jueves, 3 de febrero de 2005

Capitulo 8


He matado a Lucas? ¿Está bien? —sollocé. No podía dejar de llorar.
Mi madre me había pasado un brazo por encima de los hombros y
dejé que me condujera lejos del cenador sin oponer resistencia.
También había otros profesores encargándose de que los demás alumnos
no se enteraran de lo que había ocurrido—. Mamá, ¿qué he hecho?
—Lucas está vivo. —Nunca me había hablado con tanta dulzura—. Se
pondrá bien.
—¿Estás segura?
—Del todo. —Fui tropezando en casi todos los escalones de piedra a
medida que subíamos. Temblaba de la cabeza a los pies de tal modo que
apenas podía mantenerme derecha. Se me habían deshecho las trenzas y
mi madre iba acariciándome el pelo, que ahora me caía lacio alrededor de
la cara—. Cariño, sube a mi habitación, ¿de acuerdo? Lávate la cara y
tranquilízate.
Negué con la cabeza.
—Quiero estar con Lucas.
—Ni siquiera sabrá que estás a su lado.
—Mamá, por favor.
Iba a negarse, pero en ese instante comprendió que sería inútil discutir.
—Vamos.
Mí padre había llevado a Lucas a la cochera. Al entrar me pregunté por
qué estaría dividida en estancias, con las paredes recubiertas de paneles
de madera tintada de negro y llenas de fotografías de color sepia con
viejos marcos ovalados. Luego recordé que la señora Bethany vivía allí.
Estaba demasiado conmocionada para que me preocupara su presencia.
Cuando intenté entrar en el dormitorio para ver a Lucas, mi madre sacudió
la cabeza.
—Lávate la cara con agua fría, respira hondo y tranquilízate, cariño.
Luego ya hablaremos. —Esbozó una sonrisa ladeada y añadió—: No pasa
nada, ya lo verás.
Mis manos torpes y temblorosas buscaron a ciegas el pomo de cristal
del baño. En cuanto me miré en el espejo, comprendí por qué mi madre
había insistido tanto en que me lavara la cara: tenía los labios manchados
con la sangre de Lucas y unas cuantas gotas me habían salpicado las
mejillas. Abrí los grifos de inmediato, desesperada por eliminar las
pruebas de lo que había hecho, pero cuando el agua fría empezó a correr
entre mis dedos, me encontré mirando las manchas de sangre con mayor
detenimiento. Tenía los labios muy rojos y seguían hinchados de haber
estado besándonos.
Me pasé la punta de la lengua lentamente por el contorno de los labios.
Volví a probar el sabor de la sangre de Lucas y fue como si en ese
momento estuviera tan cerca de mí como cuando lo había tenido entre
mis brazos.
Entonces se referían a esto, pensé. Mis padres siempre me habían dicho
que algún día la sangre sería algo más que solo sangre, algo distinto a lo
que traían de la tienda del carnicero y con lo que me alimentaban. Nunca
había conseguido comprender a qué se referían, pero ahora lo sabía. En
cierto modo, había sido como el primer beso con Lucas: mi cuerpo sabía lo
que necesitaba y quería antes de que mi mente hubiera llegado a
adivinarlo.
Pensé en Lucas recostándose para que pudiera besarlo, totalmente
confiado. El sentimiento de culpa me hizo volver a llorar y me mojé la cara
y la nuca con agua. Tuve que hacer varias inspiraciones hondas durante
unos minutos antes de poder salir del baño por mi propio pie.
La cama de la señora Bethany era un armatoste de madera negra
tallada con columnas en espiral que soportaban un dosel. Lucas,
inconsciente en medio de la cama, estaba tan blanco como las vendas que
le envolvían el cuello, pero al menos respiraba.
—Está bien —susurré.
—Con la cantidad que bebiste no había bastante para matarlo. —Mi
padre me miró por primera vez desde que había entrado corriendo en el
cenador. Me mortificaba la posibilidad de tener que enfrentarme a su
desaprobación o, teniendo en cuenta qué estaba haciendo cuando me
asaltó la necesidad de morder a Lucas, su bochorno, pero estaba
tranquilo, incluso se mostraba cariñoso—. Tienes que procurar beber más
de medio litro en cada toma.
—Entonces, ¿por qué se ha desmayado?
—Es el efecto que tiene en ellos el mordisco —contestó mi madre,
refiriéndose a los humanos con ese «ellos». Por lo general, intentaba no
hacer distinciones. Le gustaba decir que la gente era gente de todas
maneras, pero la línea divisoria entre nosotros nunca había estado tan
clara—. Es como si se quedaran... hipnotizados, tal vez, o hechizados. Al
principio se resisten, pero al poco caen en trance.
—De lo que tampoco podemos quejarnos, porque eso quiere decir que
mañana no recordará nada. —Mi padre cogió la muñeca de Lucas para
comprobar el pulso—. Nos inventaremos una historia para explicar lo de la
herida, algo no demasiado rebuscado sobre un accidente. El viejo cenador
tiene un par de travesaños sueltos, tal vez uno de ellos podría haberse
caído y haberlo golpeado en la cabeza.
—No me gusta mentirle a Lucas.
Mi madre sacudió la cabeza.
—Cariño, ya sabes que hay cosas que la gente no tiene por qué saber.
—Lucas no es como la mayoría de la gente.
Lo que yo sabía y ellos ignoraban era que Lucas ya tenía sus sospechas
acerca de la Academia Medianoche. Era evidente que desconocía la
verdad sobre la escuela —de otro modo jamás habría cruzado la puerta de
entrada—, pero sabía que ocurría algo, que allí había algo más de lo que
se veía a simple vista. Estaba orgullosa del fino instinto de Lucas, sin
olvidar que, al mismo tiempo, eso mismo lo complicaba todo.
Sin embargo, ¿cómo podía siquiera pasárseme por la cabeza decirle la
verdad? ¿Perdona porque anoche estuve a punto de matarte? Asentí con la
cabeza, lentamente, aceptando lo que debía hacer. Lucas no podía saber
hasta qué punto le había traicionado. No me lo perdonaría jamás, y eso
teniendo en cuenta que me creyera cuando empezara a hablarle de
vampiros y no pensara que me había vuelto loca, que sería lo más lógico.
—Vale —claudiqué—. Tenemos que mentir. Lo entiendo.
—Ojalá lo hubiera entendido yo —se lamentó la señora Bethany, con
sequedad. Cruzó la puerta del dormitorio, con las manos entrelazadas
delante de ella. En vez de sus típicas camisas de encaje y sus faldas
oscuras, llevaba un vestido de gala morado oscuro y guantes negros de
satén que le llegaban hasta los codos. Los pendientes de perla negra
lanzaron un destello al sacudir la cabeza—. Ya sabíamos que íbamos a
tener problemas de seguridad cuando aceptamos el ingreso de alumnos
humanos en Medianoche. Hemos sermoneado a los alumnos mayores,
hemos controlado los pasillos y hemos mantenido los grupos tan
separados como nos ha sido posible, y con buenos resultados. O al menos
eso creía yo. Jamás me lo habría esperado de usted, señorita Olivier.
Mis padres se pusieron en pie. Al principio creí que se trataba de una
muestra de deferencia hacia la señora Bethany, su superiora, cuya opinión
siempre habían respetado, pero entonces mi padre dio un paso al frente
para defenderme.
—Ya sabe que Bianca no es como el resto de nosotros. Es la primera vez
que prueba sangre fresca. No sabía cómo iba a afectarle.
La señora Bethany frunció los labios en una sonrisa desagradable y
tensa.
—Es evidente que Bianca es un caso especial. Muy pocos vampiros
nacen en vez de convertirse. ¿Sabe que desde 1812 solo he conocido a
otros dos además de usted? Mis padres me habían explicado que se
concebían muy pocos bebés vampiro cada siglo. Ellos habían estado juntos
durante casi trescientos cincuenta años antes de que mi madre los dejara
pasmados a ambos al quedarse embarazada de mí. Siempre creí que
exageraban un poco para hacerme sentir única, pero en ese momento
comprendí que era la pura verdad.
La señora Bethany no había terminado.
—Lo más lógico sería pensar que haber sido criada por vampiros y
conocer nuestra naturaleza y necesidades contaría a su favor. Razón de
más para un mayor autocontrol.
—Lo siento. —No podía permitir que mis padres cargaran con la culpa,
sobre todo porque no había más culpable que yo—. Mis padres siempre
me han advertido que ocurriría algún día, que sentiría la necesidad de
morder, pero en realidad no había llegado a entenderlos hasta que me ha
sucedido.
La señora Bethany asintió con la cabeza, meditando mis palabras. Le
lanzó una breve mirada a Lucas, como si fuera un trasto que hubiéramos
dejado en su habitación.
—¿Vivirá? Entonces no está todo perdido. Mañana decidiremos el
castigo de Bianca.
Mi madre me lanzó una mirada de disculpa.
—Bianca nos ha prometido que no volverá a hacerlo.
—Si corre la voz por la escuela de que alguien ha mordido a uno de los
alumnos nuevos y no ha sufrido las consecuencias, se producirán más
incidentes. —La señora Bethany se recogió la falda con una mano—. Y
puede que algunos no tuvieran tanta suerte. Es de vital importancia que
no vuelva a tocarse a ningún alumno humano más, no podemos
permitirnos ni un asomo de sospecha. Tamaña trasgresión no puede
quedar sin castigo.
La señora Bethany y yo estábamos completamente de acuerdo por
primera vez en la vida. Me sentía fatal por haberle hecho daño a Lucas,
por lo que pasarme varias noches limpiando el vestíbulo era lo menos que
me merecía, aunque de repente se me ocurrió algo que podría complicarlo
un poco.
—No pueden castigarme, no pueden obligarme a limpiar ni a nada por el
estilo.
Las cejas de la señora Bethany casi rozaron la línea del nacimiento del
pelo.
—¿Acaso estás por encima de esas labores menores?
—Si alguien se da cuenta de que me han castigado por algo, Lucas se
preguntará por qué y lo último que queremos es que empiece a hacer
preguntas, ¿no?
Mi razonamiento era irrefutable. La señora Bethany asintió lentamente,
aunque era fácil adivinar que le molestaba que me hubiera adelantado a
ella.
—Entonces me hará un trabajo de diez folios para de aquí a dos
semanas sobre, digamos, el uso de la forma epistolar en las novelas de los
siglos XVIII y XIX.
Estaba tan abatida y espantada que el castigo no fue capaz de hacerme
sentir mucho peor.
La señora Bethany se acercó a mí, acompañada del susurro de la amplia
falda del vestido, parecido al aleteo de un pájaro. El aroma a lavanda me
envolvió como zarcillos de humo. No me resultó fácil aguantar su mirada,
que me hizo sentir desprotegida y avergonzada.
—La Academia Medianoche ha servido de santuario para los nuestros
durante más de dos siglos. Los que tienen una apariencia lo bastante
juvenil para pasar por alumnos pueden venir aquí a instruirse en los
cambios del mundo para poder reentrar en la sociedad y moverse con
libertad sin levantar sospechas. Este es un lugar de aprendizaje, un lugar
seguro, y solo podrá seguir siéndolo si los humanos al otro lado de los
muros, y ahora dentro de ellos, también están a salvo. Si nuestros
alumnos pierden el control y matan, Medianoche pronto levantará
sospechas. Este santuario se vendría abajo y daría al traste con doscientos
años de tradición. Señorita Olivier, llevo protegiendo esta escuela casi
desde su fundación, y le puedo asegurar que no tengo ninguna intención
de permitir que ni usted ni nadie altere ese equilibrio. ¿Me ha entendido?
—Sí, señora —susurré—. Lo siento mucho. No volverá a suceder.
—Eso es lo que dice ahora. —Volvió a mirar a Lucas, sin ocultar su
curiosidad—. Ya veremos qué ocurre cuando el señor Ross despierte.
La señora Bethany salió con la cabeza en alto de la habitación para
regresar al baile. Era extraño pensar que había gente que seguía bailando
apenas a unos metros de allí.
—Me quedaré con Lucas —dijo mi padre—. Celia, llévate a Bianca a la
escuela.
—No puedo volver a mi dormitorio ahora. Quiero estar aquí cuando
Lucas se despierte —supliqué.
Mi madre negó con la cabeza.
—Lo mejor para ambos es que no estés aquí. Tu presencia podría
hacerle recordar lo que ha sucedido y Lucas necesita olvidar. ¿Sabes qué?
Sube a tu antigua habitación. Pero solo por esta noche. Nadie pondrá
pegas.
La confortable habitación de la torreta en lo alto de la torre jamás me
había parecido tan acogedora. Incluso me entraron ganas de volver a ver
la gárgola.
—Qué bien. Gracias a los dos por todo. —Las lágrimas acudieron a mis
ojos—. Esta noche nos habéis salvado a los dos.
—No te pongas melodramática. —La sonrisa de mi padre suavizó sus
palabras—. Lucas habría vivido de todos modos y tú habrías acabado
mordiendo a alguien. Ojalá hubieras esperado un poco más, pero supongo
que nuestra niñita tenía que crecer tarde o temprano.
—Adrián —Mi madre lo cogió de la mano y empezó a tirar de él para
sacarlo de la habitación—. Deberíamos hablar de aquello.
—¿De aquello? ¿De qué aquello?
—De lo que hay en el pasillo.
—Ah.
Mi padre lo captó más o menos a la vez que yo. Mi madre se había
inventado una excusa para dejarme un momento a solas con Lucas.
En cuanto hubieron salido, me senté en el borde de la cama del lado
donde estaba Lucas. Seguía estando arrebatador a pesar de la palidez y
de las depresiones oscuras bajo los ojos. Debido a su lividez, el tono
castaño dorado de su pelo parecía más apagado, más oscuro. Cuando le
puse la mano en la frente, estaba frío al tacto.
—Siento mucho haberte hecho daño.
Una lágrima candente rodó por mi mejilla. El pobre Lucas, que siempre
estaba intentando protegerme del peligro, jamás había sospechado que el
peligro era yo.
Esa misma noche, más tarde, contemplé mi precioso vestido manchado
de sangre. Mi madre lo había colgado en el pomo de la puerta de mi
habitación.
—Creía que el baile iba a ser perfecto —susurré.
—Ojalá hubiera sido así, cariño. —Se sentó en la cama, a mi lado, y
empezó a acariciarme el pelo como solía hacerlo cuando yo era pequeña
—. Mañana verás las cosas de otra manera, no te preocupes.
—¿Estás segura de que Lucas no será un vampiro cuando se despierte?
—Estoy segura. Lucas no ha perdido suficiente sangre para poner su
vida en peligro. Y es la primera vez que le muerdes, ¿no?
—Sí —contesté, sorbiéndome la nariz.
—Solo se convierten en vampiros los que han sido mordidos varias
veces y, aun así, únicamente cuando el último mordisco es letal. Recuerda
lo que siempre te hemos dicho: en realidad es bastante complicado matar
a alguien desangrándolo. Da lo mismo, hay que morir para convertirse en
vampiro y Lucas no va a morir.
—Yo soy un vampiro y no he muerto nunca.
—Eso es diferente, cariño, ya lo sabes. Tú naciste siendo especial. —Mi
madre me tocó la barbilla para volverme la cara hacia ella. Vi que la
gárgola nos sonreía a su espalda, como una fisgona escuchando una
conversación ajena—. No te convertirás en un verdadero vampiro hasta
que mates a alguien. Cuando lo hagas, también morirás, aunque solo por
un momento. Será como echarse una siesta.
Evidentemente, mis padres ya me habían contado todo aquello como un
millón de veces, de igual modo que me recordaban que debía cepillarme
los dientes antes de irme a dormir o tomar nota del nombre y el número
de teléfono de quien llamara mientras ellos estuvieran fuera. Según ellos,
la mayoría de los vampiros no mataban, y aunque era imposible
imaginarme haciéndole daño a alguien, insistían en que había maneras de
hacerlo que estaban bien. Le habíamos dado vueltas y más vueltas a la
famosa transformación por la que algún día tendría que pasar: podía ir a
un hospital o a un hogar de ancianos, buscar a alguien muy mayor o a las
puertas de la muerte y hacerlo.
Me habían asegurado que sería así de sencillo: o bien podía acabar con
el sufrimiento de alguien o incluso podía darle la oportunidad de vivir para
siempre como un vampiro si lo planeábamos de antemano y nos
asegurábamos de que yo pudiera beber más de una vez. La explicación
era así de sencilla y ordenada, como les gustaba que dejara mi habitación.
Lo que había ocurrido entre Lucas y yo había demostrado que la
realidad no era tan sencilla y ordenada como las explicaciones de mis
padres.
—No tengo que convertirme en un vampiro si no estoy preparada —dije.
Era otra de las cosas que no dejaban de repetirme y esperaba que mi
madre me diera la razón de manera automática. Sin embargo, se quedó
callada unos segundos.
—Ya veremos, Bianca. Ya veremos.
—¿Qué quieres decir?
—Has probado la sangre de una persona viva. En realidad acabas de
darle la vuelta al reloj de arena: ahora habrá veces en que tu cuerpo
reaccionará como el de un vampiro. —Debí de poner cara de espanto,
porque me apretó la mano—. No te preocupes. No es que vayas a cambiar
esta semana, seguramente ni siquiera este año, pero ahora sentirás con
mayor urgencia la necesidad de hacer lo que hacemos nosotros, y esa
urgencia será cada vez más acuciante. Además, Lucas te importa.
Vosotros dos os sentiréis... muy atraídos a partir de ahora. Cuando el
cuerpo cambia a la velocidad del corazón se da una combinación muy
poderosa. —Mi madre apoyó la cabeza contra la pared y me pregunté si se
estaría remontando a mediados del siglo XVII, cuando estaba viva y mi
padre era un apuesto y misterioso forastero—. Intenta evitar los
problemas.
—Seré fuerte —prometí.
—Sé que lo intentarás, cariño. No se te puede pedir más.
¿Qué quiso decir con aquello? No lo sabía y debía haber preguntado,
pero no pude. El futuro se acercaba a pasos agigantados y estaba tan
cansada que tenía la sensación de llevar despierta varios días. Cerré los
ojos con fuerza, hundí la cara en la almohada y esperé la llegada del
olvido que acompaña al sueño.
A la mañana siguiente, noté la diferencia incluso antes de abrir los ojos.
Mis sentidos se habían agudizado. Notaba la trama de la tela de las
sábanas sobre mi piel, y no solo oía a mis padres hablando en la otra
habitación, sino también otros sonidos procedentes de otras plantas por
debajo de nuestros aposentos: el profesor Iwerebon gritándole a alguien
que pretendía hacer novillos después de una noche de fiesta, pisadas
sobre las tablas del suelo, un grifo goteando en alguna parte... Prestando
algo más de atención, incluso habría podido contar las hojas que
susurraban al compás del viento en el árbol de fuera. Cuando abrí los ojos,
la luz del sol fue casi cegadora.
Al principio pensé que mis padres se habían equivocado, que me había
convertido en un vampiro de la noche a la mañana y que eso significaba
que Lucas estaba...
No. Mi corazón todavía latía. Si yo estaba viva, Lucas también debía de
estarlo. Yo no podía morir y completar mi transformación en vampiro hasta
que le hubiera quitado la vida a alguien.
Con todo, si así era... ¿qué estaba sucediéndome?
Mi padre me lo explicó durante el desayuno.
—Estás experimentando una pequeña muestra de lo que sentirás
cuando hagas el cambio. Has bebido sangre de un ser humano y ahora ya
sabes qué efecto tiene en ti. Luego es incluso más fuerte.
—Menudo rollo. ¿Cómo lo soportáis?
Tenía que entrecerrar los ojos para que la luz de la cocina no me
deslumbrara. Incluso los copos de avena que me había dado mi madre
tenían un sabor muy fuerte, era como si pudiera sentir la raíz, el tallo y la
tierra de los que procedía la avena. En cambio, el vaso de sangre de las
mañanas nunca me había sabido tan insípido. El sabor siempre me había
agradado, pero en ese momento comprendí que solo era una mala
imitación de lo que se suponía que debería estar bebiendo.
—No siempre es tan intenso como las primeras veces. Seguramente se
te pasará en un par de horas. —Mi madre me dio unas palmaditas en el
hombro. Tenía su vaso de sangre en la otra y parecía satisfecha con él—.
Después... Bueno, al final acabas acostumbrándote. Y menos mal, claro, si
no ninguno de nosotros podría dormir nunca.
Tenía la cabeza a punto de estallar con tanta estimulación. Nunca había
llegado a beberme una cerveza entera, pero sospechaba que aquello era
como tener una resaca.
—Preferiría no tener que acostumbrarme a esto, gracias.
—Bianca. —La voz de mi padre sonó tajante, impregnada de la rabia
que no había demostrado la noche anterior. Incluso mi madre pareció
sorprendida—. Que no vuelva a oírte hablar de ese modo.
—Papá... Solo quería decir que...
—Estás predestinada, Bianca. Naciste para ser vampiro. Nunca lo habías
cuestionado hasta este momento y ahora no voy a permitirlo, ¿está claro?
Cogió su vaso y salió de la cocina a grandes zancadas.
—Muy claro —contesté con un hilo de voz al asiento vacío que mi padre
había ocupado segundos antes.
Cuando bajé la escalera vestida con unos téjanos y mi sudadera con
capucha de color amarillo claro, mis sentidos estaban volviendo a la
normalidad. En cierto modo me sentí aliviada. La claridad y el bullicio
habían estado a punto de hacerme perder los nervios; al menos ya no
tenía que oír a Courtney quejándose por su pelo. Sin embargo, también
me sentí en cierto modo vacía. Lo que hasta entonces había sido para mí
el mundo normal ahora parecía un lugar extrañamente silencioso y lejano.
Lo único que importaba en realidad era que me sentía mejor y que
podía ir a visitar a Lucas. Después de lo que había pasado, sabía que era
imposible que se hubiera levantado y anduviese por allí, pero al menos
podía ir a verlo a la casa de la señora Bethany. No podía ni imaginarme el
horror que debía de sentir al despertarse allí; además, a saber qué historia
le habría contado la señora Bethany.
En esas estaba cuando sentí que mi cuerpo se tensaba, como si se
anticipara a recibir un golpe. Mí madre me había prometido que Lucas no
se acordaría de nada, pero ¿cómo iba a ser eso posible? En su momento ni
se me había pasado por la cabeza, pero en ese instante comprendí que el
mordisco tenía que haberle dolido una barbaridad. Seguramente se
quedaría conmocionado, se enfadaría y se espantaría. Sabía que lo mejor
era esperar que lo hubiera olvidado todo, pero entonces ¿también debía
olvidar nuestros besos? Tanto daba, había llegado el momento de
enfrentarme a lo que había hecho.
Crucé los jardines sin prestar atención a los alumnos que estaban
jugando a rugby en uno de los extremos más alejados del césped, aunque
vi que algunos se volvían para mirarme y oí vagamente unas risitas
maliciosas. Estaba claro que Courtney se había ido de la lengua, y a esas
horas lo más probable era que todos los vampiros de la escuela supieran
lo que había hecho. Abochornada y enojada, apreté el paso hacia la
cochera... y me detuve en seco al ver a Lucas dirigiéndose hacia mí.
Levantó una mano al reconocerme, casi con timidez.
Me entraron ganas de salir corriendo, pero Lucas no se lo hubiera
merecido, así que tendría que apechugar con mí vergüenza.
—¡Lucas! ¿Estás bien? —le pregunté, obligándome a dirigirme hacia él.
—Sí. —Las hojas crujieron bajo sus pies al llegar el uno junto al otro—.
Jesús, ¿qué ha pasado?
Sentí la boca seca.
—¿No te lo han dicho?
—Sí, me lo han contado, pero... ¿Me cayó un travesaño en la cabeza?
¿De verdad? —Estaba sonrojado, como abochornado, y casi parecía
enfadado... con el cenador, la gravedad o con lo que fuera. Había visto a
Lucas perder su aplomo otras veces, pero nunca lo había visto así—. Me he
hecho un tajo en el cuello con la estúpida barandilla de hierro forjado, eso
es lo más patético de todo. Es que me cabrea que algo tuviera que
ponerse en medio mientras estaba besándote por primera vez.
Alguien un poco más atrevido le habría vuelto a besar allí mismo; sin
embargo, yo me lo quedé mirando boquiabierta. Parecía que estaba bien.
Lucas seguía estando pálido y un grueso vendaje blanco le tapaba parte
del cuello, pero por lo demás podría haberse tratado de un día cualquiera.
Vi que varias personas nos observaban con curiosidad a lo lejos, pero
intenté olvidar el hecho de que tuviéramos público.
—Creí... Es decir, supongo... —Antes de seguir balbuciendo
incoherencias, fui al grano—: Al principio creí que te habías desmayado. A
veces tengo ese efecto en los chicos. Es demasiado intenso y no pueden
soportarlo.
Lucas se echó a reír. No había sido una carcajada, pero se había reído.
Era cierto que todo iba bien: él no sabía nada de nada. Aliviada, lo rodeé
con mis brazos y lo estreché con fuerza. Lucas me devolvió el abrazo y por
unos segundos nos quedamos así, entrelazados, y me permití fingir que
nada había salido mal.
Su cabello brillaba como el oro a la luz del sol e inspiré su fragancia, esa
que tanto me recordaba la del bosque que nos rodeaba. Saber que era mío
me hacía sentir muy bien, y poder abrazarlo así, al aire libre, porque ahora
él era mío y yo era suya y, a cada momento que nos tocábamos, el
recuerdo de cuando lo besaba cobraba fuerza, de cuando sentía sus
manos en mi espalda, de la mullida piel salada entre mis dientes y de la
sangre caliente manando en mi boca.
Mío.
Ahora sabía qué había querido decir mi madre. Morder a un humano no
era tan sencillo como beber un sorbo de un vaso. Al beber la sangre de
Lucas, él había pasado a ser parte de mí... y yo parte de él. Estábamos
unidos de una forma que yo no podía controlar y que Lucas no
comprendería jamás. ¿Hacía eso que fuera menos real el modo en que me
abrazaba? Cerré los ojos con fuerza y recé para que no fuera así. Era
demasiado tarde para arrepentirse.
—¿Bianca? —murmuró entre mi pelo.
—¿Sí?
—Anoche... ¿Me di con la barandilla así como así? La señora Bethany me
dijo que se desprendió, pero me parece que... Bueno, no recuerdo nada,
pero ¿y tú? ¿Tú recuerdas algo?
Sus antiguas sospechas acerca de Medianoche debían de estar
asaltándolo de nuevo. Lo más lógico habría sido contestar que sí, pero no
pude hacerlo, sería una mentira más.
—Más o menos. Es decir, todo fue muy confuso y... Supongo que me
entró el pánico. Si quieres saber la verdad, lo recuerdo todo muy borroso.
Fue la peor de las mentiras imaginables, pero para mi sorpresa, Lucas
pareció creérsela. Se relajó entre mis brazos y asintió, como si entonces ya
lo comprendiera todo.
—No volveré a defraudarte. Te lo prometo.
—Tú nunca me has defraudado, Lucas, es imposible. —La culpa me
corroía, y me aferré a él con más fuerza—. Yo tampoco te defraudaré.
Te mantendré a salvo de cualquier peligro, me prometí. Incluso de mí.

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