Después del
viaje a Riverton, me sentí como la imbécil que había roto
con Lucas por
una tontería.
Esos tipos de
la construcción habían estado bebiendo y, además, ellos
eran cuatro y
Lucas solo uno. Tal vez había tenido que demostrarles que
sabía lo que se
hacía para que no lo molieran a palos. Si no le había
quedado más
remedio, ¿qué derecho tenía yo a juzgarlo?
—¡Ni hablar!
—dijo Raquel, cuando me confié a ella al día siguiente,
paseando por
las inmediaciones del internado. Las hojas habían acabado
de cambiar de
color, por lo que los montes distantes ya no eran verdes,
sino rojizos y
dorados—. Si un tío se pone violento, te las piras. Y punto. Ya
puedes dar
gracias de haber descubierto cómo es en realidad antes de ser
tú el blanco de
su ira.
Su vehemencia
me dejó atónita.
—Parece como si
supieras muy bien de lo que estás hablando.
—¿Es que nunca
has visto un telefilme? —Raquel no me miró a los ojos
y siguió
jugueteando con la pulsera trenzada de cuero que llevaba en la
muñeca—. Todo
el mundo lo sabe: los hombres que pegan no son buenos.
—Ya sé que se
pasó tres pueblos, pero Lucas jamás me haría daño.
Raquel se
encogió de hombros y se arrebujó aun más en su chaqueta,
como si le
hubiera entrado frío, aunque fuera se estaba bien. Hasta ese
momento, no me
había preguntado hasta qué punto su discreto
comportamiento
y su aspecto masculino no responderían a un deseo de
desviar una
atención que no deseaba.
—Nadie piensa
que va a ocurrir algo malo hasta que ocurre. Además, no
paraba de
decirte que la gente de aquí daba asco y que no debías intimar
ni con tu
compañera de cuarto ni con nadie, ¿no es así?
—Bueno... Sí,
pero...
—Pero nada.
Lucas ha estado intentando aislarte de todo el mundo para
poder tener más
poder sobre ti. —Raquel sacudió la cabeza—. Estás mejor
sin él.
Yo sabía que se
equivocaba respecto a Lucas, pero también era
consciente de
que no había pasado tanto tiempo a su lado para conocerlo
a fondo.
¿Por qué había
empezado Lucas a criticar a mis padres? La única vez
que nos había
visto a todos juntos había sido en el cine y ellos se habían
mostrado
cordiales y afectuosos. Lucas había dicho que se guiaba por mi
patético
intento de fuga del primer día de clase, pero no sabía si creerle. Si
tenía algún
problema con mis padres, era obvio que se lo había inventado
él por alguna
extraña y paranoica razón con la que yo no quería tener
nada que ver.
Posibles explicaciones
acudieron a mi mente sin ser invitadas. Tal vez
había tenido
una novia antes de mí, por Europa, una chica elegante y
sofisticada que
había viajado alrededor del mundo, cuyos padres habían
sido unos
pedantes y se habían comportado injustamente con él. Quizá le
habían cerrado
la puerta en las narices, o incluso le habían prohibido
volver a ver a
su hija nunca más, y por eso ahora estaba escarmentado y
no confiaba en
nadie.
La historia que
había acabado de inventarme no me ayudó en lo más
mínimo. Primero:
me hizo sentir mal por Lucas, como si comprendiera por
qué se había
comportado de ese modo tan extraño cuando él no era así en
realidad. Y
segundo: me hizo sentir insegura al compararme con una
teórica novia
europea y sofisticada... ¿Y qué hay más patético que sentirse
amenazada por
una persona que ni siquiera existe?
Creo que hasta
ese momento, hasta separarnos y tener razones de peso
para mantenerme
alejada de él, no comprendí lo importante que Lucas era
para mí. La
clase de Química, la única a la que íbamos juntos, era una
hora de tortura
diaria. Era como si lo sintiera cerca de mí igual que se
siente el calor
que desprende el fuego de un hogar en una habitación fría.
Sin embargo, no
me dirigí a él en ningún momento, y él hizo otro tanto,
respetando el
silencio que yo había impuesto y que mantenía. Me
resultaba
imposible imaginar que él estuviera sufriendo más que yo. La
lógica dictaba
que lo mejor para mí era alejarme de él, pero la lógica me
importaba bien
poco. Lo echaba de menos a todas horas y daba la
impresión de
que, cuanto más me decía que lo dejara en paz, más
deseaba estar
con él.
¿Se sentiría él
igual? No tenía ni idea; lo único que sabía era que se
equivocaba
respecto a mis padres.
—¿Cómo estás,
Bianca? —me preguntó mi madre con ternura, mientras
aclarábamos los
platos de la cena del domingo.
No había
dormido bien, apenas había probado bocado y lo único que me
apetecía era
esconder la cabeza debajo de una manta los siguientes dos
años más o
menos. Sin embargo, por primera vez en mi vida no tenía
ganas de
compartir mis preocupaciones con ellos. Eran sus profesores y no
sería justo
para él que les contara lo que Lucas opinaba de ellos. Además,
hablar del
hecho de que Lucas y yo al parecer habíamos acabado incluso
antes de
empezar solo habría conseguido ahondar en la herida.
—Estoy bien.
Mis padres
intercambiaron una mirada. Sabían que estaba mintiendo,
pero no me
presionaron.
—¿Sabes qué? No
hace falta que te vuelvas ya a tu habitación —dijo mi
padre,
dirigiéndose hacia el equipo de música.
—¿De verdad?
Por lo general,
según las normas de la cena de los domingos, debía
regresar a mi
dormitorio para ponerme a estudiar poco después de acabar
de cenar.
—La noche está
despejada y se me ha ocurrido que tal vez te gustaría
echar una
ojeada por el telescopio. Además, estaba a punto de poner
Frank Sinatra y
sé lo que te gusta la voz.
—Fly Me
to the Moon —le pedí, y al cabo de escasos segundos Frank
cantaba para
nosotros.
Les enseñé la
galaxia de Andrómeda. Les pedí que primero buscaran
Pegaso en el
firmamento y que luego se dirigieran hacia el noreste hasta
que toparan con
el suave y difuso resplandor de un billón de estrellas
lejanas.
Después de eso, pasé un buen rato paseándome por el cosmos y
saludando a las
estrellas conocidas como a mis viejas amigas.
Al día
siguiente, vi a Lucas en el pasillo de camino a la clase de Historia
en el mismo
momento en que él me vio a mí. La luz tamizada por los
cristales de la
vidriera lo bañaba con los colores del otoño, y pensé que
nunca había
estado tan guapo.
Sin embargo,
cuando nuestras miradas se encontraron, el momento
perdió toda su
belleza. Lucas parecía resentido, y tan desorientado y
desamparado
como yo desde la pelea del restaurante, que por un
angustioso
momento me sentí responsable de su desdicha. Sin embargo,
en sus ojos
también adiviné el sentimiento de culpabilidad, aunque
enseguida
apretó la mandíbula y dio media vuelta, con los hombros
ligeramente
vencidos. Segundos después, había desaparecido entre la
marea de
uniformes, una persona invisible más de Medianoche.
Tal vez
estuviera repitiéndose una vez más que lo mejor era mantenerse
alejado de la
gente. Recordé cómo se había comportado estando juntos,
mucho más
relajado y feliz, más libre, y la idea de que yo hubiera podido
obligarle a
apartarse de los demás se me hizo insoportable.
—Lucas está de
un bajón que no veas —me informó Vic ese mismo día,
cuando nos
topamos en la escalera un poco después. Por una vez en su
vida, Vic iba
vestido de manera formal, al menos de los tobillos para arriba
porque las
deportivas rojas de bota que llevaba en los pies definitivamente
no formaban
parte del uniforme—. Vale, de todos modos el tío siempre ha
tenido sus
rollos raros, pero es que está raro que te cagas. Superraro.
Megarraro.
Rarito extremo.
Vic hizo una
cruz con los brazos para dibujar la «x» de extremo.
—¿Te ha enviado
para que defiendas su caso? —dije, con intención de
parecer
desenfadada, aunque creo que no me salió muy bien; tenía la voz
tan carrasposa
que cualquiera habría adivinado que había estado llorando,
incluso alguien
tan despistado como Vic.
—No me ha
envidado él, no le pega. —Vic se encogió de hombros—. Es
que me
preguntaba de qué va este drama.
—No hay ningún
drama.
—Ya lo creo que
sí, un dramón, y ya veo que tú no vas a soltar prenda;
pero, eh, no
pasa nada, porque no es asunto mío.
Menudo chasco.
Me habría enfadado si Lucas hubiera enviado a Vic para
discutir el
asunto en su nombre, pero aun fue peor comprender que Lucas
iba a darse por
vencido sin luchar.
—Vale.
Vic me dio un
codazo amistoso.
—Tú y yo
seguimos siendo amigos, ¿no? Que sepáis que en este divorcio
tenéis la
custodia compartida. Amplios derechos de visitas.
—¿Divorcio? —Me
eché a reír a mi pesar. Solo a Vic se le ocurriría llamar
divorcio al
resultado de una primera cita que había salido mal—. Seguimos
siendo amigos.
En realidad
antes tampoco habíamos sido exactamente amigos, así que
lo de «seguir
siéndolo» era un poco exagerado, pero habría resultado de
muy mal gusto
sacar aquello a relucir. Además, Vic me gustaba.
—Excelente. Los
bichos raros tienen que mantenerse unidos en estos
sitios.
—¿Me estás
llamando bicho raro?
—Es el mayor
honor que puedo concederte. —Extendió los brazos
mientras
caminábamos por los pasillos, abarcándolo todo en ese gesto: los
altos techos,
las oscuras volutas de madera que enmarcaban vestíbulos y
puertas, y la
luz tamizada que se filtraba a través de los viejos ventanales
y que dibujaba
largas e irregulares sombras en el suelo—. Este lugar es la
capital de lo
raro. Lo que es raro aquí es normal en cualquier otro sitio.
Bueno, al menos
esa es mi opinión.
Suspiré.
—¿Sabes? Creo
que tienes más razón que un santo.
Vic tenía toda
la razón del mundo al decir que me convenía tener todos
los amigos que
pudiera en un lugar como la Academia Medianoche. No es
que ese sitio
me hubiera gustado nunca, pero el poco tiempo que había
pasado con
Lucas me había hecho comprender lo que se siente cuando no
se está
completamente sola, y ahora que lo había perdido, el relieve de mi
desamparo
resaltaba con mayor nitidez. Saber lo distinto que podría haber
sido solo
conseguía que fuera aun más duro soportar la hostilidad y la
intimidación
que se respiraba en ese lugar.
El cambio de
estación tampoco resultaba de mucha ayuda. El estilo
gótico del
edificio había quedado ligeramente suavizado por la exuberante
hiedra y las
lomas cubiertas de césped. Los ventanales estrechos y la luz
de tintes
extraños no habían conseguido enmascarar por completo el
fulgor del sol
de finales de verano. Sin embargo, ahora anochecía cada vez
más pronto, lo
que hacía que Medianoche pareciera más aislada que
nunca. A medida
que bajaban las temperaturas, un frío perpetuo se
deslizaba en
las aulas y los dormitorios y a veces parecía que los flecos de
la escarcha en
los cristales estuvieran intentando abrirse camino a través
del vidrio.
Incluso las bellas hojas otoñales susurraban estremecidas por el
rumor solitario
del viento. Ya habían empezado a caer y dejaban las
primeras ramas
desnudas como garras descarnadas que escarbaban en un
cielo
encapotado.
Me pregunté si
los fundadores de la academia habrían instaurado el
Baile de otoño
para levantar el ánimo de los estudiantes en un momento
del año tan
lánguido.
—No creo —opinó
Balthazar.
Compartíamos
mesa en la biblioteca. Me había invitado a estudiar con él
un par de días
después del fatídico viaje a Riverton. En mi antiguo colegio
no había
estudiado con nadie, porque «estudiar» normalmente se
convertía en
«hablar y gandulear», y luego los trabajos se hacían
interminables.
Prefería llevarme los deberes y hacerlos yo sola. Resultó
que Balthazar
era de la misma opinión y habíamos pasado un montón de
tiempo juntos
en las últimas dos semanas, trabajando el uno al lado del
otro sin apenas
intercambiar una palabra durante horas. De hecho, no
hablábamos
hasta que empezábamos a recoger los libros.
—Sospecho que
los fundadores de la academia adoraban el otoño. Creo
que saca a
relucir la verdadera naturaleza de Medianoche.
—Por eso
necesitarían animarse.
Balthazar
sonrió y se colgó la cartera de cuero al hombro.
—No es la peor
academia sobre la faz de la tierra, Bianca. —Balthazar
solo quería
provocarme, aunque su preocupación por mí era genuina—. Me
gustaría que te
lo pasaras mejor aquí.
—Ya somos dos
—dije, echando un vistazo al rincón donde unos minutos
antes había
visto que Lucas estaba leyendo.
Seguía allí. Su
cabello reflejaba la luz de la lamparilla, pero él ni siquiera
se dignó a
volver la vista hacia nosotros.
—Podría
gustarte si de verdad le dieras una oportunidad. —Balthazar
sujetó la
puerta de la biblioteca para que yo pasara—. Deberías explorar
un poco más y
poner un poco más de tu parte para conocer gente.
Me lo quedé
mirando.
—¿Como
Courtney?
—Corrijo: poner
un poco más de tu parte para conocer a la gente
adecuada.
Cuando
Balthazar dijo «adecuada» no se refería a los más ricos o a los
más populares,
se refería a los que realmente valía la pena conocer. Hasta
el momento, el
único de los alumnos típicamente de allí que pudiera valer
la pena conocer
era el propio Balthazar, así que pensé que tampoco lo
estaba haciendo
tan mal.
—No creo que
Medianoche sea adecuada para nadie —le confesé—. Al
menos seguro
que para mí no. Sé que cumple con su cometido, pero te
aseguro que
cuando acaben las clases seré la persona más feliz del
mundo.
—Yo también,
pero no por la misma razón. —Balthazar caminaba a mi
lado con paso
lento, midiendo su larga zancada con cuidado para que yo
no me quedara
atrás. A veces me sorprendía lo grande que era, alto y
fornido, de
constitución fuerte, y sentía un extraño y pequeño hormigueo
en el
estómago—. Gracias a Medianoche, tengo la sensación de que puedo
llegar a
comprender el mundo, a manejarme en él sin problemas. Las
materias nuevas
que estudio, todo lo que aprendo... Es como si estuviera
impaciente por
salir ahí fuera para probarlo por mi cuenta.
Su entusiasmo
no bastaba para conseguir reconciliarme con la
academia, pero
me hizo sonreír por primera vez en lo que ya me parecían
siglos.
—Bueno, al
menos uno de los dos es feliz.
—Espero que
ambos lo seamos dentro de poco —contestó Balthazar, en
voz baja.
Tenía sus ojos
negros clavados en mí y volví a sentir el cálido
hormigueo.
Habíamos
llegado al pasadizo abovedado que conducía al ala de los
dormitorios de
las chicas, y Balthazar se detuvo justo en la frontera. Era
fácil
imaginárselo en el siglo XIX, con sus finos modales. Una sonrisa
asomó a mis
labios al pensar en él haciendo una reverencia.
Balthazar
parecía a punto de decir algo, pero en ese momento apareció
Patrice, quien
por lo visto ya había acabado de estudiar.
—Ah, Bianca,
estás aquí. —Entrelazó su brazo con el mío con toda
naturalidad,
como si fuéramos amigas íntimas—. Tienes que explicarme
los deberes que
nos han puesto en Tecnología moderna, no entiendo nada.
—Esto... De
acuerdo. —Volví la vista atrás mientras me arrastraban por
el pasillo y le
dije adiós con la mano a Balthazar, quien parecía más
divertido que
molesto—. Estábamos hablando —le susurré a Patrice.
—Ya me he dado
cuenta —respondió del mismo modo—. Así se quedará
con las ganas
de seguir hablando contigo y, cuantas más ganas tenga,
antes irá a
buscarte.
—¿De verdad?
—Te lo digo por
experiencia. Además, no es broma, necesito que me
ayudes con los
deberes.
No era la
primera vez que tenía que auxiliar a Patrice en esa asignatura
en concreto, ni
la última que me preguntaba por qué me molestaba en
decir que sí a
todo.
—Ningún
problema —contesté en un suspiro.
Patrice rió
tontamente y por un momento casi me pareció una cría.
—Si te interesa
mi opinión, Balthazar es el hombre más atractivo de la
escuela. No es
que sea mi tipo precisamente, pero ¿has visto qué espalda?
¿Y esos ojos
oscuros? Te lo has montado bien.
—Solo somos
amigos —protesté, mientras regresábamos a nuestro
cuarto.
—Solo amigos,
ya —dijo Patrice, con ojillos traviesos—. Me pregunto si
Courtney
estaría de acuerdo.
Levanté las
manos para intentar cortar esa conversación antes de que
se volviera más
incómoda de lo que ya era.
—No le digas
nada a Courtney de esto, ¿vale? No quiero problemas.
Patrice enarcó
una ceja.
—¿Que no le
hable de qué? Creía que me habías dicho que no había
nada que
contar.
—Si quieres que
te ayude con los deberes, será mejor que dejes el
tema. Ya.
Ligeramente
ofendida, Patrice se encogió de hombros.
—Como quieras.
Yo en tu lugar estaría encantada de atraer la atención
de un tipo como
Balthazar, pero, de acuerdo, hablemos de los deberes en
su lugar.
Para ser
sincera, me halagaba gustarle a Balthazar. No tenía demasiado
claro que él
quisiera ser otra cosa más que amigos, pero estaba
convencida de
que a veces tonteaba conmigo. Después del desastre con
Lucas, sentaba
muy bien que alguien coqueteara conmigo como si de
verdad fuera
guapa y fascinante en vez de la chica tímida y patosa del
rincón.
Balthazar era
amable, inteligente y tenía un sentido del humor muy fino.
Le caía bien a
todo el mundo, seguramente porque todo el mundo parecía
caerle bien a
él. Incluso Raquel, quien detestaba a prácticamente todos los
alumnos
«legítimos», lo saludaba por los pasillos y él siempre respondía.
No era ni un
pedante ni se comportaba de manera fría y distante. Además
de ser
irresistible.
En definitiva:
era todo lo que una chica podía pedir. Pero no era Lucas.
En mi antiguo
colegio, los profesores siempre decoraban las aulas
cuando llegaba
Halloween. Se colocaban calabazas de plástico naranja en
las ventanas
para llenarlas de caramelos y barritas de chocolate, y las
brujas de papel
volaban por todas las paredes. El año pasado, la directora
había colgado
luces de colores en el marco de la puerta de su despacho,
en la que
también había un cartel que decía en letras verdes de caligrafía
irregular: ¡Uh!
Siempre me había parecido una horterada y jamás se me
habría pasado
por la cabeza que algún día lo echaría de menos.
No se colgaban
adornos en Medianoche.
—Igual creen
que las gárgolas ya dan bastante miedo —sugirió Raquel
mientras
comíamos en su dormitorio.
Recordé la que
había al otro lado de la ventana de mi habitación y traté
de imaginarla
envuelta en lucecitas de colores.
—Sí, ya sé a
qué te refieres. Cuando la escuela ya es una mazmorra
espantosa,
húmeda y oscura de por sí, sobran los adornos de Halloween.
—Qué lástima
que no podamos montar una casa encantada. Para los
niños pequeños
de Riverton, digo. Podríamos adornarla para que diera
mucho miedo y
disfrazarnos de demonios un fin de semana. Algunos de
estos capullos
ni siquiera tendrían que esforzarse demasiado. Podríamos
recaudar dinero
para la escuela.
—No creo que la Academia Medianoche
ande escasa de fondos.
—Vale, tienes
razón —admitió—, pero tal vez podríamos recaudar dinero
para la
beneficencia. Como un teléfono de ayuda, o un teléfono de la
esperanza o
algo así. Supongo que a la gente de aquí le importa un
pimiento la
beneficencia, pero tal vez lo harían para ponerlo en sus
solicitudes de
ingreso universitarias. Todavía no he oído mencionar la
universidad a
ninguna de ellas, seguramente porque esas estúpidas brujas
tendrán
parientes en Harvard o en Yale, o en una de esas, pero de todos
modos tendrán
que rellenar la solicitud, así que tal vez aprueben la idea,
¿no?
Veía pasar las
imágenes a toda velocidad en mi cabeza: telarañas en las
escaleras, las
risas demoníacas de los alumnos rebotando contra las
paredes del vestíbulo
principal e inocentes niños pequeños mirándolo todo
con ojos
desorbitados por el terror mientras Courtney o Vidette agitaban
unas uñas
largas y negras sobre sus cabezas.
—Aunque ya es
un poco tarde, solo quedan dos semanas para
Halloween. Tal
vez el año que viene.
—Si el año que
viene vuelvo a estar aquí, por favor, pégame un tiro —
rezongó Raquel,
dejándose caer en su cama—. Mis padres dicen que voy a
tener que
aguantarme, que para eso me saqué una beca, para venir aquí,
y que si no ya
sé lo que me toca: volver a mi antiguo instituto público con
sus detectores
de metales y olvidarme de obtener una titulación. Pero es
que tengo este
sitio atragantado.
Me rugieron las
tripas. La ensalada de atún y las galletas saladas que
Raquel y yo
habíamos compartido apenas habían conseguido matar el
hambre. Tendría
que comer algo más en mi habitación, pero no quería que
Raquel se
enterara.
—Seguro que la
cosa mejora.
—¿Lo crees de
verdad?
—No.
Nos miramos sin
decir nada y de pronto estallamos en carcajadas.
A medida que
las risas fueron apagándose, empecé a oír unos gritos,
aunque
alejados, al otro lado del vestíbulo principal. Raquel se alojaba
junto al
pasadizo abovedado central que comunicaba los dormitorios de
las chicas con
la zona de aulas, de donde me parecía que procedían los
gritos.
—Eh, ¿oyes eso?
—Sí. —Raquel se
enderezó para prestar atención, apoyándose en los
codos—. Creo
que es una pelea.
—¿Una pelea?
—Confía en una
persona que antes iba al peor instituto público de
Boston. Reconozco
una pelea cuando la oigo.
—Vamos.
Cogí la bolsa
de los libros y me dirigí a la puerta, pero Raquel me agarró
por la manga
del jersey.
—¿Qué haces?
¿No querrás meterte en medio de una pelea? —dijo,
mirándome con
los ojos abiertos como platos—. No te busques problemas.
Tenía razón,
pero no la escuché. Si había una pelea, tenía que
asegurarme, por
completo, de que Lucas no estaba implicado.
—Quédate si
quieres, yo voy.
Raquel me dejó
ir.
Me dirigí a la
carrera hacia el lugar del que procedían los gritos y ahora
incluso
chillidos.
—¡Acaba con él!
—oí rugir a Courtney, como si estuviera disfrutando.
—¡Tíos, eh,
tíos! —resonó la voz de Vic en el pasillo—. ¡Dejadlo ya!
Doblé la
esquina con el corazón en un puño justo a tiempo de ver a
Erich dándole
un puñetazo en la cara a Lucas.
Lucas cayó de
espaldas y quedó despatarrado en el suelo delante de
todo el
colegio. Los alumnos prototípicos de Medianoche se echaron a reír
y Courtney
incluso aplaudió. Lucas tenía los labios manchados de sangre,
que contrastaba
fuertemente sobre su piel clara. Cuando me vio entre la
gente, cerró
los ojos con fuerza. Quizá la vergüenza dolía más que el
puñetazo.
—No vuelvas a
insultarme —le avisó Erich, levantando las manos y
mirándolas como
si estuviera satisfecho de lo que acababan de hacer.
Tenía los
nudillos manchados con la sangre de Lucas—. O la próxima vez te
callaré la boca
para siempre.
Lucas se
enderezó sin apartar la mirada de Erich y un extraño silencio
se instaló
entre los presentes. Como si de repente todo fuera mucho más
serio de lo que
parecía, como si la pelea no hubiera hecho más que
empezar. Sin
embargo, no fue miedo lo que sentí, sino expectación.
Impaciencia.
Deseo de venganza.
—La próxima vez
te aseguro que acabará de otra manera.
—Sí, no lo dudo
—contestó Erich, con desenfado—, la próxima vez te
dolerá de
veras.
Erich se marchó
a grandes zancadas, siendo considerado como un héroe
por Courtney y
quienes lo siguieron. Los demás se apresuraron a
desperdigarse
antes de que apareciera algún profesor. Solo nos quedamos
Vic y yo.
Vic se
arrodilló junto a Lucas.
—Por cierto,
menuda pinta, das pena.
—Gracias por la
delicadeza.
Lucas respiró
hondo y soltó un gruñido. Vic le sirvió de apoyo y le ofreció
un pañuelo de
papel acolchado para que se limpiara la sangre que le
goteaba de la
nariz.
Yo no sabía qué
decir, solo podía pensar en el aspecto lastimoso que
tenía Lucas.
Estaba claro que Erich había podido con él.
Desde el
incidente en la pizzería, consideraba a Lucas un tipo más duro
de lo que había
creído en un principio, alguien que se metía en peleas a la
primera de
cambio porque sí, sin motivo alguno. Y ahora acababa de
meterse en
otra. ¿Acaso no demostraba eso que yo tenía razón? ¿O el
hecho de que se
hubiera llevado la peor parte demostraba que, después
de todo, Lucas
no era el tipo duro que había imaginado?
—¿Estás bien?
—le pregunté al fin.
—Sí, no pasa
nada. —Lucas ni siquiera me miró—. En realidad solo se
necesitan un
par de muelas, las demás son de recambio.
—¿Te ha saltado
un diente? —preguntó Vic, palideciendo por momentos.
—Me baila uno,
pero creo que aguantará. —Lucas esperó unos segundos
antes de
dirigirse a mí—. Te dije que esto ocurriría tarde o temprano.
Me había dicho
que algún día sería un marginado en Medianoche y
estaba claro
que ese día había llegado, pero ¿por qué intentaba dar a
entender que
había sido él quien me había dejado por mi propio bien? Era
yo la que había
roto nuestra relación.
—Lo importante
es que estés bien —dije.
Volví a
dejarlo, esta vez despatarrado en el suelo. Tal vez así
comprendería
cuál de los dos estaba dejando a quién.
Me embargó una
profunda tristeza y una sensación de desamparo que
me sacudió los
hombros y me hizo un nudo en la garganta. Me mordí el
labio con tanta
fuerza que me hice sangre. Me habría reconfortado volver
al dormitorio
de Raquel, pero todavía no estaba preparada para
enfrentarme a
sus preguntas, así que me encaminé hacia la biblioteca
para esconderme
durante la siguiente media hora hasta la clase de
Ciencias
Políticas. Seguro que encontraría algo que leer, tal vez un libro de
astronomía,
incluso una revista de moda. Quizá me sentiría mejor si me
ocultaba detrás
de un libro durante un rato.
Al acercarme a
la puerta, esta se abrió de par en par y por ella asomó
Balthazar,
quien echó un cómico vistazo al pasillo.
—¿Hay moros en
la costa?
—¿Qué?
—Supongo que
buscas refugio de la batalla campal entre Lucas y Erich.
—La batalla se
ha acabado. —Suspiré—. Ha ganado Erich.
—Siento oír
eso.
—¿De verdad?
Creía que Lucas no le caía bien a casi nadie.
—No voy a negar
que es un poco liante —dijo Balthazar—, pero Erich no
se queda atrás
y él ya tiene aquí quien le apoye. Supongo que siento
debilidad por
el más débil.
Me apoyé contra
la pared. Estaba agotada, como si ya fuera
medianoche en
vez de media tarde.
—A veces se
respira tanta tensión en este lugar que me sorprende que
el edificio no
se haga añicos como el cristal.
—Pues relájate.
No estudies durante un rato —me propuso Balthazar,
zalamero.
—No vengo a
estudiar. Creo que solo iba a pasar el rato.
—A pasar el
rato... ¿en la biblioteca? Vale. ¿Sabes qué? —Se inclinó
ligeramente
hacia mí—. Tienes que salir más.
No tenía ganas
de reír, pero hice un esfuerzo por sonreír.
—Me subestimas.
—Entonces
permíteme proponerte algo. —Balthazar vaciló lo suficiente
para darme
tiempo a adivinar lo que estaba a punto de hacer. Me cogió la
mano—. Ven
conmigo al Baile de otoño.
A pesar de las
insinuaciones y las bromas de Patrice, jamás se me había
pasado por la
cabeza que Balthazar pudiera pedirme que fuera al baile con
él. Era el
chico más guapo de la escuela y podría haber invitado a quien le
diera la gana.
Aunque nos llevábamos bien y éramos amigos, y a pesar de
no ser inmune a
su irresistible encanto, jamás lo habría imaginado.
Ni que me lo
pidiera, ni que mi primer impulso fuera decirle que no.
Si bien habría
sido una grandísima estupidez. La única razón que se me
ocurría para
rechazar la invitación de Balthazar era la esperanza de que
me lo pidiera
otra persona y esa otra persona no iba a pedírmelo porque
yo la había
echado de mi lado para siempre.
Balthazar me
miró con infinita ternura y, al ver esos ojos castaños tan
esperanzados,
solo pude contestar:
—Será un
placer.
—Genial.
—Cuando sonreía de esa manera, se le marcaba más el
hoyuelo de la
barbilla—. Nos lo pasaremos bien.
—Gracias por
pedírmelo.
Sacudió la
cabeza y me miró como si no creyera lo que acababa de oír.
—El afortunado
soy yo, créeme.
Le sonreí
porque esa era una de las cosas más bonitas que nadie me
había dicho
jamás. Una mentira como un piano teniendo en cuenta que el
chico más
popular de la escuela iba a llevar al gran baile a la friqui de la
clase —no hacía
falta decir quién era el afortunado de los dos—, pero muy
bonito al fin y
al cabo.
Sin embargo, no
había sentimiento en esa sonrisa. Me desprecié por
mirar el
apuesto rostro de Balthazar deseando que fuera el de Lucas, pero
no pude
evitarlo.
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