Diego desapareció
entre los árboles, silencioso como el roce de la brisa. No perdí un instante en
seguirle con la mirada y me desplacé por las ramas en un sprint en línea recta,
camino de regreso a la casa. Esperaba conservar aún en los ojos el suficiente brillo
de la noche anterior para poder explicar mi ausencia. Una caza rápida. Tuve
suerte y me topé con un excursionista solitario. Nada fuera de lo normal.
El seco sonido del
golpeo de la música que me recibió al aproximarme iba acompañado del inconfundible
aroma dulce, ahumado, de un vampiro que ardía. Mi nivel de pánico se disparó
por las nubes. En el interior de la casa podía morir con la misma facilidad que
en el exterior, pero no tenía otra salida. No aminoré la marcha, sino que bajé
a toda prisa las escaleras y me fui directa a la esquina desde la cual apenas
era capaz de distinguir a Fred el Freaky de
pie. ¿Buscaba algo que hacer? ¿Cansado de estar sentado? No tenía ni idea de lo
que pretendía, ni me importaba. Iba a pegarme bien a él hasta que Riley y
Diego regresaran.
En medio del suelo
había una pila humeante, demasiado grande para tratarse de tan sólo una pierna
o un brazo. Al garete los veintidós de Riley.
Nadie parecía
terriblemente preocupado por los restos humeantes. El escenario era demasiado
habitual.
Al acercarme veloz
a Fred, por una vez la sensación de asco no se hizo más intensa, sino que se
desvaneció. No tenía aspecto de haber reparado en mí siquiera, siguió leyendo
el libro que sostenía, uno de esos que le había dejado días atrás. No me costó
ver lo que hacía ahora que me hallaba tan próxima al lugar donde él se
encontraba apoyado contra el respaldo del sofá. Vacilé y me pregunté el porqué
de todo aquello. ¿Acaso era capaz de sofocar a voluntad aquella cosa nauseabunda
que él hacía? ¿Significaba eso que ambos nos encontrábamos desprotegidos en
aquel momento? Al menos, Raoul todavía no había regresado a casa, gracias a
Dios, aunque sí estaba Kevin.
Por vez primera vi
el verdadero aspecto de Fred. Era alto, tal vez un metro noventa, y el pelo
rubio, ondulado y denso en el que ya me había fijado antes. Era ancho de
hombros y musculoso. Parecía mayor que casi todos los demás, como un estudiante
universitario y no del instituto.
Y-ésta fue la parte que, por algún motivo, más me sorprendió- era guapo. Tanto
como cualquier otro, más guapo, quizá, que la mayoría. No sabía por qué aquello
me resultaba tan alucinante, e imaginé que sólo era porque yo siempre había
asociado a Fred con la repulsión.
Me sentí muy rara
por quedarme mirando. Di un vistazo alrededor de la sala por si alguien se
había dado cuenta de que Fred estaba normal -y atractivo- por el momento. Nadie
nos miraba, y yo le eché una mirada furtiva a Kevin, lista para apartar los
ojos de golpe si se daba cuenta, pero los suyos se encontraban fijos en algún
punto a la izquierda de donde nosotros nos encontrábamos. Tenía el ceño
ligeramente fruncido. Antes de que tuviese tiempo de apartar la mirada, sus
ojos me pasaron por alto y se posaron a mi derecha. Las arrugas de su frente
se hicieron más pronunciadas. Como si... estuviese intentando verme y no
pudiese.
Sentí que las
comisuras de los labios se me arqueaban pero sin llegar a sonreír. Había mucho
por lo que preocuparse como para disfrutar de verdad con la ceguera de Kevin.
Volví a mirar a Fred al tiempo que me preguntaba si regresaría el punto de
asco, sólo para ver que también estaba sonriendo conmigo. Con una sonrisa,
estaba de veras espectacular.
El momento pasó, y
Fred regresó a su libro. Yo estuve un rato sin moverme, a la espera de que
sucediese algo. Que Diego entrase por la puerta. O bien Riley con Diego. O bien
Raoul. O que la náusea atacase de nuevo, o que Kevin me fulminase con la
mirada. O que se liase la siguiente bronca. Cualquier cosa.
Pero nada sucedió,
así que acabé por recobrar la compostura e hice lo que debería haber hecho hace
rato: fingir que no pasaba nada fuera de lo normal. Cogí un libro del montón
cerca de los pies de Fred, me senté allí mismo e hice como si estuviese
leyendo. Probablemente se trataba de uno de los mismos libros que ya había
fingido leer ayer, pero no me sonaba. Fui pasando las páginas, de nuevo sin
quedarme con nada.
Mis pensamientos
volaban en círculos pequeños y apretados. ¿Dónde estaba Diego? ¿Cómo había
reaccionado Riley ante su historia? ¿Qué significaba todo aquello, la charla
previa a los encapuchados, la charla posterior a los encapuchados?
Lo fui desmenuzando
en sentido cronológico inverso, en un intento por hacer que las piezas
encajasen formando una imagen reconocible. El mundo de los vampiros contaba con
una especie de policía, y daban verdadero pavor. Este grupo de vampiros
desquiciados con meses de vida era, al parecer, un ejército, y ese ejército
era de algún modo ilegal. Nuestra creadora tenía un enemigo. Borra eso, dos
enemigos. Nos disponíamos a atacar a uno de ellos en un plazo de cinco días o,
de no ser así, los otros enemigos, los temibles encapuchados, la atacarían a ella,
o a nosotros, o a todos. Iban a
entrenarnos para el ataque... tan pronto como Riley regresase. Lancé una mirada
furtiva a la puerta y enseguida me obligué a plantar los ojos en el libro que
tenía delante. Pero entonces le tocaba el turno al tema previo a los
visitantes. La mujer estaba preocupada por alguna decisión. Le agradaba
disponer de tantos vampiros, tantos soldados. Riley se había alegrado de que
Diego y yo hubiéramos sobrevivido... Confesó haber pensado que había perdido a
dos más por culpa del sol, así que eso debía significar que no conocía la
verdadera reacción que el sol producía en los vampiros. Lo que ella le había
dicho a continuación sí que sonó raro. Le había preguntado si estaba seguro.
¿Seguro de que Diego hubiese sobrevivido? ¿O... seguro de que la historia de
Diego fuese cierta?
El último
pensamiento me aterrorizó. ¿Sabía ya ella que
el sol no nos hacía daño? Si lo sabía, ¿por qué había mentido a Riley y, a
través de él, también a nosotros?
¿Por qué querría
tenernos a oscuras, literalmente? ¿Tan importante era para ella
que no supiéramos nada? ¿Lo bastante
importante como para que Diego se viese metido en un lío? Sin ayuda de nadie me
estaba dejando arrastrar a un estado de pánico, helada de miedo. Si aún
pudiese sudar, en ese momento lo estaría haciendo a chorro. Tuve que centrarme
para pasar la página, para mantener la vista baja.
¿Vivía Riley
engañado, o estaba también en el ajo? Cuando dijo que creía haber perdido a dos
más por culpa del sol, ¿se refería al sol de forma literal... o se refería a
la mentira del sol?
Si se trataba de la
segunda opción, entonces saber la verdad era sinónimo de estar perdido. El
pánico se adueñó de mis pensamientos.
Intenté ser
racional y encontrarle un sentido a todo aquello. Resultaba más difícil sin
Diego. Tener alguien con quien hablar, con quien relacionarme, aguzaba mi
capacidad de concentración. Sin eso, el temor acechaba mis pensamientos, que
se retorcían con la sempiterna sed. La tentación de la sangre se encontraba
siempre a flor de piel. Aún ahora, bastante bien alimentada, podía sentir el
ardor y la necesidad.
«Piensa en ella,
piensa en Riley», me dije. Tenía que
ser capaz de entender por qué mentiría -si es que mentían-, y así tener la
posibilidad de descubrir qué significaría para ellos que Diego supiera su
secreto.
Si no nos hubiesen
mentido, si nos hubieran contado a todos que el día era tan seguro como lo era
la noche, ¿en qué medida habría cambiado eso las cosas? Me imaginé cómo sería
si no tuviésemos que estar todo el día confinados en un sótano aislado de la
luz, si los veintiuno que éramos -quizá menos ahora, en función de cómo lo
estuvieran llevando los miembros que formaban las partidas de caza- fuésemos
libres para hacer lo que nos viniese en gana cuando nos diese la gana.
Querríamos cazar,
eso por descontado.
Sin la obligación
de regresar, si no tuviéramos que escondernos... bueno, muchos no pasaríamos
por aquí muy a menudo. Resultaría difícil estar pendiente de volver mientras
la sed nos dominase. Pero ¡qué profundo nos había grabado Riley en la frente la
amenaza de las llamas, de revivir aquel espantoso dolor por el que todos
pasamos una vez! Esa era la razón de que nos pudiésemos contener: el instinto
de conservación, el único instinto más fuerte que la sed.
De modo que aquella
amenaza nos mantuvo juntos. Había otros escondites, como la cueva de Diego,
pero ¿quién más pensaba en ese tipo de cosas? Ya teníamos un lugar adonde ir,
una base, así que era allí adonde íbamos. La lucidez no era el fuerte de los
vampiros. O, al menos, no el de los vampiros jóvenes. Riley era lúcido. Diego
era más lúcido que yo. Aquellos vampiros de las túnicas exhibían un control
aterrador. Me estremecí. De manera que la rutina no nos dominaría para siempre.
¿Qué harían cuando fuéramos más mayores, más lúcidos? Me di cuenta de que nadie
allí era más mayor que Riley. Todos éramos nuevos. Ella
necesitaba ahora a unos cuantos de
nosotros para su enemigo misterioso, pero ¿qué pasaría después?
Tenía la fuerte
sensación de no desear quedarme por allí para cuando esa parte llegara, y de
pronto reparé en algo increíblemente obvio. Se trataba de la solución que me
había estado rondando la cabeza con anterioridad, cuando seguía el rastro de la
manada de vampiros hasta aquí, con Diego.
No tenía que
quedarme para esa parte. No tenía por qué quedarme ni una sola noche más.
Había vuelto a
convertirme en una estatua mientras pensaba en aquella idea tan maravillosa.
Si Diego y yo no
hubiéramos sabido hacia dónde era más probable que el grupo se dirigiese,
¿habríamos dado con ellos alguna vez? Supongo que no, y eso que se trataba de
un grupo grande que dejaba un rastro amplio. ¿Y si fuera sólo un vampiro, uno
que hubiese podido llegar de un salto a la costa, tal vez a un árbol, sin dejar
un rastro al borde del agua...? Tan sólo uno, o quizá dos vampiros capaces de
nadar mar adentro tan lejos como quisieran... Que pudiesen regresar a tierra
firme en cualquier sitio... Canadá, California, Chile, China...
Nunca se podría
encontrar a esos dos vampiros. Se habrían esfumado. Desaparecidos como en una
nube de humo.
¡No teníamos que
haber vuelto la otra noche! ¡No deberíamos haberlo hecho! ¿Por qué no había
pensado en ello entonces?
Aunque... ¿habría
estado de acuerdo Diego? De repente no me sentía tan segura de mí misma. ¿Era
Diego más leal a Riley después de todo? ¿Habría creído que tenía la
responsabilidad de permanecer a su lado? El conoció a Riley mucho antes; a mí,
en realidad, sólo me conocía de un día. ¿Se encontraba más unido a Riley que a
mí?
Consideré aquello
con el ceño fruncido.
Bueno, lo
descubriría en cuanto dispusiésemos de un minuto a solas. Y puede que entonces,
si nuestro club secreto significaba algo de verdad, careciera de importancia
lo que nuestra creadora hubiese planeado para nosotros. Podríamos desaparecer,
y Riley tendría que apañárselas con diecinueve vampiros, o hacer otros nuevos
rápidamente. De cualquier forma, eso no era problema nuestro.
No podía esperar
para contarle a Diego mi plan. Mi estómago me decía que él sentiría lo mismo.
Con un poco de suerte.
De repente, me
pregunté si no sería precisamente aquello lo que en realidad les había sucedido
a Shelly y a Steve, y también a los otros chicos que habían desaparecido.
Sabía que no se habían quemado al sol. ¿Afirmaría Riley haber visto las
cenizas como una forma más de mantenernos a los demás atemorizados y
dependientes de él? ¿De lograr que siguiésemos regresando a casa, a él, cada
amanecer? Tal vez Shelly y Steve se hubieran largado por su cuenta. Se acabó
Raoul. Nada de ejércitos ni de enemigos que amenazasen su futuro inmediato.
Quizá fuera eso lo
que quería decir Riley con «perdidos por culpa del sol». Fugitivos. En cuyo
caso, estaría contento de que Diego no se hubiese ido, ¿no?
¡Ojalá Diego y yo
nos hubiéramos largado! Podríamos ser libres, como Shelly y Steve. Sin reglas,
sin temor al amanecer.
De nuevo me imaginé
a nuestra horda, al completo, con rienda suelta y sin toque de queda. Nos veía
a Diego y a mí moviéndonos por las sombras como ninjas. Pero también podía ver
a Raoul, Kevin y los demás como unos monstruos-bola de discoteca cegadores en
medio de una calle céntrica y repleta de gente; el montón de cadáveres, los
gritos, el zumbido de los helicópteros, los pobres e impotentes policías con
sus tristes balas incapaces siquiera de hacernos un rasguño, las cámaras y lo
rápido que cundiría el pánico cuando las imágenes dieran la vuelta al mundo.
Los vampiros no
serían un secreto por mucho tiempo. Ni siquiera Raoul podría matar a la gente
tan rápido como para evitar que se difundiera la historia.
En aquello había
una secuencia lógica, e hice un esfuerzo por captarla antes de volver a
distraerme.
Primero: los
humanos no sabían de la existencia de los vampiros. Segundo: Riley nos invitaba
a pasar desapercibidos, a no atraer la atención de los humanos y no abrirles
así los ojos. Tercero: Diego y yo habíamos concluido que todos los vampiros
debían de estar siguiendo dicha pauta o, de lo contrario, el mundo sabría de
nosotros. Cuarto: tenía que haber una razón para que lo hiciesen, y su
motivación no eran las pistolitas de juguete de los policías humanos. Sí, la
razón debía de ser bien importante para conseguir que todos los vampiros pasen
el día entero ocultos en sótanos cerrados. Era tal vez razón suficiente para
que Riley y nuestra creadora nos mintiesen y nos aterrorizasen con el sol
abrasador.
Quizá fuese eso
precisamente lo que Riley le explicase a Diego y, dado que era tan importante y
él tan responsable, Diego prometería guardar el secreto y a ambos les bastase
con eso. Seguro que sí. Pero ¿y si lo que en realidad les había pasado a
Shelley y a Steve fue que habían descubierto lo del brillo en la piel y no
habían huido? ¿Y si hubiesen ido a
contárselo a Riley?
Y, mierda, se
esfumó el siguiente paso en mi recorrido lógico. Se desvaneció la secuencia y
de nuevo comencé a sentir pánico por Diego.
Mientras mi estado
de nervios iba en aumento, me di cuenta de que había estado dándole vueltas a
la cabeza durante un buen rato. Presentía que se acercaba el amanecer. Apenas
faltaba una hora. ¿Dónde estaba Diego entonces? ¿Y Riley?
Justo cuando lo
pensaba, la puerta se abrió y Raoul bajó a saltos las escaleras, entre risas,
con sus colegas. Me acurruqué y me recosté más cerca de Fred. Raoul no se fijó
en nosotros. Miró al vampiro carbonizado en el centro de la habitación, y su
risa se intensificó. El rojo de sus ojos era brillante.
Las noches en que
iba de caza, Raoul nunca volvía al refugio antes de que fuese obligatorio.
Seguía alimentándose mientras pudiese, así que el amanecer tenía que estar más
próximo todavía de lo que yo había imaginado.
Seguramente, Riley
le habría pedido a Diego que demostrase lo que decía. Esa era la única
explicación: esperaban a que amaneciese. Sólo que... eso habría significado
que Riley no sabía la verdad, que nuestra creadora le estaba mintiendo a él también.
¿O no? Mis pensamientos volvieron a embrollarse.
Kristie apareció
minutos más tarde con tres de su grupo y reaccionó con indiferencia ante el
montón de cenizas. Hice un rápido conteo visual según se apresuraban a
atravesar la puerta otros dos cazadores. Veinte vampiros. Todo el mundo había
regresado excepto Diego y Riley. El sol saldría en cualquier momento.
La puerta en lo
alto de las escaleras del sótano crujió al abrirse. Me puse en pie de un
brinco.
Entró Riley. Cerró
la puerta a su espalda. Bajó las escaleras.
Detrás no venía
nadie.
Antes de ser capaz
siquiera de procesar aquello, Riley soltó un aullido animal de ira. No
apartaba la vista de los restos carbonizados en el suelo; los ojos se le salían
de las órbitas, llenos de furia. Todo el mundo permaneció en silencio,
inmóvil. Todos habíamos visto a Riley perder la paciencia, pero esto era
distinto.
Riley dio media
vuelta y recorrió con los dedos un altavoz que sonaba con estridencia. Lo
arrancó de la pared y lo lanzó contra el lado opuesto de la estancia. Jen y
Kristie se apartaron de su trayectoria justo cuando fue a estallar contra la
pared en medio de una nube de polvo de pladur. Riley destrozó el equipo de
sonido con un pie, y cesó el sordo golpeo de los graves. A continuación dio un
salto hasta donde se encontraba Raoul, y lo agarró por la garganta.
-¡Ni siquiera
estaba aquí! -gritaba Raoul con aire asustado-. No había visto eso
antes.
Riley soltó un
alarido espantoso y lanzó a Raoul como antes había tirado el altavoz. Jen y
Kristie volvieron a apartarse de un salto, y el cuerpo de Raoul atravesó la
pared dejando un enorme agujero.
Púley asió a Kevin
por el hombro y, con un crujido familiar, le arrancó la mano derecha. Kevin
gritó de dolor y se retorció en un intento por zafarse de él. Riley le propinó
una patada en el costado. Otro chillido discordante, y Riley se había quedado
con el resto del brazo de Kevin. Partió la extremidad por la mitad, a la altura
del codo, y tiró los fragmentos con fuerza a la angustiada cara de Kevin: bum,
bum, bum, como un martillo
contra una piedra.
-Pero ¿qué pasa con
vosotros? -nos gritó Riley-. ¿Por qué sois tan estúpidos? -Estiró el brazo para
enganchar al chico rubio que hacía de Spiderman, pero el chaval se alejó de un
brinco que le hizo caer demasiado cerca de Fred, y volvió hacia Riley a
trompicones, boqueando-. ¿Alguno de vosotros tiene cerebro?
Riley golpeó a un
chico llamado Dean contra el home cinemay lo
hizo añicos; agarró entonces a otra chica -Sara- y le arrancó la oreja
izquierda y un mechón de pelo de la cabeza. Ella chilló de angustia.
De forma repentina,
se hizo patente que Riley estaba haciendo algo muy peligroso. Eramos muchos
allí dentro. Raoul ya se había incorporado y se encontraba flanqueado por
Kristie y por Jen -que solían ser sus enemigas- a la defensiva. Algunos otros
habían formado grupos por toda la habitación.
No podría asegurar
si Riley fue consciente de la amenaza o si su despotrique finalizó de manera
natural, pero respiró profundamente. Le tiró a Sara su oreja y el pelo. Ella se
apartó de él y se puso a lamer el borde arrancado de su apéndice para cubrirlo
de ponzoña y así poder recolocárselo. Para el pelo no había remedio, de manera
que Sara iba a quedarse con una calva.
-¡Escuchadme! -dijo
Riley, en un tono tranquilo pero feroz-. ¡Todas nuestras vidas dependen de que
escuchéis lo que os digo ahora y penséis todos
nosotros vamos a morir. ¡Todos y cada uno de nosotros: vosotros y yo también,
si no sois capaces de comportaros como si tuvierais cerebro durante apenas unos
pocos días!
Aquello no se
parecía en nada a sus habituales conferencias y peticiones de control. Sin
lugar a dudas, había conseguido captar la atención de todos.
-Ya va siendo hora
de que crezcáis y de que os hagáis cargo de vuestras propias responsabilidades.
¿Es que pensáis que vivir así es gratis. ¿Que
toda la sangre de Seattle no tiene un precio?
Los pequeños grupos
de vampiros ya no parecían una amenaza. Todo el mundo tenía los ojos muy abiertos,
y algunos intercambiaban miradas de desconcierto. Con el rabillo del ojo vi que
la cabeza de Fred se volvía hacia mí, pero no le devolví la mirada. Mi atención
se centraba en dos cosas: Riley, por si reanudaba su ataque, y la puerta. Una
puerta que permanecía cerrada.
-¿Me estáis
escuchando ahora? ¿Me escucháis de verdad? -Riley hizo una pausa, mas nadie
asintió. La sala respiraba quietud-. Permitidme explicaros la precariedad de
la situación en la que todos nos encontramos. Lo reduciré a lo básico para los
más lentos. Raoul, Kris-tie, venid aquí.
Se aproximó a los
líderes de los dos grupos más grandes, aliados contra él en aquel breve
instante. Ninguno de ellos se le acercó. Se prepararon; Kristie enseñó los
dientes.
Me imaginé que
Riley amainaría, que se disculparía. Que los aplacaría y entonces los
convencería para que hicieran lo que él quisiese. Pero este Riley era distinto.
-Muy bien -les dijo
con brusquedad-. Si queremos sobrevivir, vamos a necesitar líderes y, al
parecer, ninguno de vosotros dos está a la altura de la tarea. Creía que
teníais aptitudes, pero me equivoqué. Kevin, Jen, unios a mí como cabecillas de
este equipo.
Kevin levantó la
vista sorprendido. Acababa de terminar de rearmarse el brazo y, aunque su
expresión era de cautela, resultaba innegable que se sentía también halagado.
Se puso lentamente en pie. Jen miró a Kristie como si esperase su permiso.
Raoul rechinó los dientes.
La puerta en lo
alto de las escaleras no se abría.
-¿Tampoco sois
capaces? -preguntó Riley irritado.
Kevin dio un paso
hacia Riley, pero Raoul se lanzó contra él atravesando la enorme estancia en un
par de saltos a ras de suelo. Empujó a Kevin contra la pared sin mediar palabra
y se situó a la derecha de Riley, quien se permitió una ligera sonrisa.
La manipulación,
lejos de ser sutil, fue efectiva.
-¿Kristie o Jen,
quién nos guiará? -preguntó Riley con un cierto deje de diversión en la voz.
Jen seguía a la
espera de una señal de Kristie que le indicase qué debía hacer. Kristie fulminó
ajen con la mirada por un instante, se apartó el pelo rubio rojizo de la cara
con un gesto y se apresuró a ocupar el otro flanco de Riley.
-Esa decisión ha
llevado demasiado tiempo -dijo Riley muy serio-. Y el tiempo es un lujo del que
no disponemos. Vamos a dejar de andarnos con tonterías. Bastante os he dejado
que hagáis lo que os dé la gana, pero eso se acaba esta noche.
Su mirada recorrió
la habitación en busca de los ojos de todos y cada uno de nosotros, para
asegurarse de que estábamos escuchando. Cuando me llegó el turno, le mantuve
la mirada durante un solo segundo y se me fueron los ojos hacia la puerta.
Corregí al instante, pero su mirada había proseguido el mismo camino. Me
pregunté si se habría percatado de mi desliz. ¿O tal vez ni siquiera me había
visto aquí, junto a Fred?
-Tenemos un enemigo
-anunció Riley.
Hizo una breve
pausa para que aquel mensaje calase. Podía notar que la idea resultaba
impactante para unos cuantos de los vampiros que había en aquel sótano. El
enemigo era Raoul o, si estabas con Raoul, Kristie. El enemigo estaba allí
dentro porque el mundo se reducía a lo que allí había. La idea de que en el
exterior hubiese otras fuerzas lo bastante poderosas para afectadnos era nueva
para la mayoría. Ayer también habría sido nueva para mí.
-Algunos de
vosotros habréis sido lo bastante listos como para caer en la cuenta de que, si
nosotros existimos, también existen otros vampiros. Vampiros de mayor edad,
mayor inteligencia... y mayor talento. ¡Otros vampiros que quieren nuestra
sangre!
Raoul bufó un
siseo, y varios de sus acólitos le imitaron en señal de apoyo.
-Eso es -dijo
Riley, que parecía resuelto a azuzarlos-. Seattle fue una vez suyo, pero se
trasladaron hace mucho tiempo. Ahora tienen noticia de nosotros y sienten
celos de la sangre fácil que antes tenían aquí. Saben que ahora nos pertenece a
nosotros, aunque la quieren recuperar. Y van a venir a por lo que desean. Uno
por uno, ¡nos darán caza a todos! ¡Nosotros arderemos mientras ellos se dan un
festín!
-Eso nunca -rugió Kristie.
Algunos de los
suyos y otros del grupo de Raoul rugieron con ella.
-No tenemos muchas
oportunidades -nos dijo Riley-. Si esperamos a que aparezcan por aquí, la
ventaja será suya. Al fin y al cabo, éste es su territorio. No quieren
encontrarse con nosotros en un ataque frontal porque los superamos en número y
somos más fuertes que ellos. Quieren cazarnos por separado, aprovecharse de
nuestra mayor debilidad. ¿Hay alguien aquí lo bastante listo como para saber
cuál es?
Señaló las cenizas
a sus pies -ahora desparramadas por la alfombra e irreconocibles como los
restos de un vampiro- y esperó.
Nadie movió un
dedo.
Riley emitió un
sonido de asco.
-¡Unión! -gritó-.
¡Carecemos de ella! ¿Qué tipo de amenaza podemos suponer cuando no dejamos de
matarnos los unos a los otros? -Dio un puntapié al polvo de ceniza y levantó
una pequeña nube oscura-. ¿Os los podéis imaginar riéndose de nosotros? Piensan
que arrebatarnos la ciudad les resultará sencillo, ¡que nuestra estupidez nos
hace débiles! Que les entregaremos nuestra sangre en bandeja, sin más.
La mitad de los
vampiros soltó gruñidos de protesta.
-¿Seréis capaces de
trabajar juntos, o vamos a morir todos?
-Podemos con ellos,
jefe -gruñó Raoul.
Riley le miró con
cara de pocos amigos.
-¡No, si no eres
capaz de controlarte! No, si no eres capaz de cooperar con todos y cada uno de
los presentes en esta sala. Aquel a quien elimines -el dedo de su pie volvía a
juguetear con las cenizas- podría ser quien te hubiese mantenido con vida. Cada
uno de tu aquelarre al que matas es como un regalo que les haces a nuestros
enemigos. « ¡Venid!», les estás diciendo, « ¡acabad con nosotros!»
Kristie y Raoul
intercambiaron una mirada como si se estuviesen viendo por primera vez. Otros
hicieron lo mismo. La palabra aquelarre no
era desconocida, pero ninguno de nosotros la había aplicado antes a nuestro
grupo. Eramos un aquelarre.
-Os hablaré de
nuestros enemigos -dijo Riley, y todas las miradas se clavaron en su rostro—.
Es un aquelarre mucho más antiguo que nosotros. Llevan cientos de años por
aquí y algún motivo habrá para que hayan sobrevivido tanto tiempo. Son astutos
y hábiles, y vienen confiados a recuperar Seattle, ¡porque les han dicho que
los únicos con quienes tendrán que luchar para lograrlo son una banda de críos
desorganizados que va a hacer la mitad del trabajo por ellos!
Más rugidos, aunque
algunos mostraban menos ira que cautela. Unos pocos de los vampiros más tranquilos,
esos a los que Riley llamaría «mansos», parecían inquietos.
Riley también lo
percibió.
-Así es como ellos
nos ven, pero eso es porque no pueden vernos juntos. Juntos podemos
aplastarlos. Si nos pudieran ver a todos, codo con codo, luchando juntos,
estarían aterrorizados. Y así es como nos van a ver. Porque no vamos a estar
esperando a que aparezcan por aquí y empiecen a eliminarnos de uno en uno. Dentro
de cuatro días, les tenderemos una emboscada.
¿Cuatro días? Me
había imaginado que nuestra creadora no desearía apurar tanto la fecha tope.
Volví a mirar la puerta cerrada. ¿Dónde estaba Diego?
Otros reaccionaron
con sorpresa ante el plazo de tiempo, algunos con temor.
-Es lo último que
se esperan -nos tranquilizó Riley-: Todos nosotros, juntos, aguardándolos. Y he
dejado lo mejor para el final. Sólo son siete.
Se produjo un
instante de silencio incrédulo. Entonces Raoul dijo:
-¿Qué?
Kristie miraba
fijamente a Riley con la misma expresión de incredulidad, y escuché como el
sonido apagado de los susurros recorría la estancia.
-¿Siete?
-¿Es una broma?
-Eh -dijo Riley con
brusquedad-. No os estaba tomando el pelo cuando he dicho que este aquelarre es
peligroso. Son astutos y... taimados. Solapados. Nosotros contaremos con la
fuerza, ellos con el engaño. Si les seguimos el juego, nos derrotarán, pero si
lo llevamos a nuestro terreno...
Riley no finalizó
la frase, se limitó a sonreír.
-Vayamos ahora -propuso
Raoul.
-Borrémoslos
rápidamente del mapa -gruñó Kevin entusiasmado.
-Echa el freno,
imbécil. Lanzarnos a ciegas no va a ayudar a vencernos -le reprendió Riley.
-Cuéntanos todo lo
que debamos saber sobre ellos -le pidió Kristie al tiempo que dirigía una
mirada de superioridad a Raoul.
Riley vaciló, como
si estuviese decidiendo cómo decirnos algo.
-Muy bien. ¿Por
dónde empiezo? Imagino que lo primero que debéis saber es... que no sabéis aún
todo lo que hay que saber sobre los vampiros. No quería abrumaros al
principio. -Hizo otra pausa mientras todos parecían confusos-. Ya tenéis una
ligera experiencia con lo que llamamos «talento». Tenemos a Fred.
Todos se volvieron
hacia Fred, o más bien lo intentaron. Por la expresión en el rostro de Riley,
podía decir que a Fred no le gustaba verse señalado. Parecía como si Fred
hubiese elevado la intensidad de su «talento», como lo llamaba Riley, quien se
encogió y apartó la mirada de inmediato. Yo seguía sin sentir nada.
-Sí, veréis, hay
algunos otros vampiros que poseen dones más allá de una fuerza y unos sentidos
extraordinarios. Ya habéis visto algún aspecto en... nuestro aquelarre. -Se
cuidó de no volver a pronunciar el nombre de Fred-. Los dones son poco usuales,
uno de cada cincuenta, quizás, y todos son diferentes. Hay una amplia gama de
ellos por ahí, unos más poderosos que otros.
Hubo un gran
murmullo mientras la gente se preguntaba si ellos los podrían poseer. Raoul se
pavoneaba como si ya hubiera decidido que él tenía un don. Hasta donde yo sabía,
el único que era especial allí en algún sentido se encontraba justo a mi lado.
-¡Prestad atención!
-ordenó Riley-. No os estoy contando esto para vuestra diversión.
-Este aquelarre
enemigo que dices... -intervino Kristie-, ellos sí poseen dones, ¿verdad?
Riley le dedicó un
gesto de asentimiento en señal de aprobación.
-Exacto. Me alegra
que contemos con alguien capaz de seguir la línea de puntos. -El labio
superior de Raoul formó una mueca que
mostró sus dientes-. Ese aquelarre está peligrosamente dotado -prosiguió Riley-. Uno de ellos es capaz de leer la
mente. -Examinó nuestros rostros para ver si captábamos la importancia de
aquella revelación. La conclusión que obtuvo no pareció satisfacerle-.
¡Pensad, chavales! Sabrá todo lo que tengáis en la cabeza. Si le atacáis,
conocerá el movimiento que vayáis a hacer antes incluso de que vosotros seáis
conscientes de ello. Si vais por la izquierda, allí os estará esperando.
Una quietud
nerviosa se apoderó de todos mientras nos lo imaginábamos.
-Ese es el motivo
por el que hemos sido tan cautelosos; yo y quien os creó.
Kristie dio un
respingo y se apartó de él cuando la mencionó. Raoul parecía más enfadado. Los
nervios se tensaron por doquier.
-No conocéis su
nombre, ni sabéis qué aspecto tiene. Esto nos protege a todos. Si ellos se
tropezaran con cualquiera de vosotros a solas, no se darían cuenta de vuestra
conexión con ella, así
os dejarían tranquilos. De saber que formáis parte de su aquelarre, vuestra
ejecución sería inmediata.
Aquello no tenía
sentido para mí. ¿No la protegía a ella el
secretismo más que a cualquiera de nosotros? Ri-ley se apresuró a continuar
antes de que dispusiéramos de demasiado tiempo para evaluar su afirmación.
-Ahora que han
decidido trasladarse a Seattle, por supuesto, ya no tiene importancia. Los
sorprenderemos cuando vengan de camino, y los aniquilaremos. -Dejó escapar
entre los dientes un silbido grave, de una sola nota-. Y se acabó. Después, no
sólo la ciudad entera será
nuestra, sino que otros aquelarres sabrán que a nosotros no se nos toca las
narices. No nos veremos obligados ya a ocultar tanto nuestro rastro. Habrá
tanta sangre como queráis, para todos. Cazaremos todas las noches. Nos
mudaremos al centro de la ciudad, y la dominaremos.
Los rugidos y gruñidos
sonaron como un aplauso. Todo el mundo estaba con él. Excepto yo. No me moví,
no hice un ruido. Tampoco lo hizo Fred, pero ¿quién sabe por qué?
Yo no estaba con
Riley porque sus promesas sonaban a mentira. De lo contrario, toda mi
secuencia lógica era errónea. Riley había dicho que el motivo que impedía que
cazásemos sin preocupación ni restricciones se debía únicamente a este
aquelarre enemigo, pero aquello no encajaba con el hecho de que todos los demás
vampiros debían de estar siendo discretos, o los humanos habrían sabido de su
existencia hace mucho tiempo.
No podía
concentrarme en resolver aquello porque la puerta en lo alto de las escaleras
seguía sin moverse. Diego...
-Pero esto lo
tenemos que hacer juntos. Hoy os guiaré a través del aprendizaje de algunas
técnicas. Técnicas de combate. Consiste en algo más que gatear por el suelo
como críos. Cuando oscurezca, saldremos afuera y practicaremos. Quiero que os
esforcéis en vuestro entrenamiento, y que os mantengáis bajo control. ¡No voy a
perder a otro miembro de este aquelarre! Todos nos necesitamos los unos a los
otros, todos y cada uno de nosotros. No voy a tolerar más estupideces. Si
creéis que no tenéis por qué escucharme, os equivocáis. -Realizó una breve
pausa de un segundo, y los músculos de su rostro adoptaron una nueva
disposición-. Y os daréis cuenta de lo equivocados que estáis cuando os lleve
ante ella-me estremecí
y noté como el temblor recorría la habitación, cuando todos los demás también
lo hicieron-, y os sujete mientras os arranca las piernas y después,
despacio, muy despacio, os quema los dedos de las manos, las orejas, los
labios, la lengua y cualquier otro apéndice superficial uno por uno.
Todos habíamos
perdido un miembro al menos, y todos habíamos sentido el ardor del fuego al
convertirnos en vampiros, de manera que nos resultaba sencillo imaginar cómo
sería aquello, aunque lo aterrador no era la propia amenaza en sí. Lo que daba
verdadero pavor era el rostro de Riley cuando lo dijo. No es que la cara se le
retorciese de ira como le solía pasar cuando se enfadaba. Estaba calmado y
frío, terso y hermoso, sus labios describían una leve curva en las comisuras,
en una ligera sonrisa. De repente tuve la impresión de que aquél era un nuevo
Riley. Algo había cambiado en él, lo había endurecido, pero no era capaz de
imaginar qué podía haber pasado en una sola noche que le produjese aquella
sonrisa cruel y perfecta.
Aparté la mirada
con un pequeño temblor y vi que la sonrisa de Raoul había cambiado para imitar
la de Riley. Casi podía ver los engranajes girando dentro de la cabeza de
Raoul. Ya no mataría tan rápido a sus víctimas en el futuro.
-Muy bien, vamos a
formar equipos de manera que podamos trabajar en grupos -dijo Riley con una
expresión de nuevo normal en el rostro-. Kristie, Raoul, reunid a los
vuestros y a continuación repartid al resto en grupos equilibrados. ¡Sin
peleas! Enseñadme que lo podéis hacer de un modo racional. Demostrad lo que
valéis.
Se apartó de
aquellos dos ignorando el hecho de que se liaron casi de inmediato a discutir,
y describió un recorrido en arco por el extremo de la habitación. Conforme
pasaba iba tocando en el hombro a algunos vampiros y los mandaba a uno de los
nuevos líderes o al otro. Al principio no me di cuenta de que se dirigía hacia
mí gracias al paseo tan largo que se había dado.
-Bree -me dijo con
un gesto forzado en los ojos hacia donde yo me encontraba, como si le
estuviese costando mucho. Me quedé como un bloque de hielo. Habría captado mi
rastro. Estaba muerta-. ¿Bree? -repitió en un tono más suave ahora, y su voz me
recordó la primera vez que me habló, cuando me trató con amabilidad.
Prosiguió en una voz más baja aún-: Le prometí a Diego que te daría un mensaje.
Me dijo que eran cosas de ninjas. ¿Tiene eso algún sentido para ti?
Aún no podía
mirarme, pero se encontraba cada vez más cerca.
-¿Diego? -murmuré.
No pude evitarlo.
Riley esbozó una
ligerísima sonrisa.
-¿Podemos hablar?
-Señaló la puerta con un movimiento de la cabeza-. He comprobado todas las
ventanas, el primer piso está totalmente a oscuras y es seguro.
Sabía que, una vez
que me apartase de Fred, ya no estaría tan a salvo, pero debía oír lo que Diego
había querido contarme. ¿Qué había pasado? Tenía que haberme quedado con él,
haber ido juntos a ver a Riley.
Le seguí a través
de la habitación con la cabeza baja. Le dio instrucciones a Raoul, hizo un
gesto de asentimiento en dirección a Kristie, y subimos las escaleras. Vi con
el rabillo del ojo que algunos observaban con curiosidad adonde
se dirigía.
Atravesó la puerta
delante de mí. La cocina de la casa se encontraba, tal como él había prometido,
totalmente a oscuras. Me hizo un gesto para que fuese tras él y me condujo por
un pasillo oscuro, dejamos atrás las puertas abiertas de varios dormitorios, y
cruzamos otra puerta que tenía cerradura para una llave. Acabamos en el garaje.
-Eres valiente -me
comentó en voz muy baja-; o confiada de verdad. Pensé que me costaría más
trabajo traerte al piso de arriba en pleno día. -Adiós... tenía que haberme
mostrado más nerviosa. Demasiado tarde ya. Me encogí de hombros-. Así que Diego
y tú estáis muy unidos, ¿verdad? -me preguntó exhalando apenas las palabras.
Quizá los demás aún
hubieran podido oírle de haber estado todo el mundo en silencio en el sótano,
pero en aquel preciso instante había mucho ruido allí abajo.
Me volví a encoger
de hombros.
-Me salvó la vida
-susurré.
Riley elevó la
barbilla, casi en un gesto de asentimiento, pero no lo era en realidad, y
evaluó mi respuesta. ¿Me creía? ¿Pensaba que aún temía a la luz del sol?
-Es el mejor -dijo
Riley-. El chico más listo que tengo.
Asentí una vez.
-Hemos tenido una
pequeña charla acerca de la situación -prosiguió Riley-. Hemos coincidido en
que necesitamos vigilancia. Ir a ciegas resulta demasiado peligroso. El es el
único en quien confío para que se adelante a echar un vistazo. -Bufó, casi en
un ademán de enfado- ¡Ojalá tuviese dos como él! Raoul pierde los estribos con
demasiada facilidad, y Kristie está demasiado preocupada consigo misma como
para tener una visión global. Pero son los mejores que tengo, y me tendré que
apañar. Diego me ha dicho que tú también eres lista. -Aguardé, al no estar
segura de cuánto sabía Riley de nuestra historia-. Necesito que me ayudes con
Fred. ¡Menuda fuerza tiene ese chico! Esta noche ni siquiera podía mirarle.
Volví a asentir,
cautelosa.
-Imagínate que tus
enemigos ni siquiera te pudiesen mirar. ¡Qué fácil resultaría! -continuó.
Yo no creía que a
Fred le fuese a gustar la idea, pero quizá me equivocaba. No parecía que le importase
lo más mínimo aquel aquelarre nuestro. ¿Querría salvarnos? No respondí a
Riley.
-Tú pasas mucho
tiempo con él.
Hice un gesto de
indiferencia.
-Ahí nadie me
molesta. No es fácil.
Riley frunció los
labios y asintió.
-Lista, como me ha
dicho Diego.
-¿Dónde está Diego?
No tenía que haber
preguntado. Las palabras salieron de mi boca por su propia voluntad. Aguardé
con ansiedad, intenté mostrar indiferencia y seguramente fracasé.
-No tenemos tiempo
que perder. Le he enviado al sur en cuanto he sabido lo que se avecina. Si
nuestros enemigos deciden atacar antes, necesitamos estar sobre aviso. Diego se
encontrará con nosotros cuando vayamos contra ellos.
Intenté imaginar
por dónde andaría Diego en ese momento. Ojalá estuviera allí con él. Quizá
pudiese convencerle y evitar que hiciese la voluntad de Riley y de paso
impedir que se colocase en primera línea de fuego. Pero quizá no. Parecía que
Diego y Riley eran uña y carne, justo como me había temido.
-Diego quería que
te dijese algo. -Mis ojos se clavaron bruscamente en él. Demasiado rápido,
demasiada ansia. La cagué otra vez-. Para mí no tenía ningún sentido, pero
dijo: «Cuéntale a Bree que ya tengo el saludo, que se lo enseñaré dentro de
cuatro días, cuando nos veamos». No tengo ni idea de a qué se refería. ¿Significa
algo para ti?
Intenté forzar una
cara de póquer.
-Tal vez. Me dijo
algo así como que tenía que encontrar un saludo secreto para su cueva
submarina. Una especie de contraseña. No era más que una broma. No sé muy bien
a qué se refiere ahora.
Riley se carcajeó.
-Pobre Diego.
-¿Qué?
-Creo que le gustas
a ese chico mucho más de lo que él te gusta a ti. -Ah.
Aparté la mirada,
confundida. ¿Me enviaba Diego este mensaje como un medio de hacerme saber que
podía confiar en Riley? Pero él sin embargo no le había dicho a Riley que yo
sabía lo del sol. Aun así, Diego debía de haber confiado mucho en Riley para
contarle tanto, para mostrarle a Riley que yo le importaba. Aun así pensé que
lo más inteligente sería mantener la boca cerrada. Habían cambiado demasiadas
cosas.
-No le des
calabazas aún, Bree. Es el mejor, como te he dicho. Dale una oportunidad.
¿Riley dándome
consejos románticos? Aquello sí que no podía ser más extraño. Sacudí la cabeza
una vez Y
dije:
-Claro.
-Mira a ver si
puedes hablar con Fred. Asegúrate de que está en nuestro barco. Me encogí de
hombros. -Haré lo que pueda. Riley sonrió.
-Genial. Ya te
apartaré antes de que nos vayamos para que así puedas contarme cómo ha ido. Lo
haré de manera informal, no como esta noche. No quiero que se sienta como si le
estuviese espiando.
-Vale.
Riley me hizo un
gesto para que le siguiese y se dirigió de vuelta al sótano.
El entrenamiento
duró todo el día, pero yo no tomé parte en él. Después de que Riley regresase con
sus líderes de equipo, yo ocupé mi lugar junto a Fred. Los demás se habían
dividido en cuatro grupos de cuatro, bajo la dirección de Raoul y Kristie.
Nadie había escogido a Fred, o tal vez él les hubiese hecho caso omiso, o
quizá ni siquiera fueran capaces de ver que estaba allí. Yo aún podía verle.
Destacaba: el único que no participaba, un gran elefante rubio en la
habitación.
Yo tampoco
albergaba deseo alguno de ofrecerme para formar parte del equipo de Raoul o el
de Kristie, así que me limité a observar. Nadie parecía haberse dado cuenta de
que yo estaba ahí sentada al margen, con Fred. A pesar de que debíamos de ser
algo parecido a
invisibles gracias al «talento» de
Fred, yo me sentía horriblemente obvia. Ojalá fuera también invisible a mis
ojos, ojalá pudiera ver también la ilusión óptica y así confiar en ella. Aun
así, nadie reparó en nosotros, y pasado un rato, pude casi relajarme.
Observé el
entrenamiento con atención. Deseaba estar al tanto de todo, por si acaso. No
tenía intención de combatir, sino de encontrar a Diego y largarnos de allí.
Pero ¿y si Diego quería luchar? O ¿qué pasaría si tuviéramos que pelear para
escaparnos de los demás? Más me valía prestar atención.
Sólo una vez hubo
alguien que preguntó por Diego. Fue Kevin, aunque me daba la sensación de que
obedecía órdenes de Raoul.
-Al final a Diego
lo han achicharrado, ¿eh? -preguntó Kevin en un forzado tono jocoso.
-Diego está con ella
-contestó Riley, y nadie tuvo que
preguntar a quién se refería-. De vigilancia.
Algunos sintieron
un escalofrío, y nadie volvió a decir nada sobre Diego.
¿Estaba de verdad
con ella? La
idea me encogía el corazón. Tal vez Riley lo dijera tan sólo para evitar que
los demás le preguntasen. Era probable que no quisiera que Raoul se pusiese
celoso o se sintiera por debajo de Diego justo cuando Riley lo necesitaba en su
estado de ánimo más arrogante posible. No podía estar segura y tampoco iba a
preguntar. Guardé silencio, como siempre, y observé las prácticas.
En el fondo, ver
aquello era aburrido, me daba sed. Riley no dio tregua a su ejército durante
tres días y dos noches seguidas. Durante el día era más difícil mantenerse al
margen a causa de lo hacinados que estábamos todos en el sótano. En cierto
modo, a Riley le facilitaba las cosas: le solía dar tiempo de parar una pelea
antes de que pasara a mayores. En el exterior, de noche, había más espacio para
que los unos se moviesen alrededor de los otros, pero Riley se la pasaba entera
ocupado corriendo de aquí para allá para recoger extremidades y devolvérselas
a sus propietarios con rapidez. Contenía bien su carácter y, esta vez, anduvo
bastante listo a la hora de encontrar todos los mecheros. Yo habría apostado
por que la situación acabaría por descontrolarse, por que perderíamos al menos
un par de miembros del aquelarre con Raoul y Kristie de refriega sin parar durante
días. Pero Riley ejercía sobre ellos un control muy superior al que yo creía
posible.
Sin embargo, todo
era principalmente a base de repetición. Me percaté de que Riley no paraba de
decir siempre lo mismo, una y otra vez: «Trabaja en equipo, vigila tu espalda,
no vayas de frente a por ella»; «trabaja en equipo, vigila tu espalda, no vayas
de frente a por él»; «trabaja en equipo, vigila tu espalda, no vayas de frente
a por ella». Era ridículo, de verdad, y lograba que el grupo pareciese
increíblemente estúpido. Pero tenía la seguridad de que yo habría sido igual
de estúpida de haberme encontrado metida de lleno en el combate con ellos en
lugar de verlo tranquila desde la barrera al lado de Fred.
En cierto modo me
recordó al modo en que Riley nos había inculcado el miedo al sol. La repetición
constante.
Aun así, aquello
era tan aburrido que, tras aproximadamente diez horas en aquel primer día,
Fred sacó una baraja de cartas y se puso a hacer solitarios. Eso era más
interesante que ver los mismos errores una y otra vez, así que pasé la mayor
parte del tiempo observándole.
Alrededor de otras
doce horas más tarde -volvíamos a estar dentro- le di un golpecito a Fred con
el codo para señalarle un cinco rojo que podía colocar. Asintió y movió la
carta. Después de esa mano, repartió cartas para los dos y jugamos al rummy.
No dijimos una palabra, pero Fred
sonrió un par de veces. Nadie nos miró ni nos pidió que nos uniésemos a ellos.
No había intervalos
de caza y, conforme pasaba el tiempo, aquello iba siendo más y más difícil de
ignorar. Las peleas estallaban con mayor regularidad y a la menor provocación.
Las órdenes de Riley se volvieron más estridentes, incluso él mismo arrancó un
par de brazos. Intenté olvidar la ardiente sed en la medida de lo posible -al
fin y al cabo, Riley también debía de estar sufriéndola, así que aquello no
podía durar para siempre- pero la sed era prácticamente la única cosa que
tenía en la cabeza. Fred comenzaba a mostrar un aspecto bastante tenso.
La tercera noche,
temprano -faltaba un día y, cuando pensaba en el paso del tiempo, se me hacía
un nudo en el estómago vacío-, Riley ordenó detener todos los combates
ficticios.
-Venid aquí, chicos
-nos dijo.
Todos formamos algo
parecido a un semicírculo frente a él. Los grupos originales se mantuvieron juntos,
así que el entrenamiento no había modificado ninguna de aquellas alianzas.
Fred se guardó las cartas en el bolsillo de atrás y se puso en pie. Yo permanecí
a su lado con la confianza de que su aura de repulsión me ocultase.
-Lo habéis hecho
bien -nos dijo-. Esta noche tenéis una recompensa. Beberéis, porque mañana vais
a desear vuestra fuerza. -Casi todo el mundo soltó rugidos de alivio—. Y digo desear
y no necesitar
por una razón -prosiguió-. Creo,
chicos, que lo habéis conseguido. Habéis sido inteligentes y habéis hecho un
gran esfuerzo. ¡Nuestros enemigos no van a saber de dónde les vienen los
golpes!
Kristie y Raoul
rugieron, y sus compañías los imitaron enseguida. Me sorprendió verlo, pero en
ese momento parecían un ejército. No es que estuviesen desfilando en
formación ni nada por el estilo, pero había cierta uniformidad en su respuesta.
Como si todos formaran parte de un gran organismo. Como siempre, Fred y yo
éramos las flagrantes excepciones, pero pensé que sólo Riley podía fijarse
apenas un poco en nosotros: cada dos por tres su mirada escrutaba la zona en
la que nos encontrábamos, prácticamente como si lo comprobase para tener la
certeza de que aún sentía el talento de Fred. Y a Riley no parecía importarle
que no nos uniésemos. Al menos por ahora.
-Quieres decir
mañana por la noche, ¿verdad,
jefe? -aclaró Raoul.
-Así es -dijo Riley
con una extraña sonrisita.
Al parecer, ningún
otro reparó en nada extraño en su respuesta, a excepción de Fred. Bajó la
mirada hacia mí con una ceja arqueada. Yo me encogí de hombros.
-¿Estáis listos
para vuestra recompensa? -Su pequeño ejército rugió en respuesta-. Esta noche
vais a tener un adelanto de cómo será nuestro mundo cuando nuestra competencia
esté fuera del mapa. ¡Seguidme!
Riley se alejó a
grandes zancadas. Raoul y su equipo le pisaban los talones. El grupo de Kristie
comenzó a dar empujones y zarpazos en medio de ellos para lograr ponerse al
frente.
-¡No me hagáis
cambiar de opinión! -vociferó Riley desde los árboles que había más adelante-.
Os podéis morir de sed. ¡Me da igual!
Kristie ladró una
orden, y su grupo se situó con hosquedad detrás del de Raoul. Fred y yo
esperamos a que el último hubiera desaparecido de nuestra vista. Entonces Fred
realizó con el brazo uno de esos gestos de «las damas primero». No fue como si
temiese tenerme a su espalda, sólo estaba siendo educado. Comencé a correr tras
el ejército.
Los demás ya nos
llevaban una buena ventaja, pero no suponía ningún esfuerzo seguir su olor.
Fred y yo corrimos en un amigable silencio. Me preguntaba en qué estaría
pensando. Tal vez sólo estuviese sediento. Yo ardía, así que él probablemente
también. Alcanzamos al grupo en unos cinco minutos, pero mantuvimos la distancia.
La tropa se movía
en un silencio sorprendente. Estaban concentrados y aún más... eran
disciplinados. En cierto modo deseé que Riley hubiese empezado antes la
instrucción. Era más fácil andar con este grupo.
Cruzamos por encima
de una autovía vacía, otra franja de bosque y nos encontramos en una playa. El
agua estaba en calma y nos habíamos dirigido casi directos al norte, así que
aquello debía de ser el estrecho. No habíamos pasado cerca de ningún lugar
habitado, y estaba segura de que había sido a propósito. Sedientos e
irritables, no haría falta demasiado para que aquella pizca de organización se
disolviese en una escandalosa masacre.
Nunca habíamos ido
de caza todos juntos, y ahora tenía la seguridad de que no se trataba de una
buena idea. Recordaba a Kevin y a Spiderman peleándose por la mujer del coche
aquella primera noche que hablé con Diego. Más le valdría a Riley disponer de
un buen montón de cuerpos para nosotros o la gente iba a empezar a matarse
entre sí para conseguir el máximo de sangre.
Riley se detuvo en
la orilla.
-No os reprimáis
-nos dijo-. Os quiero bien alimentados y fuertes: a tope. Ahora... vamos a
pasarlo bien.
Se sumergió con
suavidad en la marea. Los demás también lo hicieron, pero soltando rugidos de
exaltación. Fred y yo los seguimos más de cerca que antes ya que no podríamos
rastrear su olor bajo el agua. Pero pude notar que Fred dudaba, listo para
salir pitando si aquello era algo más que un bufet libre. Al parecer no se
fiaba de Riley ni una pizca más que yo.
No habíamos nadado
mucho y ya vimos que los demás se dirigían a la superficie. Fred y yo lo
hicimos los últimos, y Riley comenzó a hablar en cuanto nuestras dos cabezas
asomaron fuera del agua, como si nos hubiese estado esperando. Él debía de
sentir a Fred más que el resto.
-Ahí está -dijo
señalando un gran ferry que marchaba con rumbo sur, probablemente en su último
trayecto de la noche desde Canadá-. Dadme un minuto. Cuando se quede a
oscuras, es todo vuestro.
Se produjo un murmullo
nervioso. A alguien se le escapó una risa tonta. Riley salió como un tiro y,
segundos después, le vimos subir volando uno de los costados del enorme barco.
Se fue directo a la torre de control, en lo alto del barco. A silenciar la
radio, apostaba yo. Él podría decir todo cuanto quisiese acerca de que aquellos
enemigos fuesen la razón de tener cuidado, pero yo estaba segura de que había
mucho más que eso. Se suponía que los humanos no habían de saber de los vampiros.
Al menos, no por mucho tiempo, lo justo para matarlos.
Riley arrancó de
una patada el vidrio de una gran ventana y desapareció dentro de la torre.
Cinco segundos después se apagaron las luces.
Me di cuenta de que
Raoul ya se había ido. Debía de haberse sumergido para que así no pudiésemos
oír cómo se iba detrás de Riley. Todos los demás se pusieron en marcha, y el
agua se removió como si un enorme banco de barracudas se lanzase al ataque.
Fred y yo fuimos
nadando detrás de ellos a un ritmo relativamente cómodo. De una forma muy graciosa,
era como si fuésemos un matrimonio de abuelos. Nunca hablábamos, pero seguíamos
haciendo las cosas exactamente al mismo tiempo.
Llegamos al barco
unos tres segundos más tarde, y el aire ya se había colmado de gritos y del
cálido aroma de la sangre. El olor me hizo percatarme de lo sedienta que
estaba, y eso fue lo último en que reparé. Mi cerebro se desenchufó por
completo. No había nada más que el dolor feroz en mi garganta y la deliciosa
sangre -sangre por doquier- que prometía extinguir aquel fuego.
Cuando todo terminó
y en el barco no quedó un solo corazón que latiese, yo ya no sabía a cuánta
gente había matado. Con facilidad, más del triple que en mis anteriores salidas
de caza. Me había puesto morada. Bebí mucho más allá del punto en el que se había
aplacado mi sed por completo, sólo por el sabor de la sangre. La mayoría de la
del barco estaba limpia y deliciosa, sus pasajeros no eran escoria. A pesar de
no haberme comedido, probablemente yo me encontraría en la parte baja de la
clasificación por número de víctimas. Raoul estaba rodeado de cadáveres
despedazados, que en realidad formaban una pila. El se había sentado en lo
alto de su montaña de muertos y se reía solo, escandalosamente.
No era el único que
se reía. El oscuro barco rebosaba sonidos de deleite. Oí a Kristie decir:
-Ha sido increíble,
¡tres hurras por Riley!
Y parte de su grupo
formó un estridente coro de hurras, igual que una banda de borrachos felices.
Jen y Kevin se
asomaron empapados a la cubierta.
-Hemos pillado a
todos, jefe -gritó Jen a Riley.
De manera que
algunos humanos habían intentado huir a nado. Yo ni me había dado cuenta.
Miré a mí alrededor
en busca de Fred. Me costó un buen rato encontrarlo. Me percaté por fin de que
no podía fijar la vista en la esquina del fondo, junto a las máquinas
expendedoras, y me dirigí hacia allí. Al principio me sentí como si el
balanceo del ferry me estuviese mareando, pero entonces me acerqué lo bastante
como para que aquella sensación se desvaneciese y pude ver a Fred de pie junto
a la ventana. Me dedicó una rápida sonrisa y elevó la mirada por encima de mi
cabeza. La seguí y vi que observaba a Riley. Me pareció que llevaba haciéndolo
un buen rato.
-Muy bien, chicos
-dijo Riley-, ya habéis probado la vida placentera, ¡pero ahora tenemos un
trabajo que hacer! -Todos rugieron con entusiasmo-. Tengo tres últimas cosas
que contaros, y una de ellas incluye un pequeño postre, así que ¡hundamos esta
gabarra y volvamos a casa!
El ejército empezó
a desmantelar el barco entre una mezcla de risas y gruñidos. Fred y yo saltamos
por la ventana y observamos la maniobra desde una corta distancia. El ferry
no tardó mucho en arrugarse en el centro con un estruendo de metal. La sección
central se hundió primero, de manera que la proa y la popa se retorcieron y
se elevaron apuntando al cielo. Se hundieron la una detrás de la otra; la popa
ganó a la proa por unos pocos segundos. El banco de barracudas se dirigió hacia
nosotros. Fred y yo nadamos a la orilla.
Corrimos a casa con
los demás, si bien mantuvimos nuestra distancia. Fred me miró un par de veces
como si me quisiera decir algo, pero en ambas ocasiones pareció haber cambiado
de opinión.
De vuelta en el
refugio, Riley hizo que el ambiente de celebración amainase. Aun habiendo
pasado unas horas, seguía en sus trece por intentar que todo el mundo volviera
a la senda de la seriedad. Por una vez, no eran discusiones lo que tenía que
calmar, sino la euforia. Si, tal como yo pensaba, las promesas de Riley resultaban
falsas, iba a verse metido en un lío cuando finalizase la emboscada. Ahora que
todos estos vampiros se habían dado un verdadero festín, no iban a volver a
aceptar ningún tipo de restricción con facilidad. Por esta noche, no
obstante, Riley era un héroe.
Finalmente -un buen
tiempo después de que saliera el sol, según mis cálculos-, todo el mundo
guardaba silencio y prestaba atención. Por la expresión en sus caras se diría
que estaban dispuestos a escuchar cualquier cosa que él tuviera que decirles.
Riley subió las
escaleras hasta la mitad con el rostro serio.
-Tres cosas
-arrancó-. Primero, queremos estar seguros de que atacamos al aquelarre
correcto. Si por accidente nos tropezásemos con otro clan y los matásemos,
pondríamos nuestras cartas al descubierto. Queremos que nuestros enemigos se
confíen en exceso y que estén desprevenidos. Hay dos cosas que identifican a
este aquelarre. Una, su aspecto distinto: tienen los ojos amarillos.
Se produjo un
murmullo por la confusión.
-¿Amarillos?
-repitió Raoul en un tono de asco.
-Ahí fuera hay
mucho del mundo de los vampiros con lo que aún no os habéis encontrado. Ya os
dije que este clan tiene muchos años. Sus ojos son más débiles que los
nuestros, amarillean por la edad. Otra ventaja de nuestro lado -asintió para
sí, como si se estuviera diciendo «una cosa menos»-. Pero existen otros
vampiros mayores, de manera que hay otro modo de reconocerlos con seguridad...
y es aquí donde entra en juego el postre que mencioné. -Riley sonrió de un modo
astuto y aguardó un instante-. Esto va a ser difícil de procesar -advirtió-. Yo
no lo entiendo, aunque lo he visto con mis propios ojos. Estos vampiros
ancianos se han ablandado tanto que incluso tienen como miembro de su
aquelarre a un humano de su agrado.
La revelación fue
recibida con un rotundo silencio. Con total incredulidad.
-Lo sé, es difícil
de digerir, pero es la verdad. Sabremos sin duda que son ellos porque los
acompañará una chica humana.
-Pero... ¿cómo?
-preguntó Kristie-. ¿Quieres decir que van por ahí con la comida a cuestas o
algo así?
-No. Se trata
siempre de la misma chica, la única, y no tienen intención de matarla. No sé
cómo lo consiguen, ni por qué. Tal vez sólo quieran mostrarse diferentes.
Quizá quieran presumir de su autocontrol. Tal vez piensen que eso los hace
parecer más fuertes. Para mí no tiene sentido, pero la he visto. Es más, la he
olido. -Con parsimonia y dramatismo, Riley rebuscó en su cazadora y extrajo
una bolsa de plástico hermética que contenía una tela roja-. En las últimas
semanas he hecho alguna labor de reconocimiento para tener controlado al clan
de los ojos amarillos tan pronto como se acercase. -Hizo una pausa para
dedicarnos una mirada paternal-. Yo cuido de mis chicos. Muy bien, en el
instante en que vi que venían a por nosotros, me hice con esto -mostró la
bolsa- para ayudarnos a rastrearlos. Quiero que todos os familiaricéis con este
olor.
Le entregó la bolsa
a Raoul, que abrió el cierre a presión e inhaló con fuerza. Miró a Riley con
cara de sorpresa.
-Lo sé -dijo
Riley-. Sorprendente, ¿verdad?
Raoul entrecerró
los ojos en un gesto pensativo y le pasó la bolsa a Kevin.
Uno por uno, todos
los vampiros olisquearon la bolsa, y todos reaccionaron con unos ojos
exageradamente abiertos, ningún otro gesto. Sentía tanta curiosidad que me
escabullí de Fred hasta que percibí la náusea y supe que me hallaba fuera de su
perímetro. Fui avanzando hasta llegar junto a Spiderman, que parecía ser el
último de la fila. Cuando le llegó su turno, olisqueó el interior de la bolsa y
estuvo a punto de devolvérsela al chico que se la había pasado a él, pero
levanté la mano y le chisté. Tuvo que mirarme dos veces, como si no me hubiera
visto allí antes, y me la pasó a mí.
La tela roja tenía
el aspecto de una camisa. Metí la nariz en la abertura, no le quité ojo a los
vampiros a mí alrededor, por si acaso, e inhalé.
Ah. Ahora
comprendía aquellas expresiones y notaba una similar en mi rostro, porque el
humano que se había puesto la camisa sí que tenía la sangre dulce. Cuando
Riley habló de un «postre», tenía más razón que un santo. Por otro lado, yo
estaba menos sedienta que nunca, así que, mientras que los ojos se me abrían
al valorarlo, no sentía el suficiente dolor en la garganta como para hacer una
mueca. Sería increíble probar aquella sangre pero, en aquel preciso instante,
no me causaba dolor no poder hacerlo.
Me preguntaba
cuánto tardaría en volver a estar sedienta. Habitualmente, el dolor comenzaba
a regresar a las pocas horas de haberme alimentado, y a partir de entonces, no
hacía más que empeorar y empeorar hasta que -un par de días después- resultaba
imposible ignorarlo siquiera un solo segundo. ¿Se retrasaría aquel proceso
gracias a la excesiva cantidad de sangre que acababa de beber? Me imaginé que
pronto lo comprobaría.
Miré a mí alrededor
para asegurarme de que nadie estaba esperando la bolsa, porque pensé que Fred
sentiría también curiosidad. Riley captó mi mirada, sonrió ligeramente e hizo
un leve gesto con la barbilla en dirección a la esquina donde se encontraba
Fred. Eso me hizo querer hacer justo lo contrario de lo que había pensado,
pero qué más daba. Tampoco quería que Riley sospechase de mí.
Volví hacia Fred e
hice caso omiso de la náusea hasta que se desvaneció y me hallé justo a su
lado. Le entregué la bolsa. Al parecer le agradó que me acordase de incluirle;
sonrió y esnifó la camisa. Un segundo más tarde asentía para sí, pensativo. Me
devolvió la bolsa con una mirada significativa. Pensé que la próxima vez que
nos encontrásemos a solas, me contaría lo que antes ya me había parecido que deseaba
compartir. Le tiré la bolsa a Spiderman, que reaccionó como si le hubiera
caído del cielo, pero aun así logró atraparla antes de que tocase el suelo.
Todo el mundo
murmuraba sobre el olor. Riley dio dos palmadas.
-Muy bien, he ahí
el postre del que os había hablado. La chica estará con el clan de los ojos
amarillos. El primero que llegue hasta ella se lleva el postre. Tan simple
como eso.
Rugidos de
agradecimiento, rugidos competitivos.
Simple sí, pero...
un error. ¿No se suponía que teníamos que destruir al aquelarre de los ojos
amarillos? Se suponía que la unión iba a ser la clave y no que se tratase de
un premio para el primero que llegara, algo que sólo podría alcanzar uno de los
vampiros. El único resultado garantizado de este plan era un humano muerto. A
mí se me ocurría media docena de formas más productivas de motivar a este
ejército. El que mate a más vampiros de ojos amarillos se lleva a la chica; el
que demuestre una mayor capacidad de trabajo en equipo se lleva a la chica; el
que más se ciña al plan establecido; el que mejor obedezca las órdenes; el MVP,
etcétera. Había que centrarse en el peligro, que desde luego no era la humana.
Observé a los demás
a mí alrededor y tuve claro que ninguno de ellos estaba siguiendo la misma
secuencia lógica. Raoul y Kristie se desafiaban mutuamente con la mirada. Oí a
Sara y ajen discutir en susurros acerca de la posibilidad de compartir el
premio.
Bueno, quizá Fred
lo hubiese captado. El también fruncía el ceño.
-Y la última cosa
-dijo Riley. Por primera vez había en su voz un tono reticente-. Es probable
que esto os resulte aún más difícil de aceptar, así que os lo mostraré. No os
voy a pedir que hagáis nada que no vaya a hacer yo. Recordadlo: yo recorro con
vosotros cada paso del camino. -Los vampiros se volvieron a quedar muy quietos.
Vi que Raoul tenía de nuevo la bolsa de plástico y la agarraba de un modo
posesivo-. Aún os quedan muchas cosas por aprender acerca de ser un vampiro
-prosiguió Riley-. Algunas tienen más sentido que otras, y ésta es una de esas
que no suenan muy bien al principio; pero yo mismo he pasado por ello y os lo
voy a mostrar. -Se quedó pensando durante un segundo-. Cuatro veces al año, el
sol brilla en un ángulo indirecto determinado y, durante ese único día, cuatro
veces al año, es seguro... para nosotros quedar expuestos al sol. -Se detuvo
hasta el más leve de los movimientos. No se oía una sola respiración. Riley se
estaba dirigiendo a un montón de estatuas-. Uno de esos días especiales está
empezando ahora. El sol que está saliendo hoy no nos hará daño a ninguno de
nosotros, y vamos a utilizar esta curiosa excepción para sorprender a nuestros
enemigos.
Mis pensamientos
daban vueltas, patas arriba. De manera que Riley sabía que era seguro ponernos
al sol; o no lo sabía, y nuestra creadora le había contado esta historia de los
cuatro días. O... aquello era verdad, y Diego y yo habíamos tenido la suerte de
encontrarnos en uno de esos días, excepto por el hecho de que Diego ya había
salido antes a la sombra. Y Riley estaba convirtiéndolo en una especie de
solsticio estacional, mientras que Diego y yo habíamos estado tan panchos al
sol hacía apenas cuatro días.
Podía entender que
Riley y nuestra creadora pretendiesen controlarnos con el temor al sol. Tenía
sentido. Pero ¿por qué contar ahora la verdad de un modo tan parcial?
Apostaría a que
tenía algo que ver con los aterradores encapuchados. Ella
probablemente quería ganar tiempo
antes de su fecha tope. Los encapuchados no habían prometido dejarla vivir
cuando matásemos a todos los vampiros de los ojos amarillos. Supuse que ella desaparecería
en el preciso instante en que cumpliese su objetivo aquí: matar al clan de los
ojos amarillos y tomarse unas largas vacaciones en Australia o en cualquier lugar
en el otro extremo del mundo. Y me daba en la nariz que no iba a enviarnos
invitaciones con nuestro nombre grabado. Tendría que encontrar a Diego rápido
para poder largarnos también, pero en la dirección opuesta de Riley y nuestra
creadora. Y debía contárselo a Fred. Decidí hacerlo en cuanto estuviésemos un
momento a solas.
Cuánta manipulación
había en aquel discursito, y yo ni siquiera tenía la certeza de estar
detectándola toda. Ojalá Diego estuviese aquí y pudiésemos analizarlo juntos.
De estar Riley
realmente inventándose sobre la marcha este rollo de los cuatro días, yo me
creía capaz de entender el porqué. No podía plantarse allí y decirnos:
«Oye, que os he
estado mintiendo toda vuestra vida, pero ahora
os estoy diciendo la verdad». El
quería que hoy le siguiéramos a la batalla, no podía socavar la poca o la mucha
confianza que se hubiese ganado.
-Es lógico que la
idea os aterrorice -dijo Riley a las estatuas-. La razón de que sigáis vivos es
que obedecierais cuando os dije que había que tener cuidado. Habéis vuelto a
casa a tiempo, no habéis cometido errores. Habéis permitido que ese temor os
haga más listos y cautelosos. No espero que dejéis ahora a un lado ese temor
inteligente así como así. No espero que salgáis corriendo por esa puerta sólo
con mi palabra, sino que... -recorrió la estancia una sola vez con la mirada-
espero que me sigáis al exterior.
Apartó la vista de
su público durante una mínima fracción de segundo para posarse en algo que
había sobre mi cabeza.
-Miradme -nos
dijo-, escuchadme, confiad en mí. Cuando veáis que estoy bien, creed lo que
veis. El sol de un día como hoy tiene algunos efectos interesantes en nuestra
piel. Ya lo veréis. No os hará ningún daño. Yo no haría nada que os expusiese a
un peligro innecesario, eso lo sabéis.
Comenzó a subir las
escaleras.
-Riley, no podemos
esperar un poco... -empezó a decir Kristie.
-Limítate a prestar
atención -la interrumpió Riley, que seguía subiendo con parsimonia-. Esto nos
proporciona una gran ventaja. Los vampiros de los ojos amarillos saben
perfectamente lo del sol de hoy, pero no saben que nosotros también estamos al
tanto. -Mientras hablaba, abrió la puerta, salió al sótano y entró en la
cocina. No había luz en aquella habitación bien protegida, pero todos evitaron
acercarse a la puerta abierta. Todos menos yo. Su voz prosiguió y avanzó hacia
la puerta de la entrada-. A la mayoría de los vampiros jóvenes les cuesta un
tiempo asumir esta excepción y es por un buen motivo: los que no se cuidan de
la luz del sol no duran mucho.
Noté los ojos de
Fred puestos en mí. Le miré. Los tenía clavados en mí, con urgencia, como si
desease largarse de allí pero no tuviese adonde.
-Todo va bien -le
susurré casi en silencio-. El sol no nos va a hacer daño.
« ¿Confías en él?»,
simuló decir, moviendo los labios.
Ni de coña.
Fred arqueó una
ceja y se relajó apenas un poco.
Me giré a nuestra
espalda. ¿Dónde había mirado Ri-ley? No había cambiado nada: unas cuantas fotos
de familia, de gente muerta, un espejo pequeño y un reloj de cuco. Mmm.
¿Estaba mirando la hora? Tal vez nuestra creadora le hubiese puesto un límite a
él también.
-Vale, chicos, voy
a salir -dijo Riley-. Hoy no tenéis por qué tener miedo, os lo prometo.
La luz irrumpió en
el sótano a través de la puerta abierta amplificada -como sólo yo sabía- por la
piel de Riley. Veía el baile de los reflejos brillantes en la pared.
Entre siseos y
gruñidos, mi aquelarre se retiró a la esquina opuesta a la de Fred. Kristie
estaba al fondo del todo. Parecía como si estuviese utilizando a su grupo de escudo
protector.
-Calmaos todos -nos
voceó Riley desde arriba-. Estoy perfectamente bien: ni dolor ni quemaduras.
Venid. ¡Vamos!
Nadie se acercó a
la puerta. Fred se había acurrucado contra la pared, junto a mí, y vigilaba la
luz con ojos de pánico. Hice un gesto con la mano para llamar su atención.
Levantó la vista y evaluó mi total calma durante un segundo. Se puso
lentamente en pie. Yo le ofrecí una sonrisa de aliento.
Todos los demás
estaban a la espera de que prendiesen las llamas. Me preguntaba si yo le
habría parecido tan tonta a Diego.
-¿Sabéis qué? -dijo
Riley desde arriba-. Siento curiosidad por ver quién es el más valiente de
vosotros. Tengo una idea bastante aproximada de quién va a ser la primera
persona que pase por esa puerta, aunque ya me he equivocado otras veces.
Puse los ojos en
blanco. Qué sutil, Riley.
Pero funcionó, por
supuesto. Centímetro a centímetro y casi de inmediato, Raoul inició su camino
hacia la puerta. Por una vez, Kristie no se apresuró a competir con él por la
aprobación de Riley. Raoul le dio una palmada a Kevin, y éste y Spiderman se
pusieron en movimiento para acompañarle, a regañadientes.
-Podéis oírme,
sabéis que no me he achicharrado. ¡No seáis una panda de críos! Sois vampiros.
Comportaos como tales.
Sin embargo, Raoul
y sus colegas no eran capaces de avanzar más allá del pie de las escaleras.
Nadie más se movió. Riley volvió transcurridos unos pocos minutos. En la
puerta, a la luz indirecta de la entrada, brillaba sólo un poco.
-Miradme. Estoy
bien. ¡En serio! Me avergüenzo de vosotros. ¡Ven aquí, Raoul!
Al final, Riley
tuvo que enganchar a Kevin -Raoul se apartó en cuanto se dio cuenta de las
intenciones de Ri-ley- y lo arrastró a la fuerza escaleras arriba. Vi el momento
en que se pusieron al sol, cuando el brillo se hizo más luminoso por sus
reflejos.
-Díselo, Kevin -le
ordenó Riley.
-¡Raoul, estoy
bien! -gritó Kevin desde arriba-. Guau. Tengo todo el cuerpo... brillando. ¡Qué
pasada! -se rió.
-Bien hecho, Kevin
-dijo Riley bien alto.
Eso funcionó con
Raoul. Apretó los dientes y subió a ritmo las escaleras. No se movió con
velocidad, pero enseguida estaba allí arriba, brillando y riendo con Kevin.
Aun después de
aquello, el proceso costó más de lo que yo habría imaginado. Seguía siendo cosa
de ir uno por uno. Riley se impacientó y hubo más amenazas que ánimos.
Fred me lanzó una
mirada que decía: « ¿Sabías tú esto?».
«Sí», moví los
labios.
Hizo un gesto de
asentimiento y empezó a subir las escaleras. Aún quedaban unos diez vampiros,
el grupo de Kristie principalmente, apretados contra la pared. Me fui con Fred,
decidí que sería mejor salir a la mitad. Que Riley lo interpretase como le
diera la gana.
Pudimos ver a los
vampiros que brillaban como bolas de discoteca en el jardín frontal de la casa
y se miraban las manos con cara de estar maravillados. Fred salió a la luz sin
aminorar el paso, un acto que interpreté como un gesto de valentía, teniéndolo
todo en consideración. Kristie era un buen ejemplo de lo bien que Riley nos
había adoctrinado. Se aferraba a lo que sabía a pesar de las pruebas que tenía
ante sí.
Fred y yo nos
mantuvimos ligeramente al margen del resto. Se examinó detenidamente, luego me
observó a mí y a continuación miró a los demás. Me di cuenta de que Fred,
aunque muy callado, era muy observador y casi científico en el modo en que
examinaba las pruebas. Nunca había dejado de evaluar las palabras y los actos
de Riley. ¿Hasta dónde había llegado en sus deducciones?
Riley tuvo que
obligar a Kristie a subir las escaleras, y su grupo la acompañó. Por fin nos
encontrábamos todos en el exterior, al sol, la mayoría disfrutando de lo
guapos que estaban. Riley reunió a todos para una sesión rápida de
entrenamiento; más que nada, pensé, para que todo el mundo se centrara. Les
costó un minuto, pero todos se dieron cuenta de que había llegado la hora, así
que permanecieron más silenciosos y feroces. Notaba que la idea de un combate
real -de que no sólo se les permitiese, sino que se les animase a descuartizar
y quemar- era casi tan emocionante como salir de caza. A gente como Raoul, Jen
y Sara la idea les resultaba atractiva.
Riley hizo hincapié
en una estrategia que había estado intentando inculcarles en la cabeza los
últimos días: una vez localizásemos al clan de los ojos amarillos, nos
dividiríamos en dos grupos y los rodearíamos. Raoul cargaría contra ellos en un
ataque frontal mientras que Kristie atacaría por un flanco. El plan cuadraba a
la perfección con el estilo de ambos, aunque yo no tenía muy claro que fueran
a ser capaces de seguirlo en el fragor de la caza.
Cuando Riley llamó
a todos tras una hora de entrenamiento, Fred empezó de inmediato a caminar de
espaldas, hacia el norte; Riley tenía a los demás mirando al sur. Yo me quedé cerca de él, aunque no tenía
ni idea de lo que estaba haciendo. Fred se detuvo cuando nos hallamos ya a unos
cien metros de distancia, a la sombra de los abetos de la linde del bosque.
Nadie nos vio alejarnos. Fred observaba a Riley, como si quisiera ver si había
reparado en nuestra retirada. Riley comenzó a hablar.
-Nos marchamos ya.
Sois fuertes y estáis preparados. Y estáis sedientos, ¿verdad que sí? Podéis
sentir cómo os quema. Estáis listos para el postre.
Tenía razón. Toda
aquella sangre no había demorado en absoluto el regreso de la sed. De hecho,
aunque no estaba segura, pensé que tal vez pudiera estar volviendo más rápido
y más fuerte de lo normal. Quizás el exceso de alimentación era en cierto
sentido contraproducente.
-El clan de los
ojos amarillos avanza despacio desde el sur y se alimenta por el camino,
intentando fortalecerse -dijo Riley-. Ella los
ha estado observando, así que sé dónde encontrarlos. Ella
se encontrará con nosotros allí, con
Diego -lanzó una significativa mirada al lugar donde yo acababa de estar,
frunció rápidamente el ceño y lo relajó con la misma celeridad-, y los arrasaremos
como un tsunami. Los
arrollaremos, y después lo celebraremos. -Sonrió-. Alguien va a ser el primero
en celebrarlo. Raoul, dame eso.
Riley extendió la
mano con autoridad. Raoul le tiró a regañadientes la bolsa con la camisa.
Parecía que Raoul estuviese intentando reclamar para sí la chica a fuerza de
acaparar su olor.
-Volved a olería
todos. ¡Concentraos!
¿Concentrarnos en
la chica? ¿O en la lucha?
El propio Riley fue
pasando esta vez la bolsa, prácticamente como si quisiera asegurarse de que
todo el mundo estaba sediento, y por las reacciones pude ver que, como a mí, a
ellos también les había vuelto el ardor. El olor de la camisa provocó malas
caras y gruñidos. No era necesario pasarnos el olor de nuevo, no olvidábamos
nada, así que aquello no debía de ser, probablemente, más que un test. El
simple hecho de pensar en el olor de la chica hacía que se me llenase la boca
de ponzoña.
-¿Estáis conmigo?
-vociferó Riley. Todo el mundo expresó a gritos su acuerdo-. ¡Acabemos con
ellos, chicos!
De nuevo como las
barracudas, por tierra esta vez.
Fred no se movió,
así que me quedé con él aunque sabía que estaba desperdiciando un tiempo que
iba a necesitar. Si quería ir a por Diego y apartarlo de allí antes de que
comenzase el combate, necesitaría encontrarme cerca de la parte frontal del
ataque. Los vigilaba inquieta. Seguía siendo más joven que la mayoría de
ellos, más veloz.
-Riley no será
capaz de pensar en mí durante unos veinte minutos más o menos -me dijo Fred en
un tono informal y familiar, como si hubiésemos mantenido un millón de
conversaciones en el pasado-. He estado calculando el tiempo. Si intenta
acordarse de mí, se mareará, aunque nos separe una buena distancia.
-¿En serio? Eso es
genial.
Fred sonrió.
-He estado
practicando, registrando los efectos. Ahora soy capaz de hacerme invisible por
completo. Nadie puede mirarme si yo no quiero que lo haga.
-Ya
me he dado cuenta-le contesté, hice una pausa y le pregunté-: ¿Tú no vienes?
Fred hizo un gesto negativo con la cabeza.
-Por supuesto que
no. Es obvio que no nos están contando lo que tenemos que saber. Yo no voy a
ser un peón de Riley. -Así que Fred lo había descubierto por su cuenta-. Tenía
pensado haberme largado antes, pero no quería irme sin haber hablado contigo
y, hasta ahora, no hemos tenido oportunidad.
-Yo también quería
hablar contigo -le dije-. Pensé que deberías saber que Riley nos ha estado
mintiendo acerca del sol. Este rollo de los cuatro días es una completa
majadería. Creo que Shelly, Steve y los demás lo descubrieron también. Y en el
fondo de esta guerra hay mucha más intriga política de lo que él nos ha
contado. Hay más de un grupo de enemigos -lo dije a toda prisa.
Sentía el
movimiento del sol con una presión terrible, el paso del tiempo. Tenía que
llegar hasta Diego.
-No me sorprende
-dijo Fred con calma-. Y lo dejo. Me voy a explorar por mi cuenta, a ver mundo.
O me iba por mi cuenta, pero entonces pensé que tal vez tú quisieras venir
también. Conmigo estarías bastante a salvo. Nadie podría seguirnos.
Titubeé un segundo.
Resultaba difícil resistirse a la idea de la seguridad en aquel preciso
momento.
-Tengo que ir a por
Diego -le dije al tiempo que hacía un gesto negativo con la cabeza.
Asintió pensativo.
-Lo entiendo.
¿Sabes? Si estás dispuesta a responder por él, puedes traerlo contigo. Según
parece, hay veces que es útil contar con más gente.
-Sí -admití con
fervor al recordar cuan vulnerable me había sentido en aquel árbol, con Diego,
conforme avanzaban los cuatro encapuchados.
Arqueó una ceja
ante mi tono de voz.
-Riley está
mintiendo, al menos, acerca de otra cosa importante -le expliqué-. Ten cuidado.
Se supone que no hemos de dejar que los humanos sepan de nosotros. Hay una rara
especie de vampiros horribles que se dedican a pararle los pies a los
aquelarres que actúan de un modo demasiado evidente. Los he visto, y tú no
querrías que te encontrasen. Mantente a cubierto durante el día y caza con
inteligencia. -Miré al sur con nerviosismo-. ¡Tengo que darme prisa!
El procesaba mis
revelaciones con solemnidad.
-Muy bien. Podrás
alcanzarme si quieres. Me gustaría que me contaras más. Te esperaré en
Vancouver durante un día. Conozco la ciudad. Te dejaré un rastro... -soltó una
carcajada- en Riley Park. Podrás seguir el rastro hasta mí, pero pasadas
veinticuatro horas, me largaré.
-Iré a por Diego y
te alcanzaremos.
-Buena suerte,
Bree.
-¡Gracias, Fred!
Buena suerte a ti también. ¡Nos veremos! -dije y empecé a correr.
-Eso espero -le oí
decir a mi espalda.
Corrí a toda velocidad
tras el rastro de los demás, volé a ras de suelo, más rápido de lo que jamás lo
había hecho. La fortuna me sonrió, ya que se habían detenido para hacer algo
-para que Riley les gritase, me imaginé-, porque les di alcance antes de lo que
debía. O tal vez Riley se había acordado de Fred y se había detenido a buscarnos.
Corrían a un ritmo constante cuando llegué a ellos semidisciplinados igual que
la noche previa. Intenté colarme en el grupo sin llamar la atención, pero vi
que Riley volvía la cabeza para ver a los rezagados. Sus ojos apuntaron
directamente hacia mí, y empezó a correr más rápido. ¿Habría supuesto que Fred
estaba conmigo? Riley jamás volvería a ver a Fred.
No habían pasado ni
cinco minutos cuando todo cambió.
Raoul captó el
olor.
Salió disparado con
un rugido salvaje. Riley nos tenía tan frenéticos que bastó la más mínima
chispa para provocar una explosión. Los que había cerca de Raoul también
percibieron el olor y, entonces, todos se pusieron como locos. La insistencia
de Riley en aquella humana había ensombrecido el resto de instrucciones.
Eramos cazadores, no un ejército. No había equipo. Era una carrera por la
sangre.
Aun a sabiendas de
que aquella historia estaba plagada de mentiras, yo no era capaz de resistirme
por completo al olor. Corriendo, como iba, al final del grupo, tuve que
atravesarlo. Fresco. Intenso. La humana había estado aquí recientemente. Qué
dulce era su olor. Me sentía fuerte gracias a toda la sangre que había bebido
la noche anterior, pero daba igual. Estaba sedienta. Me quemaba.
Corrí detrás de los
demás e intenté mantener la mente despejada. Eso era todo lo que podía hacer
para contenerme un poco: quedarme rezagada detrás de los demás. El más cercano
a mí era Riley. ¿Estaría él... conteniéndose también?
Gritaba órdenes,
casi siempre lo mismo, se repetía.
-¡Kristie,
rodéalos! ¡Vamos, rodéalos! ¡Dividios! ¡Kristie, Jen! ¡Separaos!
Todo su plan de la
emboscada en dos flancos se estaba autodestruyendo ante nuestros ojos.
Riley aceleró hasta
el grupo principal y agarró a Sara por el hombro. Ella le soltó un exabrupto
cuando él le propinó un empujón hacia la izquierda. -¡Que os dividáis! -gritó
él.
Agarró al chico
rubio cuyo nombre jamás averigüé y lo tiró contra Sara, a quien no le hizo
feliz, como quedó patente. Kristie perdió la concentración en la caza el tiempo
justo para recordar que tenía que moverse estratégicamente. Lanzó una feroz
mirada tras Raoul y éste comenzó a chillar a su equipo.
-¡Por aquí! ¡Más
rápido! ¡Los cogeremos por el flanco y llegaremos antes a ella! ¡Vamos!
-¡Voy en punta de
lanza con Raoul! -le gritó Riley, que se daba la vuelta.
Vacilé, aunque
seguía avanzando a la carrera. No deseaba formar parte de ninguna «punta de
lanza», pero en el equipo de Kristie ya se estaban revolviendo, los unos
contra los otros. Sara tenía al chico rubio sujeto por la cabeza en una llave.
El sonido que se produjo cuando le arrancó la cabeza tomó la decisión por mí.
Salí a toda prisa detrás de Riley mientras me preguntaba si Sara se detendría a
quemar al chico al que le gustaba hacer de Spiderman.
Me acerqué lo justo
para ver a Riley por delante y le seguí a cierta distancia hasta que llegó al
equipo de Raoul. El olor hacía que me resultase más difícil mantener la cabeza
puesta en las cosas que importaban.
-¡Raoul! —vociferó
Riley. Raoul gruñó sin darse la vuelta. Estaba totalmente sumergido en aquel
olor tan dulce-. ¡Tengo que ayudar a Kristie! ¡Nos encontraremos allí! ¡Mantén
la concentración!
Me detuve en seco,
congelada por la incertidumbre.
Raoul siguió
adelante sin señal alguna de respuesta a las palabras de Riley, quien redujo su
marcha primero a un trote y continuó caminando. Me tenía que haber apartado,
pero él seguramente me habría oído al intentar esconderme. Se volvió con una
sonrisa en el rostro y me vio.
-Bree, pensé que
estabas con Kristie... No respondí.
-Me he enterado de
que alguien está herido, Kristie me necesita más que Raoul -se apresuró a
explicarme. -¿Nos estás... abandonando?
El rostro de Riley
cambió. Era como si pudiese ver sus cambios de táctica escritos en sus
facciones. Abrió mucho los ojos, de repente inquieto.
-Estoy preocupado,
Bree. Os conté que ella venía
a encontrarse con nosotros, a ayudarnos, pero no me he cruzado con su rastro.
Algo va mal, tengo que encontrarla.
-Pero no hay modo
de que puedas encontrarla antes de que Raoul llegue hasta los de los ojos
amarillos -señalé.
-Tengo que
averiguar qué está pasando. -Parecía realmente desesperado-. La necesito. ¡Se
suponía que yo no iba a hacer esto solo!
-Pero los demás...
-¡Bree, tengo que
ir a buscarla! ¡Ahora! Sois suficientes para arrasar al clan de los ojos
amarillos. Volveré tan pronto como pueda.
Qué sincero sonaba.
Indecisa, observé el trayecto que habíamos recorrido. A estas alturas, Fred ya
estaría a medio camino de Vancouver. Riley ni siquiera me había preguntado por
él. Quizás el talento de Fred aún le hiciese efecto.
-Diego está allá
abajo -se apresuró a decir Riley-. Intervendrá en el primer ataque. ¿No has
captado su olor allí atrás? ¿No te has acercado lo suficiente?
Absolutamente
confundida, hice un gesto negativo con la cabeza.
-¿Diego estaba
allí?
-Ahora estará con
Raoul. Si te das prisa, puedes ayudarle a salir vivo.
Nos miramos
fijamente el uno al otro durante un interminable segundo. A continuación miré
al sur, tras la senda de Raoul.
-Buena chica -dijo
Riley-. Yo voy a buscarla a ella y
volveremos para ayudaros en la limpieza. ¡Ya lo tenéis, chicos! ¡Para cuando
llegues podría haber acabado todo!
Salió disparado en
una dirección perpendicular a nuestra senda original. Apreté los dientes al ver
qué seguro estaba de su dirección. Mentiroso hasta el final.
Pero no pareció que
me quedase ninguna otra opción. Me dirigí al sur en otra carrera frenética.
Tenía que ir a por Diego. Llevármelo a rastras si era necesario. Podíamos
alcanzar a Fred. O largarnos por nuestro lado. Teníamos que huir. Le contaría
a Diego cómo había mentido Riley. El vería que Riley no tenía intención de
ayudarnos a combatir en una batalla que él mismo había preparado. No había razón
alguna para seguir ayudándole.
Encontré el rastro
de la humana y después el de Raoul. No percibí el de Diego. ¿Iba demasiado
rápido? ¿O era que el olor humano me estaba dominando? La mitad de mi cabeza se
sumergía absorta en aquella caza tan extrañamente perjudicial, porque si bien
encontraríamos sin duda a la chica, ¿estaríamos en situación de luchar juntos
cuando lo hiciésemos? No, nos descuartizaríamos los unos a los otros por
conseguirla.
Entonces oí que más
adelante estallaban los rugidos, los gritos y los aullidos y supe que se
estaba produciendo un combate y que era tarde para llegar allí antes que
Diego. Lo que hice fue correr más rápido. Tal vez aún pudiese salvarle.
Olí el humo que el
viento traía hasta mí: el dulce y denso olor de los vampiros al quemarse. El
volumen del caos aumentó. Quizás estaba a punto de acabar. ¿Me encontraría con
nuestro aquelarre victorioso y a Diego esperándome?
Atravesé disparada
una densa barrera de humo y me encontré fuera del bosque, en una enorme pradera
cubierta de hierba. Salté por encima de una roca y sólo en el instante en que
pasé volando sobre ella me di cuenta de que se trataba de un torso decapitado.
Mis ojos
recorrieron la pradera. Había restos de vampiros por doquier y una inmensa
hoguera de la que ascendía un humo de color violeta al cielo soleado. Una vez
fuera del banco neblinoso, pude ver unos cuerpos brillantes, deslumbrantes, que
se lanzaban y forcejeaban mientras el sonido del descuartizamiento de los
vampiros proseguía sin cesar.
Buscaba una sola
cosa: el pelo negro y rizado de Diego. Sin embargo, ninguno de los que había
podido distinguir tenía el pelo tan oscuro. Había un vampiro enorme con el
pelo castaño, pero era demasiado grande, y justo cuando lo distinguí, vi como
le arrancaba la cabeza a
Kevin y la lanzaba
al fuego antes de abalanzarse sobre la espalda de algún otro. ¿Era Jen? Había
uno más con el pelo lacio y negro, pero era demasiado pequeño para tratarse de
Diego. Se movía tan rápido que ni siquiera pude distinguir si era un chico o
una chica.
Volví a otear con
rapidez, con la sensación de hallarme terriblemente expuesta. Reparé en los
rostros. Había muy pocos vampiros allí, contando incluso a los que habían
caído. No vi a nadie del grupo de Kristie. Ya tenían que haber ardido un
montón de vampiros. La mayor parte de los que aún quedaban en pie eran desconocidos.
Uno rubio se volvió hacia mí, nuestras miradas se cruzaron y sus ojos
despidieron un brillo dorado a la luz del sol íbamos perdiendo. Mal asunto.
Comencé a retroceder
hacia los árboles, pero no lo bastante rápido porque seguía buscando a Diego.
No estaba allí. No había señal alguna de que hubiera estado jamás allí. Ni
rastro de su olor, aunque podía distinguir el de la mayoría de los miembros
del equipo de Raoul y el de muchos desconocidos. Me obligué a mirar entre los
restos, también. Ninguno de aquellos miembros pertenecía a Diego. Habría
reconocido hasta un simple dedo.
Me volví y corrí de
verdad hacia los árboles con la súbita certeza de que la presencia de Diego
allí no era más que otra de las mentiras de Riley.
Y si Diego no
estaba allí, entonces es que ya estaba muerto. Aquella pieza encajó con tanta
facilidad que pensé que debía de saber la verdad hacía tiempo. Desde el
preciso instante en que Diego no entró detrás de Riley por la puerta del
sótano. El ya se había ido.
Me había adentrado
unos pocos metros entre los árboles cuando una fuerza demoledora me golpeó por
la espalda y me tiró al suelo. Un brazo se deslizó bajo mi barbilla.
-¡Por favor! -sollocé,
y lo que quería decir era «por favor, mátame rápido».
El brazo se mostró
indeciso, y no opuse resistencia por mucho que mis instintos me empujasen a
morder, desgarrar y descuartizar a mi enemigo. La parte más sensata de mí me
decía que eso no iba a funcionar. Ri-ley también nos había mentido acerca de
estos vampiros débiles y ancianos, y nosotros jamás tuvimos una oportunidad. Y
aunque hubiera tenido opciones de vencer a éste, tampoco habría sido capaz de
moverme. Diego se había ido, y aquel hecho cegador había asesinado mi
capacidad de lucha.
De repente volaba
por los aires. Me estrellé contra un árbol y caí al suelo. Tenía que haber
intentado huir, pero Diego había muerto. No podía evadirme de aquello.
El vampiro rubio
del claro no me quitaba ojo de encima, con el cuerpo listo para saltar.
Parecía muy capacitado, con una experiencia muy superior a la de Riley. Pero
no arremetía contra mí. No era alguien enloquecido como Raoul o Kristie. Se
encontraba totalmente bajo control.
-Por favor -volví a
decir con el deseo de que acabase de una vez con aquello-. No quiero luchar.
Aunque permanecía
en guardia, su rostro cambió. Me miró de una forma que yo no terminaba de comprender.
Había una gran conciencia en aquel semblante, y algo más. ¿Empatía? Pena, al
menos.
-Yo tampoco, niña
-dijo en un tono de voz tranquilo y amable-. Sólo nos estamos defendiendo.
Haba tanta
honestidad en aquellos extraños ojo amarillos, que me pregunté cómo había
podido creer jamás los cuentos de Riley. Me sentí... culpable. Tal vez este
aquelarre jamás hubiese planeado atacarnos en Seattle. ¿Cómo podía fiarme de
nada de lo que me habían contado?
-No lo sabíamos -me
expliqué, hasta cierto punto avergonzada-. Riley mintió. Lo siento.
Se quedó escuchando
por un instante, y me percaté de que el campo de batalla estaba en silencio. El
combate había terminado.
De haberme quedado
alguna duda acerca de quién era el vencedor, ésta se habría disipado cuando, un
segundo después, una mujer vampiro con el pelo castaño y ondulado y los ojos amarillos
se apresuró a llegar junto a él.
-¿Carlisle?
-preguntó con voz confundida y la mirada fija en mí.
-No quiere luchar
-le dijo a la mujer.
Ella le tocó el
brazo. Se encontraba aún en tensión, listo para abalanzarse.
-Parece
aterrorizada, Carlisle. ¿No podríamos nosotros...?
El rubio, Carlisle,
le devolvió la mirada y entonces se irguió un poco, aunque yo aún le veía
cauteloso.
-No tenemos ningún
deseo de hacerte daño -me dijo la mujer. Su voz era suave, tranquilizadora-. No
queríamos luchar con ninguno de vosotros.
-Lo siento -susurré
otra vez.
No era capaz de
hallarle un sentido al barullo que tenía en la cabeza. Diego había muerto, y
eso era lo principal, algo devastador. Más allá de eso, el combate había
concluido, mi aquelarre había sido derrotado y
mis enemigos eran
los vencedores. Pero mi exterminado aquelarre estaba lleno de gente a quien le
habría encantado ver como ardía, y mis enemigos me hablaban con amabilidad
cuando no tenían por qué hacerlo. Más aún, me sentía más segura con estos dos
extraños de lo que jamás me había sentido con Raoul y con Kristie. Me
proporcionaba alivio saber que estaban muertos. Qué confuso era todo.
-Niña -dijo
Carlisle-, ¿te rendirías a nosotros? Si no intentas hacernos daño, te
prometemos que nosotros tampoco te lo haremos a ti.
Y yo le creía.
-Sí -susurré-. Sí,
me rindo. No quiero herir a nadie.
Extendió su mano de
un modo alentador.
-Ven, pequeña.
Reagruparemos a nuestra familia en un momento, y luego te haremos algunas
preguntas. Si respondes con honestidad, no tendrás nada que temer.
Me puse en pie
lentamente, sin hacer ningún movimiento que se pudiera considerar amenazador.
-¿Carlisle? -llamó una voz masculina.
Y entonces se unió a nosotros otro vampiro con
los ojos amarillos. En cuanto lo vi, se desvaneció cualquier tipo de seguridad
que había sentido con aquellos extraños.
Era rubio, como el
primero, pero más alto y delgado. Tenía la piel totalmente cubierta de
cicatrices, menos espaciadas en la zona del cuello y de la mandíbula. Algunas
de las marcas pequeñas que tenía en el brazo eran recientes, pero el resto no
eran de la refriega de hoy. Había estado en más combates de los que me podía
imaginar, y nunca había perdido. Sus ojos color miel refulgieron y su postura
rezumó la violencia apenas contenida de un león furioso.
En cuanto me vio,
se encorvó para saltar.
-Jasper! -le
advirtió Carlisle.
Jasper se irguió un
tanto y clavó en Carlisle sus ojos exageradamente abiertos.
-¿Qué está pasando
aquí?
-No quiere luchar,
se ha rendido.
El vampiro de las
cicatrices frunció el ceño, y sentí una repentina e inesperada ola de
frustración a pesar de no tener ni idea de qué era lo que me frustraba.
-Carlisle, yo...
-vaciló Jasper, y prosiguió-: Lo siento, pero eso no es posible. No podemos
permitir que los Vulturis nos relacionen con ninguno de estos neófitos cuando
lleguen. ¿Te das cuenta del riesgo que eso supondría para nosotros?
No comprendía con
exactitud aquellas palabras, pero capté lo suficiente. Quería matarme.
-Jasper, es sólo
una niña -protestó la mujer-. ¡No podemos matarla a sangre fría, sin más!
Resultaba extraño
oírla hablar como si ambas fuéramos humanas, como si el asesinato fuese algo
malo, algo evitable.
-Esme, lo que está
en peligro aquí es nuestra familia. No podemos permitirnos el lujo de hacerles
pensar que hemos roto esta norma.
La mujer, Esme,
caminó hasta situarse entre el que quería matarme y yo. De un modo inaudito, me
dio la espalda.
-No. No lo
consentiré.
Carlisle me lanzó
una mirada inquieta. Noté que aquella mujer le importaba muchísimo. Yo habría
mirado igual a cualquiera que se hallase a la espalda de Diego. Intenté
mostrarme tan dócil como me sentía.
-Jasper, creo que
tenemos que arriesgarnos -dijo Carlisle con lentitud-. Nosotros no somos los
Vulturis. Seguimos sus normas, pero no disponemos de las vidas de los demás a
la ligera. Nos explicaremos.
-Podrían pensar que
hemos creado nuestros propios neófitos para defendernos.
-Pero no lo hemos
hecho. Y aun así, de haberlo hecho, aquí no se ha producido ninguna
indiscreción, sólo en Seattle. No hay ninguna ley contra la creación de
vampiros siempre que los controles.
-Es demasiado
peligroso.
Carlisle tocó a
Jasper en el hombro para tantearle.
-Jasper, no podemos
matar a esta niña.
Jasper le puso mala
cara al hombre de la mirada amable y, de repente, sentí que me enfadaba. El no
iba a hacer daño al vampiro agradable ni a la mujer que amaba, sin duda.
Suspiró, y supe que todo iba bien. Mi ira se esfumó.
-Esto no me gusta
-dijo, pero ya estaba más calmado-. Dejad al menos que yo me haga cargo de
ella. Vosotros dos no sabéis cómo manejar a alguien que ha estado tanto
tiempo fuera de control.
-Por supuesto,
Jasper -concedió la mujer-. Pero sé amable.
Jasper puso los
ojos en blanco.
-Tenemos que
unirnos a los demás. Alice ha dicho que no disponemos de mucho tiempo.
Carlisle asintió,
le ofreció su mano a Esme, se dirigieron de vuelta al claro y dejaron atrás a
Jasper.
-Eh, tú -me dijo
Jasper, de nuevo con acritud-. Ven con nosotros. No hagas un movimiento en
falso o acabo contigo.
Volví a sentir ira
cuando me fulminó con la mirada, y una pequeña parte de mí quiso rugirle y
enseñarle los dientes, pero me dio la sensación de que ésa era justo la excusa
que él estaba buscando.
Jasper se detuvo,
como si se le acabase de ocurrir algo.
-Cierra los ojos
-me ordenó. Yo vacilé. ¿Había decidido matarme después de todo?-. ¡Hazlo!
Apreté los dientes
y cerré los ojos. Me sentí el doble de indefensa que antes.
-Sigue el sonido de
mi voz y no abras los ojos. Ábrelos y estás perdida, ¿lo pillas?
Asentí y me
pregunté qué sería lo que no quería que viese. Sentí un cierto alivio de que se
preocupase por proteger un secreto. No había razón para hacerlo si es que
pretendía matarme sin más.
-Por aquí.
Fui caminando
lentamente detrás de él, con cuidado de no proporcionarle excusas. Fue
considerado en la forma en que me guió; al menos no hizo que me diera contra
un árbol. Percibí como cambió el sonido cuando salimos a cielo abierto; la
sensación del viento era también distinta, y el olor de mi aquelarre ardiendo
era más intenso. Podía sentir el calor del sol en la cara, y el interior de mis
párpados se volvió más luminoso cuando empecé a brillar.
Me condujo cada vez
más cerca del amortiguado crepitar de las llamas, tan cerca que pude sentir
como el humo acariciaba mi piel. Era consciente de que me podía haber matado
en cualquier momento, pero la proximidad del fuego seguía poniéndome
nerviosa.
-Siéntate aquí. Los
ojos cerrados.
El suelo estaba
templado por el sol y el fuego. Me quedé muy quieta e intenté concentrarme en
parecer inofensiva, pero sentía su fulminante mirada sobre mí y eso me
inquietaba. Aunque no odiaba a aquellos vampiros -de verdad creía que se
estaban defendiendo-, sentí unos extrañísimos indicios de ira, prácticamente
fuera de mí, como si se tratase de algún eco remanente del combate que acababa
de tener lugar.
No obstante, la ira
no hizo que me volviese estúpida, porque estaba demasiado triste, afligida en
lo más hondo de mi ser. Diego estaba siempre en mis pensamientos, y no podía dejar
de darle vueltas a cómo habría muerto.
Tenía la certeza de
que era imposible que Diego le hubiera contado a Riley de forma voluntaria
nuestros secretos: unos secretos que me habían dado motivos para confiar en
Riley lo justo hasta que ya fue demasiado tarde. Volví a ver el rostro de
Riley en mi imaginación, aquella expresión fría, suave, que había adoptado
cuando nos amenazó con castigar a aquel que no se comportase. Volví a oír su
macabra y curiosamente detallada descripción: «Cuando os lleve ante ella
y os sujete mientras os arranca las
piernas y después, despacio, muy despacio, os quema los dedos de las manos, las
orejas, los labios, la lengua y cualquier otro apéndice superficial uno por
uno».
Ahora me daba
cuenta de que había estado escuchando la descripción de la muerte de Diego.
Aquella noche había
tenido la certeza de que algo había cambiado en Riley. Matar a Diego fue lo que
cambió a Riley, lo endureció. Sólo me creía una de las cosas que Riley me hubo
contado jamás: él valoraba a Diego mucho más que a ninguno de nosotros. Incluso
le apreciaba. Y aun así presenció cómo nuestra creadora le torturaba. Riley
sin duda había colaborado, había matado a Diego con ella.
Me pregunté cuánto
dolor sería necesario para lograr que yo traicionase a Diego. Me imagine que
haría falta mucho. Y tuve la seguridad de que había hecho falta la misma
cantidad, como mínimo, para lograr que Diego me traicionase a mí.
Sentí náuseas.
Deseaba cuanto antes quitarme de la cabeza la imagen de Diego agonizando entre
gritos, pero no desaparecía.
Y entonces se
produjo un griterío en el claro.
Mis párpados
titubearon, pero Jasper me gruñó furioso, y los apreté de golpe. No había
visto nada excepto el denso humo de color azul lavanda.
Oí gritos y un
aullido extraño, salvaje. Sonó muy alto, y a continuación muchos más. No fui
capaz de imaginar cómo había de contorsionarse un rostro para generar tal
ruido, y el desconocimiento convertía el sonido en algo más aterrador si cabe.
Aquel clan de los ojos amarillos era muy diferente de todos nosotros. O de
mí, supongo, ya que era la única que
quedaba. A estas alturas, ya hacía rato que Riley y nuestra creadora habían
echado a volar.
Oí como llamaban a
gritos a algunos nombres: Jacob, Leah, Sam. Había una gran cantidad de voces
distintas, a pesar de que los aullidos proseguían. Estaba claro que Riley
también nos había mentido acerca del número de vampiros que había allí.
El sonido de los
aullidos fue disminuyendo hasta convertirse
en sólo una voz, un alarido inhumano y agónico que me hacía apretar los
dientes. Pude ver con claridad el rostro de Diego en mi imaginación, y el
sonido era como si él gritase.
Oí la voz de
Carlisle que hablaba por encima de las demás voces y del aullido. Rogaba que le
dejasen ver algo.
-Por favor, dejadme
echar un vistazo. Dejadme ayudaros, por favor.
No oí que nadie
discutiese con él, pero por alguna razón, el tono de su voz daba a entender que
tenía las de perder en la disputa.
Y entonces el
alarido alcanzó una nueva cota de estridencia, y Carlisle dijo un repentino
«gracias» en un tono cargado de sentimiento. Bajo el alarido se oía mucho
movimiento, el de muchos cuerpos. Muchos pasos corpulentos que se acercaban.
Escuché con mayor
atención y oí algo inesperado e imposible. Junto con una respiración muy
profunda -y en mi aquelarre nunca había oído a nadie respirar así-, el sonido
de docenas de martilleos pronunciados. Casi como... los latidos de un corazón;
aunque no un corazón humano, sin duda. Conocía muy bien ese sonido en
particular. Me esforcé en olisquear, pero el viento soplaba en la dirección
opuesta, y sólo pude oler el humo.
Sin el previo aviso
de ningún sonido, algo me tocó y me presionó con fuerza a ambos lados de la
cabeza.
Abrí los ojos presa
del pánico al tiempo que sacudí la cabeza hacia arriba en un intento por
zafarme de la sujeción, y de inmediato me encontré con la mirada de advertencia
de Jasper, a cinco centímetros de mi cara.
-Basta -me dijo con
brusquedad y de un empujón me volvió a sentar en el suelo. Sólo podía oírle a
él y me di cuenta de que eran sus manos las que me estaban presionando con
fuerza la cabeza, me tapaban los oídos por completo—. Cierra los ojos -me
volvió a ordenar, probablemente a un volumen normal, pero para mí no fue más
que un susurro.
Me esforcé en
calmarme y en volver a cerrar los ojos. Había cosas que no querían que oyese,
tampoco. Podía vivir con eso, si es que significaba que podría vivir.
Por un instante se
me apareció el rostro de Fred contra mis párpados. Dijo que iba a esperarme un
día. Me preguntaba si mantendría su palabra. Ojalá hubiera podido contarle la
verdad sobre el clan de los ojos amarillos y cuánto más parecía haber allí que
nosotros desconocíamos. Todo un mundo del que nada sabíamos, en realidad.
Qué interesante
sería explorar ese mundo, en particular con alguien que me podía hacer
invisible y ponerme a salvo.
Pero Diego se había
ido, no vendría conmigo a buscar a Fred. Eso hacía que imaginarme el futuro me
resultase casi repugnante.
Aún podía oír algo
de lo que estaba pasando, pero sólo los aullidos y unas pocas voces. Fueran lo
que fuesen aquellos martilleos extraños, estaban ahora demasiado amortiguados
como para que los pudiese examinar.
Unos pocos minutos
más tarde, distinguí algunas palabras, cuando Carlisle dijo:
-Tenéis que... -por
un instante bajó demasiado la voz, y después- de aquí ahora. Si pudiéramos, os
ayudaríamos, pero no podemos marcharnos.
Se produjo un
gruñido, aunque, por extraño que pareciese, no era amenazador.
El alarido se
convirtió en un quejido lejano y desapareció lentamente, como si se estuviese
alejando de mí.
Luego vino el
silencio durante unos pocos minutos. Oí unas cuantas voces hablando en un
volumen muy bajo, Carlisle y Esme entre ellas, y también otras que no conocía.
Ojalá fuese capaz de oler algo. La combinación de estar a ciegas con el sonido
amortiguado me obligaba a esforzarme por conseguir alguna información procedente
de mis sentidos, pero todo cuanto podía oler era el horrible dulzor del humo.
Hubo una voz, más
aguda y más clara que las demás, que pude oír casi con facilidad.
-Otros cinco
minutos -oí decir a quienquiera que fuese, pero estaba segura de que se trataba
de una chica-. Bella abrirá los ojos dentro de treinta y siete segundos. No
tengo duda alguna de que ya nos escucha.
Intenté
comprenderlo. ¿Estaban obligando a alguien más a mantener los ojos cerrados?
¿Creía ella que yo me llamaba Bella? No le había dicho a nadie cómo me llamaba.
Volví a hacer un esfuerzo por oler algo.
Más murmullos.
Pensé que una voz sonó fuera de tono, pero no pude reconocerla en absoluto. De
todas formas, no podía estar segura con las manos de Jasper tan afianzadas
sobre mis oídos.
-Tres minutos -dijo
la voz aguda y clara.
Jasper apartó las
manos de mis oídos.
-Será mejor que
abras los ojos -me dijo desde unos pasos de distancia.
Me asustó el modo
en que lo dijo. Miré rápidamente a mí alrededor en busca del peligro que se
adivinaba en su voz.
Todo mi campo de visión estaba obstaculizado
por el humo oscuro. Jasper fruncía el ceño muy cerca de mí. Apretaba los
dientes y me observaba con una expresión casi... aterrorizada. No como si me
tuviese miedo a mí, sino como si lo tuviese debido
a mí. Me acordé de lo que él había
dicho antes, aquello de que yo les pondría en peligro con algo llamado Vulturis.
Me pregunté qué serían estos Vulturis. No era capaz de imaginarme nada a lo que
este vampiro, peligroso y lleno de cicatrices, tuviese miedo.
Detrás de Jasper,
cuatro vampiros se distribuían en una línea irregular, dándome la espalda. Uno
era Esme, con ella había una mujer alta y rubia, una chica menuda con el pelo
negro y un vampiro con el pelo oscuro, tan grande que daba miedo sólo de
mirarlo; era el mismo a quien yo había visto matar a Kevin. Me imaginé por un
momento a aquel vampiro agarrando a Raoul. Resultaba una imagen extrañamente
agradable.
Había otros tres
vampiros detrás del corpulento pero, con él en medio, no podía ver con
claridad lo que hacían. Carlisle se encontraba de rodillas en el suelo y, junto
a él, había otro con el pelo rojizo y oscuro. Había otra silueta tumbada en el
suelo, pero no podía ver mucho de ésta, sólo unos vaqueros y unas pequeñas
botas marrones. O bien se trataba de una chica, o bien de un muchacho joven. Me
pregunté si estarían recomponiendo a aquel vampiro.
De manera que había
un total de ocho con los ojos amarillos, además de todos aquellos aullidos de
antes, fueran el extraño tipo de vampiros que fuesen; había percibido ocho
voces diferentes más. Dieciséis, tal vez más. Más del doble de lo que Riley nos
había dicho que nos encontraríamos.
Me sorprendí a mí
misma con el fiero deseo de que aquellos vampiros de las capas oscuras
atrapasen a Riley y le hiciesen sufrir.
El vampiro del
suelo comenzó a ponerse lentamente en pie; se movía sin elegancia ninguna,
casi como si fuera un torpe humano.
La brisa cambió y
sopló de forma que el humo nos envolvió a Jasper y a mí. Por un momento, todo
fue invisible excepto él. Aunque ya no estaba tan a ciegas como antes, de
repente me sentí mucho más inquieta por algún motivo. Fue como si pudiera
sentir la ansiedad que emanaba del vampiro que estaba a mi lado.
En un segundo
volvió a cambiar la leve ráfaga de viento y pude ver y oler todo.
Jasper me siseó
furioso y me empujó de nuevo para tirarme al suelo de mi postura en cuclillas.
Era ella... La
humana a la que había ido a cazar apenas unos minutos antes. El olor en el que
todo mi cuerpo se había concentrado. El dulce y húmedo olor de la sangre más
deliciosa que jamás había rastreado. Era como si me ardiesen la boca y la garganta.
Intenté aferrarme
como pude a mi racionalidad -concentrarme en el hecho de que Jasper estaba ahí
esperando a que volviese a saltar para poder matarme-, pero sólo una parte de
mí era capaz de hacerlo. Al intentar quedarme donde estaba me sentía como si
estuviese a punto de partirme por la mitad.
La humana de nombre
Bella me miró fijamente con unos aturdidos ojos pardos. Mirarla hizo que
empeorase la sensación de sed que me atenazaba. A través de su fina piel podía
ver el fluir de su sangre. Intenté mirar a cualquier otro sitio, pero mis ojos
acababan girando para regresar a ella. Entonces el pelirrojo se dirigió a ella
en un tono muy bajo de voz.
-Se rindió. Nunca
antes había visto algo semejante. Sólo a Carlisle se le ocurriría la oferta.
Jasper no lo aprueba.
Carlisle se lo tuvo
que haber contado cuando yo tenía los oídos tapados.
Aquel vampiro
rodeaba a la chica humana con ambos brazos, y ella tenía las dos manos
apretadas contra el pecho de él y la garganta a escasos centímetros de su boca,
pero no parecía tenerle miedo en absoluto. Y él tampoco tenía aspecto de estar
de caza. Había intentado hacerme a la idea de un aquelarre que apreciase a un
humano, pero esto ni siquiera se acercaba a lo que yo había imaginado. De haber
sido ella un vampiro, habría dado por supuesto que estaban juntos.
-¿Le pasa algo a
Jasper? -susurró la humana.
-Está bien, pero le
escuece el veneno -contestó.
-¿Le han mordido?
-preguntó, como si le horrorizase la idea.
¿Quién era esa
chica? ¿Por qué le permitían los vampiros estar con ellos? ¿Por qué no la
habían matado aún? Era como si ella formase parte de este mundo y, sin embargo,
no entendía su realidad. Por supuesto que habían mordido a Jasper. Acababa de
combatir -y de destruir- a todo mi aquelarre. ¿Sabría esta chica siquiera lo
que éramos?
¡Agh, el ardor en
mi garganta era inaguantable! Intenté no pensar en aplacarlo con su sangre,
¡pero el viento me traía su olor directo a la cara! Era demasiado tarde para no
perder la cabeza: había olido a la presa que estaba rastreando, y ya nada podía
cambiar eso.
-Pretendía estar en
todas partes al mismo tiempo -le dijo el pelirrojo a la humana-, sobre todo
para asegurarse de que Alice no tenía nada que hacer. -Hizo un gesto negativo
con la cabeza al tiempo que miraba a la chica menuda del pelo negro-. Ella no
necesita la ayuda de nadie.
La vampira llamada
Alice lanzó una mirada a Jasper.
-Tontorrón
sobreprotector -le dijo con su tono agudo y claro de voz.
Jasper le devolvió
la mirada con una media sonrisa y el aspecto de haberse olvidado de mi
existencia por un segundo.
Apenas era capaz de
combatir el instinto que quería que utilizase ese lapsus y me abalanzase sobre
la chica humana. Sería cuestión de menos de un instante y su cálida sangre
-sangre que podía oír cómo bombeaba su corazón- aplacaría el ardor. Estaba tan
cerca...
El vampiro con el
pelo rojizo y oscuro lanzó sus ojos sobre los míos con un aviso feroz en la
mirada, y fui consciente de que moriría si me lanzaba a por la chica, pero la
agonía que dominaba mi garganta ya me hacía sentir que moriría igualmente si no
lo hacía. Me dolía tanto que solté un aullido de frustración.
Jasper me gruñó, e
intenté no moverme a pesar de que me sentía como si el olor de aquella sangre
fuese una mano gigantesca que tirase de mí y me levantase del suelo. Jamás
había intentado evitar alimentarme una vez entregada a una caza. Escarbé con
las manos en el suelo en busca de algo a lo que agarrarme, pero no encontré
nada. Jasper se apostó en guardia y, aun consciente de hallarme a dos segundos
de la muerte, no me veía capaz de canalizar mis pensamientos dominados por la
sed.
Y entonces Carlisle
apareció allí, con la mano sobre el hombro de Jasper. Me miró con sus ojos
amables, tranquilos.
-¿Has cambiado de
idea, jovencita? -me preguntó-. No tenemos especial interés en acabar contigo,
pero lo haremos si no eres capaz de controlarte.
-¿Cómo podéis
soportarlo? -le pregunté casi en tono de súplica. ¿Es que él no sentía aquel
ardor?-. La quiero.
La miré fijamente
en el desesperado deseo de que se desvaneciese la distancia entre nosotras.
Arañé inútilmente el suelo rocoso con los dedos.
-Debes refrenarte
-dijo Carlisle con solemnidad-. Debes ejercitar tu autocontrol. Es posible y es
lo único que ahora puede salvarte.
Si ser capaz de
tolerar a la humana del modo en que lo hacían estos vampiros extraños era mi
única esperanza de sobrevivir, entonces ya estaba condenada. No podía
aguantar el fuego. Y además, en lo referente a la supervivencia, mi mente
estaba dividida. No quería morir, no deseaba el dolor, pero ¿qué sentido tenía
vivir? Los demás habían muerto. Diego llevaba días muerto.
Tenía su nombre en
la punta de la lengua. Mis labios casi lo pronunciaron en voz alta. En cambio,
mis manos se aferraron a mi cabeza e intenté pensar en algo que no me doliese.
Ni en la chica ni en Diego. No funcionó demasiado bien.
-¿No deberíamos
alejarnos de ella? -susurró la humana.
Aquello me
desconcentró. Mis ojos se volvieron a clavar en Bella. Qué fina y tersa era su
piel. Podía verle el pulso en el cuello.
-Tenemos que
permanecer aquí -dijo el vampiro del que estaba colgada la chica-. Ellos están
a punto de entrar en el claro por el lado norte.
¿Ellos? Miré al
norte, pero no había nada allí excepto humo. ¿Se refería a Riley y a mi
creadora? Sentí un nuevo escalofrío de pánico seguido de un pequeño vuelco de
esperanza. No había forma de que ni ella ni
Riley plantasen cara a estos vampiros que habían matado a tantos de nosotros,
¿verdad que no? Aunque se hubiesen marchado los de los aullidos, Jasper tenía
pinta de bastarse él solo para enfrentarse a ellos dos.
¿O se refería a los
misteriosos Vulturis?
El viento volvió a
traer el olor de la chica hacia mi rostro, y mis pensamientos se dispersaron.
La observé, sedienta.
La chica me sostuvo
la mirada, pero su expresión fue muy distinta de como tenía que haber sido. A
pesar de sentir que tenía el labio retraído sobre los dientes, a pesar de que
estaba temblando por el esfuerzo de reprimirme y no lanzarme sobre ella, la
humana no parecía tenerme miedo. En cambio, parecía fascinada. Tenía
prácticamente el aspecto de querer hablar conmigo: como si tuviera una
pregunta que deseara que le respondiese.
Carlisle y Jasper
comenzaron entonces a apartarse del fuego -y de mí- y a cerrar filas con los
demás y con la humana. Todos ellos tenían el aspecto de estar mirando más allá
del humo, de manera que, fuera lo que fuese lo que les asustaba, se encontraba
más cerca de mí que de ellos. Me aproximé más al humo a pesar de las llamas
cercanas. ¿Debería salir corriendo? ¿Estaban lo suficientemente distraídos como
para que me pudiese escapar? ¿Adonde iría? ¿A buscar a Fred? ¿Por mi cuenta?
¿A buscar a Riley y a hacerle pagar por lo que le había hecho a Diego?
Mientras yo
vacilaba bajo el efecto hipnótico de aquella última idea, el momento pasó. Oí
movimiento al norte y vi que estaba atrapada entre el clan de los ojos
amarillos y lo que fuera que se acercase.
-Aja-dijo
una voz carente de inflexión desde detrás del humo.
Bastó esa única
palabra para que supiese quién era sin posibilidad de error y, de no haberme
quedado petrificada, congelada por el terror inconsciente, habría salido
pitando.
Eran los
encapuchados.
¿Qué significaba
aquello? ¿Iba a estallar otra guerra? Sabía que los vampiros de las capas
oscuras deseaban el éxito de mi creadora a la hora de destruir al clan de los
ojos amarillos. Estaba claro que mi creadora había fracasado. ¿Significaba eso
que la matarían? ¿O matarían en cambio a Carlisle, a Esme y a los demás presentes?
De haber dependido de mí la decisión, tenía muy claro a quién querría ver
muerta, y no era a mis captores precisamente.
Los vampiros de las
capas oscuras atravesaron el vapor de un modo fantasmal para quedarse frente
al clan de los ojos amarillos. Ninguno de ellos volvió la mirada hacia mí.
Permanecí absolutamente inmóvil.
Eran sólo cuatro,
como la última vez, pero no suponía una gran diferencia que los vampiros de
los ojos amarillos fueran siete. Estaba claro que éstos recelaban de los
encapuchados tanto como Riley y mi creadora. Había mucho más bajo aquellas
capas de lo que veían mis ojos, pero sin duda podía sentirlo.
Éstos eran los verdugos y a ellos no
se les derrotaba.
-Bienvenida, Jane
-dijo el que abrazaba a la humana.
Se conocían, pero
la voz del pelirrojo no era amistosa, aunque tampoco débil ni con las ansias
de agradarles de la de Riley, ni con el terror furioso presente en la de mi
creadora. Su voz era simplemente fría, educada y nada sorprendida. ¿Así que
estos de las capas oscuras eran los Vulturis?
La pequeña vampira
que iba al frente del grupo de las túnicas -Jane, al parecer- examinó con pausa
a los siete vampiros de los ojos amarillos y a la humana, y, finalmente,
volvió la cabeza hacia mí. Por primera vez le vi la cara. Era más joven que yo,
pero también mucho mayor, supuse. Sus ojos poseían el tono aterciopelado de
las rosas de color burdeos. Consciente de que era demasiado tarde para pasar
desapercibida, bajé la cabeza y me la cubrí con ambas manos. Tal vez, si
quedase patente que no quería luchar, Jane me tratase como lo había hecho
Carlisle. Aunque no albergaba muchas esperanzas.
-No lo comprendo.
La anodina voz de
Jane delató un ligero tinte de molestia.
-Se ha rendido -le
explicó el pelirrojo.
-¿Rendido? -le
preguntó Jane de forma brusca.
Levanté la vista y
vi a los vampiros de las túnicas oscuras intercambiar miradas. El pelirrojo
afirmó que nunca había visto a nadie rendirse. Quizás estos de las túnicas
tampoco.
-Carlisle le dio
esa opción -dijo el pelirrojo, que parecía ser el portavoz de los vampiros de
los ojos amarillos, aunque pensé que Carlisle sería el líder del clan.
-No hay opciones
para quienes quebrantan las reglas -dijo Jane con su voz carente de inflexión
de nuevo.
Se me helaron los
huesos, pero dejé de sentir pánico. Qué inevitable parecía todo ya.
Carlisle respondió
a Jane en un tono de voz suave.
-Está en vuestras
manos. No vi necesario aniquilarla en tanto se mostró voluntariamente dispuesta
a dejar de atacarnos. Nadie le ha enseñado las reglas.
Aunque sus palabras
eran neutrales, llegué prácticamente a pensar que estaba intercediendo por mí.
Pero, tal como él mismo había dicho, mi destino no dependía de él.
-Eso es irrelevante
-confirmó Jane. -Como desees.
Jane se quedó
mirando fijamente a Carlisle con un semblante que reflejaba confusión y
frustración a partes iguales. Hizo un gesto negativo con la cabeza, y su
rostro se tornó de nuevo inescrutable.
-Aro deseaba que
llegáramos tan al oeste para verte, Carlisle -dijo Jane-. Te envía saludos.
-Os agradecería que
le transmitierais a él los míos -respondió él.
Jane sonrió.
-Por supuesto -dijo
y sus ojos se volvieron de nuevo hacia mí. Las comisuras de sus labios aún
conservaban una ligera sonrisa-. Parece que hoy habéis hecho nuestro
trabajo... Bueno, casi todo. Sólo por curiosidad profesional, ¿cuántos eran?
Ocasionaron una buena oleada de destrucción en Seattle.
Hablaba de un
trabajo y de cuestiones profesionales. Había acertado entonces: el castigo era
su profesión. Y si había alguien que ejecutaba
el castigo, entonces tenía que haber normas. Carlisle había dicho antes:
«Seguimos sus normas», y también: «No hay ninguna ley contra la creación de
vampiros siempre que los controles». Riley y mi creadora estaban asustados,
pero no exactamente sorprendidos ante la llegada de los encapuchados, estos
Vulturis. Eran conscientes de las leyes y sabían que las estaban quebrantando.
¿Por qué no nos lo habían dicho a nosotros? Y había más Vulturis aparte de
estos cuatro, alguien que se llamaba Aro y es probable que muchos más. Tenía
que haber muchos para que todo el mundo los temiese tanto.
Carlisle respondió
a la pregunta de Jane.
-Dieciocho,
contándola a ella.
Se produjo un
murmullo apenas audible entre los cuatro vampiros de las capas oscuras.
-¿Dieciocho?
–repitió Jane con un asomo de sorpresa en su voz.
Nuestra creadora
nunca le contó a Jane cuántos de nosotros había hecho. ¿Estaba Jane realmente
sorprendida, o sólo lo estaba fingiendo?
-Todos recién
salidos del horno -contestó Carlisle-. Ninguno estaba cualificado.
Ni cualificado ni informado,
gracias a Riley. Empezaba a tener una idea de cómo nos veían estos vampiros
tan mayores. «Neófita», me había llamado Jasper. Recién nacida, como un bebé.
-¿Ninguno? -La voz
de Jane se endureció-. Entonces, ¿quién los creó?
Como si no se
conociesen ya. Esta Jane era una mentirosa aún mayor que Riley, y se le daba
mucho mejor que a él.
-Se llamaba
Victoria -respondió el pelirrojo.
¿Cómo podía él
saberlo cuando ni siquiera yo lo sabía? Recordé que Riley nos había dicho que
uno de ellos podía leer la mente. ¿Era así como se enteraban de todo? ¿O se
trataba de otra de las mentiras de Riley?
-¿Se ZZaraa¿>a?-preguntó
Jane.
El pelirrojo señaló
en dirección este con un movimiento de la cabeza. Levanté la vista y vi una
densa nube de humo de color lila que ascendía desde la ladera de la montaña.
Se llamaba. Sentí
un placer similar al que me había producido imaginarme al vampiro corpulento
descuartizando a Raoul. Sólo que mucho, mucho mayor.
-La tal Victoria...
-preguntó Jane lentamente-. ¿Se contabiliza aparte de estos dieciocho?
-Sí -le confirmó el
pelirrojo-. Iba en compañía de otro vampiro, que no era tan joven como esta de
aquí, pero no tendría más de un año.
Riley. Mi inmenso
placer se intensificó. Si yo moría... vale, cuando
muriese hoy, no me dejaría ese cabo
suelto al menos. Diego había sido vengado. Casi esbocé una sonrisa.
-Veinte -susurró
Jane. O bien aquello era más de lo que esperaba, o bien era una actriz de
narices-. ¿Quién acabó con la creadora?
-Yo -dijo el
pelirrojo con frialdad.
Fuera quien fuese
este vampiro, ya llevase consigo a su humana del alma o no, se contaba a partir
de ahora entre mis mejores amigos. Aunque fuese él quien acabase matándome
hoy, aún seguiría en deuda con él.
Jane se volvió
hacia mí y me miró con los ojos entrecerrados.
-Eh, tú -me gruñó-,
¿cómo te llamas?
Según ella, yo ya estaba muerta, así
que, ¿por qué iba a darle a esta embustera nada de lo que quisiese? Me limité a
mirarla desafiante.
Jane me sonrió. La
luminosa y alegre sonrisa de un niño inocente y, de forma súbita, sentí que me
quemaba. Fue como si hubiese retrocedido en el tiempo hasta la peor noche de mi
vida. El fuego recorría cada vena de mi cuerpo, se apoderaba de cada centímetro
de mi piel, roía todos y cada uno de mis huesos hasta la médula. Era como si
me hubiesen enterrado viva en la pira funeraria de mi propio aquelarre,
envuelta en llamas. Hasta la última célula de mi cuerpo refulgía en la peor
agonía imaginable. El dolor en los oídos me impedía prácticamente oír mis
propios gritos.
-¿Cómo te llamas?
-volvió a preguntar Jane, y en cuanto habló, el fuego desapareció.
Así, por las
buenas, como si sólo hubieran sido imaginaciones mías.
-Bree -dije tan
rápido como pude y entre jadeos aunque el dolor ya no estaba presente.
Jane volvió a
sonreír y el fuego se apoderó de todo. ¿Cuánto dolor sería necesario para
causarme la muerte? Me pareció que los gritos ya no surgían de mi interior.
¿Por qué no me arrancaba nadie la cabeza? Carlisle tendría la amabilidad de
hacerlo, ¿verdad que sí?; o quienquiera que fuese capaz de leer la mente entre
ellos, ¿es que no podía entenderme y poner fin a esto?
-Te contará todo lo
que quieras saber -masculló el pelirrojo-. No es necesario que hagas eso.
El dolor se
desvaneció de nuevo, como si Jane hubiera apagado un interruptor. Me vi con la
cara en el suelo, boqueando como si me faltase el aire.
-Ya lo sé -oí decir
a Jane alegremente-. ¿Bree? -me estremecí cuando pronunció mi nombre, pero el
dolor no regresó-. ¿Es cierto eso, Bree? -me preguntó-. ¿Erais veinte?
Las palabras
salieron veloces de mi boca.
-Diecinueve o
veinte, quizá más, ¡no lo sé! Sara y otro cuyo nombre no conozco se enzarzaron
en una pelea durante el camino...
Me quedé esperando
a que el dolor me castigase de nuevo por no tener una respuesta mejor, pero en
cambio, Jane continuó la conversación.
-Y esa tal
Victoria... ¿Fue ella quien os creó?
-Y yo qué sé
-admití aterrorizada-. Riley nunca nos dijo su nombre y esa noche no vi nada...
Estaba oscuro y dolía. -Sentí una convulsión-. El no quería que pensáramos en ella.
Nos dijo que nuestros pensamientos no
eran seguros.
Jane lanzó una
mirada al pelirrojo y volvió a clavar sus ojos en mí.
-Háblame de
Riley -dijo-. ¿Por qué os trajo aquí?
Recité las mentiras
de Riley tan rápido como pude.
-Nos dijo que debíamos
destruir a los raros esos de ojos amarillos. Según él, iba a ser pan comido.
Nos explicó que la ciudad era suya y que iban a venir a por nosotros. Toda la
sangre sería para nosotros en cuanto desaparecieran. Nos dio su olor. -Hice un
gesto para señalar en la dirección de la humana-. Dijo que identificaríamos
al aquelarre en cuestión gracias a ella, que estaría con ellos. Prometió que
ella sería para el primero que la tomara.
-Parece que Riley
se equivocó en lo relativo a la facilidad –comentó Jane en un tonillo de
guasa.
A Jane parecía
agradarle mi versión de la historia. En un fogonazo de intuición, comprendí que
se había sentido aliviada de que Riley no me hubiese hablado a mí, ni a los
demás, de su breve visita a nuestra creadora. Victoria. Esta era la versión
que Jane quería que llegase al clan de los ojos amarillos: la que no la implicaba
a ella ni a los Vulturis estos con sus oscuras túnicas. Muy bien, yo le podía
seguir el juego. Con un poco de suerte, el que pudiese leer la mente ya estaría
al tanto de todo.
No me podía vengar
físicamente de aquel monstruo, pero a través de mis pensamientos le podía
contar todo a los vampiros de los ojos amarillos. Así lo esperaba, al menos.
Asentí, admití la
bromita de Jane y me incorporé, aún sentada, porque deseaba atraer la atención
del que podía leer mis pensamientos, quienquiera que fuese. Proseguí con la
versión de la historia que hubiese podido contar cualquier miembro de mi
aquelarre. Fingí ser como Kevin, tener menos cerebro que un mosquito y no saber
nada de nada.
-No sé qué ocurrió.
-Esa parte era cierta. El caos en el campo de batalla seguía siendo un
misterio. No había llegado a ver a nadie del grupo de Kristie. ¿Se los cargarían
aquellos vampiros aulladores a quienes no me dejaron ver? Le guardaría aquel
secreto al clan de los ojos amarillos-. Nos dividimos, pero los otros no
volvieron. Riley nos abandonó, y no volvió para ayudarnos como había prometido.
Luego, la pelea fue muy confusa y todos acabaron hechos pedazos. -Me
estremeció el recuerdo del torso por encima del cual salté-. Tenía miedo y
quería salir pitando. -Hice un gesto para señalar a Carlisle-. Ese de ahí dijo que no me haría
daño si dejaba de luchar.
Aquello no suponía
traición alguna para Carlisle, él ya le había contado bastante a Jane.
-Aja, pero
no estaba en sus manos hacer tal ofrecimiento, jovencita -dijo Jane, que
sonaba como si se estuviese regodeando-. Quebrantar las reglas tiene consecuencias.
Continué fingiendo
ser como Kevin y me limité a mirarla fijamente, como si fuese demasiado
estúpida para entenderlo. Jane se volvió hacia Carlisle.
-¿Estáis seguros de
haber acabado con todos? ¿Dónde están los otros?
Carlisle asintió.
-También nosotros
nos dividimos.
Así que fueron los
aulladores quienes acabaron con Kristíe. Albergué la esperanza de que, fueran
lo que fuesen, aquellos aulladores resultaran realmente aterradores. Kristie
se lo merecía.
-No he de ocultar
que estoy impresionada -admitió Jane con una voz que sonaba sincera, y creí muy
probable que dijese la verdad.
Jane había
albergado la esperanza de que el ejército de Victoria causase algún daño aquí,
y estaba claro que habíamos fracasado.
«Sí», admitieron en
silencio los tres vampiros situados a la espalda de Jane.
-Jamás había visto
a un aquelarre escapar sin bajas de un ataque de semejante magnitud -prosiguió
Jane-. ¿Sabéis qué hay detrás del mismo? Parece un comportamiento muy extremo,
máxime si consideramos el modo en que vivís aquí. ¿Por qué la muchacha es la
clave? -preguntó, y sus ojos se posaron en la humana sólo un instante.
-Victoria guardaba
rencor a Bella -le contó el pelirrojo.
La estrategia
cobraba sentido por fin. Riley tan sólo quería a la chica muerta y le daba
igual cuántos de nosotros muriésemos para conseguirlo.
Jane se rió alegremente.
-Esto -dijo y
sonrió a la humana igual que me había sonreído a mí- parece provocar las
reacciones más fuertes y desmedidas de nuestra especie.
A la chica no le
pasó nada. Tal vez Jane no quisiera hacerle daño. O quizá su horrible talento
sólo funcionase con los vampiros.
-¿Tendrías la
bondad de no hacer eso? -le pidió el pelirrojo en un tono de voz furioso aunque
bajo control.
Jane volvió a reír.
-Solamente era una
prueba. Al parecer, no sufre daño alguno.
Me esforcé en
mantener mi expresión en plan Kevin y no traicionar así mis intenciones. Por lo
visto, Jane no podía causarle a aquella chica el mismo daño que a mí, y eso no
era algo normal para Jane, pues por mucho que ahora se estuviese riendo, yo
podía sentir que aquello la sacaba de quicio. ¿Era ése el motivo por el cual
los vampiros de los ojos amarillos la toleraban? Pero si ella era de algún modo
especial, ¿por qué no la convertían en vampiro sin más?
-Bueno, parece que
no nos queda mucho por hacer -dijo Jane, que había recuperado su monótona voz-.
¡Qué raro! No estamos acostumbrados a desplazarnos sin necesidad. Ha sido un
fastidio perdernos la pelea.
Da la impresión de
que habría sido un espectáculo entretenido.
-Sí-replicó el
pelirrojo-, y eso que estabais muy cerca. Es una verdadera lástima que no
llegarais media hora antes. Quizás entonces podríais haber realizado vuestro
trabajo al completo.
Hice un esfuerzo
por no sonreír. Así que era el pelirrojo quien leía la mente y había oído todo
lo que yo quería contarle. Jane no iba a salirse con la suya.
El rostro
inexpresivo de Jane le devolvió la mirada al vampiro capaz de leer el
pensamiento.
-Sí. Qué pena que
las cosas hayan salido así, ¿verdad?
El pelirrojo
asintió, y yo me pregunté qué estaría oyendo en la cabeza de Jane.
Jane volvió hacia
mí su expresión anodina. En sus ojos no había nada, pero yo sentí que mi tiempo
se había agotado. Ella había obtenido ya de mí lo que necesitaba. No era
consciente de que también le había dado toda la información que pude al que
leía la mente, y además había protegido los secretos de su aquelarre. Se lo
debía. El había castigado a Victoria y a Riley en mi nombre.
Le miré con el
rabillo del ojo y pensé «gracias».
-¿Félix? -dijo jane
con pereza.
-Espera
-interrumpió en voz alta el pelirrojo. Se volvió a Carlisle y prosiguió con
rapidez-: Podemos explicarle las reglas a la joven. No parecía mal predispuesta
a aprenderlas. No sabía lo que hacía.
-Por descontado
-dijo Carlisle enseguida-. Estamos preparados para responsabilizarnos de Bree.
El rostro de Jane
adoptó una expresión que daba el aspecto de no tener claro si se trataba de una
broma.
Y si era tal broma,
tenía mucha más gracia de lo que ella estaba dispuesta a reconocer.
-No hacemos
excepciones -les respondió, divertida-, ni damos segundas oportunidades. Es
malo para nuestra reputación.
Era como si se
estuviese refiriendo a otra persona. No me importaba que estuviese hablando de
matarme. Sabía que el clan de los ojos amarillos no podía detenerla. Jane era
la policía de los vampiros. Y aunque aquellos polis vampiros fueran unos
corruptos —realmente corruptos-, el clan de los ojos amarillos al menos lo
sabía.
-Lo cual me
recuerda... -prosiguió Jane con la vista clavada en la humana y una sonrisa
cada vez más amplia-. Cayo estará muy interesado en saber que sigues siendo
humana, Bella. Quizá decida hacerte una visita.
Sigues siendo humana.
Entonces iban a convertir a la chica. Me preguntaba a qué estarían esperando.
-Se ha fijado la
fecha -dijo la chica menuda del pelo corto y negro y la voz clara-. Quizá
vayamos a visitaros dentro de unos pocos meses.
La sonrisa de Jane
se desvaneció como si alguien se la hubiese borrado de la cara. Hizo un gesto
de indiferencia sin mirar a la vampira del pelo corto, y me dio la sensación
de que, por mucho que Jane odiase a la humana, su odio por aquella chica
menuda era diez veces mayor.
Jane se giró hacia
Carlisle con su inexpresividad de antes.
-Ha estado bien
conocerte, Carlisle... Siempre creí que Aro había exagerado. Bueno, hasta la
próxima... Así que aquí se acababa todo, entonces. Seguía sin sentir miedo.
Sólo lamentaba no haber tenido la oportunidad de contarle a Fred más acerca de
todo aquello. Se adentraría prácticamente a ciegas en este mundo lleno de
peligrosas intrigas, policías corruptos y aquelarres secretos. Pero Fred era
listo, cauteloso y tenía «talento». ¿Qué iban a poder hacerle si ni siquiera
eran capaces de verlo? Tal vez el clan de los ojos amarillos se encontrase con
Fred algún día. «Sed amables con él», pensé mirando al que leía la mente.
-Encárgate de eso,
Félix -ordenó Jane con indiferencia y con un gesto del mentón hacia mí-.
Quiero volver a casa.
-No mires -susurró
el pelirrojo. Y cerré los ojos.
FIN
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