viernes, 4 de febrero de 2005

Capitulo 14


Puedes levantarte?
—Todavía no. —Lucas se llevó las manos a los ojos y luego dejó caer los
brazos, inermes, al suelo—. Necesito un segundo más.
—He intentado no beber demasiada sangre. —Lo último que deseaba
era tener que ir a pedirle ayuda de nuevo a la señora Bethany—. Me diste
permiso, ¿verdad?
—Sí, no estoy seguro de que estuviera en mis cabales, pero eso es
problema mío, no tuyo. —La tensión que hasta ese momento había sentido
en mi interior desapareció por completo y pude volver a respirar tranquila.
Mientras Lucas pensara de aquella manera, todo iría bien—. ¿Te dijeron tus
padres o la señora Bethany que lo hicieras?
—¿Morderte?
—Eso ya sé que no. Me refiero a que me hablaras de la escuela.
—Todo lo contrario. Me pidieron que te mintiera, por eso lo hice. —Todo
aquello seguía haciéndome sentir avergonzada—. Lo siento, Lucas. Pensé
que seguirle la corriente a la señora Bethany y corroborar la historia que
se inventó para rellenar las horas que habías olvidado sería lo mejor para
ambos.
—Es raro. Recuerdo que acabas de morderme... pero está como borroso.
Como a veces cuando no eres capaz de recordar a la perfección un sueño
cinco minutos después de despertarte. Si no hubieras estado aquí
conmigo y no me hubieras mantenido despierto, lo más probable es que
hubiera vuelto a olvidarlo. Aunque lo lógico sería pensar que ser mordido
por un vampiro es una de esas cosas que se te quedan grabadas en la
memoria... No sé, porque se salen de lo normal, supongo.
—La amnesia forma parte del mordisco, pero no sé por qué. Tal vez
nadie lo sepa. No es que existan demasiadas explicaciones científicas
sobre los vampiros precisamente.
Lucas hizo una profunda inspiración y a continuación, poco a poco, se
apuntaló sobre los codos hasta conseguir quedarse sentado. Lo cogí por el
hombro con la mano libre, pero él sacudió la cabeza.
—Estoy bien, creo.
—Ahora ya sabes por qué hay veces que cuando nos besamos tengo
que, bueno, tengo que reprimirme.
—Ahora lo entiendo. —Lucas sonrió como si algo le divirtiera—. En parte
es un alivio. Estaba empezando a creer que debía cambiar de enjuague
bucal o algo así.
Se me escapó una risita y lo besé en la mejilla.
—No te preocupes, no te he convertido en vampiro.
—Lo sé. Bueno, el corazón todavía me late, así que no soy un vampiro.
—Lucas sacó el pañuelo del bolsillo y se lo llevó al cuello. Mientras se
enjugaba la herida, hizo un gesto de dolor—. Todavía no puedo creer que
nacieras siendo vampiro. Nunca había oído hablar de algo así.
—¿Cómo ibas a oír hablar de algo así si no sabías que los vampiros
existían de verdad?
—Tienes razón.
—No volveré a morderte, a no ser que me lo pidas.
—Te creo. —Lucas se echó a reír, aunque de una manera extraña, como
si le hubiera hecho gracia algo que yo ignoraba—. Te creo del todo. Incluso
ahora.
Lo abracé con fuerza. Significaba mucho que Lucas dijera aquello
después de saber que le había mentido... En fin, no podía pedir más.
Le hice un vendaje a Lucas con sumo cuidado para que nadie reparara
en la herida mientras llevara la camisa del uniforme. Bajamos la escalera y
conseguimos librarnos del hecho de saltarnos el toque de queda. Me besó
con total naturalidad a la entrada de los dormitorios de los chicos y se
alejó como si esa noche no se hubiera diferenciado en nada de las demás.
—Estás rara —me dijo Raquel poco después, mientras nos cepillábamos
los dientes en el lavabo—. Sé que la cosa estaba un poco tirante entre
Lucas y tú. ¿Va todo bien?
—Todo va fenomenal. Tuvimos una especie de malentendido durante las
vacaciones, pero ahora ya está todo arreglado. —Con lo de «estar rara» se
refería a que yo estaba intentando cubrirme el ángulo para que Raquel no
pudiera ver que la pasta de dientes que estaba escupiendo era rosa por
culpa de la sangre de Lucas—. ¿Qué tal tú?
—¿Yo? Genial —contestó con verdadero entusiasmo, lo que me llevó a
mirarla fijamente, muy sorprendida. Raquel se echó a reír— Lo siento.
Ahora que no está Erich, Medianoche casi me parece soportable.
—¿De verdad? Deberías escucharte. El año que viene serás la capitana
de las animadoras de Medianoche.
—Primero: si vuelves a llamarme animadora, limpiaré el suelo contigo —
dijo Raquel con el cepillo de dientes en la boca—. Y segundo: menudo rollo
animar una escuela donde solo se practica equitación y esgrima. De
verdad, es como estar anclados en la Edad Media.
—Yo diría que a principios del siglo XVIII. —Cerré el grifo del agua fría y
la miré con una sonrisa de suficiencia—. Y no creas que no me he dado
cuenta de que no has negado que fueras a volver el año que viene.
Eso me valió una toalla húmeda lanzada a la cabeza, pero conseguí
esquivarla.
Esa noche, mientras estaba en la cama y Patrice se escabullía por la
ventana en busca de un tentempié, intenté evaluar cómo me sentía. Volvía
a sentir esa proximidad casi mística con Lucas, pero esta vez era incluso
mejor. Ahora él lo sabía y lo comprendía todo. Ya no tenía que seguir
mintiendo, y eso en sí ya era un notable y confortante alivio. En realidad
todo lo demás daba igual.
O eso creía yo, hasta la mañana siguiente.
Me levanté con los sentidos agudizados, igual que la otra vez. Mis
padres me habían dicho que me acostumbraría a esas sensaciones, pero
era evidente que iba para largo. Hundí la cabeza en la almohada en un
vano intento por amortiguar los madrigales que Genevieve cantaba en la
ducha, los pájaros graznando en el exterior y el ruido que estaba haciendo
alguien en el piso de abajo que ya estaba sacándole punta a los lápices. La
trama de la funda de la almohada me rozaba la piel y me mareaba el olor
de laca de uñas de Patrice.
—¿Tienes que hacerte la pedicura todos los días?
Retiré la colcha.
Patrice me miró los pies descalzos, los cuales era evidente que no
habían recibido demasiada atención desde hacía un tiempo.
—Algunos ponen más empeño en el cuidado personal que otros. Es una
cuestión de preferencias personales. No pretendo considerarlo como un
reflejo del carácter de nadie.
—Algunos tienen mejores cosas que hacer que pintarse las uñas —
repliqué.
Patrice me ignoró y continuó aplicándose laca de color Burdeos en la
uña del dedo pequeño.
Cuando por fin bajé, tuve la impresión de que empezaba a manejar mis
sentidos agudizados. Sin embargo, lo que realmente me preocupaba era la
incertidumbre de si volvería a ver a Lucas. A pesar de que me había
pedido que lo mordiera, la herida tenía que doler. ¿Y si eso lo ahuyentaba?
No estaba esperándome cuando bajé. El trimestre anterior, cuando
salíamos juntos, solía esperarme a la entrada de los dormitorios de las
chicas, con la mochila al hombro, pero ese día, nada. No le di mayor
importancia y me dije que habría vuelto a dormirse. A veces le pasaba, y
después de la noche anterior, era evidente que necesitaba descansar.
A la hora de la comida, lo busqué por los alrededores del internado, pero
no lo encontré por ninguna parte. Aun así, no les dije nada ni a mis padres
ni a nadie más. La noche anterior Lucas me había asegurado que creía en
mí y eso significaba que yo debía creer en él. Ni siquiera cuando fui a la
clase de Química y vi que Lucas había hecho novillos dejé de repetirme
que debía tener fe.
Tuve que esperar hasta después de clases, cuando Vic se acercó a mí en
el pasillo e intentó comportarse con naturalidad, aunque le salió muy mal.
—Eh, hola. ¿Recuerdas esa vez que te colaste en nuestra habitación?
—Sí, antes de Navidad. —Lo miré de soslayo—. ¿Por qué?
—¿Crees que podrías volver a hacerlo? A Lucas le pasa algo raro y no
quiere decir nada. Supongo que si alguien puede convencerlo para que
vaya a ver al médico, ese alguien eres tú.
«¿El médico? Oh, no.» Angustiada, cogí a Vic por el brazo.
—Llévame allí. Ahora.
—¡Vale, vale! —Empezó a guiarme hacia los dormitorios de los chicos,
echando un vistazo furtivo alrededor por si nos seguían—. Cálmate. No es
una apendicitis ni nada por el estilo. Solo es que está un poco raro. Más
raro de lo normal, quiero decir.
Todo el mundo estaba en tensión desde la desaparición de Erich, así que
esta vez no me resultó tan fácil colarme. Vic comprobaba los pasillos,
esperaba a que estuvieran despejados y luego me hacía señas como un
poseso. A continuación, yo cruzaba el pasillo a la carrera y me agachaba
en una esquina, mientras Vic comprobaba el pasillo siguiente. Por fin
llegamos y entré en su habitación.
Lucas estaba tumbado en la cama, con las manos sobre el estómago,
como si estuviera enfermo. Se sorprendió al verme, pero enseguida
pareció sentirse aliviado. A pesar de todo, se alegraba de que estuviera
allí y eso me hizo tan feliz que no pude por menos que sonreír.
—Hola, ¿dolor de estómago? —le pregunté, arrodillándome junto a la
cama.
—No creo que ese sea el problema. —Cerró los ojos mientras le
apartaba unos mechones de la frente sudorosa—. Vic, ¿podrías dejarnos
solos un momento?
—Claro. Cuelga la corbata del pomo si estáis ocupados. Me va el porno
gratis, pero...
—¡Vic! —protestamos ambos al unísono.
Vic levantó las manos y salió marcha atrás, sonriendo.
—Vale, vale.
En cuanto la puerta se cerró, me volví hacia Lucas.
—¿Qué te pasa?
—Es desde esta mañana, es como si... Bianca, lo oigo todo. Todo lo que
pasa en esta escuela. La gente cuando habla, cuando camina, incluso
cuando escribe. Los bolis sobre el papel. Lo oigo todo muy alto. —Sus
síntomas me resultaron tan conocidos que un escalofrío me recorrió el
cuerpo. Lucas entrecerró los párpados, como si la luz le hiciera daño en los
ojos—. Los olores también son muy penetrantes. Es como si todo
estuviera... exagerado. Es insoportable.

—A mí también me pasó después de morderte.
Lucas sacudió la cabeza.
—No puede ser por el mordisco —insistió—. La otra vez no me sentí así.
Me desperté en casa de la señora Bethany con un ligero dolor de cabeza,
pero nada más.
—Más de una vez... —murmuré, recordando lo que me había dicho mi
madre—. No puedes convertirte en vampiro hasta que te hayan mordido
más de una vez.
Lucas se enderezó de repente y apoyó la espalda contra la cabecera de
metal.
—Eh, eh, que no soy un vampiro, estoy vivo.
—No, no eres un vampiro, pero podría convertirte en uno. Es posible. Y
tal vez... Tal vez, ya que es posible, tu cuerpo está empezando a cambiar.
Hizo una mueca.
—Me estás tomando el pelo, ¿verdad?
—¡No bromearía con una cosa así!
—Bueno, pues podemos, no sé, ¿dar marcha atrás? ¿Podemos arreglarlo
para que no me convierta en un vampiro?
—¡No lo sé! No tengo ni idea de cómo funciona esto.
—¿Cómo no vas a saberlo? ¿No te han dado ningún tipo de charla sobre
cómo se hacen los vampiros o algo así?
Ya volvía a estar insinuando que mis padres me habían ocultado
información importante y aunque seguía encontrándolo irritante, tuve la
desoladora idea de que podía ser cierto.
—Me han explicado cómo me convertiría en un vampiro. Me han
preparado para mi propio cambio, no para el tuyo.
—Lo sé, lo sé. —Su mano en mi hombro me tranquilizó y me sentí
avergonzada de que fuera él quien tuviera que consolarme estando tan
asustado e indispuesto como estaba—. Es que me cuesta hacerme a la
idea.
—Pues ya somos dos.
¿Por qué hasta ese momento no me había parado nunca a pensar sobre
lo poco que sabía acerca de lo que significaba ser un vampiro? Antes ni
siquiera me había planteado preguntar por la cuestión. Tal vez mis padres
no me estuvieran ocultando la verdad de manera consciente, tal vez solo
estaban esperando a que estuviera preparada. Y entonces caí en la cuenta
de que esa podría ser la verdadera explicación de por qué habían insistido
en que viniera a la Academia Medianoche. Quizá estaban preparándome
para conocer toda la verdad.
Si era así, lo habían conseguido.
—Intentaré averiguar algo al respecto. Tiene que haber libros en la
biblioteca. O podría preguntarle a alguien que no sospechara. A Patrice, tal
vez. Sé que Balthazar me lo diría, pero él sabría enseguida que he vuelto a
morderte. Puede que no se lo dijera a mis padres, pero acabaría
haciéndolo si creyera que es necesario por nuestro bien.
—No te arriesgues —dijo Lucas—. Ya lo averiguaremos de alguna
manera.
Descubrir la verdad acabó siendo mucho más duro de lo que pensaba.
—¿Ves lo fácil que es? —Patrice estaba tan contenta de que le hubiera
pedido que me iniciara en el arte de la pedicura que cualquiera diría que
le estaba pagando clases particulares—. Mañana probaremos con un color
que vaya mejor con tu tono de piel. Este rojo coral no acaba de pegarte.
—Vaya, qué bien. Es decir, que eso estaría muy bien. —No había
contado con que tendría que repintarme las uñas de los pies el resto del
curso, pero si podía aprender algo útil, valdría la pena—. Supongo que en
los viejos tiempos, no sé, antes de que existiera el quitaesmalte y esas
cosas, tenía que ser difícil mantenerse.
—Bueno, no había pintauñas que quitarse, pero arreglarse era todo un
reto. Los polvos de talco ayudaban mucho. —Patrice suspiró y una leve
sonrisa afloró a sus labios—. Agua de Florida. Saquitos perfumados
también, y perfume en pañuelitos que podías meter en el escote del
vestido.
—¿Y eso atraía a los chicos? —Al ver que asentía, me aventuré un poco
más—. Así podías, bueno, ¿morderlos?
—A veces. —En ese momento, el rostro de Patrice adoptó una expresión
que casi nunca había visto en ella: la rabia—. Los hombres que conocí no
eran caballeros precisamente, ¿sabes? Eran postores. Compradores. Los
bailes a los que acudía antes de la guerra civil eran bailes para mestizos...
No sabes de qué te estoy hablando, ¿verdad?
Negué con la cabeza.
—A las chicas como yo, con sangre negra y blanca en las venas, aunque
de piel lo bastante clara como para complacer a los amos de las
plantaciones, nos enviaban a vivir a Nueva Orleans, donde se nos educaba
como a jovencitas respetables. A veces llegabas a olvidar que eras una
esclava. —Patrice miró fijamente sus uñas de los pies a medio pintar, tres
de las cuales todavía estaban húmedas y brillaban—. Luego, al crecer y
llegar a cierta edad, podías acudir a los bailes para mestizos donde los
hombres blancos te examinaban y te compraban a tu amo, como una
especie de concubina.
—Patrice, eso es horrible.
Nunca había oído hablar de algo tan espantoso.
—Me transformé la noche anterior a mi primer baile —dijo con toda
naturalidad, sacudiendo la cabeza—. Se puede decir que me pasé toda la
temporada social bebiendo de un hombre a otro. Mientras ellos creían que
estaban utilizándome, era yo quien los utilizaba a ellos. Luego, huí.
Era la primera vez que Patrice compartía algo conmigo... Al menos, algo
real. Me habría gustado que hubiera seguido contándome cosas sobre su
pasado, pero tuve que cambiar de tema por el bien de Lucas.
—¿Alguna vez llegaste a beber la sangre de alguien en más de una
ocasión?
—¿Hum? —Patrice pareció regresar de muy lejos—. Ah, sí, la de
Beauregard. Un tipo gordo y muy pagado de sí mismo. Podía perder un
litro sin enterarse, lo que me venía muy bien.
—¿Y qué le pasó a ese tal Beauregard?
—La última noche de la temporada social, se cayó del caballo y se
rompió el cuello. Tal vez se debió a lo débil que estaba después de perder
tanta sangre, pero lo más probable es que estuviera borracho. ¿Crees que
el ciruela va bien con mi tono de piel?
—El ciruela te queda de muerte.
Y ahí acabó nuestra conversación, El puente que se había tendido entre
nosotras se había recogido, y Patice había vuelto a refugiarse en su mundo
de sedas y perfumes, a salvo de tener que rememorar su duro pasado.
Sabía que no podía seguir preguntándole sin levantar sospechas, así que
la conversación en sí no me había servido de nada.
¿Y la biblioteca? Aún peor. Lo lógico habría sido pensar que en la
biblioteca de una escuela de vampiros encontraría libros sobre vampiros,
¿no? Pues no. Los únicos ejemplares que tenían eran novelas de terror
(clasificadas en la sección de humor) y estudios serios sobre el folclore
como los que habíamos leído en la clase de la señora Bethany, más
pintorescos que realistas. Estaba visto que ningún vampiro había escrito
un libro sobre vampiros. Al tiempo que apoyaba la cabeza contra una
hilera de tomos enciclopédicos, suspirando de frustración, me pregunté si
algún día no debería hacer una incursión en el mercado editorial con algo
por el estilo. Puede que aquello me sirviera a la hora de elegir carrera,
pero no demasiado para solucionar la situación de Lucas.
Por fortuna, Lucas se sintió mejor en un par de días. Sus sentidos
agudizados remitieron más lentamente que los míos, pero al final
volvieron a la normalidad y dejaron de ser un problema. Sin embargo,
hubo otros cambios, cambios más complicados de comprender, pero a los
que estaba más habituada.
—Mira esto —dijo Lucas mientras paseábamos por el lindar de los
prados a la semana siguiente.
Mientras miraba, dio un salto para alcanzar la rama más baja de un
pino, se aferró a ella con fuerza y quedó colgando sin ningún esfuerzo.
Luego, lentamente, fue levantando las piernas, afianzando las manos
sobre la rama a medida que iba alzando el cuerpo por encima de esta, se
inclinó hacia delante al sobrepasarla con el tórax y finalmente estiró las
piernas hacia arriba para hacer el pino. Los pies quedaron en vertical
sobre su cabeza.
—No me digas que ahora eres gimnasta olímpico —bromeé, intranquila.
—Vaya, mi vida secreta ha salido a la luz.
—¿No eras tú el que salía en esa lata de espinacas?
—En serio, estoy en forma, pero ni en mis mejores sueños podría hacer
algo parecido. Y bajar debería ser un suplicio, pero... —Lucas volvió a
enroscarse, se soltó y aterrizó con dureza—. Ningún problema.
—Yo también puedo hacerlo —confesé—, pero solo después de
alimentarme. Mis padres hacen cosas por el estilo a cualquier hora.
—Entonces estás diciéndome que son poderes de vampiro. —Vi que a
Lucas no le gustó nada cómo sonaba eso—. Que ahora soy más fuerte que
un humano, tal vez incluso más fuerte que tú, aunque no sea un vampiro.
—Yo tampoco acabo de entenderlo, pero... igual sí.
Con la llegada de febrero, fuimos descubriendo más cosas acerca de los
cambios que sufría Lucas. Salíamos a correr por el campo y no tenía que
esperarlo. Corríamos más rápido que cualquier humano, a veces durante
horas. Acabábamos agotados, pero lo hacíamos sin problemas. Por la
noche, nos escabullíamos a los jardines o al tejado y ponía a prueba el
alcance del oído de Lucas. Podía distinguir el ulular de una lechuza o el
quiebre de una ramita a casi un kilómetro de distancia. No poseía un oído
tan fino como el mío, y ninguno de los dos teníamos los sentidos tan
desarrollados como después de que le mordiera, pero seguía estando por
encima del umbral humano.
No volvimos a visitar la estancia de lo alto de la torre norte. Aunque
deseaba estar con Lucas más que nunca y sabía que a él le ocurría lo
mismo, éramos precavidos. Tal como estaban las cosas, ya teníamos
suficientes problemas tratando de controlar mi sed de sangre. Además, en
el caso de que algo hubiera cambiado en la naturaleza de Lucas, también
podrían surgir otros peligros si empezábamos a besarnos y nos dejábamos
llevar demasiado lejos. Por tanto, no era difícil imaginar las ganas que
tenía de obtener respuestas.
Una noche decidí que debíamos intentar la prueba definitiva.
Quedé con Lucas en el cenador y me presenté con un termo en la mano.
—¿Qué es eso? —preguntó, sin sospechar nada.
—Sangre.
—Ah. —Puso una cara rara—. Si tienes hambre, pues... Ya sabes, como si
yo no estuviera.
Lucas evitó mi mirada mientras intercambiaba nervioso el peso de un
pie al otro. Por lo visto todavía lo incomodaba la idea de que yo bebiera
sangre, lo que no presagiaba nada bueno para el experimento que tenía
en mente.
—No es para mí, es para ti.
—Ni hablar —contestó, horrorizado.
—Lucas, afrontémoslo: cuando te mordí la segunda vez, algo cambió en
tu naturaleza y tal vez haya sido para siempre. Debemos averiguar si te
he convertido en medio vampiro o si vas a acabar siéndolo como yo.
Palideció y se arrebujó en su largo abrigo.
—¿De verdad crees que eso fue lo que ocurrió? Porque... Bianca, la idea
de convertirme en un vampiro es superior a mis fuerzas.
Su rechazo categórico a la idea de ser como yo me dolió; ya había
empezado a imaginar que compartiría con él una larga vida a través de los
siglos, vampiros jóvenes, bellos y enamorados para la eternidad, pero
intenté concentrarme en el experimento. Llevaba unos guantes grises sin
dedos, por lo que no me resultó difícil desenroscar la tapa del termo.
—Tenemos que averiguar cómo reaccionas ante la sangre, ya sabes que
no queda otro remedio. Bebe un trago y acabemos con esto de una vez.
—Esto no será, bueno, no sé, de una persona, ¿verdad?
—¡No! Es de vaca. Recién ordeñada.
Daba la impresión de que Lucas hubiera preferido que lo abandonaran
desnudo a la intemperie en medio de la noche helada, pero respiró hondo,
aceptó el vaso y procuró no hacer demasiadas muecas mientras le servía
un dedo de sangre. Apenas había para un trago, pero sería suficiente para
averiguar lo que queríamos. Lucas se llevó el vaso a la boca con una
mueca de repugnancia, lo inclinó lentamente, bebió...
... y lo escupió en el suelo de inmediato.
—¡Uf! ¡Por amor de Dios, qué asco!
—Ahí tenemos la respuesta. —Muy seria, volví a enroscar la tapa del
termo. La había calentado y la había probado yo misma, así que sabía que
estaba deliciosa. Si a Lucas no le gustaba, entonces todavía no oía la
llamada de la sangre—. No eres como yo, eres otra cosa.
—¿Y cómo se supone que vamos a averiguarlo? —Lucas estaba ocupado
limpiándose la boca con el dorso de la mano, intentando quitarse
cualquier resto de sangre—. No hay trabajos a los que acudir en busca de
información y ninguno de los dos se ha topado antes con algo por el estilo.
Y antes de que lo preguntes, no, en la Wikipedia no dicen nada de esto.
Estaba desesperado y lo busqué. Nada. No hay... nada.
Deseé que Lucas dejara de hablar como si supiera algo sobre los
vampiros, era un poco irritante. Sin embargo, el pobre acababa de probar
algo repugnante para él, así que decidí perdonarlo por esta vez.
—Tengo una propuesta. No te gustará, pero creo que sí lo piensas, verás
que es lo mejor que podemos hacer.
—Muy bien, explícame esa propuesta que no va a gustarme.
—Preguntémosles a mis padres.
—Pues tenías razón en que no iba a gustarme. —Lucas se pasó las
manos por el pelo, como si quisiera arrancárselo llevado por la
desesperación—. ¿Quieres decírselo así, sin más? ¿Quieres contarles a los
vampiros lo que me pasa?
—Deja de pensar en ellos como los «vampiros» y piensa en ellos como
mis padres. —Sabía que Lucas necesitaría un tiempo para hacerse a la
idea, pero eso no significaba que no fuera a presionarlo. Con el tiempo
había aprendido a aceptarme tal como era y, tarde o temprano, le
sucedería lo mismo con mis padres—. Te escucharán y, si pueden
ayudarte, lo harán. —Lucas sacudió la cabeza—. Si tienen que enfadarse
con alguien, será conmigo. Soy yo la que volvió a morderte y empezó todo
esto.
—Entonces no deberíamos meterte en problemas.
—Si necesitas ayuda, todo lo demás no importa. —Lo miré directamente
a los ojos—. Piénsalo, Lucas. Cuando lo sepan, podremos hablar del tema
abiertamente y obtener respuestas tanto para tus preguntas como para
las mías. Si estás destinado a convertirte en un vampiro...
Se estremeció.
—Eso no lo sabemos.
—He dicho «si». Tendrás que saberlo todo de nosotros, ¿no crees?
Incluso la historia y los poderes que yo todavía desconozco. Podríamos
aprenderlo juntos. —Y tal vez acabara convenciéndole lo que oyera y
decidiera unirse a mí como vampiro para siempre jamás. Por pedir que no
fuera, ¿no?—. Cuando seas uno de los nuestros, vampiro o humano, da lo
mismo, podrán hablar contigo con claridad y tú podrás preguntarles lo que
quieras. Tal vez así consiga convencer a mis padres de que soy lo bastante
mayor para saber toda la verdad. No volveremos a sentirnos desvalidos o
confusos. Averiguaremos lo que queremos saber, lo sabremos todo. ¿No lo
ves?
Lucas se quedó helado y tuve la sensación de que por primera vez
comprendía lo que estaba intentando decirle: que fuera lo que fuese lo
que le había ocurrido, eso en cierto modo le permitía pasar a formar parte
de Medianoche. A pesar de lo poco que le gustaba la escuela, me dio la
impresión de que quería saber más, tanto que nos sorprendió a ambos.
Después de todo, tal vez Lucas necesitaba encajar en algún sitio.
O tal vez estaba empezando a plantearse lo de convertirse en un
vampiro y quedarse conmigo para siempre.
—No me pidas que haga eso —dijo Lucas con un hilo de voz—. No me
des esa opción.
—¿Tienes miedo de que te guste lo que oigas? —lo reté.
Lucas no contestó. Al final, lentamente, asintió.
—Vayamos a hablar con ellos.
Suponía que mis padres se enfadarían conmigo, pero lo que no había
imaginado era hasta qué punto. Primero mi madre me leyó la cartilla por
haberme saltado a la torera todas sus advertencias, y luego mi padre
quiso saber en qué estaba pensando Lucas al llevar a una jovencita a lo
alto de la torre norte a solas.
—¡Casi tengo diecisiete años! —grité, ya harta—. No haces más que
decirme que tome decisiones maduras y cuando tomo una, ¡me gritas!
—¡Decisiones maduras! —Mi padre estaba tan fuera de sí que temía ver
sus colmillos asomando en cualquier momento—. Revelas todos nuestros
secretos porque «te gusta un chico» y ¡encima pretendes hablar de
decisiones maduras! Estás pisando terreno peligroso, jovencita.
—Adrián, tranquilo. —Mi madre puso ambas manos en sus hombros. Creí
que iba a defenderme, hasta que dijo—: Si Bianca quiere pasarse los
próximos siglos pareciendo demasiado joven para obtener un trabajo,
comprarse un coche o hacer cualquier otra cosa que le permita manejar su
vida, entonces no podemos hacer nada al respecto.
—¡Eso no es lo que quiero! —No quería ni imaginar tener que estar
enseñando el carnet a la entrada de las discotecas para toda la eternidad
—. No lo he matado, así que no me he convertido, ¿vale?
—Te has acercado mucho y lo sabes —replicó mi padre.
—¡Pues en realidad no lo sé! ¡Nunca me habéis explicado qué ocurriría
si mordía a un humano sin matarlo! ¡Nunca me habéis explicado qué
sabrían u olvidarían los humanos al día siguiente! Hay un montón de cosas
que nunca me habéis explicado ¡y ahora por fin descubro la ignorancia en
la que me habéis mantenido todos estos años!
—¡Pues perdona por no haber sabido manejar la situación! Nacen muy
pocos bebés vampiro cada siglo, no hay mucha gente a la que pueda
recurrirse en busca de consejo, ¿sabes? —Mi madre parecía tan alterada
como para arrancarse los pelos—. Pero tienes razón, Bianca, en eso estoy
de acuerdo contigo. Es evidente que nos hemos equivocado en algo, ¡si no
ahora estarías comportándote con sensatez en vez de hacerlo de esta
manera!
—La culpa es mía... —intentó defenderme Lucas desde el sofá, donde
mis padres le habían dejado bastante claro que se quedara sentadito.
—Tú, chitón. —La mirada encendida de mi padre podría haber fundido el
metal—. Después ya hablaré contigo largo y tendido.
Y por si creía que las cosas no podían ir peor, mi madre anunció:
—Tenemos que decírselo a la señora Bethany.
—¿Qué? —No daba crédito a lo que oía. Lucas abrió los ojos de par en
par—. ¡No, mamá!
—Tu madre tiene razón. —Mi padre se dirigió a la puerta con paso airado
—. Le has contado el secreto de Medianoche a un humano. Tenemos que
explicárselo a la señora Bethany. Es lo primero en lo que tendrías que
haber pensado.
—Nuestros secretos nos protegen, Bianca —añadió mi madre con más
tranquilidad cuando la puerta se cerró de un portazo detrás de él—. Algún
día lo comprenderás.
Sin embargo, en esos momentos tenía la impresión de que nunca
entendería nada. Me senté derrotada junto a Lucas en el sofá, al menos así
estaríamos juntos cuando cayera la bomba. Los minutos pasaron y los tres
seguíamos guardando un lúgubre silencio, sin movernos, hasta que
empezaron a resonar unos pasos en la escalera de piedra. El repiqueteo
me hizo estremecer. La señora Bethany estaba cerca.
Irrumpió en la habitación como si fuera la dueña del lugar y los demás
unos simples intrusos. Mi padre, detrás de ella, podría haber sido su
sombra. La siguió una fragancia a lavanda que se adueñó sutilmente del
lugar. Clavó sus ojos oscuros en Lucas, quien aguantó su mirada
estoicamente, sin decir nada.
—¿A esto es a lo que llama autocontrol, señorita Olivier? —Su larga
falda barrió el suelo al acercarse. Esa noche llevaba un prendedor de plata
en el cuello de la blusa, tan brillante que lanzaba destellos de luz. A pesar
de que se había pintado las uñas de un color morado muy intenso, no
conseguía ocultar los profundos surcos que las recorrían—. Supuse que
tarde o temprano ocurriría. Y ya veo que no ha perdido el tiempo.
—Bianca no tiene la culpa —dijo Lucas—. La culpa es mía.
—Muy cortés por su parte, señor Ross, pero creo que es bastante
evidente quién es la parte activa en este caso. —Lo agarró por el cuello
del jersey y le dio un tirón, un gesto extrañamente íntimo tratándose de
profesora y alumno. Lucas se puso tenso y temí que le mordiera si la
señora Bethany se atrevía a tocarle el cuello—. Ha recibido dos
mordeduras de vampiro. ¿Sabe lo que eso significa?
—¿Cómo va a saberlo? —pregunté—. Ni siquiera sabía que los vampiros
existían de verdad hasta hace un par de meses.
La señora Bethany suspiró.
—Recuérdeme que volvamos a repasar en clase el concepto de
«pregunta retórica». Como le estaba diciendo, señor Ross, ahora está
marcado como uno de los nuestros.
—Marcado —repitió Lucas—. ¿Se refiere a que soy como Bianca?
—El cambio apenas es perceptible al principio. —La señora Bethany
empezó a caminar lentamente alrededor de Lucas, estudiándolo de pies a
cabeza—. Ahora lo percibo, aunque solo porque me han hecho fijarme en
usted. Sin embargo, con el tiempo el cambio será más pronunciado y los
vampiros de su alrededor lo notarán hasta que les sea imposible ignorarlo.
Se ha rendido a un vampiro, ¡y en más de una ocasión! Eso ha estado a
punto de convertirlo en uno de nosotros.
—¿Significa eso que acabaré convirtiéndome en un vampiro me guste o
no? —preguntó Lucas.
Me removí inquieta, incapaz de ocultar las esperanzas que empezaba a
albergar. Mi madre me lanzó una mirada que me frenó de golpe.
La señora Bethany negó con la cabeza.
—No necesariamente. Puede que disfrute de una larga vida y muera por
otras causas, si eso es algo que considera digno de celebración. Sin
embargo, pronto descubrirá que se siente irremediablemente atraído hacia
la señorita Olivier, cuya falta de disciplina ha quedado de sobras
demostrada. —Mi padre avanzó un paso, como si fuera a defenderme,
pero mi madre puso una mano en su hombro para detenerlo—. Les
resultará tentador a otros vampiros, aunque la prohibición de cazar la
presa de otro debería protegerlo... al menos por un tiempo. Al final, señor
Ross, descubrirá que la perspectiva le seduce tanto como a ella. Lo
deseará con más fuerza de lo que pueda imaginar. Es un deseo que ningún
humano podrá comprender jamás. Y cuando llegue el momento, es
probable que decida unirse a nosotros.
Sí Lucas tenía que perder los estribos, imaginé que ese sería el
momento; sin embargo, no pareció inmutarse.
—¿Eso significa que soy una especie de... punto intermedio? ¿Como
Bianca?
—No exactamente como ella, pero algo bastante parecido. —Los labios
fruncidos de la señora Bethany se relajaron un ápice y comprendí que casi
estaba sonriendo—. Es usted muy despierto, señor Ross.
—Me gustaría saber más —contestó él, aprovechando el halago de la
señora Bethany—. Me gustaría entender estos... sentidos. Habilidades.
Poderes.
—Y también limitaciones. Arraigan en los humanos con mayor lentitud
que nuestros poderes, pero llegarán. No debe olvidarlo. —La señora
Bethany lo meditó unos instantes y luego asintió con la cabeza—. No era
esto lo que esperaba cuando abrí la escuela a los alumnos humanos, pero
debería de haberlo previsto. Le enviaré información que tal vez pueda
ayudarle. Cartas antiguas, estudios y cosas similares acerca de aquellos
que han compartido su situación y que han escogido seguir nuestro
camino. No lo olvide, señor Ross: nuestro secreto es ahora el suyo. Cuanto
más aprenda, más unido a nosotros estará. De ahora en adelante, si
traiciona la verdad de Medianoche, se traicionará a sí mismo. A partir de
ahora, lo vigilaré muy de cerca.
—La creo. No voy a decirle una palabra sobre vampiros a nadie. —Me
miró de soslayo—. Bueno, al menos a nadie que todavía no lo sepa.
Le apreté la mano, contenta y aliviada. Me daba igual lo que mis padres
nos dijeran o lo que fuera a durar mi castigo. Lo único que importaba era
que por fin la verdad había salido a la luz y que a Lucas no iba a pasarle
nada. Además, ahora... tal vez podría ser mío para siempre.
Hasta un poco después no caí en la cuenta de que la señora Bethany no
le había explicado a Lucas qué ocurriría si decidía no convertirse en
vampiro. No le había dado opción. Me pregunté si sería porque era
imposible que Lucas eligiera otra cosa... o porque no iba a permitírsele
elegir.

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