jueves, 3 de febrero de 2005

Capitulo 7


Los primeros paquetes llegaron con el reparto del correo de
Halloween: enormes cajas de cartón, algunas de las cuales llevaban
impresas elegantes etiquetas de tiendas caras, unas cuantas con
direcciones de Nueva York y París. La de Patrice venía de Milán.
—Lila. ¿No crees que es un color precioso? —El papel de tisú crujió al
sacar el vestido para el Baile de otoño. Patrice se puso la tela de seda de
color claro sobre el cuerpo, supuestamente para que yo viera cómo le
quedaba, aunque lo que en realidad le apetecía era estrecharlo contra ella
—. Sé que ahora mismo no está de moda, pero lo adoro.
—Vas a estar guapísima. —Era fácil adivinar que ese color casaría a la
perfección con su tono de piel—. Debes de haber ido a cientos de fiestas
como esta.
Patrice fingió modestia.
—Ah, con el tiempo todas parecen iguales. ¿Será tu primer baile?
—Celebraron un par en mi antiguo colegio —dije, sin mencionar que se
hicieron en el gimnasio y que de la música se encargó el friqui de
audiovisuales, quien se dedicó a poner sus mezclas cutres.
Patrice no habría sabido de qué le hablaba, y habría entendido menos
aún el hecho de que yo me pasara ambos bailes de pie como un
pasmarote, apoyada contra una pared, o escondida en el lavabo de las
chicas.
—Bueno, pues te vas a llevar una sorpresa muy agradable. Ya no se
celebran bailes como estos. Son mágicos, Bianca, de verdad.
Se le iluminó el rostro al pensar en ello y deseé poder compartir su
emoción.
Las dos semanas que transcurrieron entre la invitación de Balthazar y el
baile fueron muy confusas a causa del torbellino de emociones que me
lanzaba en direcciones opuestas cada dos por tres. Tan pronto estaba con
mi madre mirando vestidos en un catálogo para elegir el que más me
gustara, como horas después empezaba a echar tanto de menos a Lucas
que apenas podía respirar. Balthazar me sonrió para darme ánimos
durante una de las clases interrogatorio de la señora Bethany, y solo
pensar en la magnífica persona que era hizo que me embargara una
oleada de culpabilidad porque creí estar dándole falsas esperanzas. No es
que él se hubiera arrodillado delante de mí y me hubiera prometido amor
eterno, pero estaba convencida de que esperaba de mí algo más profundo
de lo que yo sentía por él.
De noche, tumbada en la cama, imaginaba que Balthazar me besaba y
me sujetaba la cara entre sus manos. No significaba nada, podría haber
estado recordando una escena de una película. Luego, a medida que me
adormecía y mis pensamientos empezaban a divagar, las fantasías
cambiaban. Los ojos oscuros que tenía clavados en mí se volvían de color
verde bosque y era Lucas quien estaba conmigo, sus labios sobre los míos.
Nunca había besado a nadie, pero conseguía imaginarlo con claridad
meridiana mientras me revolvía inquieta bajo las sábanas. Mi cuerpo
parecía mucho más experto que yo. Se me aceleraba el corazón, notaba
las mejillas encendidas por el calor y había veces que apenas conseguía
dormir. Las fantasías con Lucas eran mejores que cualquier sueño.
Me dije que no podía seguir así. Iba a asistir al Baile de otoño con el
chico más guapo de toda la escuela. Era lo único realmente bueno que me
había ocurrido hasta el momento en la Academia Medianoche y quería
disfrutarlo. Sin embargo, por mucho que me lo repitiera, en realidad nunca
conseguía llegar a convencerme de que el baile fuera a alegrarme la vida.
Sin embargo, todo cambió cuando me puse el vestido la noche del baile.
—He metido un poco la cintura. —Mi madre llevaba una cinta métrica
colgada del cuello y unos cuantos alfileres prendidos en los puños de la
camisa. Sabía coser cualquier prenda que se te pasara por la cabeza, en
realidad era una artista de la aguja, y me había modificado el vestido
comprado por catálogo. Sin embargo, no había manera de que hiciera lo
mismo con los uniformes. Se escudaba en la excusa de que no tenía
tiempo y acabó sugiriéndome que aprendiera a coser, aunque sin éxito. Mi
madre no era amante de las máquinas de coser, y yo no me imaginaba
pasándome las tardes libres de los domingos aprendiendo a usar el dedal
—. También he bajado un poco el cuello.
—¿Quieres que me exhiba delante de los chicos? —Nos echamos a reír.
Sería un poco ridículo que me comportara con pudor estando allí de pie
delante de ella en bragas y con un sostén sin tirantes—. Esto y los kilos de
maquillaje que llevo... Creo que estás buscándote un problema con papá.
—Tu padre lo superará, sobre todo cuando vea lo guapa que vas a estar.
Me puse el vestido, de color negro azulado, que susurró suavemente
cuando mi madre me ayudó a enfundármelo. Al subirme la cremallera del
costado, creí que me lo había ceñido demasiado, pero cuando abrochó el
corchete vi que todavía podía respirar. El corpiño, que acababa
fundiéndose con la falda del vestido, me quedaba como un guante.
—Guau —susurré, alisando la tela suave y vaporosa con las manos,
disfrutando del agradable tacto que tenía—. Quiero verme.
Mi madre me detuvo antes de que pudiera acercarme al espejo.
—Espera. Primero tengo que peinarte.
—¡Pero si solo quiero ver el vestido, no el pelo!
—Confía en mí. Ya verás como vale la pena esperar para ver el efecto
completo. —Sonrió satisfecha—. Además, me lo estoy pasando bomba.
No podía decirle que no a la mujer que se había pasado la última
semana retocando el vestido, así que me senté en el borde de la cama y
dejé que empezara a peinarme y a trenzarme el pelo.
—Balthazar es un chico muy majo —dijo—. Al menos esa es la impresión
que da.
—Sí, sí que lo es.
—Hum... No pareces muy convencida.
—No es eso. Al menos, no pretendo dar esa impresión. —Así no iba a
conseguir engañar a nadie, ni siquiera a mí—. Es que no lo conozco
demasiado, nada más.
—Os pasáis estudiando juntos todo el tiempo. Yo diría que lo conoces
bastante bien para una primera cita. —Los diestros dedos de mi madre me
entretejieron una elegante trenza en la sien—. ¿Tiene algo que ver con
Lucas? ¿Qué os ha ocurrido?
«Intentó ponerme en vuestra contra y luego se metió en una pelea con
unos obreros de la construcción en la ciudad, mamá. Así que ya ves que es
lógico que sea él con quien quiero estar. Ahora seguramente papá y tú
querréis salir detrás de Lucas con antorchas en la mano.»
—En realidad nada. No estamos hechos el uno para el otro. Eso es todo.
—Pero a ti sigue gustándote —dijo mi madre con tanta dulzura que me
entraron ganas de volverme y abrazarla—. Si te sirve de consuelo, salta a
la vista que Balthazar y tú tenéis más en común. Es una persona seria.
Aunque ya estoy anticipándome. Tienes dieciséis años y no te hace falta
pensar en relaciones serias, lo que necesitas es pasártelo bien en el baile.
—Me lo pasaré bien. Solo llevar este vestido ya hace que merezca la
pena.
—Le falta algo. —Mi madre se colocó delante de mí e inspeccionó su
trabajo con las manos en jarras, hasta que se le iluminó la cara—. ¡Eureka!
—Mamá, ¿qué haces? —Para mi espanto, se acercó al telescopio con las
tijeras en la mano y empezó a cortar los extremos de las ristras de papel
de estrellas de origami—. ¡Mamá! ¡Esas me gustaban mucho!
—Ya lo arreglaremos después. —Tenía dos hileras pequeñas en las
manos, las que tenían las estrellas más pequeñitas en los extremos. La
pintura plateada lanzó un destelló al ponérmelas en las manos—. Aguanta
un momento.
—Estás como una cabra —dije al comprender lo que pretendía hacer.
—A ver si ahora dices lo mismo —dijo mi madre, después de colocar el
último prendedor en su lugar y obligarme a dar media vuelta para que me
viera en el espejo—. Mira.
Al principio me costó creer que quien se reflejaba en el espejo fuera yo.
El vestido negro azulado hacía que mi piel pareciera tan suave y perfecta
como la seda. El maquillaje no se diferenciaba demasiado del que solía
llevar, pero las manos expertas de mi madre le habían aportado un matiz
más difuminado. Diminutas trenzas de distintos anchos arrancaban desde
la frente y luego mi cabello pelirrojo oscuro caía por detrás, hasta el
cuello, como debían de haberlo llevado las mujeres en la Edad Media. En
vez de una diadema de flores como las que lucían en las fotos antiguas, yo
llevaba estrellas plateadas en el pelo, lo bastante pequeñas para que
parecieran horquillas adornadas, que desprendían destellos cada vez que
movía la cabeza para mirarme desde todos los ángulos.
—¡Mamá! ¿Cómo lo has hecho?
Las lágrimas se agolparon en los ojos de mi madre. Con todo el cariño
del mundo: era una boba.
—Teniendo una hija guapísima.
Mi madre no paraba de decirme que era guapa, pero nunca la había
creído hasta ese momento. No era una chica de portada de revista como
Courtney o Patrice, pero no estaba nada mal.
Al entrar en el comedor, mi padre pareció sorprenderse tanto como yo.
Mis padres se abrazaron.
—Lo hicimos bien, ¿eh? —le susurró mi madre.
—Ni que lo digas.
Se besaron como si no estuviera allí. Carraspeé.
—Esto... Chicos. ¿No eran los adolescentes los que se lo hacían en los
bailes de gala?
—Perdona, cariño. —Mi padre me puso una mano en el hombro. La sentí
fría, como si yo desprendiera calor—. Estás deslumbrante. Espero que
Balthazar sea consciente de lo afortunado que es.
—Más le vale —dije, y se rieron.
Temí que mis padres quisieran bajar conmigo, pero para mi alivio se
quedaron arriba. Eso habría sido llevar la vigilancia del alumnado
demasiado lejos. Además, me alegré de tener unos minutos para mí sola
de camino al baile. Me recogí la falda del vestido con una mano mientras
descendía los escalones como en una nube. Esos momentos me dieron la
oportunidad de convencerme de que todo aquello era real y no un sueño.
De abajo llegaba el rumor de la gente, las risas y los suaves compases
de la música. El baile ya había empezado y yo me estaba retrasando.
Esperaba que Patrice tuviera razón en lo de hacer esperar a los chicos.
Acababa de descender el último escalón de piedra y pisar el gran
vestíbulo iluminado por la luz de las velas, cuando Balthazar se volvió
hacia mí como si hubiera sentido mi presencia. Al mirarlo a los ojos y ver
el modo en que había clavado su mirada en mí, comprendí que Patrice
tenía toda la razón del mundo.
—Bianca, estás deslumbrante —dijo, acercándose.
—Tú también. —Balthazar llevaba un esmoquin clásico, como los de
Cary Grant en los cuarenta. Sin embargo, por guapo que estuviera, no
pude evitar echar un vistazo al gran salón que había a su espalda—. Uau
—se me escapó.
El vestíbulo principal estaba adornado de enramadas de hiedra, y lo
habían iluminado con altas velas blancas que habían colocado delante de
las antiguas bandejas de latón batidas a mano para que reflejaran la luz.
La banda de música estaba en una pequeña plataforma en uno de los
rincones. No se trataba de un grupo de rockeros con téjanos y camisetas,
sino de una clásica orquesta de baile cuyos miembros iban vestidos con
esmóquines incluso más formales que el de Balthazar, y que en esos
momentos estaba interpretando un vals. Había muchas parejas en la pista
de baile, perfectamente alineados, como la escena de un cuadro del siglo
XIX. También había varios alumnos nuevos apoyados contra las paredes,
chicos con trajes intencionadamente horteras o a la última y chicas con
vestidos cortos de lentejuelas, y todos parecían ser muy conscientes de no
haber sabido elegir el modelo para la ocasión.
—Me acabo de dar cuenta de que debería habértelo preguntado antes:
¿sabes bailar el vals? —Balthazar me ofreció el brazo.
—Sí. Bueno, más o menos —dije, aceptándolo—. Mis padres me han
enseñado algunos bailes antiguos, pero nunca he practicado con nadie
que no fuera ellos. O en ningún otro sitio que no fuera mi casa.
—Es la primera vez de todo. —Me condujo al centro del gran salón, de
modo que la luz de las velas brillaba con más fuerza a nuestro alrededor—.
Vamos allá.
Balthazar nos incorporó a la rueda de baile con un solo giro, como si lo
hubiera ensayado. Sabía perfectamente dónde debíamos colocarnos y
cómo debíamos movernos. Las dudas que yo pudiera tener acerca de mis
aptitudes para bailar el vals se desvanecieron de inmediato. Recordé los
pasos sin esfuerzo y Balthazar era una pareja de baile consumada que,
con su manaza en mi comparativamente diminuta espalda, me guiaba con
pericia de experto. Antes de desaparecer de repente en el siguiente
movimiento, atisbé a Patrice a un lado sonriéndome complacida.
Después de eso, el baile se alargó en una dilatada y feliz indefinición.
Balthazar nunca se cansaba de bailar y yo tampoco. La energía fluía a
través de mí como la electricidad y tenía la sensación de ser capaz de
seguir bailando durante días sin descanso. Las sonrisas de Patrice y la
mirada incrédula de Courtney me confirmaron que estaba realmente
guapa. Es más, me sentía así.
Hasta esa noche, no había descubierto hasta qué punto me gustaba ese
tipo de baile. No solo me sabía los pasos, sino que los demás bailarines
también. Las parejas formaban parte de la danza, todo el mundo se movía
a la par, las mujeres extendían los brazos en el ángulo correcto en el
momento justo. Las faldas de los vestidos, largas y amplias, giraban con
nosotras y creaban hileras de remolinos de vivos colores delante de los
zapatos negros de los chicos, mientras todos seguíamos el ritmo al
compás de la música. No era limitativo, era liberador, te hacía olvidar la
confusión y las dudas. Cada movimiento nacía del anterior. Tal vez eso era
lo que se sentía al bailar ballet: un movimiento unísono para crear algo
bello, incluso mágico.
Por primera vez desde que había llegado a la Academia Medianoche,
sabía exactamente qué debía hacer. Sabía cómo moverme y cómo sonreír.
Me sentía a gusto con Balthazar y me deleitaba con su cálida admiración.
Encajaba.
Siempre me había negado a creer que algún día pudiera formar parte
del mundo de Medianoche, pero en esos momentos el camino se abría
ante mí, ancho, hondo y alentador...
«No quería quedarme a ver cómo caías en las garras de esa gente, una
chica tan dulce como tú.»
La voz de Lucas resonó en mi cabeza con tanta claridad como si
acabara de susurrarme al oído. Di un traspié y perdí el ritmo por completo
en cuestión de segundos. Balthazar me pasó un brazo sobre los hombros y
se apresuró a sacarme de la pista de baile.
—¿Estás bien?
—Sí, no pasa nada —mentí—. Es que... hace mucho calor. Creo que
estoy un poco sofocada.
—Vamos a tomar el aire.
Al tiempo que Balthazar nos abría camino entre las parejas de baile,
comprendí lo que había estado a punto de hacer. Me había sentido
orgullosa de formar parte de Medianoche, un lugar donde los fuertes se
aprovechaban de los débiles, donde la gente agraciada miraba a la normal
y corriente por encima del hombro y donde el esnobismo era más
importante que la amistad. Solo habían dejado de meterse conmigo una
noche, y ya estaba dispuesta a olvidar lo capullos que eran la mayoría de
ellos.
Recordar a Lucas me había hecho entrar en razón.
Salimos a los prados. No había profesores vigilando a la vista. Por lo
visto, la señora Bethany y los demás maestros contaban con que el frío de
finales de otoño mantuviera a la mayoría de los alumnos en el interior, y
cuando el aire gélido me acarició los hombros y la espalda desnudos, lo
comprendí perfectamente. Sin embargo, antes de que me diera tiempo de
echarme a temblar, Balthazar se quitó la chaqueta del esmoquin y me la
colocó sobre los hombros.
—¿Mejor?
—Sí, solo será un segundo.
Balthazar se acercó un poco más, preocupado. Era todo un caballero,
una buena persona, y honesto, y en esos momentos deseé que hubiera
invitado a otra persona al baile, a una chica que supiera valorarlo de
verdad.
—Vamos a dar un paseo —propuso.
—¿Un paseo?
—A no ser que prefieras regresar al baile...
—¡No! —Si volvía a entrar, el hechizo podría nublar mi mente una vez
más y debía mantener la cabeza despejada hasta que consiguiera
comprender lo que había estado a punto de hacer—. Quiero decir que...
todavía no. Vamos.
Las estrellas titilaban en el cielo nocturno. Era una noche despejada,
perfecta para observar el firmamento, y hubiera querido poder subir a la
habitación de lo alto de la torre para mirar por el telescopio las estrellas
distantes y alejarme de una vez del caos que me rodeaba. A nuestras
espaldas, la música y el eco de las risas que procedían del baile fueron
desvaneciéndose lentamente en la distancia a medida que nos
adentrábamos en el bosque.
—Vale, ¿quién es él? —preguntó al final Balthazar.
—¿Quién?
—El chico del que estás enamorada.
Balthazar sonrió con tristeza.
—¿Qué? —Estaba tan avergonzada, tanto por él como por mí, que
intenté salir del apuro inventándome la respuesta—. No salgo con nadie.
—No me tomes por idiota, Bianca. Tengo suficiente experiencia para
saber cuándo una mujer está pensando en otro hombre.
—Lo siento —contesté en voz baja, abochornada—. No pretendía
hacerte daño.
—Podré soportarlo. —Colocó sus manos sobre mis hombros—. Somos
amigos, ¿no? Y eso implica que deseo que seas feliz. Preferiría que lo
fueras conmigo...
—Balthazar...
—... pero sé que no siempre es tan sencillo.
Sacudí la cabeza.
—No, no lo es. Eres una magnífica persona y deberías ser tú quien
ocupara mis pensamientos.
—No hay «deberías» que valgan cuando se trata de amor. Créeme. —La
camisa blanca del esmoquin refulgía a la luz de la luna. Balthazar nunca
había estado tan guapo como en ese momento, en plena retirada—. ¿Se
trata de ese Vic? A veces os veo hablar.
—¿Vic? —No pude por menos que echarme a reír—. No. Es muy majo,
pero solo somos amigos.
—Entonces, ¿quién?
Al principio vacilé, pero luego comprendí que me apetecía decírselo
después de lo mucho que se había estrechado nuestra amistad a lo largo
de esas últimas semanas, en las que apenas nos habíamos separado.
Balthazar siempre estaba dispuesto a escucharme y, a pesar de que yo
era más pequeña que él y estaba más mimada, se tomaba en serio mis
opiniones. En realidad, lo que Balthazar pensara también era importante
para mí.
—Lucas Ross.
—Él más débil gana una partida. —Balthazar no pareció muy
complacido. Aunque, claro, ¿de qué iba a alegrarse cuando acababa de
decirle que me gustaba otro chico?—. Ya sé qué ves en él.
—¿De verdad?
—Estoy convencido. Supongo que... es guapo.
—No es eso. —Quería que me entendiese—. No estoy diciendo que
Lucas sea feo, pero es que es la única persona que comprende cómo me
siento.
—Yo también podría hacerlo. O podría intentarlo. —Balthazar bajó la
mirada e intuí que, a pesar de la entereza que demostraba, la
conversación no le estaba resultando sencilla—. Se acabaron las súplicas.
Lo prometo.
—Balthazar, tú encajas aquí —dije con toda la delicadeza que pude—,
por eso no puedes comprender cómo nos sentimos los que no
pertenecemos a este lugar.
—Podrías encajar si quisieras.
—Es que no quiero.
Balthazar enarcó una ceja.
—Entonces, tarde o temprano te encontrarás con problemas.
—No me refiero a eso. —Balthazar hablaba del futuro, de un futuro a
años vista en el que yo no quería pensar teniendo ante mí un presente
suficientemente caótico—. Me refiero al instituto. Tú has estado en todas
partes y has visto mundo. No creo que puedas llegar a imaginar lo... Lo
grande que es este lugar para mí, lo que me intimida. Si bajo la guardia,
podría caer en la trampa de dejar que Medianoche decida quién y qué soy,
y eso no es lo que quiero. Y eso es lo que comparto con Lucas.
Balthazar meditó unos segundos y finalmente asintió. No creía haberlo
convencido, pero al menos me había escuchado.
—Lucas no es mala persona —admitió—, al menos por lo que sé. Lo he
visto salir en defensa de alumnos a quienes estaban molestando y, por las
cosas que dice en clase... parece inteligente.
Sonreí. Después de haberme pasado semanas enteras sin saber qué
pensar de Lucas, era todo un alivio oír que alguien tenía algo bueno que
decir de él. Sin embargo, Balthazar aún no había terminado.
—Pero tiene un carácter explosivo. De hecho, tú estabas cuando se
peleo con Erich, así que ya lo sabes. —Me sentí secretamente aliviada de
que Balthazar no supiera nada de lo que había ocurrido en la pizzería de
Riverton—. Y siempre está a la que salta. Entiendo que Medianoche pueda
poner a la defensiva a alguien como él, pero eso no tiene nada que ver
con que él a veces sea...
—Imprevisible —dije—. Sí, ya lo sé. Es precisamente por eso que no sé si
llegaremos a estar juntos alguna vez, pero tú mereces saber lo que siento.
—Lo único que digo es que vayas con cuidado. Si te hace daño, déjalo
cuanto antes. —Me miró, ladeando una sonrisa—. Igual entonces te atrapo
de rebote.
Coloqué una mano en su brazo.
—Estaría encantada.
Balthazar me besó en la frente. Olía a humo de pipa y a cuero, y casi me
arrepentí de no haber esperado a decirle todo aquello hasta después de
que me hubiera besado de verdad, aunque solo hubiera sido por una vez.
—¿Lista para entrar? —me preguntó.
—Un minuto más. Me gusta estar aquí fuera. Además, esta noche se ven
las estrellas.
—Es verdad, te gusta la astronomía... —Se metió las manos en los
bolsillos del pantalón y siguió caminando a mi lado mientras seguíamos
adentrándonos en el bosque, alzando la vista hacia las constelaciones que
titilaban a través de las ramas desnudas—. Esa es Orión, ¿verdad?
—Sí, el Cazador. —Alcé una mano para reseguir las piernas, el cinturón,
el brazo estirado para asestar un golpe—. ¿Ves esa estrella tan brillante
del hombro? Esa es Betelgeuse.
—¿Cuál?
Era probable que la astronomía no le interesaba lo más mínimo, pero
pensé que tal vez se sentiría más cómodo si teníamos algo más de lo que
hablar a parte de su desengaño amoroso. Sabía cómo se sentía.
—Esa, baja. —Al agacharse a mi lado, guié uno de sus brazos hacia
arriba para indicarle la estrella con su propio dedo—. ¿La ves ahora?
Balthzar sonrió.
—Creo que sí. ¿No hay una nebulosa en Orión?
—Sí, un poco más abajo. Te la enseñaré.
—¿Bianca? —dijo alguien detrás de nosotros.
Balthazar y yo nos volvimos en redondo. Había reconocido la voz de
inmediato, pero no podía dar crédito a mis oídos. Tal vez las ganas de que
fuera cierto me estaban jugando una mala pasada, pero allí en la
oscuridad creí ver a Lucas vestido con su uniforme. Echaba fuego por los
ojos, aunque no me miraba a mí, ni siquiera a los dos, únicamente a
Balthazar.
—Lucas, ¿qué haces aquí? —pregunté en un susurro.
—Asegurarme de que estás bien.
A Balthazar no le gustó aquello. Se enderezó.
—Bianca está completamente a salvo.
—Es tarde. Ha anochecido. La has sacado aquí fuera, a solas...
—Ha venido paseando hasta aquí por su propia voluntad. —Balthazar
respiró hondo, intentando no perder los estribos—. Si prefieres ser tú el
acompañante de Bianca, adelante.
Lucas se quedó perplejo. Esperaba un desafío, no una rendición.
—Entraré contigo —le dije a Balthazar.
A pesar de lo que acabábamos de hablar, o de lo que yo sintiera,
Balthazar era mi pareja de baile y se lo debía, pero él sacudió la cabeza.
—No pasa nada. Se me han pasado las ganas de bailar.
—Gracias. Por todo —dije, aturdida y avergonzada, quitándome la
chaqueta del esmoquin y abrazándome para resguardarme del frío aire
nocturno.
—Si me necesitas, dímelo.
Balthazar se puso la chaqueta con la mirada clavada en Lucas y a
continuación se alejó caminando, solo, en dirección a la escuela.
—Eso ha sido completamente innecesario —murmuré en cuanto
Balthazar desapareció de la vista.
—Se estaba abalanzando sobre ti.
—¡Le estaba enseñando las estrellas! —Me froté los brazos tratando de
entrar en calor—. ¿Creíste que iba a besarme?
—No.
—Mentiroso.
Lucas protestó.
—Vale, lo admito, solo quería alejarlo de ti. Pero entiende que no podía
quedarme ahí plantado como un pasmarote mientras otro tipo te tiraba los
tejos.
Se sacó la chaqueta del uniforme y me la ofreció. No fue un gesto tan
elegante como había sido el de Balthazar, aunque en el caso de Balthazar
se lo habían dictado sus buenos modales, era lo que se esperaba de un
caballero, y en cambio a Lucas lo había empujado la desesperación de
hacer algo que demostrara que podía cuidar de mí, al menos un poco.
Acepté la chaqueta y me la puse. El forro todavía conservaba el calor de
su cuerpo.
—Gracias.
—Qué lástima que tape ese vestido.
Me miró de arriba a bajo y una sonrisilla asomó en la comisura de sus
labios.
—Deja de tontear conmigo. —Aunque parte de mí deseaba que Lucas
coqueteara conmigo toda la noche, sabía que no podíamos retrasar más
aquella conversación—. Tenemos que hablar.
—De acuerdo. Hablemos.
Evidentemente, después de eso ninguno de los dos supo qué decir. Eché
a andar, en parte para ganar tiempo, y Lucas me siguió. A cierta distancia
de nosotros oímos el crujido de unas hojas, pero enseguida lo
acompañaron unas risitas reprimidas. Por lo visto había más parejas que
habían decidido perderse en el bosque esa noche y, por el ruido que
hacían, se lo estaban pasando mejor que nosotros.
Finalmente comprendí que tendría que dar yo el primer paso.
—No deberías haber dicho aquello sobre mis padres.
—Estuvo fuera de lugar. —Lucas suspiró—. Se preocupan por ti. Eso es
evidente.
—Entonces, ¿por qué les tienes esa manía tan rara?
Lo meditó unos instantes, sin saber por dónde empezar.
—No hemos hablado mucho de mi madre.
Parpadeé, sorprendida.
—No, creo que no.
—Se lo toma todo muy en serio. —Lucas no apartaba la vista de los pies
mientras se abría paso a través del denso y suave manto de tostadas
agujas de pino. Un poco más adelante había un manzano rodeado de la
fruta caída que nadie había recogido. Las manzanas estaban macadas y
blandas. Su aroma dulzón empalagaba el aire—. Intenta dirigir mi vida y
no se le da nada mal.
—Me cuesta mucho imaginar a nadie dándote órdenes.
—Eso es porque no conoces a mi madre.
—Cambiará a medida que vayas haciéndote mayor —dije—. Antes mis
padres solían ser mucho más protectores que ahora.
—No se parece a tus padres. —Lucas se echó a reír, aunque su risa me
pareció extraña por algo que no supe definir—. Mi madre ve las cosas en
blanco y negro. Dice que hay que ser fuerte para alcanzar tus metas. Por
lo que a ella respecta, en el mundo solo hay dos tipos de personas: los
depredadores y las presas.
—Eso suena un poco... extremista.
—Ese término la define muy bien. Respecto a mí, tiene muy claro quién
debería ser y qué debería hacer. Puede que no esté siempre de acuerdo
con ella, pero, en fin, no deja de ser mi madre. Sus palabras no me dejan
indiferente. —Lanzó un hondo suspiro—. Seguramente parece antes una
excusa que una explicación, pero tiene mucho que ver con mi
comportamiento en Riverton.
Mientras iba dándole vueltas a lo que me contaba, empecé a
comprender hasta qué punto lo explicaba todo: Lucas había asumido que
mis padres intentaban dirigir mi vida porque era lo que su madre
intentaba hacer con él.
—Lo entiendo, de verdad.
—Hace frío. —Lucas me dio la mano. El corazón empezó a latirme con
fuerza—. Vamos. Volvamos a la escuela.
Continuamos caminando de vuelta a Medianoche. Salimos del bosque a
los jardines, desde donde vimos las luces brillantes del salón y las siluetas
de las parejas bailando. Imaginé cómo podría haber sido esa noche si
Lucas y yo no hubiéramos discutido y él hubiera sido mi pareja para el
Baile de otoño. Era casi demasiado perfecto para poder imaginarlo.
—No quiero entrar todavía.
—Hace frío.
—Tu chaqueta es muy calentita.
—Cuando la llevas puesta, sí.
Me sonrió. Lucas siempre me parecía mayor que yo menos cuando
sonreía.
—Espera un poquito —supliqué, tirando de él hacia el cenador que
habíamos encontrado la noche de la hoguera—. Nos mantendremos
calentitos el uno al otro.
—Hombre, si lo pintas de ese modo...
La tupida enredadera ocultaba las estrellas del firmamento cuando nos
sentamos en el cenador. Lucas me rodeó con sus brazos y con ese único
gesto se desvanecieron todas las dudas y la confusión que habían estado
acosándome las últimas semanas. Había creído ser feliz durante el baile,
pero solo porque me había dejado llevar en medio del torbellino.
Ahora era diferente. Sabía dónde estaba, quién era y me sentía en paz
conmigo misma. A pesar de que no había olvidado las razones que me
habían hecho dudar de Lucas, cuando estábamos tan cerca confiaba en él
por completo. No tenía miedo de nada en el mundo. Podía ser yo misma,
sin inhibiciones. Cerré los ojos y froté mi nariz contra su cuello. Lucas se
estremeció, y no creí que hubiera sido por el frío.
—Sabes que solo quiero cuidar de ti, ¿verdad? —susurró. Sentí sus
labios rozando mi frente—. Quiero que estés a salvo.
—No necesito que me protejas de ningún peligro, Lucas. —Lo abracé por
la cintura y lo estreché contra mí, con fuerza—. Lo que necesito es que me
protejas de la soledad. No te pelees por mí, quédate a mi lado. Eso es lo
que necesito.
Se echó a reír. Una risa extraña y triste.
—Necesitas que alguien cuide de ti, que se asegure de que no pasa
nada. Y yo quiero ser ese alguien.
Levanté la cabeza. Estábamos tan cerca que mis pestañas rozaron su
barbilla y sentí el calor que desprendían nuestros cuerpos en el pequeño
resquicio que separaba nuestras bocas.
—Lucas, solo te necesito a ti —dije, reuniendo valor.
Lucas me acarició la mejilla y rozó sus labios contra los míos. Ese primer
contacto me cortó la respiración, pero había dejado de tener miedo.
Estaba con Lucas y no podía pasarme nada.
Lo besé y descubrí que mis sueños no me habían engañado: sabía cómo
besarlo, cómo tocarlo. Era un conocimiento que había atesorado en mi
interior desde siempre, a la espera de la chispa que lo prendiera y lo
avivara. Lucas me estrechó contra su pecho con tanta fuerza que apenas
pude respirar. Fue un beso profundo y lento, impetuoso y delicado, mil
veces distinto. Perfecto en todas sus facetas.
Se me cayó la chaqueta de los hombros y mis brazos y hombros
quedaron expuestos al aire. Deslizó las manos por mi espalda para
protegerme del frío nocturno y sentí sus palmas en mis omóplatos y sus
dedos en mi columna. El tacto de su piel sobre la mía fue muy agradable,
mucho mejor de lo que había imaginado, y dejé caer la cabeza hacia atrás,
suspirando de placer. Lucas me besó en la boca, en las mejillas, en la
oreja, en el cuello.
—Bianca —dijo en un dulce susurro que sentí en la piel. Los labios de
Lucas rozaban mi cuello—. Deberíamos parar.
—No quiero.
—Aquí fuera... No deberíamos... Dejarnos llevar...
—No tienes que parar.
Le besé el pelo y la frente. Solo podía pensar en que ahora me
pertenecía, a mí y solo a mí.
Cuando nuestros labios volvieron a encontrarse, el beso fue diferente,
intenso, casi desesperado. Nuestras respiraciones se habían acelerado y
nos impedían hablar. No existía nada en el mundo salvo él y esa voz
monótona en mi interior que insistía una y otra vez en que él era mío, mío,
mío...
Sus dedos rozaron el fino tirante del vestido y este se escurrió de mi
hombro y dejó a la vista la curvatura superior de mi pecho. Lucas dibujó
con su pulgar una línea entre mi oreja y mi hombro. Deseé que no se
detuviera, que me tocara como necesitaba que me tocaran. No pensaba
racionalmente, de hecho apenas conseguía pensar. En aquel momento
solo existía mi cuerpo y lo que me exigía. Sabía qué debía hacer, aunque
ni siquiera llegara a imaginarlo todavía. Lo sabía.
Para, me dije. Sin embargo, Lucas y yo habíamos ido demasiado lejos
para poder detenernos. Lo necesitaba, por completo, ahora.
Sujeté su rostro entre mis manos y posé mis labios suavemente en los
suyos, en su barbilla, en su cuello. Y al ver el pulso de las venas latiendo
bajo la piel, no pude reprimir mi sed de él.
Lo mordí en el cuello, con fuerza. Lo oí gritar de dolor, desconcertado,
pero al mismo tiempo la sangre salió disparada hacia mi lengua y el
espeso sabor metálico se propagó en mi interior como un incendio:
ardiente, incontrolable, mortífero y bello. Al tragar, el sabor de la sangre
de Lucas en mi garganta fue lo más dulce que había conocido hasta el
momento.
Lucas intentó separarse de mí, pero ya estaba muy debilitado. Lo cogí
entre mis brazos cuando empezó a desplomarse para poder seguir
bebiendo con avidez. Tenía la sensación de estar aspirando su alma junto
con su sangre. Nunca habíamos estado tan unidos como en ese momento.
Mío, pensé. Mío.
En ese momento, el cuerpo de Lucas se relajó por completo: se había
desmayado. Y el darme cuenta de su estado fue como un jarro de agua
fría que me sacó del trance de golpe.
Respiré jadeante y solté a Lucas, que cayó desmadejado al suelo del
cenador. El corte amplio y profundo que mis dientes habían dejado en su
cuello, oscuro y húmedo a la luz de la luna, resplandecía como tinta
derramada. Caía un pequeño hilillo de sangre sobre los tablones del suelo,
donde estaba formándose un charco alrededor de una pequeña estrella
plateada que se me había caído del pelo.
—Socorro —jadeé, sin aire, en un susurro apenas audible. Aún tenía los
labios pegajosos y calientes por la sangre de Lucas—. Por favor, que
alguien me ayude.
Descendí tambaleante los escalones del cenador, desesperada por
encontrar a alguien, a quien fuera. Mis padres se pondrían hechos una
furia, por no hablar de la señora Bethany, pero alguien tenía que ayudar a
Lucas.
—¿Hay alguien ahí?
—¿Y a ti qué te pasa? —Courtney salió del bosque, visiblemente
molesta. Llevaba arrugado el vestido blanco de encaje. Su pareja la seguía
detrás. Por lo visto había interrumpido una sesión de morreo—. Un
momento... Eso que tienes en la boca... ¿es sangre?
—Lucas. —Estaba demasiado asustada para ni siquiera intentar
explicarme—. Por favor, ayudad a Lucas.
Courtney se retiró hacia atrás el largo cabello rubio y entró en el
cenador, donde encontró a Lucas tendido en el suelo, con el cuello abierto.
—Dios mío —dijo con un hilo de voz y se volvió hacia mí con una sonrisa
taimada—. Ya era hora de que crecieras y te convirtieras en un vampiro
como los demás.

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