jueves, 3 de febrero de 2005

Capitulo 6


Después del viaje a Riverton, me sentí como la imbécil que había roto
con Lucas por una tontería.
Esos tipos de la construcción habían estado bebiendo y, además, ellos
eran cuatro y Lucas solo uno. Tal vez había tenido que demostrarles que
sabía lo que se hacía para que no lo molieran a palos. Si no le había
quedado más remedio, ¿qué derecho tenía yo a juzgarlo?
—¡Ni hablar! —dijo Raquel, cuando me confié a ella al día siguiente,
paseando por las inmediaciones del internado. Las hojas habían acabado
de cambiar de color, por lo que los montes distantes ya no eran verdes,
sino rojizos y dorados—. Si un tío se pone violento, te las piras. Y punto. Ya
puedes dar gracias de haber descubierto cómo es en realidad antes de ser
tú el blanco de su ira.
Su vehemencia me dejó atónita.
—Parece como si supieras muy bien de lo que estás hablando.
—¿Es que nunca has visto un telefilme? —Raquel no me miró a los ojos
y siguió jugueteando con la pulsera trenzada de cuero que llevaba en la
muñeca—. Todo el mundo lo sabe: los hombres que pegan no son buenos.
—Ya sé que se pasó tres pueblos, pero Lucas jamás me haría daño.
Raquel se encogió de hombros y se arrebujó aun más en su chaqueta,
como si le hubiera entrado frío, aunque fuera se estaba bien. Hasta ese
momento, no me había preguntado hasta qué punto su discreto
comportamiento y su aspecto masculino no responderían a un deseo de
desviar una atención que no deseaba.
—Nadie piensa que va a ocurrir algo malo hasta que ocurre. Además, no
paraba de decirte que la gente de aquí daba asco y que no debías intimar
ni con tu compañera de cuarto ni con nadie, ¿no es así?
—Bueno... Sí, pero...
—Pero nada. Lucas ha estado intentando aislarte de todo el mundo para
poder tener más poder sobre ti. —Raquel sacudió la cabeza—. Estás mejor
sin él.
Yo sabía que se equivocaba respecto a Lucas, pero también era
consciente de que no había pasado tanto tiempo a su lado para conocerlo
a fondo.
¿Por qué había empezado Lucas a criticar a mis padres? La única vez
que nos había visto a todos juntos había sido en el cine y ellos se habían
mostrado cordiales y afectuosos. Lucas había dicho que se guiaba por mi
patético intento de fuga del primer día de clase, pero no sabía si creerle. Si
tenía algún problema con mis padres, era obvio que se lo había inventado
él por alguna extraña y paranoica razón con la que yo no quería tener
nada que ver.
Posibles explicaciones acudieron a mi mente sin ser invitadas. Tal vez
había tenido una novia antes de mí, por Europa, una chica elegante y
sofisticada que había viajado alrededor del mundo, cuyos padres habían
sido unos pedantes y se habían comportado injustamente con él. Quizá le
habían cerrado la puerta en las narices, o incluso le habían prohibido
volver a ver a su hija nunca más, y por eso ahora estaba escarmentado y
no confiaba en nadie.
La historia que había acabado de inventarme no me ayudó en lo más
mínimo. Primero: me hizo sentir mal por Lucas, como si comprendiera por
qué se había comportado de ese modo tan extraño cuando él no era así en
realidad. Y segundo: me hizo sentir insegura al compararme con una
teórica novia europea y sofisticada... ¿Y qué hay más patético que sentirse
amenazada por una persona que ni siquiera existe?
Creo que hasta ese momento, hasta separarnos y tener razones de peso
para mantenerme alejada de él, no comprendí lo importante que Lucas era
para mí. La clase de Química, la única a la que íbamos juntos, era una
hora de tortura diaria. Era como si lo sintiera cerca de mí igual que se
siente el calor que desprende el fuego de un hogar en una habitación fría.
Sin embargo, no me dirigí a él en ningún momento, y él hizo otro tanto,
respetando el silencio que yo había impuesto y que mantenía. Me
resultaba imposible imaginar que él estuviera sufriendo más que yo. La
lógica dictaba que lo mejor para mí era alejarme de él, pero la lógica me
importaba bien poco. Lo echaba de menos a todas horas y daba la
impresión de que, cuanto más me decía que lo dejara en paz, más
deseaba estar con él.
¿Se sentiría él igual? No tenía ni idea; lo único que sabía era que se
equivocaba respecto a mis padres.
—¿Cómo estás, Bianca? —me preguntó mi madre con ternura, mientras
aclarábamos los platos de la cena del domingo.
No había dormido bien, apenas había probado bocado y lo único que me
apetecía era esconder la cabeza debajo de una manta los siguientes dos
años más o menos. Sin embargo, por primera vez en mi vida no tenía
ganas de compartir mis preocupaciones con ellos. Eran sus profesores y no
sería justo para él que les contara lo que Lucas opinaba de ellos. Además,
hablar del hecho de que Lucas y yo al parecer habíamos acabado incluso
antes de empezar solo habría conseguido ahondar en la herida.
—Estoy bien.
Mis padres intercambiaron una mirada. Sabían que estaba mintiendo,
pero no me presionaron.
—¿Sabes qué? No hace falta que te vuelvas ya a tu habitación —dijo mi
padre, dirigiéndose hacia el equipo de música.
—¿De verdad?
Por lo general, según las normas de la cena de los domingos, debía
regresar a mi dormitorio para ponerme a estudiar poco después de acabar
de cenar.
—La noche está despejada y se me ha ocurrido que tal vez te gustaría
echar una ojeada por el telescopio. Además, estaba a punto de poner
Frank Sinatra y sé lo que te gusta la voz.
Fly Me to the Moon —le pedí, y al cabo de escasos segundos Frank
cantaba para nosotros.
Les enseñé la galaxia de Andrómeda. Les pedí que primero buscaran
Pegaso en el firmamento y que luego se dirigieran hacia el noreste hasta
que toparan con el suave y difuso resplandor de un billón de estrellas
lejanas. Después de eso, pasé un buen rato paseándome por el cosmos y
saludando a las estrellas conocidas como a mis viejas amigas.
Al día siguiente, vi a Lucas en el pasillo de camino a la clase de Historia
en el mismo momento en que él me vio a mí. La luz tamizada por los
cristales de la vidriera lo bañaba con los colores del otoño, y pensé que
nunca había estado tan guapo.
Sin embargo, cuando nuestras miradas se encontraron, el momento
perdió toda su belleza. Lucas parecía resentido, y tan desorientado y
desamparado como yo desde la pelea del restaurante, que por un
angustioso momento me sentí responsable de su desdicha. Sin embargo,
en sus ojos también adiviné el sentimiento de culpabilidad, aunque
enseguida apretó la mandíbula y dio media vuelta, con los hombros
ligeramente vencidos. Segundos después, había desaparecido entre la
marea de uniformes, una persona invisible más de Medianoche.
Tal vez estuviera repitiéndose una vez más que lo mejor era mantenerse
alejado de la gente. Recordé cómo se había comportado estando juntos,
mucho más relajado y feliz, más libre, y la idea de que yo hubiera podido
obligarle a apartarse de los demás se me hizo insoportable.
—Lucas está de un bajón que no veas —me informó Vic ese mismo día,
cuando nos topamos en la escalera un poco después. Por una vez en su
vida, Vic iba vestido de manera formal, al menos de los tobillos para arriba
porque las deportivas rojas de bota que llevaba en los pies definitivamente
no formaban parte del uniforme—. Vale, de todos modos el tío siempre ha
tenido sus rollos raros, pero es que está raro que te cagas. Superraro.
Megarraro. Rarito extremo.
Vic hizo una cruz con los brazos para dibujar la «x» de extremo.
—¿Te ha enviado para que defiendas su caso? —dije, con intención de
parecer desenfadada, aunque creo que no me salió muy bien; tenía la voz
tan carrasposa que cualquiera habría adivinado que había estado llorando,
incluso alguien tan despistado como Vic.
—No me ha envidado él, no le pega. —Vic se encogió de hombros—. Es
que me preguntaba de qué va este drama.
—No hay ningún drama.
—Ya lo creo que sí, un dramón, y ya veo que tú no vas a soltar prenda;
pero, eh, no pasa nada, porque no es asunto mío.
Menudo chasco. Me habría enfadado si Lucas hubiera enviado a Vic para
discutir el asunto en su nombre, pero aun fue peor comprender que Lucas
iba a darse por vencido sin luchar.
—Vale.
Vic me dio un codazo amistoso.
—Tú y yo seguimos siendo amigos, ¿no? Que sepáis que en este divorcio
tenéis la custodia compartida. Amplios derechos de visitas.
—¿Divorcio? —Me eché a reír a mi pesar. Solo a Vic se le ocurriría llamar
divorcio al resultado de una primera cita que había salido mal—. Seguimos
siendo amigos.
En realidad antes tampoco habíamos sido exactamente amigos, así que
lo de «seguir siéndolo» era un poco exagerado, pero habría resultado de
muy mal gusto sacar aquello a relucir. Además, Vic me gustaba.
—Excelente. Los bichos raros tienen que mantenerse unidos en estos
sitios.
—¿Me estás llamando bicho raro?
—Es el mayor honor que puedo concederte. —Extendió los brazos
mientras caminábamos por los pasillos, abarcándolo todo en ese gesto: los
altos techos, las oscuras volutas de madera que enmarcaban vestíbulos y
puertas, y la luz tamizada que se filtraba a través de los viejos ventanales
y que dibujaba largas e irregulares sombras en el suelo—. Este lugar es la
capital de lo raro. Lo que es raro aquí es normal en cualquier otro sitio.
Bueno, al menos esa es mi opinión.
Suspiré.
—¿Sabes? Creo que tienes más razón que un santo.
Vic tenía toda la razón del mundo al decir que me convenía tener todos
los amigos que pudiera en un lugar como la Academia Medianoche. No es
que ese sitio me hubiera gustado nunca, pero el poco tiempo que había
pasado con Lucas me había hecho comprender lo que se siente cuando no
se está completamente sola, y ahora que lo había perdido, el relieve de mi
desamparo resaltaba con mayor nitidez. Saber lo distinto que podría haber
sido solo conseguía que fuera aun más duro soportar la hostilidad y la
intimidación que se respiraba en ese lugar.
El cambio de estación tampoco resultaba de mucha ayuda. El estilo
gótico del edificio había quedado ligeramente suavizado por la exuberante
hiedra y las lomas cubiertas de césped. Los ventanales estrechos y la luz
de tintes extraños no habían conseguido enmascarar por completo el
fulgor del sol de finales de verano. Sin embargo, ahora anochecía cada vez
más pronto, lo que hacía que Medianoche pareciera más aislada que
nunca. A medida que bajaban las temperaturas, un frío perpetuo se
deslizaba en las aulas y los dormitorios y a veces parecía que los flecos de
la escarcha en los cristales estuvieran intentando abrirse camino a través
del vidrio. Incluso las bellas hojas otoñales susurraban estremecidas por el
rumor solitario del viento. Ya habían empezado a caer y dejaban las
primeras ramas desnudas como garras descarnadas que escarbaban en un
cielo encapotado.
Me pregunté si los fundadores de la academia habrían instaurado el
Baile de otoño para levantar el ánimo de los estudiantes en un momento
del año tan lánguido.
—No creo —opinó Balthazar.
Compartíamos mesa en la biblioteca. Me había invitado a estudiar con él
un par de días después del fatídico viaje a Riverton. En mi antiguo colegio
no había estudiado con nadie, porque «estudiar» normalmente se
convertía en «hablar y gandulear», y luego los trabajos se hacían
interminables. Prefería llevarme los deberes y hacerlos yo sola. Resultó
que Balthazar era de la misma opinión y habíamos pasado un montón de
tiempo juntos en las últimas dos semanas, trabajando el uno al lado del
otro sin apenas intercambiar una palabra durante horas. De hecho, no
hablábamos hasta que empezábamos a recoger los libros.
—Sospecho que los fundadores de la academia adoraban el otoño. Creo
que saca a relucir la verdadera naturaleza de Medianoche.
—Por eso necesitarían animarse.
Balthazar sonrió y se colgó la cartera de cuero al hombro.
—No es la peor academia sobre la faz de la tierra, Bianca. —Balthazar
solo quería provocarme, aunque su preocupación por mí era genuina—. Me
gustaría que te lo pasaras mejor aquí.
—Ya somos dos —dije, echando un vistazo al rincón donde unos minutos
antes había visto que Lucas estaba leyendo.
Seguía allí. Su cabello reflejaba la luz de la lamparilla, pero él ni siquiera
se dignó a volver la vista hacia nosotros.
—Podría gustarte si de verdad le dieras una oportunidad. —Balthazar
sujetó la puerta de la biblioteca para que yo pasara—. Deberías explorar
un poco más y poner un poco más de tu parte para conocer gente.
Me lo quedé mirando.
—¿Como Courtney?
—Corrijo: poner un poco más de tu parte para conocer a la gente
adecuada.
Cuando Balthazar dijo «adecuada» no se refería a los más ricos o a los
más populares, se refería a los que realmente valía la pena conocer. Hasta
el momento, el único de los alumnos típicamente de allí que pudiera valer
la pena conocer era el propio Balthazar, así que pensé que tampoco lo
estaba haciendo tan mal.
—No creo que Medianoche sea adecuada para nadie —le confesé—. Al
menos seguro que para mí no. Sé que cumple con su cometido, pero te
aseguro que cuando acaben las clases seré la persona más feliz del
mundo.
—Yo también, pero no por la misma razón. —Balthazar caminaba a mi
lado con paso lento, midiendo su larga zancada con cuidado para que yo
no me quedara atrás. A veces me sorprendía lo grande que era, alto y
fornido, de constitución fuerte, y sentía un extraño y pequeño hormigueo
en el estómago—. Gracias a Medianoche, tengo la sensación de que puedo
llegar a comprender el mundo, a manejarme en él sin problemas. Las
materias nuevas que estudio, todo lo que aprendo... Es como si estuviera
impaciente por salir ahí fuera para probarlo por mi cuenta.
Su entusiasmo no bastaba para conseguir reconciliarme con la
academia, pero me hizo sonreír por primera vez en lo que ya me parecían
siglos.
—Bueno, al menos uno de los dos es feliz.
—Espero que ambos lo seamos dentro de poco —contestó Balthazar, en
voz baja.
Tenía sus ojos negros clavados en mí y volví a sentir el cálido
hormigueo.
Habíamos llegado al pasadizo abovedado que conducía al ala de los
dormitorios de las chicas, y Balthazar se detuvo justo en la frontera. Era
fácil imaginárselo en el siglo XIX, con sus finos modales. Una sonrisa
asomó a mis labios al pensar en él haciendo una reverencia.
Balthazar parecía a punto de decir algo, pero en ese momento apareció
Patrice, quien por lo visto ya había acabado de estudiar.
—Ah, Bianca, estás aquí. —Entrelazó su brazo con el mío con toda
naturalidad, como si fuéramos amigas íntimas—. Tienes que explicarme
los deberes que nos han puesto en Tecnología moderna, no entiendo nada.
—Esto... De acuerdo. —Volví la vista atrás mientras me arrastraban por
el pasillo y le dije adiós con la mano a Balthazar, quien parecía más
divertido que molesto—. Estábamos hablando —le susurré a Patrice.
—Ya me he dado cuenta —respondió del mismo modo—. Así se quedará
con las ganas de seguir hablando contigo y, cuantas más ganas tenga,
antes irá a buscarte.
—¿De verdad?
—Te lo digo por experiencia. Además, no es broma, necesito que me
ayudes con los deberes.
No era la primera vez que tenía que auxiliar a Patrice en esa asignatura
en concreto, ni la última que me preguntaba por qué me molestaba en
decir que sí a todo.
—Ningún problema —contesté en un suspiro.
Patrice rió tontamente y por un momento casi me pareció una cría.
—Si te interesa mi opinión, Balthazar es el hombre más atractivo de la
escuela. No es que sea mi tipo precisamente, pero ¿has visto qué espalda?
¿Y esos ojos oscuros? Te lo has montado bien.
—Solo somos amigos —protesté, mientras regresábamos a nuestro
cuarto.
—Solo amigos, ya —dijo Patrice, con ojillos traviesos—. Me pregunto si
Courtney estaría de acuerdo.
Levanté las manos para intentar cortar esa conversación antes de que
se volviera más incómoda de lo que ya era.
—No le digas nada a Courtney de esto, ¿vale? No quiero problemas.
Patrice enarcó una ceja.
—¿Que no le hable de qué? Creía que me habías dicho que no había
nada que contar.
—Si quieres que te ayude con los deberes, será mejor que dejes el
tema. Ya.
Ligeramente ofendida, Patrice se encogió de hombros.
—Como quieras. Yo en tu lugar estaría encantada de atraer la atención
de un tipo como Balthazar, pero, de acuerdo, hablemos de los deberes en
su lugar.
Para ser sincera, me halagaba gustarle a Balthazar. No tenía demasiado
claro que él quisiera ser otra cosa más que amigos, pero estaba
convencida de que a veces tonteaba conmigo. Después del desastre con
Lucas, sentaba muy bien que alguien coqueteara conmigo como si de
verdad fuera guapa y fascinante en vez de la chica tímida y patosa del
rincón.
Balthazar era amable, inteligente y tenía un sentido del humor muy fino.
Le caía bien a todo el mundo, seguramente porque todo el mundo parecía
caerle bien a él. Incluso Raquel, quien detestaba a prácticamente todos los
alumnos «legítimos», lo saludaba por los pasillos y él siempre respondía.
No era ni un pedante ni se comportaba de manera fría y distante. Además
de ser irresistible.
En definitiva: era todo lo que una chica podía pedir. Pero no era Lucas.
En mi antiguo colegio, los profesores siempre decoraban las aulas
cuando llegaba Halloween. Se colocaban calabazas de plástico naranja en
las ventanas para llenarlas de caramelos y barritas de chocolate, y las
brujas de papel volaban por todas las paredes. El año pasado, la directora
había colgado luces de colores en el marco de la puerta de su despacho,
en la que también había un cartel que decía en letras verdes de caligrafía
irregular: ¡Uh! Siempre me había parecido una horterada y jamás se me
habría pasado por la cabeza que algún día lo echaría de menos.
No se colgaban adornos en Medianoche.
—Igual creen que las gárgolas ya dan bastante miedo —sugirió Raquel
mientras comíamos en su dormitorio.
Recordé la que había al otro lado de la ventana de mi habitación y traté
de imaginarla envuelta en lucecitas de colores.
—Sí, ya sé a qué te refieres. Cuando la escuela ya es una mazmorra
espantosa, húmeda y oscura de por sí, sobran los adornos de Halloween.
—Qué lástima que no podamos montar una casa encantada. Para los
niños pequeños de Riverton, digo. Podríamos adornarla para que diera
mucho miedo y disfrazarnos de demonios un fin de semana. Algunos de
estos capullos ni siquiera tendrían que esforzarse demasiado. Podríamos
recaudar dinero para la escuela.
—No creo que la Academia Medianoche ande escasa de fondos.
—Vale, tienes razón —admitió—, pero tal vez podríamos recaudar dinero
para la beneficencia. Como un teléfono de ayuda, o un teléfono de la
esperanza o algo así. Supongo que a la gente de aquí le importa un
pimiento la beneficencia, pero tal vez lo harían para ponerlo en sus
solicitudes de ingreso universitarias. Todavía no he oído mencionar la
universidad a ninguna de ellas, seguramente porque esas estúpidas brujas
tendrán parientes en Harvard o en Yale, o en una de esas, pero de todos
modos tendrán que rellenar la solicitud, así que tal vez aprueben la idea,
¿no?
Veía pasar las imágenes a toda velocidad en mi cabeza: telarañas en las
escaleras, las risas demoníacas de los alumnos rebotando contra las
paredes del vestíbulo principal e inocentes niños pequeños mirándolo todo
con ojos desorbitados por el terror mientras Courtney o Vidette agitaban
unas uñas largas y negras sobre sus cabezas.
—Aunque ya es un poco tarde, solo quedan dos semanas para
Halloween. Tal vez el año que viene.
—Si el año que viene vuelvo a estar aquí, por favor, pégame un tiro —
rezongó Raquel, dejándose caer en su cama—. Mis padres dicen que voy a
tener que aguantarme, que para eso me saqué una beca, para venir aquí,
y que si no ya sé lo que me toca: volver a mi antiguo instituto público con
sus detectores de metales y olvidarme de obtener una titulación. Pero es
que tengo este sitio atragantado.
Me rugieron las tripas. La ensalada de atún y las galletas saladas que
Raquel y yo habíamos compartido apenas habían conseguido matar el
hambre. Tendría que comer algo más en mi habitación, pero no quería que
Raquel se enterara.
—Seguro que la cosa mejora.
—¿Lo crees de verdad?
—No.
Nos miramos sin decir nada y de pronto estallamos en carcajadas.
A medida que las risas fueron apagándose, empecé a oír unos gritos,
aunque alejados, al otro lado del vestíbulo principal. Raquel se alojaba
junto al pasadizo abovedado central que comunicaba los dormitorios de
las chicas con la zona de aulas, de donde me parecía que procedían los
gritos.
—Eh, ¿oyes eso?
—Sí. —Raquel se enderezó para prestar atención, apoyándose en los
codos—. Creo que es una pelea.
—¿Una pelea?
—Confía en una persona que antes iba al peor instituto público de
Boston. Reconozco una pelea cuando la oigo.
—Vamos.
Cogí la bolsa de los libros y me dirigí a la puerta, pero Raquel me agarró
por la manga del jersey.
—¿Qué haces? ¿No querrás meterte en medio de una pelea? —dijo,
mirándome con los ojos abiertos como platos—. No te busques problemas.
Tenía razón, pero no la escuché. Si había una pelea, tenía que
asegurarme, por completo, de que Lucas no estaba implicado.
—Quédate si quieres, yo voy.
Raquel me dejó ir.
Me dirigí a la carrera hacia el lugar del que procedían los gritos y ahora
incluso chillidos.
—¡Acaba con él! —oí rugir a Courtney, como si estuviera disfrutando.
—¡Tíos, eh, tíos! —resonó la voz de Vic en el pasillo—. ¡Dejadlo ya!
Doblé la esquina con el corazón en un puño justo a tiempo de ver a
Erich dándole un puñetazo en la cara a Lucas.
Lucas cayó de espaldas y quedó despatarrado en el suelo delante de
todo el colegio. Los alumnos prototípicos de Medianoche se echaron a reír
y Courtney incluso aplaudió. Lucas tenía los labios manchados de sangre,
que contrastaba fuertemente sobre su piel clara. Cuando me vio entre la
gente, cerró los ojos con fuerza. Quizá la vergüenza dolía más que el
puñetazo.
—No vuelvas a insultarme —le avisó Erich, levantando las manos y
mirándolas como si estuviera satisfecho de lo que acababan de hacer.

Tenía los nudillos manchados con la sangre de Lucas—. O la próxima vez te
callaré la boca para siempre.
Lucas se enderezó sin apartar la mirada de Erich y un extraño silencio
se instaló entre los presentes. Como si de repente todo fuera mucho más
serio de lo que parecía, como si la pelea no hubiera hecho más que
empezar. Sin embargo, no fue miedo lo que sentí, sino expectación.
Impaciencia. Deseo de venganza.
—La próxima vez te aseguro que acabará de otra manera.
—Sí, no lo dudo —contestó Erich, con desenfado—, la próxima vez te
dolerá de veras.
Erich se marchó a grandes zancadas, siendo considerado como un héroe
por Courtney y quienes lo siguieron. Los demás se apresuraron a
desperdigarse antes de que apareciera algún profesor. Solo nos quedamos
Vic y yo.
Vic se arrodilló junto a Lucas.
—Por cierto, menuda pinta, das pena.
—Gracias por la delicadeza.
Lucas respiró hondo y soltó un gruñido. Vic le sirvió de apoyo y le ofreció
un pañuelo de papel acolchado para que se limpiara la sangre que le
goteaba de la nariz.
Yo no sabía qué decir, solo podía pensar en el aspecto lastimoso que
tenía Lucas. Estaba claro que Erich había podido con él.
Desde el incidente en la pizzería, consideraba a Lucas un tipo más duro
de lo que había creído en un principio, alguien que se metía en peleas a la
primera de cambio porque sí, sin motivo alguno. Y ahora acababa de
meterse en otra. ¿Acaso no demostraba eso que yo tenía razón? ¿O el
hecho de que se hubiera llevado la peor parte demostraba que, después
de todo, Lucas no era el tipo duro que había imaginado?
—¿Estás bien? —le pregunté al fin.
—Sí, no pasa nada. —Lucas ni siquiera me miró—. En realidad solo se
necesitan un par de muelas, las demás son de recambio.
—¿Te ha saltado un diente? —preguntó Vic, palideciendo por momentos.
—Me baila uno, pero creo que aguantará. —Lucas esperó unos segundos
antes de dirigirse a mí—. Te dije que esto ocurriría tarde o temprano.
Me había dicho que algún día sería un marginado en Medianoche y
estaba claro que ese día había llegado, pero ¿por qué intentaba dar a
entender que había sido él quien me había dejado por mi propio bien? Era
yo la que había roto nuestra relación.
—Lo importante es que estés bien —dije.
Volví a dejarlo, esta vez despatarrado en el suelo. Tal vez así
comprendería cuál de los dos estaba dejando a quién.
Me embargó una profunda tristeza y una sensación de desamparo que
me sacudió los hombros y me hizo un nudo en la garganta. Me mordí el
labio con tanta fuerza que me hice sangre. Me habría reconfortado volver
al dormitorio de Raquel, pero todavía no estaba preparada para
enfrentarme a sus preguntas, así que me encaminé hacia la biblioteca
para esconderme durante la siguiente media hora hasta la clase de
Ciencias Políticas. Seguro que encontraría algo que leer, tal vez un libro de
astronomía, incluso una revista de moda. Quizá me sentiría mejor si me
ocultaba detrás de un libro durante un rato.
Al acercarme a la puerta, esta se abrió de par en par y por ella asomó
Balthazar, quien echó un cómico vistazo al pasillo.
—¿Hay moros en la costa?
—¿Qué?
—Supongo que buscas refugio de la batalla campal entre Lucas y Erich.
—La batalla se ha acabado. —Suspiré—. Ha ganado Erich.
—Siento oír eso.
—¿De verdad? Creía que Lucas no le caía bien a casi nadie.
—No voy a negar que es un poco liante —dijo Balthazar—, pero Erich no
se queda atrás y él ya tiene aquí quien le apoye. Supongo que siento
debilidad por el más débil.
Me apoyé contra la pared. Estaba agotada, como si ya fuera
medianoche en vez de media tarde.
—A veces se respira tanta tensión en este lugar que me sorprende que
el edificio no se haga añicos como el cristal.
—Pues relájate. No estudies durante un rato —me propuso Balthazar,
zalamero.
—No vengo a estudiar. Creo que solo iba a pasar el rato.
—A pasar el rato... ¿en la biblioteca? Vale. ¿Sabes qué? —Se inclinó
ligeramente hacia mí—. Tienes que salir más.
No tenía ganas de reír, pero hice un esfuerzo por sonreír.
—Me subestimas.
—Entonces permíteme proponerte algo. —Balthazar vaciló lo suficiente
para darme tiempo a adivinar lo que estaba a punto de hacer. Me cogió la
mano—. Ven conmigo al Baile de otoño.
A pesar de las insinuaciones y las bromas de Patrice, jamás se me había
pasado por la cabeza que Balthazar pudiera pedirme que fuera al baile con
él. Era el chico más guapo de la escuela y podría haber invitado a quien le
diera la gana. Aunque nos llevábamos bien y éramos amigos, y a pesar de
no ser inmune a su irresistible encanto, jamás lo habría imaginado.
Ni que me lo pidiera, ni que mi primer impulso fuera decirle que no.
Si bien habría sido una grandísima estupidez. La única razón que se me
ocurría para rechazar la invitación de Balthazar era la esperanza de que
me lo pidiera otra persona y esa otra persona no iba a pedírmelo porque
yo la había echado de mi lado para siempre.
Balthazar me miró con infinita ternura y, al ver esos ojos castaños tan
esperanzados, solo pude contestar:
—Será un placer.
—Genial. —Cuando sonreía de esa manera, se le marcaba más el
hoyuelo de la barbilla—. Nos lo pasaremos bien.
—Gracias por pedírmelo.
Sacudió la cabeza y me miró como si no creyera lo que acababa de oír.
—El afortunado soy yo, créeme.
Le sonreí porque esa era una de las cosas más bonitas que nadie me
había dicho jamás. Una mentira como un piano teniendo en cuenta que el
chico más popular de la escuela iba a llevar al gran baile a la friqui de la
clase —no hacía falta decir quién era el afortunado de los dos—, pero muy
bonito al fin y al cabo.
Sin embargo, no había sentimiento en esa sonrisa. Me desprecié por
mirar el apuesto rostro de Balthazar deseando que fuera el de Lucas, pero
no pude evitarlo.


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