Con marzo
llegaron las lluvias, aguaceros torrenciales que
enturbiaban los
cristales y convertían la tierra en lodo. Por primera
vez no podíamos
evadirnos en los prados; sin embargo, también
por primera vez
no nos hacía falta. Lucas y yo estábamos empapándonos
de Medianoche.
Empezábamos a formar parte de ella.
—Mira esto.
—Una tarde, sentados en un apartado rincón de la
biblioteca,
Lucas me acercó uno de los pesados volúmenes de la señora
Bethany,
encuadernados en piel negra. Solo se oía la lluvia golpeando
contra los
cristales. El paso del tiempo había amarilleado las páginas del
libro y la
tinta se había difuminado, por lo que tuve que entrecerrar los
ojos para
adivinar las palabras. Fui leyendo mientras Lucas me lo
explicaba—.
Hablan todo el rato de «la Tribu».
Un grupo ancestral de
vampiros. ¿Hay
alguien aquí de la Tribu?
—Nunca había
oído hablar de esa Tribu. —Jamás habría imaginado lo
compleja que
era la tradición vampírica. Mis padres ni siquiera habían
mencionado nada
de aquello—. Aunque, ¿a qué te refieres cuando dices
«ancestral»? Mi
padre tiene cerca de mil años. Dudo que se pueda ser más
ancestral.
—No si todo el
mundo es inmortal. Debe de haber vampiros dos, tres,
diez veces
mayores que él. Antiguos romanos, antiguos egipcios, los que
vinieran antes
que ellos... ¿Dónde están? Aquí no creo.
Tenía razón.
Probablemente Ranulf, que había muerto en el siglo VII, era
el vampiro de
mayor edad de Medianoche. Los vampiros también morían;
es decir, que
morían de verdad. Podía matarlos la abstinencia de sangre
durante muchos
meses o, incluso, una abstinencia más corta pero
combinada con
exponerse a la luz del sol. Mis padres me lo habían dejado
muy claro
cuando era niña y no quería acabarme el vaso de sangre de
cabra. La peor
pesadilla de todos era el fuego, que acababa con los
vampiros
incluso con mayor rapidez que con los humanos. Sin embargo, a
pesar de esos
peligros, muchos vampiros debían de haber sobrevivido
incluso más
tiempo que Ranulf.
—Mis padres
dicen que hay gente que pierde el norte —murmuré—. Que
pierden la
noción del tiempo y ya no son capaces de seguir el ritmo de los
cambios. La Academia Medianoche
se construyó para que los vampiros no
cayeran en esa
trampa. ¿Crees que era ese el propósito de mis padres? Tal
vez la Tribu acoge a los vampiros
que perdieron el norte, a eremitas y
reclusos sin
relación con la Humanidad.
Me estremecí de
solo pensarlo.
—Te estás
agobiando, ¿verdad?
—Sí, un
poquito.
Lucas me
acarició la mejilla con el pulgar.
—¿Quieres que
hagamos un descanso?
Comprendí que,
en cierto modo, así era.
—Debería estar
estudiando Historia. Es difícil sacar excelentes cuando
te ponen al
lado gente que ha vivido en sus propias carnes la mitad de los
acontecimientos
que aparecen en el libro. Además, mi madre es más dura
conmigo que
nunca.
—Adelante.
—Lucas ya había devuelto su atención al libro sobre la
tradición
vampírica—. No me moveré de aquí.
No levantó la
cabeza del tomo en la hora siguiente, y cuando recogí mis
cosas para
bajar, tuve que irme sin él porque se quedó trabajando hasta
que cerró la
biblioteca. Ni nos habíamos planteado que pudiera llevárselo
a su
habitación. Vic podía ser un inconsciente, pero no era tonto, y sería
una imprudencia
dejar a la vista información fidedigna sobre vampiros.
De vez en
cuando me asaltaban las dudas y me preguntaba si Lucas no
tendría otras
razones desconocidas para sumergirse en los libros de la
señora Bethany,
pero enseguida descartaba la idea. La mayoría de las
veces lo
animaba a seguir adelante, pensando que estaba cada vez más
cerca de
convertirse en un vampiro y de quedarse conmigo para siempre.
Por descontado,
no todo el mundo estaba de acuerdo. Courtney había
aflojado la
presión después de que yo mordiera a Lucas por primera vez
imaginando, tal
vez, que por fin había ingresado «en el club». Sin
embargo, no
quería que él formara parte de ese club; es decir, que
después de que
corriera la voz por la escuela acerca del segundo
mordisco, ella
había entrado en modo «bruja supino».
—¿Te imaginas
pasar cientos de años saliendo con ese tipo? —rezongó
un día en clase
de Tecnología moderna, dirigiéndose a Genevieve en voz
alta, mientras
el señor Yee estaba en el rincón explicándole algo, con
paciencia de
santo, al perpetuamente despistado Ranulf—. Es decir, por
favor. Me basta
y me sobra teniendo que aguantar un curso entero a Lucas
Ross. Va listo
si cree que de aquí a veinte años voy a irle detrás cuando
esté intentando
dar coba a la gente con la que estuvo metiéndose.
—Eh, Courtney,
refréscame la memoria —dijo Balthazar con toda
naturalidad,
mientras intentaba programar el microondas, que era en lo
que consistía
la lección del día—. El otro día creí recordar que te había
visto en la Indochina francesa, pero
luego me di cuenta de que no podía
ser porque tú
te transformaste... ¿Cuánto hace? ¿Cincuenta años?
—Hum... —De
súbito, Courtney parecía muy interesada en la punta de
su coleta—. Más
o menos.
—No, espera. No
hace cincuenta. —Balthazar frunció el ceño, como si el
microondas fuera
para él una máquina ininteligible, aunque adiviné que ya
había
descubierto cómo funcionaba—. Fue en... No, en los setenta
tampoco... En
1987, ¿no?
—¡No! —Courtney
se había sonrojado. Genevieve la miró fijamente; no
sabía nada y
parecía horrorizada—. Fue en 1984.
—Ah, en 1984,
tres años antes. Bastante después de que los franceses
se fueran de
Indochina. Me había equivocado. —Balthazar se encogió de
hombros—.
Discúlpame, Courtney. Las décadas pasan volando para los
que llevamos ya
un tiempo danzando por aquí.
Fingí que no
estaba escuchándolos, pero se me escapó una risita
cuando
Balthazar le dio triunfalmente al botón de encendido y el
microondas
empezó a calentar un vaso de sangre. La edad significaba
estatus, y todo
aquel que no pasara de medio siglo era un novato, por lo
que los
aspavientos indignados de Courtney quedaron ridiculizados. Lucas
y yo
pertenecíamos a la escuela tanto como ella... Lo que me hacía sentir
rara, pero era
cierto. Puede que volviéramos al cabo de cuarenta años o
de
cuatrocientos; tal vez regresaríamos para entender los cambios que se
habían
producido en el mundo y volveríamos a visitar el lugar donde nos
habíamos
conocido. Todavía me acongojaba pensar en la eternidad que
nos esperaba
por delante. Seguía angustiándome ligeramente cada vez
que pensaba en
hasta qué punto tendría que adaptarme a un mundo que
podía cambiar
tanto como lo había hecho para mi padre desde la invasión
normanda. La
sensación que me invadía en esos momentos se acercaba
mucho al pánico
a las alturas: muy cerca de la caída.
Sin embargo,
cuando pensaba en que tendría a Lucas a mi lado para
enfrentarme a
todos esos años, mis miedos desaparecían.
La peor
tormenta de todas estalló a mediados de marzo, una noche de
sábado tan
ventosa que incluso los gruesos y antiguos cristales de las
ventanas de la
escuela traqueteaban en sus marcos. Los relámpagos
iluminaban el
cielo tan a menudo que a veces parecía de día durante un
par de minutos.
Dada la imposibilidad de salir afuera, todas las estancias
comunes estaban
abarrotadas. Por fortuna, varios amigos y yo
encontramos el
modo de distraernos.
—Vale, ¿cómo
puedes tener tantos de Duke Ellington y ni uno de Dizzy
Gillespie? —le
preguntó Balthazar a mi padre.
Estaba sentado
en el suelo con las piernas cruzadas, rebuscando entre
los discos para
poner algo de música. Yo podría haber ido a buscar unos
cuantos
compactos y la minicadena a mi cuarto, pero eso habría
significado
dejar libre el sitio que ocupaba junto a Lucas en el sofá. El me
había pasado un
brazo por encima de los hombros y yo no tenía ninguna
intención de
moverme.
—Antes tenía
algunos de Dizzy —se justificó mi padre—, pero los perdí
en el incendio
del sesenta y cinco.
Patrice,
sentada con remilgo en una silla, suspiró.
—Yo viví un
terrible incendio en 1892. Es horrible.
—Pues
cualquiera diría que te habría encantado aprovechar la
oportunidad
para renovar el vestuario —le tomó el pelo Lucas. Todos nos
volvimos hacia
él—. ¿Qué he dicho?
—El fuego es
una de las pocas cosas que puede acabar con nosotros —
le explicó mi
madre, con los brazos cruzados delante del pecho—. Por eso
es un tema
delicado.
Mis padres
seguían sin fiarse de Lucas, pero hacían lo que podían. Igual
que la señora
Bethany, habían comprendido que cuanto más supiera,
menos probable
sería que cometiera desafortunados errores por el estilo.
Vi que a Lucas
se le enturbió el semblante y por un segundo me intrigó
lo que
estuviera pensando o sintiendo. Aunque en realidad estaba
deleitándome
con la idea de que mi madre había dicho «con nosotros»,
incluyéndolo a
él, como si Lucas ya fuera uno de los nuestros.
—De hecho, el
otro día hablábamos de ello —dijo Lucas, de repente—.
¿Qué otros
modos hay? Me refiero a modos en que pueden morir los
vampiros.
—Bueno, veamos.
—Mi padre dio una palmada, como si tuviera que
desempolvar sus
recuerdos para traerlos a la memoria—. En realidad la
lista es
bastante corta.
—Estacas —dijo
Lucas sin dudarlo—. Al menos eso es lo que sale en
tele.
—La caja tonta.
—Era evidente que Patrice creía que la televisión era un
invento
demasiado moderno para que mereciera su atención, aunque al
menos no le
importaba hablarle a Lucas de lo que significaba ser un
vampiro. Yo
albergaba la esperanza de que se abriera un poco, igual que lo
había hecho
sobre su vida en Nueva Orleans, pero hasta el momento se
había ceñido a
los hechos—. Las estacas son mortíferas, pero solo de
manera
temporal. En cuanto te la sacan, te recuperas en un santiamén.
—Solo tienes
que procurar tener un amigo que te desentierre y se ocupe
de ello, claro
—añadió Balthazar, poniendo un disco de Billie Holiday.
—O sea que,
fundamentalmente, son el fuego y la decapitación —
intervino mi
madre, contándolos con los dedos.
—¿Y el agua
bendita? —preguntó Lucas.
—En absoluto
—contestó mi padre, sin preocuparse de ocultar su
desdén por la
sugerencia de Lucas—. Me han rociado con agua bendita
varias veces y
si hay alguna diferencia entre esa agua y la lluvia, que baje
Dios y lo vea.
Lucas no
parecía demasiado convencido, pero se limitó a asentir con la
cabeza.
—Muy bien. Lo
siento, sé que son preguntas tontas.
—Hay mucho que
aprender —dijo Patrice.
Viniendo de
ella, era un gesto muy generoso, así que le sonreí mientras
apoyaba la
cabeza en el hombro de Lucas. Cortinas de lluvia repicaban
contra las
ventanas, un constante susurro de fondo para la ronca voz de
Billie.
Mi madre debió
de fijarse en que me arrimaba a Lucas, porque le dio
unos rápidos
golpecitos en el hombro a mi padre.
—Muy bien,
Adrián. Ya hemos pasado un ratito con ellos. Estoy segura
de que estos
chicos preferirían charlar sin tenernos delante.
—¿Chicos?
Resérvate eso para la clase, ¡pero si casi somos de la misma
edad!
—Balthazar se echó a reír. Tenía razón, aunque se me hizo raro
pensar en
ello—. Deberíais quedaros.
—A mí no me
importa —dijo Patrice, encogiéndose de hombros.
Lucas y yo
intercambiamos una mirada. A nosotros sí nos importaba. En
un mundo ideal,
mis padres se habrían llevado a Balthazar y a Patrice con
ellos para que
nosotros pudiéramos hacérnoslo en el sofá, pero eso no iba
a suceder.
Mi madre hizo
un alarde de esa preocupante telepatía materna que
tenía y suspiró
comprensiva.
—Supongo que
hay veces en que toda la intimidad que pueden
proporcionarte
tus padres no es suficiente, ¿eh?
—Sí, no es
fácil salir con alguien en Medianoche —convino Lucas.
Balthazar
fingió interesarse repentinamente en la carátula del disco de
Billie
Holliday.
Pensando en
cómo le había dado calabazas a Balthazar, traté de
encontrar el
modo de relajar el ambiente para que se sintiera más
cómodo, y
entonces recordé una historia curiosa que podía contar.
—Eh, al menos
nosotros no lo tenemos tan mal como lo tuvo tu retatara
lo que sea,
¿no, Lucas?
Lucas me miró
perplejo y palideció, como si hubiera dicho algo terrible.
Seguramente no
me había entendido.
—¿Se trata de
una anécdota familiar? —preguntó mi madre—. Esas son
las mejores.
Todo el mundo
me prestó atención.
—Hará unos
ciento cincuenta años, uno de los antepasados de Lucas
estudió en
Medianoche, un bisabuelo o algo así. ¡Pero si tú lo cuentas
mejor! —Le di
un codazo a Lucas, pero estaba muy tenso, rígido como una
tabla. Me había
advertido que la historia era un secreto, pero lo habría
dicho en broma,
¿no? Una historia de hacía más de ciento cincuenta años
no podía ser un
secreto. Tal vez Lucas pensaba que era un poco
embarazosa,
pero yo no creía que hubiera nada de lo que tuviera que
avergonzarse—.
Bueno, pues resulta que vino a estudiar aquí y se batió en
duelo con otro
alumno, creo que por una chica, justo en el vestíbulo
principal. Y
así es como acabó rota esa vidriera, ¿lo sabíais? Ninguno de
los dos murió,
pero lo expulsaron y...
Mi voz fue
convirtiéndose en un débil hilillo al ver que mis padres y
Balthazar se
habían quedado completamente inmóviles y habían clavado
sus miradas en
Lucas, quien estaba hundiéndome los dedos en el hombro.
La única
persona de la habitación que parecía tan confundida como yo
era Patrice.
—¿Ya habían
admitido humanos antes?
—No —contestó
Balthazar con aspereza—. Nunca.
—¿Uno de tus
antepasados era vampiro? —No daba crédito a lo que
estaba oyendo—.
Lucas, ¿cómo es posible que no lo supieras?
—Me temo que no
es eso. —Mi padre se puso en pie lentamente. No era
un hombre muy
alto, pero el modo en que se acercó al sofá resultó muy
intimidatorio—.
Mucho me temo que se trata de otra cosa.
—Hace ciento
cincuenta años. —A mi madre le temblaba la voz—. Eso
fue cuando...
La vez que...
—Sí —contestó
mi padre, sin apartar la mirada de Lucas.
Y lo apresó por
el cuello.
Yo lancé un
chillido. ¿Es que mi padre se había vuelto loco? De repente,
Lucas introdujo
sus brazos por dentro de los de mi padre para obligarle a
soltarlo y acto
seguido le propinó un puñetazo en la nariz. La sangre manó
a borbotones y
unas gotitas húmedas me salpicaron la cara.
—¡Parad! ¿Qué
estáis haciendo? ¡Quietos! —grité.
A continuación,
todo sucedió muy rápido. Balthazar me apartó a un
lado, sin
miramientos, y yo acabé trastabillando y cayendo al suelo. El
también le
lanzó un puñetazo a Lucas, pero este lo esquivó. Patrice me
rodeó con sus
brazos y empezó a gritar con fuerza, incapaz de moverse.
Mi madre golpeó
una de las sillas de madera del salón contra el suelo con
tanta fuerza
que esta se partió. Al principio pensé que estaba intentando
atraer su
atención para aclarar qué demonios ocurría; sin embargo,
arrancó una de
las patas de la silla con una mano y, a modo de porra,
golpeó a Lucas
en los riñones.
Lucas gritó de
dolor, pero se volvió de inmediato y le arrancó la pata de
la mano a mi
madre, cuya muñeca se resintió. Mi padre y Balthazar se
abalanzaron
sobre Lucas y lo abordaron a la vez, pero Lucas era igual de
rápido que
ellos y esquivó sus golpes. En ese momento, recordé la pelea
de la pizzería.
Aunque entonces las habilidades de Lucas me habían
sorprendido,
comprendí que en realidad no había sido nada. Lo que estaba
viendo ahora
era la verdadera demostración de sus aptitudes, lo bastante
desarrolladas
para rechazar a dos vampiros a la vez.
A pesar de
poseer la fuerza suficiente para luchar con ellos, no quería
pelearme con
mis padres por Lucas, o con Lucas por mis padres, al menos
hasta que
supiera qué demonios había ocurrido.
—¿Qué estáis
haciendo? —me desgañité—. ¡Parad de una vez, parad!
No se
detuvieron. Mi padre le lanzó un puñetazo al estómago y cuando
Lucas se
encorvó, dio la impresión de que iba a caer hacia atrás, pero en
realidad estaba
fingiendo. En realidad se había agachado para coger la
pata de la
silla que mi madre había soltado. Mi padre y Balthazar
retrocedieron
al instante y comprendí que Lucas se había hecho con una
estaca. Puede
que no pudiera matar definitivamente a ninguno de los dos
solo con eso,
pero al menos podía dejarlos fuera de circulación por el
momento.
Patrice empezó
a chillarme en el oído cuando Lucas cargó contra el
pecho de
Balthazar con la estaca en alto. Balthazar dio un salto hacia
atrás y
consiguió esquivarlo por los pelos. Vi que el puñetazo de Lucas le
había hecho un
corte en el pómulo en forma de media luna. A
continuación, y
para mi más absoluta consternación y horror, Lucas se
volvió hacia mi
padre. Iba a intentar clavarle la estaca a mi padre.
—¡Lucas, no!
—le supliqué—. Mamá, dile que... ¿Dónde está mamá?
Estaba tan
absorta en la pelea que no la había visto salir.
—Ha bajado a
buscar ayuda —contestó mi padre con un gruñido—. La
señora Bethany
no tardará y se ocupará de esto.
Lucas vaciló
solo un segundo.
—Bianca, lo
siento. Lo siento mucho.
—¿Lucas?
Nuestras
miradas se encontraron.
—Te quiero.
Echó a correr
hacia la puerta y bajó los escalones como una exhalación.
Al principio,
nos habíamos quedado tan desconcertados que no supimos
reaccionar,
pero mi padre y Balthazar enseguida salieron detrás de él. Me
volví hacia
Patrice, que seguía hecha un ovillo a mi lado, en el suelo.
—¿Tú entiendes
algo?
—No.
Se pasó las
manos por el suave cabello trenzado, como si pudiera
ahuyentar el
pánico arreglándose el pelo. No le importaba nada más.
Aunque me
temblaban las piernas, me levanté para salir tras ellos y
bajé la
escalera tropezando en los escalones. Desde allí arriba oí los gritos
de Balthazar,
que resonaban en las paredes de piedra.
—¡Detenedle!
¡Detenedle!
A continuación
se oyó un gran estruendo, el sonido quebradizo de las
esquirlas de
cristal rebotando contra suelos y paredes, y mi padre soltó un
taco. El
corazón me latía con tanta fuerza que creí que me moriría si no
paraba de
correr, aunque también lo haría si me detenía, porque Lucas
estaba en
peligro y yo debía estar con él.
Bajé los
últimos peldaños de la escalera de caracol como pude, medio
corriendo,
medio tropezando, y me encontré con Balthazar, mi padre y
unos cuantos
alumnos más allí plantados, mirando fijamente la ventana
del cristal
transparente del vestíbulo principal. La ventana estaba hecha
añicos y
comprendí que Lucas había utilizado la pata de la silla para
romperla y
escapar por allí. Ni siquiera había tenido tiempo para atravesar
la distancia
que lo separaba de la puerta. Probablemente mis padres no
habían salido
tras él porque el vestíbulo estaba lleno de alumnos humanos
alucinados y a
punto de ponerse a hacer preguntas comprometidas.
Mi madre entró
en el vestíbulo principal, cogiéndose la muñeca. Unos
pasos más atrás
venía la señora Bethany, en cuya mirada hervía una rabia
mal disimulada.
—¿Qué demonios
ocurre aquí? —Raquel bajó la escalera detrás de mí—.
¿Ha habido...?
¿Ha habido una pelea o algo así?
La señora
Bethany se puso muy derecha.
—Esto no es
asunto suyo. Todo el mundo a sus habitaciones.
Raquel me miró
mientras regresaba a nuestro piso. Era obvio que quería
que se lo
explicara, pero ¿qué iba a decirle? Estaba muy acalorada,
aunque mi
cuerpo fue enfriándose con cada latido de mi corazón; me
faltaba el
aire. No hacía ni cinco minutos que estaba sentada junto a
Lucas,
riéndonos de los chistes de mis padres.
Mis padres y
Balthazar no se movieron de su sitio cuando los demás
regresaron a
sus habitaciones, y yo también me quedé con ellos.
En cuanto nos
quedáramos solos, iba a preguntarle a mi padre qué
significaba
todo aquello, pero se me adelantaron.
—¿Qué ha ocurrido?
—preguntó la señora Bethany.
—Lucas es
miembro de la Cruz Negra
—contestó mi padre. La señora
Bethany lo miró
con ojos desorbitados, aunque no de espanto, sino de
sorpresa; la
primera vez que apreciaba una mínima vulnerabilidad en ella
—. Acabamos de
descubrirlo ahora mismo.
—La Cruz Negra. —Cerró las
manos en un puño y miró fijamente la
ventana rota.
El viento azotaba la lluvia que entraba por el agujero
bordeado de
cristales afilados y volvió a oírse el estallido de un trueno—.
¿Qué pretenden?
—Tenemos que ir
tras él de inmediato.
Mí padre
parecía dispuesto a salir corriendo en cualquier momento.
—Siempre habrá
cazadores —dijo mi madre en voz baja, poniéndole la
mano buena en
el brazo—. Nada ha cambiado.
La señora
Bethany se volvió hacia ella, con la cabeza inclinada y los ojos
entrecerrados.
—Su compasión
no nos sirve de nada, Celia. Comprendo que desee
ahorrarle
sufrimientos a su hija, pero si su marido y usted hubieran puesto
mayor cuidado,
ahora no se encontraría en esta situación.
—Ese chico vino
aquí con una misión y le hizo daño a nuestra hija para
cumplirla. Le
aseguro que averiguaré qué pretendía. —Mi padre escudriñó
la oscuridad—.
No puede avanzar tan rápido como nosotros en la
tormenta.
Deberíamos salir ahora mismo.
—Todavía hay
tiempo para formar una expedición —insistió la señora
Bethany—. El
señor Ross pedirá ayuda en cuanto pueda, lo que significa
que no es
seguro que lo encontremos a solas. Señor y señora Olivier,
ambos vendrán
conmigo para alistar y armar a los demás.
—Yo también voy
—dijo Balthazar, con determinación.
La señora
Bethany lo miró de arriba abajo, evaluándolo.
—Muy bien,
señor Moore. Por el momento le sugiero que se ocupe de la
señorita
Olivier. Explíquele la insensatez que ha cometido y procure que
no vaya
contándolo por ahí.
Mi madre me
tendió una mano.
—Debería hablar
con ella.
—Dada su
inclinación a ignorar la realidad, será mejor que le deje esa
tarea a una
parte más neutral.
La señora
Bethany señaló la escalera de caracol.
Todavía tenía
la esperanza de que mi madre le dijera a la señora
Bethany dónde
podía meterse su prepotencia, pero mi padre la cogió por
el brazo bueno
y la empujó escalera arriba con él. La señora Bethany los
siguió,
levantando la larga falda con una mano. Me volví hacia Balthazar
en cuanto
estuvimos solos.
—¿Qué ha
ocurrido?
—Chist, Bianca,
cálmate.
Balthazar
colocó sus manos en mis hombros, pero yo no estaba por la
labor.
—¡Que me calme!
Acabáis de atacar a mi novio y él se ha revuelto. ¡No
entiendo nada
de nada! Balthazar, por favor, dime... Dime... Por Dios,
¿qué...? ¡Si ni
siquiera sé qué preguntar!
Había tantas
preguntas agolpándose por salir, que era como si me
atragantaran y
me asfixiaran.
—Te han
mentido. Nos han mentido a todos —contestó Balthazar, sin
alterarse.
La pregunta que
acudió a mis labios anuló todas las demás.
—¿Qué es la Cruz Negra?
—Cazadores de
vampiros.
—¿Qué?
—La Cruz Negra es un grupo
de cazadores de vampiros que lleva
asediándonos
desde la Edad Media.
Nos siguen el rastro, nos separan de
los nuestros y
acaban con nosotros. —Balthazar me limpió las gotas de
sangre de mi
padre que me habían salpicado la cara, con tanta delicadeza
como si fueran
lágrimas—. Ya en una ocasión intentaron infiltrarse en la
Academia Medianoche.
De vez en cuando, un humano consigue entrar
mediante
zalamerías o sobornos y se le tolera para evitar llamar la
atención. Uno
de esos humanos resultó ser un miembro de la Cruz Negra.
—Hace ciento
cincuenta años... —La historia que acababa de contar
arriba, la que
Lucas me había confiado cuando nos conocimos, cobró
sentido de
repente—. La pelea de la que hablaba... no fue un duelo,
¿verdad?
Balthazar negó
con la cabeza.
—No, alguien
descubrió que era miembro de la
Cruz Negra y él
consiguió
escapar. Lo mismo que ha ocurrido esta noche.
La Cruz Negra. Cazadores de
vampiros. Lucas nunca me había
mencionado que
hubiera encontrado algo por el estilo en los libros que la
señora Bethany
le había prestado, y en ese momento comprendí que me
lo había
ocultado. Lucas había acudido a Medianoche para cazar y matar
criaturas como
yo. Incluso me había embaucado para que volviera a
morderle... y
así proporcionarle la fuerza y el poder que necesitaba para
defenderse. Me
había utilizado para convertirse en un asesino más
eficiente,
había intentando matar a mis padres y me había mentido en
todo, desde el
principio.
«En un primer
momento, antes de que Lucas supiera que yo era un
vampiro, había
intentado protegerme. Yo creí que se preocupaba por mí
porque me
sentía sola, pero no era por eso; él pensó que yo era una
humana rodeada
de vampiros, y por eso se preocupaba por mí. Pero desde
que ha
descubierto lo que soy, me ha estado utilizando para adentrarse en
los entresijos
de Medianoche, para asumir nuestros poderes, para llegar a
donde deseaba.
Me hizo sentir culpable por haberle mentido cuando él me
estaba contando
una mentira aún mayor.»
Lo que parecía
amor era traición.
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