miércoles, 20 de abril de 2011

Capitulo 14

Papá-susurré.
Decir que le oía tal vez no fuera lo más exacto. Era como si lo percibiera, como si intuyera su miedo y angustia a través del trueno y del frío del viento que me azotaba.
-¿Te vas para ir con él?
No parecía que Christopher aprobara o desaprobara aquello; se limitó simplemente a observarme, como si me analizara.
¿Podría enfrentarme de nuevo a mi padre? ¿Afrontar el peligro de que me rechazara para siempre o se volviera contra mí?
Entonces el trueno volvió a sonar y sentí que el temor en el corazón de mi padre era más intenso que mi propio miedo. Algo terrible le estaba ocurriendo, algo mucho más importante que las respuestas que yo necesitaba. Si Christopher ahora se volvía contra mí, si intentaba atraparme en aquel lugar… Tenía que intentar encontrar a mi padre.
-Sí-dijo-. Me voy.

Christopher no se enfadó. Por primera vez sentí que tal vez podía confiar en él.
-En tal caso, abrigaré la esperanza de que regreses.
-Volveré-le prometí-. Quiero saber más cosas.
-Y yo quiero contártelas.
-¿Cómo puedo llegar a mi padre?
-Cuando la persona a la que amas desea de un modo tan desesperado que estés con ella-dijo Christopher-, verás que te resulta imposible estar en otro lugar.
Dijo aquello con una expresión tan abrumada que me pregunté quién había deseado tenerlo a su lado. Sin embargo, no podía preocuparme mucho por Christopher, no mientras papá estuviera en peligro o en una situación desesperada, o en lo que fuera que hacía oscurecer el cielo sobre mi cabeza. Tampoco podía preocuparme de mí misma. Me di cuenta de que mis temores habían sido solo egoístas. La tierra de los objetos perdidos arrojaba una claridad intensa sobre todas las cosas, tanto las visibles como las invisibles.
Cerré los ojos y pensé en mi padre. Por primera vez desde hacía meses, desde que había muerto, no me limité a acariciar la idea de él. Me permití recordarlo hasta que colmó mi corazón. Llevándome a la cama de pequeña. Bailando cariñosamente con mamá mientras Dinah Washington sonaba en su viejo equipo de alta fidelidad. Manteniendo charlas triviales con nuestros vecinos en un esfuerzo por encajar en Arrowwood. Llevándome a la playa porque me encantaba a pesar de que él detestaba la luz del sol. Refunfuñando por tener que levantarse temprano, con todo el pelo alborotado, despeinado. Representando su resurrección de entre los muertos con Ken, uno de mis viejos muñecos, ante un público formado por una niña muy interesada y unas Barbies asombradas. Pensé, en fin, en todo lo que le convertía en mi padre.
Cuando abrí los ojos, él estaba allí.
Para ser precisos, yo regresé con él, a Medianoche. Estaba oscuro, y no había modo de saber el tiempo que había transcurrido desde que me había marchado. Aunque me parecían minutos, podrían haber sido horas o días. Mi padre estaba en el centro de la biblioteca de la escuela…
¡En la biblioteca! Pensé, aterrada, en la trampa que había descubierto allí. Sin embargo, Lucas la había retirado, y tal vez no había sido sustituida. Yo me encontraba bien. Mi padre, en cambio, parecía protegerse de un vendaval. No. No lo parecía: un viento huracanado se había levantado dentro de la sala, y cada ráfaga era fría como el hielo. Me di cuenta de que había quedado atrapado; entre las estanterías se había formado un laberinto de hielo de unos tres metros de altura con mi padre en el centro sin posibilidad de salida. Distinguí apenas unas siluetas brillantes de color gris azulado en un rincón alejado: era un ser escuálido, hasta el punto de que se le veían los huesos, muy viejo y casi calvo. Podía ser tanto hombre como mujer. Sin duda, era un espectro.
-Lo intenta- dijo esa cosa resollando con una voz que parecía una masa de hielo quebrándose. Lo reconocí: era uno de los Conspirados-. Lo intenta, pero su estupidez le impide ver en qué se equivoca.
-Te detendrán. No podrás resistir para siempre- dijo papá.
Sin embargo, no parecía convencido de ello. Su mirada no reflejaba enfado, ni miedo, tan solo tristeza. Era la mirada que yo le había visto en el sofá cuando regresé a Medianoche por primera vez. La misma mirada que tenía Lucas cuando entabló su batalla fatal contra Charity. Supe entonces que papá había pensado en mí y me había convocado: creía que estaba a punto de morir de forma definitiva.
Me di cuenta de que había intentado atraer al espectro a una trampa: reparé en que tenía una de esas cajas de cobre en forma de concha a los pies, rota en dos mitades y, en apariencia, carente de poder. ¿Por qué ayudaba papá a la señora Bethany?
El resuello se convirtió en un cacareo.
-Hiélalo. Divídelo. Sin cabeza, no hay ruido.
El rostro de papá no se alteró; era probable que no supiera de qué hablaba el espectro. Pero yo sí. Yo había usado ese mismo poder: mi capacidad de penetrar en un vampiro y convertir su cuerpo en hielo. Había visto el daño que podía ocasionar a un vampiro y no dudaba de que eso pudiera matarlo.
El espectro se lanzó en picado; era el espíritu malevolente de mis peores pesadillas, la encarnación de cuanto me aterraba de los espectros. Yo no sabía qué hacer; desconocía de tenía algún poder sobre los espectros. Me pregunté si podía destruirme igual que a mi padre. ¿Qué podía hacer yo?
Al instante recordé mi pulsera de coral y la habitación de archivos, y mi espíritu se materializó allí. Cuando me aparecí, Vic, que estaba sentado en un puf leyendo un cómic, casi se ahoga con un trago de soda que estaba bebiendo.
-Guau, Bianca, ¡deberías avisar!
Me hubiera gustado encontrar a Lucas o a Balthazar, pero tenía que echar mano de cualquier ayuda que estuviera a mi alcance; la menor interrupción podría espantar al espectro.
-Mi padre tiene problemas. ¡Ve a la biblioteca! ¡Rápido!
Con la misma rapidez, me concentré en la gárgola del exterior de mi antigua ventana y me encontré allí, suspendida junto a la que había sido mi habitación. Habría merecido la pena asustar
terriblemente a mi madre si con ello lograba hacerla bajar a la biblioteca para ayudar a papá, pero no estaba. Contrariada, descendí a toda prisa por la piedra, en busca de un rostro conocido; por suerte me encontré a Patrice sola, dando los últimos toques a su manicura. Era la persona que necesitaba. Cubrí la escarcha su ventana tan rápido que crujió; entonces la abrió y sacó la cabeza al exterior.
-¿Bianca?
-¡A la biblioteca! ¡Coge el espejo, ya!
<> Sin embargo, el vínculo con que me había desplazado se había interrumpido; ese tipo de conexión no parecía funcionar en el mundo de los mortales. Por lo tanto, tenía que tomar el camino largo. El único modo de evitar dejar un rastro a mi paso era tranquilizarme y frenar la marcha, pero no tenía tiempo para eso.
Atravesé a toda prisa la habitación de Patrice y me precipité por los pasillos, ajena a la escarcha y las extrañas luces azuladas que se levantaban a mi alrededor, incluso cuando los demás alumnos empezaron a gritar. Skye, que salía de la ducha, estuvo a punto de dejar caer la toalla, y observé que los mechones húmedos de su pelo se helaban y convertían en hielo. <>, pensé distraídamente. En ese momento no podía preocuparme por nadie más que no mi padre.
Aunque posiblemente alcanzar la biblioteca no me llevó más de un par de minutos, me pareció una eternidad. Al atravesar las puertas, mientras sentía el impacto de la madera en mi cuerpo, vi una luz azulada titilante que se reflejaba en torno a lo que entonces ya era una enorme jaula de hielo. En algún punto, en medio de aquella prisión crujiente y centelleante, se encontraba mi padre. Me abrí paso por el hielo hasta llegar al centro.
Allí, para mi horror, vi a papá balanceándose sobre los pies, reclinado en un ángulo imposible, defendiéndose de forma desesperada de un puño de hielo que se hundía en el pecho.
El espectro se reía.
-Cosa estúpida. Cosa estúpida.
-¡Apártate de él!- grité.
Sin saber qué otra cosa hacer, me abalancé contra aquello con todas las fuerzas que fui capaz de reunir. Pero adoptó una forma permeable y me hizo caer dando un traspié. Al menos aquello distrajo al espectro, que retiró su mano de hielo de mi padre y se volvió hacia mí.
Era la cosa más fea que había visto jamás. Al principio creí que solo era viejo, pero las personas ancianas no tienen ese aspecto. La “carne” que exhibía no se le ceñía bien al cuerpo: tenía los párpados inferiores tan hundidos que se le veía toda la cuenca del ojo, y los labios le colgaban hasta la barbilla. Yo retrocedí hasta sentir el hielo; podría haberlo travesado, pero eso habría significado abandonar a papá.
Oí una voz débil que decía, incrédula:
-¿Bianca?
<< ¡Papá!>> En ese momento no podía volver la vista hacia él; el espectro tenía que centrarse en mí, no en él.
Los ojos redondos y espantosos del espectro se iluminaron, literalmente, como dos llamas de gas. Ignoraba que los espectros pudiéramos hacer algo así, y lo cierto era que no quería comprobarlo.
-Un bebé-dijo.
-Tal vez sea nueva en esto, pero te prometo que soy capaz… -¿De qué era yo realmente capaz?-. Si no le dejas en paz, soy capaz de hacer que dejes de vagar el día menos pensado.
-Tú nos puedes llevar hasta allí- dijo mientras arrastraba los pies hacia mí, con un entusiasmo que resultaba algo infantil, y por ello más inquietante.
¿Era eso lo que Christopher quería? ¿Se suponía que yo tenía que ayudar a seres espantosos como aquel?
Entonces me sentí muy mal. De no haber podido materializarme e interactuar con las personas que me querían, quizá también me habría vuelto espeluznante. Se aquel ser lograba llegar a la tierra de los objetos perdidos, quizá dejaría de parecer tan atroz y adoptaría el aspecto que le era propio. Habría sido una estupidez por mi parte pensar que trabajar con muertos sería agradable siempre, sobre todo considerando algunos que conocía.
-Te llevaré- le prometí. Aunque no sabía exactamente cómo hacerlo, sabía que, si no lo conseguía con facilidad Christopher me ayudaría-. Pero tienes que soltar a este hombre, ¿vale? Podemos marcharnos ahora mismo.
El espectro vaciló. Tal vez no acababa de creer en su buena suerte.
Sin embargo, entornó sus ojos llameantes, como hendiduras de donde surgía un fuego azul sobrenatural.
-No se librará-siseó-. No después de lo que hizo.
-¡Qué más da lo que estuviera haciendo! ¡No importa! Puedes abandonar este lugar ahora mismo. ¿Acaso eso no es más importante?
No me respondió. Me di cuenta de que el espectro tenía que reflexionar. Se encontraba dividido entre la esperanza y el odio, y era incapaz de escoger entre ambos.
Suavemente añadí:
-El lugar donde vamos… puede resultar bonito. En cualquier caso, es mejor que vagar por un internado. Deberías verlo. Vamos.
Me forcé a tenderle la mano al espectro, aunque tenía los dedos huesudos, similares a garras.
El espectro vaciló de nuevo. Entonces me atreví a mirar a mi padre. Al instante deseé no haberlo hecho; levantó la mirada hacia mí, las lágrimas le corrían por las mejillas y pensé que tal vez lloraba porque me había convertido en algo tan horrible, en algo parecido a ese ser que había intentado hacerle daño.
Pero de pronto el espectro profirió un grito de rabia.
-¡No! ¡No se librará!
El odio había ganado.
Se abalanzó sobre mi padre, y yo intenté interponerme. Aunque no pude detener exactamente al espectro, de algún modo nos quedamos enredados; ninguno de los dos tenía una forma sólida, resultábamos indistinguibles. Éramos como un bocadillo hecho de diferentes cremas: in amasijo pegajoso. El espíritu de aquel espectro se enroscó en torno al mío, más enfermo y triste de lo que yo estaba, y me estremecí de asco.
-¡Apártate de mí!
Empujé al espectro con un golpe, y funcionó. Saltó por encima de nosotros, convertido en un retorcido destello eléctrico de color azul suspendido a la altura del techo. Me vino a la cabeza la imagen de un rayo. ¿A quién atacaría antes? ¿A mi padre o a mí? ¿Y qué ocurriría cuando lo hiciera?
Pero entonces el espectro emitió un aullido, un sonido lastimoso, y se disolvió en un humo azulado que se arremolinó en dirección a la puerta de la biblioteca. Al cabo de un segundo, la luz había desaparecido y se hizo el silencio.
Me figuré lo que había ocurrido.
-¿Patrice?
-¡Lo tengo en mi polvera nueva!- gritó ella desde el otro lado del hielo-. Es de Laura Mercier, ¿sabes? Así que más le vale que esa cosa no romperla.
A continuación oí la risa asombrada de Vic.
-¡Ha sido una pasada!
-Esa era la idea- dijo ella.
Mi padre y yo estábamos rodeados de paredes de hielo. Aunque era consciente de que se fundiría, no me entusiasmaba la idea de dejarlo allí solo y que lo encontraran por la mañana.
-¿Podéis sacarnos de aquí?
-¡Sí, un momento! –Vic parecía muy emocionado por todo lo que ocurría-. Usaré el hacha de incendios. Intentaré hacer algunos movimientos de Ranulf.
Al oír que se encaminaba hacia el pasillo para coger el hacha, supe que ya no habría forma de evitar lo que tenía que ocurrir. Hice acopio de valor y me volví para ver a mi padre.
-Bianca-repitió él. Tenía las mejillas cubiertas de lágrimas-. ¿De verdad eres tú?
-Sí-. Respondí con la voz apagada-. Papá, lo siento.
-¿Qué lo sientes?- Papá me cogió de la mano y me abrazó con tanta fuerza que mi cuerpo semisólido estuvo a punto de ceder, pero logré aguantar-. Mi pequeña. No hay nada que lamentar. Estás aquí- estás aquí.
Entonces me di cuenta de que no le importaba que fuera un espectro, ni que hubiera sido una estúpida y me hubiera equivocado en muchas cosas, ni que la última vez que habíamos hablado nos hubiéramos peleado. Mi padre seguía queriéndome.
De haber podido, me habría echado a llorar. N cualquier caso, mi alegría se convirtió en luz y calor, un resplandor suave, como una vela, que sentí que aliviaba el dolor de mi padre.
.Te he echado mucho de menos-susurré-. Os he echado mucho de menos a ti y a mamá.
-¿Por qué no viniste a casa?
-Temía que ahora que soy un espectro ya no me querríais.
-Eres mi hija. Eso no cambiará nunca.- El rostro de papá estaba contrito de dolor-. Los odiamos tanto… Los temíamos tanto… Es normal que tuvieras miedo. Hemos sido tan obstinados y cortos de miras en eso… Deberíamos haberlo hablado contigo.
-Si lo hubiera sabido…- No sabía qué habría hecho de haberlo sabido. ¿Me habría convertido en vampiro? ¿Habría optado por mi vida actual? No podía saberlo, pero tampoco me importaba. Ahora estábamos allí-. Siento haber huido de ese modo.
-Fue ese chico. Siempre ejerció una mala influencia en ti…
-No, papá. Tomé la decisión yo sola. Lucas me ayudó a cuidar de mí misma, pero la elección fue mía. No os culpo por estar enfadados conmigo, pero tenéis que comprender que todo cuanto sucedió fue culpa mía. Solo mía.
Papá me acarició el pelo, pero no dijo nada. Estaba claro que no me creía.
-Lucas necesita ayuda-susurré-. Tiene problemas con la transición. Odia lo que es y es incapaz de aceptarlo. Podrías ayudarle.
-Eso es pedir demasiado.
-Es lo que pido.- Sin embargo, después de lo que mi padre había tenido que pasar en los últimos meses, me dije que tal vez no tenía derecho a exigírselo todo, al menos de momento-. Cuando estés preparado. Piénsalo.
Las puertas de la biblioteca crujieron y oí a Vic gritar:
-¡Los bomberos ya han llegado!
Papá y yo nos cogimos de la mano mientras Vic y Patrice empezaron a abrirse paso por el hielo a hachazos. Se reían. Al parecer, la tarea les mojaba y les ensuciaba. Aquello me permitió susurrar a mi padre algo en privado.
-¿Podemos ir a ver a mamá?
Creía que estaría encantado, pero vaciló.
-Deberíamos esperar, no mucho… necesito tiempo para encontrar el modo más adecuado de enfocarlo.
Aquello me entristeció.
-Crees que mamá no podrá aceptarme. Ella odia a los espectros. ¿Va a odiarme?
-Tu madre te ama por encima de todo- repuso mi padre con convencimiento-. Igual que yo. Pero ha tenido experiencias con espectros peores que la mayoría. Después del Gran Incendio de Londres y de la destrucción masiva de fantasmas que tuvo lugar allí, tacha de locos a los sobrevivientes es quedarse muy corto. Celia soportó muchos días las heridas y podría haber muerto de no ser porque yo… En fin. Mientras estuvo atrapada entre la vida y la muerte, tuvo algunas experiencias aterradoras. No puedes imaginarte lo duro que fue para ella consentir el breve encuentro con el espectro que te creó. Todavía hoy ese asunto le aterra.
-¿Es que mamá me… tendría miedo?
-La ayudaremos a superarlo-prometió él.
Papá ya tenía mejor aspecto que antes de que yo muriese. Incluso parecía más joven, si es que eso era posible. Tenía luz en los ojos, y no había sombra alguna detrás de su sonrisa.
-No quiero que se lamente por mucho tiempo. Eso sería… No, no pienso hacerle eso. Lo único que quiero es encontrar el mejor modo de hacérselo saber.
-Vale.
Me parecía justo. Aunque tenía muchísimas ganas de volver a ver a mi madre y duplicar así la felicidad que sentía en ese momento, confié en el criterio de papá. Él ya llevaba unos cuatrocientos años amándola; la conocía mejor que nadie.
-Un momento, ¿has ducho que el Gran Incendio de Londres acabó con todos los espectros?
Él me tomó por los brazos.
-Bianca, ¿no lo sabes? Si un espectro queda atrapado dentro de una estructura y esta se quema, el espectro queda destruido. Tienes que ir con cuidado. El fuego puede dañarte.
Era como si de pronto tuviera tres años y mi padre me estuviera explicando por qué no conviene tocas el horno cuando está encendido.
-No te preocupes. No pienso dejar que me atrapen.
La pared de hielo más cercana tembló, y papá y yo retrocedimos sobresaltados. De pie al otro lado, espolvoreados con escamas de hielo, estaban Vic y Patrice. Daba le impresión de que Vic, que empuñaba el hacha, no se lo hubiera pasado tan bien en toda su vida; Patrice se apartó con cuidado los rizos que le chorreaban.
-¿Cómo está usted, señor Olivier?- dijo Vic con voz cordial.
Patrice sacó su polvera cara, que estaba completamente cubierta de hielo.
-¿Alguna idea de qué hacer con esta cosa? No pienso volver a meterla en mi estuche de maquillaje.
Papá se quedó mirándonos con asombro, y luego me miró a mí, como si intentara hacer encajar todas las piezas.
-Un momento… Tus amigas. Ellos, ¿lo saben? ¿Han estado contigo?
-Sí. Me llevó algún tiempo encontrar el modo, pero lo conseguimos.
-Y Lucas, y Balthazar… - Papá frunció las cejas en un gesto de desaprobación.
-Sí, siempre lo han sabido-dijo-. Y no te enfades con ellos por no decírtelo. Eso también fue decisión mía.
-¡Uf, qué mal rollo!- Vic ocultó el hacha detrás de la espalda, como si fuera el motivo de que la situación resultara embarazosa-. ¿Nos vamos?
-Yo no me pienso llevar esto conmigo- dijo Patrice, que sostenía la polvera helada con dos dedos, como si apestara.
-Dámela.- Papá vio que la joven vampiro vacilaba y suspiró-. Luego te la devolvemos.
Patrice no pareció convencida, pero le entregó la polvera.
-Bueno, ya está. Ha sido un placer poder ayudaros. Nos vemos luego, ¿vale?
-Vale-contesté.
Vic se limitó a saludarnos con la cabeza y se marchó dócilmente tras Patrice. Cuando se alejaban, observé que ella se miraba las uñas con desaprobación; al parecer, en su prisa por ayudarme, se le había estropeado la manicura. Para alguien como Patrice, aquello era una señal de auténtica entrega.
Mi padre y yo volvimos a quedarnos solos. Sin pronunciar palabra, salimos de los bloques serpenteantes de hielo hasta llegar a un rincón agradable de la biblioteca donde había un sofá pequeño colocado entre dos de las estanterías más altas. Era un buen lugar para sentarse y charlar, aunque en un primer momento no nos dijimos nada. Había tantas cosas que contar que no sabía por dónde empezar; comencé por el enfrentamiento de aquella noche.
-¿Qué pretendías hacer con esa caja?
-Intentaba atrapar a un espectro.- su mirada vagó por la pared más alejada de la biblioteca, ahí donde había estado la trampa. Tenía las manos bien sujetas, como si no quisiera soltarme ni por un segundo-. Se había instalado aquí sin…
-Sin quedar atrapado, porque la trampa estaba rota.- Entonces se me ocurrió que tal vez mi padre tenía las respuestas que yo buscaba-. Papá, ¿qué ocurre aquí? ¿Por qué la señora Bethany coloca trampas contra los espectros?
-Para anularlos, claro. Porque no todos son como tú. La mayoría son como la cosa esa que acabamos de capturar.
-No. La mayoría son como yo; en principio, son como nosotros, como quienes fuimos. Lo único que ocurre es que no les ves. No rondan los lugares de ese modo.
Él fue a abrir la boca para rebatir lo que había dicho, pero se dio cuenta de que sobre ese tema yo sabía más que él.
-De haberlo sabido…
Aunque papá dejó la frase en suspenso, seguí el hilo de su pensamiento.
-… me habríais hablado de mi conversión en espectro, ¿verdad? Pero creíais que eso significaba convertirse en algo espantoso y horrible, algo que no podría volver a ser vuestra hija.
-Yo no podía ni pronunciar esas palabras. Y además creíamos que te asustarías.- papá parecía muy cansado-. Así que nos esforzamos en hacer que el vampirismo resultara lo más atractivo posible. No parecía haber motivo para que tú lo cuestiones o no lo aceptaras.
<>, pensé. Aquel era el auténtico motivo de su enojo contra Lucas; no tenía nada que ver con lo que Lucas hubiera hecho o dejado de hacer. Él me había dado otra alternativa, había hecho que me planteara todo lo que siempre había dado por sentado. Me pregunté si mi padre también se habría dado cuenta.
Volví al tema.
-De todos modos, la mayoría no están tan locos como ese.
-La mayoría que aparecen por aquí lo parecen- apuntó él-. ¿Te acuerdas del baile de otoño del año pasado?
Cómo olvidar haber estado a punto de ser aplastado por el desprendimiento de unas enormes estalactitas de hielo.
-Si son tan peligrosas, ¿por qué la señora Bethany los está atrayendo hacia aquí?
-¿Que los trae aquí? Bianca, ¿qué quieres decir?
Le expliqué rápidamente el común denominador que compartían los alumnos humanos de Medianoche, esto es, que cada uno de ellos estaba relacionado con uno o más fantasmas, y que algunos de esos espectros los habían seguido hasta aquí.
-Por eso permitió la entrada de humanos. Para que trajera n a sus espectros.
-¿Así que no crees en eso de que los alumnos humanos permiten que los vampiros se adapten mejor a la actualidad? Sin embargo, no existe un modo mejor de prepararse para encajar en la humanidad que pasar tiempo con seres humanos.-Me apretó la mano con fuerza, como si me creyera una bobalicona por pensar en eso pero no le importara.
Yo negué con la cabeza.
-Puede que ayude. Pero, en serio, papá, es que son todos los humanos. No hay tantos espectros. Ni de lejos. Resulta imposible pensar que sea una coincidencia.
-Así que ella atrapa a espectros con algún fin. Un fin que no conocemos. Intentaré averiguarlo.- Entonces la expresión de mi padre mudó, se volvió seca y distante, como si estuviera enfadado con alguien que no estaba presente.
-¿Papá?
-Solo es que… Nada.-Tras centrar de nuevo su atención en mí, me abrazó con fuerza. Mi destello de felicidad iluminó toda la habitación y la tiñó de un tono dorado-. Es igual. Lo único que importa es haberte recuperado.
Después de aquello permanecimos juntos un buen rato, pero ya nos habíamos dicho las cosas más importantes. Él se lo contaría a mamá en pocos días; acordamos que hasta entonces nos encontraríamos después de sus clases para poder pasar al menos unos minutos juntos cada día y encontrar el modo de relacionarnos como padre e hija después de que hubieran cambiado tantas cosas. Era un punto de partida, y me pareció que todo cuanto necesitábamos era ese comienzo.
Pasada la medianoche, cuando mi padre subió por fin a su habitación, yo me sentía exhausta, como si necesitara desvanecerme un rato, que en mi caso era lo más parecido a dormir. Pero sabía que aún tenía algunas cosas importantes que hacer. Aunque después de conocer a Christopher había cambiado de opinión sobre temer a todos los espectros, acababa de recibir una advertencia importante a lo peligrosos que podían llegar a ser para le gente a la que quería. Acababa de enfrentarme a un espectro; era el momento de descubrir qué podía hacer sin tener a Patrice a mi lado.
Fuera lo que fuera lo que la Cruz Negra había hecho conmigo, me habían convertido en una combatiente. Había llegado la hora de actuar como tal.
Para ponerme a prueba en un combate necesitaba, claro, un espectro con el que medirme. Llevaba carios días con un candidato en mente; tenía la certeza total y absoluta de que aquel fantasma empleaba sus poderes del modo más diabólico posible. Parecía un buen punto de partida.
-¡Es fantástico!- exclamó Lucas a la mañana siguiente, sentado a mi lado en uno de los escalones de piedra-. De verdad, Bianca. Es fabuloso que tu padre lo sepa. Será bueno para ti y para tus padres.
Al decir eso su mirada se ensombreció. Yo ya sabía que no tenía nada que ver con sus sentimientos sobre mi reconciliación con mi padre; lo que le ensombrecía el ánimo era el recuerdo de los brutales ataques de Kate. Tras haberme enfrentado a mi padre, la crueldad del rechazo por parte de ella me impresionaba todavía más. Yo sabía del temor y la vulnerabilidad de ese momento. Lucas había demostrado tener incluso más valor y fe que yo; su confianza en ella
había sido inmediata y total. Y su recompensa había sido una traición. No podía imaginarme lo mucho que tenía que haberle dolido.
-Tal vez tu madre cambie-dije suavemente-. Con el tiempo.
Lucas esbozó una sonrisa forzada mientras negaba con la cabeza.
-Ahora para ella no soy más que un monstruo. Nunca seré nada más que eso.
Le acaricié la mejilla.
-Tú no eres un monstruo.
-Sí, lo soy. Tengo unos colmillos que lo demuestran.
-En ese caso, no solo eres un monstruo. También eres una buena persona.
Sonreí, dispersando un brillo suave a nuestro alrededor por el hueco de la escalera. Aunque confiaba en que eso lo reconfortaba; me dije que no sería mala idea cambiar de tema.
-Así pues, ¿qué piensas de mi plan?
-No me gusta nada.
-¿Te parece mala idea?
-No-admitió.- es buena. Alguna vez vas a tener que enfrentarte a un espectro, y no se me ocurre mejor candidato que ese asqueroso. Pero es arriesgado. No me gusta pensar que no puedo protegerte.
-Puedo protegerme yo sola.
Una sonrisa involuntaria asomó a la cara de Lucas.
-Lo sé. Confío en ti. Sé de lo que eres capaz cuando te empeñas. Pero siempre he querido ser el que te protege, ¿sabes? Tengo que aprender a dejar que libres tus propias batallas, por lo menos esas en las que yo no puedo luchar en tu nombre.
-No tiene por qué gustarte-repuse, comprensiva.
-Exacto…
Calló en cuando oímos unos pasos en la escalera que teníamos encima. Me desvanecí rápidamente, convirtiéndome en una fina nube de niebla fácilmente camuflable en un rincón. Lucas se puso de pie y, mientras se recolocaba el jersey, le dijo a la persona que yo no podía ver:
-¡Hola!
Quizá habló demasiado fuerte, haciendo que el saludo sonara forzado, y sin duda asustó a quien fuera que pensaba que estaba solo. Oí un frito femenino de sorpresa, y luego un golpe en la escalera. Lucas corrió hacia arriba, subiendo los escalones de dos en dos, mientras yo lo seguía detrás.
Skye estaba en el suelo, con la falda del uniforme prácticamente en la cintura y los libros tirados a su alrededor. Cuando vio a Lucas, había conseguido sentarse y recomponerse rápidamente la falda mientras se sonrojaba de vergüenza.
-¡Me has asustado! ¡Pensé que estaba sola!-dijo-. ¡Y estos escalones! ¡Son tan resbaladizos!
-No tienes que disculparte por haberte caído-respondió Lucas-. Te he dado un buen susto y, desde luego, estos escalones son una mierda. ¿Estás bien, Skye?
-Realmente, solo estoy muerta de vergüenza.
-No te pongas nerviosa por mí. Estás bien.
Él se inclinó, tal vez para ayudarla a ponerse en pie, o para recoger algún libro, y entonces se quedó paralizado.
Me di cuenta demasiado tarde. Skye se había raspado la rodilla al caer. Unos pequeños arañazos, cada vez más abultados, le cruzaban la piel blanca de la rodilla.
Lucas entornó los ojos y vi que su cuerpo se tensaba al percibir el olor de la sangre.
Skye también observó el rasguño e hizo una mueca.
-Vaya, pues parece que no es solo un moretón. ¿No tendrás por casualidad una tirita?
-No-respondió Lucas. Su mirada, todo su ser, estaba totalmente centrado en la sangre. Al observar que empezaba a mover las mandíbulas me di cuenta de que los colmillos amenazaban con salir.
<> ¿Y si me materializaba? Desde luego que asustaría tremendamente a Skye, pero si Lucas estaba a punto de morderla… No, no lo haría. No podía.
-Pues claro que no llevas tiritas. Los chicos no lleváis bolso-dijo Skye como regañándose a sí misma. Dobló la pierna y se acercó la rodilla a la cara, y él la imitó.- Tal vez lleve un pañuelo de papel en la mochila, pero creo que me he dejado el botiquín de primeros auxilios en los establos. Voy a ver…
Mientras bajaba la cremallera de la mochila, su brillante cabellera de color castaño le cayó por encima de la cara y le impidió ver a Lucas. Yo notaba cómo le irradiaba tentación, igual que si irradiase calor. Quería sangre, la sangre de Skye, en ese momento. Era lo que más quería en este mundo, tanto como para olvidar que yo lo estaba observando, tanto, quizá, como para olvidar todo excepto su voracidad de vampiro.
Cuando ya me disponía materializarme, oí que alguien más andaba en el piso superior. El golpeteo de los pasos hizo que Skye levantara la vista, mientras Lucas seguía siendo incapaz de apartar los ojos de la herida sangrante.
-Señorita Tierney.
La voz de la señora Bethany resonó ligeramente en el hueco de la escalera. Asomó primero como una sombra en la oscuridad, como si no estuviera hecha otra cosa más que de noche.
-Veo que ha sufrido un accidente. Y el señor Ross la está ayudando.
Skye esbozó una sonrisa.
-Sí. Me he tropezado y me he caído.
Mientras ellas hablaban, Lucas por fin dio un respingo y se recuperó. No parecía acordarse de dónde había estado, o de cómo había llegado hasta allí. Rápidamente extendió el brazo para ayudar a Skye a ponerse en pie.
La señora Bethany le tendió un pañuelo blanco de encaje.
-Áteselo tan bien como pueda hasta que encuentre el botiquín.
-Es demasiado bonito- protestó Skye-. No quiero mancharlo de sangre.
-Si lo limpiara en agua fría lo más rápido posible, es poco probable que quede la mancha-insistió la señora Bethany-. En cualquier caso, un pañuelo manchado de sangre es infinitamente preferible a una estudiante ensangrentada paseándose por los pasillos.
La señora Bethany sabía muy bien que esa opción era mucho mejor que tentar a la mitad no muerta del cuerpo estudiantil.
Skye les dio las gracias a la señora Bethany y a Lucas cuando este volvió a guardar los libros en su mochila y se la tendió. Cuando ya se marchaba, le dirigí una mirada curiosa a Lucas; tal vez se había dado cuenta de que él apenas había dicho palabra desde el momento en que le había visto la rodilla magullada. Sin embargo, no hizo ningún comentario al respecto y se dirigió cojeando a su habitación.
Cuando la señora Bethany y Lucas volvieron a quedarse solos, salvo por mí, ella lo miró con gravedad.
-Le ha resultado difícil, ¿verdad?
Lucas se limitó a asentir. No podía mirarla a los ojos. Yo sabía que la vergüenza debía de estar consumiéndolo por dentro. Se odiaba a sí mismo por tener ansias de beber sangre, de modo que sentir la tentación de atacar a un humano, y especialmente a alguien que siempre había sido amable con él, tenía que resultar intolerable.
-Créame, señor Ross-la señora Bethany de nuevo apoyó una mano en su hombro con gesto familiar-, hay un modo de superar estas difíciles circunstancias actuales.
-¿Me está diciendo que hay un modo de evitar que los vampiros deseen la sangre?
-Sí.
Él la miró atónito, o al menos eso me pareció, ya que mi asombro no me permitía ver gran cosa.
La sed de la sangre era lo que definía a los vampiros. Por otra parte, la Academia Medianoche estaba prácticamente compuesta por vampiros que no atacaban humanos; ¿no podrían enseñar ese tipo de cosas en lugar de las tonterías habituales?
Ante la reacción de asombro de Lucas, la señora Bethany esbozó una sonrisa y ejerció una ligera en su hombro.
-Hay un modo de silenciar para siempre las ansias de sangre-murmuró-. Existe. Y será el mío.
Lucas se quedó totalmente inmóvil, la miraba absorto por completo.
-Enséñemelo-le pidió.
-Cuando esté preparado.
Ella se dio la vuelta para marcharse, pero, cuando empezaba a subir la escalera sosteniendo con las manos su larga falda, dijo:
-Y creo que será muy pronto.
Cuando volvimos a estar juntos, Lucas susurró:
-¿De verdad existe? Bianca, ¿crees que dice la verdad?
-No lo sé.
El resto del día me pareció que transcurría envuelto en una especie de bruma extraña. Mi inquietud por la creciente influencia de la señora Bethany sobre Lucas mi impidió centrarme en otra cosa, ni siquiera en la misión que me traía entre manos. Pero cuando la noche cayó y Lucas y mis amigos se acostaron, me dispuse a prepararme.
Si esa noche fracasaba, no volvería a tener el valor para enfrentarme a los espectros. Es decir, tal vez nunca sería capaz de controlar mi propio destino.
Me concentré en un objeto que había sido importante para mí mientras viví, una <> a la que podía trasladarme en cualquier momento. Sin embargo, esa vez me resultaba más difícil porque el objeto no me había pertenecido. Era propiedad de otra persona, de alguien que quizá no quería volver a verme nunca, pero que estaba a punto de hacerlo.
Mi mente se inundó en esa imagen, deseé verla, formar una unidad con ella: una pulsera trenzada de piel, de color rojo.
La Academia Medianoche desapareció. Todo a mi alrededor se oscureció. Cuando miré en torno a mí, solo vi algunos puntos de luz: unas tiras que atravesaban las persianas de lama y dejaban pasar la luz estridente de neón del rótulo de un hotel barato, y los contundentes números de un despertador digital.
Para mi alivio, en lugar de una guarida repleta de la gente de la Cruz Negra, aquello era un dormitorio privado. Me lo había imaginado, pero sin duda era mejor comprobarlo. Entonces decidí que la habitación necesitaba otra fuente de luz y encendí la mía propia, que inundó la habitación con un suave resplandor azulado que dejaba entrever mi forma espectral. Entonces vi la cama y las figuras que dormían en ella.
Una de ellas se removió bajo las sábanas y se sentó de pronto. Parpadeó con sorpresa y dijo:
-¿Bianca?
Sonreí.
-Hola, Raquel.

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