He matado a
Lucas? ¿Está bien? —sollocé. No podía dejar de llorar.
Mi madre me
había pasado un brazo por encima de los hombros y
dejé que me
condujera lejos del cenador sin oponer resistencia.
También había
otros profesores encargándose de que los demás alumnos
no se enteraran
de lo que había ocurrido—. Mamá, ¿qué he hecho?
—Lucas está
vivo. —Nunca me había hablado con tanta dulzura—. Se
pondrá bien.
—¿Estás segura?
—Del todo. —Fui
tropezando en casi todos los escalones de piedra a
medida que
subíamos. Temblaba de la cabeza a los pies de tal modo que
apenas podía
mantenerme derecha. Se me habían deshecho las trenzas y
mi madre iba
acariciándome el pelo, que ahora me caía lacio alrededor de
la cara—.
Cariño, sube a mi habitación, ¿de acuerdo? Lávate la cara y
tranquilízate.
Negué con la
cabeza.
—Quiero estar
con Lucas.
—Ni siquiera
sabrá que estás a su lado.
—Mamá, por
favor.
Iba a negarse,
pero en ese instante comprendió que sería inútil discutir.
—Vamos.
Mí padre había
llevado a Lucas a la cochera. Al entrar me pregunté por
qué estaría
dividida en estancias, con las paredes recubiertas de paneles
de madera
tintada de negro y llenas de fotografías de color sepia con
viejos marcos
ovalados. Luego recordé que la señora Bethany vivía allí.
Estaba
demasiado conmocionada para que me preocupara su presencia.
Cuando intenté
entrar en el dormitorio para ver a Lucas, mi madre sacudió
la cabeza.
—Lávate la cara
con agua fría, respira hondo y tranquilízate, cariño.
Luego ya
hablaremos. —Esbozó una sonrisa ladeada y añadió—: No pasa
nada, ya lo
verás.
Mis manos
torpes y temblorosas buscaron a ciegas el pomo de cristal
del baño. En
cuanto me miré en el espejo, comprendí por qué mi madre
había insistido
tanto en que me lavara la cara: tenía los labios manchados
con la sangre
de Lucas y unas cuantas gotas me habían salpicado las
mejillas. Abrí
los grifos de inmediato, desesperada por eliminar las
pruebas de lo
que había hecho, pero cuando el agua fría empezó a correr
entre mis
dedos, me encontré mirando las manchas de sangre con mayor
detenimiento.
Tenía los labios muy rojos y seguían hinchados de haber
estado
besándonos.
Me pasé la
punta de la lengua lentamente por el contorno de los labios.
Volví a probar
el sabor de la sangre de Lucas y fue como si en ese
momento
estuviera tan cerca de mí como cuando lo había tenido entre
mis brazos.
Entonces se
referían a esto, pensé. Mis padres siempre me habían dicho
que algún día
la sangre sería algo más que solo sangre, algo distinto a lo
que traían de
la tienda del carnicero y con lo que me alimentaban. Nunca
había
conseguido comprender a qué se referían, pero ahora lo sabía. En
cierto modo,
había sido como el primer beso con Lucas: mi cuerpo sabía lo
que necesitaba
y quería antes de que mi mente hubiera llegado a
adivinarlo.
Pensé en Lucas
recostándose para que pudiera besarlo, totalmente
confiado. El
sentimiento de culpa me hizo volver a llorar y me mojé la cara
y la nuca con
agua. Tuve que hacer varias inspiraciones hondas durante
unos minutos
antes de poder salir del baño por mi propio pie.
La cama de la
señora Bethany era un armatoste de madera negra
tallada con
columnas en espiral que soportaban un dosel. Lucas,
inconsciente en
medio de la cama, estaba tan blanco como las vendas que
le envolvían el
cuello, pero al menos respiraba.
—Está bien
—susurré.
—Con la
cantidad que bebiste no había bastante para matarlo. —Mi
padre me miró
por primera vez desde que había entrado corriendo en el
cenador. Me
mortificaba la posibilidad de tener que enfrentarme a su
desaprobación
o, teniendo en cuenta qué estaba haciendo cuando me
asaltó la
necesidad de morder a Lucas, su bochorno, pero estaba
tranquilo,
incluso se mostraba cariñoso—. Tienes que procurar beber más
de medio litro
en cada toma.
—Entonces, ¿por
qué se ha desmayado?
—Es el efecto
que tiene en ellos el mordisco —contestó mi madre,
refiriéndose a
los humanos con ese «ellos». Por lo general, intentaba no
hacer
distinciones. Le gustaba decir que la gente era gente de todas
maneras, pero
la línea divisoria entre nosotros nunca había estado tan
clara—. Es como
si se quedaran... hipnotizados, tal vez, o hechizados. Al
principio se
resisten, pero al poco caen en trance.
—De lo que
tampoco podemos quejarnos, porque eso quiere decir que
mañana no
recordará nada. —Mi padre cogió la muñeca de Lucas para
comprobar el
pulso—. Nos inventaremos una historia para explicar lo de la
herida, algo no
demasiado rebuscado sobre un accidente. El viejo cenador
tiene un par de
travesaños sueltos, tal vez uno de ellos podría haberse
caído y haberlo
golpeado en la cabeza.
—No me gusta
mentirle a Lucas.
Mi madre
sacudió la cabeza.
—Cariño, ya
sabes que hay cosas que la gente no tiene por qué saber.
—Lucas no es
como la mayoría de la gente.
Lo que yo sabía
y ellos ignoraban era que Lucas ya tenía sus sospechas
acerca de la Academia Medianoche.
Era evidente que desconocía la
verdad sobre la
escuela —de otro modo jamás habría cruzado la puerta de
entrada—, pero
sabía que ocurría algo, que allí había algo más de lo que
se veía a
simple vista. Estaba orgullosa del fino instinto de Lucas, sin
olvidar que, al
mismo tiempo, eso mismo lo complicaba todo.
Sin embargo,
¿cómo podía siquiera pasárseme por la cabeza decirle la
verdad?
¿Perdona porque anoche estuve a punto de matarte? Asentí con la
cabeza,
lentamente, aceptando lo que debía hacer. Lucas no podía saber
hasta qué punto
le había traicionado. No me lo perdonaría jamás, y eso
teniendo en
cuenta que me creyera cuando empezara a hablarle de
vampiros y no
pensara que me había vuelto loca, que sería lo más lógico.
—Vale
—claudiqué—. Tenemos que mentir. Lo entiendo.
—Ojalá lo
hubiera entendido yo —se lamentó la señora Bethany, con
sequedad. Cruzó
la puerta del dormitorio, con las manos entrelazadas
delante de
ella. En vez de sus típicas camisas de encaje y sus faldas
oscuras,
llevaba un vestido de gala morado oscuro y guantes negros de
satén que le
llegaban hasta los codos. Los pendientes de perla negra
lanzaron un
destello al sacudir la cabeza—. Ya sabíamos que íbamos a
tener problemas
de seguridad cuando aceptamos el ingreso de alumnos
humanos en
Medianoche. Hemos sermoneado a los alumnos mayores,
hemos
controlado los pasillos y hemos mantenido los grupos tan
separados como
nos ha sido posible, y con buenos resultados. O al menos
eso creía yo.
Jamás me lo habría esperado de usted, señorita Olivier.
Mis padres se
pusieron en pie. Al principio creí que se trataba de una
muestra de
deferencia hacia la señora Bethany, su superiora, cuya opinión
siempre habían
respetado, pero entonces mi padre dio un paso al frente
para
defenderme.
—Ya sabe que
Bianca no es como el resto de nosotros. Es la primera vez
que prueba
sangre fresca. No sabía cómo iba a afectarle.
La señora
Bethany frunció los labios en una sonrisa desagradable y
tensa.
—Es evidente
que Bianca es un caso especial. Muy pocos vampiros
nacen en vez de
convertirse. ¿Sabe que desde 1812 solo he conocido a
otros dos
además de usted? Mis padres me habían explicado que se
concebían muy
pocos bebés vampiro cada siglo. Ellos habían estado juntos
durante casi
trescientos cincuenta años antes de que mi madre los dejara
pasmados a
ambos al quedarse embarazada de mí. Siempre creí que
exageraban un
poco para hacerme sentir única, pero en ese momento
comprendí que
era la pura verdad.
La señora
Bethany no había terminado.
—Lo más lógico
sería pensar que haber sido criada por vampiros y
conocer nuestra
naturaleza y necesidades contaría a su favor. Razón de
más para un
mayor autocontrol.
—Lo siento. —No
podía permitir que mis padres cargaran con la culpa,
sobre todo
porque no había más culpable que yo—. Mis padres siempre
me han
advertido que ocurriría algún día, que sentiría la necesidad de
morder, pero en
realidad no había llegado a entenderlos hasta que me ha
sucedido.
La señora
Bethany asintió con la cabeza, meditando mis palabras. Le
lanzó una breve
mirada a Lucas, como si fuera un trasto que hubiéramos
dejado en su
habitación.
—¿Vivirá?
Entonces no está todo perdido. Mañana decidiremos el
castigo de
Bianca.
Mi madre me
lanzó una mirada de disculpa.
—Bianca nos ha
prometido que no volverá a hacerlo.
—Si corre la
voz por la escuela de que alguien ha mordido a uno de los
alumnos nuevos
y no ha sufrido las consecuencias, se producirán más
incidentes. —La
señora Bethany se recogió la falda con una mano—. Y
puede que
algunos no tuvieran tanta suerte. Es de vital importancia que
no vuelva a
tocarse a ningún alumno humano más, no podemos
permitirnos ni
un asomo de sospecha. Tamaña trasgresión no puede
quedar sin
castigo.
La señora
Bethany y yo estábamos completamente de acuerdo por
primera vez en
la vida. Me sentía fatal por haberle hecho daño a Lucas,
por lo que
pasarme varias noches limpiando el vestíbulo era lo menos que
me merecía,
aunque de repente se me ocurrió algo que podría complicarlo
un poco.
—No pueden
castigarme, no pueden obligarme a limpiar ni a nada por el
estilo.
Las cejas de la
señora Bethany casi rozaron la línea del nacimiento del
pelo.
—¿Acaso estás
por encima de esas labores menores?
—Si alguien se
da cuenta de que me han castigado por algo, Lucas se
preguntará por
qué y lo último que queremos es que empiece a hacer
preguntas, ¿no?
Mi razonamiento
era irrefutable. La señora Bethany asintió lentamente,
aunque era
fácil adivinar que le molestaba que me hubiera adelantado a
ella.
—Entonces me
hará un trabajo de diez folios para de aquí a dos
semanas sobre,
digamos, el uso de la forma epistolar en las novelas de los
siglos XVIII y
XIX.
Estaba tan
abatida y espantada que el castigo no fue capaz de hacerme
sentir mucho
peor.
La señora
Bethany se acercó a mí, acompañada del susurro de la amplia
falda del vestido,
parecido al aleteo de un pájaro. El aroma a lavanda me
envolvió como
zarcillos de humo. No me resultó fácil aguantar su mirada,
que me hizo
sentir desprotegida y avergonzada.
—La Academia Medianoche
ha servido de santuario para los nuestros
durante más de
dos siglos. Los que tienen una apariencia lo bastante
juvenil para
pasar por alumnos pueden venir aquí a instruirse en los
cambios del
mundo para poder reentrar en la sociedad y moverse con
libertad sin
levantar sospechas. Este es un lugar de aprendizaje, un lugar
seguro, y solo
podrá seguir siéndolo si los humanos al otro lado de los
muros, y ahora
dentro de ellos, también están a salvo. Si nuestros
alumnos pierden
el control y matan, Medianoche pronto levantará
sospechas. Este
santuario se vendría abajo y daría al traste con doscientos
años de
tradición. Señorita Olivier, llevo protegiendo esta escuela casi
desde su
fundación, y le puedo asegurar que no tengo ninguna intención
de permitir que
ni usted ni nadie altere ese equilibrio. ¿Me ha entendido?
—Sí, señora
—susurré—. Lo siento mucho. No volverá a suceder.
—Eso es lo que
dice ahora. —Volvió a mirar a Lucas, sin ocultar su
curiosidad—. Ya
veremos qué ocurre cuando el señor Ross despierte.
La señora
Bethany salió con la cabeza en alto de la habitación para
regresar al
baile. Era extraño pensar que había gente que seguía bailando
apenas a unos
metros de allí.
—Me quedaré con
Lucas —dijo mi padre—. Celia, llévate a Bianca a la
escuela.
—No puedo
volver a mi dormitorio ahora. Quiero estar aquí cuando
Lucas se
despierte —supliqué.
Mi madre negó
con la cabeza.
—Lo mejor para
ambos es que no estés aquí. Tu presencia podría
hacerle
recordar lo que ha sucedido y Lucas necesita olvidar. ¿Sabes qué?
Sube a tu
antigua habitación. Pero solo por esta noche. Nadie pondrá
pegas.
La confortable
habitación de la torreta en lo alto de la torre jamás me
había parecido
tan acogedora. Incluso me entraron ganas de volver a ver
la gárgola.
—Qué bien.
Gracias a los dos por todo. —Las lágrimas acudieron a mis
ojos—. Esta
noche nos habéis salvado a los dos.
—No te pongas
melodramática. —La sonrisa de mi padre suavizó sus
palabras—.
Lucas habría vivido de todos modos y tú habrías acabado
mordiendo a
alguien. Ojalá hubieras esperado un poco más, pero supongo
que nuestra
niñita tenía que crecer tarde o temprano.
—Adrián —Mi
madre lo cogió de la mano y empezó a tirar de él para
sacarlo de la
habitación—. Deberíamos hablar de aquello.
—¿De aquello?
¿De qué aquello?
—De lo que hay
en el pasillo.
—Ah.
Mi padre lo
captó más o menos a la vez que yo. Mi madre se había
inventado una
excusa para dejarme un momento a solas con Lucas.
En cuanto
hubieron salido, me senté en el borde de la cama del lado
donde estaba
Lucas. Seguía estando arrebatador a pesar de la palidez y
de las
depresiones oscuras bajo los ojos. Debido a su lividez, el tono
castaño dorado
de su pelo parecía más apagado, más oscuro. Cuando le
puse la mano en
la frente, estaba frío al tacto.
—Siento mucho
haberte hecho daño.
Una lágrima
candente rodó por mi mejilla. El pobre Lucas, que siempre
estaba
intentando protegerme del peligro, jamás había sospechado que el
peligro era yo.
Esa misma
noche, más tarde, contemplé mi precioso vestido manchado
de sangre. Mi
madre lo había colgado en el pomo de la puerta de mi
habitación.
—Creía que el
baile iba a ser perfecto —susurré.
—Ojalá hubiera
sido así, cariño. —Se sentó en la cama, a mi lado, y
empezó a
acariciarme el pelo como solía hacerlo cuando yo era pequeña
—. Mañana verás
las cosas de otra manera, no te preocupes.
—¿Estás segura
de que Lucas no será un vampiro cuando se despierte?
—Estoy segura.
Lucas no ha perdido suficiente sangre para poner su
vida en
peligro. Y es la primera vez que le muerdes, ¿no?
—Sí —contesté,
sorbiéndome la nariz.
—Solo se convierten
en vampiros los que han sido mordidos varias
veces y, aun
así, únicamente cuando el último mordisco es letal. Recuerda
lo que siempre
te hemos dicho: en realidad es bastante complicado matar
a alguien
desangrándolo. Da lo mismo, hay que morir para convertirse en
vampiro y Lucas
no va a morir.
—Yo soy un
vampiro y no he muerto nunca.
—Eso es
diferente, cariño, ya lo sabes. Tú naciste siendo especial. —Mi
madre me tocó
la barbilla para volverme la cara hacia ella. Vi que la
gárgola nos
sonreía a su espalda, como una fisgona escuchando una
conversación
ajena—. No te convertirás en un verdadero vampiro hasta
que mates a
alguien. Cuando lo hagas, también morirás, aunque solo por
un momento.
Será como echarse una siesta.
Evidentemente,
mis padres ya me habían contado todo aquello como un
millón de
veces, de igual modo que me recordaban que debía cepillarme
los dientes
antes de irme a dormir o tomar nota del nombre y el número
de teléfono de
quien llamara mientras ellos estuvieran fuera. Según ellos,
la mayoría de
los vampiros no mataban, y aunque era imposible
imaginarme
haciéndole daño a alguien, insistían en que había maneras de
hacerlo que
estaban bien. Le habíamos dado vueltas y más vueltas a la
famosa
transformación por la que algún día tendría que pasar: podía ir a
un hospital o a
un hogar de ancianos, buscar a alguien muy mayor o a las
puertas de la
muerte y hacerlo.
Me habían
asegurado que sería así de sencillo: o bien podía acabar con
el sufrimiento
de alguien o incluso podía darle la oportunidad de vivir para
siempre como un
vampiro si lo planeábamos de antemano y nos
asegurábamos de
que yo pudiera beber más de una vez. La explicación
era así de
sencilla y ordenada, como les gustaba que dejara mi habitación.
Lo que había ocurrido
entre Lucas y yo había demostrado que la
realidad no era
tan sencilla y ordenada como las explicaciones de mis
padres.
—No tengo que
convertirme en un vampiro si no estoy preparada —dije.
Era otra de las
cosas que no dejaban de repetirme y esperaba que mi
madre me diera
la razón de manera automática. Sin embargo, se quedó
callada unos
segundos.
—Ya veremos,
Bianca. Ya veremos.
—¿Qué quieres
decir?
—Has probado la
sangre de una persona viva. En realidad acabas de
darle la vuelta
al reloj de arena: ahora habrá veces en que tu cuerpo
reaccionará
como el de un vampiro. —Debí de poner cara de espanto,
porque me
apretó la mano—. No te preocupes. No es que vayas a cambiar
esta semana,
seguramente ni siquiera este año, pero ahora sentirás con
mayor urgencia
la necesidad de hacer lo que hacemos nosotros, y esa
urgencia será
cada vez más acuciante. Además, Lucas te importa.
Vosotros dos os
sentiréis... muy atraídos a partir de ahora. Cuando el
cuerpo cambia a
la velocidad del corazón se da una combinación muy
poderosa. —Mi
madre apoyó la cabeza contra la pared y me pregunté si se
estaría
remontando a mediados del siglo XVII, cuando estaba viva y mi
padre era un
apuesto y misterioso forastero—. Intenta evitar los
problemas.
—Seré fuerte
—prometí.
—Sé que lo
intentarás, cariño. No se te puede pedir más.
¿Qué quiso
decir con aquello? No lo sabía y debía haber preguntado,
pero no pude.
El futuro se acercaba a pasos agigantados y estaba tan
cansada que
tenía la sensación de llevar despierta varios días. Cerré los
ojos con
fuerza, hundí la cara en la almohada y esperé la llegada del
olvido que
acompaña al sueño.
A la mañana
siguiente, noté la diferencia incluso antes de abrir los ojos.
Mis sentidos se
habían agudizado. Notaba la trama de la tela de las
sábanas sobre
mi piel, y no solo oía a mis padres hablando en la otra
habitación,
sino también otros sonidos procedentes de otras plantas por
debajo de
nuestros aposentos: el profesor Iwerebon gritándole a alguien
que pretendía
hacer novillos después de una noche de fiesta, pisadas
sobre las
tablas del suelo, un grifo goteando en alguna parte... Prestando
algo más de
atención, incluso habría podido contar las hojas que
susurraban al
compás del viento en el árbol de fuera. Cuando abrí los ojos,
la luz del sol
fue casi cegadora.
Al principio
pensé que mis padres se habían equivocado, que me había
convertido en
un vampiro de la noche a la mañana y que eso significaba
que Lucas
estaba...
No. Mi corazón
todavía latía. Si yo estaba viva, Lucas también debía de
estarlo. Yo no
podía morir y completar mi transformación en vampiro hasta
que le hubiera
quitado la vida a alguien.
Con todo, si
así era... ¿qué estaba sucediéndome?
Mi padre me lo
explicó durante el desayuno.
—Estás
experimentando una pequeña muestra de lo que sentirás
cuando hagas el
cambio. Has bebido sangre de un ser humano y ahora ya
sabes qué
efecto tiene en ti. Luego es incluso más fuerte.
—Menudo rollo.
¿Cómo lo soportáis?
Tenía que
entrecerrar los ojos para que la luz de la cocina no me
deslumbrara.
Incluso los copos de avena que me había dado mi madre
tenían un sabor
muy fuerte, era como si pudiera sentir la raíz, el tallo y la
tierra de los
que procedía la avena. En cambio, el vaso de sangre de las
mañanas nunca
me había sabido tan insípido. El sabor siempre me había
agradado, pero
en ese momento comprendí que solo era una mala
imitación de lo
que se suponía que debería estar bebiendo.
—No siempre es
tan intenso como las primeras veces. Seguramente se
te pasará en un
par de horas. —Mi madre me dio unas palmaditas en el
hombro. Tenía
su vaso de sangre en la otra y parecía satisfecha con él—.
Después...
Bueno, al final acabas acostumbrándote. Y menos mal, claro, si
no ninguno de
nosotros podría dormir nunca.
Tenía la cabeza
a punto de estallar con tanta estimulación. Nunca había
llegado a
beberme una cerveza entera, pero sospechaba que aquello era
como tener una
resaca.
—Preferiría no
tener que acostumbrarme a esto, gracias.
—Bianca. —La
voz de mi padre sonó tajante, impregnada de la rabia
que no había
demostrado la noche anterior. Incluso mi madre pareció
sorprendida—.
Que no vuelva a oírte hablar de ese modo.
—Papá... Solo
quería decir que...
—Estás
predestinada, Bianca. Naciste para ser vampiro. Nunca lo habías
cuestionado
hasta este momento y ahora no voy a permitirlo, ¿está claro?
Cogió su vaso y
salió de la cocina a grandes zancadas.
—Muy claro
—contesté con un hilo de voz al asiento vacío que mi padre
había ocupado
segundos antes.
Cuando bajé la
escalera vestida con unos téjanos y mi sudadera con
capucha de
color amarillo claro, mis sentidos estaban volviendo a la
normalidad. En
cierto modo me sentí aliviada. La claridad y el bullicio
habían estado a
punto de hacerme perder los nervios; al menos ya no
tenía que oír a
Courtney quejándose por su pelo. Sin embargo, también
me sentí en
cierto modo vacía. Lo que hasta entonces había sido para mí
el mundo normal
ahora parecía un lugar extrañamente silencioso y lejano.
Lo único que
importaba en realidad era que me sentía mejor y que
podía ir a
visitar a Lucas. Después de lo que había pasado, sabía que era
imposible que
se hubiera levantado y anduviese por allí, pero al menos
podía ir a
verlo a la casa de la señora Bethany. No podía ni imaginarme el
horror que
debía de sentir al despertarse allí; además, a saber qué historia
le habría
contado la señora Bethany.
En esas estaba
cuando sentí que mi cuerpo se tensaba, como si se
anticipara a
recibir un golpe. Mí madre me había prometido que Lucas no
se acordaría de
nada, pero ¿cómo iba a ser eso posible? En su momento ni
se me había
pasado por la cabeza, pero en ese instante comprendí que el
mordisco tenía
que haberle dolido una barbaridad. Seguramente se
quedaría
conmocionado, se enfadaría y se espantaría. Sabía que lo mejor
era esperar que
lo hubiera olvidado todo, pero entonces ¿también debía
olvidar
nuestros besos? Tanto daba, había llegado el momento de
enfrentarme a
lo que había hecho.
Crucé los
jardines sin prestar atención a los alumnos que estaban
jugando a rugby
en uno de los extremos más alejados del césped, aunque
vi que algunos
se volvían para mirarme y oí vagamente unas risitas
maliciosas.
Estaba claro que Courtney se había ido de la lengua, y a esas
horas lo más
probable era que todos los vampiros de la escuela supieran
lo que había
hecho. Abochornada y enojada, apreté el paso hacia la
cochera... y me
detuve en seco al ver a Lucas dirigiéndose hacia mí.
Levantó una
mano al reconocerme, casi con timidez.
Me entraron
ganas de salir corriendo, pero Lucas no se lo hubiera
merecido, así
que tendría que apechugar con mí vergüenza.
—¡Lucas! ¿Estás
bien? —le pregunté, obligándome a dirigirme hacia él.
—Sí. —Las hojas
crujieron bajo sus pies al llegar el uno junto al otro—.
Jesús, ¿qué ha
pasado?
Sentí la boca
seca.
—¿No te lo han
dicho?
—Sí, me lo han
contado, pero... ¿Me cayó un travesaño en la cabeza?
¿De verdad?
—Estaba sonrojado, como abochornado, y casi parecía
enfadado... con
el cenador, la gravedad o con lo que fuera. Había visto a
Lucas perder su
aplomo otras veces, pero nunca lo había visto así—. Me he
hecho un tajo
en el cuello con la estúpida barandilla de hierro forjado, eso
es lo más
patético de todo. Es que me cabrea que algo tuviera que
ponerse en
medio mientras estaba besándote por primera vez.
Alguien un poco
más atrevido le habría vuelto a besar allí mismo; sin
embargo, yo me
lo quedé mirando boquiabierta. Parecía que estaba bien.
Lucas seguía
estando pálido y un grueso vendaje blanco le tapaba parte
del cuello,
pero por lo demás podría haberse tratado de un día cualquiera.
Vi que varias
personas nos observaban con curiosidad a lo lejos, pero
intenté olvidar
el hecho de que tuviéramos público.
—Creí... Es
decir, supongo... —Antes de seguir balbuciendo
incoherencias,
fui al grano—: Al principio creí que te habías desmayado. A
veces tengo ese
efecto en los chicos. Es demasiado intenso y no pueden
soportarlo.
Lucas se echó a
reír. No había sido una carcajada, pero se había reído.
Era cierto que
todo iba bien: él no sabía nada de nada. Aliviada, lo rodeé
con mis brazos
y lo estreché con fuerza. Lucas me devolvió el abrazo y por
unos segundos
nos quedamos así, entrelazados, y me permití fingir que
nada había
salido mal.
Su cabello
brillaba como el oro a la luz del sol e inspiré su fragancia, esa
que tanto me
recordaba la del bosque que nos rodeaba. Saber que era mío
me hacía sentir
muy bien, y poder abrazarlo así, al aire libre, porque ahora
él era mío y yo
era suya y, a cada momento que nos tocábamos, el
recuerdo de
cuando lo besaba cobraba fuerza, de cuando sentía sus
manos en mi
espalda, de la mullida piel salada entre mis dientes y de la
sangre caliente
manando en mi boca.
Mío.
Ahora sabía qué
había querido decir mi madre. Morder a un humano no
era tan
sencillo como beber un sorbo de un vaso. Al beber la sangre de
Lucas, él había
pasado a ser parte de mí... y yo parte de él. Estábamos
unidos de una
forma que yo no podía controlar y que Lucas no
comprendería
jamás. ¿Hacía eso que fuera menos real el modo en que me
abrazaba? Cerré
los ojos con fuerza y recé para que no fuera así. Era
demasiado tarde
para arrepentirse.
—¿Bianca?
—murmuró entre mi pelo.
—¿Sí?
—Anoche... ¿Me
di con la barandilla así como así? La señora Bethany me
dijo que se
desprendió, pero me parece que... Bueno, no recuerdo nada,
pero ¿y tú? ¿Tú
recuerdas algo?
Sus antiguas
sospechas acerca de Medianoche debían de estar
asaltándolo de
nuevo. Lo más lógico habría sido contestar que sí, pero no
pude hacerlo,
sería una mentira más.
—Más o menos. Es
decir, todo fue muy confuso y... Supongo que me
entró el
pánico. Si quieres saber la verdad, lo recuerdo todo muy borroso.
Fue la peor de
las mentiras imaginables, pero para mi sorpresa, Lucas
pareció
creérsela. Se relajó entre mis brazos y asintió, como si entonces ya
lo comprendiera
todo.
—No volveré a
defraudarte. Te lo prometo.
—Tú nunca me
has defraudado, Lucas, es imposible. —La culpa me
corroía, y me
aferré a él con más fuerza—. Yo tampoco te defraudaré.
Te mantendré a
salvo de cualquier peligro, me prometí. Incluso de mí.
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