era
esto lo que
esperaba cuando abrí la escuela a los alumnos humanos, pero
debería de
haberlo previsto. Le enviaré información que tal vez pueda
ayudarle.
Cartas antiguas, estudios y cosas similares acerca de aquellos
que han
compartido su situación y que han escogido seguir nuestro
camino. No lo
olvide, señor Ross: nuestro secreto es ahora el suyo. Cuanto
más aprenda,
más unido a nosotros estará. De ahora en adelante, si
traiciona la
verdad de Medianoche, se traicionará a sí mismo. A partir de
ahora, lo
vigilaré muy de cerca.
—La creo. No
voy a decirle una palabra sobre vampiros a nadie. —Me
miró de
soslayo—. Bueno, al menos a nadie que todavía no lo sepa.
Le apreté la
mano, contenta y aliviada. Me daba igual lo que mis padres
nos dijeran o
lo que fuera a durar mi castigo. Lo único que importaba era
que por fin la
verdad había salido a la luz y que a Lucas no iba a pasarle
nada. Además,
ahora... tal vez podría ser mío para siempre.
Hasta un poco
después no caí en la cuenta de que la señora Bethany no
le había
explicado a Lucas qué ocurriría si decidía no convertirse en
vampiro. No le
había dado opción. Me pregunté si sería porque era
imposible que
Lucas eligiera otra cosa... o porque no iba a permitírsele
elegir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario