Me senté
aturdida en el último escalón de la escalera, atenta a los
preparativos
que estaban llevándose a cabo a mi alrededor.
La expedición
de la señora Bethany estaba compuesta por cinco vampiros:
mis padres,
Balthazar, el profesor Iwerebon y ella. Todos llevaban
impermeables
pesados y puñales sujetos a las pantorrillas y los
antebrazos.
—Deberíamos
llevar pistola para enfrentarnos a este tipo de situaciones
—apuntó
Balthazar.
—Solo hemos
tenido que enfrentarnos a «este tipo de situaciones» en
dos ocasiones
en más de doscientos años —contestó la señora Bethany,
más glacial que
nunca—. Nuestras aptitudes suelen ser más que
suficientes
para tratar con los humanos. ¿O acaso no cree estar preparado
para lo que se
le encomienda, señor Moore?
«Lucas es un
cazador de vampiros. Lucas vino aquí para matar gente
como mis
padres. Me dijo que no me fiara de ellos. Supongo que creyó que
me habían
raptado siendo un bebé. Intentó abrir una brecha entre
nosotros. Creí
que solo estaba siendo grosero, pero tal vez estaba decidido
a matarlos.»
—Sé
arreglármelas yo solo —dijo Balthazar—, pero es posible que Lucas
también vaya
armado. Es un cruz negra. Es imposible que viniera aquí a
pecho
descubierto. Es muy probable que haya encontrado un escondite
para su arsenal
dentro de la escuela y le aseguro que ahí estarán sus
armas.
«Subimos la escalera
de la torre norte juntos y estuvo rezongando todo
el camino. Creí
que era porque Lucas me tenía miedo, que temía a los
vampiros, pero
no se trataba de eso. Incluso una vez en el suelo, cuando
estábamos
besándonos, me pidió que volviéramos a vernos a solas, pero
en otro lugar.»
—En la
habitación que hay en lo alto de la torre norte —dije de repente
con una voz
extraña que apenas reconocí como mía—. Está allí.
La señora
Bethany se puso muy tensa.
—¿Usted lo
sabía?
—No, es una
corazonada.
—Comprobémoslo.
—Balthazar me tendió la mano para ayudarme a
ponerme en
pie—. Vamos.
Parecía que
todo estaba igual que la última vez que Lucas y yo
estuvimos allí
arriba juntos. La señora Bethany cerró los ojos un momento,
consternada.
—La habitación
de archivo. Si ha estado aquí arriba, habrá leído casi
toda nuestra
historia. Los lugares donde se ocultan muchos de los
nuestros... Y
ahora la Cruz Negra
los conoce.
—Muchos de
estos archivos llevan décadas desfasados —intentó
razonar mi
padre—. Los años más recientes están en el ordenador.
—Creo que
también ha tenido acceso a esos —dije, recordando el día
que había
encontrado a Lucas saliendo a hurtadillas del despacho que la
señora Bethany
tenía en la cochera.
La señora
Bethany se volvió en redondo hacia mí, a punto de perder los
estribos.
—Vio que Lucas
Ross incumplía las normas y jamás avisó a nadie de
dirección. Dejó
que un miembro de la Cruz
Negra campara a sus anchas
por Medianoche
durante meses, señorita Olivier. No crea que voy a
olvidarlo.
Por lo general,
yo solía encogerme cuando me hablaba de ese modo; sin
embargo, esa
vez repliqué.
—¡Fue usted
quien lo admitió aquí en primer lugar!
Después de eso,
todo el mundo guardó silencio unos segundos. Solo lo
había dicho
para defenderme, pero comprendí que la señora Bethany
había metido la
pata, pero hasta el fondo, y su intento por endiñarle la
culpa a otro le
había salido mal.
En vez de
estrangularme, la señora Bethany me dio la espalda, muy
estirada, para
inspeccionar la estancia.
—Abran las cajas,
miren en los armarios y en las vigas. Quiero saber qué
guardaba aquí
arriba el señor Ross.
El recuerdo de
los momentos que Lucas y yo habíamos pasado juntos
me abrumaba,
pero intenté concentrarme en un día en concreto: el día
que subimos a
esa habitación. Lucas se había sentado inmediatamente
sobre el enorme
arcón que había colocado contra una pared. En aquel
instante pensé
que estaría cansado, pero tal vez lo había hecho por un
motivo bien
distinto: para que yo no lo abriera.
Balthazar miró
hacia donde apuntaban mis ojos. No dijo nada, pero
enarcó una ceja
a modo inquisitivo. Asentí con la cabeza y se dirigió hacia
el arcón para
abrir la tapa. No pude ver lo que había dentro, pero mi
madre dio un
grito ahogado y el profesor Iwerebon maldijo entre dientes.
—¿Qué es?
—pregunté.
La señora
Bethany se acercó y echó un vistazo al interior del arcón.
Mantuvo una
expresión de absoluta frialdad al agacharse y sacar una
calavera.
Ahogué un grito
y me sentí como una estúpida.
—Eso tiene que
ser muy antiguo. Vaya, mirad qué pinta tiene.
—Nuestros
cuerpos se descomponen muy deprisa al morir, señorita
Olivier. —La
señora Bethany no paraba de darle vueltas al cráneo, lo que
me recordó sus
clases sobre Hamlet—. Para ser exactos, se deterioran
hasta alcanzar
el estado de descomposición que tendrían si hubieran
muerto siendo
humanos. A pesar de que los huesos están limpios,
conservan
restos de piel... Lo que nos sugiere que este cráneo pertenecía
a un vampiro
que murió hace décadas, tal vez incluso un siglo.
—Erich —dijo
Balthazar de pronto—. Una vez comentó que había muerto
en la Primera Guerra
Mundial. Lucas y Erich siempre se estaban buscando.
Si Lucas lo
atrajo hasta aquí y Erich no tenía ni idea de que estaba
tratando con un
cazador de la Cruz Negra,
el resultado es fácil de
imaginar.
—Sobre todo si
Lucas contaba con uno de estos. —Mi padre había
abierto otra
caja, de la que había sacado un cuchillo enorme; no, un
machete—. Con
esto podría despachar a cualquiera de nosotros en un
abrir y cerrar
de ojos.
Balthazar dejó
escapar un prolongado silbido mientras examinaba la
hoja.
—Esos dos
solían pelearse, pero Erich siempre pudo con Lucas. O bien
Lucas perdía a
posta, o sabía que si demostraba lo que era capaz de hacer
lo hubiéramos
descubierto.
—Creía que
Erich se había escapado —protesté.
Tenía que ser
así; Lucas y Erich se habían peleado, pero Lucas no podía
haberlo matado.
—Es lo que
creímos todos, pero nos equivocamos. —La señora Bethany
devolvió el
cráneo de Erich al arcón sin ceremonias—. Sigamos buscando.
Los demás
obedecieron. Temblorosa, me acerqué al arcón para mirar
dentro. Había
un montón de huesos, un uniforme polvoriento de
Medianoche y,
en un rincón, un redondel de color marrón. Con un
sobresalto
comprendí que se trataba de la pulsera de cuero que Raquel
había perdido.
Era imposible que Lucas se la hubiera robado. No, se la
había quitado
Erich y la llevaba cuando murió.
«Cuando lo mató
Lucas.»
—Bianca,
cariño. —Mi madre se acercó. Se había puesto unos téjanos y
unas botas. Por
lo general, se negaba a vestirse con lo que seguía
calificando
como ropa de hombre, pero había hecho una excepción para ir
tras Lucas—.
Deberías ir a nuestra habitación. No es necesario que sigas
aquí.
—¿Que me vaya
al piso a hacer qué? ¿A leer un libro? ¿A escuchar
música? Creo
que no.
La señora
Bethany me fulminó con la mirada por encima del hombro de
Iwerebon.
—Daremos con su
rastro a pesar de la lluvia. No le contará jamás a
nadie de esta
escuela nada acerca de esta noche.
Cerré la tapa
del arcón lentamente.
—Yo también
voy.
—Bianca. —Mi
madre negó con la cabeza—. No tienes por qué hacerlo.
—Sí, sí tengo
que hacerlo.
—No. —Balthazar
se acercó a mí—. Esto es totalmente nuevo para ti... y
la Cruz Negra... Son muy
buenos. Mortales. Puede que Lucas sea joven,
pero es
bastante obvio que sabe perfectamente lo que se hace.
—Lo que
Balthazar no dice por educación es que puede ser peligroso. —
Mi padre
parecía furioso. Tenía la nariz roja e hinchada, probablemente
rota. Incluso
las heridas de los vampiros tardan un tiempo en curar—.
Lucas Ross
podría hacerte daño, incluso podría matarte.
Me estremecí,
pero no di mi brazo a torcer.
—Podría mataros
a cualquiera de vosotros y aun así iréis tras él.
—Nosotros nos
ocuparemos del asunto —insistió Balthazar—. Lo peor de
todo esto es lo
que te hizo, Bianca. Tus padres no dejarán que Lucas se
salga con la
suya, y yo tampoco.
La señora
Bethany enarcó una ceja. Era obvio que para ella mi corazón
roto no era «lo
peor de todo», por eso esperaba que arremetiera contra
mí, como
siempre.
—Que venga
—dijo, en cambio.
Mi madre se la
quedó mirando, incrédula.
—¡Solo es una
niña!
—Fue lo
bastante mayor para morder a un humano, lo bastante mayor
para darle
poderes, y eso la hace lo bastante mayor para afrontar las
consecuencias.
—Me miró fijamente—. ¿Necesitará un arma, señorita
Olivier?
—No.
¿Cómo iba a
clavarle un cuchillo a Lucas?
La señora
Bethany malinterpretó mi negativa. Tal vez con toda la
intención.
—Supongo que
podría completar su transformación esta noche.
—¿Esta noche?
—dijeron mis padres al unísono.
—Los niños
crecen tarde o temprano.
«Quiere que
vuelva a morder a Lucas, pero esta vez quiere que lo mate.
Le prenderán
fuego al cuerpo antes de pueda volver a levantarse en forma
de vampiro y
habré perdido a Lucas para siempre.»
La señora
Bethany se dirigió hacia la puerta y la abrió de un empujón.
Balthazar me
puso un chubasquero sobre los hombros y yo intenté meter
los brazos por
las mangas, demasiado largas.
—Vamos.
Iniciamos
nuestro descenso por la escalera hacia la oscuridad.
Mis padres me
explicaron que eran vampiros en cuanto fui lo bastante
mayor para
saber guardar secretos, por lo que el hecho de no ser humana
era algo tan
normal y corriente para mí como que el cabello de mi madre
tuviera un tono
acaramelado o que a mi padre le gustara llevar el ritmo
chascando los
dedos al compás del jazz de los cincuenta. Bebían sangre
sentados a la
mesa en vez de ingerir alimentos, y les gustaba perderse en
sus recuerdos
acerca de los buques de vela, la rueca y, en el caso de mi
padre, acerca
de la vez que vio a William Shakespeare actuando en una de
sus obras. No
eran más que anécdotas, divertidas y enternecedoras, pero
nunca
escalofriantes. Nunca las había considerado como algo antinatural.
En cuanto
iniciamos la persecución, comprendí lo poco que los conocía
en realidad.
Avanzaban mucho
más rápido que yo, más que la mayoría de los
humanos. Lucas
y yo creíamos estar desarrollando nuestros poderes
cuando
corríamos por los terrenos del internado semanas atrás, pero
comparados con
ellos éramos unas tortugas. Mis padres, Balthazar, todos
avanzaban con
paso seguro a pesar del fango, y podían ver en la
oscuridad. Yo
tenía que confiar en los haces de luz de las linternas y en sus
voces para guiarme.
—¡Aquí! —El
acento nigeriano del profesor Iwerebon era aún más
cerrado cuando
algo lo preocupaba—. El chico ha pasado por aquí.
«¿Cómo pueden
saberlo?» Vi que Iwerebon apoyaba la mano sobre las
ramas de un
arbusto. Al tocarlo, sentí el vello de las suaves yemas de las
hojas nuevas en
mis manos heladas. Una de las ramas estaba partida.
Lucas la había
roto al pasar corriendo por el lado.
«Corre para
ponerse a salvo. Debe de estar muerto de miedo.»
«Dijo que me
quería.»
El estallido de
un nuevo relámpago centelleó en el cielo y todo quedó
iluminado por
unos instantes como si fuera de día. Vi la silueta de la
señora Bethany
recortada contra el oscuro bosque y reconocí el paisaje:
estábamos muy
cerca del río. Era la primera vez desde hacía un buen rato
que sabía dónde
estábamos, porque las nubes cargadas de lluvia
ocultaban las
estrellas.
—No es uno de
los caminos habituales que toman los alumnos —dijo la
señora
Bethany—. La Cruz Negra
debe de haberlo entrenado lo bastante
bien para que
tuviera preparado un plan de fuga, y eso significa que ha
tenido que
marcar la ruta con antelación.
Un trueno
estalló sobre nosotros y ahogó la respuesta del profesor
Iwerebon. Con
cansancio, saqué los pies del fango en el que se habían
hundido.
Balthazar me cogió por el codo para servirme de apoyo hasta
que encontrara
tierra firme.
«¿Cómo es
posible que durante todo este tiempo en que creía que Lucas
estaba
protegiéndome, en realidad estuviera poniéndome en peligro?»
Noté la presión
de los dedos de Balthazar en mi brazo.
—Por aquí,
vamos.
Cuando un nuevo
relámpago surcó el cielo, vi lo que Balthazar había
encontrado:
pisadas profundas en el barro que se dirigían hacia el río.
Lucas había
tenido que sacar los pies del fango como yo. A pesar de los
nuevos poderes
que compartíamos, Lucas no era ni tan rápido ni tan
sobrenaturalmente
etéreo como los vampiros que tenía a mi alrededor.
Solo era un
chico que corría hasta el límite de sus fuerzas, abriéndose
camino a través
de una tormenta, consciente de que se jugaba la vida si lo
atrapaban.
Llovía con
demasiada fuerza para que ese tipo de pisadas aguantaran
mucho antes de
que el agua las borrara. Ya estábamos muy cerca.
«Me mintió
desde el principio. Desde el primer día. Mientras yo estaba
angustiada por
todos los secretos que no podía compartir con él, Lucas se
burlaba de mí
cada vez que nos besábamos.»
—¡Rápido! —nos
urgió la señora Bethany. A pesar de la larga falda, se
movía más
rápido que ninguno. Yo me quedaba rezagada, sin aliento y
helada de frío,
aunque lo bastante cerca de ellos para oír la lluvia
rebotando
contra sus chubasqueros—. Habrá cruzado el río. Eso nos hará
perder tiempo.
El río.
Desde que tenía
uso de razón, mis padres habían bromeado sobre el
pánico que le
tenían al agua en movimiento. Cuando íbamos de excursión,
siempre
intentaban seguir una ruta que no atravesara ningún río. Si había
que hacerlo, lo
hacían, pero solían demorarse bastante hasta que por fin
se decidían: mi
padre frenaba en cuanto aparecía un puente a la vista, mi
madre se mordía
las uñas angustiada y yo no podía parar de reír durante
la media hora
que necesitaban para encontrar el valor y decidirse a
cruzarlo. Ambos
describían su viaje en barco al Nuevo Mundo como la peor
experiencia que
jamás habían vivido.
«Los vampiros
tienen problemas para cruzar el agua en movimiento.»
Algunos alumnos
humanos se habían preguntado por qué los profesores
a los que les
tocaba vigilarnos salían en dirección a Riverton antes que
nosotros,
aunque yo sabía que era porque querían cruzar el puente a su
ritmo, sin
testigos de lo que representaba para ellos esa experiencia. En
ese momento,
comprendí que Lucas también lo sabía y que contaba con
ello para
ponerse a salvo.
Seguimos
adelante, hasta que todos se detuvieron unos pasos más allá.
No hizo falta
que ningún relámpago me mostrara el camino. Jadeando, les
di alcance y
pasé al lado del profesor Iwerebon, de Balthazar, de mis
padres y,
finalmente, de la señora Bethany, quien se había detenido a
escasos pasos
del puente.
—Espere aquí
—ordenó—, continuaremos enseguida.
Frunció los
labios, tal vez infundiéndose ánimos para superar su única
debilidad.
—Escapará.
Pasé junto a
ella.
—¡Señorita
Olivier! ¡Deténgase inmediatamente!
Mis pies
tocaron el puente. Era más sencillo caminar sobre unos viejos
tablones de
madera empapados de agua que por el fango.
—¡Bianca! —me
llamó mi padre—. Bianca, espéranos. No puedes
hacerlo sola.
—Sí, puedo.
Eché a correr.
La lluvia me golpeaba la cara y me dolía el costado por
culpa del flato.
El chubasquero cargado de agua era como un peso muerto
sobre los
hombros. Lo único que quería era dejarme caer sobre el puente y
llorar. Mi
cuerpo estaba al límite de la extenuación.
Y sin embargo
seguí corriendo. Corrí aunque las piernas me pesaban
como el plomo y
tenía un nudo en la garganta por las lágrimas reprimidas,
mientras mis
padres, mis profesores y mi amigo no dejaban de gritarme
que volviera.
Seguí corriendo, y a cada paso ganaba velocidad.
Desde que había
llegado a Medianoche... No, en realidad durante toda
mi vida había
dejado que los demás solucionaran mis problemas. Nadie
podía
encargarse de aquello por mí. Tenía que enfrentarme yo sola.
No sabía si iba
detrás de Lucas o si huía con él. Lo único que sabía era
que debía
correr.
Después de cruzar
el puente, no tuve demasiados problemas para
seguir el
rastro de Lucas sin ayuda de nadie. Estaba muy oscuro y no
poseía la
visión o el oído extrasensoriales de los verdaderos vampiros. Sin
embargo, era
obvio que Lucas se dirigía a Riverton, y en ese lugar había
muy pocos
caminos que le llevaran al sitio al que se dirigía. Lucas sabía
que no tenía
tiempo que perder y que, por tanto, tenía que alejarse de allí
lo antes
posible.
Después de que
se fuera a casa a pasar las vacaciones de Navidad, yo
había acompañado
a Raquel hasta la estación de autobuses. Aunque ella
ansiaba
abandonar Medianoche cuanto antes, su familia no iba a estar en
casa hasta un
poco más tarde, así que estuvimos esperando uno de los
últimos
autobuses, el que salía hacia Boston a las 8:08. Ya casi eran las
ocho y estaba
segura de que Lucas iba a intentar subir a ese autobús. El
siguiente no
pasaría hasta al cabo de un par de horas y eso era demasiado
margen. La
señora Bethany y los demás caerían antes sobre él. El autobús
a Boston era la
única oportunidad real que Lucas tendría de escapar.
El centro de la
ciudad estaba casi desierto. No había coches en las calles
y los pocos
negocios que se habían molestado en seguir abiertos parecían
vacíos. A nadie
le apetecía salir en una noche como aquella. Con el pelo
empapado pegado
a la cabeza, lo consideré lo más normal del mundo.
Miré en un par
de tiendas abiertas, incluido el establecimiento donde
encontramos el
broche. Lucas no estaba.
«No. Sabe que
es el primer lugar donde mirarían.»
En ese momento,
comprendí que tenía una ventaja sobre la señora
Bethany y mi
padres, algo que ni siquiera siglos de experiencia y poderes
sobrenaturales
podían darles: conocía a Lucas y eso significaba que sabía
lo que iba a
hacer.
Era probable
que ellos también imaginaran que Lucas no intentaría
esconderse en
un lugar público. Incluso puede que hicieran la inferencia
que yo hice:
que se ocultaría tan cerca de la estación de autobuses como
le fuera
posible para no exponerse demasiado en el pueblo antes de poder
subir al
autobús y salir de allí. Sin embargo, la estación de autobuses
estaba en el
mismo centro de la ciudad, rodeada por un puñado de tiendas
y, por lo que
ellos sabían, él podría estar en cualquiera de ellas.
Lucas había ido
conmigo a ver una película antigua y me había
comprado el
broche en la tienda de ropa vieja. Y antes de salir corriendo
me había dicho
que me quería.
Lo que
significaba que tal vez, solo tal vez, escogería para ocultarse el
mismo lugar que
hubiera escogido yo.
Me dirigí de
nuevo hacia la tienda de antigüedades del extremo más
alejado de la
plaza, sorteando los charcos de agua. Cualquier duda que
hubiera podido
albergar acerca de mi corazonada se desvaneció en cuanto
llegué a la
puerta trasera de la tienda y vi que la habían dejado entornada.
La abrí poco a
poco. Las bisagras no chirriaron y avancé con cuidado
sobre los
tablones de madera. Con las luces apagadas, la oscuridad era
prácticamente
completa. Apenas conseguía distinguir la silueta de los
objetos extraños
que me rodeaban. Al principio no podía creer lo que
estaba viendo:
una coraza, un zorro disecado, un bate de criquet, hasta
que comprendí
que la amalgama de objetos tenía una razón de ser:
formaban parte
del almacén de la tienda de antigüedades, cosas que
compraba muy
poca gente. Todo era un poco surrealista, como si viviera
una pesadilla
estando completamente despierta.
Al principio
intenté no hacer ruido, pero a medida que avanzaba
comprendí que
eso podía ser peligroso. Puede que Lucas estuviera
dispuesto a
atacar a los demás que iban tras él, pero estaba convencida
de que a mí no
me haría nada.
—¿Lucas? —Nadie
contestó—. Lucas, sé que estás aquí. —Silencio,
aunque sabía
que alguien me observaba—. Estoy sola, pero ellos están
cerca. Si
tienes algo que decirme, será mejor que me lo digas ahora.
—Bianca.
Lucas dijo mi
nombre en un suspiro, como si estuviera demasiado
cansado para
seguir reteniéndolo. Intenté escudriñar la oscuridad, pero no
lo vi. Lo único
que sabía era que su voz procedía de algún lugar por
delante de mí.
—¿Es cierto lo
que dicen de ti?
—Depende de lo
que digan.
Oí unas pisadas
que se acercaban poco a poco en mi dirección. Me
apoyé con una
mano temblorosa sobre el objeto que tenía más cerca para
que me sirviera
de sostén, una silla tapizada de terciopelo gastado.
—Dicen que eres
miembro de una organización llamada la Cruz Negra.
Cazadores de
vampiros. Que has estado mintiéndome a mí... Y a todos.
—Es cierto.
—Nunca me había parecido tan cansado—. ¿De verdad estás
sola? No te
culpo si me has mentido.
—Solo te he
mentido una vez y no voy a empezar a hacerlo de nuevo
ahora.
—¿Una vez? Se
me ocurren bastantes veces en las que se te pasó por
alto comentarme
que eras un vampiro.
—¡Tú tampoco me
dijiste que eras un cazador de vampiros!
Lo habría
abofeteado. Mi rabia no pareció conmoverlo en lo más
mínimo.
—Supongo que
tienes razón. Supongo que al fin y al cabo es lo mismo.
—¡Te conté toda
la verdad en ese correo electrónico! ¡No me guardé
nada!
—Porque te
pillé. Así no cuenta y lo sabes.
¿Por qué
continuaba insistiendo en que habíamos hecho lo mismo?
—Yo no elegí
ser lo que soy. Tú... Vosotros planeáis dar caza a mi familia,
a mis amigos...
—Yo tampoco lo
elegí, Bianca —dijo con voz ronca, como si se ahogara.
Mi rabia se
transformó en otra emoción, en una que no podía nombrar.
Lucas se acercó
un poco más. Al escudriñar en la oscuridad, entrevi su
silueta a unos
pasos de mí—. Ni quién soy ni lo que soy, ni siquiera el venir
a Medianoche.
—Pero elegiste
estar conmigo.
Aunque él había
intentado convencerme de que no me convenía, ¿no?
En ese momento
comprendí por qué.
—Sí, lo hice, y
sé que te he hecho daño. Lo siento. Eres la última
persona en el
mundo a la que querría hacer sufrir.
Parecía completamente
sincero. Deseé poder creerle como nunca antes
había deseado
nada en el mundo. Sin embargo, después de todo lo que
había ocurrido
esa noche, se había acabado lo de creerlo todo sin más.
—¿Puedes
decirme por qué?
—Sería muy
largo de explicar y no tenemos tanto tiempo.
El autobús de
las 8:08 h a Boston. Consulté la hora; las manecillas
fosforescentes
me indicaron que apenas nos quedaban cinco minutos.
Me acerqué a
Lucas con las manos extendidas, abriéndome camino a
tientas. Mis
dedos acariciaron unas plumas de avestruz, polvorientas
después de
tantos años, y algo suave y frío, tal vez el armazón de una
cama de latón.
Lucas se volvió hacia la izquierda, intentando evitarme, y
se ocultó
detrás de un panel, aunque descubrí que podía ver a través de
él. Al
acercarme vi que se trataba de una vidriera.
Estábamos en la
pieza principal de la tienda de antigüedades, menos
abarrotada y en
penumbra. Las farolas de la calle proyectaban su luz
verdusca y
desvaída sobre nosotros. Lucas se quedó detrás de la vidriera.
¿Me tenía
miedo? ¿Le daba vergüenza mirarme a la cara? En vez de rodear
el panel, me
coloqué delante de él, así nos veríamos a través de los vidrios
tintados. La
cara de Lucas estaba dividida en cuatro cuadrados de color, y
en sus ojos
oscuros había una mirada atormentada.
Los dos
permanecimos en silencio hasta que Lucas sonrió con tristeza.
—Eh.
—Eh.
Yo también
sonreí, y estuve a punto de echarme a llorar.
—Por favor, no
llores.
—No, no lo
haré. —Se me escapó un sollozo, pero tragué saliva y me
mordí la
lengua. Como siempre, el sabor de la sangre me dio fuerzas—.
¿He de temer
algo?
Lucas sacudió
la cabeza. En su rostro se reflejaba el color de las piedras
preciosas a
través del cristal: topacio, zafiro y amatista.
—No de mí. De
mí nunca.
—Díselo a Erich.
—Lo habéis
encontrado. —Lucas no parecía ni remotamente arrepentido
—. Erich estaba
acosando a Raquel. ¿Recuerdas? Cuando la oí hablar de la
pulsera que
había perdido, supe que se le acababa el tiempo. Robar las
posesiones de
su víctima es una señal típica de que el vampiro asediador
se está
preparando para atacarla. Erich quería matarla y, si hubiera
encontrado la
ocasión, lo habría hecho. Creo que en el fondo tú también
los sabes.
Me
intranquilizó tener que darle la razón. Si no hubiera probado la
sangre de Erich
y hubiera sentido toda aquella maldad yo misma, tal vez
no le habría
creído. Sin embargo, había visto la sed de mal en la mente de
Erich y
sospechaba que Lucas decía la verdad, al menos acerca de ese
tema.
—Todavía me
cuesta hacerme a la idea.
—Ya lo sé. Sé
que debe de ser duro para ti.
—Dime lo que he
de saber.
Lucas guardó
silencio y temí que no fuera a responderme. Sin embargo,
justo cuando
estaba a punto de darme por vencida, empezó a hablar.
—Al principio
te mentí por la misma razón por la que tú me mentiste a
mí. Cruz Negra
es un secreto que he guardado con celo toda mi vida, algo
con lo que me
comprometió mi madre al nacer. —Lucas hablaba con voz
distante,
absorto en sus recuerdos—. Me enseñaron a pelear, me
inculcaron
disciplina y me enviaron a cumplir mi misión en cuanto fui lo
bastante mayor
para sujetar una estaca.
Recordé que
Lucas me había contado en el pasado que su madre era
una mujer muy
severa, y que él a veces tenía la sensación de que no
tomaba sus propias
decisiones. Por fin comprendí lo que realmente había
querido
decirme. Solo tenía cinco años y se había llevado un arma al
fugarse de
casa.
—Al principio
creí que eras una de las alumnas humanas de la escuela.
Cuando me
dijiste lo de tus padres, pensé que habrían asesinado a los
verdaderos y
que te habrían adoptado. Supuse que no sabías qué eran en
realidad.
—Nuestras miradas se encontraron a través de la vidriera. Su
sonrisa era
descorazonadora—. Me dije que debía mantenerme alejado de
ti por tu propio
bien, pero no pude. Era como si formaras parte de mí casi
desde el
instante en que te vi. La
Cruz Negra me habría dicho que te
apartara a un
lado, pero estaba harto de apartar a la gente de mí. Por una
vez en mi vida
quería estar con alguien sin preocuparme de cómo podría
afectar eso a la Cruz Negra, por una vez
quería vivir como una persona
normal. Después
de la primera conversación que tuvimos... ¿Te puedes
creer que pensé
que eras una chica muy guapa y normal?
Era lo más
gracioso y lo más triste que había oído en mi vida.
—Para que
vuelvas a fiarte.
—No me
importa... lo que eres. Ya te lo dije, y lo dije en serio. —Se
volvió hacia el
escaparate, y la preocupación se perfiló en su silueta—.
Tengo que
decirte muchas cosas, pero el autobús está a punto de salir...
Mierda, tal vez
podría coger el siguiente...
—¡No! —Apreté
una de las manos contra la vidriera. Aunque seguía sin
saber cómo iba
a poder volver a confiar en Lucas, sabía que jamás podría
hacerle daño y
mucho menos quedarme de brazos cruzados mientras la
señora Bethany
y mis padres tenían intención de matarlo—. Lucas, los
demás están muy
cerca. No esperes. Vete, rápido.
Lucas debería
haber salido corriendo de allí en ese preciso momento.
Sin embargo, se
me quedó mirando a través de la vidriera y poco a poco
abrió la mano
al otro lado de modo que ambas quedaron encaradas contra
el mismo
vidrio, dedo con dedo, palma con palma. Nos acercamos al
cristal y
nuestros rostros quedaron a apenas unos centímetros de
distancia. A pesar
de la vidriera que nos separaba, fue tan íntimo como
otras veces en
que nos habíamos besado.
—Ven conmigo
—dijo en voz baja.
—¿Qué?
—parpadeé, incapaz de comprender lo que me pedía—.
¿Quieres decir
que... huya contigo? ¿De verdad? ¿Como me dijiste que
hiciera el
primer día?
—Para poder
hablar contigo sobre todo lo que ha sucedido y... Para que
podamos
despedirnos como es debido en vez de... —Lucas tragó saliva y
comprendí que
estaba tan angustiado y asustado como yo—. Tengo
suficiente
dinero para comprar dos billetes que nos sacarían de la ciudad.
Luego puedo
conseguir más dinero para enviarte a casa si es lo que
quieres.
Podemos irnos ahora mismo. Cruza la calle y sube al autobús.
Saldremos
juntos de aquí.
—¿Vas a
entregarme a la Cruz Negra?
—¿Qué? ¡No!
—Lucas no parecía habérselo planteado si quiera—. En lo
que a cualquier
humano concierne, eres humana. Cuidaré de ti si vienes
conmigo.
—Dime una cosa
antes de que te conteste —le pedí, muy lentamente.
Lucas pareció
receloso.
—De acuerdo,
pregunta.
—Dijiste que me
querías. ¿Lo dijiste en serio?
Si me había
mentido sobre todo lo demás, incluso sobre su nombre,
creía poder
soportarlo, siempre que supiera aquello.
Soltó el aire
que había estado conteniendo en algo que no fue ni una
risa ni un
sollozo.
—Dios, sí,
Bianca, te quiero con toda mi alma. Aunque no vuelva a verte
nunca más,
aunque salgamos de aquí y caigamos en una emboscada que
me hubieras
preparado con tus padres, siempre te querré.
En medio de
todas las mentiras, al menos había algo que era cierto.
—Yo también te
quiero —dije—. Tenemos que darnos prisa.
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