Vale que
estemos en el siglo XXI y que no contara con que esperaras
a casarte —la
madre de Lucas se apoyó contra el marco de la
puerta y cruzó
los brazos sobre el pecho—, pero para serte sincera,
Lucas, sabías
que venía. ¿De verdad tenías que restregármelo por la cara?
—No es lo que
parece —se defendió Lucas. ¿Cómo podía estar tan
tranquilo? En
vez de deshacerse en disculpas y explicaciones medio
tartamudeando
como hubiera hecho yo, él se limitó a poner una mano en
mi hombro y
sonreír—. Bianca y yo hemos compartido la habitación
porque
estábamos sin blanca. Incluso hemos tenido que empeñar algo
para que nos
dieran este cuarto. Además, nadie te obligó a forzar esa
cerradura, así
que tranquila, ¿vale?
La madre de
Lucas se encogió de hombros.
—Casi tienes
veinte años, tú sabrás lo que haces.
—¿Tienes veinte
años? —susurré.
—Diecinueve y
poco. ¿Importa?
—Supongo que
no.
En comparación
con lo que llevaba descubierto sobre Lucas en el último
día, ¿qué
importancia tenía que tuviera tres años más que yo?
Se levantó con
toda naturalidad. Qué suerte la mía: la primera vez que
lo veía en
calzoncillos y ni siquiera podía relajarme para disfrutar del
espectáculo.
—Bianca, te
presento a mi madre, Kate Ross. Mamá, esta es la chica de
la que te he
hablado, Bianca.
La madre de
Lucas me saludó con un gesto de cabeza.
—Llámame Kate.
Ahora que por
fin estaba lo bastante despierta para centrarme, me fijé
en lo mucho que
se parecía a Lucas. Era alta, tal vez incluso más que él,
llevaba una
media melena de un tono castaño dorado quizá más claro que
el de Lucas y
tenía los mismos ojos de color verde oscuro. También
compartía con
su hijo los rasgos angulosos: mandíbula cuadrada y barbilla
puntiaguda.
Llevaba unos téjanos azules desteñidos y una camisa granate
Henley tan
ceñida que se le marcaban los músculos de los brazos. Creo
que nunca había
conocido a nadie con menos pinta de madre que ella. Es
decir, ¿qué
clase de madre encontraba a su hijo en la cama con una
adolescente y
se limitaba a sonreír?
Claro que eso
también me ahorraba una escena.
—Hola —la
saludé, levantando una mano, saludándola con torpeza.
—Lo mismo digo.
Chicos, debéis de haber pasado una noche de perros.
Vamos a por un
café y veamos cómo podemos ayudar a Bianca.
Kate señaló la
calle con un gesto de cabeza. Lucas ya se estaba
peinando con
los dedos y enfundándose en sus téjanos, muy poco
cohibido
delante de su madre, mientras que yo solo quería envolverme
con la colcha o
algo por el estilo, aunque eso hubiera sido incluso más
humillante. Por
fin me decidí, salté de la cama y me planté en el baño en
un par de
saltos. Una vez dentro, conseguí recuperar algo de dignidad
mientras me
vestía. Tenía la ropa seca, aunque arrugada. Me deshice la
trenza con la
que había dormido y el pelo me cayó alrededor de la cara en
suaves ondas.
No es que fuera el mejor de los apaños, pero en el siglo XVII
no contaban con
mucho más. Sentí cierta añoranza al recordar que me lo
había enseñado
mi madre.
—Vamos.
Lucas me miró
intencionadamente cuando salíamos por la puerta tal vez
tratando de
dilucidar qué tal lo llevaba. Puede que mi falsa determinación
convenciera a
Kate, pero él me conocía bastante mejor. Levanté la barbilla
con orgullo
para que supiera que estaba decidida a hacer todo lo que
estuviera en
mis manos para salvar una situación que se complicaba cada
vez más.
Kate nos
acompañó hasta una camioneta de los años cincuenta
bastante
desvencijada, de un color turquesa desvaído y con unos faros
que tenían la
misma forma de los motores de la nave espacial Enterprise.
Kate no dejó de
vigilar a su alrededor hasta que llegamos junto al
vehículo,
examinando a todos los viandantes.
—Chicos,
¿creéis que os siguieron? A los profesores no suelen caerles
demasiado bien
los alumnos que se dan a la fuga.
—Llegaron hasta
Riverton, pero nosotros ya nos habíamos ido —me
apresuré a
contestar mientras me acomodaba sin perder el tiempo en el
centro y Lucas
se sentaba a mi lado—. El agua en movimiento los retuvo.
Kate se quedó
helada, con la mano paralizada sobre la llave de
contacto, y
miró fijamente a Lucas. Sin embargo, no se trató de la típica
mirada de madre
disgustada en la que adivinas que estás a dos segundos
de ser
castigado, sino de una mucho más dura. Siempre había imaginado
que era así
cómo el jefe de un ejército enviaba a los traidores al pelotón
de
fusilamiento.
—¿Se lo has
contado?
—Mamá,
escúchame un momento. —Lucas respiró hondo para
tranquilizarse
y alargó las manos, como sí así pudiera detenerla—. Bianca
ya sabía lo de
Medianoche. Yo solo le expliqué lo de la Cruz Negra porque
no me quedó más
remedio. Ella sabía de la existencia de los vampiros de
antes, ¿vale?
—No, no vale.
Puede que tu error sea comprensible, pero no por eso
deja de ser un
error. A estas alturas ya deberías saberlo. —Se retiró el
flequillo hacia
atrás y me miró con mayor detenimiento que antes. La
actitud
despreocupada de Kate había desaparecido—. ¿Cómo te enteraste
de su
existencia?
Al principio
creí que hablaba de la Cruz
Negra, pero enseguida
comprendí que
se refería a la existencia de los vampiros. Lucas no le había
explicado qué
era yo en realidad y, al sentir cómo se removía en su
asiento a mi
lado, adiviné que le había ocultado la verdad para
protegerme.
Estaba claro que tampoco le habría mencionado el hecho de
que, hasta
cierto punto, ahora él también tenía poderes vampíricos.
Por eso hice lo
que estaba visto que a Lucas y a mí se nos daba mejor:
mentir.
—Había todo
tipo de pistas: que la escuela no sirviera comida a los
alumnos y que
por eso todo el mundo comiera en privado; ardillas muertas
por todas
partes; las actitudes e ideas más propias de otros tiempos que
mostraba mucha
gente... No fue tan difícil.
—Pues a mí no
me parecen pruebas demasiado convincentes. —
Recelosa, Kate
puso el motor en marcha y enfiló a toda velocidad una
carretera que
conducía fuera de la ciudad—. Es la primera vez que te
topas con lo
sobrenatural y ¿con eso te basta para averiguar lo que está
ocurriendo?
—Bianca te está
ocultando parte de la verdad para no asustarte —
intervino
Lucas—. Ella fue la que me ayudó cuando me ocurrió esto.
Se abrió el
cuello de la camisa con sumo cuidado. Todavía podían
apreciarse las
oscuras marcas rosadas en la piel, las cicatrices que le
habían quedado
después de mi segundo mordisco.
—Dios mío.
—Kate se inclinó sobre mí inmediatamente para tocar el
brazo de Lucas.
Así que, después de todo, le podía la madre que llevaba
dentro, aunque
no lo demostrara siempre—. Sabíamos que esto podía
ocurrir, lo
sabíamos, pero yo quise engañarme convenciéndome de que no
ocurriría.
Lucas se zafó de
ella, avergonzado.
—Mamá, estoy
bien.
—Habéis
escapado. ¿Cómo lo habéis conseguido?
—Maté a uno de
ellos, a un vampiro llamado Erich que había estado
amenazando a
varios alumnos humanos. Nos enzarzamos en una pelea y
él se llevó la
peor parte. En realidad no hay mucho más que contar.
El don de Lucas
para el engaño era más fácil de admirar cuando la
víctima de sus
mentiras era otra. Sin embargo, lo verdaderamente
admirable era
que en realidad Lucas no estaba inventándose nada;
ciñéndonos a lo
ocurrido, todo lo que le había dicho a su madre hasta el
momento era
cierto. Él simplemente se había limitado a explicar los
hechos de un
modo que conduciría a Kate a creer que los acontecimientos
se habían
desarrollo de un modo distinto y, según los cuales, Erich habría
mordido a Lucas
y yo sería la chica encantadora, espabilada y
completamente
normal que le había ayudado a recuperarse.
—Entonces sabes
a qué nos enfrentamos —dijo Kate, dirigiéndose a mí
con mayor
respeto que antes. Estaba visto que quien ayudara a su hijo
merecía su
consideración. No apartó la vista de la carretera en ningún
momento,
conduciendo a toda velocidad por las calles mal pavimentadas.
Nos dirigíamos
a un barrio más pequeño que parecía bastante más viejo y
abandonado—. Es
un trabajo peligroso y no estás preparada para ello,
pero a mi
entender tenemos la responsabilidad de mantenerte a salvo. Si
esa mala pécora
de la señora Bethany averigua que estás ayudando a un
miembro de la Cruz Negra, tu vida no
valdrá nada.
No dudaba que
la señora Bethany haría cualquier cosa por proteger sus
secretos, pero
me costaba mucho creer que estuviera dispuesta a matar, y
mucho menos a
mí.
—Tanto tiempo
desperdiciado y tantos peligros, ¿para qué? Porque dudo
que al final
consiguieras averiguar el gran secreto —le dijo a Lucas—.
Supongo que si
lo supieras habría aparecido mencionado en tus informes.
Lucas sacudió
la cabeza cansinamente.
—No, no tengo
ni idea, pero no hace falta que me machaques, ¿vale?
—¿Qué secreto?
—Pensé que tal vez podría ser algo que mis padres
hubieran
mencionado alguna vez. Si podía ayudar a Lucas, si había algún
tipo de
información que pudiera revelarle sin perjudicar a mis padres o a
Balthazar, se
la daría—. ¿Qué estabais tratando de averiguar en
Medianoche?
—Es el primer
año que admiten alumnos humanos. El miembro de la
Cruz Negra que
se infiltró antes que Lucas y los pocos humanos a los que
les han abierto
las puertas a lo largo de su historia son casos muy
especiales,
excepciones que los vampiros de Medianoche hacen para
echarle el
guante a grandes sumas de dinero y no llamar la atención. Sin
embargo, no sé
que se traerán entre manos, pero ahora es diferente. Han
admitido a un
mínimo de treinta humanos. ¿Por qué han cambiado las
normas?
La señora
Bethany había dicho que habían permitido la entrada de
«alumnos
nuevos» en Medianoche para que nosotros pudiéramos tener
una visión más
amplia del mundo. En realidad, eso era lo último que ella
deseaba. Sí,
los alumnos iban allí para conocer mejor el mundo que les
rodea, pero el
propósito de la señora Bethany era otro, y tener alumnos
humanos en
Medianoche comprometía ese propósito.
Raquel no había
tardado mucho en darse cuenta de que algo no
funcionaba,
aunque no sabía exactamente qué, y el ejemplo de Lucas
hablaba por sí
solo. Además, los vampiros se veían obligados a ocultar lo
que eran en uno
de los pocos lugares de la tierra donde se suponía que
podían
relajarse y ser ellos mismos. Únicamente un motivo muy poderoso
podía llevar a
la señora Bethany a permitir algo por el estilo, pero ¿cuál?
—Pues no lo sé
—admití.
—¿Cómo ibas a
saberlo? —Kate se encogió de hombros, enfilando una
calle
sombreada. Las casas tenían aspecto destartalado y un par de ellas
parecían
abandonadas. Frenó en la entrada trasera de uno de esos
edificios
deshabitados, aunque pronto comprendí que no se trataba de una
casa
cualquiera. Era un centro cívico, uno de esos que hay en casi todos
los pueblos de
Nueva Inglaterra, aunque era evidente que hacía décadas
que nadie lo utilizaba.
Al menos la mitad de las ventanas estaban rotas y
la pintura
blanca se estaba descascarillando y tenía manchas de humedad
—. Solo que
conservaras el juicio después de lo que has descubierto sobre
los
chupa-sangres es más de lo que mucha gente soportaría. Lucas es un
profesional. Si
no ha conseguido averiguar el secreto, es que lo han
enterrado muy
bien.
—Un
profesional, ¿eh? —dijo Lucas, bajando de la furgoneta con una
sonrisa de
oreja a oreja.
Me dio la
impresión de que su madre no solía elogiarlo a menudo, pero
que, cuando lo
hacía, Lucas lo recibía como el agua de mayo.
Kate asintió
con la cabeza y vi que su sonrisa y la de Lucas se parecían
mucho.
—Lo siento,
pero me temo que un profesional que vuelve a estar de
servicio. Hay
mucho que hacer.
Me pregunté a
qué se referiría.
—¿De servicio?
Kate recuperó
su compostura habitual.
—No me refiero
a ti, Bianca, tú ya has hecho suficiente. Siempre estaré
en deuda
contigo, siempre. Has ayudado a Lucas a salir de ese agujero
infecto,
incluso le has salvado la vida... —Me sonrió mientras nos
dirigíamos a la
puerta trasera de la casa—. No voy a compensarte
enviándote a
correr peligros. Te quedarás aquí, a salvo. Nosotros nos
ocuparemos de
todo lo demás.
—Cuando dices
«nosotros» te refieres a...
—La Cruz Negra.
Kate giró la
llave en la cerradura sin más y le dio un empujón a la
puerta. Me
estremecí intranquila al dirigirme hacia la oscuridad, pero mi
visión se
adaptó rápidamente a la penumbra y enseguida divisé la escena
que se
desarrollaba en su interior. Había cerca de una docena de personas
reunidas en una
sala alargada y rectangular con suelo de madera, tan
viejo que los
tablones se habían encogido y estaban separados. Todavía
quedaban
pegados a la pared unos cuantos bancos, también de madera,
tan pulposa y vieja
que se astillaba. Había armas en todos ellos, como si
las hubieran
dispuesto de aquella manera para realizar un inventario:
cuchillos,
estacas, incluso hachas. Las personas que había allí reunidas
eran de lo más
variopintas, no podrían ser entre ellas más diferentes: altas
y bajas;
gordas, flacas y musculosas; vestidas con ropa de diario de
diversos
estilos. Había una chica alta y negra que no parecía mucho mayor
que Lucas, con
una sudadera con capucha varias tallas más grande junto a
un anciano de
pelo corto y plateado que llevaba una chaqueta de punto
muy ancha de
color gris y gafas de lectura colgadas de un cordón marrón.
Lo único que
todas aquellas personas parecían tener en común fue el
suspiro de
alivio unánime que soltaron al reconocer a Lucas.
—Hola, chicos
—dijo Lucas, dándome la mano.
—Lo has
conseguido —dijo la chica de la sudadera, quien resultó tener
una amplia
sonrisa que dejaba a la vista un diente torcido que le daba
cierto
encanto—. Aunque no creo que hayas aguantado hasta los finales, a
no ser que
ahora se hagan en marzo, claro.
—Que sí, Dana.
No he aguantado todo el curso, así que ganas la
apuesta. —Lucas
se encogió de hombros—. Aunque como los vampiros me
quitaron la
cartera, me temo que tendrás que contentarte con una victoria
moral.
—Por lo que
parece no has olvidado traerte lo más importante. —Dana
me tendió una
mano. No me hacía ninguna gracia soltar la de Lucas, así
que se la
estreché con la izquierda—. Me llamo Dana. Lucas y yo nos
conocemos desde
hace mucho tiempo. Tú debes de ser Bianca.
—¿De qué me
conoces?
—Pero si no ha
hablado de otra cosa durante todas las Navidades.
Dana se echó a
reír. Miré a Lucas de soslayo y su tímida sonrisa me
complació y, a
pesar de encontrarme entre extraños, me hizo sentir
segura de mí
misma.
—Ah, ¿con que
esta es tu joven dama? —El caballero de cabello gris nos
regaló una
amplia sonrisa—. Soy el señor Watanabe. Conozco a Lucas
desde que
era...
—Lo suficiente
para avergonzarlo —lo interrumpió otra persona, un
hombre alto y
moreno con bigote. Me puso nerviosa aunque no supe
definir por
qué, y las cicatrices gemelas de la mejilla derecha le daban un
aspecto un poco
intimidante incluso cuando sonreía. Kate le pasó un brazo
sobre los
hombros al llegar junto a nosotros—. Me llamo Eduardo, soy el
padrastro de
Lucas.
—Ah, bien,
hola. Es un placer.
Lucas nunca
había mencionado que tuviera un padrastro. Por lo visto no
le entusiasmaba
la idea de tener que considerarlo un miembro más de la
familia. La
sonrisa de Lucas era poco convincente.
—Tuve que sacar
a Bianca de allí. Sé que me he saltado el protocolo al
hablarle de la Cruz Negra, pero confío
en ella.
—Espero que
Lucas no se haya equivocado contigo, Bianca —dijo
Eduardo,
entrecerrando los ojos y clavándolos en mí antes de mirar
fijamente a
Lucas. La amenaza era clara: por mi bien, más me valía que
Lucas tuviera
razón. Desvelar secretos no era algo que esa organización
se tomara a la
ligera, sobre todo Eduardo y Kate, quienes parecían ser los
cabecillas—. Si
queremos ponernos en marcha, tendremos que acelerar
las
explicaciones.
Todo el mundo
empezó a bombardear a Lucas con preguntas sobre la
huida
intempestiva. A pesar de ser consciente de que yo también debía
responder a sus
cuestiones, aunque solo fuera para ayudar a Lucas con la
historia que
tendría que inventarse, algo me impedía concentrarme. Mi
vida estaba
cambiando en cuestión de segundos y me alejaba a tal
velocidad de lo
que había sido mi mundo hasta entonces que sentía una
especie de
bloqueo. Aunque no solo por eso. También percibía una especie
de zumbido
sordo del que era incapaz de establecer su procedencia; era
como si el
suelo vibrara suavemente. A pesar de que casi llevaba un día
entero sin
comer, tenía el estómago revuelto. En ese lugar ocurría algo,
algo muy
extraño.
Entonces, al
mirar a un lado vi una silueta que se dibujaba en el yeso,
más clara que
el resto de la pared, donde durante años hubo colgado algo
que había
impedido el paso de la luz. Una cruz.
Demasiado tarde
comprendí que no nos encontrábamos en un simple
centro cívico
abandonado. Siglos atrás, muchos de esos edificios también
habían servido
para otras funciones. Durante la semana eran lugares
donde la
comunidad se congregaba para debatir sus problemas, donde se
interpretaban
obras de teatro o incluso se celebraban juicios; pero los
domingos esos
edificios se convertían en iglesias.
Una iglesia...
¡qué horror! Los vampiros no ardían al tocar una cruz,
como tanto les
gustaba proclamar en las películas de terror, pero eso no
significaba que
se lo pasaran bien en las iglesias. Estaba un poco mareada
y aparté la
vista de la forma en cruz.
—¿Bianca? —Los
dedos de Lucas me acariciaron la mejilla—. ¿Estás
bien?
—No puedo
quedarme aquí. ¿No hay otro sitio al que podamos ir?
—No puedes irte
ahora, no es seguro. —Para mi sorpresa, fue Dana
quien
respondió—. Olvida a esos cabrones de Medianoche. La mala noticia
ha llegado a la
ciudad y ya tenemos suficientes problemas con ella.
Debería haber
preguntado qué era esa «mala noticia», o podría haber
fingido que
conocía un lugar seguro al que ir, cualquier cosa, pero el
zumbido que
tenía metido en la cabeza era cada vez más intenso... La
tierra
consagrada me ordenaba que me fuera. Lo que estaba sintiendo
apenas podía
empezar a compararse con lo que mis padres
experimentaban
en las iglesias, pero era suficiente para aturdirme y
debilitarme.
—¿Y si vuelvo
al motel? No hemos devuelto la llave.
—¿Un motel?
Madre de Dios. —El señor Watanabe parecía escandalizado
—. Hoy en día
crecen muy deprisa.
—Tendríamos que
llevar a Bianca a un lugar seguro. —El duro tono de
Kate convertía
una mera sugerencia en una orden—. Debemos
concentrarnos y
sospecho que Lucas no podrá mientras ella esté aquí.
—Estoy bien.
—Era evidente que Lucas había recibido el comentario de
Kate como una
crítica—. Bianca me ayuda a pensar con claridad. Estoy
mejor cuando
estoy con ella.
El señor
Watanabe lo miró con una amplia sonrisa y yo lo habría imitado
si no me
hubiera superado la necesidad de salir de allí cuanto antes.
—No pasa nada
—aseguré—. Puedes venir a buscarme después. Debería
volver al
motel.
Eduardo negó
con la cabeza.
—Los vampiros
podrían haberos seguido hasta allí. Deberíamos llevarte
a un lugar
seguro. ¿Qué me dices de tu casa?
La sola idea me
cortó la respiración. Mi hogar —mis padres, mi
telescopio, mi
póster de Klimt, los discos antiguos e incluso la gárgola—
me parecía el
lugar más seguro del mundo y el más alejado de todos.
Pocas veces me
había sentido tan sola.
—No puedo
volver allí.
—Si te preocupa
lo que vas a decir, podemos ayudarte —insistió Kate,
poco dispuesta
a dar su brazo a torcer—. Solo tenemos que llevarte con tu
familia. ¿Dónde
están tus padres?
La puerta
trasera se abrió de golpe y dio paso a la luz y el aire frío de la
calle, que se
colaron en la sala. Di un respingo, pero fui la única. Todos los
miembros de la Cruz Negra, Lucas
incluido, se pusieron inmediatamente
en guardia,
empuñando sus armas, para enfrentarse a los enemigos que
habían
aparecido en la puerta. Los vampiros.
Mis padres iban
al frente.
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