Me
percaté de que otra vez era demasiado temprano en cuanto me desperté. Sabía que
estaba invirtiendo progresivamente el horario habitual del día y de la noche.
Me quedé tumbada en la cama y escuché las voces tranquilas de Jasper y Alice en
la otra habitación. Resultaba muy extraño que hablaran lo bastante alto como
para que los escuchara. Rodé rápidamente sobre la cama y me incorporé. Luego,
me dirigí trastabillando hacia el saloncito.
El
reloj que había sobre la televisión marcaba las dos de la madrugada. Alice y
Jasper se sentaban juntos en el sofá. Alice estaba dibujando otra vez, Jasper
miraba el boceto por encima del hombro de ésta. Estaban tan absortos en el
trabajo de Alice que no miraron cuando entré.
Me
arrastré hasta el lado de Jasper para echar un vistazo.
—
¿Ha visto algo más? —pregunté en voz baja.
—Sí.
Algo le ha hecho regresar a la habitación donde estaba el vídeo, y ahora está
iluminada.
Observé
a Alice dibujar una habitación cuadrada con vigas oscuras en el techo bajo. Las
paredes estaban cubiertas con paneles de madera, un poco más oscuros de la
cuenta, pasados de moda. Una oscura alfombra estampada cubría el suelo. Había
una ventana grande en la pared sur y en la pared oeste un vano que daba a una
sala de estar. Uno de los lados de esta entrada era de piedra y en él se abría
una gran chimenea de color canela que daba a ambas habitaciones. Desde este
punto de vista, el centro de la imagen lo ocupaban una televisión y un vídeo
—en equilibrio un tanto inestable sobre un soporte de madera demasiado pequeño
para los dos—, que se encontraban en la esquina sudoeste de la habitación. Un
viejo sofá de módulos se curvaba en frente de la televisión con una mesita de
café redonda delante.
—El
teléfono está allí —susurré e indiqué el lugar.
Dos
pares de ojos eternos se fijaron en mí.
—Es
la casa de mi madre.
Alice
ya se había levantado del sofá de un salto con el móvil en la mano; empezó a
marcar. Contemplé ensimismada la precisa interpretación de la habitación donde
se reunía la familia de mi madre. Jasper se acercó aún más a mí, cosa rara en
él, y me puso la mano suavemente en el hombro. El contacto físico acentuó su
influjo tranquilizador. La sensación de pánico se difuminó y no llegó a tomar
forma.
Los
labios de Alice temblaban debido a la velocidad con la que hablaba, por lo que
no pude descifrar ese sordo zumbido. No podía concentrarme.
—Bella
—me llamó Alice. La miré atontada—. Bella, Edward viene a buscarte. Emmett,
Carlisle y él te van a recoger para esconderte durante un tiempo.
—
¿Viene Edward?
Aquellas
palabras se me antojaron como un chaleco salvavidas al que sujetarme para mantener
la cabeza fuera de una riada.
—Sí.
Va a tomar el primer vuelo que salga de Seattle. Lo recogeremos en el
aeropuerto y te irás con él.
—Pero,
mi madre... —a pesar de Jasper, la histeria burbujeaba en mi voz—. ¡El
rastreador ha venido a por mi madre, Alice!
—Jasper
y yo nos aseguraremos de que esté a salvo.
—No
puedo ganar a la larga, Alice. No podéis proteger a toda la gente que conozco
durante toda la vida. ¿No ves lo que está haciendo? No me persigue directamente
a mí, pero encontrará y hará
daño a cualquier persona que yo ame... Alice, no puedo...
—Le
atraparemos, Bella —me aseguró ella.
—
¿Y si te hiere, Alice? ¿Crees que eso me va a parecer bien? ¿Crees que sólo
puede hacerme daño a través de mi familia humana?
Alice
miró a Jasper de forma significativa. Una espesa niebla y un profundo letargo
se apoderaron de mí y los ojos se me cerraron sin que pudiera evitarlo. Mi
mente luchó contra la niebla cuando me di cuenta de lo que estaba pasando.
Forcé a mis ojos para que se abrieran y me levanté, alejándome de la mano de
Jasper.
—No
quiero volverme a dormir —protesté enfadada.
Caminé
hacia mi habitación y cerré la puerta, en realidad, casi di un portazo para
dejarme caer en la cama, hecha pedazos, con cierta privacidad. Alice no me
siguió en esta ocasión. Estuve contemplando la pared durante tres horas y
media, hecha un ovillo, meciéndome. Mi mente vagabundeaba en círculos,
intentando salir de alguna manera de esta pesadilla. Pero no había forma de
huir, ni indulto posible. Sólo veía un único y sombrío final que se avecinaba
en mi futuro. La única cuestión era cuánta gente iba a resultar herida antes de
que eso ocurriera.
El
único consuelo, la única esperanza que me quedaba era saber que vería pronto a
Edward. Quizás, sería capaz de hallar la solución que ahora me rehuía sólo con
volverle a ver.
Regresé
al salón, sintiéndome un poco culpable por mi comportamiento, cuando sonó el
móvil. Esperaba que ninguno de los dos se hubiera enfadado, que supieran cuánto
les agradecía los sacrificios que hacían por mí.
Alice
hablaba tan rápido como de costumbre, pero lo que me llamó la atención fue que,
por primera vez, Jasper no se hallaba en la habitación. Miré el reloj; eran las
cinco y media de la mañana.
—Acaban
de subir al avión. Aterrizarán a las nueve cuarenta y cinco —dijo Alice; sólo
tenía que seguir respirando unas cuantas horas más hasta que él llegara.
—
¿Dónde está Jasper?
—Ha
ido a reconocer el terreno.
—
¿No os vais a quedar aquí?
—No,
nos vamos a instalar más cerca de la casa de tu madre.
Sentí
un retortijón de inquietud en el estómago al escuchar sus palabras, pero el
móvil sonó de nuevo, lo que hizo que abandonara mi preocupación por el momento.
Alice parecía sorprendida, pero yo ya había avanzado hacia él esperanzada.
—
¿Diga? —Contestó Alice—. No, está aquí —me pasó el teléfono y anunció «Tu
madre», articulando para que le leyera los labios.
—
¿Diga?
—
¿Bella? ¿Estás ahí?
Era
la voz de mi madre, con ese timbre familiar que le había oído miles de veces en
mi infancia cada vez que me acercaba demasiado al borde de la acera o me
alejaba demasiado de su vista en un lugar atestado de gente. Era el timbre del
pánico.
Suspiré.
Me lo esperaba, aunque, a pesar del tono urgente de mi llamada, había intentado
que mi mensaje fuera lo menos alarmante posible.
—Tranquilízate,
mamá —contesté con la más sosegada de las voces mientras me separaba lentamente
de Alice. No estaba segura de poder mentir de forma convincente con sus ojos
fijos en mí—. Todo va bien, ¿de acuerdo? Dame un minuto nada más y te lo
explicaré todo, te lo prometo.
Hice
una pausa, sorprendida de que no me hubiera interrumpido ya.
—
¿Mamá?
—Ten
mucho cuidado de no soltar prenda hasta que haya dicho todo lo que tengo que
decir —la voz que acababa de escuchar me fue tan poco familiar como inesperada.
Era una voz de hombre, afinada, muy agradable e impersonal, la clase de voz que
se oye de fondo en los anuncios de deportivos de lujo. Hablaba muy deprisa—.
Bien, no tengo por qué hacer daño a tu madre, así que, por favor, haz
exactamente lo que te diga y no le pasará nada —hizo una pausa de un minuto
mientras yo escuchaba muda de horror—. Muy bien —me felicitó—. Ahora repite mis
palabras, y procura que parezca natural. Por favor, di: «No, mamá, quédate
donde estás».
—No,
mamá, quédate donde estás —mi voz apenas sobrepasaba el volumen de un susurro.
—Empiezo
a darme cuenta de que esto no va a ser fácil —la voz parecía divertida, todavía
agradable y amistosa—. ¿Por qué no entras en otra habitación para que la
expresión de tu rostro no lo eche todo a perder? No hay motivo para que tu
madre sufra. Mientras caminas, por favor, di: «Mamá, por favor, escúchame».
¡Venga, dilo ya!
—Mamá,
por favor, escúchame —supliqué.
Me
encaminé muy despacio hacia el dormitorio sin dejar de sentir la mirada
preocupada de Alice clavada en mi espalda.
Cerré
la puerta al entrar mientras intentaba pensar con claridad a pesar del pavor
que nublaba mi mente.
—
¿Hay alguien donde te encuentras ahora? Contesta sólo sí o no.
—No.
—Pero
todavía pueden oírte, estoy seguro.
—Sí.
—Está
bien, entonces —continuó la voz amigable—, repite: «Mamá, confía en mí».
—Mamá,
confía en mí.
—Esto
ha salido bastante mejor de lo que yo creía. Estaba dispuesto a esperar, pero
tu madre ha llegado antes de lo previsto. Es más fácil de este modo, ¿no crees?
Menos suspense y menos ansiedad para ti.
Esperé.
—Ahora,
quiero que me escuches con mucho cuidado. Necesito que te alejes de tus amigos,
¿crees que podrás hacerlo? Contesta sí o no.
—No.
—Lamento
mucho oír eso. Esperaba que fueras un poco más imaginativa. ¿Crees que te sería
más fácil separarte de ellos si la vida de tu madre dependiera de ello?
Contesta sí o no.
No
sabía cómo, pero debía encontrar la forma. Recordé que nos íbamos a dirigir al
aeropuerto. El Sky Harbor International siempre estaba atestado, y tal y como
lo habían diseñado era fácil perderse...
—Eso
está mejor. Estoy seguro de que no va a ser fácil, pero si tengo la más mínima
sospecha de que estás acompañada, bueno... Eso sería muy malo para tu madre
—prometió la voz amable—. A estas alturas ya debes saber lo suficiente sobre
nosotros para comprender la rapidez con la que voy a saber si acudes acompañada
o no, y qué poco tiempo necesito para cargarme a tu madre si fuera necesario.
¿Entiendes? Responde sí o no.
—Sí
—mi voz se quebró.
—Muy
bien, Bella. Esto es lo que has de hacer. Quiero que vayas a casa de tu madre.
Hay un número junto al teléfono. Llama, y te diré adonde tienes que ir desde
allí —me hacía idea de adonde iría y dónde terminaría aquel asunto, pero, a
pesar de todo, pensaba seguir las instrucciones con exactitud—. ¿Puedes
hacerlo? Contesta sí o no.
—Y
que sea antes de mediodía, por favor, Bella. No tengo todo el día —pidió con
extrema educación.
—
¿Dónde está Phil? —pregunté secamente.
—Ah,
y ten cuidado, Bella. Espera hasta que yo te diga cuándo puedes hablar, por
favor.
Esperé.
—Es
muy importante ahora que no hagas sospechar a tus amigos cuando vuelvas con
ellos. Diles que ha llamado tu madre, pero que la has convencido de que no
puedes ir a casa por lo tarde que es. Ahora, responde después de mí: «Gracias,
mamá». Repítelo ahora.
—Gracias,
mamá.
Rompí
a llorar, a pesar de que intenté controlarme.
—Di:
«Te quiero, mamá. Te veré pronto». Dilo ya.
—Te
quiero, mamá —repetí con voz espesa—. Te veré pronto.
—Adiós,
Bella. Estoy deseando verte de nuevo.
Y
colgó.
Mantuve
el móvil pegado al oído. El miedo me había agarrotado los dedos y no conseguía
estirar la mano para soltarlo.
Sabía
que debía ponerme a pensar, pero el sonido de la voz aterrada de mi madre
ocupaba toda mi mente. Transcurrieron varios segundos antes de que recobrara el
control.
Despacio,
muy despacio, mis pensamientos consiguieron romper el espeso muro del dolor.
Planes, tenía que hacer planes, aunque ahora no me quedaba más opción que ir a
la habitación llena de espejos y morir. No había ninguna otra garantía, nada
con lo que pudiera salvar la vida de mi madre. Mi única esperanza era que James
se diera por satisfecho con ganar la partida, que derrotar a Edward fuera
suficiente. Me agobiaba la desesperación, porque no había nada con lo que
pudiera negociar, nada que le importara para ofrecer o retener. Pero por muchas
vueltas que le diera no había ninguna otra opción. Tenía que intentarlo.
Situé
el pánico en un segundo plano lo mejor que pude. Había tomado la decisión. No
servía para nada perder tiempo angustiándome sobre el resultado. Debía pensar
con claridad, porque Alice y Jasper me estaban esperando y era esencial, aunque
parecía imposible, que consiguiera escaparme de ellos.
Me
sentí repentinamente agradecida de que Jasper no estuviera. Hubiera sentido la
angustia de los últimos cinco minutos de haber estado en la habitación del
hotel, y en tal caso, ¿cómo iba a evitar sus sospechas? Contuve el miedo, la
ansiedad, intentando sofocarlos. No podía permitírmelos ahora, ya que no sabía cuándo
regresaría Jasper.
Me
concentré en la fuga. Confiaba en que mi conocimiento del aeropuerto supusiera
una baza a mi favor. Era prioritario alejar a Alice como fuera...
Era
consciente de que me esperaba en la otra habitación, curiosa. Pero tenía que resolver
otra cosa más en privado antes de que Jasper volviera.
Debía
aceptar que no volvería a ver a Edward nunca más, ni siquiera una última mirada
que llevarme a la habitación de los espejos. Iba a herirle y no le podía decir
adiós. Dejé que las oleadas de angustia me torturaran y me inundaran un rato.
Entonces, también las controlé y fui a enfrentarme con Alice.
La
única expresión que podía adoptar sin meter la pata era la de una muerta, con
gesto ausente. La vi alarmarse, y no quise darle ocasión de que me preguntara.
Sólo tenía un guión preparado y no me sentía capaz de improvisar ahora.
—Mi
madre estaba preocupada, quería venir a Phoenix —mi voz sonaba sin vida—. Pero
todo va bien, la he convencido de que se mantenga alejada.
—Nos
aseguraremos de que esté bien, Bella, no te preocupes.
Le
di la espalda para evitar que me viera el rostro.
Mis
ojos se detuvieron en un folio en blanco con membrete del hotel encima del
escritorio. Me acerqué a él lentamente, con un plan ya formándose en mi cabeza.
También había un sobre. Buena idea.
—Alice
—pregunté despacio, sin volverme, manteniendo inexpresivo el tono de voz—, si
escribo una carta para mi madre, ¿se la darás? Quiero decir si se la puedes
dejar en casa.
—Sin
duda, Bella —respondió con voz cautelosa, porque veía que estaba totalmente
destrozada. Tenía que controlar
mejor mis emociones.
Me
dirigí de nuevo al dormitorio y me arrodillé junto a la mesita de noche para
apoyarme al escribir.
—Edward...
—garabateé.
Me
temblaba la mano, tanto que las letras apenas eran legibles.
Te quiero. Lo siento muchísimo—. Tiene a mi madre
en su poder y he de intentarlo a pesar
de saber que no funcionará. Lo siento
mucho, muchísimo.
No te enfades con Alice y Jasper, si consigo
escaparme de ellos será un milagro, dales las gracias de mi parte en especial a
Alice por favor.
Y te lo suplico por favor no le sigas, creo que eso
es precisamente lo que quiere. No podría soportar que alguien saliera herido
por mi culpa, especialmente tú, por favor es lo único que te pido. Hazlo por
mí.
Te quiero,perdóname
Bella
Doblé
la carta con cuidado y sellé el sobre. Ojala que lo encontrara. Sólo podía
esperar que lo entendiera y me hiciera caso, aunque fuera sólo esta vez.
Y
también sellé cuidadosamente mi corazón.
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